por ALEYDA QUEVEDO ROJAS [Entrevista extraída del nº 25 - Otoño de 2009] Matanzas: el viaje hasta Tirry 81 El verano caribeño arranca feroz en junio, sus últimos días anuncian que julio y agosto serán de un calor casi insoportable en la isla de Cuba. Tiempo ideal para dedicarse a las cosas del espíritu, bañadas de sudor, sentencian algunos cubanos. Por la carretera pavimentada y en perfecto estado que lleva de La Habana a las playas de Varadero, justo en la mitad del camino, hay una preciosa ciudad de ríos y una amplia bahía, rodeada de todos los intensos verdes del campo, árboles y flores diversas. Se trata de Matanzas. La mañana del 29 de junio de 2009 llegué a Matanzas, situada al norte de la costa de Cuba, a 90 kilómetros de La Habana, en un Lada bien conservado, cuya joya guardada en su interior era un equipo de sonido que leía formatos mp3 y que nos encantaba con las canciones de Frank Delgado, Idania Valdés, Tom Waits, Norah Jones y Haydeé Milanés, la hija del Querido Pablo. Matanzas, fundada en octubre de 1693, actualmente tiene una población de alrededor de 200.000 personas; el centro de la ciudad conserva sitios inundados de historia como el Teatro Sauto, el Parque de La Libertad, los puentes sobre el río Yumurí y el San Juan, y esa atmósfera arquitectónica y nostálgica que nos recuerda que es la ciudad natal del rey del mambo Dámaso Pérez Prado; también está la señorial casona caribeña donde funciona Ediciones Vigía: lugar especial y de visita obligada, donde se diseña, imprime, encuaderna, adorna, embellece y construyen libros de poesía. En esta editorial, su gente logra transformar páginas de papel reciclado en objetos de arte, para el disfrute de los sentidos que coleccionistas y lectores adictos a la poesía aprecian y compran verdaderamente encantados. Pero, sobre todo, en Matanzas vive Carilda Oliver Labra, matancera implacable, isleña universal, y una de las más importantes escritoras vivas del continente. Muy bien acompañada por el poeta, dibujante, editor y musicólogo Sigfredo Ariel y por la escritora y editora oriunda de Matanzas Olga Marta Pérez, tuvimos el privilegio de ser recibidos por la poeta. La ilusión de conocer a Carilda me desordena y me recuerda fuertemente a mi admiradísima y querida Blanca Varela, otra mujer gigante, peruana, que cambió para siempre la poesía escrita por las mujeres; ella decía: «La poesía no se elige, es un destino». Y al recorrer Matanzas, pensando en el encuentro con Carilda, sentí implacablemente, que es así, un destino. En la vieja casona, ubicada en plena calzada Tirry 81 que desde siempre ha sido su hogar, además, de plantas, diplomas y reconocimientos enmarcados como cuadros, estantes con viejos libros, doce gatos que pasean lentos y desordenados por la casa, y un perro salchicha, de nombre Stalin, es imposible no fijarse en el imponente vitral incrustado en el dintel de la puerta, que conduce hacia el patio que lleva a las habitaciones. Por el exquisito diseño, parecería el escudo de la familia Labra, y por los colores intensos, creería que fue inspirado por el paisaje matancero. Al fin, aparece Carilda y me recibe con un abrazo cariñoso; inmediatamente llega el café negrísimo y aromático, servido en pequeñas y delicadas tacitas. Todo está listo para conversar de poesía, esa misteriosa, vital y potente religión, que ha mantenido lúcida, bella y activa a Carilda Oliver Labra, quien a sus 87 años, luce espléndida, ágil, dispuesta y abierta para la conversación, la risa y el interés por conocer y hablar con una ecuatoriana que la ha seguido y leído desde hace mucho.
Al sur de mi garganta o la intuición Un prólogo del escritor Miguel Barnet, abre el precioso libro Sombra seré que no dama, que reúne bellos poemas de esta cubana, con dibujos del maestro Roberto Fabelo, y algunos conceptos fundamentales para entender la obra de esta poeta. Barnet sostiene: «La poesía de Carilda nació marcada por el signo del desafuero y la iconoclastia. Fue una explosión que hizo pedazos los intentos feministas anteriores a la edulcorada y romántica poesía de fines del siglo XIX. Una explosión que obligó a sus coetáneos del XX a observar con detenimiento y no sin asombro sus atrevidos versos neorrománticos, herederos de un estilo que había cobrado su plenitud en las décadas del treinta y cuarenta. Carilda irrumpió con audacia y desenfado con poemas que aludían a su vida amorosa, a sus apetitos eróticos y su profundo y descarnado realismo, preñado de un humanismo conmovedor y pletórico… Ninguna palabra me puede acompañar porque ella es lo inasible, la ciega que se mira en sus espejos. La que escapa por el resquicio enigmático de sus propios versos. La que sin máscaras es todas las máscaras y en el retrato parece simplemente una mujer». De las mayores virtudes que esta gran poeta ha cultivado, son su sentido y ritmo clásico y a la par transgresor por el lenguaje y el pensamiento, que se evidencia y confirma en su primer libro Al sur de mi garganta, libro crucial y fundacional, no solo en la obra toda de Carilda, sino en la poesía latinoamericana. «Dentro de la tradición universal de la poesía amorosa, o al menos en la de las lenguas “neolatinas”, diríase que Oliver Labra se desenvuelve en la herencia del Libro del Buen Amor, más que en la línea petrarquista idealizadora. Ella canta y celebra a un hombre concreto y físico, a su lado o anhelado, no a un “príncipe azul” o “amado inmóvil” tan inasible por ideal o soñado y por ello inmaterial. En todo caso, “Laura” es ella, pero en posición de poeta (de Petrarca), sin el menor sentido de sumisión femenina al “poder poético masculino”, aunque tampoco sin la actitud sáfica a la manera “feminista” moderna. No le importa la agresividad erótica que describa tácitamente la experiencia sexual, sino su sugerencia (“La vida cabe en una gota”), su goce anterior y posterior del antiguamente llamado “deliquio”, como si el amor carnal fuese un desmayo o un vértigo», señala sobre la obra de Carilda, el estudioso Virgilio López Lemus. Y en Al sur de mi garganta, publicado en 1949, que 60 años después volverá a editarse en Cuba, es donde mejor se aprecia, este acertado criterio, de uno de los que más y mejor conoce su obra. Carilda nació el 6 de julio de 1922 en Matanzas, doctora en Derecho Civil por la Universidad de La Habana, fue profesora de dibujo, escultura y pintura y trabajó en la Biblioteca de su ciudad. Es Premio Nacional de Literatura y ha recibido los más importantes reconocimientos de la literatura cubana. Muchos de sus poemas integran las mejores antologías de poesía del mundo como están en la memoria de cientos, miles de lectores. El dolor la paraliza, el amor es el que define su escritura. Ella es un corte perfecto del más puro cuarzo. Su piel blanca, aperlada, con tonos cremas, beige, vainilla, delatan la sensualidad que le pertenece; sus ojos grandes y tremendamente azules o verdes, según el tono e intensidad de la luz, le confieren la belleza de la magia, la sabiduría de una mujer que sigue ejerciendo la libertad, el lugar que nunca, ningún escritor, puede extraviar.
La poesía: ella es quien llega… —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Existen tantas definiciones de poesía como autores. Quisiera saber qué es la poesía para Carilda Oliver Labra, la poesía que la ha acompañado toda la vida como un ángel guardián. ¿Qué le ha dado la poesía? —CARILDA OLIVER LABRA: Me ha dado salud. Porque cuando no escribo, cambio a una forma que me siento mal. Leo con lupa y escribo en máquina, pero las máquinas de cinta se acabaron, ya no se usan y yo no escribo en computadora. Ahora escribo a mano. Pero tengo una mano afectada, porque me caí hace muchos años de un escenario. Es decir, dónde se fue la poesía, ella quiso escapar, porque con todos estos problemas… Pero aquí estoy, escribiendo [...] La poesía para mí es la salud porque cuando escribo me siento muy bien. Una está como en una nube, con los versos una empieza a saber que una no es una, hasta que te sorprende la poesía. Ella es quien llega, ella es quien busca y ella llegó. Entonces tomo la pluma y trato de escribir y lo voy haciendo lentamente, a tientas, evitando la lupa, porque noto que la lupa entorpece mis ideas [...] La poesía es un acto de intimidad de uno con ella, no es otra cosa. No la puedo definir, sería una tremenda aspiración, yo no sé lo que es la poesía. Hay muchos poemas que una escribe, y en ese momento sagrado en que tú creíste que habías hecho poesía, es la creación, ese poder que tú crees que lo tienes en ese momento y puede que eso sea vanidad pero siempre es mucha felicidad el creer que uno alcanzó la poesía. A veces una se sorprende cuando saca del fondo de la gaveta poemas que escribió hace mucho tiempo y los desechó, y se sorprende y los vuelve a leer y dice: ¡Eh, no está tan mal! [...] Creo que nadie puede definir la poesía, porque es una cosa tan confusa y a la vez tan exacta. Lo único que sé es que me he sentido muy bien siendo poeta, y sé que no hubiera querido ser otra cosa más que poeta en esta vida. —ECP: Carilda, hasta qué punto cree usted que su belleza, el mito de mujer fatal, y el de la poeta deslumbrantemente sensual, contribuyó a que muchas generaciones de lectores se centraran en esas leyendas y demás rumores en torno al mito de la bella Carilda y dejaran de lado su obra. Es decir, ¿el mito restó importancia a la obra poética seria de una mujer adelantada en su tiempo, abogada, maestra, creadora…? ¿Cómo ve usted esto, siente que fue así? —COL: No sé qué decirte. No es que no quiera ser sincera, pero el pasado es eso, ayer. Y claro, yo me acuerdo que siempre venía mucha gente a conocerme, muchos poetas jóvenes y no tan jóvenes, y claro, ese mito que había como bien dices tú, no se puede negar, ni guardar y, claro, fue aumentando con los años. Recuerdo que venía gente de distintos lugares y países y venían aquí solo a conocerme y yo me escondía mucho, porque me daba cuenta que había vanidad de mi parte y que me habían inflado y que no era lo que decían de mí, era una cosa hiperbólica y creo que todo eso me perjudicó. Mira, la escritora Marilyn Bobes, una vez en una entrevista, justamente esboza la idea de que soy más personaje que poeta. Pero no lo sé, no sé hasta qué punto yo misma contribuí con esa idea y ese mito. Porque debo decirte, sinceramente: yo me arreglaba mucho y no me gustaba que nadie me viera desarreglada, quizá yo construí una mujer que tal vez quería ser y no lo era. Quizá algunas personas, con la galantería masculina, también contribuyeron a que ese mito en torno a mí creciera. Además, la gente confundió mucho la belleza con la feminidad. Porque analizándome de la cabeza a los pies, y porque yo estudié pintura y estudié la figura humana, pienso que no tenía esos atributos de la belleza; ni caminaba bien, ni era elegante, ni tenía buena estatura… En fin. A esta edad, he bajado mucho de peso y me conoces ahora. Nunca tuve hijos, tuve tres maridos, el último vive conmigo desde hace diecisiete años, se llama Raidel, también escribe poesía, tiene 39 años; y yo cumpliré en pocos días 87. —ECP: También se dice que tenía muchos novios, amantes y pretendientes. ¿Qué me dice? Eso, aunque es el pasado, ¿fue verdad? —COL: No, no, no, eso sí que es un mito. Mira, poetas cubanos me han enamorado muchos, de mi generación, de las anteriores y de las nuevas, pero todo eso es un juego y tonterías. Eso no es flirteo, ni aventura, ni nada, porque con ninguno he tenido nada. Incluso el biógrafo mío se creía que yo había mantenido una relación con Nicolás Guillén, porque Nicolás venía aquí a Matanzas y me visitaba y me decía unos cuantos disparates; y yo le dije en una ocasión a Nicolás: Ay, usted es un hombre demasiado importante para mí, no me diga eso, porque yo no me atrevo a nada. Y ahí se acabó todo [...] Eliseo Diego, un día parece que bebió de más y llega aquí, a mi casa, yo le abro la puerta, y se me tira encima, me da un beso y se vuelve a ir. Eso no es nada, él estaba loco por el vino y se inspiró más por el alcohol que por la poesía. Y claro, todo eso es una estupidez para poner en una biografía. ¡Pero no puede ser! Figúrate, nada de eso tiene sentido. Eliseo y yo solo coincidimos en alguna lectura y nada más. Solo encuentros fortuitos con poetas, no hubo nada, y así con otros como Suardíaz, Ballagas, Fayad, en fin, puros mitos que me han inventado [...] Con Fayad Jamís trabajamos muchos poemas, cuando nos conocimos la primera vez, durante una fiesta de quince años, él tenía dieciocho años y yo treinta; él era un muchacho… Y con el paso del tiempo nos reíamos de la carta escrita en papel rosado que él me envió… Nos reíamos mucho de eso. Con Fayad siempre hablábamos de sonetos, de nuestra poesía; él quería traducir los sonetos que hice a mi padre, me admiraba, eso fue todo. Él influyó en mi poesía, en cierto modo, sí, y ahora son recuerdos bonitos.
La niña del campo, que escribe décimas y sonetos —ECP: Carilda, el proceso que ha vivido su escritura es muy interesante, desde su primer libro, Al sur de mi garganta, del que tengo una copia de la edición príncipe. ¿Qué pasó desde aquel primer libro irrepetible hasta la poesía más coloquial, más crítica, sus muchísimos famosos sonetos? ¿Cómo ha vivido ese proceso? —COL: Al sur de mi garganta lo escribo cuando yo no sé nada de poesía, claro, eso no quiere decir que sepa mucho ahora. Pero te quiero decir que lo escribí en el año 46; yo nací en el 22, cuando tenía 24 años lo escribí. No había comunicaciones, no sabíamos nada, y me lo publica mi padre, y se hacen 300 ejemplares que se difundieron muy bien; me encargué de distribuirlo entre los poetas importantes de Cuba. Claro, con la edad que tenía y las amistades, comencé a enviar poemas al periódico y ahí me publicaron algunos y la gente quería conocer a la muchacha que publicaba poemas en el diario. Imagínate que cuando escribo Al sur de mi garganta yo no leía nada, no iba a la biblioteca, acá no se vendían libros de poesía, y así lo escribí. Yo estaba enamorada de un amigo y él no lo sabía, y esta situación me marcó para escribir ese libro. Estaba enamorada de Hugo Ania Mercier, y él justamente manda el libro al concurso y el libro obtiene el Premio Nacional de Poesía, esto fue en 1950. Hugo nunca me lo dijo, lo mandó sin consultarme, porque él era también poeta, pintor y dibujante, era mucho mayor que yo, y ser su enamorada era un problema, porque en aquella época era mal visto ser la enamorada de un hombre divorciado… En fin. Luego comencé a escribir sonetos y a escribir mi segundo libro. De esa época es el soneto ‘Me desordeno’. Y luego, Hugo se suicida y los diarios titulan: “Joven abogado se suicida por poeta” y claro, ahí nace el mito. La noche anterior yo le había dicho que no me iba a casar con nadie, porque tenía un viaje a Venezuela y quería viajar. Y luego, me avisaron que Hugo se mató, pero yo sentí que él no estaba muerto y solo entonces supe que lo quería mucho. Y ahí nace la segunda parte de Al sur de mi garganta, que son poemas de amor pero con angustia; eso que te provoca saber que amas a alguien y que está muerto. Y claro, comencé a escribir cosas y a hacer cosas que rompieron el equilibrio social. Ahora Al sur de mi garganta cumple 60 años de publicado y se vuelve a reeditar. —ECP: Los temas del erotismo y del territorio del cuerpo siempre han estado en su poesía, de forma natural han fluido, en los diversos libros. —COL: Mi amor por Hugo Ania fue absolutamente espiritual. Era un hombre bello, inteligente, lo que él hablaba era de una inteligencia brillante, él era un líder, un editor excelente, un poeta, y me enamoré. Yo vivía en una cárcel y lo que más me atraía de él era la bohemia en la que pasaba sus días. Y cuando en 1950 llega el Premio de Poesía, ese premio que le dan a una guajirita, a una muchacha del campo que nadie conocía, es que yo creo que comienza el mito, porque la gente venía a ver cómo era la muchacha del campo, la que escribía y decían que era bella. Y luego comienzo a escribir sonetos porque alguien me dijo «tú tienes un sentido del ritmo y de la medida que es espontáneo». Porque claro, yo estudié piano y me gradué de piano, mi madre fue maestra de piano. Al principio me parecía que los sonetos eran muy elaborados y que eso no había que estudiarlo, eso solo era endecasílabos, mira que yo los hacía, caminando por la calle, y a última hora, y me salían. Y fue ahí cuando conocí a Gabriela Mistral, la conocí en casa de Dulce María Loynaz. Gabriela me dijo que le gustaba mi poesía, ella fue muy buena, ella leyó en un diario mis décimas, y le gustó una décima que hice a Martí y que dice así: ¡Qué muerto muerto más vivo! ¡Qué muerto, Dios, menos muerto! ¡Qué dormido tan despierto El Martí definitivo! ¡Qué muerto muerto más vivo! ¡Qué bala mala más mala! ¡Qué bala mala la bala Que saliendo de la guerra Dejó en mitad de la tierra Al que volaba sin ala! Gabriela venía a celebrar el centenario de Martí y lee mis décimas, y le dice a Dulce María Loynaz: Dulce, tú no me has hablado de esta poetisa, y claro Dulce le dice: Es que esta es una niña del campo. Y ahí es que Gabriela se empeña en conocerme y Dulce María me invita a su casa de La Habana para que conociera a su huésped. Y las dos poetas fueron maravillosas con la guajirita, con la poeta del campo. Todo eso lo supe después porque Gabriela y yo conversamos mucho. Esto para decirte que ya la poesía estaba en mí y escribía lo mismo del amor, del desamor, del erotismo, de la patria; todos los temas me interesaban, de todo quería escribir. La poesía me tocó y ya. Siempre recuerdo que Gabriela me dijo: Quiero saber qué tú haces para cerrar los sonetos así. ¿Así como?, le dije, y ella me dijo: Tus cierres son muy contundentes, y yo le dije: Bueno, cuando me veo en dificultades regreso al inicio para retomar el impulso de lo que quería decir, y así logro cerrar [...] Gabriela me dijo que le enviara los nuevos poemas, que quería escribirme un prólogo y que nos escribiéramos. Luego, supe que murió [...] Mi amistad con Dulce también fue linda, recibió muchos premios y también murió. Las recuerdo a ambas con mucha claridad.
Al escribir, uno siempre es más libre —ECP: ¿Carilda, por qué dejó de publicar, qué pasó en ese periodo de 17 años en el que usted estuvo vetada? —COL: Yo regreso en 1978 del veto. Estuve vedada por 17 años, nunca me dijeron el por qué, quizá porque yo escribía mis versitos que para ellos tenían su problema. Pero nunca fue nada contra la revolución, era solo el cansancio de la misma propaganda y la misma información: todos los días era Vietnam y Vietnam, y en uno de mis versos puse: vietnamitas por favor, jueguen a la pelota. Y claro, se formó un escándalo. Eran versos de humor, pero creo que se interpretó mal. Nunca supe por qué me cerraron. Pero cuando volví al ruedo y me abrieron, fue de la mano de Nicolás Guillén y con mis poemas más revolucionarios, que creo son todos los que he hecho. ‘Un día en el juzgado’ es un poema en el que voy diciendo lo que pasa en un juzgado, claro, soy abogada y voy a los tribunales revolucionarios, pero me fui de allí, les dije que no puedo, simplemente; no sé, quizá fue por ese poema también. Siempre he sido primero poeta, mujer, ser humano, revolucionaria, y claro, no sirvo para obedecer órdenes, tengo miles de defectos y amo mi libertad, sobre todo para escribir. Incluso no me gustaba vestirme de miliciana, me gustaba vestirme con mis vestidos y mis tacones, los zapatos masculinos no me gustaban… En fin, boberías para decirles que yo era y sigo siendo una rebelde con causa. Siempre estuve con la revolución, había tantos motivos para estar con ella y luchar por ella. —ECP: Regresemos a la literatura. ¿Cree que hay una literatura masculina y una femenina? —COL: Chica, yo creo que sí. Sería horrible que fuera la misma literatura. No puedo hablar como un hombre. A mí me encantan ellos, pero no concibo la vida si no hubiera sido mujer, me gusta ser mujer. Lo único que es masculino, me parece, son las matemáticas, aunque a mí me apasionan, pero fuera de eso, yo no entiendo el tema. Puede ser que en la literatura se pueda escribir con las dos sensibilidades: masculina y femenina. En mi vida nunca he sentido prohibiciones en ese tema de las libertades, cada uno es como nació y al escribir uno siempre es más libre. —ECP: El tema del erotismo en su obra, el cantarle al hombre amado, ¿cómo ha sido el proceso de esa escritura? —COL: Me gustan los hombres, me cuesta trabajo escribirle a una mujer. Es más, nunca creo que haya podido hacerle un poema a una mujer y que me resulte sencillo. Tengo un poema a mi cuerpo, y con ese lo que hice fue llegar a una conclusión: le escribo a mi retrato y yo digo algo como me parezco a una mujer. Ese es un tema complicado, en realidad es para decir que el tiempo acaba con todo, pero en el retrato, a pesar del tiempo, siempre voy a ser una mujer.
Las horas han pasado, sin sentirlas, en casa de Carilda. Con su voz encendida por el café, el té helado y algunos vasos con agua, la conversación debe terminar.
Ella toma mi mano y nos fotografían, ambas sabemos que no habrá nunca despedida, que la poesía nos mantendrá unidas. La poesía es el bálsamo que mantiene fresca y lúcida a esta mujer… Antes de partir, me aconseja que comience a escribir sonetos, me da algunas claves y me habla del ritmo que debo mantener. Yo solo la miro fijamente, guardando su apacible belleza, mientras se queda sentada en la silla mecedora, en la perezosa de madera que la recibe cada tarde para aspirar el aire cálido del verano. Dejo la casa de la poeta y camino por la ciudad, pensando en las primeras líneas de su poema ‘Sombra seré, que no dama’: «Muerte que me das la mano/ pero no por ayudarme/ sino para al fin quitarme/ este sitio en el verano/...». De regreso a los Andes de Quito, apenas mi cuerpo recobra el oxígeno para enfrentar la altura, corro a buscar en mi estudio la edición príncipe de Al sur de mi garganta que aparece en 1949 con ilustraciones de Diago y Ana Sofía y fotograbados de Alfonso, sin sello editorial, solo una línea que dice: Propiedad del Autor y que abre con una impecable nota que condensa el pensamiento de Carilda sobre el acto íntimo que es el ejercicio de la poesía: «Publicar versos es descubrir verdades que ni siquiera sospechábamos adentro, y que de otro modo quedarían inconfesas. Es siempre la profanación de una intimidad inefable. Por ello dudé de abrir mi poesía. Pero algo extraño y confuso sucedió: las palabras, trémulas, comenzaron a subir sin mi permiso, hacia la garganta, irremediablemente, desde el sur…Tuve que dejarlas en papeles dóciles y moribundos que apenas podían soportar su peso. Allí se borraban…Entonces llegué a comprender la oscuridad de ese destino: ellas —que habían nacido para darse- estaban obligadas al silencio… Quise ser justa. Quise otorgarles su natural derecho a la luz. Aquí están: con sueño aún, perfectamente puras, sin credenciales, sin apoyo de gracia; sin otra presunción que el elemental deseo de vivir.
5 Comentarios
Luis Auquilla
14/6/2021 09:33:49 am
He disfrutado enormemente de esta agradable entrevista a la maravillosa poeta cubana Carilda López Labra, sutil, entrañable..!
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19/7/2021 02:34:57 am
Gracias por tu comentario, Luis. En "El coloquio de los perros" buscamos, precisamente, estas satisfacciones entre nuestros lectores.
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20/9/2022 08:02:26 am
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20/9/2022 08:02:49 am
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El Coloquio de los Perros. CABEZAS, ISMAEL
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