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EL COLOQUIO DE LOS PERROS

ENTREVISTAS

PERSISTIENDO

REINALDO LADDAGA

28/8/2019

1 Comentario

 
Entrevista realizada por ANDRÉS NORTES

LOS HOMBRES DE RUSIA
 Los hombres de Rusia es una novela publicada por Jekyll & Jill hace poco más de un mes. Se trata de un relato cómico y trágico, ridículo y escalofriante, sobre el complejo origen histórico e ideológico de un grupo armado de ultraderecha esotérico-mitológica con actividades delictivas, y de los rituales funerarios de uno de sus miembros.
 Los hombres de Rusia es una novela poco al uso y exigente, que, de tener la necesaria complicidad en el lector, le proporcionará tanto placer de lectura como desasosiego por el mundo que hay más allá pero también más acá de sus páginas, un libro que si bien no es para todo el mundo, a aquellos que perseveren en sus páginas les proporcionará una experiencia única. A mí me la ha dado. De los mejores libros que he leído en este año.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Uno de los aspectos que más me ha gustado de Los hombres de Rusia es tu forma de describir, resumir y comentar obras y discursos de una manera que ya nos gustaría a algunos profesores de Literatura, porque cuando escribes sobre ellos los conviertes en algo apasionante, por muy poco apetecibles que pudieran resultar a priori. ¿Te gusta más practicar esta crítica de forma oral y fluida, o eres, en general, un escritor de muchos borradores sucesivamente depurados?
 
—REINALDO LADDAGA: Hasta hace no mucho tiempo era profesor de literatura, y supongo que algunas de mis maneras (o mañas) narrativas fueron ejercitadas primero en aulas de seminario. Aunque lo cierto es que siempre creí que había acabado por ser profesor para darme la oportunidad de experimentar el placer simple de hablar, los efectos de la voz perdiendo y encontrando su anclaje en las estructuras de la lengua, descubriendo los modos como el ritmo de las frases afecta la disposición del cuerpo. La promesa de ese placer elemental sigue llevándome a la escritura. En términos de la práctica, mis primeros borradores son improvisaciones realizadas muy rápidamente, en general con algún texto de otro a la vista, un poco como quien toma apuntes (otra vez la escena del aula). Luego viene el trabajo a forza di levare, a fuerza de sacar, pero tratando de conservar algo del pulso del principio. Ya sabes que la aspiración de todo autor es que el lector pueda leer su texto como si aun se estuviera escribiendo.
 
—ECP: En tu relato hay numerosos encuentros y desencuentros metafóricos de los personajes consigo mismos —y muchas anagnorisis y me atrevería a decir que incluso anamnesis—, pero hay uno real (el del Líder con el Amigo) que, caso de buscar la verosimilitud, puede ser cuestionado por el lector. ¿Qué opinión tienes de la “literatura de encuentros”, como la vieja novela bizantina, que toma dichas reuniones como la convención de partida para construir el relato? ¿Y de la amistad como tema literario?
 
—RL: Nunca he sido un gran lector de novelas realistas. Siempre he gravitado hacia los herederos modernos de aquella “vieja novela bizantina”, plagada de encuentros improbables, transformaciones asombrosas, intrigas en arabesco. O del romance, no sólo como lo entendemos en castellano, sino escribiéndolo en itálicas, el romance inglés. Es que Los hombres de Rusia es, en al menos una de sus dimensiones, una “historia de amor”. De amores múltiples: entre el narrador y su madre, entre el narrador y la sirvienta que traen los visitantes al zoológico abandonado donde vive. Y también entre esos personajes que mencionas, el Líder de la banda y el Amigo, amantes discretos que recorren la noche de Chicago y comparten las lecturas (de Francis Parker Yockey, Julius Evola, Michael Crichton) que acaban por integrar la mezcla en que consiste su más bien confusa ideología. ¿Qué hacen estos múltiples romances en una narración que es una alegoría declarada de la extrema derecha en su versión más contemporánea? Siempre me ha integrado la dimensión erótica de estos movimientos; sus líderes constantemente tematizan, de una manera u otra, la cuestión de la satisfacción sexual de los varones. En un contexto de ascenso en la escena pública de las mujeres no es posible comprender la potencia de estos movimientos sin tener en cuenta la restauración de las jerarquías sexuales que proponen.
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—ECP: La amistad y la novela bizantina me llevan a Cervantes. Tu novela me ha parecido muy cervantina —o de primera generación, o de segunda, porque también me ha llevado un poco a los ingleses del XVIII—: veo un juego de editor de manuscrito hallado (un Reinaldo Laddaga literario), escritor (Aulus Gellius) y narrador (el adolescente cuyo nombre no se menciona, como tampoco el de su familia), fuertemente cervantino con el añadido de que Cide Hamete Benengeli (su narrador), su descubridor (Cervantes literario), y su traductor (tampoco mencionado) también desconfían unos de otros. El “editor” de tu novela —y autor de su prefacio y sus comentarios a pie de página— mantiene una actitud crítica algo desconfiada con el texto hallado, el narrador o posteador no hace acto de presencia y el narrador en primera persona pone en cuestión la verbosidad de su padre cuando le cuenta la historia del Líder en la tercera parte. ¿Hay “pérdidas en las traducciones”, por usar la expresión inglesa? ¿Qué nos transmite esa mise en abyme en tu libro?
 
—RL: Tal vez haya que decir que es cervantina de tercera generación. Es que el punto de referencia más inmediato es Borges, lector de Cervantes. Pienso en particular en dos textos: ‘El inmortal’, con sus referencias a los centones, a los escritos hechos de retazos de otros escritos (Los hombres de Rusia se presenta explícitamente de ese modo), y sobre todo ‘Tlön, Uqbar, Orbis Tertius’, donde encontramos los fragmentos de una enciclopedia que el narrador, que es un traductor, vincula a la emergencia de los totalitarismos de mediados del siglo XX. En efecto, mi libro posee un narrador (un adolescente que detalla ciertas alternativas de su iniciación erótica en un zoológico a medias inundado, al mismo tiempo que repite las cosas que ha escuchado de su padre y su madre), un autor que ha encontrado o compuesto su discurso (cierto Aulus Gelius, que lo ha publicado en un sitio web) y yo mismo, compilador, traductor y editor del texto. Son voces sobre voces sobre voces. Traté de reservarme un cierto margen de indeterminación en la relación entre todas ellas: nadie acaba por creer en la veracidad de lo que ha escuchado y la historia emerge de una masa de rumores. Creo que la indeterminación principal es la del carácter de Aulus Gellius. ¿Qué quiere, al fin y al cabo, este autor? ¿Por qué ha montado un sitio web para lo que ha escrito y se ha esforzado por promoverlo en los foros de discusión de la extrema derecha norteamericana? Aulus Gellius es un militante (o un grupo de militantes) de ultraderecha, pero su discurso es en general equívoco, oscilante. ¿Qué efectos espera que produzca? La inestabilidad de esta capa del libro hace que diversos lectores se detengan en tal o cual momento de la oscilación, de manera que, en mi experiencia personal, las lecturas son las más dispares que ninguno de mis libros haya encontrado. ¿Es necesario agregar que el procedimiento hace referencia no solo a los antecedentes que señalas sino también a la vasta polución de los discursos en el espacio digital?
 
—ECP: Observo, además, que en las distancias cortas, el propio adolescente anónimo es un narrador extraordinario, muy al tipo de Scherezade, que esconde datos relevantes para el final, realiza prolepsis, lanza interrogaciones retóricas, crea metáforas ilustradoras o evocadoras y, en general, conduce al lector hacia donde quiere y como quiere. Todo esto lo comento porque el perspectivismo es otro de los aspectos que yo veo cervantinos (aunque desde luego, no solo cervantinos) y también la ironía y la parodia. ¿Qué te interesa como escritor y como ser humano en la mirada de personajes tan poco al uso?
 
—RL: Hace poco leí un libro que no conocía: La isla de Arturo de Elsa Morante. Se trata precisamente, como Los hombres de Rusia, del relato de un verano donde tiene lugar el despertar erótico de un adolescente en parte salvaje, proceso que desencadena una cierta resolución del conflicto edípico, y que culmina en el umbral en que se abre para el protagonista, por la vía del abandono del hogar, otro territorio para una nueva individuación. Este esquema es recurrente en la narración de linaje europeo (y alcanza los parajes de Kafka, en todo caso en su novela sobre los Estados Unidos). En fábulas como la de Morante (y, espero, la mía), un cierto esplendor narrativo es la manifestación de la revelación de un erotismo nuevo. Los personajes que me interesan son siempre liminares: viven entre mundos, o se desplazan hacia el límite del mundo en el que viven; viven entre fases de su trayectoria, cuando una fase se cierra y otra no se abre todavía. En el horizonte tal vez esté la utopía de un sujeto infinitamente mutable, dotado de una interminable plasticidad. Puedo especular ad infinitum sobre las razones por las cuáles estos personajes me atraen, pero estaría enmascarando la verdad de que realmente no lo sé. Más precisamente, de que las raíces de mi mundo imaginario y los personajes que lo pueblan, como los de cualquiera, son necesariamente oscuras, hundidas como están en nuestra prehistoria como individuos y como lectores, esa fase en la cual la lectura responde a corrientes pulsionales urgentes. Esta es otra de las razones por las cuáles mantengo amarrada mi narración a las novelas de aventuras: se trata de un deseo probablemente irrealizable de regresar a los parajes de la fascinación infantil con las partidas sin destino, los arranques abruptos, los despegues.
 
—ECP: Otra referencia que me nace —me disculpo por anticipado por no haber puesto aún un pie en el siglo XX y menos todavía en el XXI— es la de Benito Pérez Galdós, o si quieres la de Philip Roth. La Historia y las historias, lo real empírico y lo verosímil ficcional. ¿Te gustaría que los lectores hagamos una lectura deductiva de Dannunzio, Evola y Yockey al Caimán Verde, Agellius y su madre esquizofrénica en el Campo Hobbit? ¿O preferirías que al término de la novela pensemos en cómo se llega desde unos excombatientes drogadictos y traficantes de esclavas a filósofos y políticos que dominaron o incluso dominan hoy, ahora, el mundo, como Mussolini, Putin o Trump? ¿Qué vínculos crees que hay entre las pequeñas vidas, insignificantes hasta ser inventadas, y las vidas que cambiaron el curso de la historia?
 
—RL: Si no fuera pedir demasiado, diría que mi ideal es una lectura que combine los dos gestos que mencionas: que, por un lado, retenga algunos de los numerosos dobles, ecos, repeticiones históricas que el libro postula (entre aquellos escritores y combatientes del pasado y sus herederos ficticios del presente, entre el Estado Libre de Fiume y los esbozos de comunidades que la novela imagina), pero que eso no impida la percepción de una cierta energía narrativa que no puedo sino esperar que el texto tenga. Que siga las pistas de las referencias de las que el texto está plagado, pero al mismo tiempo perciba lo que hay en el libro de fabulación y mascarada. Mis amigos me preguntan cuánto es cierto de lo que cuenta el libro, y yo les respondo que casi todo, aunque no siempre me resulta recordar qué cosa ha sido inventada. Por un lado, está aquella línea que va de la crisis de la clase trabajadora, sobre todo en regiones rurales, bombardeada por los pasquines y la publicidad política en Facebook, la crisis de los opiáceos o las esclavas sexuales destinadas a las casas de masaje, y las elecciones americanas o europeas que están cambiando nuestro mundo; por otro, están las recurrencias que hacen pensar que se trata de variaciones de un tipo político de alguna manera intemporal, que va del tribuno romano Cola di Rienzo biografiado por D’Annunzio a Mussolini, Berlusconi y todo el resto. Respecto a estas vidas que cambiaron el curso de la historia, a estos grandes nombres que a veces nuestra literatura descuida, me gusta considerar la pequeñez, la insignificancia.
 
—ECP: Después de documentarte sobre Miguel Serrano o Cyrus Teed, ¿es la realidad más extraña que la ficción?
 
—RL: Por supuesto.
—ECP: Si tu novela está entre la tragedia y la comedia no situándose en una equidistancia sino participando de ambas (por lo descabellado y lo ridículo de planteamientos y concepciones del mundo y también por lo cruel, los asesinatos, los fascismos, el genocidio judío), ¿la gran humorada y a la vez la gran tragedia es el mundo real en el que vivimos, escenario de los egos de dos divos, Trump y Putin? Si es humor, ¿lo calificarías de humor culpable, de humor liminar? ¿Es la esfinge contándole a Edipo un chiste?
 
—RL: Estoy ahora mismo escribiendo un texto donde propongo una reconstrucción hipotética de una pieza desaparecida de Esquilo: Proteo. Proteo seguía a su gran trilogía, la Orestíada, y consistía en lo que llamamos un “drama satírico”. Se trata de un género altamente conflictual, en el que personajes de tragedia, con apariencia y dicción de tragedia, realizaban acciones que comentaban un coro de sátiros con pequeños penes erectos y colas pajizas de caballo. Me gustaría que mi libro fuera un algo así como un drama satírico, y pienso que el género es adecuado a la temática. No puedo dejar de tener la impresión de que la presidencia de Donald Trump, pongamos por caso, es un poco un chiste que se hubiera salido de su curso. En la introducción del libro menciono la centralidad de la bufonada en la puesta en escena de la extrema derecha, pero el conjunto de la narración nos recuerda que, por otra parte, una pulsión sacrificial, una necesidad de víctimas, una crueldad específica la anima.
 
—ECP: En tu novela no hay denuncia, y sí crudísimas inmoralidades: crímenes, robos, trata de blancas, esclavitud, prostitución, supremacismo, orientalismo, machismo y un largo etcétera. ¿La denuncia la tiene que hacer el/la lector/a? Creo que tu respuesta a esa pregunta puede ser que el silencio crea un grito más intenso que la propia palabra del narrador porque el narrador moralista ha agotado al lector, que se ha inmunizado a aquel, pero es solo una conjetura, y preferiría saber tu opinión al respecto.
 
—RL: Me parece que tienes toda la razón. Ciertamente no hay denuncia en mi novela. Como lo señalabas antes, hay un entramado de diversas voces en cada momento del discurso, y mi elección, desde el principio, fue la de evitar que alguna de ellas dominara tanto la escena que se volviera la que organiza todas las perspectivas. Quisiera que mi texto conservara algo de la perplejidad que es mi experiencia más constante al leer los periódicos o recorrer las redes: la sensación de insuficiencia de nuestras categorías frente a estas mezclas con las que nos confrontamos. Seguramente nuestros universos políticos, tan turbulentos ahora, alcanzarán en algún momento un nuevo equilibrio, pero por el momento debemos cuidarnos de no abandonar demasiado pronto la zona de perplejidad que atravesamos. Y además hay otra razón por la que sentí que mi novela debía evitar establecer juicios definidos sobre los materiales que iba compilando. Creo que un peligro que los escritores o lectores progresistas corremos fatalmente es el de suponer que hay un abismo infranqueable entre ellos, los que votan a Matteo Salvini o a Vox, y nosotros, que estamos exentos por completo de los vicios que les atribuimos. Por eso la genealogía italiana tiene un rol tan central en la historia que cuento: en ningún sitio más que en Italia la historia política e intelectual moderna está plagada de traspasos fulgurantes entre la izquierda y la derecha, entre la adoración de lo moderno y el más extremo tradicionalismo. Quisiera que el libro ayudara a los lectores a sentir, aunque no fuera sino por un momento, que no saben del todo a qué campo pertenecen.
 
—ECP: Tu novela mezcla los materiales más variopintos sobre pensadores de lo más variopinto. ¿Cómo fue la experiencia de bucear (o novelar) en fuentes tan radicalmente contemporáneas como World of Warcraft, Overwatch o 4chan? ¿Cómo pudiste compilar (tan bien, debo decir) contenidos tan abigarrados como los de esta novela (la voluntad de poder nietzscheana, el machismo y/o androginismo, la teoría de la tierra hueca, etc)?
 
—RL: No estoy seguro, pero supongo que se debe a un reflejo que se activa cada vez que comienzo una ficción: el de reducir lo posible las expectativas respecto a qué cosa voy a encontrar en mis excursiones a la biblioteca, a internet, al universo de los juegos, y leer u observar un poco a tontas y locas, como si el universo de los textos y las imágenes existiera en un estado de perfecta desorganización. No es estrictamente voluntario, pero no me resisto. Solamente puedo darte las respuestas que estoy dándote una vez concluido un libro: durante el proceso me esfuerzo en reducir todo lo que puedo la voluntad de establecer qué cosa estoy haciendo. No se trata tanto de una voluntad de espontaneidad como de una regla práctica, sin la cual no podría escribir ni una línea.
—ECP: Leo numerosas repeticiones en tu novela, que configuran una especie de arquitectura interior. Datos y elementos que se repiten y que se callan pero que un lector atento puede descifrar. ¿Hay aquí alguna llamada al eterno retorno nietzscheano? ¿La historia está condenada a repetirse, después de Trump y Putin, N veces más, o puede cambiar?
 
—RL: Efectivamente, la novela está plagada de repeticiones y, como dices, estas repeticiones constituyen una estructura interior que sostiene la arquitectura manifiesta del relato. Las duplicaciones proliferan. Supongo que mi proyecto invoca, anacrónicamente, aquella vieja comunidad entre el arte narrativo y la magia postulada por Borges, cuando sostenía que en las novelas que prefería reina un orden mágico “donde profetizan los pormenores, lúcido y limitado”, que la composición de “un juego preciso de vigilancias, ecos y afinidades” es un procedimiento más honrado que la “simulación psicológica” que tanto lo aburría. Ciertamente Los hombres de Rusia implícitamente afirma que la historia se ha repetido un número de veces, y uno de los motivos del asombro que todos sentimos estos días es el retorno de espectros (el racismo explícito y brutal, el desprecio a las formas democráticas) que pensábamos que habíamos exorcizado. Yo compartía esa impresión, y por eso ahora no me siento capaz de hacer el menor vaticinio respecto al futuro.
—ECP: Va una pregunta un poco más tranquila, y sin spoilers: ¿te imaginabas que el título de tu novela iba a crear tantos quebraderos de cabeza a los lectores?
 
—RL: Creo que sí, aunque, como tantos otras veces me pasó, el título se me puso en algún momento a la cabeza y luego ya no pude sacarlo de allí. No es extraño: la escritura del libro coincidió con el desarrollo de la investigación sobre la ingerencia de Rusia en las elecciones presidenciales norteamericanas, que reveló afinidades insólitas y comunicaciones impensadas entre la nación de Putin y la de Trump.
 
—ECP: Supongo que eres consciente de que la novela que has escrito es un reto para los lectores. Un reto delicioso, pero un reto por los saltos de tema y de tiempo; por los árboles genealógicos que pueden exigir atención al lector; por los constantes relatos intercalados; por las referencias históricas relativamente oscuras; por la actitud del narrador y sus evidencias de falta de juicio, en ocasiones de ocultación de información y en ocasiones de cordura; por las repeticiones arquitectónicas... ¿Un escritor tiene que arriesgar así?
 
—RL: Si puede hacerlo, claro que sí. Tengo que decir que me esforcé por tratar los materiales con toda la claridad de que soy capaz, pero me doy cuenta de que la densidad de referencias, la amplitud de las redes de “vigilancias, ecos y afinidades”, lo intrincado de la trama, todo lo que tú mencionas vuelven a la lectura difícil, particularmente al comienzo, cuando las reglas del juego no han sido del todo declaradas. No hay la menor intención de hermetismo (por el contrario), pero el texto requiere un ejercicio de la atención que podría parecer excesivo demandarles a sus destinatarios. Es una enorme suerte mía la de haber encontrado en Víctor Gomollón, editor de Jekyll&Jill, a alguien tan dispuesto como yo a suponer la existencia de lectores dispuestos a invertir un capital considerable de paciencia con la confianza de que pueden adquirir placeres distintos a los que ofrecen las narraciones más inmediatamente accesibles que confrontamos todo el tiempo. La apuesta es por la continuidad, en una fase de sobrecarga de informaciones y atomización de los mensajes, de una cierta tradición literaria que requiere la lectura demorada, la recurrencia del lector a la memoria de otros textos encontrados en otros lugares, el gusto por las formas amplias y las tramas tortuosas. No descarto que esta expectativa pueda ser insensata, pero tu lectura del libro muestra que no es absurda. Y en cualquier caso no hay ninguna chance de generar novedad, incluso tan minúscula como aquella de la que me siento capaz, sin el riesgo de incurrir en la más horrorosa insensatez.
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AZAHARA PALOMEQUE Y VÍCTOR PEÑA

1/8/2019

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Sabéis que de vez en cuando nos ponemos a experimentar, a ver qué pasa. En este caso, hemos dejado que Azahara Palomeque y Víctor Peña Dacosta (ambos con libro debajo del brazo en la misma editorial) charlen entre ellos de sus cosas.
Azahara Palamoque (El Sur, 1986) reside en USA, donde es Doctora de Literatura española y latinoamericana por la Universidad de Princeton. Viene con libro nuevo,
RIP (Rest in plastic), y se une a sus anteriores publicaciones en la editorial La isla de Siltolá: American Poems (de 2015, que será publicado en breve en USA) y En la ceniza blanca de las encías (2017). Además, parece que no le cae nada bien Trump y todas sus "franquicias", por lo que ya nos ha encandilado. 
Víctor Peña Dacosta (Plasencia, 1985) es un viejo amigo de esta casa y uno de los poetas emergentes que más llama la atención en esta década. Los antologuistas de prestigio se lo rifan. Y eso con solo dos libros. Ambos son extremeños, que parece que no, pero sí. Hay muy buena poesía en Extremadura.
El resultado de todo esto, a dos columnas.
PALOMEQUE RESPONDE A PEÑA
PEÑA RESPONDE A PALOMEQUE
​VÍCTOR PEÑA DACOSTA: Muy buenas, Azahara. Antes que nada, quería decirte que, desde que descubrí tu obra, resulta un placer leerte o releerte y espero que con tus inteligentes respuestas a mis estúpidas preguntas me suceda lo mismo. Para empezar, puede que algunos de nuestros lectores se hayan preocupado al ver que una de tus recientes columnas en El Periódico Extremadura lleva por título “Soy infeliz”, algo muy llamativo, especialmente en estos tiempos de happycracia. ¿Quieres tranquilizar a tu público (o no)? ¿Eres (in)feliz? ¿Es necesario ser feliz en la vida? ¿Es conveniente ser infeliz en el arte? ¿Es la felicidad una herramienta de control social?
 
AZAHARA PALOMEQUE: Esa columna nace de la lectura del libro Happycracia, un ensayo de Edgar Cabanas y Eva Illouz que trata sobre el daño que ha hecho la psicología positiva, una “ciencia” que se empeña en hacer responsable al individuo por su propia felicidad, ignorando el contexto político y socio-económico. El ensayo me provocó un malestar general, pero, al mismo tiempo, me ayudó a poner nombre, fechas y ejemplos a un fenómeno que llevo notando en Estados Unidos muchos años: la casi completa censura del lenguaje cuando se trata de quejarse; la omisión de la protesta, el disenso, el pedir cuentas a los responsables políticos por lo que nos ocurre y, junto a eso, una marea de cursos de yoga, mindfulness y terapias de todo tipo. No se puede convertir la falta de derechos sociales en una oportunidad para decirle a la gente “hazte cargo de tu propia miseria, medita y serás feliz”. A eso me refería. Por supuesto que no soy feliz; está el mundo patas arriba, ¿cómo podría serlo? Y no, no tengo intención de tranquilizar a mi público, más bien lo contrario: quiero contribuir a crear conciencia crítica, a promover un sentido de la responsabilidad civil. 
 
VPD: Siguiendo un poco con esta idea, tengo entendido que eres una ferviente seguidora del filósofo Byung-Chul Han, así que me voy a permitir hacerte una serie de preguntas sobre su obra y su pensamiento y me contestas lo que quieras sobre lo que te parezca. Por ejemplo: ¿Compartes su punto de vista acerca de que el moderno Prometeo está condenado a la autoexplotación disfrazada de realización personal? ¿En tu opinión, vivimos en la sociedad del cansancio o en la de la transparencia? ¿A qué huele el tiempo? ¿”El arte de demorarse” es un truco surcoreano para justificar la impuntualidad?
 
AP: No soy seguidora, sino lectora de Han. El tema de la autoexplotación es muy importante y confieso que, en un momento dado, me ayudó a entender mis propias circunstancias y el mundo que me rodeaba. Según Han, ya no hacen falta jefes represores para que la gente haga jornadas laborales infinitas, sino que lo hacemos motu propio, disciplinándonos de acuerdo al mercado sin la necesidad de un poder opresivo. Han le da una vuelta de tuerca a Foucault que creo necesaria y luego Remedios Zafra, en su libro El entusiasmo, aclara el fenómeno desde una perspectiva nacional, desde las profesiones creativas (el periodismo, la investigación, la literatura) y además lo feminiza: dice, ojo, nos autoexplotamos, pero unos más que otros. La obra de estos autores ha sido clave en mi poesía y otros textos que he producido. Es curioso porque, cuando salió el libro de Han, todavía el “burnout” no había saltado a la prensa española. “The Burnout Society” fue como se publicó su libro en inglés, que no es lo mismo que “La sociedad del cansancio”. El hecho de que el “burnout” haya sido aprobado como enfermedad por la OMS y se haya difundido la noticia en medios hispanohablantes nos da una idea de la globalización de esta autoexplotación.
​AZAHARA PALOMEQUE: Víctor, qué orgullo entrevistarte, cambiar de roles, eliminar un poco esa jerarquía tradicional entre periodista y autor porque aquí jugamos al viceversa. Acabas de publicar Obsolescencia Programada (RIL, 2019), un libro que lleva desde el título un alusión a la caducidad, concepto que luego se repite y complejiza conforme van avanzando las páginas. ¿Qué es para ti esa obsolescencia? Si bien el término en principio surge para definir el fin de las cosas, ¿cómo afecta a los humanos? ¿Hay distinción entre las personas y las cosas?
 
VÍCTOR PEÑA DACOSTA: Hola, Azahara, el orgullo, si no mío, es mutuo. Obsolescencia programada es un libro al que he dedicado mucho tiempo y al que he dado varias vueltas, pero creo recordar que la idea definitiva de escribir un poemario con el que retratar la inevitable caducidad de todo o, al menos, de las emociones, nace durante la lectura de En lo mudable, un delicioso librito de fútbol (sobre el Córdoba y la vida) escrito por Antonio Agredano para la colección Hooligans Ilustrados de Libros del K.O. En el monólogo final, el narrador reflexiona sobre “de todo lo que nos salva el amor” mediante una caótica enumeración sobre la vida posmoderna y sus absurdeces.
Yo entonces estaba escribiendo poemas sueltos y me pareció una gran idea englobarlos sobre los temas que más me afectan (el vacío existencial propio de las redes, la autodestrucción, el compromiso político y sus paradojas...) y oponerlos al amor. Finalmente, me pareció que la que iba a ser la primera o última parte del libro tenía valor e interés por sí misma y la publiqué como Diario de un puretas recién casado en febrero de 2016. Desde entonces he seguido trabajando en el resto de temas y, finalmente, decidí incluir uno sobre la patria y la familia y llamarlo “Españolía”.
 
En cuanto a la distinción entre cosas y personas, creo que todos estamos condenados al ostrascismo de la obsolescencia, la diferencia es que nosotros no lo aceptamos. Por eso el libro se abre con una inapelable cita de Luis Cernuda (que me recordó Eva Vaz): “Perder placer es triste”, pero también podría haber aparecido la sentencia de Aristóteles “La felicidad es de los que se bastan a sí mismos”, porque mucho me temo que el principal tema del libro es la soledad más o menos disimulada, condicionada o atenuada.
 
AP: Este libro se puede considerar un himno generacional (título de uno de los poemas). Hay un sentido profundo de conciencia colectiva, de lo que le está pasando a otros y no sólo al sujeto lírico. Al mismo tiempo, se afirma una individualidad casi inherente a la posmodernidad. ¿Existe algún tipo, no ya de conciencia, sino de acción colectiva que pueda derivarse de su lectura?
 
VPD: Tienes toda la razón, pero la experiencia colectiva aparece más bien como la crónica de un viaje accidentado, tal vez necesario pero, seguro, a ninguna parte. Algo así como un fracaso anunciado que nos empeñamos en emprender a pesar de los augurios de los oráculos y las negativas experiencias previas.
Como bien dices, se describen búsquedas de integración en la comunidad (o búsqueda de la felicidad en diferentes comunidades). No solo en la política (que es la tentación por intentar cambiar un mundo que no nos gusta) sino también en las diferentes aznañagas para intentar olvidar que ese mundo no nos gusta, como las redes sociales, el sexo, la autodestrucción, la familia o la patria. Porque, como escribió David González, “la vida, como la cocaína, es para compartirla” y, cuando no puedes o no quieres compartirla con nadie, es cuando llegan los verdaderos problemas...
Por concretar un poco más la respuesta a tu pregunta, creo que en el libro existe un tipo de inacción colectiva.
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​VPD: Perdona que insista con tu labor como columnista antes de enfangarnos con la lírica, pero recientemente has tocado de forma cruda dos temas muy necesarios en tus colaboraciones con CTXT: en primer lugar, la epidemia de violaciones en los “colleges”. ¿Elegiste este tema movida por algún caso en particular?
 
 AP: La oportunidad de colaborar con CTXT es algo que agradezco, porque me permite hablar de problemas estructurales que veo, que sufro en Estados Unidos, dándoles la profundidad que creo que merecen. Las violaciones en las universidades gringas es uno de esos problemas estructurales. Quería explicarlo todo, desde las dinámicas de poder que establecen las “fraternidades” hasta las donaciones millonarias de antiguos alumnos que determinan las políticas universitarias. Yo doy clases en la universidad, y las estadísticas dicen que una de cada cuatro alumnas mías van a sufrir agresiones sexuales,  muchas veces en el mismo campus donde trabajo. Era imposible no hablar del tema.
 
VPD: En tu siguiente columna para CTXT, llamada “57 dólares” relacionabas la política migratoria de tu país de adopción, que tantas veces provoca muertes más o menos virales, con tu plan de pensiones privado. ¿Hasta qué punto vives (y escribes) lo personal como político y lo político como personal?
 
AP: Todo está conectado, lo personal es político y me esfuerzo cada día en demostrar que cada palabra que decimos, cada compra que hacemos o cada decisión que tomamos tiene consecuencias que afectan a otras personas. El día que se corroboró el acuerdo entre México y EEUU por el cual el primer país iba a “contener” la inmigración entre sus fronteras a cambio de que no se le impusieran aranceles, subió la bolsa. Y mi plan de pensiones está invertido en bolsa, como la mayoría en Estados Unidos. ¿Quién tiene las manos limpias? Pero igual pasa con otros fenómenos: los impuestos que pagamos, ¿van destinados a comprar armas?; la ropa que compramos, los Iphones, ¿cuánta explotación hay detrás? Me preocupa mucho la ética, que llevo por bandera en la vida y en la escritura. Intento tomar decisiones éticas y causar el menor daño posible. Esa columna habla de la imposibilidad de considerarnos “puros” o no responsables de la violencia que ocurre en el mundo, hasta en los lugares más remotos.
 
VPD: Rescato el párrafo final del citado artículo: “Irónicamente, el juego cromático de azules y rojos apunta a una bandera que aún ondea tras la resaca patriótica del 4 de julio y cuya fuerza deletérea es imparable. Pero es preciso recolectar pistas y seguir el rastro de la corriente o el oleaje para detectar la presencia de 57 dólares a pie de urna. El dinero, antes oro o cobre, ahora es ceniza”. ¿Puedo deducir que no tienes ninguna bandera en tu porche?
 
AP: No tengo porche, y tampoco bandera. No creo en el nacionalismo. Lo critico en todas sus manifestaciones, desde las Olimpiadas al Mundial, pasando por la celebración del 4 de julio, que personalmente me duele porque se trata de encomiar un país que ha hecho auténticas aberraciones a múltiples colectivos, no sólo en el exterior o a extranjeros –recordemos Guantánamo– sino también a sus propios ciudadanos, inmigrantes, negros… Dicho esto, todos los nacionalismos no son equiparables. Guardo un gran respeto a Puerto Rico, primero colonia de España y ahora de Estados Unidos. Que continúen luchando por tener voz propia y autonomía, como se ha visto ahora que acaban de expulsar a su gobernador a base de protestas, me parece admirable.
 
VPD: Un tema habitual tanto en tus columnas como en tus versos o también en los estados de tus redes sociales es el del exilio. De hecho, naciste en “El Sur” (sic) pero vives en Estados Unidos y en tu biografía te defines como “exiliada de la crisis”. ¿Cómo te sientes respecto a lo que Efi Cubero llamó “condición del extraño”? ¿Celebraste el pasado 4 de julio en tu nueva patria o prefieres conmemorar el Día de la Virgen de Extremadura? ¿Te resulta exótico volver a casa? ¿Se puede volver a casa?
 
AP: No celebré nada el 4 de julio. Si acaso, me cabreé con mi familia política y todos aquéllos que estaban disfrutando de estos fastos a mi alrededor. Tampoco haber crecido en Extremadura me provoca una pasión desenfrenada hacia la región. El nacimiento es arbitrario, el lugar de nacimiento también. Es cierto que uno crece en cierta parte del mundo y desarrolla afinidad por lo que le rodea, pero las fronteras están para desarticularlas. Siempre digo que tengo mucha más afinidad con un cubano o un boricua que con alguien de Valladolid. Por otra parte, “El Sur” es un lugar ficticio, como todos, pero más. Es un locus deseado que me permite posicionarme en la geopolítica mundial del lado de los desposeídos, los colonizados, y en territorio generalmente cálido y en constante lucha identitaria. Se puede decir que es un territorio afectivo. Nace también de mis constantes viajes a Andalucía –de donde mi madre es originaria– desde Extremadura, donde crecí. De pequeña confundía los olivos con las encinas. Ahora la confusión es mayor, por eso necesitaba un término que abarcarse un mapa más amplio. Respecto al exilio: creo que siempre me he sentido un poco en los márgenes, pero eso se ha exacerbado desde que vivo en Estados Unidos, país al que llegué tras haber sido expulsada de España en plena crisis. Llamarme “exiliada” es una forma de protesta contra esa crisis que, recordemos, fue provocada y tiene responsables políticos. Por otra parte, es una manera de aliarme con una tradición literaria hasta hace poco olvidada –la de aquéllos que dejaron España tras la Guerra Civil– pero también con “la herida” que teorizaba Edward Said en sus ensayos.   
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VPD: Supongo que tu trabajo como profesora y tu sentido común te ha impedido adoptar la cerrazón al inglés que eligió Juan Ramón Jiménez para no “contaminar” su lírica. ¿Cómo es eso de vivir en una lengua y escribir en otra? ¿Dirías que tu obra está contaminada? ¿Es posible hoy escribir una obra sin contaminar?
 
AP: La “pureza” de la lengua no existe, aunque estén los cancerberos de la RAE diciéndonos lo contrario. La lengua la hace el uso, la hace la gente. Pero siempre es un acuerdo colectivo, una convención. Ocurre que vivo y trabajo en inglés en un país donde el español es importante pero se practica confinado en círculos: o bien en las comunidades inmigrantes “latinas”, a las que no pertenezco, o bien en los departamentos de español de las universidades, universo del que elegí desvincularme parcialmente cuando opté por no hacerme profesora de cultura española. Paradójicamente, el tiempo me ha dado la oportunidad de impartir docencia un semestre al año, pero mi puesto fijo es como administradora, como burócrata y en inglés. Así que escribo en una burbuja. El español se ha convertido en una herramienta de expresión en las redes, en la conversación dominical con mi madre, y en la lengua de mis lecturas y escritura, pero ha perdido justo ese componente coloquial que vuelve vivo a un idioma, porque apenas lo hablo. A veces, siento que es una lengua del pasado, de cuando vivía allí (mi negativa a adoptar normas ortográficas recientes, como quitar la tilde a lo demostrativos, es un posicionamiento político para señalar mi exilio). Mantenerla viva me cuesta un constante entrenamiento, como quien va al gimnasio: hago listas de palabras, apunto definiciones, invento reglas mnemotécnicas para no olvidar ciertos refranes o expresiones idiomáticas, y leo, leo mucho, hasta sin ganas. No creo que llamar a mi español “contaminado” sea exacto, más bien está desnaturalizado, puesto que lo uso sin un contexto alrededor que lo alimente. 
 
VPD: Tras algunos retrasos por los que aprovecho para disculparme, te envío esta entrevista el 18 de julio de 2019, fecha en que se cumplen 83 años del inicio de la Guerra Civil, fecunda fuente de exilio e inspiración literaria. No sé si has leído ensayos como Las armas y las letras de Trapiello o algunos de los artículos y estudios de Mario Martín Gijón sobre la poética de guerra y posguerra. Sí considero, en cambio, que tu periplo por Lisboa, Sao Paulo y Austin remite al de algún intelectual español en la década de los 30. ¿Cuál es tu poemario exiliado favorito? ¿Es American poems a nuestra generación lo que fue Las nubes a la de nuestros padres y abuelos?
 
AP: Creo que es Español del éxodo y del llanto, de León Felipe. En prosa, destacaría la obra de Max Aub, aunque también me impactó mucho Memoria de la melancolía, de María Teresa León. Escribí mi tesis de doctorado sobre la Guerra Civil y las afinidades políticas e intelectuales que generó con distintos países de América Latina y creo que este proyecto hablaba de dos constantes en mi escritura: la necesidad de irme, de buscarme fuera (de ahí lo latinoamericano), pero también de atender al origen y mentir su pureza, porque estamos hechos de redes globales. Me gusta pensar que American poems es un libro que habla a toda una generación de exiliados de la crisis, que conecta con las circunstancias políticas del país en su momento, pero también lo veo como un canto al desarraigo en general. Por otra parte, aunque uno siempre puede inventar paralelismos, no creo que la historia se repita. Los años 30 son los años 30. Ahora somos otra cosa, postmodernos, desencantados, neoliberales… a mi pesar.
 
VPD: Por cierto, tengo entendido que este American poems va a ser publicado en breve en inglés. ¿Cómo ha sido ese proceso? ¿Has conseguido evitar meter mucho la mano?
 
AP: Tras años escribiendo y viviendo en el anonimato, salí del armario de la privacidad y el pudor y me lancé a buscar compañeros afines. La traducción de American poems es un proyecto que surge de un evento organizado por la poeta Marta López Luaces en Nueva York con editoriales independientes. Establecí amistad con uno de los editores presentes, me contó su intención de sacar ediciones bilingües de libros que hablaran de experiencias migratorias justo como contradiscurso frente a las políticas de Trump, seguimos hablando, compartiendo ideas, y aquí estoy, acabo de firmar el contrato. Confieso que antes era reacia a este tipo de conexiones, me sonaban a “enchufe”, a redes clientelares, y huía de ellas. Ahora creo en la necesidad de establecer redes de afinidades y mover tu obra, con humildad, sin aspavientos, pero moviéndola porque si no, no se conoce, pierde el autor pero pierden también lectores que podrían estar interesados. Bourdieu ya habló de la importancia del capital social. Dicho esto, American poems en inglés (valga la paradoja del título) no existiría sin Sean Manning, mi traductor. Es un genio de las palabras. 
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VPD: Tu último libro es un poemario llamado REST IN PLASTIC que publicó RIL Editores en abril. Hay títulos magistrales y este es uno de ellos: ¿llegó al principio, durante o al final de su escritura? ¿Qué querías expresar con él?
 
AP: Siempre elijo los títulos al final. Es en la fase de edición, clasificación, ordenación de los poemas cuando me doy cuenta de qué nombre ponerle al bebé. Al principio, en la fase de escritura, trabajo con un tema común, pero el bautizo es sólo posible cuando la criatura ha nacido. RIP podría ir en la tumba de cualquiera, pero no así el plástico. El título habla de ese viaje de lo individual a lo social, a lo político, en que me empeño y que tú tan bien has notado. En este caso, la muerte individual se refiere a una depresión, personal, intransferible, que he intentado conectar con una crisis global tal como el cambio climático y la destrucción del planeta. 
 
VPD: El libro lleva un magnífico prólogo de Alberto López Martín. Aunque te adelante que no es mi caso y que, de hecho, en breve procederé a fusilarlo, hay mucha gente, por ejemplo Álvaro Valverde, que odia estos estudios introductorios previos. ¿Dudaste mucho si incluirlo o no? ¿Temías que algunos lectores como yo se perdieran parte importante del mensaje?
 
AP: Alberto, que hoy en día es profesor de literatura en la Universidad de Valparaíso, Indiana, ha sido mi compañero de fatigas varias, incluidas las poéticas, desde hace más de trece años. Nadie conoce mi obra mejor que él y en ese prólogo queda demostrado. Sin embargo, lo que me indujo a incluir esta especie de estudio introductorio fue el hecho de que mi obra había sido calificada de “críptica” por varios críticos, de compleja, y me daba miedo que los mensajes que transmito no llegaran a los lectores. Con este prólogo quería echarle una mano a un lector que necesita ciertas claves de lectura para comprometerse con el texto. De todas formas, parcialmente concuerdo con Álvaro Valverde y, en general, el prólogo está siendo un arma de doble filo, porque si bien los lectores ahora tienen algunas “pistas” que los ayudan a enfrentarse al libro, a veces esas pistas se convierten en la única lectura posible. Por ejemplo: se han escrito reseñas donde citan el prólogo mucho más que los poemas del libro.
 
VPD: Escribe López Martín que para Palomeque la poesía es una “necesidad fisiológica”. ¿Exagera?
 
AP: No exagera. No estaría viva si no fuese por la escritura. Es lo que me empuja a seguir viviendo.
 
VPD: En base a esto, te diría que R.I.P. me plantea una sensación agradablemente ambivalente: parece un libro escrito con mucha intensidad, con desgarro, como a arrebatos de pasión y genio y, a la vez, parece muy meditado y estructurado. ¿Se puede domar la rabia? ¿Se debe domar la rabia? ¿Cómo se hace sin que se pierda la frescura? ¿Me he enterado de algo o voy dando palos de ciego?
 
No das palos de ciego, Víctor. El libro tiene un poco de las dos cosas: intensidad, desgarro, y también un trabajo meticuloso de ordenación, depuración, estructuración. Son dos ejercicios diferentes. Cuando escribo intento hacerlo sin límites ni censuras, literalmente sitúo el cuerpo en el límite de lo decible y dejo que la palabra se adueñe de todo. Después dejo reposar los textos, meses, a veces años, y luego los retomo y, como buena artesana, voy trazando patrones semánticos, identificando problemáticas que los convierten en libro y le dan coherencia, analizando la musicalidad interna, podando y eliminando lo que no sirve, etc. De ahí surgen las secciones y el orden de los poemas, el título, la obra en sí.
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​VPD: ¿Dirías que es un libro generacional? ¿Por qué? ¿Qué compañeros de estantería te gustaría que tuviera tu descanso plástico?
 
AP: La última vez que estuve en España, en Badajoz específicamente, acudí a mi librería de confianza –Universitas, que lleva tan amorosamente Chema Casado– y, por artes que rige el abecedario, encontré RIP junto a Leopoldo María Panero y Alejandra Pizarnik. ¿Qué mejor compañía que ésa? Por otra parte, sí que creo que es un libro que le habla a una generación, aunque el término “generación” sea tramposo en sí mismo. Estoy contando la supervivencia en los límites del sujeto autoexplotado que también está deprimido –volviendo a Han– y la vinculación de ese pozo personal con un abismo que es planetario, que es el fin del mundo, del permafrost, el genocidio de las abejas, el calentamiento global, la huella del neoliberalismo y la producción y el consumo ad infinitum: todo eso es el plástico. Si consideramos que la salud mental de nuestros ciudadanos no tiene visos de mejorar y que el plástico no es biodegradable, se podría considerar un libro eterno, obviamente, en la eternidad precaria y caduca que nos rodea. ¿Sabes? Me acuerdo mucho de Alexievich, quien, en Voces de Chernóbil, cuestiona el tiempo contemporáneo en relación a una radioactividad que dura para siempre. El plástico también es eterno. Quizá RIP sea un tratado sobre el tiempo y yo todavía no me haya enterado.
 
VPD: ¿Cuáles han sido tus mayores influencias al escribir este libro?
 
AP: Leo de manera compulsiva tanto al Lorca de Poeta en Nueva York como a Gamoneda. Pero también a Sylvia Plath, Panero, Pessoa, Drummond, Pizarnik. Todos estos poetas están ahí. De todas formas, el difícil trazar parentescos; este libro bebe mucho del cine, las noticias, la observación a pie de calle. En algún momento pensé en incluir una filmografía –donde entraran todos los documentales sobre cuestiones medioambientales que visioné– pero luego lo descarté por sentir que minaba la magia de la literatura, que es el proceso de descubrimiento al que se enfrenta el lector. No quería pasarme de pedagógica, ya el prólogo era suficiente guía. 
 
VPD: Para terminar, probablemente el plástico sea nuestro fin pero, ¿es Rest in plastic el comienzo de algo? ¿Qué proyectos te traes entre manos? ¿Debemos esperar que ahondes en lo que López Martín ha denominado tu senda de progresiva extranjerización? ¿Podremos disfrutarte en otros géneros?
 
A nivel personal, RIP (Rest in Plastic) es el fin de mi decadencia anímica, de mi pérdida de cabello, de mis pensamientos suicidas… Toqué fondo con este libro hasta el punto de explotar tanto el lenguaje que, después de este poemario, comencé a pintar, porque las palabras dejaron de tener sentido. Sorprendentemente, es un libro que también abrió la puerta hacia una conciencia social y un posicionamiento político que antes no me había atrevido a expresar de manera tan reivindicativa. Cuando salí del ciclo pictórico, escribí otro poemario que dialoga directamente con la precariedad a las claras, que destripa la meritocracia hasta volverla caricatura de sí misma y que se llama “Currículum”. Espero verlo publicado pronto. Después me embarqué en otro proyecto que me hizo descubrir mi voz en prosa: “Año 9”, un libro de crónicas sobre la Era Trump que publicará la Editora Regional de Extremadura. A partir de este proyecto he de decir que he redescubierto mi olvidada labor como periodista y me siento mucho más cómoda hablando de cuestiones actuales que me preocupan. No es casual que la redacción de “Año 9” coincidiera con el comienzo de mi actividad como columnista. Por último, me gustaría darle salida una novela relativamente polémica pero necesaria que se titula “La Hiedra” y está basada en mi experiencia en Princeton. Esta obra en la recreación en ficción de los tiempos que acogen todos mis libros anteriores y una distopía migratoria que revela la imposibilidad de integrarse en un universo tan destructivo e inhumano como Estados Unidos y en un ambiente tan elitista como una Ivy League. 
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​AP: En relación a lo anterior, ¿qué papel juega el paro, la precariedad, en la historia de esa generación? Te lo pregunto, directamente, porque hace diez años se hablaba de “crisis”; hoy, al menos desde mi visión como exiliada en Estados Unidos, esta palabra se ha diluido en otras y ya no se alude a la crisis como “momento” sino como continuum, fenómeno que se ha adueñado de la cotidianeidad hasta volverse familiar. ¿De qué manera lidias con esto en tu escritura?
 
VPD: Tu idea del continuum me remite a una viñeta de El Roto, uno de los grandes cronistas de la sociedad actual y, por tanto, de la reciente crisis económica, que rezaba “Con el paso del tiempo, la gente se acostumbró a vivir en el túnel y dejó de intentar encontrar una salida”. O a otra (perdón, soy muy fan) en la que un tipo vuelve del exterior gritando (a su comunidad subterránea): “¡no salgáis del túnel, fuera es todavía peor!”. Como bien dices, la crisis del 2008 ha marcado nuestro tiempo y, muy en particular, a nuestra generación. Por eso, aunque creo que no me ha golpeado personalmente con excesiva dureza, es inevitable que aparezca en nuestros libros. En el caso de Obsolescencia programada, me interesaba más retratar la explotación laboral o la autoexplotación cultural y social como formas de alienación, casi como una tortura mítica a los antiépicos héroes contemporáneos, por eso aparecen personajes como Sherezade, Ariadna, Eneas... Somos la sociedad del cansancio y estamos algo quemados, no solo por no tener dinero, sino muchas veces por la carencia de un horizonte. De hecho, ahora que caigo el final de mi libro remite a otra viñeta de El Roto, pero me vas a permitir que no haga spoiler.
 
AP: Quiero que me hables de tu relación con el lenguaje. En lo que es un poemario que parece escrito en un tono coloquial, existen referencias que podrían considerarse eruditas, algunas explícitas como a César Vallejo, y otras más veladas, como, por ejemplo, a Walt Whitman. Por otra parte, el libro está poblado de lo que algunos llamarían “cultura popular”, desde las drogas al porno pasando por el fútbol. ¿Cómo consigues aunar todos estos mundos? ¿Cómo se escribe de manera “desenfadada” (el término no es mío) y a la vez condensando un arsenal cultural tan vasto?
 
VPD: Me dicen a menudo que tengo un estilo muy reconocible y creo que, en parte, se debe precisamente a esto que comentas. Me gustaría poder decir otra cosa pero la verdad es que me sale de forma bastante natural.  Es cierto que, a veces, por inseguridad o pensando en tener más probabilidades de ganar algún premio, pienso en autocensurarme ciertos chistes o referencias, pero mi estilo literario es más fuerte que mi interés monetario y acaba imponiéndose lo que me representa, lo que quería expresar. Quizá este continuo afán desacralizador se deba a que tengo más en cuenta la cita de Michi Panero de “en esta vida se puede ser cualquier cosa, menos un coñazo” que la de Rimbaud acerca de ser sublime sin interrupción (por cierto, vaya coñazo). 
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​AP: Quiero seguir con el lenguaje, porque al fin y al cabo se trata de poesía (o no). Obsolescencia Programada contiene poemas que están hechos con refritos de frases ajenas –lo que los postmodernos llamarían “pastiche”–, a menudo bastante banales. Por ejemplo: uno de ellos está formado exclusivamente de frases codificadas de Facebook (“me gusta, me divierte”). En otro plagias a Rajoy (shame on you). La escasez de lenguaje necesariamente limita el pensamiento. ¿Qué lecciones debemos aprender de estos poemas?
 
VPD: Siempre intento reflejar lo que Roger Wolfe llamaba “toda esa poesía que nunca cabe en un poema”. Me gusta encontrar lirismo en los lugares más insospechados y conseguir presentar como naturales asociaciones que, en principio, puedan chocar.
Un ejemplo claro de esto sería el poema “Nosotros somos un hombre”, que parte de un brillante anuncio con el que un tipo intentaba completar un trío (“Nosotros somos un hombre y buscamos dos mujeres”), y se asocia con el conocido poema de César Vallejo “Considerando en frío, imparcialmente...”.
En cuanto a Rajoy, siempre digo que es el mejor representante político que hemos podido tener, porque es quien mejor nos representa: vago, cobarde y mentiroso, sin alterarse demasiado por nada. Y, además, desde el punto de vista cómico, un absoluto crack. Todos los días le echo de menos un poco pero, al menos, siempre nos quedarán los poemas que escribimos juntos.
 
AP: Tu patria, ¿son tus alumnos? Hay muchas referencias a España en el libro, en el que, además, sueles jugar con la ironía, el humor negro, los dobles sentidos. Sin embargo, nunca te he leído, ni en este libro ni en tu múltiples comentarios en las redes, bromear sobre la educación. Para más inri, eres docente. ¿Con la comida no se juega o percibo cierta esperanza, sacralización o respeto hacia la labor pedagógica y el aprendizaje?
 
VPD: Perdona que te diga que es una pregunta buenísima. Como te he dicho anteriormente, aunque luego trabaje para conseguir una coherencia o estructura, me suelen brotar poemas sobre los temas que me preocupan. Sin embargo, en ninguno de mis tres libros publicados aparece prácticamente ninguna referencia a la indecente labor docente que desempeño desde hace casi 10 años como profesor de secundaria. Evidentemente, no se trata de autocensura (soy funcionario desde hace 5 años y me siento cómodo, feliz y libre en mi trabajo desde siempre) sino probablemente algo más probable a lo que aventurabas como segunda opción. Digamos que hay temas de los que no escribes por importantes que sean en tu vida. Sería el caso de mi trabajo y de mi familia pero, igual que en este libro he vencido el tabú del tema de la patria, espero ser capaz de tratarlos más adelante. Y usted que los lea.
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​AP: En relación a las redes, leo una crítica potente a su uso y el tipo de ciudadano que están logrando configurar; al mismo tiempo, eres adicto a ellas. Hace poco asistí a una conferencia de Muñoz Molina donde criticaba la tecnología negando, precisamente, el concepto de “tecnología” en abstracto: son empresas que comercian con nuestros datos, decía. ¿Se puede vivir fuera de las redes? ¿Qué significan en tu vida y obra, si existe tal distinción?
 
VPD: No reflexiono demasiado acerca de las redes: las uso y me dejo usar por ellas, como casi todo el mundo.
En mis libros creo que reciben un tratamiento cercano al pastiche, como en el poema “Hoy por hoy con Iñako Gabilondo” de la recientemente fallecida Carmen Jodrá.
Sí me asusta bastante el auge de las fake news y su incidencia social y política, por eso he escrito un poema llamado “Posverdad” que recoge varias de los embustes cibernéticos que han sustituido a las leyendas urbanas.
En cuanto a tu otra pregunta, supongo que se puede vivir sin redes, pero para los acróbatas sociales en los que nos hemos convertido, resulta peligroso.
 
AP: Por último, te digo: ¿qué tienen en común tu poesía y la mía? O, dicho de otro modo, ¿por qué nos estamos entrevistando? ¿Qué nos une? Jamás nos hemos visto en persona. Somos completos desconocidos, ¿o no?
 
VPD: Creo que Rest In Plastic es un gran poemario sobre la actualidad; si a ti te pasa lo mismo con Obsolescencia programada, esta conversación ya tiene sentido. Además, varios lectores me han dicho que nuestros libros parecen dialogar y desde luego siento que reflejas una parte de la realidad a la que yo no llego. Si me pusiera cursi, te diría que la obsolescencia programada suele ir envuelta en un plástico que la sobrevivirá, pero no pienso hacerlo.
 
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© Conchi Cejudo
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    El Coloquio de los Perros.
    Revista de Literatura.
    ISSN 1578-0856

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