Signos herméticos de una nueva melancolía Entrevista realizada por LUJO BERNER
—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Futuros perdidos, pasados que nunca sucedieron, entidades o ideas recurrentes que acechan a los personajes como fantasmas inevitables... Intuyendo cuando fue escrita y sabiendo cuando Mark Fisher llegó a tu vida, ¿es esta novela hauntológica antes de la hauntología? Aunque antes debería preguntarte: ¿qué es para ti la hauntología? —ALFONSO GARCÍA-VILLALBA: Creo que fue hacia 2017 cuando empecé la redacción de esta novela. En enero de 2018 la di por terminada. Qué ingenuo. Al menos era una primera versión que, con el tiempo, fui modificando, corrigiendo. En este proceso, bastante hipnótico y como en trance por momentos, tuve la suerte de pasarle el manuscrito a Alejandro Hermosilla, buen amigo y escritor, que me dio una serie de consejos que, sin duda alguna, hicieron que la novela fuera mucho más allá de sus propósitos iniciales. Es por eso que no puedo estar más que profundamente agradecido a Alejandro. A decir verdad, es en septiembre de 2019 cuando doy por finalizada la novela. Aún así, hasta enero de 2020 no me decido a enviarla a casi ninguna editorial. Poco después aparece en escena la pandemia que todos conocemos y parece que el mundo se detiene. Y esta novela queda en modo parálisis también hasta que Christel Penella de Silva, de Franz Ediciones, me dice que quiere publicar la novela. ¿Y por qué cuento todo esto? Porque no es hasta finales de 2019 o principios de 2020 que conozco la obra de Mark Fisher. Y, evidentemente, quedo deslumbrado por sus reflexiones certeras acerca del mundo que vivimos y, cómo no, sobre la hauntología, toda una movida que venía ya del concepto de espectrología sobre el que décadas atrás había reflexionado Jacques Derrida. Pero no es hasta cuando Christel y yo nos ponemos a preparar la edición de Signos herméticos de una nueva melancolía que no me doy cuenta de que la novela, en realidad, es absolutamente hauntológica, por decirlo de alguna manera incluso cómica. ¿Y qué es la hauntología o qué diría yo en torno a ella? A ver: si pensamos en la ontología como el estudio o la ciencia que reflexiona sobre el existir y, en definitiva, el ser, en cambio, la hauntología tendría que ver con lo espectral y con lo fantasmal. Con todo lo que no es o con lo que ha dejado de ser. Con aquello que podría haber sucedido pero que ya no tendrá lugar. Todo aquello que se disuelve y desvanece. Todo lo que ya no será. Y, en cierto modo, Signos herméticos de una nueva melancolía trata de eso. —ECP: La Esfera Azul, La Gran Vaca Amarilla, Pistolas Doradas con Balas de Diamante... —AGV: Símbolos en algunos casos, enigmas que se quedan en estado flotante dentro de tu cabeza. Referencias o samplers literarios en otros. Ideas que vibran, imágenes que tienen que salir por algún lugar y que se van entretejiendo, mezclándose unas con otras. Una forma de acercarse a un mundo incomprensible y bello al mismo tiempo. Un modo de deslumbrarse y sentir ese deslumbramiento. —ECP: Hildegard Von Bingen, abadesa mística alemana de la Baja Edad Media y a la cual se nombra en el libro, es reconocida —entre otras cosas— por ser la creadora de la Lingua Ignota, primera lengua artificial de la historia. Viendo la evolución depurativa desde Esquizorrealimo y la riquísima codificación de Signos herméticos de una nueva melancolía, ¿estás camino de establecer tu propio idioma de signos? ¿Una especie de Código Magritte (al que también se alude directa o indirectamente en la novela)? —AGV: Quiero pensar que Signos herméticos de una nueva melancolía es una novela, en cierto modo, simbólica. Una novela donde proliferan los enigmas. Y, tal y como afirma Franco Bifo Berardi en su ensayo Futurabilidad. La era de la impotencia y el horizonte de la posibilidad, «un enigma es un dilema infinito», algo inescrutable, algo acerca de lo cual no tenemos una respuesta definitiva, una solución. Eso, en sí mismo, es maravilloso. Para mí el hecho de escribir es articular un discurso desde la borrosidad. Y pienso en el adjetivo borroso desde la óptica que apuntaba Bart Kosko en Pensamiento borroso, ensayo en el que, ya en 1993, manifestaba su rechazo hacia la lógica binaria. Es decir, esto es blanco o esto es negro, uno o cero, estás conmigo o contra mí. Nunca me han interesado las verdades absolutas porque, en realidad, ese tipo de planteamientos son excluyentes y, a su modo, son formas a través de las que se encarna un cierto modo de totalitarismo. Y los hechos, la realidad, son siempre borrosos, susceptibles de ser complementados a través de su interpretación. Todo lo demás es liturgia barata y adoctrinamiento. Y en la actualidad, en los últimos años, nos encontramos en un escenario de intolerancia e intransigencia que podemos adivinar o incluso padecer en cualquier ámbito, ya sea político, social o afectivo, pues parece que todo el mundo desea imponer su verdad al otro. Y eso, sinceramente, es tremendamente aburrido, un tostón. Además de narcisista. Y sí, supongo que mi escritura, con los años, se está volviendo compleja, aunque creo que eso es algo que ocurre en un nivel aparente, puesto que mi intención al escribir es que cualquier lector tenga, por decirlo de algún modo, facilidad para acercarse a mis textos. De ahí que procure siempre servirme del ritmo y de un fraseo que haga accesible la lectura a cualquiera. Tal vez porque la música, a la hora de escribir, sea tan influyente como el propio René Magritte lo haya sido en Signos herméticos de una nueva melancolía. O Hildegard von Bingen a través de la lectura que Peter Sloterdijk en Esferas hizo de la producción de esta mujer tan mágicamente visionaria. —ECP: Adoro el territorio en el que enmarcas la novela: Calblanque, Los Belones, El Saladar de Lo Poyo, hostales y carreteras secundarias siempre próximas al mar. Aparte de irle como anillo al dedo, y como ya hicieras en Homoconejo, ¿estas localizaciones tan sumamente murcianas son una reivindicación de nuestro propio paisaje? —AGV: A decir verdad, yo no intento reivindicar nada... Solamente escribo y, cuando escribo, sitúo la acción en aquellos lugares que conozco o frecuento. O en los que haya podido estar. Podría escribir algo ambientado en Londres, porque estuve viviendo allí durante un período de tiempo. O incluso en Centroamérica, donde estuve todo un año dando tumbos sin rumbo fijo. Pero, hasta ahora, me he dedicado a situar las narraciones que he escrito en el lugar donde vivo. Y ese lugar es el Sureste de España: Murcia, sus costas, los pueblos cercanos al mar, Cartagena, etcétera. Y sí, quizás de alguna forma, reivindico esos espacios por los que he pasado o me he dejado caer una y otra vez. Y será, sencillamente, porque me fascinan visualmente muchos de ellos. Así que, para la próxima novela, tendré que poner a mis personajes por sitios que aún no han aparecido y que están también cerca de donde vivo como El Gorguel, Portmán, Escombreras o las tierras desérticas cercanas a Abanilla, por decir algún que otro sitio. Seguro que alguno me dejo. —ECP: Beta en Homoconejo, ahora blip, Logos, escarabajos alucinógenos que te protegen contra los drones… ¿Llegará a haber una tulpa (doppelgänger) de Antonio Escohotado en alguno de tus libros que redacte una Historia general de las drogas “ageuvesiana”? —AGV: Escohotado es algo así como la gran figura a la hora de hablar de drogas, ¿no? A decir verdad lo he leído poco, aunque su figura me apasionaba ya de joven cuando alguna vez pude asistir a una de sus conferencias en Murcia: sí, aquí también sucedían cosas y siguen sucediendo, aunque cualquiera pueda sentir con frecuencia que habita el interior de un agujero negro... A veces, estar dentro de un agujero negro imprime cierta lucidez a la hora de observar lo que te rodea... Y volviendo a lo que me comentabas en tu pregunta: precisamente, estos días ando leyendo a Sadie Plant, a la que descubrí en un ensayo sobre los situacionistas, pero que ahora me tiene completamente hipnotizado con un libro que se llama Escrito con drogas y en el que va descubriendo y analizando las relaciones entre las drogas y la literatura a lo largo de la historia y el modo en que aquellas han supuesto algún tipo de punto de inflexión o de evolución en la sensibilidad y en la estética en diferentes épocas. Y Sadie Plant, que es magnífica, escribe en su ensayo sobre diversos autores que van desde gente como Coleridge o Yeats hasta Anaïs Nin y su gusto por el LSD. ¿Sabes que el LSD fue esencial en la composición de Disintegration de The Cure? Y esto te lo digo porque, al principio, Signos herméticos de una nueva melancolía llevaba por título Desintegración y, en su gestación inicial, mucho tuvo que ver ese álbum y una canción como ‘Homesick’ porque, de algún modo, Signos herméticos de una nueva melancolía trata sobre la desintegración de la conciencia y la memoria de un individuo. Y si pensamos, por seguir un poco en la onda de lo que me preguntabas o en la presencia de sustancias en mis libros, éstas tienen cabida en ellos porque en muchos casos articulan los cambios de realidad o la confusión entre sueño y vigilia que puede darse en libros como Homoconejo o esta última novela. Supongo que la lectura de William S. Burroughs me dejó un tanto despierto y sensible a todo esto, condicionado, enganchado. Aunque supongo que, también, Terence McKenna, gurú psicodélico, me haya influido por eso de verlo en YouTube en multitud de vídeos y charlas o leer algunos de sus libros como El manjar de los dioses pero, sobre todo, por Alucinaciones reales. Aunque, sin duda, una influencia en todo esto sea la de mi amigo Pedro Núñez, que es mi verdadero gurú y “chamán” de confianza. Por llamarlo de alguna manera. —ECP: El triángulo. En apariencia, Signos herméticos de una nueva melancolía se conforma a través de una especie de triángulo “amoroso”. De forma natural uno trata, al comienzo de la novela, de asociar este triángulo a algunos de los frecuentes estándares socioculturales como Esposa/Marido Infiel/Amante o El Payo/La antigua/La nueva, pero con el paso de las páginas, y fruto no solo de las rupturas e intercambios argumentales —o de las dudas temporales—, sino también del sistemático cambio de la persona que narra (juego que aparece explicado en el propio libro), provoca una confusión —mejor incluso quizás dejarlo solo en fusión— que unifica todos los estados y personajes en una única identidad. Como si desde el punto de vista hauntológico en todos nosotros existieran simultáneamente todos los estados sentimentales (todos podemos ser amante, amado, la otra, el ex, etc.) al modo de una lógica cuántica de las relaciones. ¿Esto es muy loco? —AGV: Sí, es muy acertado lo que dices. Y lo de lógica cuántica de las relaciones es un concepto con el que, seguramente, Max Planck habría alucinado... Entonces... Podemos pensar Signos herméticos de una nueva melancolía como una novela donde asistimos a un triángulo amoroso. Aunque, tal vez, eso sea de lo más irrelevante a la hora de sentir la lectura y creo que es precisamente lo que me transmites tú mismo con tus propias reflexiones. Y digo sentir la lectura con toda la intención, porque creo que la lectura de Signos herméticos de una nueva melancolía debe ser enfocada más desde lo emocional e irracional que desde una lógica que pretenda interpretar de modo racional esta novela. Y esa perspectiva paradójica e irracional es la que anima la confusión de los límites que pueda haber entre los diferentes personajes que aquí aparecen. De hecho, Mau Mau llega a decirle al personaje que se llama N que empieza a confundir dónde termina ella y empieza él. Y se puede decir también que los pensamientos de Zeta son incorporados por el propio N. O al revés. A decir verdad, lo de la psicología del personaje es algo demodé que ya el propio Kafka criticaba en su tiempo. ¿Para qué una psicología de los personajes si queremos hacer una novela verdaderamente contemporánea? ¿O, más bien por qué ha de ser tenida en menor valor aquella narrativa que prescinde de algo así? Y eso es algo habitual, una suerte de reproche. ¿Y para qué ese tipo de narrativa psicologista si en realidad nuestro comportamiento, en la actualidad, tiene ya mucho más que ver con el de insectos sociales como las hormigas o las abejas...? Si no parecemos ser dueños ni de nuestro destino ni de nuestros actos. A veces incluso de nuestros propios pensamientos o emociones... Por mucho que queramos, el mundo en que vivimos se caracteriza por la homogeneización de la conducta. ¿No lo has pensado? Y vuelvo atrás, porque tal vez me meto en jardines que no vienen al caso... O sí. En realidad, sí, es completamente acertado lo que comentas en tu pregunta: los estándares culturales designan o establecen una serie de figuras o estereotipos de los que no podemos escaparnos. Y sucede en las cosas que nos pasan a diario, sobre todo en el terreno afectivo. Pareciera que hay un reparto de papeles que, para el posible o posibles observadores, son inamovibles, imposibles de intercambiar. Es lo que sucede gracias a la aldeanización global a la que asistimos. Y, sinceramente, la realidad es mucho más compleja que todo eso y el puzle de lo que nos sucede y sentimos es tan volátil que la identidad o lo que pensamos que es nuestra identidad es, simplemente, una fantasía. —ECP: ¿Es N todos los personajes/estados del libro? —AGV: Sí y no. Evidentemente, hay una suerte de contagio de emociones y pensamientos entre los personajes. Y podría llegar a afirmar, también, algo parecido a lo que llegó a decir Flaubert: «Madame Bovary soy yo». Todos los personajes en Signos herméticos de una nueva melancolía soy yo. Pero tampoco son yo. ¿Me explico? Yo soy Mau Mau, yo soy N, yo soy Zeta. Sin embargo, no soy ninguno de ellos. Solamente Magritte es Magritte, el amigo de N que está obsesionado con los escarabajos alucinógenos. —ECP: Intentando no desvelar nada importante de Signos herméticos de una nueva melancolía a sus futuros lectores, que espero que sean miles, ¿es la consulta del personaje de Mau Mau al oráculo —y los hechos posteriores— fruto de la valentía o de la desesperación?
—AGV: Mau Mau consulta a Délfica, el oráculo que aparece en la novela, porque quiere saber lo que va a pasar con su vida o, simplemente, con lo que está haciendo. Tal vez deberíamos preguntarle a ella cuál es el motivo que le lleva a esa situación. O, probablemente, haya algún lector que llegue a tenerlo incluso más claro. ¿Tú qué piensas? Mau Mau es solamente un personaje confuso, como el resto de los que aparecen en Signos herméticos de una nueva melancolía. En cierto modo, son personajes barrocos que no saben muy bien dónde están o hacia dónde se dirigen. Igual que Segismundo en La vida es sueño o el personaje que interpretaba Laura Dern en Inland Empire. Siempre nos quedará Calderón de la Barca o David Lynch. —ECP: ¿Todo se jode? —AGV: ¿En la novela? Supongo que esa pregunta no tiene respuesta, al menos aquí. Y entiendo que hay que llegar hasta la última página para saberlo o para seguir sin saberlo... Al final, siempre nos quedamos sin saber, en realidad, de qué va todo. ¿O lo tienes claro tú?
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Materialismo poético Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA El motivo de esta entrevista se debe a la publicación del brillante ensayo Materialismo poético (Pepitas de Calabaza, 2021), pero no se me pasa por alto que anteriormente salió a la venta Las hojas rojas (La Estética del Fracaso, 2020), un magnífico libro de poemas de Julio Monteverde (Cartagena, 1973) que, al haber nacido en plena temporada pandémica, no tuvo el eco que merece, de ahí que también dedique unas primeras preguntas a dicho libro “escondido”. Al final de su ensayo, Monteverde aclara que el materialismo poético no busca ofrecer una teoría existencial o económica, no es una nueva forma de explicación del mundo, sino una manera de vivir. Descartamos, por tanto, cualquier indicio de preceptiva, sistema o categorización en este trabajo. Sin embargo, tras su lectura, que es realmente embriagadora, le surgen a uno ciertas inquietudes que necesitan la ampliación o corroboración del autor. Un diálogo con Julio Monteverde no solo es un honor, sino un disfrute. Siempre. Empecemos. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: De las seis partes en que se divide Las hojas rojas, la primera de ellas se titula igual que el libro. En ella, la palabra que más se repite es “sombra”. Tu primer libro se titulaba La luz de los días. ¿Podríamos decir que el claroscuro es lo más cercano a tu verdad poética? —JULIO MONTEVERDE: Sí, es cierto, para mí la luz y la sombra son el principio de todo. Cuando llegué a Madrid visitaba el Prado una vez cada quince días más o menos, sobre todo para ver los Riberas, ya que estaba convencido de quería escribir así, dejando caer las palabras como la luz cae sobre los rostros en esos cuadros maravillosos. Para mí es una obsesión recurrente que siempre he relacionado con la experiencia de la luz de los lugares donde crecí, en Cartagena, tan masiva y vertical. Es también algo paradójico, porque esta obsesión con la luz parece tener muy poco que ver con la tradición a la que siempre he deseado pertenecer, la que va desde el romanticismo hasta nuestros días pasando por el surrealismo, tan plagado de noche. Pero qué le vamos a hacer... Parafraseando a Breton, solo puedo decir que hay demasiado sur en mí. —ECP: La segunda parte de Las hojas rojas es “Diario de sueños”. Eres un especialista en el tratamiento creativo de los sueños, como ya demostraste en tu libro De la materia del sueño (Pepitas de Calabaza, 2012). ¿Cómo son de enriquecedores para ti los talleres presenciales de sueño, escritura y vida cotidiana que impartes en Madrid? —JM: Siempre he pensado que la vinculación con el ámbito onírico debe realizarse no para huir, refugiarse o mantenerse al abrigo de las inclemencias del mundo real, sino para crear más vida. Los talleres son un buen medio para encontrarse con otras personas y desarrollar un espacio colectivo que lo haga todo más sencillo y, sobre todo, enriquecedor. La experiencia individual de los sueños está muy bien, y es muy necesaria, pero la experiencia colectiva la multiplica. —ECP: A pesar de la impresión de tristes que les parecemos los poetas a la mayoría de la gente, ¿no hay «nada que objetar a la alegría», como escribes en “Los dos pájaros”? —JM: La alegría no parece ser una emoción muy valorada en nuestros días. Y eso es algo bastante enigmático para mí. Hace poco, escuchando la canción de Antonia Font que lleva por título precisamente ‘Alegría’, me preguntaba por qué su letra parece tan original y emocionante, cuando es algo tan cotidiano, tan básico. Puede que, como dices, los poetas parezcamos tristes, pero más triste me parece a mí el mundo en el que nos vemos obligados a vivir, en el que la alegría es un residuo. Sí, definitivamente, hay que recuperar la alegría. —ECP: El jardín de atrás, la necesidad de tocar, la fuente clara... Creo que Las hojas rojas no deja de ser un libro, en su esencia, de temática amorosa. ¿El surrealismo o, mejor dicho, tu surrealismo, mantiene al amor poéticamente libre? —JM: Por supuesto, o al menos lo intenta, claro. Pero esto se debe, ni más ni menos, al papel central que tiene en la vida, la mía y la de todos y cada uno de los seres del planeta. La necesidad de amar, de ser amado, las atracciones y repulsiones, la erosión de lo cotidiano, los deslumbramientos inesperados, las ausencias, todo esto, que marca el ritmo interior de la vida, no puede dejar de aparecer en la poesía, aunque sea como negación, porque junto con la muerte sigue siendo el gran problema, se acepte o no. Además, en el caso de este libro, todo está amplificado por un hecho muy concreto acaecido en mi vida, que fue el nacimiento de mi hija, y que recorre el libro de principio a fin. —ECP: Entremos en Materialismo poético. El lema autoparódico de Pepitas de Calabaza, la editorial que lo publica, es: «Una editorial con menos proyección que un cinexín». ¿No crees que, a raíz de lo expuesto en tu libro, de esa consciencia idealista del “espectáculo” poético autónomo, Pepitas es la editorial que mejor encaja con un autor como Julio Monteverde? —JM: Lo de Pepitas se puede decir que, por mi parte al menos, fue amor a primera vista. Una tarde, en la tristemente desaparecida librería Periferia, en Lavapiés, encontré uno de sus primeros libros, la edición que hicieron de los textos sobre patafísica, que por entonces acababa de salir. Aquella misma noche les escribí de forma impulsiva, algo que no es precisamente mi costumbre. Poco después nos conocimos en persona y se fue creando una relación muy estrecha basada en todos los puntos en común que fuimos descubriendo, tanto «ideológicos» como biográficos. De esta amistad han surgido todas las aventuras en las que nos hemos embarcado. En cualquier caso, sí pienso que Materialismo poético debía salir en Pepitas, siempre lo he creído y estoy muy contento por haberlo conseguido. Si se puede entender a una editorial como un campo de fuerzas que delimita un territorio, ese territorio es sin duda el de este libro. —ECP: ¿Cuánto le debe tu Materialismo poético a Lacan? —JM: Mucho, aunque antes de nada debo aclarar que en ningún caso soy un especialista en Lacan. Todo el que se haya acercado a su obra sabe que ese título no está al alcance de cualquiera. Yo he tenido la suerte de poder introducirme a la obra de Lacan a través de las palabras de personas que sí tienen un profundo conocimiento de su obra, como Jorge Alemán o Ángel Zapata, que me permitieron establecer una base conceptual muy clara acerca de su teoría de lo real, que es el punto que sin duda más me interesa de su obra. —ECP: Siguiendo el cómputo lacaniano, la realidad sumada a “lo real” daría como resultado la vida verdadera. ¿Es así? —JM: Sí, eso es. Una de las cosas que más me fascina de su teoría de lo real es su gran poder explicativo. La dialéctica entre la realidad, que es el relato consensuado socialmente de lo que existe y lo que no, de lo que es nuestra vida y sus parámetros; frente a lo real como aquello que existe manifestándose de forma abrupta, lo que sucede, el acontecimiento que aparece a pesar de nuestros queridos parámetros y con frecuencia en contra de ellos, es esencial para entender la vida, sobre todo en nuestras sociedades desarrolladas. En mi opinión en esa dialéctica, y en el esfuerzo permanente por establecer la síntesis de los dos polos, está la base de todo. —ECP: Si el telediario ordena y compartimenta el mundo, si lo fragmenta, ¿es el poeta el encargado de llenarlo, de unificar la realidad? —JM: En mi opinión la poesía, y muy en especial la poesía del lenguaje, es un medio privilegiado para forjar nuevos vínculos en la realidad. El poeta restaura en cada poema la unidad, o una parte de ella, al descubrir o forjar esas nuevas relaciones por medio de símbolos, analogías y metáforas... Y cada vínculo que el poeta retoma confirma esa unidad esencial de forma tácita. Por tanto, el poeta es capaz de vincular lo que ha sido separado, pero lo en verdad inestimable es cuando lo hace en una dirección determinada, una dirección más libre, autónoma, no dictada sin más por las fuerzas que pretenden dominar todos los discursos y que de una forma u otra todos hemos interiorizado. Usando de nuevo la terminología de Lacan, al hacer esto está facilitando la aparición de lo real, que de esta forma se opone de forma natural a la realidad consensuada, haciéndola vacilar. Creo que esa es, o puede ser, una de las grandes prerrogativas de la poesía escrita, gracias a la cual siempre tendrá la seguridad de no desmerecer de sus posibilidades para cambiar la vida. —ECP: La fragmentación es el enemigo frontal, deduzco. —JM: Bueno, la fragmentación es inevitable, desde el momento en que somos incapaces de aprehender la totalidad, que es en esencia inabarcable. Ni nuestro cerebro ni nuestra vida dan para tanto. Pero no hay que perder nunca de vista que un fragmento es una parte de un conjunto, y que en ese relación de ida y vuelta adquiere su sentido. El verdadero problema es cuando se escamotea esa relación, que siempre plantea problemas y preguntas incómodas, con el propósito de hacerlo más digerible, menos problemático y más apto para circular por los canales del capitalismo. Este es el fragmento que tanto hemos tenido que soportar durante las últimas décadas, aquel cuya validez es necesario cuestionar si queremos llegar a comprender, si queremos saber lo importante, que es, como diría Humpty Dumpty, «saber quién manda». —ECP: Tu propuesta poética incluye utilizar el pensamiento como uno más de los sentidos, en igualdad de condiciones que el olfato, el gusto... ¿No crees que no se puede llegar a esa propuesta desde una manera reflexiva, sino que hay poetas cuyo talento, cuya manera natural de concebir la poesía funciona así y punto? ¿O esto sería negar lo utópico de esa propuesta? —JM: Creo que ese uso del pensamiento que describes es propio de la poesía, y está indisolublemente unido a ella. De hecho, creo que forma parte de su especificidad, a diferencia de otros usos del pensamiento como puede ser el reflexivo, más propio, por supuesto, de la filosofía. Por tanto, no se trata de una aspiración sino de una facultad, la de situar el discurso en lo inmediato, que aunque nunca suele darse de forma absoluta —eso no sé si podría ser posible— sí está al alcance de todos como posibilidad. El hecho de que unos poetas la usen y otros no, ya es otro problema en el que intervienen otros muchos factores, y que nos llevaría, creo, a una discusión mucho más compleja. —ECP: ¿Concluimos, entonces, que en el cóctel poético completo entrarían tres elementos básicos: la densidad de la experiencia, la autonomía y la reconstrucción vital? —JM: Sí, puede resumirse así. En el estado actual de la vida en las sociedades desarrolladas esos tres puntos son paso obligado, a mi entender, si deseamos que la poesía esté en condiciones de desarrollar sus potencialidades y servir de herramienta para la creación de vida. —ECP: ¿Es el juego el summum del materialismo poético, el éxtasis de la colectividad creativa en el lenguaje? —JM: No sé si el summum, porque no me gusta establecer jerarquías en esto —cada cual debe encontrar los medios que le sean propios—, pero está claro que el juego, como actividad poética colectiva, que crea de forma natural un espacio de vida intensificado a su alrededor en el que el grupo vive libremente su experiencia soberana, es un sitio inmejorable por el que empezar. —ECP: Habría que cargarse también cualquier mitología, entiendo. La fragmentación de la realidad, la mitología, el discurso como obstáculo camuflado del auténtico lenguaje... Es una tarea herculana, valga la referencia mitológica. Pero, claro, como tú dices: «Toda interpretación del mundo tiende a convertirse, de una forma u otra, en mito». ¿Qué hacemos, Julio? —JM: El mito, que históricamente fue el lugar privilegiado de la poesía, forma parte de nuestra idiosincrasia como especie y es indispensable para comprender cualquier colectividad. Cada sociedad tiene los suyos, que sirven para entender la vida y el lugar del individuo en el mundo, y lo que es más importante, para explicarlo a los demás. En la actualidad, por mucho que parezca lo contrario, existe un mito capitalista, que sirve para explicar el mundo desde coordenadas muy concretas. Este mito funciona todos los días de nuestra vida por medio de múltiples narraciones que lo confirman —películas, series, publicidad de todo tipo—, a través de los rituales que se le añaden —épocas de compras compulsivas, «fiestas de guardar» como el Black Friday, etc.—, y en sus templos —los centros comerciales—. Pero este mito miente, ya que ha falseado la naturaleza del hombre y la ha sustituido por una práctica económica por la cual, y solo por la cual, la vida parece adquirir un sentido. Este es el mito que hay que derribar, y sustituirlo por otro, más acorde con nuestras necesidades. Y en este proceso la poesía puede tener un papel crucial, dentro siempre de una lucha mucho más amplia, por supuesto. Y no solo porque el mito capitalista no nos guste, o porque signifique la negación explícita de todos los valores que la poesía como práctica representa, que también, sino porque al final está poniendo en peligro la existencia del ser humano sobre el planeta. —ECP: No puedo estar más de acuerdo en que la poesía no es domesticable, no se deja sofocar, ha de ser salvaje... ¿Incluso ante el materialismo poético? ¿O esta pregunta que termino haciéndote también, de alguna manera, es una trampa del capitalismo?
—JM: El capitalismo siempre va a querer jugar la carta del relativismo para desactivar cualquier propuesta que considere problemática. Ponerlo todo en cuestión permanente es legítimo e imprescindible, pero sucede que nuestros deseos no son relativos, sino concretos, aunque no siempre sean de fácil dilucidación. Después de ponerlo todo en cuestión hay que elegir, decantarse en base a lo que en realidad se relaciona con nosotros, asumiendo si es preciso las inevitables contradicciones que siempre van a aparecer pero sin dejarse vencer sin más por ellas. La poesía debe ser indomable porque en el mundo actual, en el que nuestros deseos han sido sustituidos por meros simulacros económicos, está obligada a serlo para poder recuperarlos. No hay otra. El materialismo poético será puesto en cuestión, no me cabe la menor duda, pero si no se ofrece una alternativa crítica, y si no se toma partido por ella, ese cuestionamiento no servirá de gran cosa. —ECP: ¿Conviene vivir en los márgenes para una mejor observación del mapa humano? —JM: Nunca me ha gustado reivindicar la existencia en los márgenes per se. Pueden ser un lugar muy solitario, árido y aburrido, nada recomendable. Lo que pasa es que si se quieren hacer las cosas de una forma determinada, el sistema te mantiene ahí lo quieras o no. No hay mucha elección. Eso da mucha libertad, mucha perspectiva y muchas alegrías, en especial si uno tiene la suerte de compartir esos márgenes con otras personas que tengan los mismos objetivos e inquietudes. Pero no conviene regodearse en ellos, porque al final la distancia aumenta tanto que puede volverse infranqueable, y entonces se vuelven una jaula. Entrevista realizada por JUAN LOZANO FELICES EL ARTE DE DESENTERRAR VIEJAS HERRAMIENTAS La anacrónica pervivencia de la poesía en el siglo XXI nos depara territorios de asombro y maravilla como son los poemarios del poeta oriolano José Luis Zerón Huguet, al que tenemos el placer de entrevistar hoy a propósito de la reciente aparición de su último libro, Intemperie (Sapere Aude, 2021). Hermanada con la más veterana Ars Poetica, esta editorial, con un planteamiento tan selecto como ecléctico, constituye una de las propuestas editoriales más interesantes, consolidadas y variadas dentro del panorama editorial español. Zerón se ha convertido en un poeta intemporal, alejado de modas y banderías, que ha ido consolidando una voz rica y singular con cada nueva entrega. Haciendo recuento de su trayectoria poética, dejando aparte plaquettes, prólogos, conferencias y publicaciones en diversos medios, éste arroja un balance de ya nueve poemarios: Solumbre (1993); Frondas (1999); El vuelo en la jaula (2004); Ante el umbral (2009); Sin lugar seguro (2013); De exilios y moradas (2016); Perplejidades y certezas (2017); Espacio transitorio (2018); e Intemperie (2021). A la obra poética de José Luis llegué yo de oídas en 2013, cuando acababa de publicar Sin lugar seguro. Ambos hemos convenido que este poemario se sitúa en una suerte de ecuador que separa su obra poética en dos hemisferios. Uno más cerrado y morfológicamente más denso e impenetrable; y otro más discursivo, revitalizador y semánticamente más despejado y actual, al que no es ajeno un poso existencial sin el ombliguismo de la poesía de la experiencia. En ocasiones, también se hace presente un contorno social alejado así mismo de convencionalismos y lugares comunes, donde la comunicación poeta-lector fluye sin interferencias. Hace poco, nos ofrecía José Luis un magnífico texto a modo de poética, que me parece una de las reflexiones más lúcidas que haya leído acerca del hecho poético. De él, extraigo lo siguiente: «El poeta utiliza el microscopio y el telescopio, el zoom y el gran angular. Sabe que el mundo es complejo e inabarcable (y tan maravilloso como bestial), por eso mismo las palabras resultan precarias e insuficientes para abarcarlo, de ahí su conflicto paradójico con el lenguaje. Cuando el poeta trata de sondear lo que Juan de la Cruz calificó como noche oscura del alma y que yo suelo llamar intemperie se siente un extranjero en su propia lengua, y de ese sentimiento de extrañeza y desamparo surge el hecho poético. De ahí que acertadamente el filósofo Gaston Bachelard afirme que la poesía pone al lenguaje en estado de excepción. Hay que vivir el poema como un acontecimiento y aceptar lo inefable e incomprensible del hecho poético. Escribir es andar a tientas sin luz o a media luz». Intemperie aúna en un solo volumen, dos poemarios de distinto registro y tono y que pueden leerse como un todo o separadamente. La nota aclaratoria del poeta explica cuál ha sido el proceso. El primero de los poemarios, Solumbre, es una reescritura del poemario primigenio de José Luis Zerón, del mismo título. Pero no se trata de una reelaboración ad hoc. José Luis había tenido la necesidad de volver a él y actualizarlo, incluyendo incluso algún poema inédito que estaría en esa sintonía. El segundo, El vértigo y la serenidad es una recopilación de poemas exentos, publicados a lo largo de los últimos años en revistas literarias, pero que, al verse reunidos, resulta un corpus sólido y cohesionado, dividido en cinco segmentos. Aventurarse en una obra como la de José Luis Zerón, con un sustrato tan rico en fuentes literarias, filosóficas, espirituales y simbólicas, siempre es una aventura, empresa arriesgada, conlleva un reto intelectual y una implicación emocional. Él mismo se definía como un poeta que siempre ha estado a la intemperie y que, alguna vez se ha visto acuciado por el síndrome de Lord Chandos. Habrá quien diga que la poesía de José Luis Zerón es “demasiado hermética”, “que no se entiende”. No han de preocuparnos esas voces. Como dijo el gran Juan Ramón Jiménez: «La gran poesía difícil comunica por soplo, imán, majia, fatalismo, como fue creada, y no por análisis metódico, su secreto profundo». La poesía, cuando es auténtica y no lo que comúnmente pasa por ser, tiene la virtud de conectar con el lector y de ser reconocida por los suyos. Pero dejemos ya hablar al poeta.
—ECP: La revista Empireuma está oportuna y felizmente de actualidad por su reciente digitalización, disponible en el portal de la Cátedra Arzobispo Loazes de la Universidad de Alicante. Decía Vicente Aleixandre que las revistas de poesía tienen la virtud de dar voz a una generación. En Orihuela, en el ecuador de los 80, un grupo de jóvenes inquietos a los que tú mismo has definido como «practicantes de un activo extremismo poético», sueña con plasmar sus incipientes versos, artículos y cálculos reflexivos. Esa aspiración se cumplirá muy pronto en forma de revista literaria y de pensamiento. Empireuma gozará de un gran prestigio a nivel nacional, hecho insólito si tenemos en cuenta su origen artesanal y provinciano, y que solo se entiende atendiendo a parámetros de calidad en su contenido. Si pensamos en los medios con que se contaba entonces, Empireuma estaría mucho más cerca de El Gallo Crisis que de las modernas revistas digitales de la actualidad. ¿Podrías hablar un poco de esa primera hora fundacional? ¿Quiénes formabais el núcleo de Empireuma? ¿Había un sustrato común de intereses intelectuales y artísticos entre vosotros? ¿Qué peso tuvo en la publicación la parte gráfica? ¿Llegasteis a ser conscientes de que la revista podía tener un alcance como el que luego tuvo? —JLZH: Como bien dices, Juan Carlos, es un hecho insólito que la revista gozara de un prestigio nacional, y sin ánimo de exagerar te diría que internacional, teniendo en cuenta que publicamos a un buen número de poetas latinoamericanos y había una sección dedicada a la traducción en la que dimos a conocer a poetas clásicos en otras lenguas, pero también a otros desconocidos entonces y que ya aparecen en las editoriales más prestigiosas. Incluso hoy día todavía sigue siendo citada la revista en prólogos, estudios literarios, tesis, etcétera. ¿Cómo lo conseguimos teniendo en cuenta los medios económicos tan precarios con los que contábamos y naciendo en una ciudad pequeña como Orihuela? Creo que con tesón, audacia, constancia y aplicando criterios de calidad y pluralidad, sin dejarnos llevar por las exaltaciones sectarias que abundaban entonces en muchas publicaciones literarias. Todavía hoy me cuesta creer que unos chiquillos de entre diecinueve y veintiún años pudiéremos sacar adelante un proyecto tan ambicioso. Es cierto que estuvimos bien asesorados por Jorge Cuña, un poeta gallego que tenía buenos contactos y que falleció en 2004, y también por su compañera de entonces, Lola Varela, profesora de Literatura. Ambos vinieron a Orihuela porque ella pidió el traslado al Instituto El Palmeral. Creo recordar que Lola quería conocer la tierra de Miguel Hernández: de hecho, fundó en Orihuela un grupo de teatro compuesto por alumnos suyos y lo bautizó con el nombre de La Tahona. Pero Jorge y Lola se marcharon, si no me falla la memoria, cuando el número 5 de Empireuma aún no había entrado en la imprenta, y la revista siguió adelante durante muchos años. Al principio la dirigíamos ocho jovencitos. Nos bautizaron como Grupo de Jóvenes poetas Empireuma. Rechazamos aquel bautismo pomposo y cursi cuando salió el tercer o cuarto número de la revista. Y recuerdo que después nos llamaban, los poetas empireumáticos. Unos lo hacían con cariño, otros con cierto desprecio. Cuando el número 0 de Empireuma estaba en la imprenta se unió a nosotros Ada Soriano. Pasados un par de años, abandonaron varios amigos, unos por discrepancias y otros por motivos de trabajo que los alejaron de Orihuela. Nos quedamos al frente de la revista Ada y yo, José Manuel Ramón y los hermanos José Mª y Fernando Piñeiro. Y contamos con algunas personas muy destacadas como el pintor Pepe Aledo, ilustrador de las portadas y además un apoyo muy importante para nosotros. Empireuma también generó actividades literarias y artísticas (recitales, performances, ciclos de conferencias...) y a comienzos de la década de los noventa se constituyó en editorial y publicamos La Lucerna, una revista sociocultural mensual (más periodística que creativa) y varios libros y separatas. Si te digo la verdad, teníamos ambiciones de llegar lejos con Empireuma, queríamos que fuera una revista de referencia, pero claro, eso sucedió cuando éramos casi unos adolescentes y realmente no creíamos que fuéramos a alcanzar nuestros objetivos teniendo en cuenta los escasos medios de que disponíamos. Pasado el tiempo, me enorgullece ver que algunos jóvenes noveles por los que apostamos son ahora autores que gozan de un sólido prestigio. Por la parte que me toca, diría que Empireuma es mi creación más importante. No sé si en cuanto a los medios estábamos más cerca de El Gallo Crisis, creo que esta publicación disponía de más recursos económicos porque detrás estaba la Iglesia. Muy poco o nada teníamos que ver con esta revista importante en la historia de Orihuela, más teológica y clerical que literaria. Como dijo Neruda, exhalaba un tufo a incienso y sacristía. —ECP: Si hubo dos revistas en la provincia de Alicante, en los ochenta, que sirvieron de catalizador cultural, fueron Algaria 0 y Empireuma, esta última continuando su andadura en los noventa y parte de la primera década del siglo XXI. Debió ser complicado fundar una revista literaria y organizar recitales por un grupo de jóvenes, precisamente en una época, recién salida de la transición política, en que la poesía militantemente ideológica constituía una corriente muy importante a nivel popular. En principio, el espíritu de Empireuma parece ir contracorriente, parece haber una voluntad expresa de desmarcarse de la huella tutelar hernandiana. ¿Podía esto ser visto, en la Orihuela de la época, como una herejía? ¿Os veían como unos elitistas? —JLZH: Cuando empezamos a fraguar el primer número de la revista y antes de que nadie nos conociera, decidimos presentarnos en la sociedad cultural oriolana con un recital colectivo en los jardines de la desaparecida galería de arte Juan de Juanes. El acto fue un éxito, a pesar de que todos estábamos muy nerviosos y temblábamos como flanes. Nos sirvió para ganar confianza y autoestima. Cuando el número 0 de la revista ya estaba en la imprenta, en diciembre de 1984, ofrecimos otro recital, esta vez en el Salón Rosa del hoy abandonado (y en amenaza de ruina) Palacio de Rubalcaba. Llegaron a decir que éramos unos elitistas que habíamos elegido un palacio oriolano para leer nuestros poemas. Pero aquello quedó muy bien y algunos de los que nos criticaron copiaron la idea y organizaron actividades en este lugar. Por otra parte, en el Casino se nos criticaba porque no escribíamos con verso medido y rima (o no siempre) y porque entre nosotros había muy pocos universitarios. Tampoco nos ayudó mucho el que tratáramos de desmarcarnos de la huella tutelar de Miguel Hernández (como bien dices nuestras pretensiones resultaron heréticas) y también molestó a los oriolanos de pro el incendiario y enternecedor editorial del número 0, escrito con claras intenciones de épater le bourgeois. Lo cierto es que, aunque necesitábamos matar al padre hernandiano y medrar con nuestra propia identidad, nunca despreciamos a nuestro paisano más reconocido, y conforme íbamos madurando valorábamos más su poesía, incluso le rendimos numerosos homenajes desde la revista Empireuma. Creo que todo esto que cuento causó animadversión entre nuestros paisanos y quizá por eso, cuando entró el PP con mayoría absoluta en el Ayuntamiento de Orihuela, en 1987, el nuevo concejal de Cultura, por expreso mandato del alcalde, L. F. Cartagena, nos retiró la subvención anual que nos había concedido su antecesor. Durante años el Ayuntamiento de Orihuela negó cualquier tipo de ayuda económica a nuestra revista o a iniciativas que se derivaran de la misma. —ECP: Estás casado con Ada Soriano, una relevante poeta que también estuvo en la hora fundacional de Empireuma. Soy consciente de que esto pueden habértelo preguntado otras veces, pero ¿cómo se lleva escribir poesía conviviendo con otra poeta?, ¿es complicado, es cómodo, hay algún conflicto en ello?, ¿tenéis alguna rutina a la hora de escribir, pedís la opinión el uno al otro sobre lo que en ese momento estáis escribiendo o sobre una idea? El dicho popular «dos que duermen en el mismo colchón, se vuelven de la misma condición» es extrapolable al quehacer poético. ¿Hasta qué punto la obra de Ada es una veta que se adentra en tu poesía y viceversa? ¿Es inevitable o esto no ocurre? —JLZH: Cuando Ada y yo nos ennoviamos y le conté la noticia al mencionado Jorge Cuña, este frunció el ceño y me dijo que no era bueno que nos emparejáramos dos poetas, que debería haberme echado una novia pintora, compositora, cineasta, qué se yo..., todo menos poeta, pues Jorge creía que un matrimonio de poetas estaba condenado al fracaso. Él no tenía nada contra Ada, pero se vio en la obligación de prevenirme. No sé si tenía razón. Lo cierto es que hay casos que rebaten la opinión de Jorge. Conocí a Paca Aguirre y Félix grande y se llevaban muy bien. También tengo amistad con matrimonios de poetas muy bien avenidos. Mi convivencia poética con Ada es óptima. Cuando surgen entre nosotros desavenencias y conflictos es por otras cuestiones ajenas a la poesía. Aunque nuestras poéticas son distintas, no hay entre nosotros competencia ni animadversión alguna. Y nuestras rutinas son parecidas, aunque los horarios no siempre coincidan. Los dos hemos de lidiar con el día a día: facturas, problemas laborales o domésticos, preocupaciones por los hijos, enfermedades y numerosas actividades prosaicas. Lo importante es que siempre podemos sacar un poco de tiempo para hablar de lo que estamos leyendo o escribiendo y compartimos algunas actividades creativas. Me alegra que se equivocara mi difunto amigo. Creo que junto a Ada he salido ganando como poeta. Admiro su escritura poética y me enriquecen sus opiniones sobre la mía. Me ayuda a que no desmaye mi fe en la poesía. —ECP: Sabes que Margarit veía el poema como una suerte de destilación, iba quitando cosas hasta que ya no podía quitarle más sin que se desmoronase y lo que quedaba era el poema. También José Ángel Valente decía que el poema era «una especie de purificación de sí mismo». Sabía cuándo un poema estaba acabado porque ya no había nada sobrante en él. ¿En poesía, menos es más? ¿Se dice más, y más exactamente, practicando una férrea economía del lenguaje, o depende de cada poeta? ¿Cuál es tu caso? —JLZH: Depende de cada poeta y también de cada libro. Creo en la destilación del poema y que hay que eliminar del mismo lo superfluo o aquello que no es absolutamente necesario, pero no olvidemos que hay también un retórica de lo mínimo que puede ser una trampa y a veces un fraude, ya que en algunos casos encumbre impotencia expresiva y anemia imaginativa. Hay poetas que descarnan tanto al poema que lo convierten en un esqueleto. En otros casos, el menos es más se reduce a una miniatura ingeniosa en forma de chiste, o en un haiku mediocre, ahora que tan de moda está esta estrofa. También hay poetas que por querer ser tan sencillos y transparentes incurren en la simplicidad. A veces el recurso de la depuración puede ser una coartada para transitar por la planicie sin mayores riesgos. Claro que creo en la poda. Y me parece a mí que cuando un poeta adquiere experiencia sabe cuándo un poema está acabado y nada le sobra. Ahora bien, no le hago ascos al poema de largo aliento. José Ángel Valente decía que hay que dejar hablar al lenguaje y que «no es escritor quien se sirve del lenguaje sino quien llega a hacer de modo que el lenguaje se sirva de él. El que deja hablar a la palabra». Y Octavio Paz en su ensayo sobre André Breton afirma que «el inspirado, el hombre que de verdad habla, no dice nada que no sea suyo; por su boca habla el lenguaje». Estoy de acuerdo con Valente y con Paz, solo que a veces la palabra se manifiesta con énfasis expresivo y necesita expandirse. Walt Whitman y Emily Dickinson, Juan Carlos Mestre y Ada Salas, por ejemplo, son muy distintos: ellos expansivos y ellas concentradas, pero los cuatro grandes poetas. No creo que La tierra baldía de Eliot, tijeretazo ezrapoundiano mediante, o Alturas de Macchu Picchu de Neruda o la poesía de Ernesto Cardenal sean peores por su verbosidad y expresividad extremas que los poemas depuradísimos y breves de Margarit y Eloy Sánchez Rosillo. Ni creo tampoco que los versículos de Olga Orozco estén por debajo de los versos breves, ensimismados y reconcentrados de su amiga Alejandra Pizarnik. Ni Pasado en claro de Octavio Paz tiene menos calidad que los poemas breves y aquilatados de Roberto Juarroz. Creo que depende de cada poeta y de si el poema requiere la elipsis o la narratividad. Lo importante es saber distinguir lo esencial de lo transitorio, el lenguaje potente y la imaginería rica y singular de la grandilocuencia y el patetismo. El poema, independientemente del número de palabras o la medida de sus versos, está logrado si hay una fuerte conexión entre fondo y forma y no tiene por qué ajustarse necesariamente a los cánones de la métrica. Puede nacer de una necesidad imperiosa de comunicar o de un anhelo de silencio ante el exceso de ruido que nos rodea, pero el poeta, eso sí lo tengo claro, ha de ser paciente, practicar una meditada espera y ser autocrítico. El buen poema necesita arrebato, fervor, y en ocasiones furor; que al escribirlo se produzca esa explosión del lenguaje de la que habla Alejandra Pizarnik, pero una vez escrito ha de pasar una cuarentena obligada. Se suele decir que con el tiempo el poeta tiende a la síntesis y a la brevedad. En mi caso no es así. Mis primeros libros contenían poemas breves, densos, elípticos, y en los últimos años tiendo a alargar el poema y al empleo del verso de arte mayor o el versículo, lo cual no quiere decir que incurra ahora en una retórica excesiva ni que sea menos exigente. Sigo sometiendo mis poemas a duros procesos de revisión y depuración, hasta donde alcanza mi intuición y mi capacidad de autocrítica, lo que ocurre es que desde hace un tiempo la poesía me exige un mayor espacio expresivo. —ECP: En Gabriel Miró, que antes has citado, el paisaje del Bajo Segura constituye un aspecto fundamental en su obra, sin el cual no es entendible. Yo veo en tu poesía un vínculo profundo con el estado natural que no sabría si calificar como panteísta, más cercano a los románticos alemanes e ingleses que al escritor alicantino. ¿De qué modo, si es que lo ha hecho, el impacto pétreo y vegetal del paisaje oriolano, puede haber influido también en tu poesía? —JLZH: No te falta razón al afirmar que en mi poesía hay un vínculo con lo natural que podría calificarse como panteísta y cercano a los románticos alemanes e ingleses. Esto se nota más, creo, en mis primeros poemarios, y concretamente en Solumbre, que, aunque reescrito, no deja de ser mi primer libro. Cuando era joven leí con admiración a los autores románticos ingleses, especialmente los lakistas, y también a Novalis, Hölderlin y el Goethe de Las elegías romanas. También he devorado numerosos ensayos sobre el Romanticismo. Supongo que todas estas lecturas algo habrán influido en mi poesía. Pero no es menos cierto que, además de los paisajes brumosos de bosques caducifolios y montaraces, también está presente en mis poemas (creo que más en mis últimos libros) el paisaje mediterráneo, y concretamente el de la huerta, la montaña y el litoral del Bajo Segura, que conozco muy bien porque lo pateo a menudo. Aquí sí creo que entronco, salvando las distancias, con Gabriel Miró, al que leí (sigo leyendo) con fruición, y también con Miguel Hernández. Creo que en mis poemas más recientes la naturaleza es menos abstracta o abismal y el paisaje resulta más concreto. Incluso abundan los escenarios fronterizos en que la naturaleza y la ciudad se juntan. También me interesan mucho las ruinas rurales, los solares, las escombreras, los descampados, las zonas suburbiales y toda esa mixtura de exuberancia y desolación, esa belleza conflictiva y asilvestrada que para mí resulta muy sugerente. —ECP: ¿Un poeta debe tener raíces? ¿De qué tipo? ¿En qué espejo poético se mira José Luis Zerón? —JLZH: Un poeta debe tener sus raíces. No creo en el adanismo y desconfío del furor rompedor de las vanguardias. Es necesario mirar hacia atrás sin perder el sentido de la realidad presente. Valoro tanto lo que me pueden ofrecer los autores clásicos (y en esta categoría incluyo a muchos autores del siglo XX) como mis coetáneos, y sobre todo el colectivo de mis amigos poetas, en el que te incluyo. Aunque no crea demasiado en grupos y generaciones (obsesión de eruditos y tasadores) y sé que la creación poética es una carrera de fondo que hay que hacer en solitario, soy muy comunal y disfruto de la convivencia con poetas artistas, músicos científicos, filósofos... Es decir, personas interesadas por la creación y el conocimiento. Pero en mi caso quizá habría que hablar más de rizoma que de raíces. Rizoma siguiendo el concepto de Deleuze y Guattari, como una manera de aprehender las multiplicidades. Así que no me miro en un solo espejo poético, sino en muchos, y necesitaría más espacio para desarrollar tu pregunta. A modo de síntesis te diré que tengo querencia por la poesía imaginativa que mantiene una relación profunda con la vida y con el universo. Defiendo la tradición órfica inherente a la propia esencia de la creación, y al hablar de orfismo no estoy pensando en el poeta como taumaturgo capaz de revelar las leyes ocultas de la naturaleza y portador de lo esencial, sino como intérprete de la realidad entera (y no sólo de la naturaleza), desde una apertura especial al mundo, al otro lado del concepto tradicional de realidad basado en lo mensurable, lo calculado y lo obvio. Y esta visión parte de la conciliación de la ebriedad y la reflexión, la actividad y la contemplación. Lo trascendente y lo inmanente. Un ejemplo de lo que quiero decir es el concepto de razón poética de María Zambrano, un saber unificado que abraza distintos saberes bajo el signo de una visión nueva y creadora y que acoge tanto las dimensiones racionales como las intuitivas. Yo me situaría en esa línea poética que se inicia en la antigüedad (los textos presocráticos, los ritos de iniciación, los libros proféticos), continúa en la Edad Media, el Renacimiento y el Barroco (las escritoras y visionarias del medievo, el gay saber de los trovadores, Raimundo Lulio y Paracelso, Juan de Yepes y Teresa de Ávila) y es elemento fundamental de la poesía de los siglos XIX y XX, desde Novalis hasta Rimbaud y Mallarmé, desde Rilke, Trakl, Eliot, los surrealistas (y en este grupo incluyo, aunque le pese a los tasadores más ortodoxos, a Aleixandre, García Lorca y el Alberti de Sobre los ángeles) Anna Ajmátova, Sylvia Plath y Claudio Rodríguez hasta los poetas del lenguaje denso, extremo y de alto contenido ético y simbólico como Ungaretti, César Vallejo, Paul Celan, Nelly Sachs, Ingeborg Bachmann, Juan Eduardo Cirlot, Juan Gelman, René Char y Juan Ramón Jiménez. Verás que no nombro a ningún poeta vivo para evitar alargar demasiado la lista de mis preferencias. —ECP: Visto como recurso poético, la metáfora es, desde luego, el más potente, aquel que introduce el factor sorpresa y puede causar más extrañeza en el lector. A mi entender, la metáfora es el recurso más audaz y arriesgado porque, mal utilizado, puede corromper el poema. ¿Lo ves así? ¿Cuál es tu relación con la metáfora?, ¿cómo os lleváis?, ¿algún problema de convivencia?, ¿la consideras un recurso más o, por el contrario, la ves algo así como el alcaloide de la poesía o su principio activo? —JLZH: Tienes razón en que la metáfora es el recurso poético más potente y a la vez el más peligroso por su alto contenido en alcaloides. Mal usada o en exceso puede llevar al delirio o al disparate, o a la simple cursilería. Por desgracia, se ha abusado mucho de ella; pero yo creo que es necesaria para la poesía y negarla es un acto de miopía. La metáfora, la imagen y la analogía, que causan tanta aprensión en muchos de los poetas actuales y también entre la crítica, es una parte importante de mi poesía y está muy presente en Intemperie. Lo que ocurre es que a veces hay que encauzar la metáfora para que no se desboque y corrompa el poema, como bien dices. En cualquier caso y pese a lo mucho que hoy se recela de la metáfora, creo que es el principal recurso para crear extrañeza e intensidad en el lector. —ECP: María Zambrano veía la poesía y la filosofía como dos opciones de la revelación y Heidegger habló de un pensar poetizante, una razón seminal en la esfera de la precompresión, una mirada original a través del acto contemplativo. ¿La poesía sería más lengua o lenguaje? ¿Hasta qué punto podría calificarse como un proto-idioma, como canalización de lo que Jung llamó la conciencia colectiva, esa memoria cósmica que reside en la conciencia de cada ser? Aprovecho el lance para confesarte que el título de mi poemario Memoria de lo infinito tiene un origen junguiano. —JLZH: Es otra pregunta muy compleja que requeriría un ensayo extenso y me temo que no llegaríamos a conclusiones definitivas. María Zambrano es fundamental para comprender la poesía contemporánea, y ella misma es una poeta, aunque no escribiera poemas propiamente dichos. Estoy más cerca de ella que del pensar poetizante de Heidegger, mucho más arduo e intelectual, dicho esto último en el peor de los sentidos. Sí es cierto que el filósofo alemán se ocupó de grandes poetas tenidos por herméticos, pero creo que desde un enfoque sesgado o incompleto. Yo soy de los que piensan que la poesía no es exactamente literatura. La razón apasionada (volvemos a Zambrano) renuncia al discurso sobre el ser para convertirse en una interrogación al propio lenguaje en busca de una revelación del ser. En cierto modo sería como un lenguaje singular que nace, estoy de acuerdo contigo, en la conciencia colectiva de la que tanto habló Jung, y por eso excede el lenguaje escrito y lo trasciende. Jung es otro autor muy a tener en cuenta. Hay en toda su obra innumerables pasajes que podríamos considerar, sin ningún género de dudas, poéticos. Estoy pensando en sus libros Los arquetipos y lo inconsciente colectivo, Aión, Sobre el fenómeno del espíritu en el arte y en la ciencia, Recuerdos, Sueños y pensamientos, y esa obra impresionante que es Siete sermones a los muertos. Por cierto, todavía lamento no haber mencionado en el prólogo de tu libro Memoria de lo infinito el origen junguiano del título, sobre todo porque lo tenía apuntado en el primer borrador. —ECP: Mencionas en el prólogo de Intemperie a Juan Ramón como poeta que tuvo la necesidad (y también la obsesión creo yo) de volver a su obra inicial para actualizarla estilísticamente, dotándola de una mayor esencialidad y exactitud en su decir. ¿Qué te ha llevado a ti a reescribir tu primer poemario? ¿Volverás en un futuro a repetir la experiencia de actualizar tu obra más temprana? —JLZH: No sabría responderte con exactitud. Fue un impulso que nació a finales de 2019 después de escribir varios poemas que por el fondo y la forma pensé que podrían encajar en Solumbre, El vuelo en la jaula o Ante el umbral, mis primeros poemarios. Durante el comienzo de la pandemia se me ocurrió revisar Solumbre y sentí la necesidad de reescribirlo y di por terminada la reescritura en el verano de ese mismo año, incluyendo en la nueva versión los poemas inéditos que había escrito meses antes. Creo que podría reescribir muchos poemas míos, sobre todo de mi primera etapa, pero no creo que se repita la experiencia. —ECP: Yo no conozco la versión primigenia de Solumbre. Es un poemario editado por Empireuma y cuya edición se agotó hace años sin que volviera a reeditarse. Para gente como yo, imagina ese juego de las siete diferencias que aparecía en la página de pasatiempos de los tebeos de nuestra infancia junto a crucigramas y sopas de letras, ¿qué siete diferencias podemos encontrar entre el Solumbre de 1993 y el de 2021? Y, dado que el poeta y su poesía están íntimamente imbricados, también me valen esas diferencias en cuanto al poeta que eras entonces y el poeta que eres ahora. —JLZH: Me pones en un brete, pero voy a intentarlo. Como he dicho en la respuesta a la pregunta anterior, he añadido poemas nuevos y eliminado por completo, si no recuerdo mal, dos de la primera versión. En la más reciente hay, sobre todo, menos adjetivos. También una mayor precisión y justeza en el decir y ausencia de versos superfluos y reiterativos. En la nueva versión corrijo varias erratas y algún que otro error gramatical y cuido más la música de los poemas suavizando o eliminando disonancias. Asimismo, he eliminado algunas incongruencias que aparecían en las descripciones del paisaje. No sé si estas son las siete diferencias. Supongo que los lectores que puedan cotejar las dos versiones encontrarán más diferencias, y habrá quien no esté de acuerdo con mi operación de reescritura. —ECP: Tú mismo mencionas en el prólogo de Intemperie tu voluntad de que, ante una eventual compilación de tu obra poética, se respete esta segunda versión de Solumbre. Para mí, la reescritura de Solumbre, donde incluso comentas que hay poemas nuevos que estarían en esa sintonía, la veo más como suerte de palimpsesto donde se hubiese borrado el texto original para volver a escribir encima un nuevo texto. Yo creo, y espero que me corrijas si no lo ves así, que en ese volumen de poesía completa, que sin duda tendrá que venir en un futuro, el Solumbre de 1993 debiera ir cronológicamente en su lugar inicial y este Solumbre (versión definitiva) en el suyo de casi treinta años después. Ya que no creo que tu caso sea el de perseguir inquisidora y juanramonianamente la obra temprana que ya ha sido reescrita. ¿Piensas que esta podría ser una opción que también respetaría la línea evolutiva del poeta o sigues siendo partidario de la sustitución de uno por el otro? —JLZH: Desde luego, se trata de una escritura palimpséstica, quizá no de manera taxativa, ya que hay mucho del texto original (algunos poemas casi completos) que asoma en el nuevo texto. Mi idea hasta ahora era sustituir uno por el otro, pero lo que apuntas es una posibilidad que no había pensado, y lo tendré en cuenta en el hipotético caso de que se publicara un volumen de mi poesía completa, aunque dudo que esto suceda, al menos mientras yo viva. No soy tan obsesivo como Juan Ramón y no es mi intención ir buscando ejemplares de Solumbre para destruirlos. De hecho, está digitalizada la versión original. Soy consciente de que a lo largo de mi evolución como poeta he cometido muchos errores y algunos dislates. Sigo cometiéndolos, me temo, aunque en menor medida. —ECP: Quiero detenerme unos momentos en el título del segundo de los libros de este volumen. Quien conozca tu obra verá que los títulos de tus poemarios tienen siempre una evidente relevancia exegética, casi a nivel de clave de lectura, y que muchos de ellos forman un díptico de conceptos antagónicos. Ahí tenemos De exilios y moradas, Perplejidades y certezas, y ahora El vértigo y la serenidad. Siendo como eres asiduo lector de Jung (y ya es la segunda vez que aparece Jung en esta entrevista) no puedo dejar de pensar en el ying y el yang del taoísmo, que reflejan la dualidad de todo lo existente, pero que hable el poeta...
—JLZH: Tienes mucha razón. La verdad es que los títulos me salen, no es algo calculado. Normalmente surgen cuando empiezo a escribir el poemario. Hace poco me di cuenta de que, en efecto, la mayoría de mis libros publicados están compuestos por binomios de conceptos antagónicos o por una sola palabra. Esto ya no ocurre en mis tres poemarios inéditos. Creo que es porque abundan en mi escritura poética el oxímoron, la paradoja, la antítesis y otros recursos estilísticos que expresan contraste u oposición. El taoísmo quizá esté en mi poesía desde que me interesé por esta tradición filosófica espiritual en los últimos años de mi adolescencia. También despertaron mi curiosidad otras filosofías y religiones no teístas. Unos años después me interesó la exégesis dualista de los gnósticos, proveniente de la metafísica platónica, pero también por aquella época leí con pasión a Heráclito y me fascinó la armonía de las tensiones opuestas en su filosofía, pues para entonces yo estaba muy interesado en la conciliación de contrarios. Por esa época descubrí la filosofía de Hegel y su importante aportación en este campo, y por supuesto, a Jung y sus escritos sobre la unión de los opuestos. Reconozco que estos autores reforzaron mi percepción de que la realidad es convergente y no divergente, que los contrarios luchan para fusionarse como ocurre en la letra sánscrita aum convertida en un mantra sagrado por el hinduismo y el budismo y que significa unidad con lo supremo, la combinación de lo físico con lo espiritual. Siempre he pensado que no seríamos capaces de apreciar la belleza si no hubiera fealdad, ni gozaríamos la vida sin su contraria la muerte. Sin la diversidad que provocan los antagonismos, sin esa alianza entre Apolo y Dionisos, nuestra existencia estaría vacía, pues la armonía de los opuestos provoca, sobre todo, asombro, extrañeza e intensidad. Esa coincidentia oppositorum (el sentimiento de inestabilidad ante lo real, el sentirse ángel y demonio, eterno y transitorio), también está muy presente en la literatura y el arte barrocos, un periodo en que la belleza fulge entre las sombras y convive con lo feo, lo grotesco, lo horrible. Estas tensiones o antinomias se resuelven a través de los sentidos. Las impresiones sensoriales expresan la cosmovisión de lo efímero y fugitivo e impiden que nos triture el paso del tiempo. De esta manera, la historia vuelve al reino del presente, de la comunión perpetua. Esta fusión de contrarios, que tanto me interesa, ha galvanizado mi vida desde que era prácticamente un niño. Y de ahí viene mi dedicación a la poesía, creo. —ECP: Una de las líneas que sigue tu poética, y de la que en El vértigo y la serenidad tenemos magníficos ejemplos como las partes “De profundis amamus” y “Aniversario”, es esa referencia a tu entorno más cercano, con poemas dedicados a tu madre, a Ada o a tus hijos. Háblanos un poco de este aspecto más cotidiano e íntimo de tu poesía. —JLZH: Esto es algo más reciente en mi poesía. Sí es cierto que Frondas (publicado en 2000) es un libro de poemas de amor dedicado a Ada, con quien compartí Anúteba, una plaquette de poemas eróticos autopublicada en nuestros comienzos poéticos, y hablando de reescritura la mayoría de los poemas de este cuaderno, tanto los suyos como los míos, fueron reescritos. Realmente esa fue mi primera experiencia de reescritura. Pero a lo que iba: hasta que publiqué Sin lugar seguro se me acusaba de ser un poeta hermético y poco emocional que escribía de manera abstracta o impersonal. Algo de razón tenían los críticos, aunque no toda, pues ya mis primeros libros, exceptuando la primera versión de Solumbre, contenían poemas con cierta carga emotiva, dedicados a amigos y familiares. Es cierto que a partir de Sin lugar seguro, mi poemario de transición entre mi primeros libros y los últimos, mi poética digamos que se humaniza más; hay un lugar más amplio para los afectos, la solidaridad y la conciencia cívica. En el caso de los poemas dedicados a mi entorno más cercano estos surgen tarde porque siempre he tenido mucho miedo a incurrir en el sentimentalismo o en el autobiografismo inane, y también por una cuestión de pudor que me impedía airear demasiado mi intimidad. Poco a poco fui abriéndome más y a no temer hablar de lo íntimo, ni de mis emociones con relación a las cosas del corazón. Vi que era capaz de contar mis sentimientos sin incurrir en el sentimentalismo, y además mis condiciones de vida y una serie de circunstancias familiares me llevaron a escribir estos poemas que destacas y otros de parecida índole. El amor en la era del big data Entrevista realizada por VENTURA BERBEL Rodrigo Garrido Paniagua nació en Valladolid en 1978. Ha entregado tres libros de poesía, tales como Los dormidos —publicado en la editorial Origami en 2014—, La primera vez que vi un animal muerto (2016) y El silencio del hombre sin otro hombre (2018) —estos dos publicados en Difácil, la misma editorial vallisoletana en que se ha publicado el libro que nos convoca para esta entrevista: El amor en la era del big data. Lo que encanta al lector de esta última entrega es su manera de contar, de expresar, de radiografiar el mundo en el que vivimos y sentimos. Los versos de este historiador del Arte son disparos directos a la cabeza y al pecho; poseen una belleza reflexiva tremenda, que te obliga a parar, a pensar, a observar nuestro tiempo; el tiempo de lo virtual, de la telerrealidad, del consumismo salvaje a través de su experiencia, de sus imágenes. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Tus poemas hacen referencia continuamente a la publicidad, a las pantallas, a la telerrealidad, a las noticias, a los hologramas... ¿Qué influencia han tenido o tienen en tu obra los distintos medios de comunicación y las nuevas tecnologías? ¿Por qué te interesan como tema? —RODRIGO GARRIDO PANIAGUA: El libro iba a empezar siendo un poemario de amor con algunas pinceladas de contexto, pero me di cuenta de que lo que tenía que primar era esta locura audiovisual que nos rodea y cómo se comporta el amor en estos tiempos. En mis poemarios me gusta conocerme a mí mismo a través del mundo en el que vivo. Y hoy en día estamos atravesados por una auténtica tormenta de publicidad y noticias catastróficas que consumimos de una forma pasiva y nada reflexiva. La última noticia con respecto a la publicidad es la de usar el espacio exterior como plataforma para colocar anuncios publicitarios a través de satélites. Espero vivir para verlo. O no. Tengo dudas. —ECP: La manera que tienes de diseccionar la sociedad moderna o de crear imágenes me ha recordado, en ocasiones, a Poeta en Nueva York de Lorca y al Libro del desasosiego de Pessoa. ¿Cómo ha sido el proceso creativo de tu poemario? ¿Has tenido algún referente literario o artístico a la hora de escribirlo? ¿Lo enmarcarías dentro de algún estilo? —RGP: Hace unos años cayeron en mis manos dos libros de Diego Doncel, Porno ficción y El fin del mundo en las televisiones. Estos podrían ser mis referentes más claros en cuanto estilo para este último poemario. Para dar la sensación en el libro de agobio, rapidez y atosigamiento pensé que los poemarios tenían que ser más largos de los que hasta ahora estaba acostumbrado a escribir, por lo que las imágenes se multiplican. Eso provoca en el lector la sensación de que el mundo, la realidad, o lo que creemos que es la realidad se le eche encima. El libro también está planteado como una forma de extrañamiento. Parece una distopía, pero en realidad es nuestro día a día. Muchas de las imágenes que aparecen están sacadas de la propia realidad. De hecho, el poemario comienza con una cita visual, el asesinato del embajador ruso en Turquía que se puede ver en YouTube. —ECP: Vivimos en un mundo adicto a la información instantánea. ¿Qué espacio queda para la poesía y qué papel puede jugar en él? ¿El algoritmo domina ya una parte y puede provocar que se le dé más importancia a lo experiencial que a lo estético? —RGP: No solo la poesía está arrinconada por la rapidez y la inmediatez de estos tiempos. También lo está la política y las relaciones sociales. Si la poesía puede aportar algo es silencio, pausa y reflexión. La poesía es contemplación, distanciamiento y el mundo se ha vuelto un organismo impaciente en donde tardar demasiado en tomar una decisión te hace estar envuelto en el pasado. Sin embargo, creo que es necesario un tipo de silencio activo. Me refiero al pensar la propia vida y la que nos rodea con tranquilidad y sacar conclusiones más o menos claras sobre ella. —ECP: Las redes sociales están invadidas de muchos contenidos clasificados como poemas. De hecho, se habla de un cierto boom poético en este medio. ¿Qué opinas de esta situación? ¿Crees que existe alguna diferencia entre publicar en redes sociales y publicar en el formato tradicional? ¿La dictadura de los me gusta está cambiando el mundo de la literatura, de la escritura y de la edición? —RGP: El problema de las redes sociales es que algunas editoriales publican material de gente que tiene muchos seguidores porque se aseguran unas ventas determinadas. Aquí está el problema de que prime lo económico por encima de la calidad literaria. En este aspecto cada editorial tendrá que mirar para sus adentros y pensar qué tipo de editorial quiere ser. Yo también publico poemas en Facebook, pero no tengo muchos seguidores. Y, sin embargo, he tenido la suerte de que la editorial Difácil haya confiado en mí. No creo que mi editor se esté haciendo rico con mis libros, pero por fortuna para mí confía en mis proyectos. Otro problema que veo es que, debido a las redes sociales, se intente escribir para llegar al mayor número posible de seguidores y que, por lo tanto, los poemas puedan resultar obvios. Para mí la poesía es como si fueran mis últimas palabras y por lo tanto intento decir las cosas como nadie antes las ha dicho. Esa es mi aspiración y no intentar que mis poemas gusten a multitudes. —ECP: En uno de tus versos expresas que tu vida y la imagen de tu vida parecen ser un espectáculo diseñado para que otros sean felices. En otro verso afirmas que sabes que personas que pasan junto a ti podrían estar grabando tus íntimas reacciones emocionales. ¿Crees que salvaguardar la intimidad o la privacidad es en la sociedad actual un acto casi revolucionario? ¿Quizá leer se ha convertido en uno de los pocos actos íntimos que nos quedan? —RGP: perder la intimidad en la actualidad es muy tentador, porque esa pérdida viene acompañada de ciertas recompensas hacia el ego. Los likes que la gente pone a una foto o a un vídeo subido por uno mismo te hace sentir en el mundo, ser protagonista durante un día como mucho, hasta que otras fotos y otros vídeos desplazan al tuyo. Ni siquiera ya el sexo o la muerte son actos íntimos, por eso aparece también en el poemario. La grabación de actos sexuales y su publicación está a la orden del día. Y la retransmisión de asesinatos nos convierte en espectadores de nuestra propia miseria. Por lo tanto, sí, aquel que lea un libro, escriba una carta a mano, o no esté inmerso en las redes sociales es un acto revolucionario. Pero incluso aquellos que intenten proteger su intimidad lo tiene difícil, porque cada persona con su móvil en la mano se ha convertido en un cronista de la realidad. A veces pienso en cuántas fotografías o vídeos aparezco de fondo, paseando, sin yo saberlo. —ECP: «El amor es un artículo más de ocio entre las ofertas desordenadas de las rebajas. Este acto de amor jamás será publicado. El amor solo les llega a los que se distancian de lo mediocre». ¿Escribir supone para ti una vía para escapar de la mediocridad y llegar así al amor? ¿Has conseguido hablar a tus alumnos del amor, a pesar de que para ti en torno la catástrofe gira la construcción de la realidad?
—RGP: Para mí escribir supone un intento de llegar a la belleza que me pueden proporcionar la emoción de las palabras. Cuando escribo, me concentro tanto que me olvido de lo que me rodea. Puedo estar días buscando una palabra concreta. Me encanta el proceso de escribir. Ver cómo un poema comienza siendo un verso suelto y cómo poco a poco a su alrededor van surgiendo otras ideas. No sé muy bien qué busco cuando comienzo un poema. Es la propia escritura la que te acaba llevando a algún puerto. Llegar al amor a través de la poesía son palabras mayores. Imagino que sí que intento llegar al amor de las palabras, de expresar una idea y que llegue con emoción en un principio a mí mismo y luego al lector. A mis alumnos les hablo siempre de amor. No puedo concebir que en mis clases no se hable de respeto al otro, al diferente, al que piensa de otra manera. Creo que la escuela debe hacer de tope con respecto al salvajismo publicitario y al continuo bombardeo de noticias negativas a las que estamos sometidos. —ECP: Tu libro plantea muchos dilemas filosóficos. Te invita a reflexionar, a meditar constantemente. Llegas a decir que la democracia no levanta ya ninguna pasión entre los jóvenes. ¿Y la poesía lo hace? ¿Qué futuro tienen los poetas en los tiempos del big data? ¿Desaparecerán en la enfermedad capitalista de la industria? —RGP: Que la democracia está en crisis es una evidencia desde mi punto de vista. La inmediatez de estos tiempos hace imposible crear un horizonte de futuro estructurado y meditado. Se gobierna a golpe de ocurrencias, de parches. Para que la democracia sea efectiva debe haber un tiempo para la reflexión y por desgracia no lo hay. El individualismo ha provocado que la idea de partido político quede desfasada. Los partidos políticos deberían englobar a personas con ideas semejantes, pero el hecho de que se ponga por delante lo propio, lo individual, hace que las ideas comunes se desvanezcan. Y es imposible que cada ciudadano tenga su partido político pare él solo. La poesía claro que levanta pasiones. A los alumnos hay que leerles poesía y la disfrutan. No se trata de que la entiendan, si es que hay que entenderla. Se trata de que se dejen llevar por la emoción de las palabras. Los poetas no desaparecerán, pero corre más peligro la poesía. Aquí creo que tienen mucho que decir los editores. Si estos apuestan por la calidad, la poesía sobrevivirá. Aunque también puede haber buena poesía que no sea editada y esa también existe. |
ENTREVISTAS
El Coloquio de los Perros. CABEZAS, ISMAEL
CAMARASA, RAFAEL CARBAJOSA, NATALIA CARIDE, ALBERTO CARRILLO, VIRIDIANA CÉLINE CEREZUELA, ANA CERVERA, RAFA CHEJFEC, SERGIO CHEJFEC, SERGIO [5] CHESSA, ALBERTO CHESSA, ALBERTO [Anatomía de una sombra] CHICO, ÁLEX CISNERO, ALBERTO COMAN, DAN CONTRERAS, NADIA CORTINA, ÁLVARO CRUZ, GINÉS DELGADO, DESIRÉE DÍAZ, ANA CLAUDIA DÍEZ, JOSÉ MANUEL DOMINIQUE A ELENA PARDO, CRISTINA ELKOURI, RIMA ESPEJO, JOSÉ DANIEL ESPEJO, JOSÉ DANIEL [Perro fantasma] FONT, VIOLETA GALÁN, JULIO CÉSAR GALÁN MOREU, SALVADOR GALÁN MOREU, SALVADOR [No fall] GALINDO, BRUNO GALLARDO, JOSÉ MANUEL GALLUD, EVA GALVÁN, ANI GAMBOA, JEYMER GARCÍA, CONCHA GARCÍA, DIEGO L. GARCÍA JIMÉNEZ, SALVADOR GARCÍA LÓPEZ, ERNESTO GARCÍA MELLADO, ISABEL GARCÍA-VILLALBA, ALFONSO GARRIDO PANIAGUA, RODRIGO GASS, CARLOS GINÉS, ANTONIO LUIS GINÉS, ANTONIO LUIS [Antonov] GÓMEZ, MACARENA GÓMEZ BLESA, MERCEDES GÓMEZ RIBELLES, ANTONIO GÓMEZ RIBELLES, ANTONIO [QUIROMANTE] GONZÁLEZ LAGO, DAVID GRACIA, ÁNGEL GROZO, DANIEL GUERRA NARANJO, ALBERTO HENDERSON, DAIANA HERNÁNDEZ, GALA HERNÁNDEZ, JULIO HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [EL DOLOR DE LOS DEMÁS] HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [ANOXIA] HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [TIEMPO POR VENIR] HERNÁNDEZ BUSTO, ERNESTO IRIBARREN, KARMELO C. JORGE PADRÓN, JUSTO KASZTELAN, NURIT LADDAGA, REINALDO LAYNA RANZ, FRANCISCO LEZCANO, YULEISY CRUZ LINAZASORO, KARLOS LLOR, DOMINGO LOBATO, FLORA LÓPEZ, PABLO LÓPEZ AGÜERA, FULGENCIO ANTONIO LÓPEZ KOSAK, ANDREA LÓPEZ MONDÉJAR, LOLA LÓPEZ MONDÉJAR, LOLA [Qué mundo tan maravilloso] LÓPEZ POMARES, ALEJANDRO LÓPEZ SANDOVAL, DAVID LÓPEZ SORIA, MARISA LOUZAO, ALICIA MACHUCA, LUIS MAESTRO, JESÚS G. MALAVER, ARY MANUELA, ADRIANA MARGARIT, LUCAS MARÍN, MARÍA MARÍN, MARIO MARÍN ALBALATE, ANTONIO MARQUARDT, ANJA MART, BLANCA MARTÍ VALLEJO, MAITE MARTÍN, RUBÉN MARTÍN GIJÓN, SUSANA MARTÍN IGLESIAS, VÍCTOR MARTÍNEZ CASTILLO, ANA MENDOZA, NURIA MESA, SARA MICÓ, JOSÉ MARÍA MIGUEL, LUNA MIRALLES, INMA MOGA, EDUARDO MOLINO, SERGIO (DEL) MONTEVERDE, JULIO MONTEVERDE SÁNCHEZ, CONCEPCIÓN MOR, DOLAN MORALES, JAVIER MORANO, CRISTINA MORENO, ANTONIO MORENO, ELOY MORENO, JAVIER MORENO, SEBASTIÁN MORENTE, ESTRELLA MOYA, MANUEL MUÑOZ, MIGUEL ÁNGEL NAVARRO, ÓSCAR NETO DOS SANTOS, MANUEL NIETO, LOLA NORDBRANDT, HENRIK NUÑO, SIHARA OLMOS, ALBERTO OREJUDO, ANTONIO ORTIZ, DEMIAN ORTIZ ALBERO, MIGUEL ÁNGEL PALOMEQUE, AZAHARA PAPELES DEL NÁUFRAGO [Antonio Lafarque y Aníbal García] PARDO VIDAL, JUAN PARRA SANZ, ANTONIO PEÑA DACOSTA, VÍCTOR PEÑALVER, PATRICIO PEÑAS, ESTHER PÉREZ CAÑAMARES, ANA [Querida hija imperfecta] PÉREZ CAÑAMARES, ANA [Las sumas y los restos] PÉREZ LEAL, AGUSTÍN PÉREZ MONTALBÁN, ISABEL PERONA, JESÚS PICÓN, EMILIO PRADA, JUAN MANUEL DE PRUDENCIO, JESÚS PUJANTE, BASILIO PUJANTE, MANUEL QUIJANO SÁNCHEZ, EDUARDO RÍOS, BRENDA RIVAS GONZÁLEZ, MANUEL ROBLES, SALVA RODRÍGUEZ, ALFREDO RODRÍGUEZ, ALFREDO [Urre Aroa] RODRÍGUEZ, ALFREDO [Días del indomable] RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, ANTONIO RODRÍGUEZ PAPPE, SOLANGE ROMERO MORA, J.D. ROMERO MORA, J.D. [En el desvarío] ROSADO, JUAN JOSÉ ROSSELL, MARINA RUDEL, JAUFRÉ RUIZ GUERRERO, Mª CARMEN SALSE BATÁN, ALEJANDRO SÁNCHEZ, GINÉS SÁNCHEZ, GINÉS [2096] SÁNCHEZ, GINÉS [MUJERES EN LA OSCURIDAD] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [El nudo] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [FACTBOOK] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [LA CADENA DEL FRÍO] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [LOS QUE ESCUCHAN] SÁNCHEZ GÓMEZ, MARISOL SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS [Pastillas debajo de la lengua] SÁNCHEZ MENÉNDEZ, JAVIER SÁNCHEZ ROBLES, MIGUEL SÁNCHIZ, ANTONI SANTOS, ABEL SCHWEBLIN, SUSANA SEÑOR, RUBÉN SERRANO, PABLO SORIANO, ADA SUANE, SAÚL TRIGUEROS, SARA J. ÚBEDA, ANABEL URÍA, JUAN MANUEL VAL, FERNANDO DEL VALDÉS, ANDREA VALERO, MANUEL VALLÈS, TINA VARAS, VALENTINA VEGA, MIGUEL VERA FIGUEROA, ALBA VICENTE, TERESA VICENTE CONESA, FRANCISCO VILA-MATAS, ENRIQUE Hemeroteca
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