Entrevista realizada por HÉCTOR TARANCÓN ROYO Vivimos deprisa, apartados del sufrimiento ajeno y del devenir mundial de los acontecimientos, pero, un día, por nuestra felicidad se cuela, poco a poco, la ansiedad, la enfermedad y la crueldad inevitable de la vida: la muerte. Por mucho que nos la intentemos sacar, el anzuelo se va enroscando, como la poesía de Esteban Beltrán Verdes en La jodida intensidad de vivir, editada por Vaso Roto en 2018, hasta que forma parte de nosotros. Triturados por la miseria, el ruido y el ridículo de existir, la escritura, como apunta el actual director de la sección española de Amnistía Internacional, ofrece un bálsamo inestable con el que sobrevivir un día más. Queda el dolor, el drama subjetivo, pero también su rastro y, en ese preciso instante, la posibilidad de que otros aprendan a evitarlo observándolo de cerca. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: La jodida intensidad de vivir, como indica su título, está lleno de dolor, soledad, desosiego, amor e impotencia ante la injusticia. Por la cercanía biográfica con tus experiencias, ¿cuánto hay del Esteban Beltrán real en los distintos poemas, y cómo separas ambas facetas? —ESTEBAN BELTRÁN VERDES: No separo nada, soy yo mismo, o lo más aproximado a mí mismo que puedo alcanzar con palabras. Este libro que nunca pensó ser libro —esto ocurre cuando escribes un libro cada treinta años, que nadie lo espera, ni tú mismo— refleja, de manera imperfecta, interesada, una etapa turbulenta de mi vida en donde todo lo que mencionas en la pregunta —más esperanza e indignación y asombro— apareció a la vez por mi casa. —ECP: ¿Y con tu labor como director en Amnistía Internacional de España? Es inevitable pensar en temas como la libertad de expresión, la tortura, los exiliados, el medio ambiente, o el fascismo. —EBV: Soy el doctor Jekyll y Mr. Hyde. Por la mañana trato de que el mundo sea lo mejor posible y, de madrugada, me exploro de manera inmisericorde. Esta “Jodida” no es poesía social, sino íntima, que quiero pensar que en lo profundo —esperanza, indignación, rebelión, consciencia— une las dos partes de mi vida. Por decirlo brevemente, procuro descifrar y resolver en ambas circunstancias: en un caso el mundo, en otro mi estómago. Hay dolor y esperanza en ambos. —ECP: ¿Es esa indagación, entonces, la materia principal de tus poemas? —EBV: Trato, en este libro, de saber cómo puedo salir (o mantener) la locura amorosa, o cómo ser relativamente feliz compartiendo los últimos meses de vida de una persona muy querida. Vivía tratando de comprender (o hacerme la ilusión) de controlar lo que vivía. —ECP: ¿Cómo se sobrevive a este proceso? —EBV: Escribir en directo ayuda a sobrellevar el día a día o, al menos, la belleza que deja la escritura. La belleza de las palabras al juntarse (independientemente de que escribas mejor o peor) me aliviaba. —ECP: También hay un exhibicionismo rotundo y claro plagado de inseguridades. —EBV: Yo lo llamaría autenticidad, no exhibicionismo. Como decía Mario Levrero, el novelista uruguayo, «yo me juego la vida al escribir». La literatura que amo es aquella que busca y rebusca entre los huesos y las entrañas sin piedad de uno mismo. Me amo y me odio, me gusto y me desprecio a la vez. ¿Quién no tiene inseguridades? Los muy seguros (o que parecen estar muy seguros de todo) son peligrosos por fanáticos. —ECP: Precisamente, en la introducción de Y eso fue lo que pasó, Natalia Ginzburg comenta que es un error buscar consuelo en escribir, pero que ese proceso de creación oscuro y triste, a su vez, lleva a «una conciencia absoluta, inexorable y mortal». —EBV: Mientras escribía en directo la “Jodida” odiaba escribir poemas, pero no había más remedio que escribir. Una fuerza oscura y descomunal que llegaba de mi propia vida me pedía palabras y palabras. No me resistí, pero me odiaba. —ECP: A la vez, los poemas son sufrimiento y, también, legado hacia tu hija, Lucía. —EBV: Solo hay un poema, el segundo del libro, en el que cuento a mi hija, por miedo a morir en un accidente de aviación, algunas claves de mi vida. Ese día me vi mudo demasiado tiempo frente a ella, y quise que me escuchara. Pero no busco legado en el libro, en todo caso dejo un rastro de aquello que pensé que fue extraordinario en mi vida. —ECP: Frente a la rutina, la «emboscada de lo extraordinario» eleva el tono y difumina cualquier posibilidad de sufrimiento. —EBV: Toda vida es extraordinaria. Soy un creyente en la individualidad humana no egoísta, aquella que nos hace pensar que cada ser humano es irrepetible, pero que también es capaz de entender y asumir que, por lo tanto, somos diversos y nos necesitamos unos a otros. La belleza, como dije, difuminaba el sufrimiento. —ECP: Otro foco de tensión es la oposición entre imaginación/sueño y escepticismo. —EBV: Como decía Pessoa, los poetas somos unos fingidores... Pero auténticos. Somos algo real en un poema y, al siguiente, seguimos siendo reales, pero ya somos otro. Y así el libro pasa de aceptar que todo ha pasado ya al poema siguiente en el que todavía reclamo que todo regrese al punto exacto donde estaba. Hay una coherencia incoherente en todo el libro. —ECP: De un modo u otro, el primer verso es ya toda una declaración: «No me desahogo hoy (aunque resulte increíble en esta mi historia de poeta de exabruptos)». —EBV: Fue una pesadilla escribir este libro que, como decía antes, nunca quiso ser libro. No pude evitar escribirlo, y me maldecía al empezar cada poema o cada texto. No sentía alivio ni evolución positiva. Cada poema era la constatación de que todo se repetía, de que dejaba el rastro de una vida que, en ese momento, se perdía de forma irremediable. Eso sí, escribiendo traté de jugarme la vida, de alcanzar o aproximarme a lo auténtico, y quizá la belleza que encontré en ciertos giros y palabras fue un consuelo. —ECP: Si nunca quiso ser libro, ¿qué era entonces? —EBV: Surgió, como decía, por la necesidad de hacerme la ilusión de que, a través de juntar palabras, era capaz de controlar lo que ocurría en mi vida por entonces. Lo bueno de haber escrito un libro cada treinta años es que nadie espera —ni yo mismo— escribir un libro. Todo surgió de madrugada, se escribió de noche y solo fue libro cuando alguien ajeno a mí lo leyó y descubrió un libro en lo que solo era, hasta entonces, un rastro. —ECP: Entonces, si todo se vuelca de pronto, ¿corriges los poemas después? —EBV: Sí, corrijo siempre, tras escribir, y dejo un tiempo sin ver el texto, para luego volver a corregir. Me he descubierto como un jardinero minimalista, y no es fácil serlo en un libro tan torrencial como la “Jodida”. En el mismo libro reflexiono sobre el hecho mismo de corregir... ¿Cómo mantengo la autenticidad de lo escrito en correcciones que llegan meses después de haber escrito por primera vez el poema? Pero siempre, siempre, menos es más. —ECP: Entre los poemas intercalas hasta cinco entregas del “Cuaderno desvergonzado”, en prosa, en los que el amor permea: hay redención, recaídas, etc. —EBV: Los fantasmas interiores crecían, se desarrollaban, a medida que mi vida se agitaba, y necesité la escritura como nunca. Y no me bastaron los poemas, aunque fueran de verso largo y tono narrativo, así que necesité la prosa y así nacieron los “Cuadernos desvergonzados”. Encontré después que estos cuadernos daban coherencia a todo el texto. —ECP: En ese sentido, la belleza de los poemas crece, literalmente, de la sangre, el dolor y la basura como un loto. —EBV: Sí, como decía Luis Rosales, nadie es el mismo cuando regresa del dolor. La belleza del juego de palabras contra la locura de psiquiátrico, la muerte inesperada y las despedidas inabordables. —ECP: Tampoco creas como si fuera un manual de autoayuda al uso, tan extendido hoy en día. —EBV: Si no me ayudó a mí el libro, imagino que no ayudará a otros, pero sí he encontrado en lectores que lo íntimo, si es auténtico, se aproxima a lo universal. Cada individuo conoce y vive un amor que creyó extraordinario, o la cercanía de la muerte, o las proximidades de la insensatez y quizá la locura. —ECP: Por otra parte, muchos de los poemas dependen de la memoria, un producto inestable y traicionero de por sí. —EBV: Hoy estoy convencido de que el ayer nunca existió. Por eso el libro se escribe en directo, pensando en el futuro. La única manera de derrotar al tiempo es escribir hoy o para el mañana. La memoria miente. —ECP: Desde tu punto de vista, ¿tiene el arte capacidad política para denunciar la realidad? —EBV: Claro, todo sirve. Puede servirse de lo más bello para denunciar, no a la realidad, sino a sus verdugos. Debemos, eso sí, ser precisos y justos en esa tarea para ser creíbles. La poesía, o el arte en general, es, sobre todo, subjetividad. Por tanto, lo que podemos encontrar en el arte que denuncia —y que yo soy incapaz de hacer parte de mi escritura— es la emoción, la belleza que nos reconcilia con el ser humano. Esa belleza la podemos encontrar en Gabriel Celaya o Blas de Otero, y hoy en Fruela Fernández. —ECP: ¿Quiénes son esos verdugos? ¿Hay grandes diferencias entre los del hogar y la realidad exterior? —EBV: Los verdugos son aquellos que matan, hieren, encarcelan o someten a otros seres humanos. Poseen poder, pero no son eternos. La lucha por una vida mejor es cansada porque, esa sí, es eterna. —ECP: Me acuerdo, eso sí, del cortometraje Makun. No llores, de Emilio Martí, que ganó dentro del festival Abycine una ayuda de Amnistía Internacional para su producción. —EBV: La lucha por derechos humanos va unida también al arte y, por supuesto, al cine. Ken Loach es el adalid de la crítica social y, a la vez, despliega un cine de alta calidad. Así podemos pensar también que en la música, por ejemplo, Paco Ibáñez ha unido la lucha por la libertad con la poesía más clásica, o que Bruce Springsteen, con Into the fire, ha incidido en el orgullo por los bomberos que morían al subir escaleras de las Torres Gemelas el 11 de septiembre. Lo mismo ocurre con Ismael Serrano y sus historias sobre trabajos precarios. —ECP: Entonces, ¿cuál es el tema más urgente a denunciar en la actualidad y por qué? —EBV: Las políticas y discursos del “nosotros versus ellos” es lo más preocupante hoy porque cuestiona el consenso al que se llegó después del horror nazi de la Segunda Guerra Mundial: «todos los seres humanos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos». Hoy gente como Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, y Erdogan en Turquía buscan chivos expiatorios en inmigrantes, indígenas u opositores para cuestionar que todos los seres humanos somos iguales. Debemos dar batalla de ideas los que creemos en la solidaridad, la igualdad y la diversidad. —ECP: ¿Y la vida que te hubiera gustado conservar? —EBV: Soy un vividor, busco la inmortalidad.
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20/9/2022 07:08:33 am
Buenos días señor / señora,
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ENTREVISTAS
El Coloquio de los Perros. CABEZAS, ISMAEL
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