Entrevista realizada por JUAN LOZANO FELICES EL ARTE DE DESENTERRAR VIEJAS HERRAMIENTAS La anacrónica pervivencia de la poesía en el siglo XXI nos depara territorios de asombro y maravilla como son los poemarios del poeta oriolano José Luis Zerón Huguet, al que tenemos el placer de entrevistar hoy a propósito de la reciente aparición de su último libro, Intemperie (Sapere Aude, 2021). Hermanada con la más veterana Ars Poetica, esta editorial, con un planteamiento tan selecto como ecléctico, constituye una de las propuestas editoriales más interesantes, consolidadas y variadas dentro del panorama editorial español. Zerón se ha convertido en un poeta intemporal, alejado de modas y banderías, que ha ido consolidando una voz rica y singular con cada nueva entrega. Haciendo recuento de su trayectoria poética, dejando aparte plaquettes, prólogos, conferencias y publicaciones en diversos medios, éste arroja un balance de ya nueve poemarios: Solumbre (1993); Frondas (1999); El vuelo en la jaula (2004); Ante el umbral (2009); Sin lugar seguro (2013); De exilios y moradas (2016); Perplejidades y certezas (2017); Espacio transitorio (2018); e Intemperie (2021). A la obra poética de José Luis llegué yo de oídas en 2013, cuando acababa de publicar Sin lugar seguro. Ambos hemos convenido que este poemario se sitúa en una suerte de ecuador que separa su obra poética en dos hemisferios. Uno más cerrado y morfológicamente más denso e impenetrable; y otro más discursivo, revitalizador y semánticamente más despejado y actual, al que no es ajeno un poso existencial sin el ombliguismo de la poesía de la experiencia. En ocasiones, también se hace presente un contorno social alejado así mismo de convencionalismos y lugares comunes, donde la comunicación poeta-lector fluye sin interferencias. Hace poco, nos ofrecía José Luis un magnífico texto a modo de poética, que me parece una de las reflexiones más lúcidas que haya leído acerca del hecho poético. De él, extraigo lo siguiente: «El poeta utiliza el microscopio y el telescopio, el zoom y el gran angular. Sabe que el mundo es complejo e inabarcable (y tan maravilloso como bestial), por eso mismo las palabras resultan precarias e insuficientes para abarcarlo, de ahí su conflicto paradójico con el lenguaje. Cuando el poeta trata de sondear lo que Juan de la Cruz calificó como noche oscura del alma y que yo suelo llamar intemperie se siente un extranjero en su propia lengua, y de ese sentimiento de extrañeza y desamparo surge el hecho poético. De ahí que acertadamente el filósofo Gaston Bachelard afirme que la poesía pone al lenguaje en estado de excepción. Hay que vivir el poema como un acontecimiento y aceptar lo inefable e incomprensible del hecho poético. Escribir es andar a tientas sin luz o a media luz». Intemperie aúna en un solo volumen, dos poemarios de distinto registro y tono y que pueden leerse como un todo o separadamente. La nota aclaratoria del poeta explica cuál ha sido el proceso. El primero de los poemarios, Solumbre, es una reescritura del poemario primigenio de José Luis Zerón, del mismo título. Pero no se trata de una reelaboración ad hoc. José Luis había tenido la necesidad de volver a él y actualizarlo, incluyendo incluso algún poema inédito que estaría en esa sintonía. El segundo, El vértigo y la serenidad es una recopilación de poemas exentos, publicados a lo largo de los últimos años en revistas literarias, pero que, al verse reunidos, resulta un corpus sólido y cohesionado, dividido en cinco segmentos. Aventurarse en una obra como la de José Luis Zerón, con un sustrato tan rico en fuentes literarias, filosóficas, espirituales y simbólicas, siempre es una aventura, empresa arriesgada, conlleva un reto intelectual y una implicación emocional. Él mismo se definía como un poeta que siempre ha estado a la intemperie y que, alguna vez se ha visto acuciado por el síndrome de Lord Chandos. Habrá quien diga que la poesía de José Luis Zerón es “demasiado hermética”, “que no se entiende”. No han de preocuparnos esas voces. Como dijo el gran Juan Ramón Jiménez: «La gran poesía difícil comunica por soplo, imán, majia, fatalismo, como fue creada, y no por análisis metódico, su secreto profundo». La poesía, cuando es auténtica y no lo que comúnmente pasa por ser, tiene la virtud de conectar con el lector y de ser reconocida por los suyos. Pero dejemos ya hablar al poeta.
—ECP: La revista Empireuma está oportuna y felizmente de actualidad por su reciente digitalización, disponible en el portal de la Cátedra Arzobispo Loazes de la Universidad de Alicante. Decía Vicente Aleixandre que las revistas de poesía tienen la virtud de dar voz a una generación. En Orihuela, en el ecuador de los 80, un grupo de jóvenes inquietos a los que tú mismo has definido como «practicantes de un activo extremismo poético», sueña con plasmar sus incipientes versos, artículos y cálculos reflexivos. Esa aspiración se cumplirá muy pronto en forma de revista literaria y de pensamiento. Empireuma gozará de un gran prestigio a nivel nacional, hecho insólito si tenemos en cuenta su origen artesanal y provinciano, y que solo se entiende atendiendo a parámetros de calidad en su contenido. Si pensamos en los medios con que se contaba entonces, Empireuma estaría mucho más cerca de El Gallo Crisis que de las modernas revistas digitales de la actualidad. ¿Podrías hablar un poco de esa primera hora fundacional? ¿Quiénes formabais el núcleo de Empireuma? ¿Había un sustrato común de intereses intelectuales y artísticos entre vosotros? ¿Qué peso tuvo en la publicación la parte gráfica? ¿Llegasteis a ser conscientes de que la revista podía tener un alcance como el que luego tuvo? —JLZH: Como bien dices, Juan Carlos, es un hecho insólito que la revista gozara de un prestigio nacional, y sin ánimo de exagerar te diría que internacional, teniendo en cuenta que publicamos a un buen número de poetas latinoamericanos y había una sección dedicada a la traducción en la que dimos a conocer a poetas clásicos en otras lenguas, pero también a otros desconocidos entonces y que ya aparecen en las editoriales más prestigiosas. Incluso hoy día todavía sigue siendo citada la revista en prólogos, estudios literarios, tesis, etcétera. ¿Cómo lo conseguimos teniendo en cuenta los medios económicos tan precarios con los que contábamos y naciendo en una ciudad pequeña como Orihuela? Creo que con tesón, audacia, constancia y aplicando criterios de calidad y pluralidad, sin dejarnos llevar por las exaltaciones sectarias que abundaban entonces en muchas publicaciones literarias. Todavía hoy me cuesta creer que unos chiquillos de entre diecinueve y veintiún años pudiéremos sacar adelante un proyecto tan ambicioso. Es cierto que estuvimos bien asesorados por Jorge Cuña, un poeta gallego que tenía buenos contactos y que falleció en 2004, y también por su compañera de entonces, Lola Varela, profesora de Literatura. Ambos vinieron a Orihuela porque ella pidió el traslado al Instituto El Palmeral. Creo recordar que Lola quería conocer la tierra de Miguel Hernández: de hecho, fundó en Orihuela un grupo de teatro compuesto por alumnos suyos y lo bautizó con el nombre de La Tahona. Pero Jorge y Lola se marcharon, si no me falla la memoria, cuando el número 5 de Empireuma aún no había entrado en la imprenta, y la revista siguió adelante durante muchos años. Al principio la dirigíamos ocho jovencitos. Nos bautizaron como Grupo de Jóvenes poetas Empireuma. Rechazamos aquel bautismo pomposo y cursi cuando salió el tercer o cuarto número de la revista. Y recuerdo que después nos llamaban, los poetas empireumáticos. Unos lo hacían con cariño, otros con cierto desprecio. Cuando el número 0 de Empireuma estaba en la imprenta se unió a nosotros Ada Soriano. Pasados un par de años, abandonaron varios amigos, unos por discrepancias y otros por motivos de trabajo que los alejaron de Orihuela. Nos quedamos al frente de la revista Ada y yo, José Manuel Ramón y los hermanos José Mª y Fernando Piñeiro. Y contamos con algunas personas muy destacadas como el pintor Pepe Aledo, ilustrador de las portadas y además un apoyo muy importante para nosotros. Empireuma también generó actividades literarias y artísticas (recitales, performances, ciclos de conferencias...) y a comienzos de la década de los noventa se constituyó en editorial y publicamos La Lucerna, una revista sociocultural mensual (más periodística que creativa) y varios libros y separatas. Si te digo la verdad, teníamos ambiciones de llegar lejos con Empireuma, queríamos que fuera una revista de referencia, pero claro, eso sucedió cuando éramos casi unos adolescentes y realmente no creíamos que fuéramos a alcanzar nuestros objetivos teniendo en cuenta los escasos medios de que disponíamos. Pasado el tiempo, me enorgullece ver que algunos jóvenes noveles por los que apostamos son ahora autores que gozan de un sólido prestigio. Por la parte que me toca, diría que Empireuma es mi creación más importante. No sé si en cuanto a los medios estábamos más cerca de El Gallo Crisis, creo que esta publicación disponía de más recursos económicos porque detrás estaba la Iglesia. Muy poco o nada teníamos que ver con esta revista importante en la historia de Orihuela, más teológica y clerical que literaria. Como dijo Neruda, exhalaba un tufo a incienso y sacristía. —ECP: Si hubo dos revistas en la provincia de Alicante, en los ochenta, que sirvieron de catalizador cultural, fueron Algaria 0 y Empireuma, esta última continuando su andadura en los noventa y parte de la primera década del siglo XXI. Debió ser complicado fundar una revista literaria y organizar recitales por un grupo de jóvenes, precisamente en una época, recién salida de la transición política, en que la poesía militantemente ideológica constituía una corriente muy importante a nivel popular. En principio, el espíritu de Empireuma parece ir contracorriente, parece haber una voluntad expresa de desmarcarse de la huella tutelar hernandiana. ¿Podía esto ser visto, en la Orihuela de la época, como una herejía? ¿Os veían como unos elitistas? —JLZH: Cuando empezamos a fraguar el primer número de la revista y antes de que nadie nos conociera, decidimos presentarnos en la sociedad cultural oriolana con un recital colectivo en los jardines de la desaparecida galería de arte Juan de Juanes. El acto fue un éxito, a pesar de que todos estábamos muy nerviosos y temblábamos como flanes. Nos sirvió para ganar confianza y autoestima. Cuando el número 0 de la revista ya estaba en la imprenta, en diciembre de 1984, ofrecimos otro recital, esta vez en el Salón Rosa del hoy abandonado (y en amenaza de ruina) Palacio de Rubalcaba. Llegaron a decir que éramos unos elitistas que habíamos elegido un palacio oriolano para leer nuestros poemas. Pero aquello quedó muy bien y algunos de los que nos criticaron copiaron la idea y organizaron actividades en este lugar. Por otra parte, en el Casino se nos criticaba porque no escribíamos con verso medido y rima (o no siempre) y porque entre nosotros había muy pocos universitarios. Tampoco nos ayudó mucho el que tratáramos de desmarcarnos de la huella tutelar de Miguel Hernández (como bien dices nuestras pretensiones resultaron heréticas) y también molestó a los oriolanos de pro el incendiario y enternecedor editorial del número 0, escrito con claras intenciones de épater le bourgeois. Lo cierto es que, aunque necesitábamos matar al padre hernandiano y medrar con nuestra propia identidad, nunca despreciamos a nuestro paisano más reconocido, y conforme íbamos madurando valorábamos más su poesía, incluso le rendimos numerosos homenajes desde la revista Empireuma. Creo que todo esto que cuento causó animadversión entre nuestros paisanos y quizá por eso, cuando entró el PP con mayoría absoluta en el Ayuntamiento de Orihuela, en 1987, el nuevo concejal de Cultura, por expreso mandato del alcalde, L. F. Cartagena, nos retiró la subvención anual que nos había concedido su antecesor. Durante años el Ayuntamiento de Orihuela negó cualquier tipo de ayuda económica a nuestra revista o a iniciativas que se derivaran de la misma. —ECP: Estás casado con Ada Soriano, una relevante poeta que también estuvo en la hora fundacional de Empireuma. Soy consciente de que esto pueden habértelo preguntado otras veces, pero ¿cómo se lleva escribir poesía conviviendo con otra poeta?, ¿es complicado, es cómodo, hay algún conflicto en ello?, ¿tenéis alguna rutina a la hora de escribir, pedís la opinión el uno al otro sobre lo que en ese momento estáis escribiendo o sobre una idea? El dicho popular «dos que duermen en el mismo colchón, se vuelven de la misma condición» es extrapolable al quehacer poético. ¿Hasta qué punto la obra de Ada es una veta que se adentra en tu poesía y viceversa? ¿Es inevitable o esto no ocurre? —JLZH: Cuando Ada y yo nos ennoviamos y le conté la noticia al mencionado Jorge Cuña, este frunció el ceño y me dijo que no era bueno que nos emparejáramos dos poetas, que debería haberme echado una novia pintora, compositora, cineasta, qué se yo..., todo menos poeta, pues Jorge creía que un matrimonio de poetas estaba condenado al fracaso. Él no tenía nada contra Ada, pero se vio en la obligación de prevenirme. No sé si tenía razón. Lo cierto es que hay casos que rebaten la opinión de Jorge. Conocí a Paca Aguirre y Félix grande y se llevaban muy bien. También tengo amistad con matrimonios de poetas muy bien avenidos. Mi convivencia poética con Ada es óptima. Cuando surgen entre nosotros desavenencias y conflictos es por otras cuestiones ajenas a la poesía. Aunque nuestras poéticas son distintas, no hay entre nosotros competencia ni animadversión alguna. Y nuestras rutinas son parecidas, aunque los horarios no siempre coincidan. Los dos hemos de lidiar con el día a día: facturas, problemas laborales o domésticos, preocupaciones por los hijos, enfermedades y numerosas actividades prosaicas. Lo importante es que siempre podemos sacar un poco de tiempo para hablar de lo que estamos leyendo o escribiendo y compartimos algunas actividades creativas. Me alegra que se equivocara mi difunto amigo. Creo que junto a Ada he salido ganando como poeta. Admiro su escritura poética y me enriquecen sus opiniones sobre la mía. Me ayuda a que no desmaye mi fe en la poesía. —ECP: Sabes que Margarit veía el poema como una suerte de destilación, iba quitando cosas hasta que ya no podía quitarle más sin que se desmoronase y lo que quedaba era el poema. También José Ángel Valente decía que el poema era «una especie de purificación de sí mismo». Sabía cuándo un poema estaba acabado porque ya no había nada sobrante en él. ¿En poesía, menos es más? ¿Se dice más, y más exactamente, practicando una férrea economía del lenguaje, o depende de cada poeta? ¿Cuál es tu caso? —JLZH: Depende de cada poeta y también de cada libro. Creo en la destilación del poema y que hay que eliminar del mismo lo superfluo o aquello que no es absolutamente necesario, pero no olvidemos que hay también un retórica de lo mínimo que puede ser una trampa y a veces un fraude, ya que en algunos casos encumbre impotencia expresiva y anemia imaginativa. Hay poetas que descarnan tanto al poema que lo convierten en un esqueleto. En otros casos, el menos es más se reduce a una miniatura ingeniosa en forma de chiste, o en un haiku mediocre, ahora que tan de moda está esta estrofa. También hay poetas que por querer ser tan sencillos y transparentes incurren en la simplicidad. A veces el recurso de la depuración puede ser una coartada para transitar por la planicie sin mayores riesgos. Claro que creo en la poda. Y me parece a mí que cuando un poeta adquiere experiencia sabe cuándo un poema está acabado y nada le sobra. Ahora bien, no le hago ascos al poema de largo aliento. José Ángel Valente decía que hay que dejar hablar al lenguaje y que «no es escritor quien se sirve del lenguaje sino quien llega a hacer de modo que el lenguaje se sirva de él. El que deja hablar a la palabra». Y Octavio Paz en su ensayo sobre André Breton afirma que «el inspirado, el hombre que de verdad habla, no dice nada que no sea suyo; por su boca habla el lenguaje». Estoy de acuerdo con Valente y con Paz, solo que a veces la palabra se manifiesta con énfasis expresivo y necesita expandirse. Walt Whitman y Emily Dickinson, Juan Carlos Mestre y Ada Salas, por ejemplo, son muy distintos: ellos expansivos y ellas concentradas, pero los cuatro grandes poetas. No creo que La tierra baldía de Eliot, tijeretazo ezrapoundiano mediante, o Alturas de Macchu Picchu de Neruda o la poesía de Ernesto Cardenal sean peores por su verbosidad y expresividad extremas que los poemas depuradísimos y breves de Margarit y Eloy Sánchez Rosillo. Ni creo tampoco que los versículos de Olga Orozco estén por debajo de los versos breves, ensimismados y reconcentrados de su amiga Alejandra Pizarnik. Ni Pasado en claro de Octavio Paz tiene menos calidad que los poemas breves y aquilatados de Roberto Juarroz. Creo que depende de cada poeta y de si el poema requiere la elipsis o la narratividad. Lo importante es saber distinguir lo esencial de lo transitorio, el lenguaje potente y la imaginería rica y singular de la grandilocuencia y el patetismo. El poema, independientemente del número de palabras o la medida de sus versos, está logrado si hay una fuerte conexión entre fondo y forma y no tiene por qué ajustarse necesariamente a los cánones de la métrica. Puede nacer de una necesidad imperiosa de comunicar o de un anhelo de silencio ante el exceso de ruido que nos rodea, pero el poeta, eso sí lo tengo claro, ha de ser paciente, practicar una meditada espera y ser autocrítico. El buen poema necesita arrebato, fervor, y en ocasiones furor; que al escribirlo se produzca esa explosión del lenguaje de la que habla Alejandra Pizarnik, pero una vez escrito ha de pasar una cuarentena obligada. Se suele decir que con el tiempo el poeta tiende a la síntesis y a la brevedad. En mi caso no es así. Mis primeros libros contenían poemas breves, densos, elípticos, y en los últimos años tiendo a alargar el poema y al empleo del verso de arte mayor o el versículo, lo cual no quiere decir que incurra ahora en una retórica excesiva ni que sea menos exigente. Sigo sometiendo mis poemas a duros procesos de revisión y depuración, hasta donde alcanza mi intuición y mi capacidad de autocrítica, lo que ocurre es que desde hace un tiempo la poesía me exige un mayor espacio expresivo. —ECP: En Gabriel Miró, que antes has citado, el paisaje del Bajo Segura constituye un aspecto fundamental en su obra, sin el cual no es entendible. Yo veo en tu poesía un vínculo profundo con el estado natural que no sabría si calificar como panteísta, más cercano a los románticos alemanes e ingleses que al escritor alicantino. ¿De qué modo, si es que lo ha hecho, el impacto pétreo y vegetal del paisaje oriolano, puede haber influido también en tu poesía? —JLZH: No te falta razón al afirmar que en mi poesía hay un vínculo con lo natural que podría calificarse como panteísta y cercano a los románticos alemanes e ingleses. Esto se nota más, creo, en mis primeros poemarios, y concretamente en Solumbre, que, aunque reescrito, no deja de ser mi primer libro. Cuando era joven leí con admiración a los autores románticos ingleses, especialmente los lakistas, y también a Novalis, Hölderlin y el Goethe de Las elegías romanas. También he devorado numerosos ensayos sobre el Romanticismo. Supongo que todas estas lecturas algo habrán influido en mi poesía. Pero no es menos cierto que, además de los paisajes brumosos de bosques caducifolios y montaraces, también está presente en mis poemas (creo que más en mis últimos libros) el paisaje mediterráneo, y concretamente el de la huerta, la montaña y el litoral del Bajo Segura, que conozco muy bien porque lo pateo a menudo. Aquí sí creo que entronco, salvando las distancias, con Gabriel Miró, al que leí (sigo leyendo) con fruición, y también con Miguel Hernández. Creo que en mis poemas más recientes la naturaleza es menos abstracta o abismal y el paisaje resulta más concreto. Incluso abundan los escenarios fronterizos en que la naturaleza y la ciudad se juntan. También me interesan mucho las ruinas rurales, los solares, las escombreras, los descampados, las zonas suburbiales y toda esa mixtura de exuberancia y desolación, esa belleza conflictiva y asilvestrada que para mí resulta muy sugerente. —ECP: ¿Un poeta debe tener raíces? ¿De qué tipo? ¿En qué espejo poético se mira José Luis Zerón? —JLZH: Un poeta debe tener sus raíces. No creo en el adanismo y desconfío del furor rompedor de las vanguardias. Es necesario mirar hacia atrás sin perder el sentido de la realidad presente. Valoro tanto lo que me pueden ofrecer los autores clásicos (y en esta categoría incluyo a muchos autores del siglo XX) como mis coetáneos, y sobre todo el colectivo de mis amigos poetas, en el que te incluyo. Aunque no crea demasiado en grupos y generaciones (obsesión de eruditos y tasadores) y sé que la creación poética es una carrera de fondo que hay que hacer en solitario, soy muy comunal y disfruto de la convivencia con poetas artistas, músicos científicos, filósofos... Es decir, personas interesadas por la creación y el conocimiento. Pero en mi caso quizá habría que hablar más de rizoma que de raíces. Rizoma siguiendo el concepto de Deleuze y Guattari, como una manera de aprehender las multiplicidades. Así que no me miro en un solo espejo poético, sino en muchos, y necesitaría más espacio para desarrollar tu pregunta. A modo de síntesis te diré que tengo querencia por la poesía imaginativa que mantiene una relación profunda con la vida y con el universo. Defiendo la tradición órfica inherente a la propia esencia de la creación, y al hablar de orfismo no estoy pensando en el poeta como taumaturgo capaz de revelar las leyes ocultas de la naturaleza y portador de lo esencial, sino como intérprete de la realidad entera (y no sólo de la naturaleza), desde una apertura especial al mundo, al otro lado del concepto tradicional de realidad basado en lo mensurable, lo calculado y lo obvio. Y esta visión parte de la conciliación de la ebriedad y la reflexión, la actividad y la contemplación. Lo trascendente y lo inmanente. Un ejemplo de lo que quiero decir es el concepto de razón poética de María Zambrano, un saber unificado que abraza distintos saberes bajo el signo de una visión nueva y creadora y que acoge tanto las dimensiones racionales como las intuitivas. Yo me situaría en esa línea poética que se inicia en la antigüedad (los textos presocráticos, los ritos de iniciación, los libros proféticos), continúa en la Edad Media, el Renacimiento y el Barroco (las escritoras y visionarias del medievo, el gay saber de los trovadores, Raimundo Lulio y Paracelso, Juan de Yepes y Teresa de Ávila) y es elemento fundamental de la poesía de los siglos XIX y XX, desde Novalis hasta Rimbaud y Mallarmé, desde Rilke, Trakl, Eliot, los surrealistas (y en este grupo incluyo, aunque le pese a los tasadores más ortodoxos, a Aleixandre, García Lorca y el Alberti de Sobre los ángeles) Anna Ajmátova, Sylvia Plath y Claudio Rodríguez hasta los poetas del lenguaje denso, extremo y de alto contenido ético y simbólico como Ungaretti, César Vallejo, Paul Celan, Nelly Sachs, Ingeborg Bachmann, Juan Eduardo Cirlot, Juan Gelman, René Char y Juan Ramón Jiménez. Verás que no nombro a ningún poeta vivo para evitar alargar demasiado la lista de mis preferencias. —ECP: Visto como recurso poético, la metáfora es, desde luego, el más potente, aquel que introduce el factor sorpresa y puede causar más extrañeza en el lector. A mi entender, la metáfora es el recurso más audaz y arriesgado porque, mal utilizado, puede corromper el poema. ¿Lo ves así? ¿Cuál es tu relación con la metáfora?, ¿cómo os lleváis?, ¿algún problema de convivencia?, ¿la consideras un recurso más o, por el contrario, la ves algo así como el alcaloide de la poesía o su principio activo? —JLZH: Tienes razón en que la metáfora es el recurso poético más potente y a la vez el más peligroso por su alto contenido en alcaloides. Mal usada o en exceso puede llevar al delirio o al disparate, o a la simple cursilería. Por desgracia, se ha abusado mucho de ella; pero yo creo que es necesaria para la poesía y negarla es un acto de miopía. La metáfora, la imagen y la analogía, que causan tanta aprensión en muchos de los poetas actuales y también entre la crítica, es una parte importante de mi poesía y está muy presente en Intemperie. Lo que ocurre es que a veces hay que encauzar la metáfora para que no se desboque y corrompa el poema, como bien dices. En cualquier caso y pese a lo mucho que hoy se recela de la metáfora, creo que es el principal recurso para crear extrañeza e intensidad en el lector. —ECP: María Zambrano veía la poesía y la filosofía como dos opciones de la revelación y Heidegger habló de un pensar poetizante, una razón seminal en la esfera de la precompresión, una mirada original a través del acto contemplativo. ¿La poesía sería más lengua o lenguaje? ¿Hasta qué punto podría calificarse como un proto-idioma, como canalización de lo que Jung llamó la conciencia colectiva, esa memoria cósmica que reside en la conciencia de cada ser? Aprovecho el lance para confesarte que el título de mi poemario Memoria de lo infinito tiene un origen junguiano. —JLZH: Es otra pregunta muy compleja que requeriría un ensayo extenso y me temo que no llegaríamos a conclusiones definitivas. María Zambrano es fundamental para comprender la poesía contemporánea, y ella misma es una poeta, aunque no escribiera poemas propiamente dichos. Estoy más cerca de ella que del pensar poetizante de Heidegger, mucho más arduo e intelectual, dicho esto último en el peor de los sentidos. Sí es cierto que el filósofo alemán se ocupó de grandes poetas tenidos por herméticos, pero creo que desde un enfoque sesgado o incompleto. Yo soy de los que piensan que la poesía no es exactamente literatura. La razón apasionada (volvemos a Zambrano) renuncia al discurso sobre el ser para convertirse en una interrogación al propio lenguaje en busca de una revelación del ser. En cierto modo sería como un lenguaje singular que nace, estoy de acuerdo contigo, en la conciencia colectiva de la que tanto habló Jung, y por eso excede el lenguaje escrito y lo trasciende. Jung es otro autor muy a tener en cuenta. Hay en toda su obra innumerables pasajes que podríamos considerar, sin ningún género de dudas, poéticos. Estoy pensando en sus libros Los arquetipos y lo inconsciente colectivo, Aión, Sobre el fenómeno del espíritu en el arte y en la ciencia, Recuerdos, Sueños y pensamientos, y esa obra impresionante que es Siete sermones a los muertos. Por cierto, todavía lamento no haber mencionado en el prólogo de tu libro Memoria de lo infinito el origen junguiano del título, sobre todo porque lo tenía apuntado en el primer borrador. —ECP: Mencionas en el prólogo de Intemperie a Juan Ramón como poeta que tuvo la necesidad (y también la obsesión creo yo) de volver a su obra inicial para actualizarla estilísticamente, dotándola de una mayor esencialidad y exactitud en su decir. ¿Qué te ha llevado a ti a reescribir tu primer poemario? ¿Volverás en un futuro a repetir la experiencia de actualizar tu obra más temprana? —JLZH: No sabría responderte con exactitud. Fue un impulso que nació a finales de 2019 después de escribir varios poemas que por el fondo y la forma pensé que podrían encajar en Solumbre, El vuelo en la jaula o Ante el umbral, mis primeros poemarios. Durante el comienzo de la pandemia se me ocurrió revisar Solumbre y sentí la necesidad de reescribirlo y di por terminada la reescritura en el verano de ese mismo año, incluyendo en la nueva versión los poemas inéditos que había escrito meses antes. Creo que podría reescribir muchos poemas míos, sobre todo de mi primera etapa, pero no creo que se repita la experiencia. —ECP: Yo no conozco la versión primigenia de Solumbre. Es un poemario editado por Empireuma y cuya edición se agotó hace años sin que volviera a reeditarse. Para gente como yo, imagina ese juego de las siete diferencias que aparecía en la página de pasatiempos de los tebeos de nuestra infancia junto a crucigramas y sopas de letras, ¿qué siete diferencias podemos encontrar entre el Solumbre de 1993 y el de 2021? Y, dado que el poeta y su poesía están íntimamente imbricados, también me valen esas diferencias en cuanto al poeta que eras entonces y el poeta que eres ahora. —JLZH: Me pones en un brete, pero voy a intentarlo. Como he dicho en la respuesta a la pregunta anterior, he añadido poemas nuevos y eliminado por completo, si no recuerdo mal, dos de la primera versión. En la más reciente hay, sobre todo, menos adjetivos. También una mayor precisión y justeza en el decir y ausencia de versos superfluos y reiterativos. En la nueva versión corrijo varias erratas y algún que otro error gramatical y cuido más la música de los poemas suavizando o eliminando disonancias. Asimismo, he eliminado algunas incongruencias que aparecían en las descripciones del paisaje. No sé si estas son las siete diferencias. Supongo que los lectores que puedan cotejar las dos versiones encontrarán más diferencias, y habrá quien no esté de acuerdo con mi operación de reescritura. —ECP: Tú mismo mencionas en el prólogo de Intemperie tu voluntad de que, ante una eventual compilación de tu obra poética, se respete esta segunda versión de Solumbre. Para mí, la reescritura de Solumbre, donde incluso comentas que hay poemas nuevos que estarían en esa sintonía, la veo más como suerte de palimpsesto donde se hubiese borrado el texto original para volver a escribir encima un nuevo texto. Yo creo, y espero que me corrijas si no lo ves así, que en ese volumen de poesía completa, que sin duda tendrá que venir en un futuro, el Solumbre de 1993 debiera ir cronológicamente en su lugar inicial y este Solumbre (versión definitiva) en el suyo de casi treinta años después. Ya que no creo que tu caso sea el de perseguir inquisidora y juanramonianamente la obra temprana que ya ha sido reescrita. ¿Piensas que esta podría ser una opción que también respetaría la línea evolutiva del poeta o sigues siendo partidario de la sustitución de uno por el otro? —JLZH: Desde luego, se trata de una escritura palimpséstica, quizá no de manera taxativa, ya que hay mucho del texto original (algunos poemas casi completos) que asoma en el nuevo texto. Mi idea hasta ahora era sustituir uno por el otro, pero lo que apuntas es una posibilidad que no había pensado, y lo tendré en cuenta en el hipotético caso de que se publicara un volumen de mi poesía completa, aunque dudo que esto suceda, al menos mientras yo viva. No soy tan obsesivo como Juan Ramón y no es mi intención ir buscando ejemplares de Solumbre para destruirlos. De hecho, está digitalizada la versión original. Soy consciente de que a lo largo de mi evolución como poeta he cometido muchos errores y algunos dislates. Sigo cometiéndolos, me temo, aunque en menor medida. —ECP: Quiero detenerme unos momentos en el título del segundo de los libros de este volumen. Quien conozca tu obra verá que los títulos de tus poemarios tienen siempre una evidente relevancia exegética, casi a nivel de clave de lectura, y que muchos de ellos forman un díptico de conceptos antagónicos. Ahí tenemos De exilios y moradas, Perplejidades y certezas, y ahora El vértigo y la serenidad. Siendo como eres asiduo lector de Jung (y ya es la segunda vez que aparece Jung en esta entrevista) no puedo dejar de pensar en el ying y el yang del taoísmo, que reflejan la dualidad de todo lo existente, pero que hable el poeta...
—JLZH: Tienes mucha razón. La verdad es que los títulos me salen, no es algo calculado. Normalmente surgen cuando empiezo a escribir el poemario. Hace poco me di cuenta de que, en efecto, la mayoría de mis libros publicados están compuestos por binomios de conceptos antagónicos o por una sola palabra. Esto ya no ocurre en mis tres poemarios inéditos. Creo que es porque abundan en mi escritura poética el oxímoron, la paradoja, la antítesis y otros recursos estilísticos que expresan contraste u oposición. El taoísmo quizá esté en mi poesía desde que me interesé por esta tradición filosófica espiritual en los últimos años de mi adolescencia. También despertaron mi curiosidad otras filosofías y religiones no teístas. Unos años después me interesó la exégesis dualista de los gnósticos, proveniente de la metafísica platónica, pero también por aquella época leí con pasión a Heráclito y me fascinó la armonía de las tensiones opuestas en su filosofía, pues para entonces yo estaba muy interesado en la conciliación de contrarios. Por esa época descubrí la filosofía de Hegel y su importante aportación en este campo, y por supuesto, a Jung y sus escritos sobre la unión de los opuestos. Reconozco que estos autores reforzaron mi percepción de que la realidad es convergente y no divergente, que los contrarios luchan para fusionarse como ocurre en la letra sánscrita aum convertida en un mantra sagrado por el hinduismo y el budismo y que significa unidad con lo supremo, la combinación de lo físico con lo espiritual. Siempre he pensado que no seríamos capaces de apreciar la belleza si no hubiera fealdad, ni gozaríamos la vida sin su contraria la muerte. Sin la diversidad que provocan los antagonismos, sin esa alianza entre Apolo y Dionisos, nuestra existencia estaría vacía, pues la armonía de los opuestos provoca, sobre todo, asombro, extrañeza e intensidad. Esa coincidentia oppositorum (el sentimiento de inestabilidad ante lo real, el sentirse ángel y demonio, eterno y transitorio), también está muy presente en la literatura y el arte barrocos, un periodo en que la belleza fulge entre las sombras y convive con lo feo, lo grotesco, lo horrible. Estas tensiones o antinomias se resuelven a través de los sentidos. Las impresiones sensoriales expresan la cosmovisión de lo efímero y fugitivo e impiden que nos triture el paso del tiempo. De esta manera, la historia vuelve al reino del presente, de la comunión perpetua. Esta fusión de contrarios, que tanto me interesa, ha galvanizado mi vida desde que era prácticamente un niño. Y de ahí viene mi dedicación a la poesía, creo. —ECP: Una de las líneas que sigue tu poética, y de la que en El vértigo y la serenidad tenemos magníficos ejemplos como las partes “De profundis amamus” y “Aniversario”, es esa referencia a tu entorno más cercano, con poemas dedicados a tu madre, a Ada o a tus hijos. Háblanos un poco de este aspecto más cotidiano e íntimo de tu poesía. —JLZH: Esto es algo más reciente en mi poesía. Sí es cierto que Frondas (publicado en 2000) es un libro de poemas de amor dedicado a Ada, con quien compartí Anúteba, una plaquette de poemas eróticos autopublicada en nuestros comienzos poéticos, y hablando de reescritura la mayoría de los poemas de este cuaderno, tanto los suyos como los míos, fueron reescritos. Realmente esa fue mi primera experiencia de reescritura. Pero a lo que iba: hasta que publiqué Sin lugar seguro se me acusaba de ser un poeta hermético y poco emocional que escribía de manera abstracta o impersonal. Algo de razón tenían los críticos, aunque no toda, pues ya mis primeros libros, exceptuando la primera versión de Solumbre, contenían poemas con cierta carga emotiva, dedicados a amigos y familiares. Es cierto que a partir de Sin lugar seguro, mi poemario de transición entre mi primeros libros y los últimos, mi poética digamos que se humaniza más; hay un lugar más amplio para los afectos, la solidaridad y la conciencia cívica. En el caso de los poemas dedicados a mi entorno más cercano estos surgen tarde porque siempre he tenido mucho miedo a incurrir en el sentimentalismo o en el autobiografismo inane, y también por una cuestión de pudor que me impedía airear demasiado mi intimidad. Poco a poco fui abriéndome más y a no temer hablar de lo íntimo, ni de mis emociones con relación a las cosas del corazón. Vi que era capaz de contar mis sentimientos sin incurrir en el sentimentalismo, y además mis condiciones de vida y una serie de circunstancias familiares me llevaron a escribir estos poemas que destacas y otros de parecida índole.
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15/9/2022 08:27:18 am
Buenos días señor / señora,
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ENTREVISTAS
El Coloquio de los Perros. CABEZAS, ISMAEL
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