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EL COLOQUIO DE LOS PERROS

ENTREVISTAS

PERSISTIENDO

JOSÉ JUAN MORCILLO

28/6/2021

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Entrevista realizada por ANTONIO MARÍN ALBALATE

Diario de un confinado y otras estampas
José Juan Morcillo ha sido profesor en la Universidad de St. Andrews (Escocia), en la Pontificia de Salamanca y en la de Castilla-La Mancha. Es autor de dos poemarios y de varios relatos que no quieren ver la luz.
Hace cinco meses la editorial albaceteña Chamán publicó su Diario de un confinado y otras estampas. Sin duda, esta maldita pandemia ha dado mucho de sí para quienes nos ocupamos en el ejercicio de la palabra. Al comienzo del libro, el autor le desea al lector que esta obra le sea deleitable y provechosa. Yo debo decir que sus páginas me emocionan y se hacen cómplices de los ojos que las devoran. Todo lo cotidiano que habita en ellas se llena de trascendencia y pasa a ser un sentimiento universal.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Ha pasado un año largo desde aquel día 1 del confinamiento y todavía andamos, entre vacunas y desquicies varios, sin poder relajarnos. Es decir que, aunque un poco mejor, todavía nos queda trayecto para ver eso que se dice de “la luz al final del túnel”. José Juan, ¿qué te llevó a escribir este Diario durante sesenta días de dureza confinada?
 
—JOSÉ JUAN MORCILLO: Yo era consciente de que empezábamos a vivir un momento histórico cuyo devenir nos era a todos totalmente desconocido. Como se lee en el colofón del libro, la obra fue naciendo «entre la incertidumbre, el miedo y la consternación de un pueblo agotado de confinamientos, muertes y otras pérdidas» y, de esa crisálida oscura y frágil, apareció este libro como «testimonio de este año pandémico, enfermo y cruel».
Publico semanalmente una columna de opinión y le pedí al director del periódico que me concediese la libertad de escribirlas como fragmentos de un diario. Con ello pretendía no solo dar un testimonio a tiempo real de lo que estaba sucediendo, sino también compartir mi soledad y mis experiencias de confinado con los lectores para que se sintieran más acompañados. Por esta razón, durante el confinamiento volqué sobre la prosa emociones auténticamente íntimas y, en ocasiones, líricas.
Cuando Chamán me abrió las puertas para editar el libro, junté todas las columnas y, tras algunos retoques y correcciones mínimos, se convirtió en un diario. El diario es un género literario al que, por desgracia, pocos escritores acuden, y hay obras maestras: La tentación del fracaso, de Julio Ramón Ribeyro, o, sobre todo, las de mis maestros Azorín (Diario de un enfermo) y Paco Umbral (Diario de un escritor burgués). Es más: hoy en día parece que algunos compañeros se están animando a publicar sus diarios, como Andrés Trapiello.
 
—ECP: En el quinto día escribes que llevas dos sin enchufar el televisor, algo necesario si tenemos en cuenta el daño psicológico que puede acarrear la visión de tanta nefasta noticia. ¿Cómo viviste esos días de angustia y cuál fue tu punto de fuga para ponerte a salvo de ella?
 
—JJM: El «ruido tóxico» que emitía el televisor se me hizo insoportable. Así que me refugié en la lectura, en la investigación y en la escritura. Y poco a poco fui descubriendo y amando algo que hasta ese momento yo desconocía por completo: el silencio. Al principio, el silencio dolía y me era ajeno, pero fui conociéndolo y acostumbrándome a él. Por primera vez en mi vida, mis sentidos se armonizaron con el pulso de la Naturaleza, descubrí que nosotros, los seres humanos, formamos parte de este pulso universal. Mi casa está junto al mar y al lado de un pinar: sentir la voz de las olas, el canto de las aves, la lluvia cayendo y golpeándose contra el agua y el suelo, esa soledad sonora de los árboles y de las flores al brotar... Fue en ese momento cuando entendí el panteísmo del que tanto hablaba Baudelaire en sus poemas, esa alma que está en todo lo que está a nuestro alrededor y que fascinó a Azorín o a Miró, la esencialidad que se percibe en tantos versos de Antonio Machado.
 
—ECP: ¿Te provocó catarsis la escritura?
 
—JJM: Por supuesto. Desde adolescente, la lectura y la escritura han sido mi tabla de salvación cuando sentía que me hundía en el océano de mi casa, del instituto, de la vida en general. La escritura es la mejor de las terapias para sanar las dolencias del espíritu. Esto se lo digo siempre a mis alumnos: cuando necesitéis abrir las compuertas de lo que os asfixia, escribid, simplemente escribid, y enseguida notaréis el alivio.
 
—ECP: En el día 49 derramas tu lirismo de poeta en una prosa magnífica sobre lo que vivimos. Por ejemplo, la irresponsabilidad de las mareas humanas cuando se les permitió hacer deporte, cientos de personas sin mantener distancia de seguridad y, a veces, sin mascarilla. Esto, lógicamente, le hace atribularse y regresar a casa. Yo a veces he pensado que habría que poner un policía detrás de cada individuo. ¿Por qué crees que somos tan irresponsables?
 
—JJM: Las grandes pasiones nos empujan a cometer acciones irracionales e irresponsables. El pánico y la euforia son dos claros ejemplos. Si se desboca el pánico en un foro que acoge a miles de personas, la tragedia está servida. Y lo mismo con la euforia: el día que nos concedieron la libertad para poder practicar deporte al aire libre, todos salimos a los paseos y avenidas para aprovechar el poco tiempo del que disponíamos sin ser conscientes del peligro que corríamos.
 
—ECP: ¿Qué piensas de los llamados “negacionistas”?
 
—JJM: Sus argumentos son insostenibles. Deberían pasar unos días en varias ucis para que comprendieran con qué gravedad ataca este virus a muchos pacientes; deberían acompañar a los empleados de las funerarias todas las noches sacando los cadáveres de las casas y de los hospitales, por las noches, sí, porque de haberlo hecho por el día el pánico social habría sido mucho mayor.
De cualquier manera, su vehemencia negacionista les ha quitado la razón en algunas cuestiones que merecerían un análisis. De adolescente, yo era muy impetuoso y quería imponer mi punto de vista a todos y por la fuerza, y, claro, nadie quería oírme.
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—ECP: Chema Nieto, el ilustrador de tu diario, deja unas imágenes de inequívoca, y a veces dramática belleza... Miro, por ejemplo, mientras escribo estas líneas, el primer dibujo de los doce incluidos: un par de cuervos posándose en la cruz de una farmacia que marca las 18:30. ¿Qué nos puedes decir de este artista al que llamas hermano?
 
—JJM: Chema (JM Nieto) es el otro autor de este libro, no lo olvidemos. Aceptó al momento el proyecto de ilustrarlo. Admiro a JM Nieto como maestro del trazo y de la palabra y adoro a Chema como amigo. Decía Kapuściński que para ser un buen periodista había que ser una buena persona. Chema es para mí un ejemplo de honestidad, de fidelidad, de coherencia vital y de un humanismo desbordante; y este ser humano extraordinario cuya amistad comparto desde hace ya más de treinta años se refleja en el gran profesional que el mundo conoce como JM Nieto. Sus ilustraciones, de una originalidad y de una emoción portentosas, enriquecen, sin duda alguna, las páginas del diario. En la profesionalidad del maestro JM Nieto veo al amigo que tanto quiero y admiro.
 
—ECP: Se nota el buen oficio del columnista que, acotado por un número exacto de palabras, sabe cómo disponerlas para hacernos reflexionar al tiempo que gozamos de su lectura. Desde ‘Tiempos’, primera columna fechada el 2 de enero de 2019, hasta ‘De difuntos’ (10 de junio de 2020) oscilas entre el análisis, la ironía y el humor, tan necesario. A propósito de columnas y periodismo, Paul Johnson dijo que «la mejor columna es la que responde a la novedad, la vincula con el pasado, la proyecta al futuro y expone el tema con ingenio, sabiduría y elegancia». ¿De dónde surge, en tu caso, el ingenio para tus periódicas columnas?
 
—JJM: La estampa literaria escrita como columna periodística es un género que me apasiona porque la prosa se funde con la lírica y con la dificultad añadida de un espacio acotado y no demasiado extenso. El Diario de un confinado y otras estampas es un libro que a mí me habría gustado encontrarlo en una librería y leérmelo, no solo por lo que he comentado antes, sino por lo que tiene de experimentalismo. Umbral, quizás mi gran maestro (Delibes dijo de él en más de una ocasión que era el mejor escritor español de la segunda mitad del siglo XX) confesó amar «el experimentalismo literario, pero no el experimentalismo hacia el hermetismo, sino el experimentalismo hacia la libertad». Vila-Matas es otro de estos grandes escritores que caminan a la flor del berro, y su prosa se siente libre de bridas y de corsés genéricos. No me seducen los escritores que no innovan.
Las estampas periodísticas que acompañan al Diario fueron escritas antes del comienzo de la pandemia y encajan como piezas de puzle con algunos fragmentos de este. Es el lector quien debe ensartar cada estampa con lo leído en el Diario. Columnas literarias o estampas periodísticas: se llamen como queramos llamarlas, nacen de la observación y de la comprensión. En la contraportada cito a otro de mis maestros, a Ortega y Gasset: «Saber mirar es saber amar». Saber mirar lo que nos rodea, saber contemplarlo, es saber amarlo (amor intellectualis lo llamó Ortega), es decir, es saber comprenderlo.
Pero vuelvo a Umbral y termino. Él confesó que le fascinaban los géneros breves «para leerlos y para practicarlos» y que le gustaban «casi todos los articulistas de periódico, porque saben escribir corto cuando quieren, aunque también escriban largo. [...] El artículo, la glosa el relato corto, la estampa, la impresión, la prosa lírica. Creo que esos géneros, por breves, son más densos, tienen más espesor, más clima». Así lo entiendo yo también.
 
—ECP: Eres autor de la edición y estudio lingüístico de los dos primeros Abecedarios espirituales de Francisco de Osuna. ¿Qué te llevó a investigar en este ascético escritor?
 
—JJM: Fue por casualidad. Le propuse a mi admirado profesor José Antonio Pascual, que ahora es académico de la RAE, que me dirigiera la tesis doctoral, que yo quería que fuese la edición crítica de la Diana de Jorge de Montemayor. Aceptó. Pero a las dos semanas me dijo que no podía ser porque en la Universidad de Sevilla ya estaban trabajando en ello. Me recomendó, entonces, que entrara en un grupo de investigación, dirigido por la profesora María Jesús Mancho, que consistía en la edición y estudio lingüístico de los seis Abecedarios espirituales de Francisco de Osuna. Demostramos que el escritor y teólogo sevillano fue el primero en sistematizar en castellano el lenguaje místico, y que su prosa, su léxico, sus metáforas y su simbolismo influyeron en escritores posteriores como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. De hecho, la escritora abulense recuerda en su libro Vida que el Tercer Abecedario Espiritual de Osuna fue el que le marcó el camino para vivir el Recogimiento y, posteriormente, perfeccionarse en las tres vías místicas.
 
—ECP: Tu Diario lo abre una cita de Azorín extraída de ‘Un poeta’, artículo publicado en El Progreso el 5 de marzo de 1898. Dice así: «Tienen alma las cosas, y los grandes artistas saben verla y trasladarla a sus versos o a su prosa». ¿Cómo definirías tú esa alma?
 
—JJM: Como he comentado antes, es el panteísmo del que hablaba Baudelaire, es la esencialidad del paisaje que sabía interpretar Antonio Machado, es el simbolismo literario que magistralmente supieron ver y trasladar a sus obras Azorín y Miró. Lo que hizo Azorín no se había hecho nunca antes en literatura, y Miró, alicantino también, lo siguió. Azorín dijo de él que alcanzó la perfección en esta técnica de detener el tiempo, de hacerlo eterno y de permitir al lector saborear, por un momento, el alma de ese instante. Prosa poética, la misma que hallamos en un Juan Ramón Jiménez o en un Ignacio Aldecoa, por citar algunos.
 
—ECP: Por tu prosa, y también porque lo has demostrado con la escritura de dos poemarios, eres poeta. ¿Qué es para ti la poesía?
 
—JJM: Es el género mayor, el género literario por excelencia. Un gran poeta es un ser tocado por la divinidad, es como un sumo sacerdote del idioma, que es capaz de descubrirte un mundo oculto a los ojos de la gran mayoría. Todos los géneros deben rendirle pleitesía, deben arrodillarse ante la poesía, aprender de ella, alimentarse de ella. Los escritores que no pueden alcanzar este estado de gracia literaria no deben olvidarse de ella. Cervantes escribió fragmentos en prosa del Quijote en endecasílabos para lograr el ritmo literario que quería, e, incluso, aprovechaba la ocasión para, directamente, incluir sonetos u otras composiciones en sus libros narrativos. Umbral y otros escritores hicieron lo mismo. La prosa y el teatro deben nutrirse de la poesía, deben madurar gracias a ella.
Mis poemarios no quieren ser publicados porque sienten que aún no es el momento. Y, como sus versos no envejecen, de momento no tienen prisa.
 
—ECP: ¿Cuánto de inédito hay en el disco duro de tu ordenador?
 
—JJM: Mucho. Cientos de páginas literarias y no literarias. En el disco duro y en libretas. Quisiera releer todo lo que tengo escrito desde hace años para corregirlo, rehacerlo o, simplemente, borrarlo. Mi próximo proyecto de publicación, que quizás se haga realidad este mismo año, es una investigación ya registrada en la Propiedad Intelectual sobre el Lazarillo de Tormes: género literario y autor. Dará mucho que hablar.
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MANUEL RIVAS GONZÁLEZ

21/6/2021

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Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA

Nuestros ladridos “coloquiales” llegan hasta Alemania para que Manuel Rivas González (Cádiz, 1979) nos responda algunas inquietudes surgidas a raíz de la lectura de Seis y media, cena un monje (Balduque, 2020), libro publicado hace pocos meses y ópera prima de este filólogo que imparte docencia en tierras germanas y ha investigado en los ámbitos de la lingüística y la filosofía del lenguaje.
Pocos títulos de poesía publicados en España en 2020 son tan atractivos como este. Escarbemos en su contenido.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: El libro se inicia con un poema, ‘Religión’, que impresiona por su contundencia, yo diría, romántica. ¿No es la esencia de casi todas las religiones una iluminación que nace a menudo entre la oscuridad?
 
—MANUEL RIVAS GONZÁLEZ: Es la contundencia de quien sabe que ha encontrado algo. Durante un tiempo ha estado sospechando que eso era real, pero es que ahora lo ha visto. Recuerdo un momento concreto, en Madrid, tomando una cerveza en que me digo: “escribe, dales miles de vueltas a tus pensamientos; céntrate en esa actividad sin mirar a ninguna otra cosa; sin mirar a dónde te conduce”. El trabajo con las palabras no está tan lejos de lo que una religión oficial te ofrece: consuelo, esperanza, gozo; pero tú eres tu propio cura y las oraciones no están prefabricadas. Y esta “religión” no te la vende nadie. Te la haces tú cuando la necesitas o cuando te apetece.
 
—ECP: «Para tenerlo todo / se ha puesto a querer / lo que ya tiene». Son tres versos de tu poema ‘Atreverse’ para enmarcar. ¿Concibes este Seis y media, cena un monje como una especie de vademécum del alma?
 
—MRG: En mí sí ha tenido esa función. Pero no el libro en sí, sino la poesía en general. Esa introspección de la escritura. Esa labor de orfebrería, olvidarte de unos versos para encontrártelos un día por sorpresa; la posibilidad de que la idea central quede absorbida por otra secundaria. Yo he experimentado en ese peinar y repeinar diversión, alegría, rehabilitación. Recuerdo momentos en los que he pasado de estar mal a estar perfectamente con la sola ayuda de un poema... Pero claro, todo esto sin pretender darle la monserga a nadie. Cada uno ha de alegrarse o curarse como buenamente pueda. No voy a decir “lee poesía para curarte”. Sé, eso sí, que hay quien puede sentir algo parecido a lo que yo he sentido. El poemario no está concebido para nada, sino que es una consecuencia de cosas que han pasado o han dejado de pasar en diez años de vida en este otro planeta Erasmus. De hecho, la aparición del libro es bastante accidental. Juan Andrés García Román y Carmen Ibáñez me animaron a darle forma final al corpus que yo me traía entre manos. Luego le mandé el trabajo al poeta José Alcaraz, editor de Balduque, que lo leyó y me respondió con un email que un día tendré que enmarcar. De las alegrías más grandes que me han dado. Pues bien, el libro aparece justo en una etapa en que yo había conseguido alejar de mi cabeza la idea de la publicación. Yo estaba ya con eso de que no publicar es el destino más alto —me sigue gustando la idea. Empezaba a estar muy a gusto en mi “malditez” de poeta inédito.
 
—ECP: ¿Te atrae filosóficamente la ataraxia, hay esperanza o «mañana el sentimiento habrá cambiado»?
 
—MRG: Bueno, en ese poema me encuentro muy impactado por cierta alegría experimentada, creo recordar que sin motivo concreto. Y en ese momento estoy sorprendido por lo vívida que es la sensación. Uno que recuerda perfectamente que no quiere encontrarse con nadie, de repente quiere saludar a todo el mundo; quiere incluso ayudar a la gente, ayudar en una mudanza, meterse en líos... La generosidad es algo maravilloso. Hay gente que lo tiene muy bien asimilado. Yo conozco al menos ese sentimiento y, lamentablemente, sé que la constatación precisa de un estado de ánimo suele significar que ya se acaba y viene otro, a menudo de signo contrario. Tenemos la inocencia de pensar que cuando estamos bien dominamos las claves de estar bien; que ya sabemos cómo sentir para la próxima.
Hay esperanza, sí. Yo la tengo porque soy voluble e inseguro: no puedo estarme quieto mucho tiempo en el mismo estado. Me asusto igual que me “desasusto”.
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—ECP: ¿La austeridad es una virtud?
 
—MRG: No me gusta el pobrismo y sé que hay gente muy ambiciosa, que tiene y hace muchas cosas, y que es muy necesaria. Gente que organiza, acomete, soluciona. Valoro y agradezco la labor de esa gente. En principio no veo nada malo en que la gente quiera tener mucho de todo, si bien no me parece práctico y puede ser poco ecológico. Pero es cierto que hay quien se acostumbra a tener cinco casas y quince coches y vive feliz en ese vértigo. Lo importante es para mí, más bien, no descuidar lo otro, lo pequeño, lo gratuito; la capacidad de asombro, la capacidad de embelesarse con algo cotidiano, de ilusionarse con un paisaje, con unas palabras, con una música. Es como una garantía de vida. Todo esto lo tienes; no es como el yate, que hay que conseguirlo; esto ya lo tienes. Da mucha tranquilidad saber que no es muy difícil llegar a casa y llorar un poco con Beethoven. En este sentido, si ser austero significa sacarse mundos de la chistera, bienvenida sea la austeridad. Y luego me encantan los solomillos, las tartas, los vinos. Todavía no me he comprado el yate.
 
—ECP: He contado sufijos con diminutivo entre tus versos, bastantes “-itos” e “-itas” que chocan con el tono elevado de algunos poemas. ¿Influencia lorquiana?, ¿un modo de aligerar lo profundos que nos ponemos a veces?, ¿virutas inevitables de gaditanismo?
 
—MRG: Virutas, seguro. Virutitas de gaditanismo. A veces pienso que puede ser un defecto y los suprimo; otras me digo que si me han salido debe de ser por algo... Sí que puede tener que ver con ese poso que ha dejado Lorca en todo. Las “raicillas del grito”. Se me viene a la cabeza ese diminutivo que se puede escuchar en tanatorios gaditanos: “Míralo…, no s’a’htropeao, parese que’htá dormiito...”. Es un diminutivo lleno de tragedia, muy cercano por momentos a la carcajada. Es muy difícil decir lo que significa el diminutivo. Habla a veces más de la pena del que dice que de lo dicho.
 
—ECP: En ‘Concédemelo’ escribes «Yo soy el motor de giro de la Tierra / y es la Tierra la que mueve al Sol / y no os dais cuenta [...] Hoy comienza el mundo / porque yo lo estoy moviendo». ¿Podríamos hablar de una poética teológica?
 
—MRG: Sin ponerme pesado con el running: a mí correr me ha dado mucho. En este poema, yo estoy corriendo por el Westpark, en Aquisgrán. Alemania tiene parques y bosques que aparecen a la vuelta de cualquier esquina. Es tan satisfactoria mi experiencia que me siento el centro del universo. Son mis piernas las que hacen girar a la Tierra. Es el colmo del egocentrismo, pero es mi sentimiento y puedo decirlo y escribirlo porque esto es poesía; la verdad de cada cual.
Para mí, correr por los campos disfrazado de hombre rana y luchar contra la inclemencia meteorológica de este sitio es una parte importante del proceso de escritura. Las imágenes que más me gustan vienen durante la carrera. Por lo general, cuando llego a casa ya no las recuerdo. No me puedo creer que ya no las recuerde, pero es cierto; no queda ni rastro; solo recuerdo el árbol o la antena que vi en ese momento. A veces no recuerdo ni dónde me he dado la vuelta... Y quizá sea buena señal: la desconexión ha sido seria. Correr todos los días, sí; llueva o tiemble, sí; con fiebre, también. Si lo piensas no lo haces.
Me encanta lo de la “poética teológica” y, en cierto modo creo que sí hay algo de eso. Con su poesía, uno juega a ser Dios, a establecer sus propias reglas. El otro podrá participar de esa poesía en la medida en que entre en ese juego individual. Hay que hacerse a unos ritmos, a unos acentos, a la recurrencia de determinadas ideas. No es como en la ciencia, que es como un poema colectivo donde el procedimiento y la calidad (revistas “de impacto”) están prefijadas.
 
—ECP: ¿Cuánto pesa en Seis y media, cena un monje tu experiencia académica en las universidades de Heidelberg, Aquisgrán o tu bagaje cultural germánico?
 
—MRG: Pesa mucho. Cuando escribía trabajos académicos, tenía un afán permanente de dar salida a lo poético. Pero ese no era el marco. Mis artículos, mi tesis, tienen ideas... “bonitas”. Este ha sido un objetivo inconfesable, pero no he podido prescindir de él. Recuerdo una voz interna que me decía “esto tienes que orientarlo de otra forma, te estás pasando, disimula...”. Pero no podía parar. Y no lo hice. Yo lo que quería era revolcarme en esas frases deliciosas que describen los fenómenos más generales. Si yo he escrito algo sobre las “solidaridades léxicas” o sobre la fraseología del español es porque estos conceptos se refieren a fenómenos preciosos. La tipología, la clasificación, la recolección de los casos... Eso ya no me gusta tanto. En mis trabajos sobre filosofía del lenguaje me encuentro fascinado por “la raigambre lingüística”, no de cierta parte, sino de la realidad completa... No es que la lengua no sea mera nomenclatura a veces; es que no lo es nunca. Estas verdades por antonomasia me cautivan y no puedo dejar de decirlas. Al final me doy cuenta de que todo esto que pienso puede “mostrarse” mejor en el ejercicio mismo del lenguaje. De lo que no se puede hablar, mejor se calla uno... Mejor poner en marcha el lenguaje y que se vea lo que genera. Wittgenstein me quitó el sueño. Llegué a él a través de unos libros “muy poéticos” de Ramón Trujillo que explicaban trinos amarillos.










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Manuel Rivas González (Foto de Carmen Ibáñez Berganza)

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Foto de Balduque

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—ECP: Se puede conquistar la felicidad, aunque sea «segunda y rara», pero sólo a veces, ¿no? ¿Es necesario que la felicidad sea intermitente?
 
—MRG: Si la identificamos con la euforia o la alegría, por supuesto que hay intermitencia. Pero también podemos verla de otra forma. Quizá la felicidad sea solo “segunda” y “rara”, es decir, algo que te pasa sutilmente cuando dejas de perseguir esa otra cosa primera que tú crees muy definida y obvia. En uno de mis cursos hablamos mucho sobre la felicidad y mis alumnos siempre destacan la necesidad de no dejarse engañar por las redes sociales. Están como alerta con eso porque son muy listos y saben que les pueden fastidiar la vida. Lo que no estarán pasando “pensando que” no son felices por no ser ideales... Quizá ahora te esté respondiendo mejor a lo de la ataraxia. Suspendamos a veces los “objetivos a toda costa”, naveguemos con arte, tengamos uno o varios planes B, escribamos. Hay verdades por pulimento, que ni tú las sabes cuando las dices y están ahí, mirándote, esperando a que repares en su presencia. Está claro que un poco de vivir por dentro puede hacerte bien, ¿no? Pero sin sermones. Cada uno que se dé el producto que mejor le siente.
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RUBÉN MARTÍN

8/6/2021

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Entrevista realizada por Héctor Tarancón Royo

Nihiloma
El proyecto poético de Rubén Martín no se rinde ante la enfermedad, los fármacos o la adicción a la que nos ha inducido la Red. En su vía metalingüística, utiliza distintos recursos para abrir una pequeña fisura, hoy en día tan necesaria, entre nosotros y la experiencia de lo real. Así, desechando el uso de una única voz subjetiva, cuestiona de una forma abstracta y carnal, con sus tensiones y contradicciones, conceptos aparentemente claros como la identidad o la locura.
Aprovechando la publicación de Nihiloma (2020) en Liliputienses, hablamos con él de la hiperaceleración del mundo digital, las posibilidades híbridas de la poesía actual y los laberintos mentales que recorremos en soledad, entre otras cosas, sin olvidar los puntos de contacto con su anterior obra, Sistemas inestables (Bartleby, 2015), y su traducción de Rompiente (2014) y Deprisa (2020), de Jorie Graham.


— ECP: En tu blog comentas que Nihiloma fue escrito en 2017, pero no ha visto la luz hasta 2020 en Ediciones Liliputienses. ¿Se ha debido este retraso, pensando en el mercado, a su carácter transversal/de vanguardia?
 
—RM: Terminé el primer borrador de Nihiloma en el verano de 2017, tras un proceso de escritura febril y muy rápido para mis estándares (un mes y medio aproximadamente, aunque contaba con algunos materiales previos y dispersos). Después vino una fase de corrección que culminaría ya a comienzos de 2018, y luego tuve que pensar qué era lo mejor para el libro, en qué editoriales podría encajar su propuesta “transversal”, como dices. A veces he llegado a sentir cierto miedo a que se quedara en un cajón, pero en realidad dos años se pasan volando y no tuve mucho tiempo de angustiarme por ese temor. En cierto modo, la irrupción de la pandemia ha transformado algunos aspectos de su significado: ¡tal vez es más ‘actual’ ahora que cuando lo escribí! Considero que ha sido un acierto haberlo propuesto finalmente a Liliputienses. El resultado no puede ser más cercano al libro que imaginaba.
 
—ECP: También mencionas que su psicoesfera es la pandemia. ¿Cuál es su atmósfera de pensamientos, de qué se alimenta?
 
—RM: Meses antes de escribirlo estuve recolectando información sobre algunos de los temas que abordaría Nihiloma: el mundo digital, la descorporeización de nuestras relaciones, el transhumanismo, la mente colmena, la obsolescencia de la cultura... A esto se sumó, aquel verano de 2017, una larga fase de insomnio que no fue angustiosa sino extrañamente disfrutable, fácil de sobrellevar pese a los efectos del cansancio. Todas esas noches tomaba notas con el móvil, a veces anotando los sueños y pensamientos delirantes que me sobrevenían en los breves momentos de sueño, a veces reflexionando sobre aquella ruptura de la normalidad, aquel estado alterado de conciencia y su fricción con el mundo en miniatura al que tenía acceso a través de la pantalla. Me imaginé como parte de una colectividad secreta de insomnes, que también leían las últimas noticias sobre los disturbios de Hamburgo y miraban fotografías de lepidópteros para matar las horas. Esta sensación me aportó lo que más necesitaba para escribir un nuevo libro: un hablante colectivo, un enjambre de voces que amenazaran con fusionarse en una sola.
 
—ECP: Lola Nieto habló de ese «telar de conexiones» como una enfermedad, y en Nihiloma hay partes interrelacionadas y críticas con la Red, como el hasthag #gente_culta. A su vez, has creado una página en Facebook con el mismo título para promocionar el poemario, ¿qué nos aporta internet para dedicarle tanto tiempo?
 
—RM: La noción de enfermedad está muy presente en el libro, de diferentes formas, pero también lo está la cuestión de cómo el sistema ejerce el poder de segregar al “insano” del conjunto de los “sanos”. Internet es una alucinación colectiva llena de posibilidades; supuso una revolución, y como toda revolución sufre su momento de reacción, que estamos viviendo ahora, con el monopolio de las megacorporaciones y la explotación económica de la adicción digital más allá de toda barrera ética. Esta Red hipercontrolada y barrida por algoritmos a los que ofrecemos libremente nuestros datos más íntimos no es la misma Red de hace dos décadas. Y cada vez le entregamos más horas y dependemos más de ella. Nihiloma pertenece a este momento de reacción y trata de sumergirse en él, para enfrentarse a sus contradicciones. En ese sentido, es adecuadamente irónico que utilice las redes sociales para expandirse.
 
—ECP: También has incluido una pieza techno de Juan Manuel Romero, inspirada en su lectura, y varios vídeos en colaboración con la poeta Begoña Callejón. ¿Es Nihiloma una obra transmedia hija de su tiempo?
 
—RM: Lo de Juan Manuel, a quien no conozco personalmente de momento, ha sido una de esas conexiones inesperadas por las que merece la pena publicar un libro. Que su lectura pueda provocar una respuesta creativa tan espontánea me parece algo maravilloso. Y Nihiloma también trata de eso, de la creatividad colectiva, de la creación a partir de la destrucción, y de los agentes que pueden patologizarla para someterla a su dominio. Los vídeos han sido una forma de insinuar una tímida dimensión transmedia, como señalas. También el poema en sí mismo, por otra parte, se abre paso a través de diferentes géneros y adopta una forma casi cinematográfica, al hacer que el ruido textual progrese de una página a otra. Así que se lleva bien con lo híbrido y lo interdisciplinar.
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—ECP: Desde otra perspectiva, al sumergirnos en el flujo constante de las redes parece que no hay momentos de pausa o reflexión, aspecto que se ve en el estilo: es un discurso hiperacelerado, hablando a través de Lipovetsky.
 
—RM: Ese discurso hiperacelerado es el que los fragmentos largos de Nihiloma, en contraste con las otras formas breves, intentan explorar. En este aspecto la influencia de algunos poemas de Deprisa de Jorie Graham, que tradujimos durante estos años Antonio F. Rodríguez y yo, ha sido fundamental. Ella ha logrado convertir esa aceleración que nos atrapa y aliena diariamente en poesía, una poesía transgresora, sin concesiones. De ahí que uno de los hablantes de Nihiloma la cite, es una manera de darle las gracias. Por su parte los textos breves me permitieron jugar con otros discursos aparentemente cerrados: las narraciones de sueños y los testimonios de tono científico. Hay en el libro una serie de discursos que se cortocircuitan entre sí, que se interrumpen, aunque todos giran —como la polilla— en torno a la misma luz cegadora.
 
—ECP: Esa parte, de corte cibernético, también se desarrolla en vertical, con una lluvia de datos que recuerda a Matrix, pero también al frame de El más allá (Masaki Kobayashi, 1964) que colgaste en Facebook, donde la escritura japonesa se inscribe en el propio cuerpo. Esto relaciona ambos tiempos, los pre y post internet, y relaciona la Red con la fantasmagoría.
 
—RM: Es una lectura muy interesante la de la relación entre la Red y lo fantasmal. Encontré esa tipografía glitch a través de un post de Facebook del escritor y poeta Francisco Jota-Pérez, quien además ha estudiado a fondo el concepto de hiperstición —muy a grandes rasgos, el proceso por el cual algo imaginario sube varios peldaños en nuestra escala de realidad—, que estuvo presente en la escritura de Nihiloma. Esa tipografía puede recordar como dices a las lluvias de datos que aparecen en los créditos de Matrix, a su vez tomados de Ghost in the Shell (la de 1995, por supuesto), una de las obras maestras del cine japonés de animación. Cuando vi en el Louvre la estela que contiene el Código de Hammurabi me vino a la mente aquella catarata de signos de la película de Mamuro Oshii. Me fascinó la idea de que una obra de arte reciente tuviera el poder de parasitar la percepción de un objeto creado milenios antes. Hay algo de esa sensación de paradoja temporal en el poema, en la presencia de esas citas de Blake y Shakespeare que cobran significados distintos al ser incorporadas al texto.
 
—ECP: Uno de los peligros es la difuminación de la identidad en esa parte virtual, pero también en los sueños. En el poemario incluyes microsueños, horarios nocturnos, el contacto con las sábanas, Freud, etc. ¿Cuántas ramificaciones tiene Nihiloma con la psicología?
 
—RM: La difuminación de la identidad puede sentirse como un peligro o como una liberación, o como ambos a la vez, quizá. El poema es bastante abierto en este sentido; en mi lectura personal —que no considero investida de más autoridad que la de cualquier otro lector— está más cerca de esta última opción. Como ocurre durante la actividad onírica, la comunicación virtual podría liberarnos de las ataduras de nuestra yo, comunicarnos con un “nosotros”, una masa indiferenciada de mentes interrelacionadas. La idea puede resultar inquietante o incluso aterradora, pero también inducir a la exploración de un subversivo sentido de la colectividad, dentro de un mundo digital donde por el contrario se fomenta el individualismo exhibicionista. Me interesa la poesía que trata de cuestionar esa instancia de ese ‘yo’ convertido en objeto de consumo, que sigue siendo la materia prima de tantos malos poemas y tanta manipulación masiva.
 
—ECP: Si pienso en tu anterior poemario, Sistemas inestables, veo muchos puntos de contacto con Nihiloma. Esa descorporeización está muy presente, nos encontramos con un sujeto deseante frío, mental, que no puede ir más allá porque está atrapado en un cuarto o la Red. ¿Crees que el hecho de enroscarnos demasiado en nuestros pensamientos nos impide escapar?
 
—RM: Las diferentes voces que hablan en estos dos libros tienen con frecuencia una relación extraña, alienada, con el cuerpo: la enfermedad y el desahucio en ‘Fármaco / un tríptico’, la explotación sexual en el poema dedicado a Antoine d’Ágata, o mi propia experiencia con la cirugía y la anestesia en el pasaje que abre Sistemas inestables, podrían tener su correlato, como bien indicas, en los personajes que habitan Nihiloma, que experimentan por un lado la alteración cognitiva del insomnio y por otro la alienación de esa Red que nos intercomunica pero al mismo tiempo nos atrapa en un bucle de soledad y descorporeización. Pero precisamente este libro comienza planteando un fallo en la Red, un agujero en la página, y asomarse a ese agujero conduce a estados alterados donde otra forma de identidad es posible, una relación diferente entre los cuerpos y las conciencias. En el libro hay muchas imágenes ligadas a lo corpóreo: las circunvoluciones cerebrales, la piel, los ojos, las venas y arterias. Me interesa la idea de explorar el propio cuerpo como otredad, algo que se produce en nuestra vida cotidiana solo en determinadas circunstancias. El fallo, el error, nos permite vislumbrar las paredes hasta entonces invisibles de nuestras celdas.
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—ECP: La incertidumbre es otro de los materiales fundamentales de estos dos laberintos poéticos. Sobre todo, en Nihiloma, hay un reverso oscuro que apunta hacia el suicidio y la depresión. ¿Proviene esta de la ansiedad ante el futuro negado y de las múltiples crisis económicas a las que estamos asistiendo?
 
—RM: Cuando imagino a los hablantes de Nihiloma tiendo a visualizar a unos hikikomori, esos jóvenes que se encierran en su habitación para vivir una vida exclusivamente virtual. Así que sí, ese reverso oscuro podría estar presente, y no es de extrañar que el arco argumental de esta distopía contenga lo que parece ser una intervención clínica masiva. Pero ahí surge de nuevo la cuestión de quiénes deciden quién está enfermo y quién es normal, y con qué propósito; la pregunta de si no es nuestra “normalidad” la enfermedad mental más destructiva e incapacitante.
 
—ECP: A su vez, ese desequilibrio acentúa la enfermedad del individuo, que marca cierto rito de paso entre ambas obras: de la piel, el tatuaje o la sutura al mundo digital. Dirigiéndose los efectos sobre todo a la mente, el nihiloma quede definido como «un grito devorador / de obsolescencia», algo muy visceral, físico. ¿Es el cuerpo el reflejo de nuestro estado emocional? ¿Podemos distinguir nuestra carne de las extensiones cibernéticas?
 
—RM: Al igual que en Sistemas inestables, en Nihiloma hay influjos de otras formas de expresión artística. Una de ellas es el género del body horror, tal como se ha desarrollado en el cómic y el cine, en las obras de David Cronenberg, Shinya Tsukamoto, Junji Ito o Shintaro Kago. En esta línea temática las fronteras entre cuerpo, mente y prótesis se vuelven porosas, difusas, o desaparecen, dando lugar a una interacción aterradora pero no exenta de erotismo, una especie de erótica de la mutación. La escritura es una de esas prótesis: a fin de cuentas, una tecnología que nos permite suplir una limitación física, por lo que según la lógica del body horror puede mutar, cobrar vida independiente, e infectar con su transformación a la mente y el conjunto del organismo. La cuestión final del libro no atañe a la tecnología, sino al ser humano, pues la tecnología es parte integral de nosotros, de nuestra evolución como especie.
 
—ECP: Ya que hemos hablado de laberintos, sujetos e identidades, poniéndonos un poco borgianos, ¿no estaremos viviendo cada día como en La casa de Asterión?
 
—RM: Sí, uno puede pensar que los confinamientos y restricciones de movilidad provocados por la pandemia nos han hecho vivir a muchos una experiencia cercana a la de Asterión. Para sobrevivir psicológicamente, se ha hecho necesario creernos dueños de nuestro propio laberinto, con sus ramificaciones digitales. Como en el cuento de Borges, esa ilusión es falsa. El laberinto no lo hemos creado nosotros, el minotauro acaba deseando la llegada del héroe que lo liberará dándole muerte. Eludir esa desidia, ese hastío, requiere una fortaleza anímica que no está al alcance de todos. La proliferación de trastornos psicológicos causados por la cuarentena y el desastre sanitario tendrá consecuencias difíciles de prever.
 
—ECP: Tanto en ese relato de Borges como en Sistemas inestables y Nihiloma lo que se produce es una suspensión temporal. ¿En qué momento vivimos en realidad?
 
—RM: Una de las obras que más me han influido, como a tantos otros poetas, es La tierra baldía de Eliot. De ella me fascina la simultaneidad de diferentes épocas en una “ciudad irreal” (unreal city); los oficinistas conviven con las ninfas del Támesis y la tarotista con la figura de Tiresias. En mi escritura con frecuencia trato de cuestionar la temporalidad, de modo que el lector se pregunte si se trata de una distopía o algo que sucede en nuestra línea de realidad. A lo largo de Nihiloma hay muchas alusiones a la hora en que trascurre la acción; pero de pronto ese hilo narrativo se emborrona, los relojes también fallan, cada personaje tiene una hora distinta pero están hablando simultáneamente. De este modo los asideros se pierden y nos enfrentamos a un vacío desasosegante, pero surcado de posibilidades.
—ECP: Para plasmar formalmente este nudo de trastornos combinas formas largas con otras más cortas, poemas con diarios, tachones e incluso un uso muy localizado del guion. ¿Qué recursos encuentras en estas herramientas?
 
—RM: La variedad formal es para mí una necesidad a la hora de concebir los poemarios; incluso en Radiografía del temblor (mi primer libro, del que me siento ya muy alejado) se combinaban textos en prosa, verso libre y formas preestablecidas como la sextina. En Sistemas inestables y Nihiloma concibo el poema como una instalación que se despliega a lo largo de numerosas páginas, donde los cambios, alternancias y repeticiones crean un ritmo que no puede captarse de manera aislada, leyendo solo un fragmento. El poema cerrado, marmóreo, cargado de una supuesta “verdad” única, me resulta demasiado limitado y en ocasiones tramposo. Necesito la progresión, los lienzos de grandes dimensiones, para encontrar lo que necesito decir. Los ‘tachones’, como los llamas, y la degradación visual de las palabras llevan a un territorio donde el poema se cuestiona a sí mismo, parece cobrar vida más allá de la voluntad del autor. La entropía juega un papel clave, como en los cuadros de los expresionistas abstractos o en la música estocástica.
 
—ECP: De hecho, en Sistemas inestables defiendes el abatimiento del ojo («mirar es excretar, no es interiorizar sino expulsar lo que se mira, el noventa por ciento de lo que el ojo roza es rechazado»), para luego en Nihiloma acentuar los símbolos y las disposiciones de los poemas.
 
—RM: Sí, en este último libro —que para mí es un único poema— necesitaba establecer una tensión entre lo legible y lo ilegible. El ruido visual, los versos que se degradan en una cascada de significantes sin significado atribuible, funciona como una fuerza no humana que amenaza con devorar el texto. Esto está relacionado con uno de los temas de Nihiloma: la obsolescencia de los objetos culturales actuales, la posibilidad de que en el futuro lejano nuestra civilización actual sea literalmente incomprensible, una especie de Edad Oscura impenetrable al análisis.
 
—ECP: El análisis metalingüístico que llevas a cabo hace que tu proyecto poético esté muy relacionado con nuestro presente inmediato, y nosotros. ¿Crees que la poesía tradicional, en su vertiente individual o mayoritaria, le ha dado la espalda a su tiempo?
 
—RM: Creo que en este momento se está publicando extraordinaria poesía en España: tanto la producción propia de autores de todas las edades, como la traducción de autores extranjeros. Sin embargo, también hay una reacción que podríamos llamar ‘primitivista’, un intimismo primario que busca la reacción inmediata del lector mediante estrategias de seducción e identificación muy básicas. Este tipo de poesía, que no me interesa lo más mínimo, tendría dos vertientes: una juvenil y naïf (la llamada ‘poesía del follow’) y otra más elaborada, apegada a una tradición confesional y costumbrista, desarrollada por “autores consagrados”. La primera arrasa en ventas, la segunda en premios y distinciones. Para mí no existe mucha diferencia entre cartografiarse el ombligo en prosa mal cortada o en endecasílabos salpicados de guiños a Machado o Gil de Biedma. La literatura, de este modo, se convierte en poco más que propaganda del ego de su autor. En ese sentido sí pienso que hay una parte de la poesía española que da la espalda a nuestro tiempo, que ignora tanto las obras artísticas más definitorias de las últimas décadas como los problemas sociales y existenciales propios de la actualidad. Mi apuesta, y la de los contemporáneos que más admiro, trata de cuestionar la comunicación poética tradicional: no ofrecer un espejo que devuelva la imagen que el lector quiere ver (su propio rostro y las “grandes verdades” y tópicos consabidos), sino uno que pueda ser atravesado para acceder a un mundo de incertidumbre y asombro. Nuestro mundo, al fin y al cabo.
 
—ECP: Esa apuesta no está exenta de riesgos, sobre todo en nuestro país, pues toda esa experimentación puede no comprenderse, o verse como algo demasiado hermético. ¿Piensas en la repercusión del libro, o en el efecto que va a tener en el lector?
 
—RM: Es inevitable pensar en cómo será recibido lo que uno escribe, pero procuro que eso no me condicione en exceso. No creo que lo que hago sea particularmente hermético, y menos aún en esta última entrega, pero soy consciente de que para no pocos lectores, los más apegados al actual canon, Nihiloma no sería ni siquiera poesía, sino algo extraño que les empujaría a cerrar el libro tras una simple ojeada. Una “melopea” de “posmodernidad enloquecida”, como llamó recientemente un profesor español de universidad a las obras de Anne Carson y Jorie Graham. A mí me estimula mucho pensar en la reacción adversa de este tipo de mentes preclaras. Por otra parte, estoy muy contento con la acogida que está teniendo este trabajo. Pese a pertenecer al catálogo de una editorial completamente independiente, está recibiendo un considerable número de reseñas y llegando a muchos lectores que han tenido la amabilidad de compartir sus impresiones en las redes sociales. Aunque a veces no lo parezca, hay un público deseoso de nuevas formas de concebir el hecho poético.
 
—ECP: Cuando hablamos de repercusión, yo creo que lo que hay detrás es el ego y el Canon de la posteridad, a veces con círculos provincianos que fabrican su propia “estirpe literaria”. ¿Puede evitar el lector esa parte endogámica? ¿Está el Canon sobrevalorado?
 
—RM: Todos los lectores hacemos nuestro propio canon personal, y es positivo que así sea, pero se tiende demasiado a pensar en ese Canon con mayúsculas. Sobre todo es algo frecuente en poetas que no se cuestionan la tradición inmediata, que la reproducen acríticamente, no pocas veces con sonrojantes gestos de sumisión. Antes he mencionado el buen momento que está viviendo la poesía en nuestro país, pero hay personas de notable influencia que parecen molestas porque haya tanta variedad de voces, como si esta eclosión pudiera ser una amenaza para los “grandes nombres” a cuya alabanza ellos han dedicado su carrera académica. O acaso les incomoda comprobar que los jóvenes ya no leen a esos supuestos dioses vivos; tienen otros referentes, otras maneras de concebir la poesía que son resultado de otras lecturas, otros contextos y otras inquietudes. Si a esta suspicacia le añadimos cerrazón estética, endogamia, provincianismo, afán de hablar en nombre del Canon y cierta mentalidad colonialista —la relación con la poesía hispanoamericana merecería todo un diálogo aparte—, obtenemos un perfil óptimo para medrar en un sistema cultural basado en el tráfico de halagos y prebendas, donde las editoriales independientes son ignoradas, cuando no tácitamente atacadas. Es un sistema con ciertos rituales de vasallaje: los “poetas consagrados” parecen investir a sucesores más mediocres que ellos para así aparentar una relación de magisterio y establecer una red de influencias. Sucedía en los 90 y sucede ahora, solo cambian algunos nombres y el descaro de la práctica, que ya no se escuda siquiera en un mínimo criterio de calidad. Creo que los lectores que más importan, los jóvenes, algunos de ellos excepcionales poetas, se sienten muy alejados de ese canon del que aquellos se sienten dueños y señores. Tienen la mirada mucho más abierta y están ávidos de una poesía que cuestione el mundo en el que viven. Respecto a tu primera pregunta, al lector le aconsejo que lea todo tipo de poesía, cuanto más diferente entre sí mejor, pero que desconfíe de los grandes premios, las grandes palabras y las grandes editoriales; al igual que sucede en la música y en el cine actuales, la verdadera vida está muy al margen de los mecanismos de propaganda y seducción.
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    Revista de Literatura.
    ISSN 1578-0856

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