Entrevista realizada por Mª JOSÉ VILLARROYA lejos Entre París, Barcelona y Madrid viven los poemas de lejos, el nuevo libro de Ana Cerezuela, ilustrado por Kaos (Juan Bermúdez). Ana Cerezuela González nació en Murcia, en 1995; Juan Bermúdez en Granada, en 1993. Ella ha estudiado Antropología Social y Cultural en la Universidad Complutense de Madrid. Él estudió Bellas Artes en Granada. Ana publicó en 2015 su primera antología poética La viajera incandescente. Juan publicó en 2018 su primer libro ilustrado La torre y en 2019 El chico azul con pies de hierro. Los dos han participado en recitales, charlas, eventos, presentaciones, convenciones, festivales, ferias y exposiciones por toda España. A ambos les mueve la necesidad de comunicar. Los dos son reputados creadores online. Ana comparte en YouTube su poesía, además de realizar vídeos de contenido divulgativo y activista. Él, Kaos, en su canal de YouTube intenta aunar su habilidad como ilustrador y escritor mediante el medio audiovisual. No es de extrañar que una gran amistad y un mismo empeño los reuniera en este poemario del que hoy hablamos con Ana Cerezuela. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Cómo surge la idea de tratar tu libro de poemas como un proyecto integrado de poesía e ilustración? —ANA CEREZUELA: La idea, en el fondo, era bastante obvia. Kaos y yo llevamos muchos años haciendo cosas juntos de forma bastante natural, porque tenemos inquietudes parecidas, nos admiramos mucho mutuamente y nos conocemos muy bien. Él hizo las ilustraciones del interior de La viajera incandescente, y desde entonces creo que ambos teníamos claro que la combinación de su trabajo y el mío podía ser muy interesante. Pero en realidad fue nuestra amiga KoiSamsa la que nos preguntó un día por qué no habíamos hecho todavía un poemario ilustrado, y nos dimos cuenta de que tenía razón. —ECP: ¿Qué aporta Kaos y sus ilustraciones a tu libro? —AC: Las ilustraciones dan una dimensión nueva a los poemas. Hubo un proceso muy bonito de negociación y creación conjunta, pero en última instancia son el resultado de dejar que Kaos se inspirase libremente en lo que yo había escrito. Las ilustraciones hablan por sí mismas, aportan un marco distinto al que yo concebía en los poemas, y para mí son una parte fundamental del contenido. —ECP: ¿Qué viaje recorrió el manuscrito hasta llegar a las manos de la editorial Valparaíso? —AC: Fue bastante rápido. El manuscrito sólo lo recibieron ellos, aunque la propuesta del proyecto con algunos textos e ilustraciones sí que la enviamos a varias editoriales. Pero Valparaíso fue la primera en contestar, y de todas las opciones era la que más me atraía por su foco en la poesía contemporánea y el espacio tan cuidado que dan a las autoras y autores jóvenes, así que no le dimos muchas más vueltas. —ECP: Tal y como yo lo veo, lejos es un libro sobre el exilio de uno mismo, sobre la huida y la búsqueda. París, Barcelona, Madrid. ¿Qué dejabas atrás en cada una de esas tres ciudades? Y, al mismo tiempo, ¿qué hallaste en ellas? —AC: Cuando me fui a Barcelona tenía 18 años y dejaba atrás todo lo que me había venido dado, estaba buscando el vértigo. Encontré algo de perspectiva, el sentido de pertenencia que creía que no tenía, la diversidad que echaba de menos, explicaciones satisfactorias y mecanismos de supervivencia emocional que me gustaría no haber necesitado. París me permitió abandonar un montón de creencias dañinas y un capítulo oscuro y sin ventanas. Encontré un lugar seguro en el movimiento, el placer de la vida extranjera, pero también una soledad implacable que me llevaba faltando toda la vida. Encontré un hogar volátil que estaba siempre lleno de luz y que compartí con un grupo de mujeres maravillosas que me enseñaron lo imprescindible que es el espacio compartido, los cuidados y la admiración honesta entre mujeres. A Madrid fui intentando dejar atrás las ruinas del daño y huyendo desesperadamente de la inercia. En las tres ciudades realmente estaba huyendo de la sensación de eternidad inevitable, del destino escrito. Pero sólo en Madrid me permití encontrar tierra firme, y desde entonces vivo aquí. —ECP: ¿Qué dirías que buscas y de qué dirías que huyes en tu vida? —AC: Huyo de lo absoluto y lo indudable, creo. La buena noticia es que después de todo le he perdido el miedo a la eternidad. Busco lo mismo que cualquiera: paz, salud y una vivienda digna. —ECP: Fue en un poema introductorio de tu primer libro La viajera incandescente, cuando dijiste «Sí, esto trata de amor». Entendida la afirmación a la manera de Ben Arabi («Porque mi religión es el amor»), ¿se puede acaso escribir sobre otra cosa o esa afirmación ha pasado a ser pecado de juventud? —AC: Se puede escribir sobre muchas más cosas, por supuesto. Se puede escribir sobre escepticismo, rabia, venganza, pérdida, ansiedad, vacío... La experiencia humana es rarísima y está llena de misterios interesantes. Pero sobre amor todavía hay que tener muchas conversaciones. Tenemos aún que aprender, y todavía muchísimo más que desaprender sobre amor. —ECP: «A todas las valientes que comparten sus cicatrices y salvan a otras». Es la dedicatoria que encabeza lejos. Hay un aliento claro de sororidad llegado de las manos del feminismo, un deseo de compartir con los lectores una complicidad que nos permita restallar heridas y ponerles nombre. —AC: Una de las grandes aportaciones del feminismo de los años sesenta es la idea de que lo personal es político. Hermanarnos las unas con las otras, escucharnos y apoyarnos es la única manera de encontrar las cicatrices que compartimos, y empezar a hacernos preguntas sobre por qué todas, tarde o temprano y de una forma u otra, acabamos viviendo la misma forma de violencia sistémica. Es la conversación que surge desde La mística de la feminidad (1963) sobre los “malestares sin nombre”: si no podemos ponerles nombre y hablar de ellos, no podemos curarlos. Los espacios de vulnerabilidad compartida, contar las historias que llevan toda la vida silenciadas, es el paso primero hacia la articulación de una lucha. Y entender que lo que te ha pasado a ti probablemente le ha pasado o le pasará mañana a tu amiga, tu hermana, tu madre, tu vecina o tu novia es, por un lado, catártico y terapéutico y, por otro, gasolina para una rabia más que justificada. —ECP: Y de tu apuesta por el colectivo LGTB. ¿Estás creando realidades o utopías? —AC: Yo no lo llamaría “apuesta”. Escribo desde el colectivo, aunque no pueda hablar por todas sus siglas. Pero sí puedo hablar por mí: soy una mujer bisexual en un mundo heteronormativo y machista, y eso, aunque a todas nos gustaría que fuese de otra manera, convierte mi mera existencia en un acto de resistencia política. No estoy creando nada. Estoy existiendo. Visible, eso sí, porque tenemos que ocupar los espacios cuando tenemos la oportunidad, para que en algún momento otras personas los puedan ocupar sin necesidad de ser “valientes”. Pero yo no elegí que mi poesía tuviese un componente político: mi existencia (y la de todas las personas LGTB) fue politizada por otros. —ECP: Era noviembre de 2018 cuando lejos vio la luz en las librerías. Han pasado 14 meses y puede ser tiempo de hacer balance. ¿Cómo fue recibido por los lectores? ¿Qué sensación tienes de la experiencia? —AC: Desde el principio fue recibido con mucho cariño y confianza. Me sigue sorprendiendo haberme encontrado con que la gente, después de tres años, seguía esperando que publicase algo con bastante paciencia y muchas ganas, o al menos es esa la energía que yo he recibido en presentaciones y recitales. La experiencia de publicar Lejos ha sido un baño de realidad. No hay nada que te pueda preparar para mirar a la cara a alguien que ha leído tu obra y la ha hecho suya. En general, verme ahí me ayuda bastante a lidiar con mi síndrome de la impostora. La sensación que tengo es de profunda gratitud, todavía un poco de sorpresa, y muchas ganas de más. —ECP: ¿Dirías que se lee poesía en nuestro país? —AC: Sí. Evidentemente se lee menos poesía que novela, pero esto es bastante inevitable, y no pasa nada. Hay toda una comunidad de gente muy joven que no sólo lee, también recita, escucha, escribe y comparte poesía, y aunque no aparezcan en las estadísticas, lo que está ocurriendo en Instagram y en los micros abiertos es muy importante y potente. —ECP: Tú has comentado en más de una ocasión que tu trabajo como youtuber es muy posterior a tu vocación de escribir. ¿No tienen en realidad mucho en común? ¿Qué implicaciones tiene a la hora de vender libros y tener un público fiel? —AC: Creo que ahora mismo es más lo que los diferencia que lo que los une. YouTube tenía gracia en 2013, cuando nadie sabía muy bien lo que hacía, los boomers se reían de nosotros y los que estábamos ahí jugando a crear algo éramos adolescentes aburridos sin pretensiones. Ahora la mayoría de los que empezamos en esa época somos autónomos precarios intentando vivir de lo que sabemos hacer. Yo descubrí con 18 años que aquello era una ventana para explorar un formato que en aquel momento me interesaba y, de casualidad, compartir lo que escribía. Pero lo mío con la poesía es otra historia, y la colisión de ambas esferas fue completamente accidental. Aún así, le concedo a las redes sociales todo el mérito que se merecen, porque mi vida sería otra completamente distinta si no hubiera empezado a hacer vídeos, y mis poemas seguirían siendo un secreto. El problema no es internet, el problema es que como sociedad todavía se nos hace bola. Y después de años y años de mala prensa, es muy complicado acceder a espacios tradicionales o sentirse una escritora legítima cuando llevas cargada a la espalda la mochila de youtuber. Es difícil dejas atrás un trabajo de tantos años y que me ha abierto tantas puertas, pero si miro al futuro, ser “Terafobia” ya no me compensa a nivel artístico y laboral, y por eso estoy tratando de hacer una transición hacia una imagen que aguante mejor el paso del tiempo. —ECP: Una pregunta trampa. A tenor del éxito de poetas como Elvira Sastre o @stabebi, ¿se han convertido las redes sociales en un medio sine qua non para la divulgación de la poesía? ¿Son capaces los seguidores de distinguir entre la calidad literaria y la influencia mediática? —AC: La influencia mediática no ocurre por casualidad. Un número de seguidores es, en principio, un número de personas reales tomando la decisión individual de prestarte su tiempo y su atención. Y eso a veces se consigue siendo guapo y millonario, y otras veces es fruto de un trabajo constante y de calidad, y a veces una combinación de todo. Atraes al público que te interesa haciendo el contenido que te interesa. [...] Si se me permite ponerme antropóloga, yo creo que la conversación tiene que partir de otra pregunta: ¿es internet una democratización de los medios de comunicación o una forma de capitalizar los espacios de interacción social? En cristiano: las redes sociales han permitido que mucha más gente pueda saltarse el filtro y llegar al público sin intermediarios, y eso ha tenido un impacto sin precedentes en los productos culturales, que ahora son más diversos, más experimentales y menos dependientes de lo académico y lo formal. Que haya escritores llegando a sus lectores a través de las redes sociales ha avivado la poesía y la ha acercado a la calle, y nos ha obligado a escuchar historias que antes no tenían ningún altavoz o incluso nos eran incómodas. Por supuesto, las redes no están exentas de los problemas del “mundo real”, y ya estamos viendo las mismas lógicas de los medios tradicionales aparecer en las redes sociales, pero a mí me parece que todavía estamos en un momento en el que si educas bien a tu algoritmo puedes encontrar mucho talento tan válido e interesante como lo que ofrece la industria tradicional (o más). —ECP: Eres una poeta de otra generación poética. Háblanos de tus influencias y referentes. —AC: Me interesan, sobre todo, los poetas vivos, sin desmerecer a los de siempre. Rupi Kaur, Savannah Brown, Leonor Antón, Elena Codes, Jorge Villalobos, Irene X, Elvira Sastre... Son algunos de los nombres que se me ocurren. Pero en general últimamente me gusta explorar sin prestar mucha atención al apellido, y dejarme inspirar por los tesoros que encuentro en librerías, bares, ferias, redes sociales y micros abiertos. —ECP: Una pregunta quizás no del todo pertinente. ¿Qué aporta tu juventud a los versos? —AC: Supongo que la obligación de hacer las cosas sin ambición, porque todo apunta a que hasta que cumpla 40 años seré oficialmente una “joven poeta”. No es que me moleste. Pero no tengo muy claro cómo funciona este espectro de la madurez y la juventud en la poesía. Me da la sensación de que hablamos de que la obra de un poeta ha “madurado” cuando empezamos a ver sufrimiento y trauma, o cuando su voz empieza a parecerse a lo que identificamos como serio e importante, y todo lo demás es “poesía joven” cuyo atractivo principal es la “inocencia”. Yo creo que mi edad, como mucho, aporta la narrativa de mi generación (la de los niños de los noventa, que, por cierto, ya no somos los más jóvenes del panorama) y quizás un cierto escepticismo sobre la forma en la que se valora y se valida el arte de unos y otros. —ECP: ¿Y qué aporta Ana Cerezuela al panorama poético?
—AC: ¡No lo sé! Supongo que mi voz y mi mirada, pero mi poesía es más visceral que intencional, y para mí escribir es un fin en sí mismo, no intento pasar a la historia ni “aportar al panorama”. Creo que lo mejor que puedo aportar son preguntas. —ECP: ¿Sabes vivir sin escribir? —AC: Nunca lo he intentado. —ECP: Sabemos que andas trabajando en un nuevo proyecto, cuéntanos qué te traes entre manos. —AC: Estoy trabajando en otra antología, esta vez en solitario, de la que estoy bastante orgullosa y que verá la luz prontísimo. Es lo que he estado escribiendo y puliendo durante el último año, y es bastante más minucioso e intencional que lo que he publicado hasta ahora. Tiene una estructura que habla de contraste, y de un diálogo entre el rencor y el amor, entre el escepticismo y la fe. Escribirlo y trabajarlo ha sido muy interesante y también bastante agotador, y me muero de ganas de que salga a la calle.
1 Comentario
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20/9/2022 07:09:21 am
Buenos días señor / señora,
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