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EL COLOQUIO DE LOS PERROS

ENTREVISTAS

PERSISTIENDO

LOLA LÓPEZ MONDÉJAR

14/3/2017

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Entrevista realizada por Basilio Pujante y Juan de Dios García

Lolita revisited
         Con Cada noche, cada noche la narradora Lola López Mondéjar ha apostado fuerte en sus tesis sobre el mito de Lolita, el personaje “real” y su autor real, el personaje del imaginario colectivo y su evolución a lo largo de décadas, el original escrito por Nabokov y sus interpretaciones cinematográficas, un trabajo novelesco/argumentativo lleno de interrogaciones. Y en eso estamos: dispuestos a ladrar con la autora sobre causas y consecuencias, cumbres y abismos de este mito contemporáneo.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Hay investigación detectivesca en tu última novela, hay poso dramático, cruces de sospechas entre personajes, tesis, venganzas y un asesinato. ¿Podríamos considerar Cada noche, cada noche una novela negra de atmósfera intelectual?
 
—LOLA LÓPEZ MONDÉJAR: Mi intención era que así fuese, que la investigación que lleva a cabo Dolores Schiller sobre su madre se dosificase como en una novela negra, que el lector se sumergiese en una propuesta intelectual progresiva y amena, dosificada, que lo llevase hasta descubrir quién es realmente el asesino.
 
—ECP: Sabemos que eres admiradora reconocida de Nabokov desde tu juventud. ¿Te has encontrado algún “nabokovista” fundamentalista que haya malinterpretado tu novela y la haya menospreciado?
 
—LLM: Que yo sepa no, al menos públicamente.
 
—ECP: El libro se plantea como una especie de secuela de Lolita. ¿Qué relación personal tienes a día de hoy con la obra de Nabokov? ¿Ha cambiado tu lectura a lo largo de los años?
 
—LLM: Sigo considerando a Nabokov un maestro indiscutible, aunque encuentro un exceso de intelectualización en él que, como me sucede también con Borges, es ajeno a mi propio estilo, siendo como es también el mío bastante intelectual. Pero he disfrutado mucho con Ada o el ardor, y con casi toda su obra, y he aprendido siempre de sus propuestas. […] Con el tiempo mi modo de leer ha cambiado y se ha hecho más analítico, estoy más interesada en analizar sus recursos como narrador que en seguir las historias que nos cuenta. Un cambio que suele acontecer con los años. […] Respecto a la secuela, con Cada noche, cada noche quise hacer un experimento parecido al que realizó Jean Rhys en Ancho mar de los Sargazos respecto a la novela de Charlotte Brönte, Jane Eyre. Rhys da vida y rescata la figura de la loca mujer de Rochester de la novela de Brönte. Yo quise rescatar a Lolita de su mutismo estableciendo un juego intertextual, metaliterario, que reinterpretase su historia.
—ECP: En las últimas décadas surgen voces que defienden una revisión del canon literario desde perspectivas feministas o postcolonialistas. ¿Se debe entender Cada noche, cada noche como una clara relectura feminista del mito de Lolita?
 
—LLM: Lolita lleva el nombre de una niña que permanece casi muda a lo largo de toda la novela de Nabokov, una niña “creada” por la imaginación proyectiva de Humbert Humbert, como no se cansó de afirmar el propio autor. Mi interés consistía en darle voz a esa niña, en contar la historia desde su punto de vista (inventando unos fragmentos de su diario, que la muestran como una niña curiosa y sola), y del de su hija, que es la protagonista de mi novela. […] En ese sentido realizo una propuesta en la que los estudios de género no se cansan de insistir: la autodesignación; devolver la voz a las mujeres que han sido inventadas por los hombres, que han sido heterodesignadas. Hace poco leí otra novela de Carmen Boullosa, El libro de Ana, que rescata los diarios de Ana Karenina; puede que las escritoras estemos cansadas de los modelos patriarcales de mujer, de personajes que encontramos fallidos o mal interpretados, y busquemos representar otros personajes femeninos desde nuestra experiencia, contraponiendo estos personajes a los creados por la mirada de los hombres. […] Por otra parte, creo que los estudios de género están haciendo una excelente crítica sobre el canon, que siempre ha sido blanco, occidental y masculino. Mis novelas quieren interrogar distintos mitos todavía vigentes en nuestra cultura: el del amor maternal lo cuestiono en Mi amor desgraciado; el mito del amor romántico y de la revolución sexual que vivimos durante la transición española en La primera vez que no te quiero, y en Cada noche, cada noche, el mito de la nínfula, de la niña hipersexualizada y devoradora de hombres. Sin embargo, encuadrar mi obra en una perspectiva exclusivamente “feminista”, sería volver a particularizar y a reificar la literatura escrita por mujeres, pues la excluye del universal “literatura”, sin adjetivos, que seguiría perteneciendo a los varones. Y no estaría de acuerdo con este proceder. […] He escrito mucho sobre esta forma de marginalidad, en especial en las entregas de noviembre y diciembre de 2016 de la revista Quimera, donde apuesto por una escritura andrógina, queer, si se quiere, pues andróginos son los lugares desde los que creamos y el horizonte al que nos acercamos.
 
—ECP: Tu novela está estructurada como la reivindicación de la figura de una mujer por parte de su hija. ¿Qué posibilidades crees que ofrecen a la literatura actual las relaciones materno-filiales?
 
—LLM: Me parece que la exploración de las relaciones materno-filiales es inevitable a la hora de escribir desde el punto de vista de personajes femeninos. Son relaciones de una enorme ambivalencia, donde el amor y la identificación se unen con el rechazo y el esfuerzo por separarse de la madre, siempre muy presente en las mujeres. […] La maternidad ya fue el tema de mi novela Mi amor desgraciado y de La primera vez que no te quiero, y también está presente en mis libros de relatos, sobre todo en Lazos de sangre. Creo que mis novelas, pensadas como una unidad, tienen siempre esas relaciones que nos constituyen muy presentes, aunque falta mucho por escribir sobre la experiencia de las mujeres en estos órdenes. Encuentro, sin embargo, que muchas escritoras jóvenes se animan cada vez más a problematizar esa relación que demasiados hombres han idealizado y simplificado, y pienso en Albert Cohen, por ejemplo, en El libro de mi madre, o en Richard Ford en Mi madre, donde apenas la conoce y casi no puede hablar de ella. La madre para los hombres es una figura ideal o una auténtica desconocida, mientras que para las mujeres pertenece a un universo enigmático, pues esconde siempre la mujer que hay bajo la función maternal, cuyo misterio puede ser descifrado en parte cuando las hijas acceden a su propia maternidad. […] La ambivalencia del amor maternal, sus sutilezas más íntimas, son un territorio propicio para la literatura.
—ECP: Frente a la imagen lúbrica que tradicionalmente se ha tenido de Lolita, Dolores Schiller, su hija en tu novela, es un personaje marcado por la inapetencia sexual. Este tema, tabú hasta hace poco tiempo, está ocupando cada vez más espacio en los medios de comunicación en los últimos años. ¿Podemos considerar la figura de Dolores Schiller como una reivindicación o, al menos, como una visualización de la asexualidad?
 
—LLM: Cuando escribí la novela todavía no se había producido esa explosión a la que ahora asistimos de testimonios y artículos sobre la asexualidad. Pensé a Dolores Schiller como asexual para construir un personaje que fuese la antítesis de la figura de su madre, o mejor, de lo que la recepción de la obra, y posteriormente la película de Kubrick, hizo de su madre. Pero cuando la novela se publicó me llegaron mensajes de personas que encontraron en mi protagonista un ejemplo de su propia ausencia de deseo sexual, y me interesé más por un fenómeno que, en primer lugar, fue para mí un recurso literario y, sobre todo, una forma de concebir a un personaje-mujer cuyo protagonismo no girase alrededor del hombre, una mujer autónoma en todos los sentidos, cuyo placer es más textual que sexual. […] Creo que las mujeres estamos demasiado condicionadas por una sexualidad masculina y patriarcal, y hemos atendido poco a nuestros deseos por fuera de los deseos del hombre sobre nosotras; la asexualidad de Dolores Schiller me permitía apartarla de los hombres y definirla básicamente respecto a sí misma y a sus orígenes femeninos, entre los que se encontraba, obviamente, la madre que no conoció.
—ECP: Ofreces en tu libro una visión radicalmente diferente a la habitual en el mito de Lolita. ¿Qué parte de culpa crees que han tenido las adaptaciones cinematográficas de Kubrick y de Adrian Lyne en la manera de leer Lolita de Navokov?
 
—LLM: Creo que bastante, porque hay muchas personas que solo han conocido el mito de la nínfula a través el cine, pues nunca leyeron la novela. […] Sin embargo, para escribir la mía solo tuve en cuenta los testimonios de la crítica sobre la obra de Nabokov, que siempre fue interpretada, salvo excepciones, como una historia de amor, al margen de la versión cinematográfica. En la novela cito explícitamente algunas de estas opiniones. […] La pregunta que me acosaba era: ¿cómo es posible pensar como amor una relación tan asimétrica, donde la niña nunca dice que lo ama, donde cada noche, cada noche, llora apenas cree que su padrastro, su raptor y su abusador, se ha dormido? Asusta pensar que esta interpretación se impusiese hasta crear el mito de unas niñas demoníacas que seducen a los hombres adultos, y que solo unos pocos, entre ellos Martin Amis, hiciesen una lectura ajustada a lo que la novela propone. Asusta pensar que Lolita, la niña, haya pasado tan desapercibida para los lectores y para los espectadores, condicionados culturalmente para percibir como amor recíproco una historia de abusos contada por un narrador no fiable. […] ¿En qué sociedad nos encontramos cuando todavía se banaliza así la pederastia? Me di cuenta de que muchos escritores habían mantenido relaciones con niñas. Poe es un ejemplo paradigmático, pero también Machado con Leonor, la niña de trece años de la que se enamoró casándose con ella a los quince, cuando él tenía treinta y cuatro. Comprendí que esta asimetría está en la base de la dominación, que demasiados hombres no buscan parejas simétricas, sino que, aquejados de un síndrome de Pigmalión, se acercan a las niñas para diseñarlas y esculpirlas a su antojo. Para ejercer sobre ellas su poder y su dominación. Esto es todavía así hoy en otras culturas, pero la literatura occidental que conozco está también llena de estos encuentros tan desiguales, que nos han pasado desapercibidos, precisamente, porque eran muy sintónicos con la cultura dominante, y que hoy podemos identificar mejor al alejarnos de esa cultura desde una crítica feminista. Y comprendí, por último, que todo esto influyó poderosamente en esa popularidad artificiosa, en palabras de Nabokov, que alcanzó a Lolita durante los años 60 y 70, en plena expansión de la revolución sexual.
 
—ECP: Efectivamente, el de Lolita es uno de los grandes mitos de la literatura occidental contemporánea y ha quedado muy marcado por la interpretación de la obra en las décadas de los sesenta y de los setenta del siglo XX. ¿Crees que la novela de Nabokov se hubiera entendido de manera distinta si se hubiera publicado en nuestros días?
 
—LLM: Estoy segura de que sí. La recepción de Lolita hoy no sería la que fue, todavía figura en la contraportada de su edición española como una maravillosa historia de amor. Hoy estaríamos más de acuerdo con lo que Nabokov quiso que se pensase sobre ella: la historia de una pobre niña raptada por un hombre maduro que proyecta en ella sus fantasías, derivadas de un temprano amor infantil. La historia, sobre todo, de la perversión de ese narrador poco fiable que es Humbert Humbert, que se inventa a Lolita, dotando a su historia del erotismo de una relación inaugural, púber e igualitaria, como la que tuvo con otra niña, Annabel, que lo marcó para siempre. […] La asimetría entre Lolita y Humbert, el rapto, las protestas de la niña, la voz seductora de Humbert como ejercicio de persuasión, serían puestas hoy en primer plano porque la sensibilidad de la sociedad ha cambiado. No así, quiero pensar, su consideración como una excelente obra literaria.
—ECP: Además de escritora, también eres psicoanalista. ¿Cómo ha influido este perfil profesional en tu manera de leer o de escribir concretamente Cada noche, cada noche?
 
—LLM: Creo que a lo largo de los veinte años que llevo publicando novelas, libros de relatos y ensayos, he ido integrando progresivamente mis conocimientos sobre el alma humana en todo lo que hago. Escribo con todo lo que soy: psicoanalista, mujer, madre, amiga de mis amigos, docente de mis alumnos… No concibo otro modo de hacerlo que desde el esfuerzo por poner en juego todo lo que conozco para ofrecerlo a mis lectores. La literatura es para mí una vía de conocimiento privilegiada sobre lo humano. No la concibo como mero entretenimiento, sino como una ascesis personal que provoca un movimiento paralelo de reconocimiento y autoconocimiento en el lector. Escribimos y leemos para comprender cómo y quiénes somos. Como decía Camus, si el mundo fuese claro no existiría el arte. Es la opacidad del ser humano y del mundo lo que motiva la reflexión artística. Y a esa opacidad me acerco desde el psicoanálisis y desde la literatura.
 
—ECP: Obviamente, nadie es dueño de la interpretación de su libro una vez que se ha parido y entregado al mundo de los lectores, pero ¿qué idea principal querrías que quedara muy clara respecto a tu intención ética (independientemente de la valoración narrativa) a través de Cada noche, cada noche?
 
—LLM: Creo que mi libro se ha entendido tal y como yo deseaba, cosa que no pudo decir Nabokov de su novela. Que se ha hecho justicia con una niña violada que, sin embargo, ha servido para representar una fantasía erótica demasiado presente en los hombres patriarcales. […] Concibo la literatura como una corriente inagotable, un diálogo infinito entre un libro y otro, y me gustaría que algún día, otra novela dialogase con la mía y la reinterpretase, levantando otro eslabón más del juego intertextual que la literatura nos propone.

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GINÉS SÁNCHEZ

7/3/2017

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DOS MIL NOVENTA Y SEIS. EL FUTURO SALVAJE DE GINÉS SÁNCHEZ
 
Entrevista realizada por JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ

       Mientras leía esta novela, me acordaba de aquella frase atribuida a Albert Einstein: «No sé cómo será la tercera guerra mundial, sólo sé que la cuarta será con palos y piedras». Me encanta la manera en que el narrador de esta historia se va a este mundo devastado y cruel, a esta nueva era de las cavernas —una vuelta muy a la vuelta de la esquina, como todos sabemos—, para narrarla de una manera absolutamente poética y cercana al delirio; con el ritmo sincopado y roto al que nos tiene acostumbrado el autor —al modo de un cómitre, palabra que he aprendido en esta novela: el tipo que azotaba con su látigo a los esclavos que remaban en las galeras— y ahora también, en esta último libro suyo, una poesía iluminada e iluminadora, en su crueldad, en su búsqueda de la esencia de unos personajes tan rotos y abandonados como el mundo que fue alguna vez.
Claro que esa crueldad, esa búsqueda de la esencia y los personajes rotos están presentes en las otras novelas de Ginés Sánchez. Pero aquí todo ello se magnifica por el planteamiento: no sabemos cómo ha ocurrido, pero sí vemos las condiciones muy, muy jodidas en que vive la gente en este dos mil noventa y seis. No digo nada más de la historia, para que no se me escape algún spoiler, pero me resulta fácil destacar el resto, porque precisamente una de las cosas que más me ha hipnotizado de la novela es la forma en que está narrada, entre el turn-page y el poema en prosa visionario, con muchos de los recursos de este último pero sin romper nunca la pura narración: la enumeración caótica, los adjetivos insólitos, los detalles inesperados en las descripciones y, ante todo, la extraña adaptación que el narrador nos impone a la psicología de estos personajes devueltos a su animalidad, aunque lo que les queda aún de humanos es lo que nos resulta, precisamente, aún más inquietante.
          Me encanta que todo fluya a un ritmo trepidante, como una locomotora tan desbocada como el mundo que terminó justo antes de esta historia. Me encanta la furiosa libertad con la que la ha escrito su autor, al margen de esa ultracorrección que periódicamente invade nuestras novelas y las hace parecer traducidas: encadena en alguna ocasión oraciones que empiezan en gerundio, abundan esos infinitivos sustantivados y en plural, como “rebotares”, de cierto aire rústico y bruto —el último disco de Robe Iniesta tiene uno, se me ocurre ahora—, como abunda el léxico de un mundo rural —o esclavista, como el citado cómitre— que parecía extinguido y de pronto ha renacido terco, inevitable; y hay, en fin, un desparpajo y una libertad estilística que yo he asociado en mi lectura a ese estado de iluminación, de posesión poética y profética del narrador para contarnos todo lo que está viendo de ese mundo urgente y esencial, terrible, apocalíptico y que, en realidad, está instalado entre nosotros hace mucho.

«Si entráramos en el puente de mando del planeta, encontraríamos a dos tíos contando billetes y el timón sujeto con una cuerda a un botijo».

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Pintas un futuro durillo. ¿Estamos tan jodidos, Ginés?
 
—GINÉS SÁNCHEZ: A ver, vivimos en un momento en el que los ricos están contraatacando con fiereza para robarnos a los pobres todas las conquistas sociales que les arrancamos durante el siglo XX —los descansos dominicales, las jornadas de cuarenta horas, que no trabajaran los niños— y para que volvamos al XIX. Vivimos en un mundo en el que los ricos acumulan cada vez más riqueza y los pobres somos cada vez más pobres. En un mundo en el que la clase media no es ya que tienda a no existir, sino que ya no es necesaria. No es necesaria y por lo tanto no interesa a las elites. Un mundo en el que a la gente, progresivamente, se la va expulsando del sistema —alguien que no puede pagar la luz mientras las eléctricas ganan millones es un refugiado energético—. Un mundo en el que dentro de unas décadas el petróleo, el oro, la plata, los materiales básicos para la industria, serán bienes de súper lujo —y no me refiero a llenar el depósito de gasolina, me refiero a que no habrá petróleo, por ejemplo, para que los miles de barcos que van surcando el océano y de los que depende el noventa por ciento del comercio mundial puedan zarpar—. Súmale a eso un cambio en el clima que provocará en unas pocas décadas una desertización galopante, donde se destruirán zonas de cultivo y donde habrá miles de millones de personas que no tendrán acceso al agua y que vagarán por el mundo huyendo del hambre y de las epidemias. Así que, tú verás. Todo ello salvo que uno sea uno de los elegidos, por supuesto. Porque las elites se librarán. Las súper elites. Eso y que persiste aquella sensación de que, al final, no hay nadie al mando. De que si entráramos en el puente de mando del planeta encontraríamos a dos tíos contando billetes y el timón sujeto con una cuerda a un botijo.
 
—ECP: Por el salto en el tiempo que hay en tu novela, uno podría pensar en la ciencia-ficción. Pero la ciencia no comparece en ella. Para eludir el futuro terrible de tu historia, ¿sólo la ciencia puede salvarnos?
 
—GS: Me hace gracia lo de esgrimir la ciencia como si fuera un dedo de Dios que fuera a bajar del cielo y lo fuera a arreglar todo. “Nada, ustedes tranquilos, que ya verán como cinco minutos antes de que todo se vaya al carajo inventamos algo y se soluciona todo”. Eso queda muy bien para las películas de Hollywood, pero no creo que sea aplicable a la vida. ¿Tú quieres vivir con tanta emoción, con tanto suspense? Y la ciencia salvará, sí, pero salvará a unos cuantos. A los de siempre. Como ya lo va haciendo hoy día. La cuestión no es la ciencia. La cuestión es que la ciencia será para los que puedan beneficiarse de ella. Así que suerte. Y otra cosa es que está por ver si la ciencia va en favor o en contra de los intereses de los ricos. Y si los intereses de los ricos son los mismos que los de la gente de a pie. ¿O no hemos vuelto a la doctrina de “lo que es bueno para la General Motors es bueno para América”? ¿Y tú crees que eso es bueno para el planeta?
«La cosa es que yo ya no sé lo que es ficción ni lo que es realidad. Que no sé si tu realidad es la misma que la mía».

—ECP: Novelas, cine y series de televisión por un lado, por el otro los relatos de los políticos. Vivimos envueltos en una red incesante de ficciones cruzadas. ¿La ficción nos salva o nos condena?
 
—GS: La cosa es que yo ya no sé lo que es ficción ni lo que es realidad. Que no sé si tu realidad es la misma que la mía. Si llega el presidente de Estados Unidos y dice que la prensa miente o que determinada prensa no puede entrar a cubrir lo que tenga que decir. Si se inventa un atentado en Suecia. Si uno ve una noticia en una cadena y luego en otra y la sensación que le queda es de profundo estupor. Porque una de las dos tergiversa. O directamente miente. La realidad, al fin, no es más que ese universo que vive en el interior de cada uno y que sólo cada uno sabe.  Lo demás, el mundo exterior todo, no son más que proyecciones interesadas. Se me está ocurriendo una idea para una novela...
 
—ECP: Tus novelas describen luchas incesantes y la crueldad del mundo, pero también están pobladas por gente débil que trata de sobrevivir.
 
—GS: Discrepo con lo de débiles. Tal vez Gusanito fuera débil a su manera. Pero los demás, no. Te cambio “débil” por “pequeño”. Entonces sí. Y que todos somos demasiado pequeños como para pelear contra un mundo tan cruel. Lo tenemos demasiado difícil. En cualquier caso, y ciñéndonos a lo literario, imagino que cada autor tiene sus propios temas. Y uno de los míos es ese. Lo es porque es con esos personajes con los que siempre me he sentido identificado —literariamente y no—. Ese personaje diminuto que lucha contra un mundo que lo rechaza, que tiene que luchar por su supervivencia o por su cordura. Pongamos un ejemplo: Proust y el tiempo perdido. La obra, qué duda cabe, es magnífica, poderosa. Pero la cuestión es: con quién empatiza cada cual, qué problemas realmente le atraen, o le distraen. Y en ese sentido Marcel no es de mis favoritos. Yo me decanto —ya que estamos de franceses— más por la Cosette de Los Miserables.

«Hay algo en el fondo de ellos que, si pudiéramos mirarlos a los ojos, nos haría reconocerlos como a uno de nosotros. Eso es lo terrible».

—ECP: Tu última novela alcanza el paroxismo de esa lucha por la vida, pero aflora a la vez en ella más que nunca, precisamente, la ternura. Hay un contraste muy vivo entre la crueldad y la ternura a través de los niños y las mujeres que se ven sometidos a las reglas de la supervivencia en un lugar tan despiadado.
 
—GS: Es, en el fondo, lo que tú apuntabas. Estos seres han sufrido, por circunstancias, lo que podríamos llamar un desvío de su “situación” como humanos. Sin embargo, lo siguen siendo. Hay algo en el fondo de ellos que, si pudiéramos mirarlos a los ojos, nos haría reconocerlos como a uno de nosotros. Eso es lo terrible. Y una de las cosas que pretendía resaltar, que el ser humano es capaz, ya lo sabemos, de lo más terrible y cinco minutos después de lo más sublime. Están los niños, sí, y las mujeres. Pero también está Taner.
 
—ECP: Taner representa en Dos mil noventa y seis la atracción, el carisma de ese cirujano de hierro, ese dictador a cuyos brazos se arroja tantas veces el ser humano en los momentos más difíciles. ¿No hay forma de librarse de ese vórtice oscuro en las relaciones de poder que atraviesan nuestra realidad?
 
—GS: Los romanos, en tiempos del Imperio, designaban dictadores para determinados momentos de especial crisis. Elegían al individuo correspondiente y le otorgaban poderes casi ilimitados durante un periodo de tiempo. Por supuesto, los dictadores lo primero que hacían —acuérdate de Sila— era arramblar con sus enemigos y pasarlos por la cuchilla y expropiarles hasta las sandalias para regocijo del personal. Carlos Fuentes en La muerte de Artemio Cruz componía una escena en la que unos jóvenes revolucionarios andaban planeando cómo hacer para darle la vuelta al estado y cómo luego hacer para quedarse con el poder para siempre. En Cuba la leyenda habla de las cacerías de langostas de los Castro y de sus yates en la Isla de la Juventud. Eso mientras el resto de la isla está como está. Trump tiene montado un gobierno paralelo de millonarios en un club de Miami. Están los Pujol y los directivos de las Cajas de Ahorros... ¿Sigo?
—ECP: Eludes los caminos más transitados de eso que ahora llaman, de forma paradójicamente redundante, novela literaria: ni autoficción ni metaliteratura, nada de protagonistas que sean escritores. ¿Se mira la novela actual demasiado el ombligo?
 
—GS: Lo primero: no soy quién para realizar semejante juicio. Soy, además, alguien que huye de las generalizaciones y que odia el “ikeísmo”. Imagino que cada cual escribe de lo que le apetece o de lo que le dejan. Me parece genial, además, que todos estén en la metaliteratura. Me lo parece porque me dejan todo el campo abierto para lo demás. En mi caso, digamos que son temas que no me interesan en exceso, aunque tampoco es que anden descartados. Sí que noto, en cualquier caso, que hay como un cierto “desprecio oficial” hacia los que no lo hacemos. También me parece perfecto. En cualquier caso, ya decía Nietzsche que el que mira demasiado tiempo dentro de un ombligo notará que el ombligo terminará mirando dentro de uno. “Ikeísmo”, por cierto, es un término que se me acaba de ocurrir para definir esa necesidad que atenaza a tantos de saber exactamente en qué “ismo” va cada cosa. Sea novela, poesía, película o forma de hacer el cubata. Muy aburrido.

«El estilo no es negociable»


—ECP: Tu voluntad de estilo, creo que más patente que nunca en tu última novela, te aleja también de las formas propias de la novela con intención de best seller, que busca el entretenimiento puro y duro sin reparar en la forma. ¿Qué tierra de nadie tratas de conquistar con tu escritura?
 
—GS: Bueno, yo espero que no sea necesario escribir de una determinada manera canónica para ser best seller. Si es así, mal asunto. El problema aquí es que el estilo no es negociable. Que hay una música que se va buscando en lo que se escribe, que hay una obsesión por determinadas formas de estilo —que a los personajes se les comprenda a través de la acción y no del pensamiento, que la narración vaya desde la propia escena, la cercanía a la oralidad—, de las que no estoy dispuesto a apartarme porque sería negarme a mí mismo. Digamos que tengo, de momento, la suerte de poder escribir aquello que quiero. Y que ando escribiendo los libros, fíjate, que a mí me gustaría leer. Los que me gustaría leer y como a mí me gustaría que fueran escritos. Sostengo, además, que mis libros pueden leerse de dos formas diferentes. Una, la forma del que va solamente buscando una historia. Otra, la del que, además de buscar una historia, busca otras cosas. Una forma de expresarse, una crítica social, o quién sabe si incluso filosófica. Mi objetivo, esa tierra de nadie que pretendo conquistar, es que ninguno de ellos quede decepcionado. Se pueden escribir buenas historias y se puede escribir bien. Las dos cosas al mismo tiempo.
 
—ECP: Leyendo tu novela, tenía la sensación constante de enfrentarme a un poema en prosa visionario e hipnótico. Sin abandonar nunca la pura narración, sin dejar de provocar en el lector el deseo de saber qué va a pasar a continuación y de pasar una y otra vez la página, lo sometes a la vez a un viaje muy intenso de visiones y emociones que a mí me ha recordado a poetas salvajes y delirantes como Lautréamont.  
 
—GS: ¿Ves? Lo que yo decía hace un momento. Tú eres de los que quieren —o saben apreciar— ese algo más. Pero vuelvo a lo que he dicho antes. Hay una música que no es negociable, que tiene que imponerse. No hay más. Si hubiera que renunciar a eso, entonces habría que renunciar a todo y buscarse una isla desierta en la que vivir. En cuanto a los adjetivos que usas, pues... Gracias, creo. En cualquier caso, ya lo he comentado en alguna ocasión, mi objetivo es que no me suceda aquello de lo que Borges acusaba a las novelas. Aquello de que, decía Borges, las novelas, al final, se llenaban de tazas de té y de sombreros de señora. Lo que yo pretendo es que Borges no pudiera acusarme de que en mis novelas haya una sola frase en la que la tensión o la intensidad hayan decaído.
«A lo mejor lo que pasa es que yo sigo en Costa Rica, con las tortugas, y que estoy soñando que estoy en Murcia y que estoy escribiendo».

—ECP: Has vivido en distintos países y te has dedicado a los trabajos más variopintos, antes de recalar en la ficción. Las novelas que ahora escribes, ¿son el descanso del guerrero que hay en ti?
 
—GS: O a lo mejor es al revés. A lo mejor lo otro es el descanso del guerrero de lo de escribir. A lo mejor la realidad es aquello y esto no es más que un sueño o una mentira. A lo mejor lo que pasa es que yo sigo en Costa Rica, con las tortugas, y que estoy soñando que estoy en Murcia y que estoy escribiendo. A lo mejor lo que pasa es que yo estoy en Murcia escribiendo y estoy soñando que estoy en Costa Rica soñando que estoy en Murcia escribiendo. A lo mejor es que yo soy Enis y estoy soñando que duermo en una cuna bajo el mar y que viene un animal blanco y de ojos negros a hacerme esta entrevista.
 
—ECP: ¿Qué hay de todas esas experiencias pasadas tuyas en tus novelas?
 
—GS: Mucha gente me dice: “tanto estar por ahí y nunca escribes sobre las cosas que te pasaron”. Es una acusación que cada poco viene a mí. Sin embargo, se equivocan. Eso siempre está ahí. Todas las veces. El problema es que ya me las apaño yo para que no se vea...
 
—ECP: Quieres hacernos creer que no eres tan peligroso como tus personajes, según repites en tus presentaciones. Di la verdad: si no te dedicaras a la ficción, ¿cómo canalizarías toda esa violencia?
 
—GS: La cuestión es por qué supones tú que es posible canalizar de alguna manera mi irresistible sed de sangre... No, la realidad es que yo soy muy dulce...
        
—ECP: ¿Cuál es el norte hacia el que te diriges con tu próxima novela, hacia qué nuevo lugar van a dirigir sus ansias de supervivencia tus personajes?
 
—GS: ¿La siguiente? Las mujeres, la última frontera...

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    ENTREVISTAS

    El Coloquio de los Perros.
    Revista de Literatura.
    ISSN 1578-0856

    3SPADA
    ACERETE, ALBERTO
    ALBARRACÍN, JAM
    ALCOLEA, MARINA
    ARBILLAGA, IDOIA
    ARMENTA MALPICA, LUIS
    BATRES, IZARA
    BEATRIZ, JUAN [de]
    BELLIDO, ÁLVARO
    BELTRÁN VERDES, ESTEBAN
    BERMÚDEZ OLIVARES, JOSÉ JOAQUÍN
    BLANDIANA, ANA
    BOCANEGRA, JOSÉ
    BORGOÑÓS, IGNACIO
    BORGOÑÓS, IGNACIO
    [Un hombre desnudo]

    BUSUTIL, GUILLERMO
    CABEZAS, ISMAEL
    [Música que escucharé cuando hayas muerto]

    CABEZAS, ISMAEL

    CAMARASA, RAFAEL

    CARBAJOSA, NATALIA

    CÉLINE

    CEREZUELA, ANA

    CERVERA, RAFA

    CHEJFEC, SERGIO

    CHEJFEC, SERGIO
    [5]

    CHESSA, ALBERTO

    CHESSA, ALBERTO
    [Anatomía de una sombra]


    CHICO, ÁLEX

    CISNERO, ALBERTO

    COMAN, DAN

    CONTRERAS, NADIA

    CRUZ, GINÉS

    DELGADO, DESIRÉE

    DÍEZ, JOSÉ MANUEL

    DOMINIQUE A

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    ESPEJO, JOSÉ DANIEL

    FONT, VIOLETA

    GALÁN, JULIO CÉSAR

    GALÁN MOREU, SALVADOR

    GALINDO, BRUNO

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    GARCÍA, DIEGO L.

    GARCÍA JIMÉNEZ, SALVADOR

    GARCÍA LÓPEZ, ERNESTO

    GARCÍA MELLADO, ISABEL


    GARCÍA-VILLALBA, ALFONSO

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