Entrevista realizada por JOSÉ LUIS LÓPEZ BRETONES La obra en prosa de Miguel Vega (Linares, 1967), de la que ya había dado anteriormente algunas muestras de varia lección, ha desembocado finalmente en el campo de la novela con un título de reciente aparición: La huida del ingeniero Spinell (Europa Ediciones, 2022). Hace veinte años publicó Tríptico de Cástulo (que mereció el Premio para Escritores Jóvenes de Jaén), al que siguieron un conjunto de ensayos titulado Curro Díaz, toreo lorquiano (2012) y los relatos de Historias probables de la tauromaquia (2016), ambos en la editorial catalana Bellaterra. En esta última obra Miguel Vega --avezado taurómaco-- escogió las figuras de quince toreros históricos (de Pepe-Hillo a José Fuentes) y los situó en un plano de acontecimientos donde realidad y ficción se mezclaban. De manera parecida, al comienzo de La huida del ingeniero Spinell el autor nos advierte en una nota que, salvo el protagonista, la mayoría de los personajes que desfilan por la novela fueron reales y que ficticio es sólo su comportamiento, no su identidad. Esta persistencia por entretejer ficción con hechos o personajes que tuvieron existencia histórica parece indicar que no hay mejores materiales que los de la realidad para trenzar argumentos literarios. En este caso, el actor principal de la trama --el ingeniero de minas Ernst Spinell-- deja atrás su Alemania natal para hallar en el floreciente Linares de inicios del siglo XX un revulsivo vital ligado al descubrimiento de mitos, tradiciones y costumbres (incluso eróticas) inéditas para él hasta su llegada a Andalucía. --EL COLOQUIO DE LOS PERROS: La novela, en su conjunto, es una larga oda de amor hacia un lugar y un tiempo concretos: el Linares de los años 1902 a 1904, cuando el distrito minero estaba en todo su apogeo y esa ciudad era una de las más cosmopolitas y florecientes de Andalucía. Actualmente la situación ha cambiado bastante. No sé hasta qué punto ese contraste en cierto modo melancólico fue uno de los motivos que te llevaron a escribir esta historia. —MIGUEL VEGA: Efectivamente el contraste entre el Linares de principios del siglo XX y el de hoy es muy grande. No obstante hubo ya una época de esplendor en la Antigüedad precristiana con el asentamiento iberorromano de Cástulo, que llegó a ser la capital de la Oretania, alcanzando incluso gran importancia durante las guerras púnicas, cuando el general cartaginés Aníbal se casó con Himilce, que era una princesa de Cástulo. De ese período ya remoto se ha escrito bastante, pero siempre me había parecido que no existía demasiada literatura en torno al pasado minero, bastante más cercano a nosotros y que fue igualmente fascinante por la efervescencia cultural y económica que supuso. En aquellos inicios del siglo XX llegó a Linares gente de muy variadas procedencias y se formó un crisol riquísimo. La mayoría del capital minero era extranjero, de modo que en la ciudad había muchos viceconsulados, todos los adelantos de la época estaban presentes, el alumbrado eléctrico, los tranvías, los automóviles, etc. Existían incluso cinco o seis periódicos. Aquel fue un momento que a mí me hubiera gustado vivir. Cuando empecé a esbozar la novela a principios de los años 2000 el contraste era palpable, ya que había desparecido toda aquella riqueza industrial. Pero no fue exactamente esa razón la que me llevó a iniciar su escritura. La vivencia concreta que me dio el primer impulso fue un paseo en coche que realicé un día por lo que queda del distrito minero, que era el más grande de Europa: un importantísimo patrimonio industrial ahora en gran parte ruinoso pero todavía estéticamente muy atractivo. Por casualidad llevaba puesta en el coche una sinfonía de Mahler, y escuchándola me di cuenta de que esa música le venía perfecta a todo aquel paisaje de abandono, todo cuadraba maravillosamente. Luego comprobé que la época en que Mahler había compuesto esas sinfonías coincidía también con la época de esplendor de la minería, entre 1902 y 1904. La visión de esas ruinas y la música de Mahler sonando en mi cabeza fue el verdadero acicate inicial. --ECP: Dado el amplio elenco de personajes que van apareciendo en la novela, casi todos ellos reales y pertenecientes a los más distintos ámbitos --empleados de las compañías mineras, cantaores flamencos, aristócratas, toreros, periodistas, escritores...—, me imagino que el trabajo de documentación habrá sido considerable. ¿Esa tarea documentalista fue previa a la escritura o la ibas desarrollando conforme las necesidades narrativas te iban llevando a ello? —MV: En un principio me planteé la posibilidad de que, entre tantos personajes como llegaban a Linares en aquella época, un ingeniero de una compañía alemana trajera desde su ciudad de origen un gramófono portátil para poder escuchar en su vivienda las sinfonías de Mahler que he mencionado antes. A partir de ahí empecé a buscar información para introducir a ese personaje allí y ver qué cosas le podían ocurrir. Luego añadí muchos otros elementos temáticos: por ejemplo la arqueología, que en la trama llega a ser muy importante, o la relación sentimental de Spinell con una mujer de la alta burguesía linarense, que existió realmente. En suma, quise hacer una especie de homenaje a mucha de la gente de aquella época, algunos muy curiosos, como los ingenieros y empresarios extranjeros de las minas, bastantes de los cuales se quedaron a vivir allí hasta el final de sus días. Así que la labor de documentación tenía que ser exhaustiva para hilar todo ese fresco histórico. Repasé muchas publicaciones y testimonios gráficos de la época antes de ponerme a la tarea. Pero me llevó bastante más tiempo la escritura de la novela por la sencilla razón de que la interrumpí durante varios años al surgirme otros proyectos literarios. Aunque también es verdad que esa dilación en el tiempo me permitió ir descubriendo nuevos materiales que luego incorporé al relato. Así que si no hubiese tardado tanto en escribirla no hubiera manejado muchos de los ingredientes que finalmente aparecen en sus páginas. --ECP: En la novela has incluido numerosos aspectos por los que sientes una particular predilección: el flamenco, la tauromaquia, la música clásica, la gastronomía... Todos estos temas cobran dentro de la trama diversos grados de importancia y están tratados a veces con una gozosa minuciosidad. Sensualidad y sensorialidad son notas muy presentes en el texto y yo diría que dibujan perfectamente el mapa de tus afectos y preferencias personales. —MV: Esas cosas me venían muy bien para construir el personaje de Spinell. Un tipo que viene del norte de Alemania y que de pronto aparece en la Andalucía de principios del XX y va a descubrir todos esos elementos que has citado: la vida nocturna, el flamenco, la gastronomía, la tauromaquia... Ese ingeniero se mete en un mundo que le era ajeno hasta entonces y que empieza a conocer de inmediato. Se relaciona con todos los ambientes y las clases sociales que existían en Linares en aquella época: aristócratas, ejecutivos de las compañías, cantaores, sindicalistas, periodistas, deportistas —había un club de tenis pionero en España que también tiene importancia en la trama—, incluso los ambientes literarios, ya que Spinell es un admirador de Rilke, escribe poemas y está presente en la fundación de una revista literaria de título muy modernista: La esfinge alada. El ingeniero se va a ir empapando de todo eso. Ahora bien, aunque he pretendido distanciarme de los personajes, dotarlos de su propia personalidad y que se muevan a su antojo, te doy la razón en que mi concepción del arte está basada sobre todo en la primacía de los sentidos y de la sensorialidad. Y eso se nota. --ECP: Otra característica del lenguaje que empleas en la novela es la facilidad con la que el lector puede trasladar a imágenes cada una de las escenas. Es decir, tanto la trama como las características de los personajes --y no digamos ya la descripción de ambientes-- parecen concebidas a propósito para ser fácilmente adaptadas al medio cinematográfico; todo parece pensado para armar, con poquísimo esfuerzo por parte de un adaptador, una película o incluso una miniserie.
—MV: Cuando se trata de poner en pie un universo social en el que hay que describirlo todo es posible que su adaptación a imágenes resulte mucho más fácil. Pero no escribí la novela pensando en su traslación a la pantalla. Simplemente quería dar el testimonio más detallado posible de lo que ocurría en aquel lugar y en aquel tiempo. De ahí la insistencia en las descripciones y ese desarrollo realista de las escenas. Creo que uno de los principales mandamientos que tiene que plantearse un novelista es crear un universo ficticio que sea convincente, o sea, que el lector sea capaz de creerse todo aquello; el novelista debe tratar de conseguir eso como sea. A este respecto recuerdo una anécdota de Balzac, cuando estaba escribiendo su novela Eugenia Grandet; un día lo llamó un amigo que quería verlo para contarle una contrariedad sentimental que había sufrido con George Sand, la famosa novelista romántica; este amigo estaba muy apenado porque Sand había iniciado una aventura con otro hombre. Balzac lo estuvo escuchando pacientemente y en medio de la conversación le dijo a su amigo: sí, ya veo que estás muy angustiado, pero vamos a hablar ahora de cosas serias: por ejemplo, aún no sé con quién se va a casar Eugenia Grandet. Es decir, a Balzac le interesaba más el universo de la ficción que la propia realidad. Y un novelista tiene que ser un poco así, tiene que tratar por todos los medios de que su universo ficcional sea solvente y sugestivo, y una de las mejores maneras para conseguirlo es ser lo más preciso y minucioso posible. --ECP: La novela comienza con un breve capítulo que se sitúa en 1909, cuando el ingeniero Ernesto Spinell, que nació en Lübeck, como Thomas Mann (a quien también homenajeas a través del nombre de tu protagonista, puesto que Spinell es asimismo el apellido del protagonista de ‘Tristán’, un relato que luego sería el embrión de La montaña mágica), está en una habitación de su casa en Bolzano, al norte de Italia, en un estado de total postración melancólica rememorando sus años andaluces. Y a partir de ahí comienza lo sustancial de la novela, que se desarrolla, como hemos dicho, entre 1902 y 1904. Sin embargo, entre ese período y 1909 hay cinco años en blanco en los que no sabemos qué ha pasado. ¿Por qué la situación de Spinell ha variado tan radicalmente? ¿Tienes planeada una continuación de la novela en donde se narre ese lapso en el que no sabemos qué ha podido ocurrir para que el protagonista se vea en una situación de fracaso vital tan diferente a su época en Linares? —MV: Esos años decidí no contarlos aunque intuimos que a Spinell no le pasó nada bueno. Son cuatro o cinco años en los que las cosas no le han salido como quería, pero no sabemos cuáles han sido las causas de ese fracaso. He querido centrarme en su época en Linares, que fue un tiempo gozoso, de esplendor, años que realmente le han marcado y que quedarán en su memoria. Contar el período que queda en blanco, desde que sale precipitadamente de Linares hasta llegar a 1909, cuando rememora en flashback sus años andaluces, sería meterse en otro tipo de argumentos diferentes, y a mí lo que me interesaba era contar esos tres años de prosperidad, no los de decadencia. Puede que Spinell vuelva a aparecer en mi vida más adelante, quién sabe. Pero por ahora no. Además, si te fijas, en ese primer capítulo introductorio Spinell habla en primera persona y rememora un tiempo pasado, porque es una confesión; pero en cuanto nos adentramos en la primera parte de la novela, cuando llega a Andalucía, se cambia a la tercera persona, porque ya no es Spinell el que habla, sino un narrador externo. Esto lo planteé así para poder contar con una perspectiva más amplia todo lo que ocurría allí, de modo que opté por utilizar una voz que se situara fuera del relato y que fuese exponiendo en presente toda la sucesión de acontecimientos. --ECP: Tanto por técnica narrativa como por planteamiento estructural tu novela parece bastante alejada de algunas tendencias hasta ahora muy en boga, como la llamada autoficción, que finge diluir las fronteras entre ficción y realidad, o esa otra práctica novelística que aboga por la “borrosidad” entre géneros, dando cabida a ingredientes tomados de la poesía, el ensayo, el diario, el aforismo, etc. Tú, sin embargo, optas por elaborar un tipo de novela tradicional, realista, donde al lector no se le pone ante ningún abismo ni tiene que resolver ningún tipo de reto argumental ni conceptual. —MV: Respecto a la autoficción, la gente confunde a veces ser escritor con contar su propia vida. Yo creo que no tiene nada que ver una cosa con la otra. Como he dicho antes, lo que tiene que hacer un escritor es inventar un mundo, un universo, introducir unos personajes allí y ver qué les pasa, crear otras vidas diferentes a la suya, con otros elementos. Para contar la propia vida ya están los diarios o los libros de memorias. La autoficción es una tendencia que me interesa poco, es una especie de híbrido que a mí no me satisface. Yo creo que lo que emociona de verdad en una novela es identificarte con los personajes y ver qué es lo que les va ocurriendo y en qué va a parar todo aquello. Eso es lo que engancha, aunque los finales abiertos puedan ser una opción legítima dentro de la trama; de hecho en mi novela el final es relativamente abierto. Y con respecto al realismo, es verdad lo que apuntas, pero creo que mi novela está también traspasada de un cierto tono lírico, a pesar de que el argumento sea más bien épico y que algunos de los ambientes, como todo lo que rodea a la minería, no parezcan especialmente amables ni poéticos.
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