Entrevista realizada por FLORENTINA CELDRÁN Osuna Con motivo de la visita a Cartagena del escritor Jaufré Rudel (Albacete, 1971) El coloquio de los perros quiso entrevistarlo en profundidad y sacar conclusiones de primera mano sobre cuestiones que rodean a su debut novelístico: Osuna. En la librería La Montaña Mágica logramos averiguar datos sustanciosos de este curioso personaje e inquietudes de un dramaturgo que está ilusionándose con las vinculaciones de la historia y la narrativa. Rudel nos abre la puerta. Leámoslo. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Por qué Jaufré Rudel? —JAUFRÉ RUDEL: Este pseudónimo literario, que me acompaña desde que tenía quince años, nació de una nota a pie de página en La Celestina, de Fernando de Rojas, edición de Cátedra, donde se cuenta que Jaufré Rudel (trovador medieval francés) se enamoró de una mujer sin conocerla, solamente por lo que oyó que decían de ella. ¿Puede haber algo más bello? En aquella época también comencé a leer al gran poeta portugués Fernando Pessoa, que tenía varios heterónimos (Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Bernardo Soares y Ricardo Reis), y era capaz de escribir de un modo diferente con cada uno de ellos. Y si Pessoa logró convivir con tantas personalidades, yo me lancé a probar con una. Decidí, por tanto, adoptar el sobrenombre de Jaufré Rudel para todas mis actividades artísticas, y esta elección con el tiempo ha resultado muy práctica. También es cierto que en alguna ocasión provocó situaciones embarazosas y/o divertidas, como cuando pedía libros a ese nombre y en Correos, para recogerlos, me obligaban a presentar un DNI del que carecía. Allí estaba yo, improvisando una explicación “lewiscarroliana” a los funcionarios con cara de póquer que no tenían ninguna intención de ceder y entregarme la ansiada lectura recién comprada. —ECP: Hasta Osuna, la primera novela, habías publicado cuentos, poemas y obras de teatro. ¿Con qué género te sientes más completo, más realizado? —JR: Con el teatro, sin duda. La poesía tiende a condensar y a buscar «los márgenes de lo visible», en palabras del pintor y poeta Antonio Gómez Ribelles. Los poemas son flashes, píldoras informativas donde tratamos de arañar la realidad al tiempo que forzamos al lector a indagar en el lenguaje que nos une y a abrir puertas que solo la poesía es capaz de abrir. La metáfora rompe con lo cotidiano, y ahí hay magia. Es el inicio del asombro, de la búsqueda personal y de la inexplicable necesidad de comunicarnos con los demás, de expresarnos con la mayor originalidad posible. La novela, sin embargo, es un género tan abierto que lo permite todo. Su naturaleza expansiva nos reta a contar historias sin ataduras de espacio o métricas. La propia definición de novela nos aclara muy poco: «Obra literaria narrativa de cierta extensión». Por ello hay novelas como Rayuela de Julio Cortázar o Ulises de James Joyce, de difícil clasificación. Mi formación, más clásica, nace de todas esas lecturas que nos han acompañado desde siempre: El Quijote, Madame Bovary, Las amistades peligrosas, Zalacaín el aventurero, o las biografías María Estuardo y María Antonieta de Stefan Zweig. Pero digo que en el teatro puedo sentirme más realizado porque la experiencia de las representaciones, únicas siempre, diferentes como “cápsulas de vida” que son, hacen de cada función un sueño nacido del papel y vivido por los espectadores de ese día nada más. —ECP: ¿Por qué Osuna? Es decir, ¿por qué una novela histórica precisamente sobre el duque de Osuna en el Siglo de Oro español? —JR: Porque no había ninguna sobre este noble cuya vida, y eso lo podrán corroborar los lectores, bien da para una buena película de Netflix. A Osuna me lo encontré en la gran obra de Pablo Jauralde sobre Francisco de Quevedo. Ahí descubrí que fueron grandes amigos y que el genial satírico llegó a trabajar para él varios años. Comencé a indagar y a buscar toda la información referente a Pedro Girón, y cuanto más hallaba, mayores ganas tenía de seguir ampliando mis conocimientos acerca de los hechos que protagonizó y el reinado durante el que le tocó vivir. Tras un largo proceso de investigación, decidí novelar las vivencias más significativas de su fecunda biografía. Cuando uno tiene claro lo que desea contar, escribir se transforma en una actividad apasionante y no demasiado dificultosa. —ECP: El libro tiene una estructura en cinco partes, coincidiendo con los grandes hitos de la vida del duque, partes que se subdividen en capítulos más cortos que nos van adentrando en la personalidad de Pedro Girón. Vamos a avanzar sobre ellos. En la primera parte, “Aventuras, aceros y labios”, un duque todavía muy joven nos empieza a mostrar su amor por el teatro y el inicio de su amistad con Quevedo. ¿Podrías contarnos cómo fue la investigación sobre los Salcedo y el mundo del teatro? ¿Es esta parte de la obra fruto de tu amor por el teatro? —JR: Para esta parte de la novela he de decir que fue determinante hallar el estudio sobre dicha familia de actores del Siglo de Oro publicado por la profesora de la Universidad Complutense de Madrid Carmen Sanz Ayán. De ahí saqué las ideas básicas que luego he desarrollado. Y, en efecto, mi amor por el mundo del teatro ha influido en esos capítulos. Lo que ocurre antes y después de cada función, muchas veces daría para confeccionar una nueva obra. De ahí el éxito de Seis personajes en busca de autor de Luigi Pirandello o la reciente versión teatral del clásico del cine Ser o no ser de Ernst Lubitsch, actualmente en escena en Madrid. El interés que muestro nació de nuevo de la lectura de algunas obras tan clásicas como La vida es sueño, Las cinco advertencias de Satanás, El avaro, Las sillas o Hamlet; y aumentó cuando conocí a la que ahora es mi esposa, la actriz Ana Belén Casas, protagonista de la obra que tenemos en gira en estos momentos: Marcela, la hija del poeta, que escribí para dar a conocer a la hija monja y escritora de Lope de Vega. Esta y otras aventuras teatrales han hecho que intentase aproximarme a lo que sucede detrás de los escenarios y alrededor de la compañía de los Salcedo. El mundo de las representaciones en los corrales de comedias, que hemos de recordar que eran el mayor entretenimiento de la época, he tratado de reflejarlo de un modo cercano, sin alardes, para que el lector llegue a sentirse próximo a los personajes de la historia. —ECP: En el capítulo de Flandes, si alguien espera encontrarse con aventuras del tipo Alatriste, se equivocará totalmente. ¿Cómo consigues recuperar el ambiente de la corte y del ejército en Flandes? —JR: Unos meses antes de comenzar Osuna leí todos los “Alatristes” seguidos para llegar a la conclusión de que mi novela iba a tener muy poco que ver con ellos. Pérez Reverte es un maestro indiscutible del género, sin duda, pero en Osuna quería contar tantas cosas que el formato empleado por él no me servía. Al final uno trabaja con los materiales que posee. Sucedió algo curioso: antes de empezar, siempre me rondaba la sensación de que no me había documentado lo suficiente, y una vez inicié la novela enseguida descubrí que en realidad me sobraba muchísima documentación, tanta que tuve que ir descartando algunas historias y resumiendo otros hechos para armonizar todo el contenido. En relación a Flandes y la corte de los archiduques Isabel Clara Eugenia y Alberto, mi idea principal era dar verosimilitud a los hechos que cuento. Hay que tener presente que los tercios realizaban campañas movilizando a miles de hombres, orgullosos de pertenecer al mejor ejército del momento y heroicos hasta extremos insospechados. Las anécdotas ayudan mucho a situar al lector en ese escenario: salidas nocturnas llamadas “encamisadas”, El Milord y algunos soldados más retando en duelo a los enemigos por pura diversión, las peleas de los capitanes por ir los primeros a la batalla, etc. También es importante la precisión. Tuve que estudiar mapas de la región, medir y analizar distancias para calcular la duración de los viajes, las peculiaridades de la orografía, la vegetación, las fortificaciones con los nombres de todas sus puertas de entrada o el tamaño y diseño de los hermosos palacios; los principales consejeros junto a los archiduques, los maestres de campo con mayor renombre o las posturas políticas que defendían (belicistas frente a pacifistas). —ECP: En Sicilia nos vamos a encontrar con un Pedro Girón mucho más maduro, un auténtico líder, capaz de hacer sombra a un rey que no gobierna. Y una constante en toda la novela: las mujeres. El espacio que Jaufré Rudel da a las mujeres llama la atención porque a la mayoría de escritores les suele pasar desapercibido. ¿Cómo ha sido el planteamiento sobre las mujeres en la novela? —JR: Osuna desarrolla su enorme potencial organizador una vez llega a Sicilia. Emilio Beladíez le puso el sobrenombre de “el duque de las empresas” por los grandes proyectos que emprendió y desarrolló. En pocos meses limpió la isla de bandolerismo y de cercenadores de moneda, reorganizó la banca, metió en galeras a los ociosos gandules que cobraban pagas del rey, arregló las maltrechas galeras, vistió con decencia a cada soldado, les mejoró el rancho y con su propio dinero empezó a construir barcos para enfrentar a los piratas turcos y berberiscos, el mal endémico del Mediterráneo. Y aún le quedó tiempo para la diversión. Respecto a las mujeres, indagando en la biografía de Osuna descubres que fue tan enamoradizo como infiel. Me interesaba presentar a esas damas, ya fueran de una escala social elevada o más baja, con la fuerza lógica de quienes llamaron a todo un duque rico y poderoso a fijarse en ellas. Debieron de ser mujeres extraordinarias, de eso estoy seguro, y la pena es que en la mayor parte de los casos se sabe muy poco de sus vidas. La historia la escribían los hombres y para los hombres, olvidando a la mitad de las protagonistas de la misma: las madres, hermanas, hijas, amantes y compañeras del viaje vital. Mi intención ha sido dar a todas ellas un espacio más justo. —ECP: Napolés es el capítulo donde Girón empieza a tener problemas serios, pero también donde aparece la figura de El españoleto: José de Ribera. ¿Cuánto hay de real en esta relación? —JR: “La perla del Mediterráneo”, como llamaban a Nápoles, era el virreinato más codiciado de todos por ser el de mayores rentas y por estar cerca de España, en comparación con los americanos. Aquí Pedro Girón continuó construyendo galeras y galeones, intimidando a la propia Venecia con la potente armada que logró juntar y despertando envidias en Madrid por sus éxitos militares y políticos. Pero todo empezó a torcerse con un par de hechos que hicieron correr ríos de tinta en la época: la famosa “conjuración de Venecia” en la que se involucró a Osuna para desacreditarlo y la oposición de los nobles napolitanos a su gobierno porque no contaba con ellos tanto como deseaban. José de Ribera ya estaba en Nápoles cuando llegó el III duque de Osuna como virrey. Enseguida tuvo la oportunidad de conocer la obra del pintor y tanto él como su mujer, Catalina Enríquez, quedaron fascinados por la habilidad del joven artista. De inmediato lo contrataron para que se pusiera a su servicio, encargándole cuadros de diversos mártires y santos, además de hacerlo responsable de supervisar las compras de objetos de arte para el palacio real que inauguraron ellos en 1617. Algunos de esos lienzos se pueden ver hoy en la Colegiata de Osuna. —ECP: La figura de Catalina Enríquez es importante durante todo el libro, pero en el capítulo final cobra una dimensión espectacular, es el poder de la dignidad, de la lealtad... ¿Podrías hablarnos sobre este personaje?
—JR: Catalina Enríquez de Ribera y Cortés de Zúñiga era nieta del conquistador de México, Hernán Cortés, y fue la esposa fiel, pero no sumisa, del gran Osuna. Su valentía ha quedado demostrada gracias a la conservación de alguna carta en la que intercede por su marido ante Felipe IV. Ella estuvo siempre a su lado, a pesar de las infidelidades. También le acompañó y asesoró en los momentos más delicados de su vida, cuando todo se volvió en contra. Quizás fueron el inminente abandono del poder y el cansancio acumulado tras los intensos años de trabajos los que nublaron el entendimiento del duque, haciéndole tomar decisiones erróneas. Pero Catalina no dejó de mostrarle su parecer, de decirle la verdad, por mucho que a él le doliese. —ECP: Dice Muñoz Molina, que «una buena novela es siempre una novela social». Yo creo que Osuna lo es, que has utilizado al duque para hablarnos de este país y de sus gentes. ¿Estás de acuerdo? —JR: Creo que el modo de vivir cambia mucho más rápido que las personas. Si lo pensamos bien, entre ellos y nosotros hay unas cuantas generaciones nada más. Lo que sí es radicalmente distinto es la sociedad donde nos desenvolvemos hoy en día, debido a los avances tecnológicos, la instantaneidad de las comunicaciones, la rapidez de los desplazamientos y la hiperconexión. Entonces sentían el orgullo de pertenecer a la nación más poderosa de la época, con vastísimos territorios bajo su dominio; eran valientes y aventureros, nobles, creativos y amantes del lujo. Tras la conquista de América y la llegada de Carlos V los españoles empezaron a sentirse invencibles, pero la plata de Indias debió emplearse en construir fábricas y desarrollar el comercio en lugar de financiar la eterna guerra de Flandes, que costó innumerables vidas y produjo varias bancarrotas con Felipe II y Felipe III. La leyenda negra que inventaron los historiadores extranjeros para desacreditarnos, en realidad es una leyenda dorada que provocó la envidia de buena parte de Europa. Exportábamos cultura y moda y dilapidábamos el dinero mejor que nadie. Quizás es el rasgo que más perdura en los españoles: la aversión al ahorro, porque siempre hemos sido conscientes de la fugacidad del tiempo y de la brevedad de la vida. Los intelectuales defendían el estoicismo, pero la sociedad era epicúrea. Aún lo es. Lo que más choca cuando estudias la época es la relajación con la que se hacían determinadas cosas. Por ejemplo, cuando Felipe III decide ir a Valencia a recibir a la que será su esposa, Margarita de Austria, sale de Madrid con toda la corte un veintiuno de enero y ambos regresan nada menos que el veinticuatro de octubre, tras su paso por Barcelona y Zaragoza. Contestando a tu pregunta, la verdad es que no sé si es una novela social. Agradezco el cumplido, pero desde luego mi deseo fundamental ha sido acercarme a esa sociedad que yo veo cercana en el tiempo (si analizamos la historia en su conjunto) y lejana en cuanto a las costumbres. Lo que nunca cambia son las motivaciones del ser humano: ambición, pasión, anhelo de mejora económica, búsqueda de reconocimiento o integración en el grupo. Estos mismos rasgos se daban tanto en los funcionarios de la corte madrileña como en el más bajo soldado protagonista del asedio de Ostende. —ECP: Después de hacernos pasear por la España de Felipe II y sobre todo la de Felipe III, ¿cuál será el próximo proyecto de Rudel? —JR: Estoy trabajando en una nueva novela histórica sobre un personaje femenino de la casa de Margarita de Austria que tuvo un papel muy destacado en los primeros años del siglo XVII. Me reservo el nombre de la dama porque no me gusta demasiado hablar de los proyectos en curso. Lo que sí puedo contar es que tendrá un formato algo diferente: será más corta y prestará toda la atención a unos pocos hechos que marcaron la vida de la protagonista. Eso sí, trataré de recrear el mismo ambiente de la época, donde las calles estaban sin asfaltar, en la Plaza de los Carros de Madrid se alquilaban coches de caballos (los taxis de aquel tiempo) y se legislaba sin éxito contra el excesivo lujo en el vestir. Una sociedad donde los contactos personales y las relaciones sociales conseguían mucho más que los estudios, y desde el primero al último todos soñaban con ser hidalgos y medrar para obtener un título nobiliario.
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El Coloquio de los Perros. CABEZAS, ISMAEL
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