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EL COLOQUIO DE LOS PERROS

ENTREVISTAS

PERSISTIENDO

CARILDA OLIVER LABRA

30/8/2018

5 Comentarios

 
por ALEYDA QUEVEDO ROJAS
[Entrevista extraída del nº 25 - Otoño de 2009]

Matanzas: el viaje hasta Tirry 81

        El verano caribeño arranca feroz en junio, sus últimos días anuncian que julio y agosto serán de un calor casi insoportable en la isla de Cuba. Tiempo ideal para dedicarse a las cosas del espíritu, bañadas de sudor, sentencian algunos cubanos.
         Por la carretera pavimentada y en perfecto estado que lleva de La Habana a las playas de Varadero, justo en la mitad del camino, hay una preciosa ciudad de ríos y una amplia bahía, rodeada de todos los intensos verdes del campo, árboles y flores diversas. Se trata de Matanzas.
          La mañana del 29 de junio de 2009 llegué a Matanzas, situada al norte de la costa de Cuba, a 90 kilómetros de La Habana, en un Lada bien conservado, cuya joya guardada en su interior era un equipo de sonido que leía formatos mp3 y que nos encantaba con las canciones de Frank Delgado, Idania Valdés, Tom Waits, Norah Jones y Haydeé Milanés, la hija del Querido Pablo.
        Matanzas, fundada en octubre de 1693, actualmente tiene una población de alrededor de 200.000 personas; el centro de la ciudad conserva sitios inundados de historia como el Teatro Sauto, el Parque de La Libertad, los puentes sobre el río Yumurí y el San Juan, y esa atmósfera arquitectónica y nostálgica que nos recuerda que es la ciudad natal del rey del mambo Dámaso Pérez Prado; también está la señorial casona caribeña donde funciona Ediciones Vigía: lugar especial y de visita obligada, donde se diseña, imprime, encuaderna, adorna, embellece y construyen libros de poesía. En esta editorial, su gente logra transformar páginas de papel reciclado en objetos de arte, para el disfrute de los sentidos que coleccionistas y lectores adictos a la poesía aprecian y compran verdaderamente encantados.
          Pero, sobre todo, en Matanzas vive Carilda Oliver Labra, matancera implacable, isleña universal, y una de las más importantes escritoras vivas del continente. Muy bien acompañada por el poeta, dibujante, editor y musicólogo Sigfredo Ariel y por la escritora y editora oriunda de Matanzas Olga Marta Pérez, tuvimos el privilegio de ser recibidos por la poeta. La ilusión de conocer a Carilda me desordena y me recuerda fuertemente a mi admiradísima y querida Blanca Varela, otra mujer gigante, peruana, que cambió para siempre la poesía escrita por las mujeres; ella decía: «La poesía no se elige, es un destino». Y al recorrer Matanzas, pensando en el encuentro con Carilda, sentí implacablemente, que es así, un destino.
        En la vieja casona, ubicada en plena calzada Tirry 81 que desde siempre ha sido su hogar, además, de plantas, diplomas y reconocimientos enmarcados como cuadros, estantes con viejos libros, doce gatos que pasean lentos y desordenados por la casa, y un perro salchicha, de nombre Stalin, es imposible no fijarse en el imponente vitral incrustado en el dintel de la puerta, que conduce hacia el patio que lleva a las habitaciones. Por el exquisito diseño, parecería el escudo de la familia Labra, y por los colores intensos, creería que fue inspirado por el paisaje matancero.  
         Al fin, aparece Carilda y me recibe con un abrazo cariñoso; inmediatamente llega el café negrísimo y aromático, servido en pequeñas y delicadas tacitas. Todo está listo para conversar de poesía, esa misteriosa, vital y potente religión, que ha mantenido lúcida, bella y activa a Carilda Oliver Labra, quien a sus 87 años, luce espléndida, ágil, dispuesta y abierta para la conversación, la risa y el interés por conocer y hablar con una ecuatoriana que la ha seguido y leído desde hace mucho.
Carilda

Traigo el cabello rubio; de noche se me riza.
Beso la sed del agua, pinto el temblor del loto.
Guardo una cinta inútil y un abanico roto.
Encuentro ángeles sucios saliendo en la ceniza.

Cualquier música sube de pronto a mi garganta.
Soy casi una burguesa con un poco de suerte:
mirando para arriba el sol se me convierte
en una luz redonda y celestial que canta...

Uso la frente recta, color de leche pura,
y una esperanza grande, y un lápiz que me dura;
y tengo un novio triste, lejano como el mar.

En esta casa hay flores, y pájaros, y huevos,
y hasta una enciclopedia y dos vestidos nuevos;
y sin embargo, a veces... ¡qué ganas de llorar!
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Al sur de mi garganta o la intuición


Un prólogo del escritor Miguel Barnet, abre el precioso libro Sombra seré que no dama, que reúne bellos poemas de esta cubana, con dibujos del maestro Roberto Fabelo, y algunos conceptos fundamentales para entender la obra de esta poeta. Barnet sostiene: «La poesía de Carilda nació marcada por el signo del desafuero y la iconoclastia. Fue una explosión que hizo pedazos los intentos feministas anteriores a la edulcorada y romántica poesía de fines del siglo XIX. Una explosión que obligó a sus coetáneos del XX a observar con detenimiento y no sin asombro sus atrevidos versos neorrománticos, herederos de un estilo que había cobrado su plenitud en las décadas del treinta y cuarenta. Carilda irrumpió con audacia y desenfado con poemas que aludían a su vida amorosa, a sus apetitos eróticos y su profundo y descarnado realismo, preñado de un humanismo conmovedor y pletórico… Ninguna palabra me puede acompañar porque ella es lo inasible, la ciega que se mira en sus espejos. La que escapa por el resquicio enigmático de sus propios versos. La que sin máscaras es todas las máscaras y en el retrato parece simplemente una mujer».
         De las mayores virtudes que esta gran poeta ha cultivado, son su sentido y ritmo clásico y a la par transgresor por el lenguaje y el pensamiento, que se evidencia y confirma en su primer libro Al sur de mi garganta, libro crucial y fundacional, no solo en la obra toda de Carilda, sino en la poesía latinoamericana.
         «Dentro de la tradición universal de la poesía amorosa, o al menos en la de las lenguas “neolatinas”, diríase que Oliver Labra se desenvuelve en la herencia del Libro del Buen Amor, más que en la línea petrarquista idealizadora. Ella canta y celebra a un hombre concreto y físico, a su lado o anhelado, no a un “príncipe azul” o “amado inmóvil” tan inasible por ideal o soñado y por ello inmaterial. En todo caso, “Laura” es ella, pero en posición de poeta (de Petrarca), sin el menor sentido de sumisión femenina al “poder poético masculino”, aunque tampoco sin la actitud sáfica a la manera “feminista” moderna. No le importa la agresividad erótica que describa tácitamente la experiencia sexual, sino su sugerencia (“La vida cabe en una gota”), su goce anterior y posterior del antiguamente llamado “deliquio”, como si el amor carnal fuese un desmayo o un vértigo», señala sobre la obra de Carilda, el estudioso Virgilio López Lemus. Y en Al sur de mi garganta, publicado en 1949, que 60 años después volverá a editarse en Cuba, es donde mejor se aprecia, este acertado criterio, de uno de los que más y mejor conoce su obra.
         Carilda nació el 6 de julio de 1922 en Matanzas, doctora en Derecho Civil por la Universidad de La Habana, fue profesora de dibujo, escultura y pintura y trabajó en la Biblioteca de su ciudad. Es Premio Nacional de Literatura y ha recibido los más importantes reconocimientos de la literatura cubana. Muchos de sus poemas integran las mejores antologías de poesía del mundo como están en la memoria de cientos, miles de lectores.
         El dolor la paraliza, el amor es el que define su escritura. Ella es un corte perfecto del más puro cuarzo. Su piel blanca, aperlada, con tonos cremas, beige, vainilla, delatan la sensualidad que le pertenece; sus ojos grandes y tremendamente azules o verdes, según el tono e intensidad de la luz, le confieren la belleza de la magia, la sabiduría de una mujer que sigue ejerciendo la libertad, el lugar que nunca, ningún escritor, puede extraviar.
Me desordeno, amor, me desordeno
 
Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada;
y casi sin por qué, casi por nada,
te toco con la punta de mi seno.
 
Te toco con la punta de mi seno
y con mi soledad desamparada;
y acaso sin estar enamorada;
me desordeno, amor, me desordeno.
 
Y mi suerte de fruta respetada
arde en tu mano lúbrica y turbada
como una mal promesa del veneno;
 
y aunque quiero besarte arrodillada,
cuando voy en tu boca, demorada,
me desordeno, amor, me desordeno.
Poesía
 
Por poderosa sangre voy llamada
a un latido constante de temblores.
Me quedo en esta huida de las flores,
con ese fin de soledad tocada.
 
Y cerca de esto, que parece nada,
me transcurre una furia de esplendores
con ganas de vivir, como los dolores
del fondo de la vena a la mirada.
 
Trasiego audaz, mandato de la estrella
(cuando te llevo aquí casi soy bella):
ahógame en tu rabia salvadora,
 
recógeme de mí —que soy lo inerte
y tú eres lo que vive de la muerte-
en la pluma patética y sonora.

La poesía: ella es quien llega…


—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Existen tantas definiciones de poesía como autores. Quisiera saber qué es la poesía para Carilda Oliver Labra, la poesía que la ha acompañado toda la vida como un ángel guardián. ¿Qué le ha dado la poesía?
 
—CARILDA OLIVER LABRA: Me ha dado salud. Porque cuando no escribo, cambio a una forma que me siento mal. Leo con lupa y escribo en máquina, pero las máquinas de cinta se acabaron, ya no se usan y yo no escribo en computadora. Ahora escribo a mano. Pero tengo una mano afectada, porque me caí hace muchos años de un escenario. Es decir, dónde se fue la poesía, ella quiso escapar, porque con todos estos problemas… Pero aquí estoy, escribiendo [...] La poesía para mí es la salud porque cuando escribo me siento muy bien. Una está como en una nube, con los versos una empieza a saber que una no es una, hasta que te sorprende la poesía. Ella es quien llega, ella es quien busca y ella llegó. Entonces tomo la pluma y trato de escribir y lo voy haciendo lentamente, a tientas, evitando la lupa, porque noto que la lupa entorpece mis ideas [...] La poesía es un acto de intimidad de uno con ella, no es otra cosa. No la puedo definir, sería una tremenda aspiración, yo no sé lo que es la poesía. Hay muchos poemas que una escribe, y en ese momento sagrado en que tú creíste que habías hecho poesía, es la creación, ese poder que tú crees que lo tienes en ese momento y puede que eso sea vanidad pero siempre es mucha felicidad el creer que uno alcanzó la poesía. A veces una se sorprende cuando saca del fondo de la gaveta poemas que escribió hace mucho tiempo y los desechó, y se sorprende y los vuelve a leer y dice: ¡Eh, no está tan mal! [...] Creo que nadie puede definir la poesía, porque es una cosa tan confusa y a la vez tan exacta. Lo único que sé es que me he sentido muy bien siendo poeta, y sé que no hubiera querido ser otra cosa más que poeta en esta vida.
 
—ECP: Carilda, hasta qué punto cree usted que su belleza, el mito de mujer fatal, y el de la poeta deslumbrantemente sensual, contribuyó a que muchas generaciones de lectores se centraran en esas leyendas y demás rumores en torno al mito de la bella Carilda y dejaran de lado su obra. Es decir, ¿el mito restó importancia a la obra poética seria de una mujer adelantada en su tiempo, abogada, maestra, creadora…? ¿Cómo ve usted esto, siente que fue así?
 
—COL: No sé qué decirte. No es que no quiera ser sincera, pero el pasado es eso, ayer. Y claro, yo me acuerdo que siempre venía mucha gente a conocerme, muchos poetas jóvenes y no tan jóvenes, y claro, ese mito que había como bien dices tú, no se puede negar, ni guardar y, claro, fue aumentando con los años. Recuerdo que venía gente de distintos lugares y países y venían aquí solo a conocerme y yo me escondía mucho, porque me daba cuenta que había vanidad de mi parte y que me habían inflado y que no era lo que decían de mí, era una cosa hiperbólica y creo que todo eso me perjudicó. Mira, la escritora Marilyn Bobes, una vez en una entrevista, justamente esboza la idea de que soy más personaje que poeta. Pero no lo sé, no sé hasta qué punto yo misma contribuí con esa idea y ese mito. Porque debo decirte, sinceramente: yo me arreglaba mucho y no me gustaba que nadie me viera desarreglada, quizá yo construí una mujer que tal vez quería ser y no lo era. Quizá algunas personas, con la galantería masculina, también contribuyeron a que ese mito en torno a mí creciera. Además, la gente confundió mucho la belleza con la feminidad. Porque analizándome de la cabeza a los pies, y porque yo estudié pintura y estudié la figura humana, pienso que no tenía esos atributos de la belleza; ni caminaba bien, ni era elegante, ni tenía buena estatura… En fin. A esta edad, he bajado mucho de peso y me conoces ahora. Nunca tuve hijos, tuve tres maridos, el último vive conmigo desde hace diecisiete años, se llama Raidel, también escribe poesía, tiene 39 años; y yo cumpliré en pocos días 87.
 
—ECP: También se dice que tenía muchos novios, amantes y pretendientes. ¿Qué me dice? Eso, aunque es el pasado, ¿fue verdad?
 
—COL: No, no, no, eso sí que es un mito. Mira, poetas cubanos me han enamorado muchos, de mi generación, de las anteriores y de las nuevas, pero todo eso es un juego y tonterías. Eso no es flirteo, ni aventura, ni nada, porque con ninguno he tenido nada. Incluso el biógrafo mío se creía que yo había mantenido una relación con Nicolás Guillén, porque Nicolás venía aquí a Matanzas y me visitaba y me decía unos cuantos disparates; y yo le dije en una ocasión a Nicolás: Ay, usted es un hombre demasiado importante para mí, no me diga eso, porque yo no me atrevo a nada. Y ahí se acabó todo [...] Eliseo Diego, un día parece que bebió de más y llega aquí, a mi casa, yo le abro la puerta, y se me tira encima, me da un beso y se vuelve a ir. Eso no es nada, él estaba loco por el vino y se inspiró más por el alcohol que por la poesía. Y claro, todo eso es una estupidez para poner en una biografía. ¡Pero no puede ser! Figúrate, nada de eso tiene sentido. Eliseo y yo solo coincidimos en alguna lectura y nada más. Solo encuentros fortuitos con poetas, no hubo nada, y así con otros como Suardíaz, Ballagas, Fayad, en fin, puros mitos que me han inventado [...] Con Fayad Jamís trabajamos muchos poemas, cuando nos conocimos la primera vez, durante una fiesta de quince años, él tenía dieciocho años y yo treinta; él era un muchacho… Y con el paso del tiempo nos reíamos de la carta escrita en papel rosado que él me envió… Nos reíamos mucho de eso. Con Fayad siempre hablábamos de sonetos, de nuestra poesía; él quería traducir los sonetos que hice a mi padre, me admiraba, eso fue todo. Él influyó en mi poesía, en cierto modo, sí, y ahora son recuerdos bonitos.
Te mando ahora a que lo olvides todo
 
Te mando ahora a que lo olvides todo:
aquel seno de nata y de ternura,
aquel seno empinándose de un modo
que te pudo servir de tierra dura;
 
aquel muslo obediente pero fiero
que venía de sierpes milenarias,
aquel muslo de carne y de me muero
convocado en las tardes solitarias;
 
aquel gesto al echarme en la locura.
Aquel viaje al amor, de mi cintura;
aquel gusto en la piel a lirio extraño,
 
aquel nombre pequeño bajo el nombre,
aquel pecado de volverte un hombre
en el vicio feliz de hacerme daño.
Adiós

Adiós, locura de mis treinta años,
besado en julio bajo la luna llena
al tiempo de la herida y la azucena.
Adiós, mi venda de taparme daños.

Adiós, mi excusa, mi desorden bello,
mi alarma tierna, mi ignorante fruta:
estrella transitoria que se enluta,
esperanza de todo por mi cuello.

Adiós, muchacho de la cita corta;
adiós, pequeña ayuda de mi aorta,
tristísimo juguete violentado.

Adiós, verde placer, falso delito;
adiós, sin una queja, sin un grito.
Adiós, mi sueño nunca abandonado.
La niña del campo, que escribe décimas y sonetos

—ECP: Carilda, el proceso que ha vivido su escritura es muy interesante, desde su primer libro, Al sur de mi garganta, del que tengo una copia de la edición príncipe. ¿Qué pasó desde aquel primer libro irrepetible hasta la poesía más coloquial, más crítica, sus muchísimos famosos sonetos? ¿Cómo ha vivido ese proceso?
 
—COL: Al sur de mi garganta lo escribo cuando yo no sé nada de poesía, claro, eso no quiere decir que sepa mucho ahora. Pero te quiero decir que lo escribí en el año 46; yo nací en el 22, cuando tenía 24 años lo escribí. No había comunicaciones, no sabíamos nada, y me lo publica mi padre, y se hacen 300 ejemplares que se difundieron muy bien; me encargué de distribuirlo entre los poetas importantes de Cuba. Claro, con la edad que tenía y las amistades, comencé a enviar poemas al periódico y ahí me publicaron algunos y la gente quería conocer a la muchacha que publicaba poemas en el diario. Imagínate que cuando escribo Al sur de mi garganta yo no leía nada, no iba a la biblioteca, acá no se vendían libros de poesía, y así lo escribí. Yo estaba enamorada de un amigo y él no lo sabía, y esta situación me marcó para escribir ese libro. Estaba enamorada de Hugo Ania Mercier, y él justamente manda el libro al concurso y el libro obtiene el Premio Nacional de Poesía, esto fue en 1950. Hugo nunca me lo dijo, lo mandó sin consultarme, porque él era también poeta, pintor y dibujante, era mucho mayor que yo, y ser su enamorada era un problema, porque en aquella época era mal visto ser la enamorada de un hombre divorciado… En fin. Luego comencé a escribir sonetos y a escribir mi segundo libro. De esa época es el soneto ‘Me desordeno’. Y luego, Hugo se suicida y los diarios titulan: “Joven abogado se suicida por poeta” y claro, ahí nace el mito. La noche anterior yo le había dicho que no me iba a casar con nadie, porque tenía un viaje a Venezuela y quería viajar. Y luego, me avisaron que Hugo se mató, pero yo sentí que él no estaba muerto y solo entonces supe que lo quería mucho. Y ahí nace la segunda parte de Al sur de mi garganta, que son poemas de amor pero con angustia; eso que te provoca saber que amas a alguien y que está muerto. Y claro, comencé a escribir cosas y a hacer cosas que rompieron el equilibrio social. Ahora Al sur de mi garganta cumple 60 años de publicado y se vuelve a reeditar.
 
—ECP: Los temas del erotismo y del territorio del cuerpo siempre han estado en su poesía, de forma natural han fluido, en los diversos libros.
 
—COL: Mi amor por Hugo Ania fue absolutamente espiritual. Era un hombre bello, inteligente, lo que él hablaba era de una inteligencia brillante, él era un líder, un editor excelente, un poeta, y me enamoré. Yo vivía en una cárcel y lo que más me atraía de él era la bohemia en la que pasaba sus días. Y cuando en 1950 llega el Premio de Poesía, ese premio que le dan a una guajirita, a una muchacha del campo que nadie conocía, es que yo creo que comienza el mito, porque la gente venía a ver cómo era la muchacha del campo, la que escribía y decían que era bella. Y luego comienzo a escribir sonetos porque alguien me dijo «tú tienes un sentido del ritmo y de la medida que es espontáneo». Porque claro, yo estudié piano y me gradué de piano, mi madre fue maestra de piano. Al principio me parecía que los sonetos eran muy elaborados y que eso no había que estudiarlo, eso solo era endecasílabos, mira que yo los hacía, caminando por la calle, y a última hora, y me salían. Y fue ahí cuando conocí a Gabriela Mistral, la conocí en casa de Dulce María Loynaz. Gabriela me dijo que le gustaba mi poesía, ella fue muy buena, ella leyó en un diario mis décimas, y le gustó una décima que hice a Martí y que dice así:
 
 
¡Qué muerto muerto más vivo!
¡Qué muerto, Dios, menos muerto!
¡Qué dormido tan despierto
El Martí definitivo!
¡Qué muerto muerto más vivo!
¡Qué bala mala más mala!
¡Qué bala mala la bala
Que saliendo de la guerra
Dejó en mitad de la tierra
Al que volaba sin ala!
 
 
         Gabriela venía a celebrar el centenario de Martí y lee mis décimas, y le dice a Dulce María Loynaz: Dulce, tú no me has hablado de esta poetisa, y claro Dulce le dice: Es que esta es una niña del campo. Y ahí es que Gabriela se empeña en conocerme y Dulce María me invita a su casa de La Habana para que conociera a su huésped. Y las dos poetas fueron maravillosas con la guajirita, con la poeta del campo. Todo eso lo supe después porque Gabriela y yo conversamos mucho. Esto para decirte que ya la poesía estaba en mí y escribía lo mismo del amor, del desamor, del erotismo, de la patria; todos los temas me interesaban, de todo quería escribir. La poesía me tocó y ya. Siempre recuerdo que Gabriela me dijo: Quiero saber qué tú haces para cerrar los sonetos así. ¿Así como?, le dije, y ella me dijo: Tus cierres son muy contundentes, y yo le dije: Bueno, cuando me veo en dificultades regreso al inicio para retomar el impulso de lo que quería decir, y así logro cerrar [...] Gabriela me dijo que le enviara los nuevos poemas, que quería escribirme un prólogo y que nos escribiéramos. Luego, supe que murió [...] Mi amistad con Dulce también fue linda, recibió muchos premios y también murió. Las recuerdo a ambas con mucha claridad.
Anoche

Anoche me acosté con un hombre y su sombra.
Las constelaciones nada saben del caso.
Sus besos eran balas que yo enseñé a volar.
Hubo un paro cardíaco.

El joven
nadaba como las olas.
Era tétrico,
suave,
me dio con un martillito en las articulaciones.
Vivimos ese rato de selva,
esa salud colérica
con que nos mata el hambre de otro cuerpo.

Anoche tuve un náufrago en la cama.
Me profanó el maldito.
Envuelto en dios y en sábana
nunca pidió permiso.
Todavía su rayo láser me traspasa.

Hablábamos del cosmos y de iconografía,
pero todo vino abajo
cuando me dio el santo y seña.

Hoy encontré esa mancha en el lecho,
tan honda
que me puse a pensar gravemente:
la vida cabe en una gota.

Amor, ¿cómo es que vienes?

Amor, ¿cómo es que vienes
a darle al pensamiento tu estocada
si estoy entre las sienes
—débil mujer a golpes decorada--
y apenas tengo trato con la aurora
por no mirar la luz que eres ahora?

Amor, ¿cómo es que usas
el mismo corazón en que naufrago
y arrimas tus confusas
palabras al silencio este tan vago
y en brote que es de gloria me enajenas
mientras ardiendo estoy entre las penas?

Amor, ¿cómo es que tocas
el mundo donde salgo desmentida,
y vuelves y provocas

de nuevo los dolores de tu huída
si a tiempo de morirme tanto y tanto
te yergues sin cadáver en mi canto?
Al escribir, uno siempre es más libre

—ECP: ¿Carilda, por qué dejó de publicar, qué pasó en ese periodo de 17 años en el que usted estuvo vetada?
 
—COL: Yo regreso en 1978 del veto. Estuve vedada por 17 años, nunca me dijeron el por qué, quizá porque yo escribía mis versitos que para ellos tenían su problema. Pero nunca fue nada contra la revolución, era solo el cansancio de la misma propaganda y la misma información: todos los días era Vietnam y Vietnam, y en uno de mis versos puse: vietnamitas por favor, jueguen a la pelota. Y claro, se formó un escándalo. Eran versos de humor, pero creo que se interpretó mal. Nunca supe por qué me cerraron. Pero cuando volví al ruedo y me abrieron, fue de la mano de Nicolás Guillén y con mis poemas más revolucionarios, que creo son todos los que he hecho. ‘Un día en el juzgado’ es un poema en el que voy diciendo lo que pasa en un juzgado, claro, soy abogada y voy a los tribunales revolucionarios, pero me fui de allí, les dije que no puedo, simplemente; no sé, quizá fue por ese poema también. Siempre he sido primero poeta, mujer, ser humano, revolucionaria, y claro, no sirvo para obedecer órdenes, tengo miles de defectos y amo mi libertad, sobre todo para escribir. Incluso no me gustaba vestirme de miliciana, me gustaba vestirme con mis vestidos y mis tacones, los zapatos masculinos no me gustaban… En fin, boberías para decirles que yo era y sigo siendo una rebelde con causa. Siempre estuve con la revolución, había tantos motivos para estar con ella y luchar por ella.
 
—ECP: Regresemos a la literatura. ¿Cree que hay una literatura masculina y una femenina?
 
—COL: Chica, yo creo que sí. Sería horrible que fuera la misma literatura. No puedo hablar como un hombre. A mí me encantan ellos, pero no concibo la vida si no hubiera sido mujer, me gusta ser mujer. Lo único que es masculino, me parece, son las matemáticas, aunque a mí me apasionan, pero fuera de eso, yo no entiendo el tema. Puede ser que en la literatura se pueda escribir con las dos sensibilidades: masculina y femenina. En mi vida nunca he sentido prohibiciones en ese tema de las libertades, cada uno es como nació y al escribir uno siempre es más libre.
 
—ECP: El tema del erotismo en su obra, el cantarle al hombre amado, ¿cómo ha sido el proceso de esa escritura?
 
—COL: Me gustan los hombres, me cuesta trabajo escribirle a una mujer. Es más, nunca creo que haya podido hacerle un poema a una mujer y que me resulte sencillo. Tengo un poema a mi cuerpo, y con ese lo que hice fue llegar a una conclusión: le escribo a mi retrato y yo digo algo como me parezco a una mujer. Ese es un tema complicado, en realidad es para decir que el tiempo acaba con todo, pero en el retrato, a pesar del tiempo, siempre voy a ser una mujer.
Una mujer escribe este poema

Una mujer escribe este poema
donde pueda
a cualquier hora de un día que no importa
en el siglo de la avitaminosis
y la cosmonáutica
tristeza deseo no sabe qué
esperando la bayoneta o el obús
una mujer escribe este poema
sin atributos
a desvergüenza y dentellada
fogosa inalterable arrepentida pudriéndose
caemos por turno frente a las estrellas
todos tenemos que morir
no hay nada más ilustre que la sangre
una mujer escribe este poema
qué estúpida la vida que divide sol de sombra
el crepúsculo pasa
acumulándose al final de las azoteas
supimos de pronto de una trombosis coronaria
existes soledad
sonó una bomba
vean si se han roto los lentes de contacto
una mujer escribe este poema
separa quince pesos para el alquiler
mi amigo viejo
se desprende del mediodía por la próstata
bailamos
sigue la preparación combativa
no pasarán
una mujer escribe este poema
como quien ha perdido el tiempo para siempre
creo en el corazón de Denise Darval
hemos ganado porque morimos muchas veces
parece que tengo un derrame de sinovia
no hay tiempo para la poesía
de veras que los frijoles se han demorado en hervir
te juro que mañana presentaré el divorcio
una mujer escribe este poema
como hay fantasmas a las siete en mi pecho
entablillé una rama a la areca que está triste
mamá tú no sabes la falta que me haces
si suena la alarma aérea
recojan a los niños que duermen en la cuna
voy a guardar este retrato del Ché
como calló el canario traje un tenor a casa
una mujer escribe este poema
cargada de ultimátums
de pólvora
de rimel
verde contemporánea lela
entre el uranio
y
el cobalto
trébol de la esperanza
convaleciente de amor
tramposa hasta el éxtasis
tonta como balada
neurótica
metiendo sueños en una alcancía
ninfa del trauma
jugando a no perder la luz en el último tute
una mujer escribe este poema.
La tierra
 
Cuando vino mi abuela
trajo un poco de tierra española,
cuando se fue mi madre
llevó un poco de tierra cubana.
Yo no guardaré conmigo ningún poco de patria:
la quiero toda
sobre mi tumba.
 

         Las horas han pasado, sin sentirlas, en casa de Carilda. Con su voz encendida por el café, el té helado y algunos vasos con agua, la conversación debe terminar.
         Ella toma mi mano y nos fotografían, ambas sabemos que no habrá nunca despedida, que la poesía nos mantendrá unidas. La poesía es el bálsamo que mantiene fresca y lúcida a esta mujer…
         Antes de partir, me aconseja que comience a escribir sonetos, me da algunas claves y me habla del ritmo que debo mantener. Yo solo la miro fijamente, guardando su apacible belleza, mientras se queda sentada en la silla mecedora, en la perezosa de madera que la recibe cada tarde para aspirar el aire cálido del verano.
         Dejo la casa de la poeta y camino por la ciudad, pensando en las primeras líneas de su poema ‘Sombra seré, que no dama’: «Muerte que me das la mano/ pero no por ayudarme/ sino para al fin quitarme/ este sitio en el verano/...».
         De regreso a los Andes de Quito, apenas mi cuerpo recobra el oxígeno para enfrentar la altura, corro a buscar en mi estudio la edición príncipe de Al sur de mi garganta que aparece en 1949 con ilustraciones de Diago y Ana Sofía y fotograbados de Alfonso, sin sello editorial, solo una línea que dice: Propiedad del Autor y que abre con una impecable nota que condensa el pensamiento de Carilda sobre el acto íntimo que es el ejercicio de la poesía: «Publicar versos es descubrir verdades que ni siquiera sospechábamos adentro, y que de otro modo quedarían inconfesas. Es siempre la profanación de una intimidad inefable. Por ello dudé de abrir mi poesía. Pero algo extraño y confuso sucedió: las palabras, trémulas, comenzaron a subir sin mi permiso, hacia la garganta, irremediablemente, desde el sur…Tuve que dejarlas en papeles dóciles y moribundos que apenas podían soportar su peso. Allí se borraban…Entonces llegué a comprender la oscuridad de ese destino: ellas —que habían nacido para darse- estaban obligadas al silencio…
         Quise ser justa. Quise otorgarles su natural derecho a la luz. Aquí están: con sueño aún, perfectamente puras, sin credenciales, sin apoyo de gracia; sin otra presunción que el elemental deseo de vivir.
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HUMBERTO VINUEZA [FERNANDO TINAJERO]

5/8/2018

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Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA

El poeta andino de la excelencia nos dejó el año pasado y nuestra revista quiere rendirle un homenaje post-mortem, por méritos propios y porque a través de nuestras páginas digitales ayudamos a extender la reivindicación de un autor que merece ser revisado y valorado no sólo por el lector ecuatoriano, sino por cualquier lector en español. Para ello entrevistamos a FERNANDO TINAJERO, una de las personas con mayor conocimiento de sus aventuras vitales y logros literarios, aprovechando la publicación de De la voz y del silencio (1959-1995), un libro en dos tomos editado entre las editoriales El Gallinazo Cantor y Eskeletra, que recoge la poesía completa del guayaquileño errante Humberto Vinueza (Guayaquil, 1942 – Quito, 2017).

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Cómo de arduo ha sido el trabajo de recopilar en dos tomos toda la trayectoria poética de Humberto Vinueza?
 
—FERNANDO TINAJERO: Esa pregunta debió ser dirigida en su momento al mismo Humberto; ahora, quizá sea Sonia Casares quien pueda darnos la mejor información sobre ese trabajo. Yo no hice ninguna selección; fue Humberto quien dedicó sus dos últimos años a revisar toda su obra, señalar los poemas que consideró necesario eliminar, pulir aquí y allá algún verso, dar al conjunto «esa soba final que es nada y es todo», como decía Ortega. Cuando tuvo su tarea terminada, me escribió desde Teherán pidiéndome un prólogo y yo, por supuesto, lo escribí enseguida. Me contestó que le había gustado mucho; él creía que había yo dado en el clavo, que había encontrado el quid de su quehacer poético; pero yo creo que me lo dijo por cariño, nada más.
 
—ECP: ¿Qué le ofreció la ciudad de Guayaquil y el paisaje urbano de Ecuador a la poesía de Vinueza y a su formación literaria?
 
—FT: Humberto vivió muy poco en Guayaquil. Yo diría que se quiteñizó en forma completa y absoluta. Creo que un par de veces estuvimos juntos en Guayaquil. Él me decía que le gustaba su ambiente tropical, tan lleno de vida y movimiento, pero le cansaba pronto y extrañaba a Quito. Creo que a Humberto le atraía más el ritmo de la vida y no era frecuente que se detenga a contemplar el aspecto físico de las ciudades. Juntos estuvimos en muchos lugares del Ecuador. Ambos coincidíamos en que la naturaleza fue muy generosa con nuestro país. (En él no es posible encontrar un lugar feo, de modo que a nadie le queda la opción de no coincidir). A donde quiera que usted vaya encontrará paisajes enormemente bellos. Yo he andado un poco por el mundo (menos que Humberto, claro) y en ninguna parte he visto contrastes de tanta diversidad ni los cielos que veo continuamente aquí. Solo el que viene al Ecuador puede saber que son tantas las estrellas. En el Ecuador todo es hiperbólico, desde nuestras montañas descomunales, a cuyos pies se asientan las ciudades (y lo hacen incluso al pie de los volcanes), hasta la feracidad de la selva oriental y la inmensidad de las playas occidentales, cuya arena dorada es increíble. En Quito, donde es la prodigiosa la diversidad de las puertas en las iglesias y en las casas, así como la característica mezcla de estilos que da como resultado un estilo original, Humberto sí solía detenerse a contemplar el paisaje físico de la ciudad. En el Ecuador, pocas ciudades, y Quito en primer lugar, conservan algunos rastros de la arquitectura civil española; exceptuando los sectores modernos, que tienen sin embargo el encanto de la diversidad, los centros históricos son más bien de carácter republicano, como llaman los arquitectos al estilo del siglo XIX. Lo que derrocha riqueza de raíz hispánica y fábrica indígena es nuestra propia versión del barroco, presente en la arquitectura religiosa de los siglos XVI, XVII y XVIII, y además en las plazas, que tienen exactamente la organización de un teatro, con su escenario, su platea y sus palcos, como corresponde a un estilo que ante todo es representación, ¿verdad? Pero a Humberto siempre le interesaba más la vida que se vive en cada ciudad, o sea su paisaje humano, y en ese aspecto era el descubridor de detalles siempre nuevos.
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—ECP: Desde su primer poemario, Cerámica en la niebla (1966), hasta Constelación del instinto (2006) Vinueza plantea de continuo una cosmología vital, poemas-silogismo, preñados de metafísica. ¿Qué peso tiene la importancia de sus lecturas filosóficas en los versos de Vinueza?
 
—FT: Él y yo vivimos nuestros veinte años en un ambiente marcadamente filosófico. Cuatro de nosotros, que fuimos el núcleo inicial del tzantzismo, estudiábamos filosofía: Ulises Estrella, Bolívar Echeverría, Luis Corral y yo. Eran los años de la influencia sartreana; nuestras lecturas de Heidegger daban materia para la discusión que se renovaba cada día en el Café 77, así bautizado por nosotros en complicidad con su dueño. Quienes fueron sumándose a ese núcleo inicial, como Humberto, se sumaban también al debate sobre el sentido de la existencia, el compromiso, el llamado de la nada, el ser-para-la-muerte. Pero muy pronto Sartre fue llevándonos de la mano hacia las lecturas marxistas. Echeverría, el más filósofo de todos, continuó en ese empeño, se licenció en Alemania y se doctoró en México, y dedicó toda su vida a la docencia en la UNAM. Actualmente hay comentaristas de su obra, como Enrique Dussel, que consideran que Echeverría ha hecho el aporte más importante de Latinoamérica al marxismo en todo el siglo XX. Es obvio que en un ambiente de estas características la filosofía se convirtió en una de las vertientes fundamentales en el quehacer poético de todos los tzántzicos, incluido desde luego Humberto Vinueza.
 
—ECP: En el prólogo a De la voz y del silencio dice que la poética de Humberto Vinueza queda configurada sobre tres pilares: palabra, amor y memoria. ¿Qué libro de Vinueza, según usted, es el que representa más el pilar del amor?
 
—FT: Lo diré de esta manera: si usted se ha zambullido en una piscina o alberca, saldrá completamente mojado. Y estando así, será natural que moje todo lo que toca, ¿verdad? Pues bien: Humberto vivía empapado de amor; todo lo que escribía, incluso sus poemas “políticos” (que no son carteles), tienen siempre como trasfondo el amor. A veces el amor se vierte a raudales; otras veces es necesario intuirlo porque ha quedado entre líneas (pienso que las entrelíneas son frecuentemente lo más importante de la poesía, porque allí está lo sugerido). Siempre está el amor presente en su obra, y está bajo todas sus formas: es el amor al padre, a los hijos, a la humanidad, a la naturaleza, a la justicia, a la libertad, y en forma sobresaliente a su compañera, a Sonia.
 
—ECP: La crítica señala el poemario Un gallinazo cantor bajo un sol de a perro (1970) como obra fundamental de la poesía ecuatoriana contemporánea. ¿Está de acuerdo?​
 
—FT: Creo que el gallinazo cantor… fue un momento importante en la producción de Humberto y es un libro remarcable en la literatura ecuatoriana de los años 60, sobre todo en la poética de los tzántzicos; pero no diría que es una obra fundamental de la poesía ecuatoriana contemporánea. Me parece que hay libros más importantes que ese; el mismo Humberto escribió textos que son mucho más importantes, y quizá “fundamentales”, si es que esa palabra tiene algún sentido en relación con la poesía.
 
—ECP: ¿Considera que el activismo político de Humberto Vinueza perjudicó o benefició la recepción lectora de su poesía?
 
—FT: En los años 60 todos creíamos que la literatura debía ser política, y esa creencia era sin duda una consecuencia de la concepción sartreana del compromiso. Mucho más tarde, Humberto y yo hablamos frecuentemente sobre los perjuicios que la política hizo a la literatura. El mismo Sartre, en ¿Qué es la literatura? (que en los años 60 fue nuestro libro de cabecera), dice que la poesía no puede comprometerse debido a su modo de tomar las palabras como cosas. Hoy pienso que la tesis del compromiso admite otra lectura, distinta de la lectura política de esos años. Algo he escrito sobre ese tema, pero este no es el momento de hablar sobre mis escritos.
—ECP: ¿Sería Vinueza el mismo gran poeta sin su paso por el grupo cultural vanguardista de los tzánticos?
 
—FT: Humberto habría sido un gran poeta en cualquier otra circunstancia, sencillamente porque la poesía fue desde siempre su modo de ser–en–el–mundo, si puedo decirlo con una parodia del lenguaje heideggeriano. Su calidad no proviene del tzantzismo: es anterior a él. Sin embargo, el tzantzismo marcó la tónica de su poesía en su primer período; la orientación que entonces dio a su quehacer. En su obra posterior es posible rastrear ciertas huellas de aquel primer cauce, pero se trata simplemente de ese como trasfondo que en todo ser humano van dejando las experiencias pasadas.
 
—ECP: ¿Lo erótico y lo sagrado se dan con frecuencia la mano en la obra de Vinueza?
 
—FT: Siempre que sea verdaderamente poético, lo erótico tiene un fondo sagrado. Si no lo tiene, o no es poético o no es erótico sino pornográfico. No es extraño que lo sagrado esté presente en la poesía de Vinueza, porque la suya es auténtica poesía.
 
—ECP: Lunas en fuga es un libro de kaikus. No en vano, Vinueza fue embajador de Ecuador en Irán y Pakistán de 2013 a 2016. ¿Ha dejado la cultura árabe y oriental suficiente huella en su escritura?
 
—FT: Me parece que no. Lo cultural es algo mucho más profundo que la forma externa de un poema. Pero quizá también aquí se puedan notar esos trasfondos inconscientes de la experiencia.
 
—ECP: Si digo que Humberto Vinueza es el poeta ecuatoriano de su generación que logra la mayor encarnación del ser en el lenguaje, ¿estoy equivocado?, ¿estoy exagerando?
 
—FT: Soy muy renuente a la formulación de esos juicios que incluyen valoraciones con “el más”, “el mayor”, “el mejor”… Descreo de la existencia de escalas objetivas de valoración que hagan posibles esos juicios. Ahora pienso, por ejemplo, en la poesía de Iván Carvajal y no podría decir que en él haya una “menor” encarnación del ser en la palabra… Creo que es más adecuado decir que en la poesía de Humberto se encuentra una indudable encarnación del ser en el lenguaje; que él descubrió el ser en su lenguaje. Por otra parte, para quien ha vivido largo tiempo ligado en forma fraternal con un grupo de poetas, es muy antipático establecer comparaciones.
—ECP: ¿Cree que, conforme pase el tiempo, la voz poética de Humberto Vinueza cobrará cada vez más prestigio en la historia literaria de Ecuador? ¿Y qué herencia pueden cobrar tras su pérdida las nuevas generaciones de poetas ecuatorianos?
 
—FT: Sobre lo primero, responderé solamente que no he recibido el don de la profecía, quizá porque no hay de quién recibirlo; sobre lo segundo, pienso que los jóvenes poetas pueden encontrar en la poesía de Humberto una vertiente digna de ser explorada. Quiero mucho a Humberto, y me resisto a momificarle bajo la forma de un modelo. Por lo demás, pienso que cada poeta, si lo es de verdad, tiene que encontrar o inventar su propio camino, tal como sugería Machado.
 
—ECP: Para terminar, una pregunta complicada. Si hubiese que elegir un libro o un poema definitivo de Humberto Vinueza para la posteridad, ¿cuál elegiría usted?
 
—FT: No me creo ninguna autoridad para decir a las generaciones futuras: “esto hay que leer”. No tengo, como Harold Bloom, la pretensión de establecer ningún canon. Además, no podría hacerlo, porque leo muy poca poesía; la que leo es solamente la de mis poetas amados: aparte de mis amigos entrañables, como el mismo Humberto, leo y releo a Valery, a Rilke, a Vallejo, a Neruda: me gustan mucho los sonetos de amor de Garcilaso…, en fin, algunos más; pero me declaro ignorante en materia de poesía. ¿Cómo podría hacer la elección que usted me pide? Lo que puedo decir es que a mí me gusta de manera especial Constelación del instinto.
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De izda. a dcha. Francisco Ordoñez, director del núcleo de Pichincha de la CCE; Fernando Tinajero, escritor; Sonia Casares, artista y esposa de Humberto Vinueza; Camilo Restrepo, presidente de la CCE, Mª Fernanda Espinosa, canciller; Raúl Pérez, ministro de Cultura, y Ramiro Arias, editor de Eskeletra.
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    ENTREVISTAS

    El Coloquio de los Perros.
    Revista de Literatura.
    ISSN 1578-0856

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