Entrevista realizada por JULIO MONTEVERDE «NECESITO UNA PALABRA, COMO EL AMOR, QUE NOS HAGA VULNERABLES» Para eso nace el pájaro / Lo comprenderás si lo escuchas Hadewijch de Amberes Esther Peñas (Madrid, 1975) es muchas cosas, —periodista, ensayista, novelista— pero sobre todo poeta, y acaba de sacar nuevo libro de poemas. Su título es Historia de la lluvia, y lo edita Chamán. Se trata de un libro admirable que supone la confirmación más expresiva de una voz poética en toda su amplitud y profundidad. Su palabra, precisa, elegante y compleja, es un don que nos hace llegar con total sencillez, como si fuera algo que hubiéramos perdido y ella se limitase a devolvérnoslo. Pero en realidad, y esto es sin duda lo más característico de obra, su poesía es una parte de nosotros que ella crea. Si todo acto poético es un acto de unión, en este libro Esther nos ofrece, a través del lenguaje, ese amor vinculante en forma de lluvia, en forma de canto, en forma de convocación a la que debemos responder. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Hay una frase que aparece citada en tu libro y que sé que te gusta repetir. Se trata de «Dios está en la lluvia», que si no recuerdo mal —corrígeme si me equivoco— aparece en V de vendetta. Personalmente siempre entendí esa frase como una referencia a la posible vinculación de lo separado, es decir: la lluvia como la transparencia que vincula lo que está arriba con lo que está abajo, materializando el todo. En este sentido creo que tu verso «corazón capaz de lluvia» supone la confirmación de esa capacidad poética para vincular la realidad a través del amor, que vendría de este modo a ser una disposición, una facultad que el poeta ejercita. ¿Entiendes tu poesía como ese trabajo de vinculación de lo separado? —ESTHER PEÑAS: Hay muchos remiendos en la pregunta. Hago mío el principio hermenéutico de la correspondencia: «como es arriba, es abajo», que se enraíza con el versículo según el cual Dios crea al hombre «a su imagen y semejanza». Si damos por bueno ese principio, sustentado en la fe, lo que haría las veces de tegumento, de vaso comunicante, de vínculo, es el amor, en sus distintas intensidades, matices, naturaleza. No solo para el poeta. Para el hombre que toma consciencia de que lo otro, el otro, siempre es eso mismo, algo separado de lo uno que únicamente con amor puede ser religado. Lo otro distinto, no siempre entendido, más sí recibido. Sólo dejando que brote el amor, y cultivándolo, comienza a florecer el frágil injerto de la vida. Para amar hay que encontrar un lugar metafísico en donde lo real nos estalle, un lugar metafísico en el que el tiempo y el espacio se suspendan, un lugar para habitar con brújula, no con mapa, siempre abierto («el amor nos hace abiertos»), ubicado en el claro del bosque, en la intemperie, para que nos encuentre, el amor, sin máscaras, sin dobleces, sin contención ni reserva alguna. Con desnudez de origen. Siguiendo este razonamiento, el lenguaje es, por tanto, otro espacio de amor, de comunión. Un lenguaje que se escribe a sí mismo, que no es conducido por un propósito exacto y sólo así se cumple. Un lenguaje donde ni la voluntad de quien escribe ni la voluntad del tema ahoguen la palabra. Una escritura que haga crecer islas inexistentes en las cartografías. Una escritura de intuición de mundos. Un lenguaje que convoca el asombro porque el mundo se ha vuelto demasiado explícito y nada ha quedado por des-velar. El lenguaje como espacio en donde lo sagrado aún nos hable. Una escritura como abismo del disloque, del extrañamiento, del asombro. —ECP: Parece claro que el papel de los vínculos es determinante en este libro, que puede ser entendido, en mi opinión, como un intento una y otra vez culminado por establecer puentes entre lo que te sucede y los seres en los que tú sucedes. Esto en poesía, o más bien, en el mundo de los poetas, es extremadamente raro, ya que se suele buscar en el otro poco más que un admirador. ¿Cómo nació en ti esa necesidad de volcarte en otros seres en tu trabajo poético? —EP: Creo que uno es sí mismo en cualquier cosa que haga, sea escribir un poema, un artículo, escuchar al otro, cocinar o vestirse. Los otros han estado presentes desde mi infancia. La casa de mis padres ha sido, desde que tengo memoria, una suerte de hospedería constante: tíos, amigos de mis padres, familiares que venían del pueblo a buscar trabajo, o a tratarse de una enfermedad, desconocidos que traían referencias, mis sobrinas... Todo aquel que lo necesitara tenía las puertas abiertas de la casa de mi infancia, fuera un día, diez o años. La mujer que me cuidó de pequeña, Mari, vivió con nosotros hasta su muerte. Era una más de la familia. Salir de uno es caminar, y caminar es la apertura al mundo. También cuando se escribe. Historia de la lluvia es eso mismo, un hogar. —ECP: Algo que he visto siempre muy claro en tu obra, no solo en este libro sino también en otros como La vida, contigo, es que para ti el amor tiene un papel determinante como sutura, por medio de todos esos pespuntes en la realidad que acercan y cosen un mundo que ahora mismo parece por completo desmembrado. Así por ejemplo, en un punto de tu libro afirmas: «se ama lo que se nombra». Y parece entonces como si el amor te sirviera para reunir el mundo en los seres que amas a través del lenguaje. ¿Crees que tu poesía es un acto de amor en las palabras? —EP: Estamos en el mundo a través de las historias que oímos y que contamos, y sobre todo de las historias de las que somos parte. Por eso la palabra hace mundo, no sólo lo narra o convoca. Escribir es simplemente ser. Contar... O cantar. Todas las palabras, las de otros, las de antes, se suspenden en el aire jugando a ser cogidas. Cualquiera de ellas puede ser un don. Si lo es, un trueno la estalla para sellar su silencio. La poesía (es decir, la vida misma, tal y como la entiendo) se resume en una apuesta por templarse con, en una apuesta por la escucha (ponernos en relación con), y con el intento de comprender (de incorporar una verdad ajena a la nuestra). La poesía trata de habitar el mundo como una totalidad sin ninguna autoridad orgánica, donde todo es vinculante y necesario. Así me gusta pensar Historia de la lluvia. —ECP: En este libro aparecen también toda una serie de personas concretas a quienes van dedicados ciertos poemas. Pero más que destinatarios parecen generadores, o en todo caso, estar unidos a tus propias palabras que brotan en ti a partir de ellos. Y no hablamos solo de amor como tal, que por supuesto está claramente presente, sino también y muy en especial de amistad. En cualquier caso, no parece que exista una distinción esencial entre las palabras que utilizas para hablar de las personas que consideras tus amigos y las personas con las que la relación amorosa es más explícita. ¿Cómo concibes tú esta relación entre esos seres concretos en tu vida y tus palabras? —EP: En Historia de la lluvia trato de convocar una escritura que brote, que no haya que ir a buscarla, ni buscar nada en ella. Si nada se busca, la libación será siempre imprevisible e ilimitada. Una escritura que regrese de lo indecible. Eso vuelve a colocarnos en la geografía del amor, una geografía que habito con brújula, más que con mapa. Hay una celebración de personas que he tenido la fortuna de conocer; con algunas de ellas, el propio vínculo inspiró el poema. La realidad no es, crea. Con la mayoría, el poema brotó y, tras una lectura posterior, un nombre quedó anudado a él. En el caso de la persona amada, creo que el exceso que preside todo lo abre. Es la diferencia sutil pero radical entre un «te quiero» y un «te amo». La palabra en ofrenda de lo amado nos coloca en el borde siempre de ir todavía más allá de lo que ya se ha ido. Una palabra que da sentido al mundo, como se lo da quien ama. Una palabra que sea raíz, como radical es el amante. Una palabra que certifique, como quien ama atestigua la cosmogonía de un nuevo mundo. Una palabra que, al igual que el amor, no nos haga originales sino originarios, que no divague, sino que penetre. Una palabra, como el amor, que nos haga vulnerables. Pero que nos cumple. —ECP: Siempre me ha llamado la atención tu gusto por ciertas palabras en desuso o expresiones arcaicas —alfaguara, enaguas, membrillo— que recuperas con evidente satisfacción. Se trata de ciertas palabras descuidadas que tú pareces adoptar, o de las que te haces cargo. Palabras que amas y que en tu boca o tus poemas parecen acariciadas, envueltas en cariño. En este sentido, tu uso de ese lenguaje arcaico, muy inactual, parece convocar el recuerdo del poeta como trabajador, como miembro de la tribu. ¿Crees que es necesario que el poeta se haga cargo del lenguaje? Y si es así, ¿para qué? ¿Con qué finalidad? —EP: Salen, las hago mías desde lo inconsciente, bailo con ellas. Acaso el secreto esté en cantar esas palabras con asombro y ternura allí donde otros las usan con costumbre o impostura. Ósculo, convocar, amartelar, folgar, amada, triscar... Creo que cada cual (sea o no poeta) tiene su propio campo semántico, una estirpe lingüística y gramatical (en mi caso estructuras como «te soy», «te me entrego», etc.) que lo nombran. Y que asoman con la delicadeza del encuentro. —ECP: En ocasiones tus poemas terminan de forma abrupta con un corte seco que detiene la corriente. A veces parece como si te vieras en la necesidad de salir del poema, como si percibieras un riesgo de llegar a cierto punto de no retorno del que quizá ya no pudieras volver... Otras veces en cambio parece una necesidad o impaciencia por retornar a la vida transformada que el poema ha creado al surgir, y que era su objetivo desde el principio —«Termina el texto... queda todo en suspenso», dices en un punto del libro—. En todo caso, parece percibirse una lucha. ¿A qué crees que responde esa necesidad o gozo por detener el poema? —EP: Lo que me sale responder es aquello que me dijo una vez mi madre de que «nací demasiado tarde». El poema se canta a pesar del poeta. Mahoma no es el autor del Corán, le fue revelado por el arcángel san Gabriel; Homero no escribió la Ilíada, rezó a la musa para que se la cantara; Moisés no escribió los mandamientos, sino Yahvé; no fue Parménides, sino la Diosa, quien pronunció el logos del «camino del ser»... Del mismo modo que reconozco que no soy mi única dueña y señora, tampoco embrido lo que sucede en el poema, final incluido. —ECP: En tus libros de poemas, que ya van acumulándose en nuestro favor, hay ciertos versos que se repiten de uno a otro y que dan a tu obra un sentido de unidad, como si toda ella no fuera más que un único y largo poema. Pero del mismo modo, se percibe claramente una evolución en los temas, y cada libro posee su propio carácter y especificidad, sobre todo en los símbolos generadores que escoges y que sitúas en el centro de cada uno a modo de eje —pienso por ejemplo en la talaria de tu libro El paso que se habita—. ¿Cómo percibes esta dialéctica en tu trabajo? —EP: Siento una querencia mayúscula por los símbolos. Son síntesis infinitas que nos permiten interpretar la realidad, dejando que el misterio prevalezca, que ensanchan la experiencia vital, le dan sentido, que nos ayudan a asomarnos allí donde todo está oscuro, y filtran un rayo de luz (acaso el que cantara Cohen) que intuye. Lo ungido, es decir, lo que se inviste de sagrado; la penumbra, como zona limítrofe; las talarias, en tanto que entrega y oráculo y, por último, la lluvia. Esos serían los símbolos generadores, como los denominas. Pero una vez más, me escogen y yo, que tengo vocación intrínseca, obedezco. —ECP: Hablando de esos símbolos generadores que utilizas, en Historia de la lluvia me ha conmovido especialmente esa gacela insomne que atraviesa al trote todo el poemario, y que parece salida directamente del Cantar de los cantares. Aunque siempre, y esto es lo que más me gusta de este símbolo, lo percibes como una belleza frágil que en todo caso no remite directamente a un amor divino, sino a uno que alcanza lo divino a través de lo profano, del cuerpo mismo, que de esta forma deviene sagrado. Así, llegas a decirle al ser amado: «Te rezo en cántico solemne», pero a la vez existe esa carnalidad, esa materialidad abrumadora que poseen tus poemas y que despliegas como erotismo fulgurante —«Tú lo sabes, la vulva es un nenúfar, estás dentro»—. No sé si podrías explicarnos un poco cómo funciona para ti este tránsito hacia lo sagrado a través del erotismo. —EP: A lo sagrado se llega a través de lo humano. No hay otro camino posible. San Agustín hablaba del «ordo amoris», es decir, el mundo en pleno viene del amor y está orientado al amor. Acaso la experiencia más cercana a la mística sea la experiencia del éxtasis amoroso; amor y erotismo en fragua única de la que deviene el abandono de sí, la entrega al otro, la comunión de dos cuerpos que no pierden, a pesar de ello, su individualidad. Me viene a la cabeza, perdón por lo pedante, la palabra «solenoide», que refiere un campo magnético casi homogéneo de enorme intensidad en su interior y débil en el exterior. Dos cuerpos que se aman crean ese campo. Están a punto de estallar de goce, de alegría, de plenitud, y el mundo (lo externo) desaparece. El deliquio de amor, el éxtasis carnal, un placer tan último que lo ocupa todo. Si lo de arriba es lo de abajo, y viceversa, como empezamos la conversación, el extremo de lo humano no deja de ser el extremo de lo divino. En última instancia, una oblación. Fieramente humana, claro. —ECP: Este libro se cierra con un poema titulado ‘La hermandad de los conmovidos’, un emocionante poema que en la reciente presentación que realizaste en la librería Enclave de Madrid pudimos escuchar leído a varias voces por muchas de las personas que aparecen en este libro. Y en este sentido, es muy bello pensar que tus palabras, o tú misma, has conseguido materializar esa hermandad de facto a través de tus poemas; una hermandad que ya estaba implícita pero que tú has logrado materializar a través de tu trabajo. ¿Eres consciente de esa comunidad poética que se ha organizado a tu alrededor, y de la que yo mismo puedo dar fe de que en ningún caso es solo metafórica? —EP: Agradezco en lo profundo lo bello de lo que dices. Suponiendo que sea así, lo cual sería hermosísimo, lo que sí que intento es relacionar a quienes conozco, de manera que surjan nuevos vínculos que ya no tenga que pasar necesariamente por mí. Es como las ondas que se producen en un estanque, llegan más lejos los afectos, se convierten en generadores. Y otra de las cuestiones que hace de argamasa, me parece, es la gratuidad, el nulo cálculo del rédito que uno pueda obtener por lo que hace, la alegría (que se contagia y se expande, es otro tejido que une y vincula), estar en la celebración; esto permite que las relaciones se ensanchen, en todos los sentidos, y creen hermandad, que siento como una comunidad de afectos. De conmovidos ante el milagro de la vida. ECP: Por último, no puedo dejar de pregúntate, a ti, que tantas veces has entrevistado a los poetas, que tantas veces los has puesto en aprietos por la exigencia y la elegancia de tus preguntas, y que les has motivado a elevarse por encima de sí mismos para estar a tu altura, ¿qué te ha parecido esta pequeña entrevista? ¿Consideras que hay algo que añadir o eliminar en ella?
—EP: Que te hayas tomado el trabajo de pensar las preguntas, de pensarme, de alguna manera, es un regalo para mí, querido amigo. Gracias por la atención prestada a esta Historia de la lluvia. Las preguntas me han resultado estimulantes y amorosas, me han colocado allí donde uno se pone en juego. Si hubiera que eliminar algo, la poda quedaría del lado de las respuestas, sin duda.
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Materialismo poético Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA El motivo de esta entrevista se debe a la publicación del brillante ensayo Materialismo poético (Pepitas de Calabaza, 2021), pero no se me pasa por alto que anteriormente salió a la venta Las hojas rojas (La Estética del Fracaso, 2020), un magnífico libro de poemas de Julio Monteverde (Cartagena, 1973) que, al haber nacido en plena temporada pandémica, no tuvo el eco que merece, de ahí que también dedique unas primeras preguntas a dicho libro “escondido”. Al final de su ensayo, Monteverde aclara que el materialismo poético no busca ofrecer una teoría existencial o económica, no es una nueva forma de explicación del mundo, sino una manera de vivir. Descartamos, por tanto, cualquier indicio de preceptiva, sistema o categorización en este trabajo. Sin embargo, tras su lectura, que es realmente embriagadora, le surgen a uno ciertas inquietudes que necesitan la ampliación o corroboración del autor. Un diálogo con Julio Monteverde no solo es un honor, sino un disfrute. Siempre. Empecemos. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: De las seis partes en que se divide Las hojas rojas, la primera de ellas se titula igual que el libro. En ella, la palabra que más se repite es “sombra”. Tu primer libro se titulaba La luz de los días. ¿Podríamos decir que el claroscuro es lo más cercano a tu verdad poética? —JULIO MONTEVERDE: Sí, es cierto, para mí la luz y la sombra son el principio de todo. Cuando llegué a Madrid visitaba el Prado una vez cada quince días más o menos, sobre todo para ver los Riberas, ya que estaba convencido de quería escribir así, dejando caer las palabras como la luz cae sobre los rostros en esos cuadros maravillosos. Para mí es una obsesión recurrente que siempre he relacionado con la experiencia de la luz de los lugares donde crecí, en Cartagena, tan masiva y vertical. Es también algo paradójico, porque esta obsesión con la luz parece tener muy poco que ver con la tradición a la que siempre he deseado pertenecer, la que va desde el romanticismo hasta nuestros días pasando por el surrealismo, tan plagado de noche. Pero qué le vamos a hacer... Parafraseando a Breton, solo puedo decir que hay demasiado sur en mí. —ECP: La segunda parte de Las hojas rojas es “Diario de sueños”. Eres un especialista en el tratamiento creativo de los sueños, como ya demostraste en tu libro De la materia del sueño (Pepitas de Calabaza, 2012). ¿Cómo son de enriquecedores para ti los talleres presenciales de sueño, escritura y vida cotidiana que impartes en Madrid? —JM: Siempre he pensado que la vinculación con el ámbito onírico debe realizarse no para huir, refugiarse o mantenerse al abrigo de las inclemencias del mundo real, sino para crear más vida. Los talleres son un buen medio para encontrarse con otras personas y desarrollar un espacio colectivo que lo haga todo más sencillo y, sobre todo, enriquecedor. La experiencia individual de los sueños está muy bien, y es muy necesaria, pero la experiencia colectiva la multiplica. —ECP: A pesar de la impresión de tristes que les parecemos los poetas a la mayoría de la gente, ¿no hay «nada que objetar a la alegría», como escribes en “Los dos pájaros”? —JM: La alegría no parece ser una emoción muy valorada en nuestros días. Y eso es algo bastante enigmático para mí. Hace poco, escuchando la canción de Antonia Font que lleva por título precisamente ‘Alegría’, me preguntaba por qué su letra parece tan original y emocionante, cuando es algo tan cotidiano, tan básico. Puede que, como dices, los poetas parezcamos tristes, pero más triste me parece a mí el mundo en el que nos vemos obligados a vivir, en el que la alegría es un residuo. Sí, definitivamente, hay que recuperar la alegría. —ECP: El jardín de atrás, la necesidad de tocar, la fuente clara... Creo que Las hojas rojas no deja de ser un libro, en su esencia, de temática amorosa. ¿El surrealismo o, mejor dicho, tu surrealismo, mantiene al amor poéticamente libre? —JM: Por supuesto, o al menos lo intenta, claro. Pero esto se debe, ni más ni menos, al papel central que tiene en la vida, la mía y la de todos y cada uno de los seres del planeta. La necesidad de amar, de ser amado, las atracciones y repulsiones, la erosión de lo cotidiano, los deslumbramientos inesperados, las ausencias, todo esto, que marca el ritmo interior de la vida, no puede dejar de aparecer en la poesía, aunque sea como negación, porque junto con la muerte sigue siendo el gran problema, se acepte o no. Además, en el caso de este libro, todo está amplificado por un hecho muy concreto acaecido en mi vida, que fue el nacimiento de mi hija, y que recorre el libro de principio a fin. —ECP: Entremos en Materialismo poético. El lema autoparódico de Pepitas de Calabaza, la editorial que lo publica, es: «Una editorial con menos proyección que un cinexín». ¿No crees que, a raíz de lo expuesto en tu libro, de esa consciencia idealista del “espectáculo” poético autónomo, Pepitas es la editorial que mejor encaja con un autor como Julio Monteverde? —JM: Lo de Pepitas se puede decir que, por mi parte al menos, fue amor a primera vista. Una tarde, en la tristemente desaparecida librería Periferia, en Lavapiés, encontré uno de sus primeros libros, la edición que hicieron de los textos sobre patafísica, que por entonces acababa de salir. Aquella misma noche les escribí de forma impulsiva, algo que no es precisamente mi costumbre. Poco después nos conocimos en persona y se fue creando una relación muy estrecha basada en todos los puntos en común que fuimos descubriendo, tanto «ideológicos» como biográficos. De esta amistad han surgido todas las aventuras en las que nos hemos embarcado. En cualquier caso, sí pienso que Materialismo poético debía salir en Pepitas, siempre lo he creído y estoy muy contento por haberlo conseguido. Si se puede entender a una editorial como un campo de fuerzas que delimita un territorio, ese territorio es sin duda el de este libro. —ECP: ¿Cuánto le debe tu Materialismo poético a Lacan? —JM: Mucho, aunque antes de nada debo aclarar que en ningún caso soy un especialista en Lacan. Todo el que se haya acercado a su obra sabe que ese título no está al alcance de cualquiera. Yo he tenido la suerte de poder introducirme a la obra de Lacan a través de las palabras de personas que sí tienen un profundo conocimiento de su obra, como Jorge Alemán o Ángel Zapata, que me permitieron establecer una base conceptual muy clara acerca de su teoría de lo real, que es el punto que sin duda más me interesa de su obra. —ECP: Siguiendo el cómputo lacaniano, la realidad sumada a “lo real” daría como resultado la vida verdadera. ¿Es así? —JM: Sí, eso es. Una de las cosas que más me fascina de su teoría de lo real es su gran poder explicativo. La dialéctica entre la realidad, que es el relato consensuado socialmente de lo que existe y lo que no, de lo que es nuestra vida y sus parámetros; frente a lo real como aquello que existe manifestándose de forma abrupta, lo que sucede, el acontecimiento que aparece a pesar de nuestros queridos parámetros y con frecuencia en contra de ellos, es esencial para entender la vida, sobre todo en nuestras sociedades desarrolladas. En mi opinión en esa dialéctica, y en el esfuerzo permanente por establecer la síntesis de los dos polos, está la base de todo. —ECP: Si el telediario ordena y compartimenta el mundo, si lo fragmenta, ¿es el poeta el encargado de llenarlo, de unificar la realidad? —JM: En mi opinión la poesía, y muy en especial la poesía del lenguaje, es un medio privilegiado para forjar nuevos vínculos en la realidad. El poeta restaura en cada poema la unidad, o una parte de ella, al descubrir o forjar esas nuevas relaciones por medio de símbolos, analogías y metáforas... Y cada vínculo que el poeta retoma confirma esa unidad esencial de forma tácita. Por tanto, el poeta es capaz de vincular lo que ha sido separado, pero lo en verdad inestimable es cuando lo hace en una dirección determinada, una dirección más libre, autónoma, no dictada sin más por las fuerzas que pretenden dominar todos los discursos y que de una forma u otra todos hemos interiorizado. Usando de nuevo la terminología de Lacan, al hacer esto está facilitando la aparición de lo real, que de esta forma se opone de forma natural a la realidad consensuada, haciéndola vacilar. Creo que esa es, o puede ser, una de las grandes prerrogativas de la poesía escrita, gracias a la cual siempre tendrá la seguridad de no desmerecer de sus posibilidades para cambiar la vida. —ECP: La fragmentación es el enemigo frontal, deduzco. —JM: Bueno, la fragmentación es inevitable, desde el momento en que somos incapaces de aprehender la totalidad, que es en esencia inabarcable. Ni nuestro cerebro ni nuestra vida dan para tanto. Pero no hay que perder nunca de vista que un fragmento es una parte de un conjunto, y que en ese relación de ida y vuelta adquiere su sentido. El verdadero problema es cuando se escamotea esa relación, que siempre plantea problemas y preguntas incómodas, con el propósito de hacerlo más digerible, menos problemático y más apto para circular por los canales del capitalismo. Este es el fragmento que tanto hemos tenido que soportar durante las últimas décadas, aquel cuya validez es necesario cuestionar si queremos llegar a comprender, si queremos saber lo importante, que es, como diría Humpty Dumpty, «saber quién manda». —ECP: Tu propuesta poética incluye utilizar el pensamiento como uno más de los sentidos, en igualdad de condiciones que el olfato, el gusto... ¿No crees que no se puede llegar a esa propuesta desde una manera reflexiva, sino que hay poetas cuyo talento, cuya manera natural de concebir la poesía funciona así y punto? ¿O esto sería negar lo utópico de esa propuesta? —JM: Creo que ese uso del pensamiento que describes es propio de la poesía, y está indisolublemente unido a ella. De hecho, creo que forma parte de su especificidad, a diferencia de otros usos del pensamiento como puede ser el reflexivo, más propio, por supuesto, de la filosofía. Por tanto, no se trata de una aspiración sino de una facultad, la de situar el discurso en lo inmediato, que aunque nunca suele darse de forma absoluta —eso no sé si podría ser posible— sí está al alcance de todos como posibilidad. El hecho de que unos poetas la usen y otros no, ya es otro problema en el que intervienen otros muchos factores, y que nos llevaría, creo, a una discusión mucho más compleja. —ECP: ¿Concluimos, entonces, que en el cóctel poético completo entrarían tres elementos básicos: la densidad de la experiencia, la autonomía y la reconstrucción vital? —JM: Sí, puede resumirse así. En el estado actual de la vida en las sociedades desarrolladas esos tres puntos son paso obligado, a mi entender, si deseamos que la poesía esté en condiciones de desarrollar sus potencialidades y servir de herramienta para la creación de vida. —ECP: ¿Es el juego el summum del materialismo poético, el éxtasis de la colectividad creativa en el lenguaje? —JM: No sé si el summum, porque no me gusta establecer jerarquías en esto —cada cual debe encontrar los medios que le sean propios—, pero está claro que el juego, como actividad poética colectiva, que crea de forma natural un espacio de vida intensificado a su alrededor en el que el grupo vive libremente su experiencia soberana, es un sitio inmejorable por el que empezar. —ECP: Habría que cargarse también cualquier mitología, entiendo. La fragmentación de la realidad, la mitología, el discurso como obstáculo camuflado del auténtico lenguaje... Es una tarea herculana, valga la referencia mitológica. Pero, claro, como tú dices: «Toda interpretación del mundo tiende a convertirse, de una forma u otra, en mito». ¿Qué hacemos, Julio? —JM: El mito, que históricamente fue el lugar privilegiado de la poesía, forma parte de nuestra idiosincrasia como especie y es indispensable para comprender cualquier colectividad. Cada sociedad tiene los suyos, que sirven para entender la vida y el lugar del individuo en el mundo, y lo que es más importante, para explicarlo a los demás. En la actualidad, por mucho que parezca lo contrario, existe un mito capitalista, que sirve para explicar el mundo desde coordenadas muy concretas. Este mito funciona todos los días de nuestra vida por medio de múltiples narraciones que lo confirman —películas, series, publicidad de todo tipo—, a través de los rituales que se le añaden —épocas de compras compulsivas, «fiestas de guardar» como el Black Friday, etc.—, y en sus templos —los centros comerciales—. Pero este mito miente, ya que ha falseado la naturaleza del hombre y la ha sustituido por una práctica económica por la cual, y solo por la cual, la vida parece adquirir un sentido. Este es el mito que hay que derribar, y sustituirlo por otro, más acorde con nuestras necesidades. Y en este proceso la poesía puede tener un papel crucial, dentro siempre de una lucha mucho más amplia, por supuesto. Y no solo porque el mito capitalista no nos guste, o porque signifique la negación explícita de todos los valores que la poesía como práctica representa, que también, sino porque al final está poniendo en peligro la existencia del ser humano sobre el planeta. —ECP: No puedo estar más de acuerdo en que la poesía no es domesticable, no se deja sofocar, ha de ser salvaje... ¿Incluso ante el materialismo poético? ¿O esta pregunta que termino haciéndote también, de alguna manera, es una trampa del capitalismo?
—JM: El capitalismo siempre va a querer jugar la carta del relativismo para desactivar cualquier propuesta que considere problemática. Ponerlo todo en cuestión permanente es legítimo e imprescindible, pero sucede que nuestros deseos no son relativos, sino concretos, aunque no siempre sean de fácil dilucidación. Después de ponerlo todo en cuestión hay que elegir, decantarse en base a lo que en realidad se relaciona con nosotros, asumiendo si es preciso las inevitables contradicciones que siempre van a aparecer pero sin dejarse vencer sin más por ellas. La poesía debe ser indomable porque en el mundo actual, en el que nuestros deseos han sido sustituidos por meros simulacros económicos, está obligada a serlo para poder recuperarlos. No hay otra. El materialismo poético será puesto en cuestión, no me cabe la menor duda, pero si no se ofrece una alternativa crítica, y si no se toma partido por ella, ese cuestionamiento no servirá de gran cosa. —ECP: ¿Conviene vivir en los márgenes para una mejor observación del mapa humano? —JM: Nunca me ha gustado reivindicar la existencia en los márgenes per se. Pueden ser un lugar muy solitario, árido y aburrido, nada recomendable. Lo que pasa es que si se quieren hacer las cosas de una forma determinada, el sistema te mantiene ahí lo quieras o no. No hay mucha elección. Eso da mucha libertad, mucha perspectiva y muchas alegrías, en especial si uno tiene la suerte de compartir esos márgenes con otras personas que tengan los mismos objetivos e inquietudes. Pero no conviene regodearse en ellos, porque al final la distancia aumenta tanto que puede volverse infranqueable, y entonces se vuelven una jaula. |
ENTREVISTAS
El Coloquio de los Perros. CABEZAS, ISMAEL
CAMARASA, RAFAEL CARBAJOSA, NATALIA CARIDE, ALBERTO CARRILLO, VIRIDIANA CÉLINE CEREZUELA, ANA CERVERA, RAFA CHEJFEC, SERGIO CHEJFEC, SERGIO [5] CHESSA, ALBERTO CHESSA, ALBERTO [Anatomía de una sombra] CHICO, ÁLEX CISNERO, ALBERTO COMAN, DAN CONTRERAS, NADIA CORTINA, ÁLVARO CRUZ, GINÉS DELGADO, DESIRÉE DÍAZ, ANA CLAUDIA DÍEZ, JOSÉ MANUEL DOMINIQUE A ELENA PARDO, CRISTINA ELKOURI, RIMA ESPEJO, JOSÉ DANIEL ESPEJO, JOSÉ DANIEL [Perro fantasma] FONT, VIOLETA GALÁN, JULIO CÉSAR GALÁN MOREU, SALVADOR GALÁN MOREU, SALVADOR [No fall] GALINDO, BRUNO GALLARDO, JOSÉ MANUEL GALLUD, EVA GALVÁN, ANI GAMBOA, JEYMER GARCÍA, CONCHA GARCÍA, DIEGO L. GARCÍA JIMÉNEZ, SALVADOR GARCÍA LÓPEZ, ERNESTO GARCÍA MELLADO, ISABEL GARCÍA-VILLALBA, ALFONSO GARRIDO PANIAGUA, RODRIGO GASS, CARLOS GINÉS, ANTONIO LUIS GINÉS, ANTONIO LUIS [Antonov] GÓMEZ, MACARENA GÓMEZ BLESA, MERCEDES GÓMEZ RIBELLES, ANTONIO GÓMEZ RIBELLES, ANTONIO [QUIROMANTE] GONZÁLEZ LAGO, DAVID GRACIA, ÁNGEL GROZO, DANIEL GUERRA NARANJO, ALBERTO HENDERSON, DAIANA HERNÁNDEZ, GALA HERNÁNDEZ, JULIO HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [EL DOLOR DE LOS DEMÁS] HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [ANOXIA] HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [TIEMPO POR VENIR] HERNÁNDEZ BUSTO, ERNESTO IRIBARREN, KARMELO C. JORGE PADRÓN, JUSTO KASZTELAN, NURIT LADDAGA, REINALDO LAYNA RANZ, FRANCISCO LEZCANO, YULEISY CRUZ LINAZASORO, KARLOS LLOR, DOMINGO LOBATO, FLORA LÓPEZ, PABLO LÓPEZ AGÜERA, FULGENCIO ANTONIO LÓPEZ KOSAK, ANDREA LÓPEZ MONDÉJAR, LOLA LÓPEZ MONDÉJAR, LOLA [Qué mundo tan maravilloso] LÓPEZ POMARES, ALEJANDRO LÓPEZ SANDOVAL, DAVID LÓPEZ SORIA, MARISA LOUZAO, ALICIA MACHUCA, LUIS MAESTRO, JESÚS G. MALAVER, ARY MANUELA, ADRIANA MARGARIT, LUCAS MARÍN, MARÍA MARÍN, MARIO MARÍN ALBALATE, ANTONIO MARQUARDT, ANJA MART, BLANCA MARTÍ VALLEJO, MAITE MARTÍN, RUBÉN MARTÍN GIJÓN, SUSANA MARTÍN IGLESIAS, VÍCTOR MARTÍNEZ CASTILLO, ANA MENDOZA, NURIA MESA, SARA MICÓ, JOSÉ MARÍA MIGUEL, LUNA MIRALLES, INMA MOGA, EDUARDO MOLINO, SERGIO (DEL) MONTEVERDE, JULIO MONTEVERDE SÁNCHEZ, CONCEPCIÓN MOR, DOLAN MORALES, JAVIER MORANO, CRISTINA MORENO, ANTONIO MORENO, ELOY MORENO, JAVIER MORENO, SEBASTIÁN MORENTE, ESTRELLA MOYA, MANUEL MUÑOZ, MIGUEL ÁNGEL NAVARRO, ÓSCAR NETO DOS SANTOS, MANUEL NIETO, LOLA NORDBRANDT, HENRIK NUÑO, SIHARA OLMOS, ALBERTO OREJUDO, ANTONIO ORTIZ, DEMIAN ORTIZ ALBERO, MIGUEL ÁNGEL PALOMEQUE, AZAHARA PAPELES DEL NÁUFRAGO [Antonio Lafarque y Aníbal García] PARDO VIDAL, JUAN PARRA SANZ, ANTONIO PEÑA DACOSTA, VÍCTOR PEÑALVER, PATRICIO PEÑAS, ESTHER PÉREZ CAÑAMARES, ANA [Querida hija imperfecta] PÉREZ CAÑAMARES, ANA [Las sumas y los restos] PÉREZ LEAL, AGUSTÍN PÉREZ MONTALBÁN, ISABEL PERONA, JESÚS PICÓN, EMILIO PRADA, JUAN MANUEL DE PRUDENCIO, JESÚS PUJANTE, BASILIO PUJANTE, MANUEL QUIJANO SÁNCHEZ, EDUARDO RÍOS, BRENDA RIVAS GONZÁLEZ, MANUEL ROBLES, SALVA RODRÍGUEZ, ALFREDO RODRÍGUEZ, ALFREDO [Urre Aroa] RODRÍGUEZ, ALFREDO [Días del indomable] RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, ANTONIO RODRÍGUEZ PAPPE, SOLANGE ROMERO MORA, J.D. ROMERO MORA, J.D. [En el desvarío] ROSADO, JUAN JOSÉ ROSSELL, MARINA RUDEL, JAUFRÉ RUIZ GUERRERO, Mª CARMEN SALSE BATÁN, ALEJANDRO SÁNCHEZ, GINÉS SÁNCHEZ, GINÉS [2096] SÁNCHEZ, GINÉS [MUJERES EN LA OSCURIDAD] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [El nudo] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [FACTBOOK] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [LA CADENA DEL FRÍO] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [LOS QUE ESCUCHAN] SÁNCHEZ GÓMEZ, MARISOL SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS [Pastillas debajo de la lengua] SÁNCHEZ MENÉNDEZ, JAVIER SÁNCHEZ ROBLES, MIGUEL SÁNCHIZ, ANTONI SANTOS, ABEL SCHWEBLIN, SUSANA SEÑOR, RUBÉN SERRANO, PABLO SORIANO, ADA SUANE, SAÚL TRIGUEROS, SARA J. ÚBEDA, ANABEL URÍA, JUAN MANUEL VAL, FERNANDO DEL VALDÉS, ANDREA VALERO, MANUEL VALLÈS, TINA VARAS, VALENTINA VEGA, MIGUEL VERA FIGUEROA, ALBA VICENTE, TERESA VICENTE CONESA, FRANCISCO VILA-MATAS, ENRIQUE Hemeroteca
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