Entrevista realizada por MONTSE FERNÁNDEZ CRESPO «El arte, si no tiene ideas, no es arte. Y la poesía, sin ideas, es simplemente un sonajero» Jesús G. Maestro (1967) es un teórico de la literatura que ejerce como profesor en la Universidad de Vigo. Desde 2016 es director de la Cátedra de Filosofía Cervantina de la Facultad de Filosofía de León (México). Es también editor y fundador de varias revistas científicas (Theatralia, Anuario de Estudios Cervantinos, de las que es director, y Crítica Bibliográphica). A partir de las ideas de uno de los mayores filósofos del siglo XX, Gustavo Bueno —creador del materialismo filosófico—, ha construido una teoría de la literatura cuya expresión más consistente es la monumental Crítica de la razón literaria (2017), su obra más reciente, editada en tres copiosos volúmenes por Editorial Academia del Hispanismo. Son muy visionadas asimismo las sesiones, charlas y conferencias que cuelga en su canal de Youtube: un moderno sistema de difusión que alcanza miles de visitas y que ha ayudado a expandir sus innovadores postulados en torno a la literatura y otros asuntos. Por poner un solo ejemplo: la idea de que las lenguas son tecnologías y no “señas de identidad” cultural. En la cabecera de su blog podemos leer una máxima de Platón que adivinamos resume su pensamiento: «Debe lucharse con todo el razonamiento contra quien, suprimiendo la ciencia, el pensamiento y el intelecto, pretenden afirmar algo, sea como fuere». —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Sr. Maestro, ¿en qué momento de su trayectoria comenzó a interesarse por el materialismo filosófico y cómo cayó en la cuenta de que las teorías de Gustavo Bueno podían aplicarse a los estudios literarios? —JESÚS G. MAESTRO: Yo comencé a interesarme por Gustavo Bueno y su obra durante mis años de estudiante en la Universidad de Oviedo (1985-1990). Bueno era el profesor más imponente de todos. Y también el más accesible de todos. Recuerdo que el 7 de noviembre de 1987 invité a Bueno a dar una conferencia en el café Dindurra de Gijón. Yo tenía 19 años. Vino sin cobrar. El edificio, de estilo finisecular y modernista, quedó abarrotado. Solo tomó un café, que el camarero me cobró a mí como responsable de aquel barullo que se formó. Ni lo invitaron. En octubre de ese mismo año yo había entrevistado a Bueno en el diario de Oviedo La Nueva España, donde colaboraba de forma habitual con noticias sobre la Universidad. Cuando me licencié en 1990, quise hacer una tesis doctoral en literatura utilizando la filosofía de Bueno, pero fue imposible. Mi directora me prohibió mencionar el nombre de Gustavo Bueno incluso en las conversaciones académicas. Así que hice una tesis doctoral con Bueno recluido en mi mente, pero con conceptos que, como el de transducción, solo podían comprenderse de forma plena desde la Filosofía de la Ciencia del Materialismo Filosófico. Tuve que esperar al momento oportuno, y ese momento surgió cuando cuatro años después, en 1994, tras doctorarme en 1993, obtuve mi puesto de profesor, sin endogamia, y contra ella, fuera y lejos de la Universidad de Oviedo, donde pude disponer de una enorme libertad investigadora: la Universidad de Vigo. En ese momento comencé a contrastar de forma cada vez más crítica dos cosas: por un lado, la Teoría de la Literatura que me habían enseñado e impuesto, y, por otro lado, el resultado de lo que sería esa teoría literaria si la enfrentaba con el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno. Inicié entonces el trabajo que podría considerarse como preparatorio: viajes y estancias en universidades extranjeras (Francia, Alemania, USA, Suiza, Italia, Polonia…). Pude comprobar que la situación fuera de España, desde el punto de vista de la calidad de la enseñanza y de la investigación, era aún muchísimo peor que aquí, sobre todo en el mundo anglosajón. En las Facultades de Letras ya no se enseñaba literatura, sino ideología. Y se utilizaba la literatura como un pretexto para afirmar y promover ideales gremiales (lobbies), ajenos a la ciencia y a la filosofía. Me di cuenta de que el objetivo de la Universidad actual no es funcionar porque hay alumnos, sino para que haya profesores. Pero profesores con funciones de ideólogos. La Universidad, en lugar de enfrentarse a las ideologías nescientes, pactaba con ellas. Y los profesores cobraban por ello. El profesorado encontraba en esas ideologías, apadrinadas por lo políticamente correcto, una forma muy rápida de ampliar su currículum. La ideología pagaba —y paga— mucho mejor que la ciencia. Yo no hice eso. Fui por libre, y académicamente contra todo eso. Como nadie lee mi obra, nadie se entera de lo que escribo. Ni de lo que digo. Lo cual es una enorme ventaja. Con mis colegas hablo del tiempo, del aire, o de lo duro que es el calor cuando la temperatura pasa de los 30º C. No me interesa que me lean mis compañeros. ¿Para qué? Si no van a hacer nada útil con lo que yo escribo. A ellos les preocupa su currículum, a mí me interesa la literatura. Y no creo que a mis contemporáneos les importe lo que escribo o pienso mucho más que a mis colegas: unos y otros prefieren las ideologías de moda, que asumen y consumen como terapia de grupo, para sentirse mejor. Las ideologías son formas de autoayuda gremial. Tranquilizan a la gente. Les hacen creer que tienen amigos. Las ideologías y los animales domésticos son un buen complemento a la soledad posmoderna. En ese contexto de miseria científica y filosófica quise aplicar el Materialismo Filosófico de Bueno a la interpretación de la literatura. Y fue lo que hice. —ECP: En relación con la publicación de su obra Crítica de la Razón Literaria, ¿cuál sería su aportación más novedosa a la teoría, crítica y dialéctica de la literatura? —JGM: Hay muchas aportaciones nuevas y originales en esta obra. De hecho, todas las cuestiones que se plantean, o son nuevas y originales, o no se plantean, porque no es un libro que se haya escrito para repetir lo ya conocido, sino para ir contra ello. La obra tiene tres partes claras y explícitas: una teoría, una crítica y una dialéctica. Un tomo para cada una. El primer tomo construye una Teoría de la Literatura, articulada en 8 temas: 1) Postulados fundamentales, contrarios al irracionalismo, al monismo y al relativismo posmodernos, así como a la falta de crítica que hay de hecho en la crítica literaria oficial de nuestro tiempo; 2) una definición de lo que la Literatura es, cosa que no veo en ninguna presunta teoría literaria contemporánea, porque lo que leo es una renuncia indisimulada a enfrentarse a lo que es la literatura, sobre todo en el mundo académico anglosajón, que es penoso; 3) una explicación sobre el origen de la Literatura, algo que no me consta que nadie haya hecho con anterioridad; 4) una codificación de los materiales literarios, que incorpora la figura del transductor, superando definitivamente la tríada, ingenua a más no poder, de Jakobson (emisor, mensaje, receptor), que repetía en 1958, en Indiana, como si fuera una novedad, lo dicho veinticinco siglos antes por Aristóteles en su Retórica; 5) una Teoría del Conocimiento Literario, basada en una gnoseología (materialista española), y no en una epistemología (idealista alemana), capaz de superar a Popper, un teoreticista en el que han naufragado, sin saberlo, todos los estructuralistas y posestructuralistas que escribieron desde el siglo XX hasta hoy; 6) una teoría de la ficción literaria, que nada tiene que ver con los intentos llevados a cabo por las teorías literarias precedentes a la hora de referirse a la ficción; 7) una teoría de los Géneros Literarios que, por primera vez en la historia de la teoría literaria, no es ni aristotélica ni hegeliana, sino plotiniana, frente al modelo porfiriano, que siempre se ha usado al hablar de géneros en literatura; y 8) un concepto de Literatura Comparada que considera el comparatismo literario como una forma de depredación de las literaturas ajenas a manos de la propia, y que afirma que la posmodernidad está inhabilitada para el ejercicio de la Literatura Comparada, porque si todas las literaturas son iguales, como dicen los posmodernos, entonces no hay nada que comparar. No hay nada más chistoso que los escritos de un comparatista posmoderno, como Gnisci, por ejemplo. Sus trabalenguas son graciosísimos. El tomo segundo expone una demostración de cómo se ejerce la crítica literaria del Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura, ante textos y autores concretos. Y el tomo tercero es una exposición dialéctica de cómo el Materialismo Filosófico, como Teoría y Crítica de la Literatura, se enfrenta a las demás teorías literarias, al revelar explícitamente sus deficiencias, impotencias y limitaciones. Porque la mayor parte de las teorías literarias, si no todas, son ablativas: amputan y cercenan materiales literarios esenciales. Y dicen cosas caricaturescas: hablan de literatura sin autor, de literatura sin ficción, de literatura sin palabras incluso… Así es como hacen una teoría de la literatura para teóricos de la literatura que no se ocupan de la literatura y que no saben lo que es una teoría. —ECP: ¿Qué valor tiene que se haga en una lengua como el español? —JGM: No es una cuestión de lengua, sino de tecnología. Porque como he dicho muchas veces, las lenguas no son signos de identidad cultural, sino tecnologías. El español es una tecnología muy potente, sobre todo desde dos campos humanos muy importantes: la Literatura y la Filosofía. Piense que ni en inglés ni en alemán se puede expresar la diferencia ontológica entre ser y estar. Hay que tener cachaza para filosofar en esas lenguas. Lo mismo en literatura. ¿Cómo traducir al inglés el verso de Juan Ramón Jiménez «Dios está azul»? Es imposible. Las lenguas son construcciones operatorias llevadas a cabo por seres humanos que no se limitan a pensar o a escribir, sino a construir. La lengua no la hacen los hablantes. Esto es una gran patraña, un espejismo con el que se consuelan filólogos y charlatanes, indistintamente. La lengua la construyen quienes construyen realidades que exigen una nomenclatura inédita, la cual solo puede provenir de ámbitos categoriales ajenos al lenguaje mismo, y en los que solo a posteriori un lenguaje suficientemente potente puede proporcionar los términos necesarios, a priori desconocidos para los hablantes. La onomástica verbal es posterior a la construcción material. La Filología es la última de las operaciones. Porque las operaciones fundamentales y fundacionales son materiales, técnicas, experimentales, científicas. Hechas las cosas, se les pone un nombre. Una vez construida la realidad, se habla de ella. No a la inversa. La mentira está ya en la Biblia. En el principio nunca estuvo —ni fue— el verbo. El principio es el hecho, la acción, la operación. Sólo después de los hechos de los obreros llegan las palabras, los charlatanes. Los hablantes son los consumidores de un lenguaje generado por los constructores de una realidad que no es en absoluto lingüística. Los hablantes no hacen el lenguaje: lo usan. Y no digamos los escritores... Los escritores son los parásitos del lenguaje. Sus explotadores. Los vividores del lenguaje. Porque el lenguaje nace de los hechos, no de las palabras. Los creadores del lenguaje no son los escritores, sino los científicos, los obreros, los técnicos, los constructores de realidades operatorias inéditas, nuevas, materialmente efectivas. Las palabras vienen después. Lo operatorio es previo a lo lingüístico. El escritor usa el lenguaje construido por otros que no han sido nunca escritores. Las palabras que inventan los escritores, palabras como Trilce (César Vallejo) o cronopio (Julio Cortázar), tienen el valor de las joyas y las anomias, y su mismo destino: la contemplación inútil. O la recreación patológica. Sólo los filólogos se divierten con ellas como un aprendiz de brujo con un grimorio. El español es una tecnología que dispone de una filosofía potentísima, como es la escolástica renacentista, con la que Kant aprendió a discurrir. Otra cosa es que los españoles de hoy —profesores incluidos— ignoren esto por completo. El español es una tecnología hablada por 600 millones de personas, entre nativos y usuarios. Una tecnología así no puede ignorarse, aunque esté proscrita en algunos territorios de España. La dialéctica entre el mundo anglosajón y el Hispanismo es muy fuerte. Desde España se mira a Europa en busca de interlocutores, cuando nuestros interlocutores de preferencia están en Hispanoamérica. Europa se configuró históricamente contra España, esto lo explicó muy bien Bueno en su libro España frente a Europa. Nuestros políticos actuales no tienen apenas formación en Hispanismo. Ni en casi nada. No se puede esperar nada de ellos. La lengua está en quienes la usan para construir cosas útiles. Las lenguas se dividen en lenguas útiles y lenguas inútiles. Y las lenguas inútiles solo sirven para entretener a gente ociosa. También para nutrir el tiempo de filólogos que se interesan por esas lenguas con inquietudes presuntamente científicas, del mismo modo que el antropólogo se puede mostrar interesado en preservar a un grupo de seres humanos en sus formas de vida más salvaje y primitiva, a fin de estudiarlos cómodamente de este modo, privándoles de incorporarse a la civilización. Lo cual es una depredación científica intolerable, equivalente a un experimento inhumano. Sólo las lenguas útiles permiten al ser humano hacerse inteligible. —ECP: A pesar de que en el “Prólogo” del Quijote el propio Cervantes insiste varias veces --cuatro en concreto-- en que su texto “todo él es una invectiva contra los libros de caballería”, no han dejado de hacerse interpretaciones sobre el verdadero propósito que le movió a escribir esta novela (cuya trascendencia excede en mucho, como sabemos, a la mera sátira de las disparatadas historias de los mencionados libros). Desde el Romanticismo, algunos han querido ver el Quijote como una exaltación del ideal caballeresco, del hombre valeroso que ansía liberar a los humildes de la injusticia. En contrapartida, usted piensa que el mensaje que nos quiere transmitir Cervantes no es otro que el de arremeter contra ese idealismo, contra el poco sentido común de este hidalgo manchego quien, inmerso en las hazañas más extravagantes que su mente es capaz de imaginar, se da de bruces con la verdadera realidad una y otra vez. […] Esta interpretación se ajustaría más, por tanto, a lo que Cervantes expone en el “Prólogo”. ¿Existen otros escritos de Cervantes que defiendan tan abiertamente la supremacía de la razón frente a otras capacidades humanas? —JGM: Toda la literatura de Cervantes es una demostración del racionalismo humano. Toda. Cervantes es el Spinoza de la literatura. El Quijote es la mayor burla y degradación que un idealista puede recibir. Y paradójicamente lo han leído como si fuera un elogio del idealismo o de la locura. Erasmo les encanta, y creen que Cervantes es soluble en la servidumbre y el panfilismo erasmistas. Un idealista es alguien que se declara incompatible con la realidad, es decir, un suicida. Ocurre que puntualmente todo idealista pacta con la realidad para no perecer en los primeros cinco minutos: no se olvida de comer, de procurarse un alojamiento, un trabajo, un seguro médico, una pensión, etc… Todos los idealismos son muy sui generis en este sentido. El Romanticismo fue, y es, la mayor hormona de los idealistas, al considerar incluso la locura como una forma superior de racionalismo. La gente se cree que somos lenguaje, y que decir «yo soy bueno, yo soy justo, yo soy feliz» basta para serlo de hecho. La realidad no está hecha de palabras. La Ontología no es Filología, a pesar de las tonterías que dejaron escritas en este sentido Heidegger y otros, como Emilio Lledó, por ejemplo. Me río mucho cuando leo en alguien que «el lenguaje es la casa del ser», como si el ser habitara en una mansión hecha de palabras. ¿Acaso Emilio Lledó cuando se encuentra enfermo acude al Filólogo? Imagino que visitará a un médico, ¿no? Si realmente creyera en sus propias palabras, cuando se encuentra enfermo acudiría a un doctor en Filología, y no a un doctor en Medicina. En ninguna obra de Cervantes hay desenlaces irracionales, ni inconsecuencias milagrosas. Es más: en ninguna de sus obras hay una sola idea metafísica que actúe como causa o consecuencia operatoria de los hechos. Cervantes reemplaza para siempre en la literatura el racionalismo teológico por el racionalismo antropológico. Y en este punto su racionalismo, de genealogía católica, es un racionalismo ateo. Como le digo, es el Spinoza de la literatura. Retrotraerlo a Erasmo es adoptar una posición filológica acrítica, europeísta y completamente ingenua. —ECP: Sin desdeñar la valía que la obra de Shakespeare posee, usted cree que este autor es, en última instancia, una construcción que el imperio inglés ha levantado para tratar de igualarlo con un escritor tan genial como Cervantes, cuyo Quijote numerosos críticos de todos los países sitúan en la cumbre de la creación literaria. Lo cierto es que la atención que mundialmente han conseguido que tenga Shakespeare sobrepasa no sólo a la de Cervantes, sino a la que se le dispensa actualmente a otro grandísimo dramaturgo contemporáneo suyo: Lope de Vega, con quien, a pesar sus muchas diferencias, sería más apropiado establecer una comparación, por ser su homólogo en los teatros españoles de la época. ¿En qué medida nuestro país, institucionalmente, sería responsable de ello? ¿Nos hacemos valer poco los españoles en ese sentido? —JGM: No considero que pueda afirmarse que Shakespeare, incluso a pesar de cuanto Inglaterra ha invertido en ello política y académicamente, sobrepase a Cervantes. Eso es imposible. Ambos se han convertido en marcas de sus respectivos países. Consignas en boca de gentes que no han leído nada de ninguno de los dos. Pero al margen de esto, es innegable que la literatura es una prolongación de la política, y que la Literatura Comparada así lo demuestra, al responder a la dialéctica de Estados en el terreno de la interpretación literaria. Establecer una relación de igualdad o de isovalencia entre Cervantes y Shakespeare es algo que sólo beneficia al inglés, alguien que apenas escribió unas tres decenas de otras dramáticas, sin que quede nada claro que todas son enteramente suyas, y unos 150 sonetos. Shakespeare no es un poeta, es un sonetista. Compararlo con Lope de Vega es un chiste, porque Lope fue dramaturgo, poeta y novelista, además de teórico del teatro, y promotor de una comedia nueva que él mismo constituyó de forma definitiva. Por su parte, Calderón desborda a Shakespeare desde todos los puntos de vista. Situaciones de este tipo sólo ponen de manifiesto que los españoles, desde los Austrias, han estado siempre por encima de sus políticos, quienes no han sabido administrar como es debido el patrimonio de su nación. La política, que es la administración del poder, es decir, la organización de la libertad, ha sido un fracaso sistemático en España desde la caída del Antiguo Régimen. Los españoles de a pie valen más que sus políticos y mandatarios. Los políticos dan un mal ejemplo sistemático, que, por desgracia, se toma como referencia y modelo por un sector de la población cada vez más amplio: incumplimiento de las leyes, descaro, malos modales, desprecio por la educación científica, corrupción que no se juzga como es debido, desobediencia de las instituciones públicas, falta de respeto a sus votantes y a su prójimo, además de una tremenda negligencia en su servicio al país, etc... Como consecuencia de esto, casi nadie se responsabiliza políticamente de su trabajo. No deja de ser irónico y revelador que, por ejemplo, las feministas defiendan una determinada idea de mujer (la suya, que no tiene por qué ser la de otras mujeres, que siendo mujeres no son feministas), y que los filólogos hispanistas, en lugar de defender el Hispanismo, defiendan la Leyenda Negra, por ejemplo. ¿Por qué? Ya lo he dicho: les interesa más su currículum que la Filología. —ECP: Si bien Lope fue el creador de la comedia española, usted afirma que su oposición al teatro clásico --de preceptiva aristotélica— se limitó tan sólo al aspecto formal. En cuanto a los contenidos, usted opina que Cervantes fue más revolucionario que Lope: ¿en qué aspectos? —JGM: Lope de Vega es un revolucionario del Antiguo Régimen que no rebasa los límites del Antiguo Régimen. Sus parámetros son aristotélicos, aunque él construya un teatro que vaya en contra de los aristotelistas, los cuales hicieron de Aristóteles un canon de arte que poco o nada tiene que ver con el propio Aristóteles. Unos y otros trafican con los mismos materiales. En este punto, Lope de Vega coincide plenamente con Shakespeare, y con Calderón de la Barca: los tres construyen obras y personajes que no pueden sobrevivir al Antiguo Régimen, y que son incompatibles con un mundo posterior al siglo XVIII. A Cervantes le ocurrió justo lo contrario: su obra exige la modernidad para poder ser interpretada, requiere una plenitud que desde el Siglo de Oro no sólo resulta inalcanzable sino imperceptible. Por eso me hacía mucha gracia el título de un libro como Calderón, nuestro contemporáneo. Nada más irreal. Calderón se habría muerto de un infarto, si alguno de sus contemporáneos del Siglo de Oro le hubiera dicho que él era como hoy somos nosotros. Por fortuna nada tenemos que ver con el racionalismo calderoniano. No somos Pedro Crespo ni don Gutierre. Al contrario, el teatro de Cervantes no cabe en el Siglo de Oro… Las novelas de Cervantes son superiores e irreductibles al siglo XVII… Cervantes exige un mundo contemporáneo. La izquierda política nunca ha comprendido a Cervantes, y en realidad no sabe qué hacer con él. No conozco un dramaturgo que sea capaz de poner en escena la Numancia de Cervantes. Juan Carlos Pérez de la Fuente me confesó haber usado mis libros y mis tesis sobre el teatro cervantino en su dirección para el Teatro Español de Madrid, pero por desgracia no me fue posible ver la representación. De un modo u otro, a la izquierda, Cervantes no le sirve para nada. Por su parte, la derecha política lo ha comprendido perfectamente (los primeros en hacerlo fueron, desde luego, los autores del Quijote de Avellaneda), y de hecho nuestra derecha ha comprendido muy bien que Cervantes le sirve para muy poco: religiosamente…, es un católico ateo, como diría Gustavo Bueno, es decir, alguien de formación católica que practica un racionalismo ateo; políticamente…, Cervantes no es pacifista, sino todo lo contrario, sabe, como Maquiavelo, que sólo la guerra, por desgracia, dirime los grandes conflictos en la dialéctica de la Historia de los Estados, y considera, además, que la Política, la Diplomacia, las «Letras», en suma, han administrado muy mal los logros militares, bélicos, conseguidos con las «Armas»; literariamente, Cervantes es un cínico, alguien que crea una serie de obras de arte que deja a sus contemporáneos completamente atónitos, porque les demuestra que el racionalismo de que disponen, el racionalismo del que dispone el mundo en el siglo XVII, es por completo insuficiente para comprender lo que él ha hecho con la literatura. El mundo necesitó de al menos dos o tres siglos para comprender el racionalismo literario que exige la obra de Cervantes. La mayor parte de los cervantistas se han ocupado de Cervantes para medrar académicamente, no porque tengan interés en su obra. No por casualidad la mayor parte de ellos ha caído, una por una, en todas las trampas que les tiende el autor del Quijote. Es muy divertido oír las interpretaciones que dan sobre sus novelas. —ECP: Se han oído voces a favor y en contra de ofrecer una versión del Quijote en español moderno, como la que ha publicado recientemente Andrés Trapiello. ¿Considera que era un trabajo necesario? —JGM: Considero que desde el punto de vista literario es una estupidez. Desde el punto de vista económico, la pregunta debe dirigirse a su editor. Otra cosa es la que la estupidez sea necesaria, mercantilmente. —ECP: Ha argumentado en varios sitios qué es y qué no es literatura, sosteniendo que El Jarama de Rafael Sánchez Ferlosio, por ejemplo, no lo es, aunque haya sido una lectura obligatoria durante muchos años en los estudios de bachillerato. Indíquenos, por favor, brevemente por qué no deberíamos considerarlo literatura. —JGM: Yo tengo muy claro qué es y qué no es literatura. Y también tengo muy claro que no tengo que decir a nadie qué debe (y subrayo la palabra debe) entender por literatura. Si alguien quiere compartir mis ideas, puede hacerlo, y si no quiere, también. Esto sí debe quedar muy claro. Yo no impongo mis ideas a nadie. Por eso cuando alguien me dice que no está de acuerdo con lo que digo o escribo siempre respondo lo mismo: «¿Y a mí qué me importa?». Yo no hablo ni escribo para estar de acuerdo o no con los demás. Expreso mis ideas. Punto. El acuerdo o el desacuerdo me importan un bledo. Mi idea y concepto de literatura están claros: la literatura es una construcción racional humana, que se abre camino hacia la libertad a través de la lucha y del enfrentamiento dialéctico, que utiliza signos del sistema lingüístico a los que confiere un valor poético —que los alemanes llamaron estético—, a los que dota de un estatuto ficcional absolutamente imprescindible, y que se inscribe en un proceso comunicativo pragmático y social, de consecuencias históricas, geográficas y políticas, cuyos términos o elementos fundamentales son cuatro: autor, obra, lector e intérprete o transductor. Todo lo que carezca de alguna de estas propiedades y exigencias no es, conforme al Materialismo Filosófico como Teoría de la Literatura, algo que pueda considerarse literatura. Por lo tanto, quede claro que cuando hablo de literatura lo hago por referencia a una teoría, a una filosofía y a una ontología. Si alguien quiere hablarme de su idea de literatura desde el punto de vista de la vida animal en Urano o de su particular lista de la compra, yo no le voy a prestar atención. Y desde la definición que sostengo de literatura, el El Jarama de Ferlosio sólo es literatura porque un jurado le dio un premio literario, nada más. Y eso no basta. La literatura no es lo que diga un jurado. Esa novela es un componente importante para el estudio de la sociología de la literatura en torno a 1955, por ejemplo. Un informe neorrealista, nada más. Ahora bien, cada cual es muy libre de considerar un triángulo equilátero como una especie ignota de hipopótamo andino, o al Mi bemol mayor como una fórmula química del pleistoceno, pero tanto en un supuesto como en otro tales afirmaciones implicarán ignorar la Geometría, en el primer caso, y la Teoría de la Música, en el segundo. Importan los criterios, no las palabras. La Filosofía, en este punto, es más importante que la Filología. —ECP: Unos amigos que son profesores de enseñanza secundaria me comentaron una vez con amarga ironía que hoy en día hasta una cabra podría ir pasando de curso en curso, tal y como está diseñado el mecanismo de promoción de los alumnos, en el cual la simple asistencia a clase, con independencia de su aprovechamiento, ya le garantiza ventajas académicas. A pesar de lo perjudicial de este tipo de educación, donde no se premia ni el talento ni el esfuerzo, muchos profesores, resignados, creen que oponerse es luchar contra molinos. ¿Cómo debería ser, en su opinión, la verdadera educación y qué debería cambiar en nuestra sociedad para que esta fuera posible? —JGM: La culpa de que todo eso haya ocurrido, y siga ocurriendo, con la educación la tienen los profesores. Los políticos no dan clase. Quien está en el aula es el profesor, no el pedagogo. Aún menos el político. El profesor ha entregado su poder al pedagogo. Y no se ha enfrentado nunca al poder político. Todo lo contrario: el profesorado actual ha sido una prolongación de la política en las aulas con pleno asentimiento de la comunidad docente al respecto. ¿De qué sirve llevarse todos los días las manos a la cabeza porque la educación está mal? ¿Es que no lo saben ya? ¿Cómo es posible que cada día se hable del mismo tema, invariablemente, como si fuera el primer día? La educación es una materia perdida, y los principales responsables de ello son los profesores: ¿cuándo los profesores han hecho una huelga contra la imposición de programas educativos ideologizados y contra la imposición de una pedagogía contraria al conocimiento filosófico y científico? Nunca. Se han manifestado contra las guerras en Irak y demás, se han manifestado incluso contra el uso del español en las aulas, pero no contra el uso de lenguas inútiles en el ejercicio de la docencia, por ejemplo. Con su pan se lo coman. Soy profesor y sé de lo que hablo. Al profesorado le encanta la burocracia, la administración, la ideología y el consumo de política. Prefiere eso al conocimiento. Las excepciones son imperceptibles. Y más que excepciones personales lo que hay son excepciones contextuales: en una situación un profesor dice una cosa y en otra situación el mismo profesor dice la contraria. El profesorado es lo más sumiso que hay al poder. Cobra y calla. Es de una obsecuencia intolerable. Y luego, en público, finge asustarse de lo mal que está todo, como si la culpa fuera de los demás. A mi juicio, hay que ser hoy día un suicida para dedicarse a la enseñanza. Es un trabajo inútil. Mejor pagado que muchos, pero más inútil que ninguno. Por otro lado, nuestras sociedades no necesitan a personas con conocimientos, y aún menos necesitan a personas inteligentes. ¿Para qué? Lo que se necesitan son consumidores, y para consumir no hace falta ser inteligente ni librepensador. Incluso si no tienes mucho dinero puedes consumir igual: hay comida basura, hay vuelos de bajo coste, hay Uber en lugar de taxis, hay piratería informática en lugar de editoriales y librerías de calidad, hay pisos turísticos en lugar de hoteles, hay bisutería en lugar de joyas… El mundo, para bien y para mal —no entro a dirimir el perímetro de esta frontera moral—, está hecho a la medida de los miserables prácticos. El capitalismo diseña y fabrica consumidores. Lo demás es secundario. ¿Educación, para qué? Ser profesor es perder el tiempo, en el mejor de los casos a cambio de un sueldo y de una seguridad social. Me dirán que eso es fundamental, y sí lo es. De hecho, es una de las formas más lujosas de perder el tiempo por dinero. Hay quien me dirá que no, como si yo no fuera profesor, y no supiera lo que tengo delante de mí. De risa. —ECP: Aun así, las universidades de aquí parece que nada tienen que envidiar a las de otros países europeos o norteamericanos. ¿Cuál sería, entonces, el motivo de esa “afición” que tienen algunos estudiosos de nuestro país por conseguir becas para estudiar precisamente literatura española fuera de nuestras fronteras? —JGM: A mi juicio, en materia de Letras, las universidades españolas son tan buenas y tan malas como las de cualquier otro lugar del mundo. Yo trabajé en USA, Francia, Italia, Canadá, etc., y comprobé que somos todos iguales. Pero allí se maquillan mejor que nosotros: no se critica nada. La omertà se cumple. ¿Cuántos profesores se han suicidado en las universidades de los Estados Unidos? No se quiere saber eso. Es una tragedia. La pregunta es una comedia, si la planteamos en España. En España hay más libertad en el mundo académico que en ninguna parte, aunque esa libertad no llegue al uso del español, que está prohibido en algunas universidades por la censura nacionalista. Eres libre para hacer muchas cosas fuera de la Universidad. Dentro de ella das clase y, si quieres medrar, te dedicas a la burocracia. También puedes hacer una investigación de diseño, para que te den sexenios y esos presuntos méritos, sobre publicaciones que —seamos sinceros— nadie leerá jamás. Esta libertad también está mermando debido al absurdo afán de parecerse a Europa y a Estados Unidos, lo que es un grandísimo error. Son ellos los que deberían parecerse a nosotros. Las razones por las que la gente quiere irse a otros países a estudiar literatura pueden deberse a muchas razones. Yo lo hice, y puedo dar las razones por las que yo lo hice, que no tienen por qué ser las razones de los demás. Y yo lo hice porque fui educado en la idea de que en el extranjero las universidades eran mejores que las nuestras, que había más dinero y más recursos, que había más respeto hacia nuestro trabajo y que no se daba la endogamia y el enchufismo que hay en España, porque había meritocracia. Fui al extranjero, sí, fui a Estados Unidos y a Canadá, y a más sitios, y comprobé que la endogamia allí no es geográfica, no se da en el espacio, sino en el tiempo, es decir, se busca al amigo que está fuera de tu zona, para incorporarlo a la tuya, en lugar de buscar al doctorando que nosotros mismos hemos formado: es un endogamia halotética (la que hay entre los miembros de un matrimonio, o alianza entre términos de matrices diferentes), mientras que la española es una endogamia autotética (la que se da entre dos hermanos, o entre términos que proceden de la misma matriz). Comprobé que el trabajo se respeta allí, en el extranjero, tanto como aquí, es decir, nada. Comprobé que allí había tanto dinero como aquí: al amigo todo, al enemigo nada, y al indiferente, la legislación vigente. Comprobé que para medrar en el sistema académico de Estados Unidos había que fingir, renunciar a ideas propias, asumir acríticamente lo políticamente correcto (paronomasia intencionada), formar parte de camarillas, pelotear a los superiores de forma muy astuta (esto es esencial, no vale hacerlo de cualquier modo), ser enormemente sumiso, obedecer siempre, incluso en el nivel más alto de cualquier escalafón, y practicar en todo momento la sumisión diferida, es decir, cumplir órdenes encadenadas. No hay libertad para el yo en ningún estamento: tan esclavillo del sistema es un estudiante de grado como un director de departamento o un chancellor. Me dije, «hasta luego: en España hay lo mismo, pero mejor». Y comprobé, sobre todo, una cosa: lo que mienten mis colegas que trabajan en el extranjero. En Vigo hice siempre lo que me dio la gana. Y todos contentos, incluyendo mis colegas. El que quiera viajar, que lo haga. Es la mejor forma de valorar lo que hay en el punto de partida. El timo del extranjero ya lo conozco. Y el de la Universidad, también. —ECP: Usted ha afirmado que la democracia pacta incluso con sus enemigos para intentar fagocitarlos e ir así perdurando como sistema político. Pero creo entender que a su juicio esto no podrá sostenerse a muy largo plazo, y que en algún momento la democracia, tal y como la conocemos, colapsará y pasará a convertirse en un sistema más de los que quedan codificados en la historia. La perspectiva no parece muy halagüeña, pues las alternativas que se adivinan a esta democracia, que efectivamente es imperfecta, no parecen tampoco demasiado amables. ¿Alberga la esperanza de que aún estamos a tiempo para corregir los mecanismos de la democracia que fallan y no estar así abocados a lo que parece un desastre? —JGM: La democracia puede entenderse y aplicarse de muchas formas. La democracia ateniense hoy sería intolerable, pues no es compatible con los Derechos Humanos actuales. La democracia de la que habla Spinoza en el Tratado teológico-político no dejó de ser en su momento, en 1670, un planteamiento utópico, por impracticable. Gustavo Bueno habló de «la democracia efectivamente existente», a la que criticó con dureza. Correcto. Yo tiendo a hablar de democracia posmoderna, que es la que tengo delante, un sistema de organización de la vida social, política y económica ideológicamente indefinido, acrítico y tolerante de todo con todos, y en el que todo es soluble en pactos explícitos o latentes. Las democracias posmodernas pactan con todo, aparentemente con el pueblo pero realmente sin el pueblo. Todo es soluble en la democracia: la droga, el terrorismo, la mafia, el narcotráfico, la corrupción, la demagogia, la maternidad subrogada, los lobbies, los fanatismos religiosos, las lenguas inútiles, la violación de las leyes políticas de la propia democracia, los imaginarios derechos de animales frente a los derechos reales de las personas (como si un animal y una persona fueran iguales), los derechos de culturas mitificadas o inventadas frente a individuos de carne y hueso (como si las culturas fueran más importantes que las personas), hasta el punto de sobreponer la psicología a la ontología, de modo que basta creerse algo para ser ese algo (basta imaginarse hombre para ser hombre, aunque se haya nacido mujer), etc. Por el momento, la democracia se lo traga todo. ¿Hasta cuándo? Hasta que deje de haber dinero. Donde hay dinero hay de todo, y se tolera de todo. Pero no siempre podrá tolerarse todo. Porque una rueda de radio infinito es una rueda que no puede moverse. Hoy día las leyes de la democracia son las leyes del mercado. Sólo cuando no tengamos dinero nos daremos cuenta de que vivimos en una sociedad que será democrática pero que no servirá para nada. Hoy la democracia es un juego entre tramposos. Siempre estamos a tiempo de corregir las cosas, pero no hay recursos humanos capaces de afrontar en estos momentos las correcciones necesarias. Y nada ha descarrilado todavía del todo: las víctimas del terrorismo han soportado la traición del Estado, los desahuciados por la crisis bancarias ya están en el olvido, los pupilos de una educación esterilizante crecen aletargados en la lisergia del mito de la felicidad, la prensa y la política siguen entreteniendo al personal de forma cada vez más sofisticada, las escuelas son ludotecas, los centros de enseñanza media son guarderías y, por si fuera poco, las universidades acogen generosamente todo tipo de patologías sociales, reemplazando en más de un caso a los antiguos manicomios. ¿Qué hay que cambiar? ¿Y para qué? Vivimos en un mundo feliz y pacífico. Cuando lleguen los chinos, e impongan sus propias maneras de entender la «paz» y la «felicidad», los supervivientes a la necrosis de esta democracia tendrán que lidiar con ellos. La guerra resolverá en su momento lo que sea pertinente. Yo espero morirme antes. —ECP: Desde Sócrates hasta hoy, ¿estima que hemos avanzado —si es que lo hemos hecho— en el uso que hacemos de la razón? —JGM: Hemos avanzado y hemos retrocedido. No todo depende de una cosa (monismo), ni tampoco cada cosa va por su lado, sin más (relativismo). La razón no funciona de forma aislada. La razón es la facultad humana que permite interpretar la realidad de forma compartida. Es como el dinero: para que funcione, todos tenemos que tenerlo y usarlo. Es nuestra forma de participar racionalmente, esto es, por raciones, si se quiere, en un todo inasumible por un único individuo. Razonar es negar el monismo, es negar lo absoluto (todo está relacionado con todo). Y negar también el relativismo (nada está relacionado con nada), porque siempre tiene que haber una totalidad de la que formar parte. No se puede tener razón a solas. La razón que no se puede compartir no es racional. El Yo, el individuo (autologismo), no puede tener razón nunca por sí solo. Y el Nosotros, es decir, el grupo, el gremio, el lobby (dialogismo), debe ser capaz de objetivarse más allá de sí mismo. Por eso la razón exige una norma, un sistema, una objetividad que esté por encima de Yo (del individuo) y por encima del Nosotros (del gremio, de la secta, del lobby). La razón ha de hacerse normativa. Por ello el feminismo radical será siempre un fracaso: porque el mundo no puede reducirse a un grupo (ni feminista ni de ningún otro tipo), del mismo modo que no hay un mapamundi de Gijón, ni un idioma hablado solo por una persona. En este sentido es totalmente ridículo hablar de los derechos de las minorías: los derechos de las minorías no son derechos, son privilegios. Por ese camino vamos directamente al Antiguo Régimen. Al racionalismo no le está permitido retroceder, pero a las sociedades irracionales, sí. Y la razón no ha existido desde siempre, y no tiene un seguro de vida. Pensemos en el asesinato de Hipatia de Alejandría por el fanatismo cristiano del siglo V. Hoy la política es algo extremadamente irracional. Y las democracias se hundirán precisamente por tolerar los irracionalismos, cada día más potentes dentro de ellas. Es irracional hablar de los derechos de los animales, porque quien así se expresa ni sabe lo que es el Derecho ni sabe lo que es un animal. Es irracional tolerar a los enemigos de la democracia. Es irracional aceptar en un Estado lo que legalmente impone la distaxia dentro de ese Estado. Dicho de otro modo: los nacionalismos son absolutamente irracionales. Y su desenlace es la guerra. No hay experiencia nacionalista que no haya concluido en una guerra. Pero nuestra sociedad está saturada de cobardes, lo cual es muy tranquilizador…, por el momento. De cualquier modo, las relaciones entre razón y política han sido siempre de traiciones mutuas. De los políticos no cabe esperar nada. De los profesores, tampoco. Son tiempos de irracionalismo institucional. Veremos hasta dónde llega. La razón siempre ha sido algo políticamente muy débil. Y hoy por hoy está anémica perdida. —ECP: ¿Cómo defendería usted la validez de los estudios humanísticos en general, frente a quienes dicen que solo los estudios que llamamos científicos (o tecnológicos) tienen alguna validez o utilidad para solventar los desafíos de la época actual? —JGM: Los estudios no se pueden dividir entre Humanísticos (ni en general ni en particular) y Científicos (o tecnológicos). Ya dije antes que la lengua es la principal tecnología, y los filólogos se creen humanistas por ocuparse de la lengua. Algo ridículo, realmente. Porque la lengua también es objeto del logopeda, del foniatra y del pediatra, entre otros que nada tienen que ver con la Filología. La diferencia entre Humanidades o ciencias del espíritu y Tecnologías o ciencias de la naturaleza viene del Idealismo alemán, y es una dicotomía hoy día lamentable y paupérrima, pues se concibió y desarrolló hace dos siglos para la percepción e interpretación de un mundo hoy inexistente, y definitivamente irrecuperable. Hoy día las ciencias son construcciones complejísimas y monstruosas, absolutamente imposibles de reducir a dos subconjuntos tan simples como lo humano y lo natural, el espíritu y la naturaleza, la cultura y la ciencia, etc… Las ciencias son hoy campos categoriales constructores y amplificadores de la realidad, una realidad que poco a poco se va conociendo, hoy sobre todo a través de la nanotecnología. No comprendo, sin embargo, qué es lo que se quiere decir cuando se habla de Humanidades, más allá del uso de una nomenclatura renacentista rehabilitada por el idealismo alemán, y por una tradición, por otro lado, enormemente ingenua, que vive de vender un crecepelo para calvos, es decir, una ilusión para estudiantes de letras. ¿Qué es el Humanismo hoy? Un término que remite a la Historia del Pensamiento. Humanistas eran también los asesinos nazis. La cultura es un mito, como bien explicó Gustavo Bueno en su obra homónima. Una vez pregunté a una bibliotecaria que hablaba mal de quienes no leían por qué lo hacía. Le pregunté si una persona que leía libros, y por lo tanto era, según ella, una persona culta, era mejor que otra que no leyera libros. Insistí en preguntar si alguien que leía debía tener privilegios legales en sus compras diarias, en la obtención del carnet de conducir o en la adquisición de bonos del Estado, tarifas aéreas o ramos de flores el día de la madre. Hoy la cultura es un complejo de superioridad que determinados grupos humanos exhiben frente a otros. La cultura es la gremialización del individuo, su sumisión al grupo. Para ser culto hay que formar parte de un grupo que te dota de esa cultura, es decir, de identidad cultural: el nacionalismo, el animalismo, el feminismo, el respeto por eso o aquello, etc… En el Antiguo Régimen la gente era religiosa, hoy es culta. Yo no tengo ningún interés en eso. El bienestar de la cultura es el malestar de la libertad. Yo no quiero saber nada con la cultura. Toda forma de cultura es una suerte de ideología intervenida por un gremio. En este sentido, el Humanismo es una nomenclatura obsoleta. Hemos reemplazado a la religión por la cultura, y a Dios por la Lengua. Y a la personalidad individual por la identidad del gremio que nos impone su lengua y su cultura, es decir, religión y su divinidad. Prefiero la incultura. Me preserva de muchas necedades. —ECP: Para concluir esta entrevista, sé que a Gustavo Bueno le gustaba el conocido madrigal de Gutierre de Cetina que comienza: “Ojos claros, serenos…”. ¿Sabe si era su poeta preferido? ¿Quién es para usted el poeta más relevante en lengua española?
—JGM: Habría que responder a la pregunta desde un criterio definido, es decir, habría que exponer antes cuáles son los criterios o parámetros de los valores que vamos a juzgar en la poesía. Desde una perspectiva lingüística, Góngora y Quevedo son fundamentales. Góngora necesitó tres siglos para que su racionalismo poético resultara comprensible. De ello se encargaron los llamados poetas del 27, y en particular Dámaso Alonso, desde una filología muy formalista y muy psicologista. Garcilaso expresa mejor que nadie el ideal de belleza renacentista, como Jorge Manrique despide elegíacamente la Edad Media española al codificar la idea de la muerte de forma perfectamente cristiana. Espronceda expone toda una teoría del Estado en su «Canción del pirata». Lorca, sin embargo, es un poeta eufónico: dice cosas que suenan muy bien, y que no significan nada, o que siempre significan lo mismo cuando presuntamente tienen algún sentido. Es muy poco original, pero a la gente le encanta leer lo que no entiende, y cuanto menos comprende lo que lee, mayor es su fascinación ante lo que de hecho no tiene ningún sentido. Es muy curioso este fenómeno. Pero la literatura no es un jeroglífico. A mi juicio, el Materialismo Filosófico tiene un poeta de referencia, que es Vicente Aleixandre. Yo considero que la poesía es filosofía en verso. El arte, si no tiene ideas, no es arte. Y la poesía, sin ideas, es simplemente un sonajero. Eso es lo que hacen los malos poetas, convertir la poesía en un sonajero. Que no lo hagan en español. No es bueno que las lenguas útiles se conviertan en un sonajero.
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«La envidia es quizás el pecado más amargo y más triste que hay» Entrevista realizada por MONTSE FERNÁNDEZ CRESPO Entrevistamos a Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) a propósito de su última novela, El castillo de diamante (Espasa, 2015), que al escribir estas líneas va ya por su quinta edición. Desde la aparición en 1995 de su primer libro, Coños, con el que se dio a conocer en el ámbito literario, son varias las obras de ficción escritas por nuestro autor; entre las más destacadas está La tempestad (1997), que recibió el Premio Planeta y lo lanzó definitivamente al gran público. Sus títulos más recientes son Me hallará la muerte (2012) y Morir bajo tu cielo (2014). A su actividad literaria habría que añadir la de articulista, pues colabora de forma asidua en periódicos y revistas de ámbito nacional, además de trabajar como tertuliano en varios programas de radio. Esta labor lo ha llevado a la publicación de algunos volúmenes recopilatorios de artículos y de entrevistas que realizó a otros escritores. En el medio televisivo fue también presentador y director de un espacio de debate cultural que se llamó Lágrimas en la lluvia, entre 2010 y 2013. Fruto de su quehacer periodístico, en el cual sus afirmaciones no suelen estar exentas de un estimulante aliento provocador, son los diferentes galardones que ha ido acumulando, entre ellos el “Julio Camba” (1997), el “César González-Ruano” (2000), el “Mariano de Cavia” (2006) o el “Joaquín Romero Murube” (2008). En El castillo de diamante Juan Manuel de Prada narra la conflictiva relación que mantuvieron dos importantes personajes históricos: Ana de Mendoza, Princesa de Éboli -perteneciente a una de las familias más poderosas de la época-, y Teresa Cepeda y Ahumada, más conocida como Santa Teresa de Jesús. Si bien se trata de un relato ficticio, la novela se basa en ciertos hechos reales. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Juan Manuel, ¿qué le hizo interesarse por estas dos mujeres, una de las cuales -Ana de Mendoza- es mucho menos conocida por el gran público que la otra? —JUAN MANUEL DE PRADA: Bueno, la razón por la que me incliné por esta historia es porque leyendo algún libro sobre Santa Teresa vi que se hablaba de su relación con la Princesa, y me llamó la atención que a un tema tan jugoso literariamente hablando no se le hubiera sacado todo el partido que merecía. A fin de cuentas, lo que narra una novela es un conflicto humano, y el conflicto que se planteaba entre estas dos mujeres me resultaba muy atractivo. Como también lo era la personalidad de ambas, pues seguramente fueron las dos mujeres más importantes que hubo durante el reinado de Felipe II: una en el plano político y mundano, y la otra en el religioso. De alguna manera, su enfrentamiento era un símbolo de algo mucho más profundo que no solamente las implicaba a ellas, sino que implicaba a toda la España de la época. —ECP: ¿Cómo fue el proceso de documentación, necesario para dar vida a las protagonistas y para recrear el ambiente de una época tan extraordinaria en lo político, lo cultural y lo espiritual como fue el siglo XVI? —JMdP: Sobre Santa Teresa hay muchísima documentación, es el personaje femenino con más bibliografía de toda la historia de España. Evidentemente la distancia en el tiempo dificulta la posibilidad de conocer determinados aspectos, pero la realidad es que existe una tradición literaria muy fuerte en torno a ella: desde la propia Santa Teresa, que escribió mucho —no solamente tenemos sus libros, sino también sus cartas—, pasando por todos los amigos con los que tuvo trato y que escribieron sobre ella. Y a partir de ahí hay una abundante bibliografía que se extiende a lo largo de los siglos. En el caso de Ana de Mendoza sucede lo contrario: es una persona importantísima en su época pero que, por haber caído en desgracia durante la última parte de su vida, no tuvo palmeros ni agasajadores, ni fue tampoco una mujer que dejara abundantes testimonios sobre ella. En ese sentido —al contrario que Santa Teresa— es un personaje que le permite al novelista mucha más libertad de movimiento. Aunque también hay algunas pocas fuentes sobre la princesa —nos han quedado cartas y testimonios sobre su figura—, la verdad es que resulta un personaje mucho más nebuloso. Por ejemplo, te diré que no está demostrado que fuera una mujer tuerta, en el sentido que le damos hoy en día a la palabra: persona a la que le falta un ojo. En aquella época “tuerta” era la persona que miraba torcido —de ahí viene la palabra—; es decir, el “bisojo” o “bizco”, que decimos hoy. Y es muy probable que la princesa, más que sufrir una amputación, fuese más bien bizca. —ECP: ¿Se conocen bien las razones de su enfrentamiento? —JMdP: Creo que la causa última de su enfrentamiento tiene que ver con que eran dos mujeres con personalidades muy parecidas. Generalmente las personas que mejor se complementan son aquellas que resultan muy distintas, mientras que aquellas que poseen un carácter semejante o que destacan en las mismas cosas suelen llevarse mal. Y yo creo que la Princesa y Santa Teresa tenían características bastante similares. A esto habría que añadir, naturalmente, las tensiones políticas y religiosas de la época, que son mucho más complejas de lo que habitualmente se cree. —ECP: Además de la Princesa de Éboli y de Santa Teresa, en el libro aparecen otras figuras históricas, como Ruy Gómez de Silva --marido de la Princesa--, Antonio Pérez --secretario de Felipe II-- o doña Catalina de Cardona, quien concebía la santidad, con sus extremas penitencias, de manera muy distinta a como lo hacía Santa Teresa. ¿Con cuál de estas figuras se ha permitido mayores licencias literarias? —JMdP: Sin duda alguna con Antonio Pérez. Tengo que reconocer que es un personaje al que le tengo bastante inquina. Me parece un hombre brillante, pero de un modo empalagoso y cargante, que no me agrada. Aparte, claro, fue el hombre que labró la perdición de la Princesa. En la novela digamos que me vengo y lo convierto en un pelele de ella, en una especie de perrito caniche a sus órdenes. Aunque lo más probable es que en realidad fuese él quien arrastrase a la Princesa a su caída. Con respecto al personaje de Ruy Gómez, en mi novela presento un matrimonio feliz entre él y la Princesa, con sus naturales disensiones y enfados, claro. Pero todos los indicios que tenemos —entre ellos las propias cartas de Ana de Mendoza— nos hablan de un matrimonio muy bien avenido y enamorado, y así es como yo lo muestro. Por tanto, con Ruy Pérez no tengo conciencia de haberme tomado grandes licencias, más allá de las que exige un relato novelesco. En el caso de doña Catalina de Cardona, al igual que en el de algunos personajes secundarios (ermitaños, beatas, visionarias, etc.), digamos que están un poco esperpentizados. Pero es que efectivamente eran personajes muy extremos; como María Jesús de Yepes, otra monja carmelita que aparece en la novela y que también quiso hacer una reforma, y que de hecho llegó a fundar un monasterio en Alcalá de Henares que sigue abierto y que, además, es un convento pujante. Son personajes que vivían su espiritualidad de una forma muy exagerada, que hoy en día nos resulta un poco chocante. La propia Santa Teresa siempre dio importancia a la penitencia y a la mortificación, y también tuvo una época de espiritualidad un tanto exagerada, pero luego cambió y se dio cuenta que eso no era lo más importante. —ECP: La narración comienza y termina en Sevilla, en 1575, con la declaración de Ana de Mendoza ante el tribunal del Santo Oficio. En las primeras páginas ya se nos advierte de los sentimientos encontrados que la Princesa alberga hacia la Santa: una admiración que las más de las veces suele ir acompañada de esa “pasión ruin” que es la envidia, cuando no de odio en los momentos en que Teresa no sigue sus designios. Estas emociones son las que la llevan a denunciar a la Santa ante los inquisidores. La envidia planea asimismo en el ánimo de Felipe II en relación con su hermanastro Juan de Austria, o en la rivalidad entre la casa de Mendoza y la de Alba, al menos por parte de Ana. ¿Hasta qué punto piensa que la envidia, una de las pasiones más básicas del ser humano, considerada por la Iglesia como un pecado capital, mueve el mundo y la Historia? —JMdP: La envidia es quizás el pecado más amargo y triste que hay. En un sentido teológico, la envidia es no aceptar el reparto divino de los dones. Unamuno decía que la democracia había convertido el pecado de la envidia en virtud cívica. Claro, hay algo terrible y es que Dios no es democrático, no es igualitario; las personas nacemos distintas: unas nacen guapas y otras feas, unas nacen listas y otras tontas. Generalmente la habilidad o la sabiduría humana está en saber potenciar los dones que uno ha recibido —que a veces son pocos y modestos—, puesto que normalmente, cuando eres capaz de explotar tus dones, puedes llegar muy alto. El problema es cuando te fijas en los dones del prójimo y quieres ser como él. Ese es quizás el gran drama del hombre moderno. Es la historia de Caín y Abel. Y es verdad que es un misterio terrible, que en el no creyente toma la forma de nihilismo o de orgullo destructivo, pues confirma que el mundo no tiene sentido. Por muy igualitarios que queramos ser o por mucha igualdad que impongamos a través de leyes, siempre va a haber gente que destaque más que nosotros. Y al creyente le hace muchas veces flaquear y pensar que Dios es injusto. Esta es una herida abierta a lo largo de la historia que ha afectado incluso a los hombres más grandes, como es el caso de Felipe II, que has mencionado. Felipe II siente envidia de su hermano porque ve que posee un atractivo personal que él no tiene —y que nunca va a tener— y que es un hombre que provoca auténtico entusiasmo en el pueblo. Y esto a Felipe II le remueve las tripas. Con esto te quiero decir que los grandes hombres no se han visto inmunes a este pecado, vicio o lacra, como lo queramos llamar. El único remedio que existe es transformarla en lo que Cervantes, en el prólogo del Quijote, llama “envidia santa”; es decir, el afán de emulación. Claro que para ello hay que tener la grandeza de reconocer que alguien es superior a ti y, a partir de ahí, en vez de envidiarlo, intentar emularlo en aquello en lo que nos supera. —ECP: Eso sería lo ideal. Pero no siempre nos quedamos ahí, en la admiración, en el deseo de emulación. —JMdP: Hay que ser una persona con mucha grandeza de ánimo, lo que no siempre es fácil. También he de decir que la envidia, a pesar de que es el elemento central de la novela, es una libertad que me he tomado, ya que no consta en modo alguno que la Princesa sintiera envidia hacia Santa Teresa. Del mismo modo que no se sabe exactamente en qué consistió y cuáles fueron las razones de que la Princesa denunciara a Santa Teresa ante la Inquisición. Es decir, se sabe que la denunció, pero no ha quedado constancia de cuál fue su denuncia, bien porque se han perdido los documentos, bien porque sus declaraciones fueran secretas, como a veces se hacía cuando la denunciante era de elevada alcurnia. —ECP: Al margen de esta denuncia, ¿existen otras evidencias de la mala relación entre ambas? —JMdP: Que se llevaban mal es un hecho. Santa Teresa se refiere a este episodio muy sucintamente y apenas hace referencia a él. Primero dice que se resiste mucho a acceder al ofrecimiento de la Princesa de fundar un convento en Pastrana. Después, que la Princesa le pedía cosas contrarias a su religión, a la regla que ella había impuesto a sus monjas y que, por eso, tuvo que marcharse de Pastrana. Eso es lo único que comenta, porque es muy discreta. También hay algún colaborador de Santa Teresa que aporta algún detalle más, como por ejemplo que ella le dio a la Princesa, después de que ésta le insistiera mucho, un ejemplar del Libro de la Vida, pero con la condición de que no se lo diese a leer a nadie más, y que la Princesa incumplió esta petición. Hay pocos datos, pero ciertamente se llevaron mal. A nivel político, Santa Teresa, como reformadora, fue una mujer beneficiada sobre todo por la Casa de Alba, que era enemiga de la de Éboli. Evidentemente la Casa de Éboli acude a Santa Teresa porque sabían que patrocinándola iban a ganar puntos ante el rey Felipe II, que era un impulsor de la reforma carmelita. Otras de las razones serían las que tienen que ver con las distintas visiones religiosas que tienen. A pesar de que se ha dicho —y esto demostraría una vez más que las categorías ideológicas son siempre un poco grotescas— que los Éboli representarían el partido liberal, frente a la Casa de Alba, que sería el partido más intransigente dentro de la corte, la realidad es que mientras que ésta era mucho más abierta a la reforma religiosa, la Casa de Éboli tenía una visión un poco anticuada de la espiritualidad. Por ejemplo, hay documentación donde se ve que la Princesa no entiende el asunto de la oración mental; o donde se resiste a que Santa Teresa impida la entrada en el claustro a nobles o a gente cercana a la Casa de Éboli. Es decir, que desde el punto de vista religioso la Princesa era retrógrada. Pero, más allá de que hubiera enfrentamientos religiosos y políticos, yo creo que el conflicto de fondo, como dije, es un conflicto de personalidades: las de dos mujeres que quieren imponer su voluntad, que tienen unos planes prefijados y que no están dispuestas a renunciar a ellos. —ECP: La novela muestra asimismo, como telón de fondo, las interferencias del poder político y económico en el religioso, y a la inversa. De igual manera, evidencia la corrupción y el fariseísmo religioso —«el peor de los vicios de la religión»— existente en todas las esferas: desde algunas de las ciento cincuenta monjas que conviven con Teresa en el abarrotado monasterio abulense hasta obispos, pasando por frailes, confesores, capellanes “medio letrados”, etc. Santa Teresa tuvo que enfrentarse con esto a lo largo de toda su vida; lo que no le impidió, sin embargo, realizar su reforma de la orden del Carmelo. Es más, en ocasiones incluso utiliza a “esos palillos de romero seco” que son las autoridades mundanas —a las que nunca se sometió-- en beneficio propio para llevar adelante su labor como fundadora y reformadora. ¿De qué manera Felipe II favoreció esa tarea reformadora de Santa Teresa, cuyo objetivo era devolver la Iglesia a “los rigores de la primitiva regla del Carmelo”? —JMdP: Felipe II fue un defensor a ultranza de la reforma religiosa, no solo de la de Santa Teresa, sino también de la de otros reformadores de la época, como por ejemplo San Pedro de Alcántara, de la orden franciscana. Y también de las nuevas órdenes religiosas —como la Compañía de Jesús— frente a las órdenes tradicionales, que estaban más maleadas, más corrompidas y que tenían una mayor dependencia de Roma, factor este muy importante. Hay una razón política muy evidente: del mismo modo que Carlos V luchó contra la nobleza y la derrotó en la Guerra de las Comunidades, digamos que el gran poder fáctico que seguía manteniendo su estatus durante el reinado de Felipe II eran las órdenes religiosas, que en aquel momento eran propietarias de una gran parte de las tierras de los reinos de Castilla y Aragón. Y que, además, tenían un poder enorme sobre muchas almas, especialmente sobre las que vivían en las tierras que eran de su propiedad. Felipe II en ningún momento se planteó nada parecido a una desamortización, por supuesto, pero sí consideraba que las órdenes religiosas —precisamente porque eran un poder muy fuerte— estaban plantando batalla arrimándose al Papa, que en aquella época no era sólo una autoridad espiritual, sino también una autoridad política. Así pues, Felipe II, que siempre fue un gran detractor del poder temporal del papado, que incluso llegó a guerrear contra él en algún momento en que éste se alió con Francia, se dio cuenta de que una de las maneras de romper ese vínculo tan fuerte entre el papado y las órdenes religiosas era potenciar reformas, o impulsar órdenes de reciente creación. Recordemos que el Concilio de Trento fue impulsado por su padre, el emperador Carlos, y ejecutado por él. Es una obra eminentemente española y, en contra de lo que la leyenda negra pretende, lo que trató es de purificar a la Iglesia y despojarla de dependencias mundanas. Felipe II es, pues, un gran impulsor de la reforma y un gran partidario de Santa Teresa de Jesús, con la que se intercambió cartas y a la que apoyó siempre. —ECP: ¿Qué hay de cierto en la pretendida acusación que la Inquisición lanzó contra Santa Teresa? —JMdP: Esto es un delirio, porque el tribunal de la Inquisición —según prerrogativa de los reyes de España— era un tribunal de dependencia del rey, a diferencia de los tribunales de la Inquisición de todos los demás países, que eran tribunales de dependencia de Roma. De este modo, un tribunal que dependía del rey, ¿cómo iba a perseguir a Santa Teresa de Jesús, que estaba recibiendo su ayuda? De hecho, la única investigación que se le abre a Santa Teresa en Sevilla se plantea precisamente para liberarla de todas las sospechas y acusaciones que están recayendo sobre ella. —ECP: Justamente esta investigación del Santo Oficio parece ser que tuvo como resultado blindar a Santa Teresa. —JMdP: La blindó, efectivamente, frente a todos los ataques de sus enemigos. ¿Santa Teresa recibió ataques desde el mundo eclesiástico? Sin duda, pero siempre fue por parte de los sectores más corrompidos y farisaicos de la Iglesia de la época. Las grandes personalidades —pensemos en un San Francisco de Borja, por ejemplo, en San Pedro Alcántara o en los mejores teólogos de la época, como el dominico Domingo Báñez— fueron grandes promotores de la causa de Santa Teresa y la apoyaron en los momentos más difíciles. Sí es verdad que tuvo grandes enemigos, sobre todo en su propia orden. La orden carmelita era quizás la más corrompida dentro de la enorme corrupción que existía en aquel momento. Los carmelitas, sobre todo en los conventos de Andalucía —que tenían mancebas en el convento, tierras a su nombre, etc—, sí que promueven una guerra a muerte contra Teresa debido a que ella consigue una cosa inesperada; y es que, después de todas las prohibiciones que le había impuesto la orden, consigue fundar gracias a que saca a su convento de la disciplina carmelita y la pone bajo la disciplina del obispo de Ávila mediante una autorización papal. Y luego, en una visita que hace el superior de los carmelitas —que viene desde Roma precisamente asustado ante los excesos y la corrupción que hay en los conventos españoles—, lo convence y él le da licencia para poder fundar todos los conventos que quiera en Castilla sin pedir permiso a nadie. Es entonces cuando Teresa sale de las fronteras castellanas y va a Andalucía; y cuando los carmelitas se revuelven contra a ella y convencen al superior para que se sume a ellos contra Santa Teresa. Ahí es donde Felipe II, de forma evidentísima, destruye el complot. Por tanto, Santa Teresa sufrió persecución desde ámbitos eclesiásticos, pero siempre fue por los sectores más deteriorados y lamentables de la Iglesia. —ECP: Siguiendo con Felipe II, ¿podríamos decir que este monarca abogó por una aristocracia basada en los méritos? Si esto fuera así, la idea denotaría cierta “modernidad” en comparación con la Princesa de Éboli, que representaría la vieja aristocracia, defensora del linaje de sangre. —JMdP: El caso de Ana de Mendoza es muy interesante porque ella pertenecía, efectivamente, a una familia que formaba parte de las grandes familias de la nobleza de Castilla: la familia de Mendoza, seguramente la que ostentaba más poder, después de la de Alba, en aquel momento. Pero, además, digamos que ella, a través del matrimonio, emparenta con la nueva nobleza que están potenciando los Austrias, que ya no es la de la sangre sino la de los méritos. Carlos V había empezado ya a favorecer una nueva aristocracia y Felipe II lo estaba haciendo también. De esta manera, la Princesa representa también a esa nueva aristocracia —representaría como un engarce entre dos épocas— a través de su matrimonio con Ruy Gómez, quien se convirtió más tarde en el hombre de confianza por excelencia de Felipe II. Y, de hecho, yo creo que esto también fue su perdición, porque precisamente por haber logrado superar ese obstáculo que los Austrias pusieron a la vieja nobleza, y haber conseguido que su familia siguiera siendo poderosa, quizás la ensoberbeció. Aunque no conocemos a ciencia cierta las razones por las que cae en desgracia Ana de Mendoza, siempre se suelen asociar a su alianza o asociación con Antonio Pérez, quien indudablemente tuvo mucho que ver. Pero no sabemos exactamente por qué el rey decide ser severo con ella. —ECP: Severo hasta el punto de mandarla encerrar durante dos años en el torreón de Pinto y en el castillo de Santorcaz y, más adelante, en su palacio de Pastrana, como se explica en el Apéndice de su novela. —JMdP: Siempre se ha dicho que es a raíz de la huida de Antonio Pérez que el rey descarga sus iras sobre ella, pero esto me parece un poco insatisfactorio. Al parecer la Princesa trató de casar a alguna de sus hijas con miembros de la familia de Braganza, que era la que le disputaba el trono de Portugal a Felipe II. Es muy posible que esta fuera la auténtica razón. El caso es que era una mujer de gran ambición que quería seguir haciendo valer sus prerrogativas con la Casa de Mendoza, esto es indudable. —ECP: Centrándonos ahora en la espiritualidad de la época, una de las manifestaciones de la fe religiosa es la que en aquellos años profesaron los denominados “alumbrados”, cuyos ritos, cada vez más degenerados, observaba Ana de Mendoza de pequeña, escondida detrás de una tinaja. ¿Qué importancia tuvo esta corriente espiritual en el siglo XVI? —JMdP: Se llamó así a una serie de personas con una sensibilidad espiritual muy próxima a lo que posteriormente iban a ser los luteranos o los protestantes. Surge en Castilla y, fundamentalmente, lo que querían los alumbrados era suprimir la mediación de la Iglesia. Creían que para la salvación del hombre no hacía falta la mediación de los curas y, por tanto, querían suprimir los sacramentos y las celebraciones litúrgicas. Postulaban también formas de oración al margen de la tradición de la Iglesia, abominaban de las devociones a los santos, de las imágenes, etc. Más tarde, efectivamente, los alumbrados van degenerando poco a poco. Por ejemplo, hubo casos de clérigos lujuriosos —digámoslo así— que potenciaban formas de devoción presuntamente espiritual pero que en realidad buscaban el refocile carnal. Hay escándalos muy graves ya en el reinado de Felipe II; y en los de Felipe III y Felipe IV se descubren conventos en los cuales los confesores mantienen tratos carnales con monjas, etc. Hay muchos fenómenos de este tipo ya a finales del XVI y muchos más en el XVII. A pesar de que este aspecto extraño de simbiosis entre lo espiritual y lo carnal tuvo protagonismo, no se dio en todos los alumbrados. Lo que ocurre es que en esta época el término “alumbrado” se le asignaba a cualquier persona herética, o simplemente a cualquier impostor religioso. Por ejemplo, en la novela se cuenta el caso de una monja —creo que se llamaba Magdalena de la Cruz— que fingió tener llagas y no alimentarse más que de la hostia, y que enloqueció totalmente al quedarse embarazada y proclamar que había concebido por obra del Espíritu Santo. Hubo muchos casos de este tipo, era una época de religiosidad muy intensa. Por lo demás, el término “alumbrado” se siguió usando mucho en España para referirse a todo tipo de herejes o de prácticas religiosas heterodoxas, incluso cuando ya la reforma se había consolidado. Fue una palabra que se mantuvo durante siglos. —ECP: Ana de Mendoza llegó a acusar a Teresa de pertenecer a esta secta. —JMdP: Santa Teresa forma parte de un nuevo tipo de espiritualidad que estaba surgiendo y que tenía algunas concomitancias con la de los alumbrados, fundamentalmente en lo que se refiere a la oración mental. De hecho, en aquel momento hubo muchos autores religiosos plenamente ortodoxos a quienes en un principio la Inquisición miró con lupa. El caso más famoso es el de Fray Luis de Granada, autor de La guía de pecadores. Y ahí está también el caso del franciscano Francisco de Osuna, autor del Abecedario espiritual. Estos libros se retirarían de la lectura, siendo restablecidos algunos años más tarde. Santa Teresa está muy influida por este tipo de autores, que son los que preconizan la oración mental y otras prácticas piadosas no establecidas por la tradición y que en ese momento despertaban muchas sospechas. Esta es la razón fundamental por la cual Santa Teresa fue mirada con recelo durante años antes de iniciar la reforma. Pero no por la Inquisición, como dije antes, sino por determinados miembros del estamento religioso, sobre todo en Ávila. Cuando recibe las denuncias ante la Inquisición todo el mundo la vuelve a acusar de alumbrada. Pero realmente quedó exonerada, nunca fue castigada de forma oficial. También conocía la práctica de lo que ella llamaba “el don de lágrimas”, que era llegar a emocionarse a través de la oración y del coloquio con Dios, algo que de igual manera era mirado con recelo desde determinados ámbitos teológicos. —ECP: A la par que mística, Santa Teresa fue una persona aventurera que en su primera juventud combinaba la lectura de libros sobre vidas de santos o mártires con otros de caballería, sentimentales o cancioneriles. En El castillo de diamante hay cuantiosas referencias literarias, sobre todo a héroes o pasajes que pertenecen a famosas novelas caballerescas, incluido el Quijote. Usted afirma incluso que con su libro ha intentado escribir una «novela de caballerías a lo divino». ¿Cree que Don Quijote y Santa Teresa tienen personalidades o vidas que de algún modo se asemejan? —JMdP: A mí este es el aspecto que más me interesa de Santa Teresa, a pesar de que en realidad no sea el más tratado ni el más destacado. Hay que recordar que, a pesar de que las tuvo durante toda su vida, el apogeo de las experiencias místicas de Santa Teresa coincide con la época de sus últimos años de estancia en el convento de la Encarnación, cuando ocurre su transformación de monja mediocre a la Santa que luego se iba a hacer famosa. En los últimos veinte años de su vida, desde que ella decide iniciar la reforma hasta su muerte, su principal actividad fue la fundación de conventos y la supervisión de su reforma. Y a mí lo que más me apetecía destacar en la novela era esta Santa Teresa fundadora, más que la Santa Teresa mística. Es aquí donde me esforcé más a la hora de configurar el personaje. Y, efectivamente, yo le vi muchas similitudes con los caballeros andantes. Ella fue una gran lectora de libros de caballerías en su juventud y es evidente que en su visión de la reforma interviene mucho el elemento caballeresco: es decir, esa mujer que sale a los caminos, que duerme en ventas, que tiene que estar trapicheando con los arrieros, etc. Don Quijote y Santa Teresa tienen muchas similitudes, incluso cronológicamente. Si te das cuenta, Don Quijote también era un hidalgo de vida mediocre hasta que casi frisando los cincuenta decide convertirse en caballero andante. Y Santa Teresa es casi con cincuenta años cuando decide convertirse en “caballera” andante, a una edad que era prácticamente la vejez de la época. Esto es lo que quise destacar en la novela: presentar la reforma religiosa de Santa Teresa con un ingrediente de caballería andante a lo divino. De hecho, en la novela hay constantes homenajes al Quijote. —ECP: Así como al género picaresco en personajes como María Jesús de Yepes o Alonso de Andrada. —JMdP: Porque cuando uno mira la vida de Santa Teresa, con quien realmente le gustaba estar era con este tipo de personas, que tenían mucho de pícaros a lo divino. De alguna manera no deja de hacer lo mismo que Jesucristo, quien cogió a sus discípulos entre gente marginal. —ECP: Otro de los rasgos destacables del carácter de la Santa abulense es que era una mujer alegre, dicharachera, poseedora de un gran sentido del humor, irónico y luminoso, en contraposición al de Ana de Mendoza, más sarcástico y cruel. De hecho, casi todos los personajes de El castillo de diamante mueven a la sonrisa, desde los principales a otros más secundarios, como pueden ser fray Pedro de Alcántara (hombre santo y alegre, muy estimado por Santa Teresa), el padre Mariano, fray Juan, etc. ¿Le ha sido difícil dar ese tono jocoso e ingenioso al texto, mezcla, como usted dice, de esperpento valleinclanesco y humor cervantino? —JMdP: En primer lugar quería que la novela fuese un homenaje a la literatura del Siglo de Oro. Y por otra parte me apetecía que fuera una novela que mostrase una imagen alegre, en su pobreza, de la España de la época, frente a esa otra imagen oscura, tenebrosa y cruel que se suele transmitir. La mentalidad protestante nos ha inculcado de forma lamentable que la alegría de los pueblos tiene que estar relacionada con su riqueza. Esto es una cosa grotesca que llega hasta el presente, en el que todos estamos encabronados porque no somos ricos como nos habían prometido. Yo quería que el elemento bienhumorado fuera palpable y, claro, para lograr esto la mejor manera era rendirle homenaje a la literatura española. Cuando leemos el Quijote, el Lazarillo, o incluso la gran poesía de la época, nos damos cuenta de que es una literatura donde aparece reflejada la pobreza, por supuesto, porque están los hidalgos que tienen que espolvorearse migas para aparentar que han comido opíparamente, etc. Pero también está siempre presente el sentido del humor, y este ambiente era el que yo quería que apareciese en la novela. —ECP: Es un punto de vista curioso que, por otra parte, se agradece. —JMdP: Tampoco era un elemento forzado, porque yo creo que si hay un rasgo distintivo en Santa Teresa es el sentido del humor. Era una mujer que siempre estaba haciendo bromas, a su costa muchas veces, riéndose de sí misma, de sus enemigos, de sus amigos. Esto se aprecia en todo su epistolario y en las anécdotas que nos han llegado de sus amigos más cercanos, quienes siempre insisten en este elemento. Para mí fue una cosa muy natural convertir a Santa Teresa en un personaje chispeante, con una vis cómica constante. Y al mismo tiempo quería reflejar el mundo en el que ella se desenvuelve; por una parte, un mundo en el que tiene que camelar a los poderosos y, por otra, un mundo en que ella siente esa atracción irresistible hacia los parias. El humor es uno de los rasgos principales de la novela. No obstante, mucha gente la lee en una clave equivocada, como si fuera una novela apologética, de defensa de la religión, o incluso una novela histórica. —ECP: Las dos protagonistas de El castillo de diamante tienen en común que son mujeres inteligentes, decididas, desenvueltas, con dotes de mando. Mujeres que luchan, en medio de una sociedad que pretende acallarlas, por llevar una vida acorde a sus aspiraciones; aspiraciones que en el caso de Ana de Mendoza tienen que ver, como hemos dicho, con la vida terrenal --quiere para su linaje la mayor supremacía-- y, en el caso de Teresa, con la vida espiritual --no se conforma, en su afán por agradar a Dios, con llevar una vida de monja mediocre—. Personalmente creo que la mayor inteligencia del ser humano siempre va unida a la bondad, o al menos a la carencia de maldad. Desde esa perspectiva, en mi opinión, Santa Teresa debió de ser una mujer mucho más inteligente que la Princesa. —JMdP: Esto sin duda. Más allá de lo que juzguemos que sea la inteligencia, es evidente que el triunfo de Santa Teresa, o la capacidad para adecuar sus anhelos a la realidad, fue mucho mayor que en el caso de la Princesa. Yo también pienso, al igual que tú, que la bondad es una expresión de la inteligencia. Creo que la maldad, en contra de lo que mucha gente opina, está asociada a la mediocridad que urde, que maquina, que calcula alevosamente; esto hace que a veces parezca cobrar aspecto de inteligencia. Pero no es cierto, la inteligencia es algo espontáneo, natural, mientras que la inteligencia del malvado suele ser una inteligencia muy premeditada, muy recocida en los alambiques del odio. En este sentido, salta a la vista que Santa Teresa era una mujer inteligentísima. Hay una frase suya, que yo reproduzco o parafraseo en mi novela, en la que ella aconseja a sus monjas que siempre se adapten a la forma de ser de su interlocutor. Esto es de una extraordinaria inteligencia. —ECP: Esa es precisamente una de las frases de Santa Teresa que me han hecho reflexionar y que he subrayado en el libro. —JMdP: Es lo que hoy llamamos de forma cursi “inteligencia emocional”, que no es sino la virtud de la prudencia, que consiste en adaptarse al medio para poder desarrollar tu labor. Fue una mujer que supo cautivar a personas poderosísimas e implicarlas en su reforma, y que supo salir de aprietos enormes. En la novela cuento, por ejemplo, cómo cuando llega a Toledo se le cierran todas las puertas y, en un principio, no puede fundar. Y a pesar de que el administrador apostólico de Toledo sabe que si le concede licencia va a meterse en un lío, Teresa consigue finalmente arrancarle la autorización. Sabía ganarse a sus interlocutores, o al menos aprovechar las rendijas que le dejaban sus enemigos. —ECP: Para ir acabando, quisiera referirme a la faceta de Santa Teresa como escritora. Su formación la constituyen unas pocas lecturas: las Confesiones de San Agustín, el Tercer abecedario de Francisco de Osuna o las obras de Laredo y fray Luis de Granada, entre otras. No le hizo falta mucho más para que su prosa, de gran originalidad, alcanzase una calidad excepcional, a la altura de otro importantísimo místico con el que trabó amistad, San Juan de la Cruz. Escribe con sencillez, con sinceridad y entusiasmo para explicar el gozo sus experiencias místicas y, en sus creaciones de carácter didáctico, para indicar el camino que debe seguir el Carmelo femenino descalzo o para servir de guía espiritual a sus monjas. E insiste con ellas en que escribe solo por obediencia, no por aparentar ser una persona sabia o letrada. —JMdP: Es evidente que no era una mujer culta en el sentido que tenía la palabra en la época: tener una cultura greco-latina, saber leer como mínimo en latín. Pero me atrevería a decir que probablemente era una mujer mucho más formada que la mayoría de las mujeres y varones de su época. La idea de una mujer ingenua que, sin cultura, se pone a escribir es de una falsedad tremenda. De hecho, se ha estudiado la cantidad de deudas que existen en su obra respecto de otros autores de la época o inmediatamente anteriores a ella, a quienes había leído con gran aprovechamiento. La novedad que introduce Santa Teresa es que es una literatura no retórica, más allá de que utilice símiles o figuras de estilo tomadas o inspiradas en otros libros. Su lenguaje transmite el espejismo de que estás leyendo algo que parece que es oral, con el fin de hacerse entender por sus monjas, que eran el destinatario natural de sus obras. Porque no olvidemos que los libros de Santa Teresa no se publicaron hasta después de su muerte, y que en vida solo circulaban en copias manuscritas. Paradójicamente, yo diría que ahora mismo Santa Teresa, precisamente porque su lenguaje es poco retórico, resulta una autora más difícil de leer que muchos de sus contemporáneos. Y me atrevería a decir que su lectura es más compleja que el Quijote, por ejemplo, que parece coser y cantar al lado de cualquier obra de Santa Teresa. O incluso más compleja que San Juan de la Cruz, por decir un estricto contemporáneo suyo. Yo destacaría de Santa Teresa esa capacidad para hablar de lo más sublime con una llaneza y una desenvoltura que verdaderamente te dejan perplejo. —ECP: Resulta curioso que un lenguaje marcadamente coloquial la haga hoy en día más complicada de leer, si bien es un interesante testimonio del uso de ese registro del castellano de aquella época. —JMdP: Ser una escritora que renuncia a la retórica clásica la hace mucho más moderna. Pero esa visión de una mujer ingenua, que escribe como se habla, que no tiene ningún tipo formación y que, por lo tanto, no tiene conciencia de ser escritora me parece una visión un poco grotesca y, en el fondo, un poco paternalista. Es como decir: mira esta monjita, pobrecita… —ECP: Por último, en la novela se señala que la escritura teresiana es rápida, fluida, suelta, que la carmelita no solía volver atrás sobre sus palabras para retocar las frases. ¿Ese sería tal vez el motivo de que a veces incurra en anacolutos u otro tipo de errores gramaticales?
—JMdP: Eso es verdad, y es una de las complicaciones de Santa Teresa. Escribía sin corregir o corrigiendo muy poco, no solía volver sobre lo escrito. A lo mejor abandonaba lo que estaba hablando y metía un inciso o una digresión que se alargaba durante folios. Es un rasgo que, más que de una persona que no escribe con mentalidad literaria, yo me atrevería a calificar como de alguien que no escribe con la publicación en la cabeza, una cosa que hoy en día es rara porque hoy cuando escribimos es con la idea de que sea publicado. Ella considera que su público era muy reducido, muy constreñido, básicamente sus monjas. Ponemos punto y final a esta charla advirtiendo que Juan Manuel de Prada ha entregado ya a sus editores una nueva novela que será publicada probablemente antes de que finalice 2016: Mirlo blanco, cisne negro, de temática totalmente distinta a El castillo de diamante. Título este último, por cierto, que hace referencia al castillo como símbolo del alma utilizado por Santa Teresa en su obra Las Moradas: «Antes que pase adelante os quiero decir que consideréis qué será ver este Castillo tan resplandeciente y hermoso, esta perla oriental, este árbol de vida que está plantado en las mesmas aguas vivas de la vida, que es Dios». Las mismas aguas de la vida llevadas al cauce de la literatura de la mano de uno de los mejores representantes de la novela contemporánea española, Juan Manuel de Prada. Entrevista realizada por MONTSE FERNÁNDEZ CRESPO Tras una trayectoria discográfica que comenzó con Mi cante y un poema (2001), Calle del aire (2001) y Mujeres (2006), la cantaora Estrella Morente (Granada, 1980) sacó al mercado Autorretrato en 2012, el penúltimo, por ahora, de sus discos. Se cumplían entonces dos años desde la inesperada muerte de su padre, Enrique Morente. Ese suceso supuso un forzado paréntesis en un trabajo del cual había sido principal impulsor el llorado maestro, aunque finalmente pudo ver la luz arropado por la presencia de otros destacados músicos; sin ir más lejos, en él podemos escuchar la guitarra del gran Paco de Lucía. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Estrella, en Autorretrato se intercalan canciones propias del folclore popular andaluz del que suelen partir tus trabajos (seguiriyas, bulerías, tanguillos, sevillanas…) con otras en las que se dejan sentir ritmos de culturas como la cubana. ¿Tiene que ver todo ello, esa mezcla que ya advertimos en tu última creación, Amar en paz, que incluye influencias de la bossa nova —Carlos Jobim, Vinicius de Moraes, Milton Nascimento, etc—, con la visión tan particular que tenía tu padre del cante, quien procuraba continuamente asomarse a otros universos musicales? —ESTRELLA MORENTE: Yo creo que es un compendio de cosas, la suma de muchos sentimientos. Pero también se trata de una labor de información, de la propia afición por el arte, la ilusión por el desarrollo de mi propio oficio y, por supuesto, de herencia, porque lo he visto siempre en mi casa; sí, porque es algo que he heredado. Nosotros venimos del gran árbol del cante flamenco, de cuyo tronco partimos como ramas que simbolizan los diversos caminos del cante. Esa raíz es lo que nos despierta la curiosidad, en nuestro caso, para acercarnos a otros orígenes artísticos. No solamente a otros géneros musicales, sino también a otras disciplinas, como pueden ser la escultura, la pintura, la fotografía o la literatura. Todo va unido, todo sale del tronco del cante, que es nuestra veleta y nuestra brújula para saber dónde está el norte de la posible creación. —ECP: Autorretrato cuenta, además, con la colaboración del compositor y pianista británico Michael Nyman y del reconocido guitarrista de jazz estadounidense Pat Metheny. —EM: Sí, precisamente a raíz de lo que te comentaba anteriormente, te encuentras con grandes músicos, compositores y creadores como Pat Metheny, Michael Nyman o Paco de Lucía, quienes al estar de igual manera en ese camino de búsqueda y de curiosidad es fácil que en algún momento coincidamos en él. Es evidente que en Estrella Morente el flamenco es siempre la base, aunque se halle traspasado en su caso por unos matices contemporáneos, elegantemente personales, que no quebrantan sin embargo sus raíces clásicas más raciales y auténticas. Eso mismo percibimos en su estética y puesta en escena: tradicionalmente andaluza, sobria, romántica, femenina, junto con una actitud flamenca y serena. En ocasiones se atreve incluso a bailar, como cuando interpretas con apasionamiento y delicadeza la pieza Zambra. Todo un espectáculo. —ECP: ¿Es el flamenco, cante pasional y sensible en grado extremo, el que mejor se adapta a tu personalidad? —EM: El flamenco es lo primero que escuché estando en el vientre de mi madre. El flamenco es mi vida, es algo rotundo que recorre cada poro de mi piel y hace que me estremezca cada vez que lo siento, que lo escucho o lo interpreto. Además, es un género musical tan rico en emociones y tan intenso, tan puro y verdadero, tan hecho al sentimiento, que se convierte en una flecha directa al alma de quien lo escucha. No hace falta ser un experto en el cante, el baile o el toque flamenco para que te salga un “ole” cuando estás ante un verdadero artista. Yo he tenido la suerte de vivir un flamenco, digamos, literario; quiero decir, un flamenco basado en el respeto absoluto por los textos. Mi padre, gran amante de la literatura, decía siempre que el texto, la letra, era el cincuenta por ciento de un tema, que tenía la misma importancia que la música. Cuidaba mucho las letras que cantaba y procuraba acercarse a los grandes poetas, escritores y narradores de cualquier época, le interesaban todos, desde los clásicos hasta los contemporáneos. La literatura tuvo un peso muy importante en la labor de Enrique Morente. —ECP: Y en cuanto al aprendizaje del baile, ¿qué influencia ha tenido tu madre, la bailaora Aurora Carbonell, o el entorno familiar en el que has crecido? ¿Qué has aprendido de ellos? —EM: La danza forma parte de mi cuerpo y del de mis hijos; ellos danzan porque yo lo hice también desde niña. Amo el baile, amo la formación clásica de las bailarinas y la fuerza y la improvisación de las bailaoras flamencas. Creo que la vida es una danza, y tengo la suerte de haber nacido del vientre de una de las mejores bailaoras que ha dado el flamenco, Aurora Carbonell, “La Pelota”. Una mujer gitana, musa de Enrique Morente durante más de media vida, autodidacta, que supo rescatar de un libro de segunda mano del Rastro de Madrid unos poemas de Juan Ramón Jiménez para mi primer disco. Una mujer que a pesar de haber dedicado su vida a la crianza y al equilibrio de nuestra familia a base de los potajes más ricos del mundo, ha sabido, en la sombra, empaparse de todas esas oportunidades tan maravillosas que ha tenido: disfrutar junto a mi padre en los museos, en los viajes, en los atardeceres frente a La Alhambra o en Egipto, o recibir en casa con un gazpacho a Leonard Cohen. Una mujer mágica que nos ha dado una educación de lucha por los derechos de la mujer, de independencia y de humildad. Estoy muy orgullosa de que haya sido capaz también, tras todo el dolor sufrido y vivido, de haberlo convertido en arte y de que una porción de él lo haya podido mostrar durante varios meses consecutivos de 2014 y 2015 en una exposición, en el Palacio de Carlos V de La Alhambra, que se tituló Universo Morente, junto a obras de Miquel Barceló y de José María Sicilia, que fueron de alguna manera sus padrinos, y que recibió innumerables visitas. Ha sido igualmente muy hermoso haber visto realizado su sueño de interpretar unas performances únicas que quedarán para la historia en el Teatro Español de Madrid, durante las cuales la gente, conmocionada, no sabía si llorar, reír o aplaudir ante semejante interpretación, que además recibió el elogio de la crítica más selecta y el reconocimiento de grandes artistas y profesionales. Autorretrato contiene, entre otros temas, ‘Le di a la caza alcance’, que es la adaptación musical de unas bellísimas coplas a los divino de San Juan de la Cruz. En ellas, el alma es alegóricamente un ave de cetrería que se lanza en pos de Dios. Literatura mística de excelsa altura: Tras de un amoroso lance, y no de esperanza falto, volé tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance. Para que yo alcance diese a aqueste lance divino, tanto volar me convino que de vista me perdiese; y con todo, en este trance en el vuelo quedé falto; mas el amor fue tan alto, que le di a la caza alcance. —ECP: ¿Cómo surgió la idea de musicar este poema? —EM: Como te decía, mi padre siempre ha sido un gran enamorado de la literatura. Nos contaba que lo primero que cayó en sus manos fue un libreto donde venían, por semanas, fragmentos de Doña Rosita la soltera. Él era el hijo de la panadera y repartía el pan en El Albaicín durante la posguerra granadina, que fue muy dura, por cierto. Y empezó a ilusionarse leyendo esos librillos donde venían parte de algunas historietas de tebeos y la citada obra de Federico García Lorca. A partir de ahí fue poco a poco necesitando leer más y más, y se dio cuenta de que la literatura, a veces, era la única capaz de contarnos realmente nuestros orígenes de manera más fiel incluso que una madre o un hermano. […] De esta forma comenzó a introducir en los cantes letras de poetas españoles, como Miguel Hernández, Machado o Federico; es decir, es cuando el cante flamenco se acerca a la literatura. Más tarde marchó a México, adonde se fue con una mano delante y otra detrás, a la aventura. Allí tiene la oportunidad de conocer a poetas como Pedro Garfias y otros intelectuales del momento. Su interés por los textos sacros era continuo: San Juan de la Cruz, Santa Teresa, etc. Pero sobre todo San Juan de la Cruz le lleva o le eleva, nunca mejor dicho, a otra dimensión como creador. Es lo que le movió a cantar incluso hasta en latín, literalmente, y a crear una de sus obras más importantes, la Misa Flamenca. Así es que desde niña tengo esa necesidad de buscar en los grandes poetas y literatos lo que quiero expresar como cantaora. El poema ‘Tras de un amoroso lance’ llevaba mucho tiempo estudiándolo, siempre me había gustado San Juan de la Cruz. Un día, tras una actuación en la sala Salders Wells, de Londres, tuvimos la fortuna de recibir en los camerinos la visita del maestro Michael Nyman, el cual generosísimamente dejó en mi tocador una serie de discos como regalo. Al volver a España los escuché todos detenidamente: entre ellos había uno que se grabó hacía 30 años. En seguida comprendí que encajaba con el poema. Sin pensarlo dos veces me metí en el estudio y lo grabé sobre el cd de Michael. En una segunda visita a Granada de Michael, tras un concierto suyo, mi madre preparó en casa un gazpacho, y en un descuido Javier, mi marido, le puso a mi padre el tema a escondidas mía, desde un teléfono móvil. Mi padre llamó a Michael, que estaba en la terraza observando el atardecer de La Alhambra, para que escuchara el tema. Y aunque pueda parecer pretencioso, tengo que contarlo, porque es una suerte referirlo como músico: a Michael se le cayeron dos lágrimas, sacó un pañuelo de su chaqueta negra, se levantó sus características gafas y dijo: “sorry, perdonad”. Yo le di entonces un abrazo y él añadió: “disculpad que me emocione pero no puedo evitarlo; yo pensaba que mi obra estaba ya hecha desde hacía treinta años y al escuchar esto me he dado cuenta de que estaba inacabada. ¿Podemos grabarlo?”. Esa fue su pregunta, y en ese momento surgió algo muy especial. Este ha sido uno de los regalos más maravillosos que me ha proporcionado la literatura: el leer a San Juan de la Cruz y el haber podido tocar con Michael Nyman. Luego he recibido otras influencias, como las de Isidro Muñoz, José Luis Ortiz Nuevo, Luis García Montero o Mariano Maresca, quienes además de ser grandes artistas son personas que nos ayudan a seguir comprendiendo la importancia de vincular el flamenco a la literatura. Tal vez en este punto no esté de más recordar que San Juan de la Cruz, aunque abulense, estuvo muy vinculado a Granada por haber sido prior del Convento de los Mártires entre 1582 y 1588, lugar en el cual escribió una parte significativa de su obra. —ECP: Cambiando un poco de asunto, Estrella, de pequeña estudiaste en un colegio de Puerta de Hierro, en Madrid, de donde es tu madre, pero pronto os trasladaron a tus hermanos y ti a una escuela a la vera del Sacromonte y de la Alhambra, en Granada, la ciudad natal de tu padre y la tuya propia. ¿Qué tenía para ti de especial Granada que no tuviera Madrid? Sin con ello querer decir que una ciudad sea mejor o peor que la otra. —EM: En Madrid estuvimos en varios colegios, iba junto a mi hermana Soleá. Por la profesión que tenía mi padre cambiábamos con frecuencia de domicilio: de Madrid a Granada, y de allí a Madrid, donde estuve en un colegio de monjas de la Caridad; recuerdo que todas ellas eran muy buenas personas. A pesar de que mis padres no eran practicantes, nos enseñaron la importancia de la oración y de que conociéramos espiritualmente todo. Eso es lo que mi padre hacía con nosotros, nos ofreció todo tipo de oportunidades, nos dio a conocer diferentes ambientes para que entendiésemos que no había una sola dirección, una sola doctrina, sino que la vida está compuesta de muchas sensibilidades diferentes y que la clave es respetarlas todas. Efectivamente, Granada no es mejor que Madrid, ni Madrid mejor que Granada. Nadie es mejor que nadie, todo es una suma; la gente que resta se pierde la diversidad, que es algo maravilloso, es síntoma de inteligencia. Por eso mis padres siempre nos decían de pequeños que somos de todos los lugares del mundo, lo que ocurre es que a veces vivimos las cosas en una sola dirección. Hemos referido que en la casa familiar de Estrella Morente siempre había a mano textos de buenos poetas, algunos de los cuales ella ha adaptado y puesto música. Lo ha hecho con Juan Ramón o con San Juan de la Cruz, como ya sabemos, o con ‘Los cuatro muleros’, composición de origen popular recogida por Federico García Lorca, quien la grabó para el disco Colección de canciones populares españolas, con él al piano y cantada por La Argentinita, y que años más tarde se hizo tan famosa en la voz de Pepe Marchena. Precisamente en 2005 Estrella Morente actúa en el Teatro Español de Madrid recreando aquella mítica noche de junio de 1922 en La Alhambra, en cuya Plaza de los Aljibes se celebró el I Concurso nacional de cante jondo, con el apoyo, entre otros notables protagonistas, de Manuel de Falla y Federico García Lorca, interesados todos ellos en revalorizar y dignificar el flamenco más genuino. En aquella lejana y memorable ocasión de hace más de noventa años asistió como conferenciante invitado Ramón Gómez de la Serna y, entre los asistentes, personajes de la talla de Santiago Rusiñol o Ramón Pérez de Ayala. En definitiva, un certamen en el cual se dieron cita un conjunto extraordinario e irrepetible de talentos de la música, la literatura, la pintura y la política. —ECP: ¿En el espejo de qué cantaores de aquel espectáculo, que fue sin duda uno de los acontecimientos más importantes de la historia del flamenco, te miras? ¿Y por qué motivo? —EM: Sin duda Pastora Pavón, “Niña de los Peines”, es una de mis mayores referentes, uno de los pilares de mi carrera como cantaora, alguien a quien no me cuesta trabajo descifrar en los discos de pizarra. La siento como una cantaora maternal a pesar de separarnos varias generaciones y de no habernos conocido nunca. A otros cantaores me cuesta más descifrarlos. El de Pastora es un cante complejo, rápido y con muchos trabalenguas, pero la comprendo muy bien, para mí es como algo muy reconocible. No obstante yo no me quedaría solamente con la figura de Pastora o de Falla o de Federico, que me son muy queridos. Yo destacaría sobre todo lo que significó ese acontecimiento de 1922, esa reunión extraordinaria de artistas y de intelectuales a los que, como dijera Federico en su conferencia, «no quiero homenajear sino subrayar a los asistentes». Si echas un poco la vista atrás en mi carrera, es como si de algún modo me hubiera especializado en esos cantes, casi sin saberlo yo. Como cuando canté ‘Los Cuatro Muleros’ junto a Juan Habichuela en los Mundiales de esquí celebrados hace años en Sierra Nevada. Esos cantes me han acompañado siempre y lo siguen haciendo. Sin ir más lejos, en el próximo disco que preparo con Javier Perianes incluyo un repertorio que forma parte de Granada, de España, de mi tierra. En definitiva, todas esas músicas populares en las que se traslada la magia del pueblo andaluz a las partituras, convirtiendo la música popular en música culta, en música de culto. Para mí es un sueño, ahora que lo pienso, haber navegado en esas aguas desde el principio y haber profundizado en ese trabajo tan serio y tan digno que nos dejaron artistas tan sublimes como los que estamos citando. Y tengo, además, la suerte de haber nacido en Granada, en la ciudad de La Alhambra, posiblemente uno de los lugares donde más poemas se hayan leído de todo el planeta durante siglos, durante generaciones. Los árabes dejaron en sus muros y paredes inscripciones y poemas que hablan del agua y de mil cosas más. Todo está escrito ahí, en La Alhambra. Es una de mis grandes fortunas; gracias a La Alhambra tuve madre, hijos, amor y viví el arte. Solamente con el hecho de ver encenderse y apagarse sus luces me siento una de las personas más privilegiadas del mundo, sobre todo porque es algo que puedo compartir con los demás. ‘Canción de los pastores’ es uno de los villancicos que escogió la cantaora granadina para su álbum Calle del aire, y años más tarde lo cantó también junto a la fadista portuguesa Dulce Pontes: Dicen que los pastores huelen a lana. Pastorcillo es el mío, huele a retama, quítate niño de los balcones porque si no te quitas, ramo de flores, llamaré a la justicia que te aprisione con las cadenas de mis amores. —ECP: Para terminar, Estrella, ¿qué nos puedes comentar de tu ‘Canción de los pastores’?
—EM: La ‘Nana de los pastores’ es música de la casa de Lorca. Un día, durante unas navidades, nos la cantó su sobrina nieta, Laura García Lorca, en la Zubia, un pueblo pegado a Sierra Nevada. Y desde entonces mi padre la recreó y la introdujo en su repertorio. Fue una de las primeras canciones que grabé junto a Chano Domínguez, y ahora mi hermana Soleá también la interpreta. Se ha convertido en música de mi casa. Porque la música de la casa de Lorca, de la huerta lorquiana donde vivía también Encarna, mi abuela, la madre de mi padre, esas nanas y esas canciones de columpios, es también la música de la Vega de Granada. Pondremos el colofón a esta entrevista recordando que Estrella Morente ha hecho además varias incursiones en el cine, con su presencia o su voz: Flamenco (1995), Buñuel y la mesa del Rey Salomón (2001), Iberia (2005, las tres del director Carlos Saura); Volver (2006, de Pedro Almodóvar) o Guadalquivir (documental dirigido en 2013 por Joaquín Gutiérrez Acha). Ha intervenido en célebres y acreditados Festivales —entre los que se encuentran el Festival Internacional del Cante de las Minas de La Unión, el Festival Internacional de la Guitarra de Córdoba, o el Festival Internacional de Música y Danza de Granada— y se ha subido a numerosos escenarios dentro y fuera de nuestro país. Una de sus últimas actuaciones tuvo lugar en el Palau de la Música Catalana con la presentación de El Amor brujo: una amplia selección de temas de Falla y Federico García Lorca, en un concierto solidario a beneficio de la Fundación Vicente Ferrer. A pesar de que sólo hemos podido detenernos en algunos de los hitos de su ya larga trayectoria profesional —debutó a los dieciséis años—, apuntemos que actualmente está inmersa en nuevos proyectos, como ella misma ha explicado, al lado del pianista clásico Javier Perianes. |
ENTREVISTAS
El Coloquio de los Perros. CABEZAS, ISMAEL
CAMARASA, RAFAEL CARBAJOSA, NATALIA CARIDE, ALBERTO CARRILLO, VIRIDIANA CÉLINE CEREZUELA, ANA CERVERA, RAFA CHEJFEC, SERGIO CHEJFEC, SERGIO [5] CHESSA, ALBERTO CHESSA, ALBERTO [Anatomía de una sombra] CHICO, ÁLEX CISNERO, ALBERTO COMAN, DAN CONTRERAS, NADIA CORTINA, ÁLVARO CRUZ, GINÉS DELGADO, DESIRÉE DÍAZ, ANA CLAUDIA DÍEZ, JOSÉ MANUEL DOMINIQUE A ELENA PARDO, CRISTINA ELKOURI, RIMA ESPEJO, JOSÉ DANIEL ESPEJO, JOSÉ DANIEL [Perro fantasma] FONT, VIOLETA GALÁN, JULIO CÉSAR GALÁN MOREU, SALVADOR GALÁN MOREU, SALVADOR [No fall] GALINDO, BRUNO GALLARDO, JOSÉ MANUEL GALLUD, EVA GALVÁN, ANI GAMBOA, JEYMER GARCÍA, CONCHA GARCÍA, DIEGO L. GARCÍA JIMÉNEZ, SALVADOR GARCÍA LÓPEZ, ERNESTO GARCÍA MELLADO, ISABEL GARCÍA-VILLALBA, ALFONSO GARRIDO PANIAGUA, RODRIGO GASS, CARLOS GINÉS, ANTONIO LUIS GINÉS, ANTONIO LUIS [Antonov] GÓMEZ, MACARENA GÓMEZ BLESA, MERCEDES GÓMEZ RIBELLES, ANTONIO GÓMEZ RIBELLES, ANTONIO [QUIROMANTE] GONZÁLEZ LAGO, DAVID GRACIA, ÁNGEL GROZO, DANIEL GUERRA NARANJO, ALBERTO HENDERSON, DAIANA HERNÁNDEZ, GALA HERNÁNDEZ, JULIO HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [EL DOLOR DE LOS DEMÁS] HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [ANOXIA] HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [TIEMPO POR VENIR] HERNÁNDEZ BUSTO, ERNESTO IRIBARREN, KARMELO C. JORGE PADRÓN, JUSTO KASZTELAN, NURIT LADDAGA, REINALDO LAYNA RANZ, FRANCISCO LEZCANO, YULEISY CRUZ LINAZASORO, KARLOS LLOR, DOMINGO LOBATO, FLORA LÓPEZ, PABLO LÓPEZ AGÜERA, FULGENCIO ANTONIO LÓPEZ KOSAK, ANDREA LÓPEZ MONDÉJAR, LOLA LÓPEZ MONDÉJAR, LOLA [Qué mundo tan maravilloso] LÓPEZ POMARES, ALEJANDRO LÓPEZ SANDOVAL, DAVID LÓPEZ SORIA, MARISA LOUZAO, ALICIA MACHUCA, LUIS MAESTRO, JESÚS G. MALAVER, ARY MANUELA, ADRIANA MARGARIT, LUCAS MARÍN, MARÍA MARÍN, MARIO MARÍN ALBALATE, ANTONIO MARQUARDT, ANJA MART, BLANCA MARTÍ VALLEJO, MAITE MARTÍN, RUBÉN MARTÍN GIJÓN, SUSANA MARTÍN IGLESIAS, VÍCTOR MARTÍNEZ CASTILLO, ANA MENDOZA, NURIA MESA, SARA MICÓ, JOSÉ MARÍA MIGUEL, LUNA MIRALLES, INMA MOGA, EDUARDO MOLINO, SERGIO (DEL) MONTEVERDE, JULIO MONTEVERDE SÁNCHEZ, CONCEPCIÓN MOR, DOLAN MORALES, JAVIER MORANO, CRISTINA MORENO, ANTONIO MORENO, ELOY MORENO, JAVIER MORENO, SEBASTIÁN MORENTE, ESTRELLA MOYA, MANUEL MUÑOZ, MIGUEL ÁNGEL NAVARRO, ÓSCAR NETO DOS SANTOS, MANUEL NIETO, LOLA NORDBRANDT, HENRIK NUÑO, SIHARA OLMOS, ALBERTO OREJUDO, ANTONIO ORTIZ, DEMIAN ORTIZ ALBERO, MIGUEL ÁNGEL PALOMEQUE, AZAHARA PAPELES DEL NÁUFRAGO [Antonio Lafarque y Aníbal García] PARDO VIDAL, JUAN PARRA SANZ, ANTONIO PEÑA DACOSTA, VÍCTOR PEÑALVER, PATRICIO PEÑAS, ESTHER PÉREZ CAÑAMARES, ANA [Querida hija imperfecta] PÉREZ CAÑAMARES, ANA [Las sumas y los restos] PÉREZ LEAL, AGUSTÍN PÉREZ MONTALBÁN, ISABEL PERONA, JESÚS PICÓN, EMILIO PRADA, JUAN MANUEL DE PRUDENCIO, JESÚS PUJANTE, BASILIO PUJANTE, MANUEL QUIJANO SÁNCHEZ, EDUARDO RÍOS, BRENDA RIVAS GONZÁLEZ, MANUEL ROBLES, SALVA RODRÍGUEZ, ALFREDO RODRÍGUEZ, ALFREDO [Urre Aroa] RODRÍGUEZ, ALFREDO [Días del indomable] RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, ANTONIO RODRÍGUEZ PAPPE, SOLANGE ROMERO MORA, J.D. ROMERO MORA, J.D. [En el desvarío] ROSADO, JUAN JOSÉ ROSSELL, MARINA RUDEL, JAUFRÉ RUIZ GUERRERO, Mª CARMEN SALSE BATÁN, ALEJANDRO SÁNCHEZ, GINÉS SÁNCHEZ, GINÉS [2096] SÁNCHEZ, GINÉS [MUJERES EN LA OSCURIDAD] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [El nudo] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [FACTBOOK] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [LA CADENA DEL FRÍO] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [LOS QUE ESCUCHAN] SÁNCHEZ GÓMEZ, MARISOL SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS [Pastillas debajo de la lengua] SÁNCHEZ MENÉNDEZ, JAVIER SÁNCHEZ ROBLES, MIGUEL SÁNCHIZ, ANTONI SANTOS, ABEL SCHWEBLIN, SUSANA SEÑOR, RUBÉN SERRANO, PABLO SORIANO, ADA SUANE, SAÚL TRIGUEROS, SARA J. ÚBEDA, ANABEL URÍA, JUAN MANUEL VAL, FERNANDO DEL VALDÉS, ANDREA VALERO, MANUEL VALLÈS, TINA VARAS, VALENTINA VEGA, MIGUEL VERA FIGUEROA, ALBA VICENTE, TERESA VICENTE CONESA, FRANCISCO VILA-MATAS, ENRIQUE Hemeroteca
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