"LA MÚSICA FORMA PARTE DEL ALIMENTO DEL SER HUMANO" Entrevista realizada por MONTSERRAT FERNÁNDEZ CRESPO Marina Rossell (Gornal, Barcelona, 1954), cantante catalana de larga trayectoria, ha conseguido situarse como una de las voces más reconocibles y destacadas de eso que algunos han llamado la mediterraneidad. Hija de padres campesinos, dejó a los dieciséis años su pueblo natal para irse a vivir a Barcelona. En 1974 tiene la oportunidad de cantar teloneando a Lluís Llach, Ovidi Montllor o María del Mar Bonet, entre otros. Y en 1976 registra ya su primer disco, Si volíeu escoltar, en plena ebullición de la nova cançó, movimiento artístico reivindicativo surgido en pleno franquismo. En 1978, con Penyora, disco que incluye una de sus canciones más conocidas, ‘La Gavina’, alcanzó definitivamente la popularidad. Desde entonces, con más de veinte discos grabados, “la veu exquisita” (“la voz exquisita”), como la ha definido en más de una ocasión la crítica, no ha dejado de actuar dentro y fuera de nuestro país. Marina canta Moustaki, volumen 2 (2014) es su último disco de estudio, y en él retoma su particular homenaje a su amigo y compañero musical durante tantos años, Georges Moustaki. Tras el éxito obtenido en 2012 con su primer Marina canta Moustaki (más de 30.000 copias vendidas), vuelve a sumergirse las suaves melodías del artista francés, con los temas que él quiso que cantara, aunque sin poder contar ya con la opinión, el agradecimiento y las objeciones del propio Moustaki, fallecido en 2013 en Niza. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Cómo definirías a este artista de orígenes culturales tan variados? —MARINA ROSSELL: Yo diría que más que de orígenes variados, Moustaki era un músico que poseía la llave de diferentes culturas. Así es como él mismo se definía. Tal vez no esté de más recordar que Georges Moustaki, nacido en Alejandría en una familia de orígenes judeo-griegos, estudió en L’École Française, una institución educativa que era una verdadera torre de Babel por las muchas lenguas que allí se hablaban y por la mezcla de religiones y razas que existía. Desde joven fue un entusiasta de la literatura, el teatro, el cine y la música. Recuerdo que estando con él en la Alhambra, Moustaki podía descifrar las descripciones escritas en árabe antiguo, aunque era de origen judío, como acabo de decir. Es cierto que era ciudadano francés, pero yo creo que era una persona multicultural que pudo interpretar el mundo de un modo muy amplio y que acabó amando de un modo apasionado el pequeño lugar donde nació, que es el Mediterráneo. Tal vez por eso amaba tanto Barcelona. Aquí encontró un micromundo donde estaba un poco todo eso: un poco París, un poco el ámbito árabe mediterráneo, las tapas, la calidez de la gente, la luz de Alejandría... Sobre todo le gustaban esas callejas perdidas, los vinos más populares de las pequeñas tabernas del barrio de la Barceloneta. Amaba esta ciudad porque, como digo, aquí encontró la síntesis de todos esos mediterráneos de los cuales él tenía la llave. —ECP: ‘Le métèque’ es quizás, junto con ‘Ma liberté’ o ‘Ma solitude’, una de las canciones más emblemáticas de Moustaki. Has hecho de ella dos versiones, adaptándolas a tu estilo, pero que en ningún momento nos alejan en lo sustancial del original. ¿Ha sido difícil lograr ese contrapunto en tu adaptación de ‘El metec’? —MR: Bueno, es algo que ya hice en Clàssics catalans, un disco que grabé en el Liceo. Por tanto ya tenía la manera de enfocar este tipo de trabajos, que consiste para mí en no desvirtuar nunca los temas originales, pero sin devolverlos tal cual los he recibido. Quería interpretar ‘Le métèque’, que tiene más de cuarenta años, sin que fuera una fotocopia del original, adaptándolo a otra lengua —en este caso, el catalán— y dándole otro enfoque. Intenté hacerla a la manera de un himno; es decir, que se asemejara a un ritmo de himno, no militar, sino coral, que la gente pudiera cantar. Fue un trabajo que a él le gustó muchísimo, sus ojos azules brillaban cuando lo escuchó. Por eso yo quería hacer ese disco en vida suya. Anteriormente Moustaki había grabado una canción mía, ‘Màrmara’, y entonces yo le prometí que cantaría canciones suyas. Y así lo hice. Cuando vi que ya le faltaba la voz y que tenía problemas de respiración, pensé: ahora es el momento. Y simplemente elegí el repertorio que yo ya compartía con él cuando me invitaba a cantar en muchos escenarios, de aquí o de fuera. Cogí sus temas e intenté trasladarlos a otras vivencias —las mías propias—, darles otra mirada. Empleé los medios tecnológicos actuales para enviarle los trabajos que iba haciendo, y él les iba dando su aprobación. Moustaki hablaba siempre de la “simplicité”: no la simplicidad de los necios, sino la sencillez, de la cual no quería que nos alejáramos. Retomé temas como ‘Ma liberté’, ‘La mer m’a donné’, ‘Il y a un jardin’, ‘Il est trop tard’, etc. Con el disco Tribut a Moustaki, grabado en directo durante el Festival Grec de Barcelona 2014, he cerrado la trilogía: hice un primer disco dedicado a Moustaki, un segundo, y ahora este tercero. He invitado en ellos a colegas míos de mi generación, como Manolo García, pero también de generaciones anteriores, como Paco Ibáñez, y a jóvenes intérpretes, para que todo el mundo estuviera representado en estos trabajos de homenaje a Moustaki, y que todas esas generaciones supieran que es una inagotable fuente de inspiración. —ECP: La música francesa ha tenido una influencia muy notable sobre los autores catalanes, por los menos desde los tiempos de la nova cançó. No sólo Moustaki, sino también Jacques Brel, George Brassens, Piaf, Barbara o Trénet han sido cantantes de referencia para todos vosotros. ¿Qué parte de reivindicación de tipo político y qué parte de auténtica sintonía musical existía entre vosotros que justificase esa influencia? —MR: La profundidad de la canción francesa está por encima de cualquier otra consideración ajena a ella: Léo Ferré, Jacques Brel, Barbara, son cantantes y compositores que han dado una mirada propia del mundo. Pero podría añadir muchísimos más: Cohen, Bob Dylan, Nick Cave, Tom Waits… O mujeres como Rickie Lee Jones, por ejemplo, o P. J. Harvey, Suzanne Vega… Gente de diferentes generaciones, italianos como Lucio Dalla y tantos y tantos otros. Yo creo que toda esa generación de cantautores italianos, franceses, norteamericanos, ingleses, me han ayudado a entender el mundo. Es gente que tiene una mirada propia sobre las cosas. Moustaki está entre ellos, por supuesto, igual que Brassens o Léo Ferré. —ECP: ¿Y los brasileños? —MR: Sí, sí, también, me gustan mucho Jobim, Gilberto Gil, Caetano Veloso, todos. Y las mujeres: Maria Bethania, por ejemplo, o esta cantante nueva, Maria Gadú. Bueno, yo creo que hay cantantes brasileñas muy buenas. En general, para mí los cantautores son una verdadera escuela de la poesía cantada. Ellos te ofrecen una mirada que te lleva a ver cosas que tú no habías visto, te aproximan al ámbito de la emoción. La emoción es muy importante, te ayuda a vivir, te cura, te hace viajar con la mente. La música es un elemento tan intangible como profundo, no la ves pero la sientes, para mí es una cosa brutal. La pintura la ves. Pero la música la sientes, la tienes que sentir, no la ves, es intangible, a no ser que mires la partitura. —ECP: ¿Crees entonces que la música es superior a la pintura, por ejemplo, o más eficaz en cuanto a la transmisión de las emociones? ¿Consideras que puede existir cierta jerarquía en el ámbito de las artes? —MR: No, no, en absoluto. Para mí todas son extraordinarias. Jamás diría que hay unas artes mayores y otras menores. Yo he estado delante de un Cézanne y he sido capaz de sentir que estaba oliendo el aire que había en la escena representada en aquella obra. No sé, lo mismo me pasa con ‘Los fusilamientos’ de Goya, por ejemplo. Por no hablar de la fotografía, de un Cartier-Bresson, pongo por caso, o de la danza, o del cine, e incluso de los documentales. La verdad es que a mí me ha ayudado todo. Para mí no hay un arte superior a otro. Todos en su momento se complementan. Se trata de la creación de la belleza, en definitiva. De la estética, del trabajo, de la elaboración. De crear algo donde antes no había nada. Había un espacio vacío y de repente, qué sé yo, una pintura de Chagall te viene a buscar, o una música de Bach, o una frase de la Yourcenar, o de Camus. No sé, yo creo que el arte, el mundo de la cultura en general, es lo que te alimenta: el verdadero alimento del ser humano es eso. Y los vegetales, las proteínas, el agua, el aire. Con esto ya vives. —ECP: Empezaste tu carrera musical versionando canciones populares catalanas. En tus discos hallamos melodías tradicionales de la época de la Reinaxença, el Modernisme o el Noucentisme. Habaneras, sardanas, canciones de cuna, de Navidad, como aquella que empieza «La Mare de Déu quan era xiqueta…», que yo cantaba de pequeña en un coro de mi pueblo, y que después de tantos años sin escucharla me sorprendió gratamente oírla de pronto en la radio. —MR: Esa canción hace llorar, ¿verdad? —ECP: Me emocionó, sí, y más con su voz... —MR: Pues retomar toda esa tradición también fue para mí un reto. Volver a todas esas canciones como el ‘Per tu ploro’, el ‘Virolai’, ‘L’emigrant’, o las habaneras coloniales, esta música de ida y vuelta, con esa atmósfera tan evocadora, o las canciones de Navidad. Retomar todo eso y devolverlo como un trabajo monográfico. Porque en los últimos años me he dedicado mucho a hacer trabajos de ese tipo, temáticos, procurando no dispersarme. Las habaneras, las canciones de Navidad, todas las canciones de Cap al cel, todo lo de Moustaki, que es mucho trabajo. Sumergirte dentro de esto, replantearte todas estas músicas y estas temáticas, hacerlas tuyas y devolverlas en trabajos monográficos ha sido una labor y un esfuerzo que me ha llevado años. Y ha representado, como te digo, un reto. —ECP: ¿Qué le ha aportado este tipo de música que la ha acompañado de forma más o menos continua desde entonces hasta hoy y cuál cree que es el secreto de su atemporalidad? —MR: Lo fundamental es pasarlas por tu mundo, darles tu mirada, meterlas en tu sangre, hacer de esta música y de estas canciones algo consustancial a tu ser. Este tipo de trabajo no lo puedes hacer si te es más o menos indiferente. Quiero decir que si no reconoces en ti una necesidad profunda, íntima, para sumergirte en ese universo musical que te ofrece la tradición, o en los temas de otros intérpretes, es mejor que no lo hagas. Y si emprendes ese camino es porque descubres que aquello es lo que quieres hacer en ese momento, y que te sientes capacitada para realizarlo. De pronto sientes que puedes añadirle un matiz personal a esos temas, devolverlos a tu público con esa parte de tu alma ya insuflada en ellos, y emocionar, porque a mí me ha emocionado cuando lo he hecho. De otra manera me sería imposible hacerlo. Por exponerlo con una metáfora culinaria, yo tomo esas canciones como si fuese con las dos manos, y las voy amasando, miras qué ingredientes vas a añadir sobre aquella materia, qué tipo de harina, qué levadura, qué temperatura le pondrás, cómo servirás aquello… Y lo vas hablando con los músicos, lo vas variando, y eso sí, no sales del estudio hasta que no lo ves claro. Si no, no lo haces. Por otro lado, como he comentado antes, hacer trabajos monográficos te da mucha fuerza porque sabes que vas a por aquello, que podrá gustar o no gustar, pero tú no te distraes de ese objetivo, te centras absolutamente en él, y todo lo demás es accesorio. —ECP: Parece claro que en su caso tiene que llegar a un alto grado de convencimiento que le haga decir: ahora es cuando este trabajo está maduro, ahora es cuando está terminado... —MR: Así es. A veces no he incluido ciertas canciones en algún disco porque al final no me ha gustado cómo han quedado. Y me digo: «no, ya lo retomaremos más adelante». Me sucedió por ejemplo con el ‘Milord’ de Edith Piaf, cuya letra es de Moustaki, como sabes; bien, pues era un tema que había grabado para el primer disco, el de 2012, y no me gustó cómo había quedado y la descarté. Y fíjate, finalmente la he grabado en el volumen segundo de un modo y en el disco en directo de otro. Al principio había algo que no me acababa de convencer en mi forma de interpretarla, no acababa de meterme yo en el tema. Parecía que imitaba a la Piaf, y eso no podía ser. Debía buscar otra manera de abordar la canción y no la encontraba. Poco a poco la fui cantando en directo como pude y hasta que no le encontré algo… Por cierto, debo reconocer que fue el público quien me ayudó a encontrar ese algo en aquella canción. —ECP: Precisamente es lo que comentábamos anteriormente en relación con ‘El mètec’. —MR: Se trata de devolver esas músicas, esos temas, pero dejando intacta su esencia. La esencia no la puedes sacar. A veces me he enfadado con algunos colegas míos porque toman una canción del acervo clásico o tradicional y el resultado no tiene nada que ver con el original, destrozan la raíz de aquello, o le aplican una especie de “deconstrucción” en donde al final todo parece irreconocible. Es como cuando vas a ver a una obra de teatro clásico y la relectura que hace el director, o la compañía teatral, pretende resultar tan novedosa que al final el original queda destruido. Y siempre me digo lo mismo: para hacer algo así, es mejor realizar algo nuevo, algo realmente propio, partiendo de cero. Es verdad que encontrar ese equilibrio, ese “balance”, como dicen los americanos, es muy difícil, tienes que trabajarlo mucho, y durante mucho tiempo. Porque tampoco se trata de dejar aquello como estaba, o de imitarlo. Imitar, por ejemplo, lo que hizo Moustaki no era desde luego mi objetivo. O lo que hicieron los monjes de Montserrat con el ‘Virolai’. Debes siempre añadirle algo tuyo, sin perder de vista lo fundamental. En el ‘Virolai’, por ejemplo, que es al fin y al cabo una canción de peregrinos, quise ir marcando el ritmo con un palo, pum-pum, como si fuese el bastón de los peregrinos que van transitando por el Camino de Santiago; y así lo hice, y me metí en el Liceo con un palo e iba dando con él en el suelo mientras lo cantaba. Qué sé yo… Se trata siempre de investigar, de mirar, de documentarse. —ECP: El sitio en el que nos ha citado para esta entrevista, el Ateneu de Barcelona, es un lugar muy a propósito para esto último. —MR: Sí, este es un lugar muy importante para mí, muy especial. Yo he trabajado mucho aquí en el Ateneu. Te concentras mucho, es un sitio ideal. Arriba hay una biblioteca y he pasado allí muchas horas estudiando, investigando las letras. Además, hay también un escenario y he ensayado allí en numerosas ocasiones. —ECP: En tu discografía encontramos también poemas de mujeres como Montserrat Roig o Maria Mercè Marçal, o de poetas como Espriu, Angel Guimerà, Kavafis (‘Cos meu, recorda’) o Jacques Prévert (‘Les feuilles mortes’), entre muchos otros. Es de suponer que la lectura de poesía se encuentra entre tus aficiones. —MR: La poesía siempre me ha interesado, claro. Hice un trabajo monográfico, Bruixes i maduixes, del año 80, que era todo de mujeres. ‘Les feuilles mortes’, que es una canción con letra de Jacques Prévert, está en el disco Cos meu, recorda, de 1982. Empecé con eso, sí, y los poemas que he musicado están repartidos por diferentes discos. Pero también he hecho cosas propias. He pasado por diferentes períodos. Porque para hacer una canción tienes que sentir la necesidad vital de escribirla. La última de ellas, ‘Absents’, que la hice para Moustaki y para todos los amigos ausentes que nos han ido abandonando durante estos años, nace por esa necesidad. Quiero decir que no hago canciones sólo por el hecho de hacerlas, tiene que haber un fuerte impulso, la necesidad realmente orgánica de que algo sea dicho. —ECP: Cap al cel, registrado en el 2002, contiene varios temas religiosos: ‘Mare de Déu del Món’, ‘Pregaria de la Verge del Remei’, ‘Cant espiritual’ (con letra de Joan Maragall), etc. En Armenia llegó a cantar su versión del ‘Virolai’, del que ya hemos hablado, con letra de Mossen Jacint Verdaguer, dedicado a la Mare de Déu de Montserrat y que podemos escuchar asimismo en este disco. ¿Forma el sentimiento religioso parte de su vida? —MR: Es un trabajo que también hice luego en el disco Clásics catalans, y asimismo, como dices, en Cap al cel, un repertorio que después interpreté en el disco que grabé en directo en el Liceo. Todo esto forma parte, en suma, de ese afán por recopilar músicas al que antes me he referido. Hice por ejemplo el tema ‘Mare de Déu del Món’ (‘Madre de Dios del Mundo’) como una canción que pretendía tener ese aire un poco ecuménico de incluir a todas las religiones. Entonces, al ir recopilando todas esas canciones antiguas catalanas me encontré con que efectivamente las había religiosas, como la ‘Pregaria de la Verge del Remei’, que es una delicia, o el ‘Virolai’, de la que antes te decía que era una canción de peregrinos. En nuestra cultura hay canciones religiosas que yo las siento mías porque cuando era pequeña me enseñaban el catecismo, la doctrina. En los pueblos pequeños, como Gornal, cantábamos en la Pascua canciones de ese tiempo litúrgico, y existía ese repertorio que yo luego he retomado. Y que son canciones muy emocionales, como ‘La Mare de Déu quan era xiqueta’, que antes comentabas, o ‘La marinada’. Es lo que te decía al respecto de la recopilación de estos géneros que concluyen con el disco en el Liceo de 2008. Al igual que los que he hecho en torno a Moustaki los concluyo también con un disco en directo. Son, como ves, diferentes trabajos más o menos monográficos que concluyen con una grabación en directo. Pero, volviendo a tu pregunta, para mí las canciones religiosas son muy importantes, es como rezar en voz alta. Sí, yo tengo este sentimiento religioso, esa dimensión espiritual. Me interesa ese mundo porque hay algo en él que te humaniza, que te ayuda a tener empatía hacia el otro, que te saca del egoísmo y te hace ver que hay otros contigo, que existe el otro. —ECP: La música la ha llevado a actuar en numerosos países de varios continentes. Se ha subido a escenarios en zonas tan conflictivas como Armenia, Bosnia, Sahara, Palestina, Israel, Colombia, Cuba, Ciudad Juárez, o Bagdad, antes incluso de que estallara allí la guerra. En alguna ocasión ha declarado que Bagdad olía a gasolina y Sarajevo a quemado. Cuéntenos sus experiencias en estas regiones del mundo. —MR: Bueno, yo diría que son experiencias que te cambian la perspectiva de las cosas. Visitar lugares donde la vida vale cero, donde existen casos de matar por el puro placer de matar, donde reinan el horror y la impunidad. Son experiencias muy duras. En Ciudad Juárez, por ejemplo, se produjo ese fenómeno espantoso del feminicidio. Hay miles de mujeres adolescentes desaparecidas, asesinadas por hombres. Las arrojaban destrozadas en una cuneta y allí las dejaban. Y te cuentan barbaridades, que si es la propia policía, que si son estos o aquellos. Y eso sucede al lado de la frontera con Estados Unidos, y ves que no pasa nada. Ese asunto del feminicidio me parece el horror en estado puro: matar por el placer de matar, de violar, de destrozar, y la impunidad, y ver a las madres, a las personas afectadas... Nos extenderíamos mucho, necesitaríamos una entrevista entera para tratar sólo este asunto. Igual que en Iraq, que era una cosa brutal. Íbamos allí a cantar y era como si fuésemos escudos humanos, junto con gentes de todo el mundo, europeos, americanos… Aquello fue una experiencia única. Veías a mujeres enterrar agua en sus patios cuando tiraban bombas, y al lado petróleo, porque era lo que les calentaba en invierno, por si algún día no contaban con esos recursos a causa de la guerra y los bombardeos. —ECP: Vamos a cambiar de tercio para concluir. Paco Ibáñez, que ha cantado los versos de numerosos poetas clásicos y contemporáneos, colabora con su voz y con su guitarra en algunos temas del disco Marina canta Moustaki, como ‘Hiroshima’ y ‘El metec’. ¿Es cierto que con él aprendió toda la poesía de nuestro Siglo de Oro? —MR: Creo que Paco es la última leyenda que nos queda. Tiene 80 años y para mí sigue conservando la misma fortaleza. Ante su voz sientes que ya ni siquiera hace falta que cante, porque tú ya te sabes la canción, y además con esas melodías tan buenas. Yo lo adoro, soy muy amiga de él. Cuando lo conocí de joven, con dieciocho o diecinueve años, fue un impacto, me acordaré siempre. Para mí es un tipo muy sabio, la voz de la guerra perdida. Y la poesía que él cantaba no me la habían enseñado en el colegio, así que la oportunidad de conocerlo me ha dejado desde entonces una huella que no se borrará. —ECP: ¿Cuáles son los cantantes de hoy en día por los que sientes predilección? —MR: Pues todos los que me acompañan en este último disco en directo (David Carabén, Cesk Freixas, Josep Teró, Nilda Fernández, Alessio Arena, etc) y muchos que no están, como Joana Serrat o Roger Mas, por ejemplo. Hay una generación espléndida en este momento. Lo que quizá faltan son más medios para promocionarlos. Y hablo tanto de políticas culturales como de grandes medios de comunicación. Tiendo a creer que existe cierta hostilidad hacia este tipo de música. En general ningún organismo con responsabilidades en este ámbito sabe cómo tratar al sector, hay una desorientación mutua, cuando está comprobado que es una de las actividades que más dividendos produce. La verdad es que el panorama actual no me parece muy alentador. —ECP: Usted ha afirmado en algún momento que se deja llevar por la vida, a la que le pide un poco de todo: «que la vida ens doni una mica de tot», como queda dicho en su canción ‘Mare de Déu del Món’. Al hilo de ello me vienen a la mente las palabras de José Cadalso en sus Cartas marruecas, donde escribía que hay que burlarse de los extremos y tomar “el medio justo”, que es el que debe seguir un hombre que usa su razón. ¿Está usted de acuerdo con esa creencia de raigambre clásica? —MR: No, no. Yo creo que, si hablamos de cultura, son los extremos los que nos hacen avanzar, las revoluciones que abren caminos nuevos, aunque a veces no compartas todos sus presupuestos. —ECP: Bakunin decía algo así como que sólo los que intentaron lo imposible avanzaron un solo paso. —MR: Yo creo más en eso, sí. Entrevista realizada en el Ateneu de Barcelona
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El Coloquio de los Perros. CABEZAS, ISMAEL
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