Entrevista realizada por ANTONIO MARÍN ALBALATE Diario de un confinado y otras estampas José Juan Morcillo ha sido profesor en la Universidad de St. Andrews (Escocia), en la Pontificia de Salamanca y en la de Castilla-La Mancha. Es autor de dos poemarios y de varios relatos que no quieren ver la luz. Hace cinco meses la editorial albaceteña Chamán publicó su Diario de un confinado y otras estampas. Sin duda, esta maldita pandemia ha dado mucho de sí para quienes nos ocupamos en el ejercicio de la palabra. Al comienzo del libro, el autor le desea al lector que esta obra le sea deleitable y provechosa. Yo debo decir que sus páginas me emocionan y se hacen cómplices de los ojos que las devoran. Todo lo cotidiano que habita en ellas se llena de trascendencia y pasa a ser un sentimiento universal. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Ha pasado un año largo desde aquel día 1 del confinamiento y todavía andamos, entre vacunas y desquicies varios, sin poder relajarnos. Es decir que, aunque un poco mejor, todavía nos queda trayecto para ver eso que se dice de “la luz al final del túnel”. José Juan, ¿qué te llevó a escribir este Diario durante sesenta días de dureza confinada? —JOSÉ JUAN MORCILLO: Yo era consciente de que empezábamos a vivir un momento histórico cuyo devenir nos era a todos totalmente desconocido. Como se lee en el colofón del libro, la obra fue naciendo «entre la incertidumbre, el miedo y la consternación de un pueblo agotado de confinamientos, muertes y otras pérdidas» y, de esa crisálida oscura y frágil, apareció este libro como «testimonio de este año pandémico, enfermo y cruel». Publico semanalmente una columna de opinión y le pedí al director del periódico que me concediese la libertad de escribirlas como fragmentos de un diario. Con ello pretendía no solo dar un testimonio a tiempo real de lo que estaba sucediendo, sino también compartir mi soledad y mis experiencias de confinado con los lectores para que se sintieran más acompañados. Por esta razón, durante el confinamiento volqué sobre la prosa emociones auténticamente íntimas y, en ocasiones, líricas. Cuando Chamán me abrió las puertas para editar el libro, junté todas las columnas y, tras algunos retoques y correcciones mínimos, se convirtió en un diario. El diario es un género literario al que, por desgracia, pocos escritores acuden, y hay obras maestras: La tentación del fracaso, de Julio Ramón Ribeyro, o, sobre todo, las de mis maestros Azorín (Diario de un enfermo) y Paco Umbral (Diario de un escritor burgués). Es más: hoy en día parece que algunos compañeros se están animando a publicar sus diarios, como Andrés Trapiello. —ECP: En el quinto día escribes que llevas dos sin enchufar el televisor, algo necesario si tenemos en cuenta el daño psicológico que puede acarrear la visión de tanta nefasta noticia. ¿Cómo viviste esos días de angustia y cuál fue tu punto de fuga para ponerte a salvo de ella? —JJM: El «ruido tóxico» que emitía el televisor se me hizo insoportable. Así que me refugié en la lectura, en la investigación y en la escritura. Y poco a poco fui descubriendo y amando algo que hasta ese momento yo desconocía por completo: el silencio. Al principio, el silencio dolía y me era ajeno, pero fui conociéndolo y acostumbrándome a él. Por primera vez en mi vida, mis sentidos se armonizaron con el pulso de la Naturaleza, descubrí que nosotros, los seres humanos, formamos parte de este pulso universal. Mi casa está junto al mar y al lado de un pinar: sentir la voz de las olas, el canto de las aves, la lluvia cayendo y golpeándose contra el agua y el suelo, esa soledad sonora de los árboles y de las flores al brotar... Fue en ese momento cuando entendí el panteísmo del que tanto hablaba Baudelaire en sus poemas, esa alma que está en todo lo que está a nuestro alrededor y que fascinó a Azorín o a Miró, la esencialidad que se percibe en tantos versos de Antonio Machado. —ECP: ¿Te provocó catarsis la escritura? —JJM: Por supuesto. Desde adolescente, la lectura y la escritura han sido mi tabla de salvación cuando sentía que me hundía en el océano de mi casa, del instituto, de la vida en general. La escritura es la mejor de las terapias para sanar las dolencias del espíritu. Esto se lo digo siempre a mis alumnos: cuando necesitéis abrir las compuertas de lo que os asfixia, escribid, simplemente escribid, y enseguida notaréis el alivio. —ECP: En el día 49 derramas tu lirismo de poeta en una prosa magnífica sobre lo que vivimos. Por ejemplo, la irresponsabilidad de las mareas humanas cuando se les permitió hacer deporte, cientos de personas sin mantener distancia de seguridad y, a veces, sin mascarilla. Esto, lógicamente, le hace atribularse y regresar a casa. Yo a veces he pensado que habría que poner un policía detrás de cada individuo. ¿Por qué crees que somos tan irresponsables? —JJM: Las grandes pasiones nos empujan a cometer acciones irracionales e irresponsables. El pánico y la euforia son dos claros ejemplos. Si se desboca el pánico en un foro que acoge a miles de personas, la tragedia está servida. Y lo mismo con la euforia: el día que nos concedieron la libertad para poder practicar deporte al aire libre, todos salimos a los paseos y avenidas para aprovechar el poco tiempo del que disponíamos sin ser conscientes del peligro que corríamos. —ECP: ¿Qué piensas de los llamados “negacionistas”? —JJM: Sus argumentos son insostenibles. Deberían pasar unos días en varias ucis para que comprendieran con qué gravedad ataca este virus a muchos pacientes; deberían acompañar a los empleados de las funerarias todas las noches sacando los cadáveres de las casas y de los hospitales, por las noches, sí, porque de haberlo hecho por el día el pánico social habría sido mucho mayor. De cualquier manera, su vehemencia negacionista les ha quitado la razón en algunas cuestiones que merecerían un análisis. De adolescente, yo era muy impetuoso y quería imponer mi punto de vista a todos y por la fuerza, y, claro, nadie quería oírme. —ECP: Chema Nieto, el ilustrador de tu diario, deja unas imágenes de inequívoca, y a veces dramática belleza... Miro, por ejemplo, mientras escribo estas líneas, el primer dibujo de los doce incluidos: un par de cuervos posándose en la cruz de una farmacia que marca las 18:30. ¿Qué nos puedes decir de este artista al que llamas hermano?
—JJM: Chema (JM Nieto) es el otro autor de este libro, no lo olvidemos. Aceptó al momento el proyecto de ilustrarlo. Admiro a JM Nieto como maestro del trazo y de la palabra y adoro a Chema como amigo. Decía Kapuściński que para ser un buen periodista había que ser una buena persona. Chema es para mí un ejemplo de honestidad, de fidelidad, de coherencia vital y de un humanismo desbordante; y este ser humano extraordinario cuya amistad comparto desde hace ya más de treinta años se refleja en el gran profesional que el mundo conoce como JM Nieto. Sus ilustraciones, de una originalidad y de una emoción portentosas, enriquecen, sin duda alguna, las páginas del diario. En la profesionalidad del maestro JM Nieto veo al amigo que tanto quiero y admiro. —ECP: Se nota el buen oficio del columnista que, acotado por un número exacto de palabras, sabe cómo disponerlas para hacernos reflexionar al tiempo que gozamos de su lectura. Desde ‘Tiempos’, primera columna fechada el 2 de enero de 2019, hasta ‘De difuntos’ (10 de junio de 2020) oscilas entre el análisis, la ironía y el humor, tan necesario. A propósito de columnas y periodismo, Paul Johnson dijo que «la mejor columna es la que responde a la novedad, la vincula con el pasado, la proyecta al futuro y expone el tema con ingenio, sabiduría y elegancia». ¿De dónde surge, en tu caso, el ingenio para tus periódicas columnas? —JJM: La estampa literaria escrita como columna periodística es un género que me apasiona porque la prosa se funde con la lírica y con la dificultad añadida de un espacio acotado y no demasiado extenso. El Diario de un confinado y otras estampas es un libro que a mí me habría gustado encontrarlo en una librería y leérmelo, no solo por lo que he comentado antes, sino por lo que tiene de experimentalismo. Umbral, quizás mi gran maestro (Delibes dijo de él en más de una ocasión que era el mejor escritor español de la segunda mitad del siglo XX) confesó amar «el experimentalismo literario, pero no el experimentalismo hacia el hermetismo, sino el experimentalismo hacia la libertad». Vila-Matas es otro de estos grandes escritores que caminan a la flor del berro, y su prosa se siente libre de bridas y de corsés genéricos. No me seducen los escritores que no innovan. Las estampas periodísticas que acompañan al Diario fueron escritas antes del comienzo de la pandemia y encajan como piezas de puzle con algunos fragmentos de este. Es el lector quien debe ensartar cada estampa con lo leído en el Diario. Columnas literarias o estampas periodísticas: se llamen como queramos llamarlas, nacen de la observación y de la comprensión. En la contraportada cito a otro de mis maestros, a Ortega y Gasset: «Saber mirar es saber amar». Saber mirar lo que nos rodea, saber contemplarlo, es saber amarlo (amor intellectualis lo llamó Ortega), es decir, es saber comprenderlo. Pero vuelvo a Umbral y termino. Él confesó que le fascinaban los géneros breves «para leerlos y para practicarlos» y que le gustaban «casi todos los articulistas de periódico, porque saben escribir corto cuando quieren, aunque también escriban largo. [...] El artículo, la glosa el relato corto, la estampa, la impresión, la prosa lírica. Creo que esos géneros, por breves, son más densos, tienen más espesor, más clima». Así lo entiendo yo también. —ECP: Eres autor de la edición y estudio lingüístico de los dos primeros Abecedarios espirituales de Francisco de Osuna. ¿Qué te llevó a investigar en este ascético escritor? —JJM: Fue por casualidad. Le propuse a mi admirado profesor José Antonio Pascual, que ahora es académico de la RAE, que me dirigiera la tesis doctoral, que yo quería que fuese la edición crítica de la Diana de Jorge de Montemayor. Aceptó. Pero a las dos semanas me dijo que no podía ser porque en la Universidad de Sevilla ya estaban trabajando en ello. Me recomendó, entonces, que entrara en un grupo de investigación, dirigido por la profesora María Jesús Mancho, que consistía en la edición y estudio lingüístico de los seis Abecedarios espirituales de Francisco de Osuna. Demostramos que el escritor y teólogo sevillano fue el primero en sistematizar en castellano el lenguaje místico, y que su prosa, su léxico, sus metáforas y su simbolismo influyeron en escritores posteriores como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús. De hecho, la escritora abulense recuerda en su libro Vida que el Tercer Abecedario Espiritual de Osuna fue el que le marcó el camino para vivir el Recogimiento y, posteriormente, perfeccionarse en las tres vías místicas. —ECP: Tu Diario lo abre una cita de Azorín extraída de ‘Un poeta’, artículo publicado en El Progreso el 5 de marzo de 1898. Dice así: «Tienen alma las cosas, y los grandes artistas saben verla y trasladarla a sus versos o a su prosa». ¿Cómo definirías tú esa alma? —JJM: Como he comentado antes, es el panteísmo del que hablaba Baudelaire, es la esencialidad del paisaje que sabía interpretar Antonio Machado, es el simbolismo literario que magistralmente supieron ver y trasladar a sus obras Azorín y Miró. Lo que hizo Azorín no se había hecho nunca antes en literatura, y Miró, alicantino también, lo siguió. Azorín dijo de él que alcanzó la perfección en esta técnica de detener el tiempo, de hacerlo eterno y de permitir al lector saborear, por un momento, el alma de ese instante. Prosa poética, la misma que hallamos en un Juan Ramón Jiménez o en un Ignacio Aldecoa, por citar algunos. —ECP: Por tu prosa, y también porque lo has demostrado con la escritura de dos poemarios, eres poeta. ¿Qué es para ti la poesía? —JJM: Es el género mayor, el género literario por excelencia. Un gran poeta es un ser tocado por la divinidad, es como un sumo sacerdote del idioma, que es capaz de descubrirte un mundo oculto a los ojos de la gran mayoría. Todos los géneros deben rendirle pleitesía, deben arrodillarse ante la poesía, aprender de ella, alimentarse de ella. Los escritores que no pueden alcanzar este estado de gracia literaria no deben olvidarse de ella. Cervantes escribió fragmentos en prosa del Quijote en endecasílabos para lograr el ritmo literario que quería, e, incluso, aprovechaba la ocasión para, directamente, incluir sonetos u otras composiciones en sus libros narrativos. Umbral y otros escritores hicieron lo mismo. La prosa y el teatro deben nutrirse de la poesía, deben madurar gracias a ella. Mis poemarios no quieren ser publicados porque sienten que aún no es el momento. Y, como sus versos no envejecen, de momento no tienen prisa. —ECP: ¿Cuánto de inédito hay en el disco duro de tu ordenador? —JJM: Mucho. Cientos de páginas literarias y no literarias. En el disco duro y en libretas. Quisiera releer todo lo que tengo escrito desde hace años para corregirlo, rehacerlo o, simplemente, borrarlo. Mi próximo proyecto de publicación, que quizás se haga realidad este mismo año, es una investigación ya registrada en la Propiedad Intelectual sobre el Lazarillo de Tormes: género literario y autor. Dará mucho que hablar.
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El Coloquio de los Perros. CABEZAS, ISMAEL
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