Entrevista realizada por JULIO MONTEVERDE «NECESITO UNA PALABRA, COMO EL AMOR, QUE NOS HAGA VULNERABLES» Para eso nace el pájaro / Lo comprenderás si lo escuchas Hadewijch de Amberes Esther Peñas (Madrid, 1975) es muchas cosas, —periodista, ensayista, novelista— pero sobre todo poeta, y acaba de sacar nuevo libro de poemas. Su título es Historia de la lluvia, y lo edita Chamán. Se trata de un libro admirable que supone la confirmación más expresiva de una voz poética en toda su amplitud y profundidad. Su palabra, precisa, elegante y compleja, es un don que nos hace llegar con total sencillez, como si fuera algo que hubiéramos perdido y ella se limitase a devolvérnoslo. Pero en realidad, y esto es sin duda lo más característico de obra, su poesía es una parte de nosotros que ella crea. Si todo acto poético es un acto de unión, en este libro Esther nos ofrece, a través del lenguaje, ese amor vinculante en forma de lluvia, en forma de canto, en forma de convocación a la que debemos responder. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Hay una frase que aparece citada en tu libro y que sé que te gusta repetir. Se trata de «Dios está en la lluvia», que si no recuerdo mal —corrígeme si me equivoco— aparece en V de vendetta. Personalmente siempre entendí esa frase como una referencia a la posible vinculación de lo separado, es decir: la lluvia como la transparencia que vincula lo que está arriba con lo que está abajo, materializando el todo. En este sentido creo que tu verso «corazón capaz de lluvia» supone la confirmación de esa capacidad poética para vincular la realidad a través del amor, que vendría de este modo a ser una disposición, una facultad que el poeta ejercita. ¿Entiendes tu poesía como ese trabajo de vinculación de lo separado? —ESTHER PEÑAS: Hay muchos remiendos en la pregunta. Hago mío el principio hermenéutico de la correspondencia: «como es arriba, es abajo», que se enraíza con el versículo según el cual Dios crea al hombre «a su imagen y semejanza». Si damos por bueno ese principio, sustentado en la fe, lo que haría las veces de tegumento, de vaso comunicante, de vínculo, es el amor, en sus distintas intensidades, matices, naturaleza. No solo para el poeta. Para el hombre que toma consciencia de que lo otro, el otro, siempre es eso mismo, algo separado de lo uno que únicamente con amor puede ser religado. Lo otro distinto, no siempre entendido, más sí recibido. Sólo dejando que brote el amor, y cultivándolo, comienza a florecer el frágil injerto de la vida. Para amar hay que encontrar un lugar metafísico en donde lo real nos estalle, un lugar metafísico en el que el tiempo y el espacio se suspendan, un lugar para habitar con brújula, no con mapa, siempre abierto («el amor nos hace abiertos»), ubicado en el claro del bosque, en la intemperie, para que nos encuentre, el amor, sin máscaras, sin dobleces, sin contención ni reserva alguna. Con desnudez de origen. Siguiendo este razonamiento, el lenguaje es, por tanto, otro espacio de amor, de comunión. Un lenguaje que se escribe a sí mismo, que no es conducido por un propósito exacto y sólo así se cumple. Un lenguaje donde ni la voluntad de quien escribe ni la voluntad del tema ahoguen la palabra. Una escritura que haga crecer islas inexistentes en las cartografías. Una escritura de intuición de mundos. Un lenguaje que convoca el asombro porque el mundo se ha vuelto demasiado explícito y nada ha quedado por des-velar. El lenguaje como espacio en donde lo sagrado aún nos hable. Una escritura como abismo del disloque, del extrañamiento, del asombro. —ECP: Parece claro que el papel de los vínculos es determinante en este libro, que puede ser entendido, en mi opinión, como un intento una y otra vez culminado por establecer puentes entre lo que te sucede y los seres en los que tú sucedes. Esto en poesía, o más bien, en el mundo de los poetas, es extremadamente raro, ya que se suele buscar en el otro poco más que un admirador. ¿Cómo nació en ti esa necesidad de volcarte en otros seres en tu trabajo poético? —EP: Creo que uno es sí mismo en cualquier cosa que haga, sea escribir un poema, un artículo, escuchar al otro, cocinar o vestirse. Los otros han estado presentes desde mi infancia. La casa de mis padres ha sido, desde que tengo memoria, una suerte de hospedería constante: tíos, amigos de mis padres, familiares que venían del pueblo a buscar trabajo, o a tratarse de una enfermedad, desconocidos que traían referencias, mis sobrinas... Todo aquel que lo necesitara tenía las puertas abiertas de la casa de mi infancia, fuera un día, diez o años. La mujer que me cuidó de pequeña, Mari, vivió con nosotros hasta su muerte. Era una más de la familia. Salir de uno es caminar, y caminar es la apertura al mundo. También cuando se escribe. Historia de la lluvia es eso mismo, un hogar. —ECP: Algo que he visto siempre muy claro en tu obra, no solo en este libro sino también en otros como La vida, contigo, es que para ti el amor tiene un papel determinante como sutura, por medio de todos esos pespuntes en la realidad que acercan y cosen un mundo que ahora mismo parece por completo desmembrado. Así por ejemplo, en un punto de tu libro afirmas: «se ama lo que se nombra». Y parece entonces como si el amor te sirviera para reunir el mundo en los seres que amas a través del lenguaje. ¿Crees que tu poesía es un acto de amor en las palabras? —EP: Estamos en el mundo a través de las historias que oímos y que contamos, y sobre todo de las historias de las que somos parte. Por eso la palabra hace mundo, no sólo lo narra o convoca. Escribir es simplemente ser. Contar... O cantar. Todas las palabras, las de otros, las de antes, se suspenden en el aire jugando a ser cogidas. Cualquiera de ellas puede ser un don. Si lo es, un trueno la estalla para sellar su silencio. La poesía (es decir, la vida misma, tal y como la entiendo) se resume en una apuesta por templarse con, en una apuesta por la escucha (ponernos en relación con), y con el intento de comprender (de incorporar una verdad ajena a la nuestra). La poesía trata de habitar el mundo como una totalidad sin ninguna autoridad orgánica, donde todo es vinculante y necesario. Así me gusta pensar Historia de la lluvia. —ECP: En este libro aparecen también toda una serie de personas concretas a quienes van dedicados ciertos poemas. Pero más que destinatarios parecen generadores, o en todo caso, estar unidos a tus propias palabras que brotan en ti a partir de ellos. Y no hablamos solo de amor como tal, que por supuesto está claramente presente, sino también y muy en especial de amistad. En cualquier caso, no parece que exista una distinción esencial entre las palabras que utilizas para hablar de las personas que consideras tus amigos y las personas con las que la relación amorosa es más explícita. ¿Cómo concibes tú esta relación entre esos seres concretos en tu vida y tus palabras? —EP: En Historia de la lluvia trato de convocar una escritura que brote, que no haya que ir a buscarla, ni buscar nada en ella. Si nada se busca, la libación será siempre imprevisible e ilimitada. Una escritura que regrese de lo indecible. Eso vuelve a colocarnos en la geografía del amor, una geografía que habito con brújula, más que con mapa. Hay una celebración de personas que he tenido la fortuna de conocer; con algunas de ellas, el propio vínculo inspiró el poema. La realidad no es, crea. Con la mayoría, el poema brotó y, tras una lectura posterior, un nombre quedó anudado a él. En el caso de la persona amada, creo que el exceso que preside todo lo abre. Es la diferencia sutil pero radical entre un «te quiero» y un «te amo». La palabra en ofrenda de lo amado nos coloca en el borde siempre de ir todavía más allá de lo que ya se ha ido. Una palabra que da sentido al mundo, como se lo da quien ama. Una palabra que sea raíz, como radical es el amante. Una palabra que certifique, como quien ama atestigua la cosmogonía de un nuevo mundo. Una palabra que, al igual que el amor, no nos haga originales sino originarios, que no divague, sino que penetre. Una palabra, como el amor, que nos haga vulnerables. Pero que nos cumple. —ECP: Siempre me ha llamado la atención tu gusto por ciertas palabras en desuso o expresiones arcaicas —alfaguara, enaguas, membrillo— que recuperas con evidente satisfacción. Se trata de ciertas palabras descuidadas que tú pareces adoptar, o de las que te haces cargo. Palabras que amas y que en tu boca o tus poemas parecen acariciadas, envueltas en cariño. En este sentido, tu uso de ese lenguaje arcaico, muy inactual, parece convocar el recuerdo del poeta como trabajador, como miembro de la tribu. ¿Crees que es necesario que el poeta se haga cargo del lenguaje? Y si es así, ¿para qué? ¿Con qué finalidad? —EP: Salen, las hago mías desde lo inconsciente, bailo con ellas. Acaso el secreto esté en cantar esas palabras con asombro y ternura allí donde otros las usan con costumbre o impostura. Ósculo, convocar, amartelar, folgar, amada, triscar... Creo que cada cual (sea o no poeta) tiene su propio campo semántico, una estirpe lingüística y gramatical (en mi caso estructuras como «te soy», «te me entrego», etc.) que lo nombran. Y que asoman con la delicadeza del encuentro. —ECP: En ocasiones tus poemas terminan de forma abrupta con un corte seco que detiene la corriente. A veces parece como si te vieras en la necesidad de salir del poema, como si percibieras un riesgo de llegar a cierto punto de no retorno del que quizá ya no pudieras volver... Otras veces en cambio parece una necesidad o impaciencia por retornar a la vida transformada que el poema ha creado al surgir, y que era su objetivo desde el principio —«Termina el texto... queda todo en suspenso», dices en un punto del libro—. En todo caso, parece percibirse una lucha. ¿A qué crees que responde esa necesidad o gozo por detener el poema? —EP: Lo que me sale responder es aquello que me dijo una vez mi madre de que «nací demasiado tarde». El poema se canta a pesar del poeta. Mahoma no es el autor del Corán, le fue revelado por el arcángel san Gabriel; Homero no escribió la Ilíada, rezó a la musa para que se la cantara; Moisés no escribió los mandamientos, sino Yahvé; no fue Parménides, sino la Diosa, quien pronunció el logos del «camino del ser»... Del mismo modo que reconozco que no soy mi única dueña y señora, tampoco embrido lo que sucede en el poema, final incluido. —ECP: En tus libros de poemas, que ya van acumulándose en nuestro favor, hay ciertos versos que se repiten de uno a otro y que dan a tu obra un sentido de unidad, como si toda ella no fuera más que un único y largo poema. Pero del mismo modo, se percibe claramente una evolución en los temas, y cada libro posee su propio carácter y especificidad, sobre todo en los símbolos generadores que escoges y que sitúas en el centro de cada uno a modo de eje —pienso por ejemplo en la talaria de tu libro El paso que se habita—. ¿Cómo percibes esta dialéctica en tu trabajo? —EP: Siento una querencia mayúscula por los símbolos. Son síntesis infinitas que nos permiten interpretar la realidad, dejando que el misterio prevalezca, que ensanchan la experiencia vital, le dan sentido, que nos ayudan a asomarnos allí donde todo está oscuro, y filtran un rayo de luz (acaso el que cantara Cohen) que intuye. Lo ungido, es decir, lo que se inviste de sagrado; la penumbra, como zona limítrofe; las talarias, en tanto que entrega y oráculo y, por último, la lluvia. Esos serían los símbolos generadores, como los denominas. Pero una vez más, me escogen y yo, que tengo vocación intrínseca, obedezco. —ECP: Hablando de esos símbolos generadores que utilizas, en Historia de la lluvia me ha conmovido especialmente esa gacela insomne que atraviesa al trote todo el poemario, y que parece salida directamente del Cantar de los cantares. Aunque siempre, y esto es lo que más me gusta de este símbolo, lo percibes como una belleza frágil que en todo caso no remite directamente a un amor divino, sino a uno que alcanza lo divino a través de lo profano, del cuerpo mismo, que de esta forma deviene sagrado. Así, llegas a decirle al ser amado: «Te rezo en cántico solemne», pero a la vez existe esa carnalidad, esa materialidad abrumadora que poseen tus poemas y que despliegas como erotismo fulgurante —«Tú lo sabes, la vulva es un nenúfar, estás dentro»—. No sé si podrías explicarnos un poco cómo funciona para ti este tránsito hacia lo sagrado a través del erotismo. —EP: A lo sagrado se llega a través de lo humano. No hay otro camino posible. San Agustín hablaba del «ordo amoris», es decir, el mundo en pleno viene del amor y está orientado al amor. Acaso la experiencia más cercana a la mística sea la experiencia del éxtasis amoroso; amor y erotismo en fragua única de la que deviene el abandono de sí, la entrega al otro, la comunión de dos cuerpos que no pierden, a pesar de ello, su individualidad. Me viene a la cabeza, perdón por lo pedante, la palabra «solenoide», que refiere un campo magnético casi homogéneo de enorme intensidad en su interior y débil en el exterior. Dos cuerpos que se aman crean ese campo. Están a punto de estallar de goce, de alegría, de plenitud, y el mundo (lo externo) desaparece. El deliquio de amor, el éxtasis carnal, un placer tan último que lo ocupa todo. Si lo de arriba es lo de abajo, y viceversa, como empezamos la conversación, el extremo de lo humano no deja de ser el extremo de lo divino. En última instancia, una oblación. Fieramente humana, claro. —ECP: Este libro se cierra con un poema titulado ‘La hermandad de los conmovidos’, un emocionante poema que en la reciente presentación que realizaste en la librería Enclave de Madrid pudimos escuchar leído a varias voces por muchas de las personas que aparecen en este libro. Y en este sentido, es muy bello pensar que tus palabras, o tú misma, has conseguido materializar esa hermandad de facto a través de tus poemas; una hermandad que ya estaba implícita pero que tú has logrado materializar a través de tu trabajo. ¿Eres consciente de esa comunidad poética que se ha organizado a tu alrededor, y de la que yo mismo puedo dar fe de que en ningún caso es solo metafórica? —EP: Agradezco en lo profundo lo bello de lo que dices. Suponiendo que sea así, lo cual sería hermosísimo, lo que sí que intento es relacionar a quienes conozco, de manera que surjan nuevos vínculos que ya no tenga que pasar necesariamente por mí. Es como las ondas que se producen en un estanque, llegan más lejos los afectos, se convierten en generadores. Y otra de las cuestiones que hace de argamasa, me parece, es la gratuidad, el nulo cálculo del rédito que uno pueda obtener por lo que hace, la alegría (que se contagia y se expande, es otro tejido que une y vincula), estar en la celebración; esto permite que las relaciones se ensanchen, en todos los sentidos, y creen hermandad, que siento como una comunidad de afectos. De conmovidos ante el milagro de la vida. ECP: Por último, no puedo dejar de pregúntate, a ti, que tantas veces has entrevistado a los poetas, que tantas veces los has puesto en aprietos por la exigencia y la elegancia de tus preguntas, y que les has motivado a elevarse por encima de sí mismos para estar a tu altura, ¿qué te ha parecido esta pequeña entrevista? ¿Consideras que hay algo que añadir o eliminar en ella?
—EP: Que te hayas tomado el trabajo de pensar las preguntas, de pensarme, de alguna manera, es un regalo para mí, querido amigo. Gracias por la atención prestada a esta Historia de la lluvia. Las preguntas me han resultado estimulantes y amorosas, me han colocado allí donde uno se pone en juego. Si hubiera que eliminar algo, la poda quedaría del lado de las respuestas, sin duda.
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Entrevista realizada por FLORENTINA CELDRÁN Osuna Con motivo de la visita a Cartagena del escritor Jaufré Rudel (Albacete, 1971) El coloquio de los perros quiso entrevistarlo en profundidad y sacar conclusiones de primera mano sobre cuestiones que rodean a su debut novelístico: Osuna. En la librería La Montaña Mágica logramos averiguar datos sustanciosos de este curioso personaje e inquietudes de un dramaturgo que está ilusionándose con las vinculaciones de la historia y la narrativa. Rudel nos abre la puerta. Leámoslo. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Por qué Jaufré Rudel? —JAUFRÉ RUDEL: Este pseudónimo literario, que me acompaña desde que tenía quince años, nació de una nota a pie de página en La Celestina, de Fernando de Rojas, edición de Cátedra, donde se cuenta que Jaufré Rudel (trovador medieval francés) se enamoró de una mujer sin conocerla, solamente por lo que oyó que decían de ella. ¿Puede haber algo más bello? En aquella época también comencé a leer al gran poeta portugués Fernando Pessoa, que tenía varios heterónimos (Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Bernardo Soares y Ricardo Reis), y era capaz de escribir de un modo diferente con cada uno de ellos. Y si Pessoa logró convivir con tantas personalidades, yo me lancé a probar con una. Decidí, por tanto, adoptar el sobrenombre de Jaufré Rudel para todas mis actividades artísticas, y esta elección con el tiempo ha resultado muy práctica. También es cierto que en alguna ocasión provocó situaciones embarazosas y/o divertidas, como cuando pedía libros a ese nombre y en Correos, para recogerlos, me obligaban a presentar un DNI del que carecía. Allí estaba yo, improvisando una explicación “lewiscarroliana” a los funcionarios con cara de póquer que no tenían ninguna intención de ceder y entregarme la ansiada lectura recién comprada. —ECP: Hasta Osuna, la primera novela, habías publicado cuentos, poemas y obras de teatro. ¿Con qué género te sientes más completo, más realizado? —JR: Con el teatro, sin duda. La poesía tiende a condensar y a buscar «los márgenes de lo visible», en palabras del pintor y poeta Antonio Gómez Ribelles. Los poemas son flashes, píldoras informativas donde tratamos de arañar la realidad al tiempo que forzamos al lector a indagar en el lenguaje que nos une y a abrir puertas que solo la poesía es capaz de abrir. La metáfora rompe con lo cotidiano, y ahí hay magia. Es el inicio del asombro, de la búsqueda personal y de la inexplicable necesidad de comunicarnos con los demás, de expresarnos con la mayor originalidad posible. La novela, sin embargo, es un género tan abierto que lo permite todo. Su naturaleza expansiva nos reta a contar historias sin ataduras de espacio o métricas. La propia definición de novela nos aclara muy poco: «Obra literaria narrativa de cierta extensión». Por ello hay novelas como Rayuela de Julio Cortázar o Ulises de James Joyce, de difícil clasificación. Mi formación, más clásica, nace de todas esas lecturas que nos han acompañado desde siempre: El Quijote, Madame Bovary, Las amistades peligrosas, Zalacaín el aventurero, o las biografías María Estuardo y María Antonieta de Stefan Zweig. Pero digo que en el teatro puedo sentirme más realizado porque la experiencia de las representaciones, únicas siempre, diferentes como “cápsulas de vida” que son, hacen de cada función un sueño nacido del papel y vivido por los espectadores de ese día nada más. —ECP: ¿Por qué Osuna? Es decir, ¿por qué una novela histórica precisamente sobre el duque de Osuna en el Siglo de Oro español? —JR: Porque no había ninguna sobre este noble cuya vida, y eso lo podrán corroborar los lectores, bien da para una buena película de Netflix. A Osuna me lo encontré en la gran obra de Pablo Jauralde sobre Francisco de Quevedo. Ahí descubrí que fueron grandes amigos y que el genial satírico llegó a trabajar para él varios años. Comencé a indagar y a buscar toda la información referente a Pedro Girón, y cuanto más hallaba, mayores ganas tenía de seguir ampliando mis conocimientos acerca de los hechos que protagonizó y el reinado durante el que le tocó vivir. Tras un largo proceso de investigación, decidí novelar las vivencias más significativas de su fecunda biografía. Cuando uno tiene claro lo que desea contar, escribir se transforma en una actividad apasionante y no demasiado dificultosa. —ECP: El libro tiene una estructura en cinco partes, coincidiendo con los grandes hitos de la vida del duque, partes que se subdividen en capítulos más cortos que nos van adentrando en la personalidad de Pedro Girón. Vamos a avanzar sobre ellos. En la primera parte, “Aventuras, aceros y labios”, un duque todavía muy joven nos empieza a mostrar su amor por el teatro y el inicio de su amistad con Quevedo. ¿Podrías contarnos cómo fue la investigación sobre los Salcedo y el mundo del teatro? ¿Es esta parte de la obra fruto de tu amor por el teatro? —JR: Para esta parte de la novela he de decir que fue determinante hallar el estudio sobre dicha familia de actores del Siglo de Oro publicado por la profesora de la Universidad Complutense de Madrid Carmen Sanz Ayán. De ahí saqué las ideas básicas que luego he desarrollado. Y, en efecto, mi amor por el mundo del teatro ha influido en esos capítulos. Lo que ocurre antes y después de cada función, muchas veces daría para confeccionar una nueva obra. De ahí el éxito de Seis personajes en busca de autor de Luigi Pirandello o la reciente versión teatral del clásico del cine Ser o no ser de Ernst Lubitsch, actualmente en escena en Madrid. El interés que muestro nació de nuevo de la lectura de algunas obras tan clásicas como La vida es sueño, Las cinco advertencias de Satanás, El avaro, Las sillas o Hamlet; y aumentó cuando conocí a la que ahora es mi esposa, la actriz Ana Belén Casas, protagonista de la obra que tenemos en gira en estos momentos: Marcela, la hija del poeta, que escribí para dar a conocer a la hija monja y escritora de Lope de Vega. Esta y otras aventuras teatrales han hecho que intentase aproximarme a lo que sucede detrás de los escenarios y alrededor de la compañía de los Salcedo. El mundo de las representaciones en los corrales de comedias, que hemos de recordar que eran el mayor entretenimiento de la época, he tratado de reflejarlo de un modo cercano, sin alardes, para que el lector llegue a sentirse próximo a los personajes de la historia. —ECP: En el capítulo de Flandes, si alguien espera encontrarse con aventuras del tipo Alatriste, se equivocará totalmente. ¿Cómo consigues recuperar el ambiente de la corte y del ejército en Flandes? —JR: Unos meses antes de comenzar Osuna leí todos los “Alatristes” seguidos para llegar a la conclusión de que mi novela iba a tener muy poco que ver con ellos. Pérez Reverte es un maestro indiscutible del género, sin duda, pero en Osuna quería contar tantas cosas que el formato empleado por él no me servía. Al final uno trabaja con los materiales que posee. Sucedió algo curioso: antes de empezar, siempre me rondaba la sensación de que no me había documentado lo suficiente, y una vez inicié la novela enseguida descubrí que en realidad me sobraba muchísima documentación, tanta que tuve que ir descartando algunas historias y resumiendo otros hechos para armonizar todo el contenido. En relación a Flandes y la corte de los archiduques Isabel Clara Eugenia y Alberto, mi idea principal era dar verosimilitud a los hechos que cuento. Hay que tener presente que los tercios realizaban campañas movilizando a miles de hombres, orgullosos de pertenecer al mejor ejército del momento y heroicos hasta extremos insospechados. Las anécdotas ayudan mucho a situar al lector en ese escenario: salidas nocturnas llamadas “encamisadas”, El Milord y algunos soldados más retando en duelo a los enemigos por pura diversión, las peleas de los capitanes por ir los primeros a la batalla, etc. También es importante la precisión. Tuve que estudiar mapas de la región, medir y analizar distancias para calcular la duración de los viajes, las peculiaridades de la orografía, la vegetación, las fortificaciones con los nombres de todas sus puertas de entrada o el tamaño y diseño de los hermosos palacios; los principales consejeros junto a los archiduques, los maestres de campo con mayor renombre o las posturas políticas que defendían (belicistas frente a pacifistas). —ECP: En Sicilia nos vamos a encontrar con un Pedro Girón mucho más maduro, un auténtico líder, capaz de hacer sombra a un rey que no gobierna. Y una constante en toda la novela: las mujeres. El espacio que Jaufré Rudel da a las mujeres llama la atención porque a la mayoría de escritores les suele pasar desapercibido. ¿Cómo ha sido el planteamiento sobre las mujeres en la novela? —JR: Osuna desarrolla su enorme potencial organizador una vez llega a Sicilia. Emilio Beladíez le puso el sobrenombre de “el duque de las empresas” por los grandes proyectos que emprendió y desarrolló. En pocos meses limpió la isla de bandolerismo y de cercenadores de moneda, reorganizó la banca, metió en galeras a los ociosos gandules que cobraban pagas del rey, arregló las maltrechas galeras, vistió con decencia a cada soldado, les mejoró el rancho y con su propio dinero empezó a construir barcos para enfrentar a los piratas turcos y berberiscos, el mal endémico del Mediterráneo. Y aún le quedó tiempo para la diversión. Respecto a las mujeres, indagando en la biografía de Osuna descubres que fue tan enamoradizo como infiel. Me interesaba presentar a esas damas, ya fueran de una escala social elevada o más baja, con la fuerza lógica de quienes llamaron a todo un duque rico y poderoso a fijarse en ellas. Debieron de ser mujeres extraordinarias, de eso estoy seguro, y la pena es que en la mayor parte de los casos se sabe muy poco de sus vidas. La historia la escribían los hombres y para los hombres, olvidando a la mitad de las protagonistas de la misma: las madres, hermanas, hijas, amantes y compañeras del viaje vital. Mi intención ha sido dar a todas ellas un espacio más justo. —ECP: Napolés es el capítulo donde Girón empieza a tener problemas serios, pero también donde aparece la figura de El españoleto: José de Ribera. ¿Cuánto hay de real en esta relación? —JR: “La perla del Mediterráneo”, como llamaban a Nápoles, era el virreinato más codiciado de todos por ser el de mayores rentas y por estar cerca de España, en comparación con los americanos. Aquí Pedro Girón continuó construyendo galeras y galeones, intimidando a la propia Venecia con la potente armada que logró juntar y despertando envidias en Madrid por sus éxitos militares y políticos. Pero todo empezó a torcerse con un par de hechos que hicieron correr ríos de tinta en la época: la famosa “conjuración de Venecia” en la que se involucró a Osuna para desacreditarlo y la oposición de los nobles napolitanos a su gobierno porque no contaba con ellos tanto como deseaban. José de Ribera ya estaba en Nápoles cuando llegó el III duque de Osuna como virrey. Enseguida tuvo la oportunidad de conocer la obra del pintor y tanto él como su mujer, Catalina Enríquez, quedaron fascinados por la habilidad del joven artista. De inmediato lo contrataron para que se pusiera a su servicio, encargándole cuadros de diversos mártires y santos, además de hacerlo responsable de supervisar las compras de objetos de arte para el palacio real que inauguraron ellos en 1617. Algunos de esos lienzos se pueden ver hoy en la Colegiata de Osuna. —ECP: La figura de Catalina Enríquez es importante durante todo el libro, pero en el capítulo final cobra una dimensión espectacular, es el poder de la dignidad, de la lealtad... ¿Podrías hablarnos sobre este personaje?
—JR: Catalina Enríquez de Ribera y Cortés de Zúñiga era nieta del conquistador de México, Hernán Cortés, y fue la esposa fiel, pero no sumisa, del gran Osuna. Su valentía ha quedado demostrada gracias a la conservación de alguna carta en la que intercede por su marido ante Felipe IV. Ella estuvo siempre a su lado, a pesar de las infidelidades. También le acompañó y asesoró en los momentos más delicados de su vida, cuando todo se volvió en contra. Quizás fueron el inminente abandono del poder y el cansancio acumulado tras los intensos años de trabajos los que nublaron el entendimiento del duque, haciéndole tomar decisiones erróneas. Pero Catalina no dejó de mostrarle su parecer, de decirle la verdad, por mucho que a él le doliese. —ECP: Dice Muñoz Molina, que «una buena novela es siempre una novela social». Yo creo que Osuna lo es, que has utilizado al duque para hablarnos de este país y de sus gentes. ¿Estás de acuerdo? —JR: Creo que el modo de vivir cambia mucho más rápido que las personas. Si lo pensamos bien, entre ellos y nosotros hay unas cuantas generaciones nada más. Lo que sí es radicalmente distinto es la sociedad donde nos desenvolvemos hoy en día, debido a los avances tecnológicos, la instantaneidad de las comunicaciones, la rapidez de los desplazamientos y la hiperconexión. Entonces sentían el orgullo de pertenecer a la nación más poderosa de la época, con vastísimos territorios bajo su dominio; eran valientes y aventureros, nobles, creativos y amantes del lujo. Tras la conquista de América y la llegada de Carlos V los españoles empezaron a sentirse invencibles, pero la plata de Indias debió emplearse en construir fábricas y desarrollar el comercio en lugar de financiar la eterna guerra de Flandes, que costó innumerables vidas y produjo varias bancarrotas con Felipe II y Felipe III. La leyenda negra que inventaron los historiadores extranjeros para desacreditarnos, en realidad es una leyenda dorada que provocó la envidia de buena parte de Europa. Exportábamos cultura y moda y dilapidábamos el dinero mejor que nadie. Quizás es el rasgo que más perdura en los españoles: la aversión al ahorro, porque siempre hemos sido conscientes de la fugacidad del tiempo y de la brevedad de la vida. Los intelectuales defendían el estoicismo, pero la sociedad era epicúrea. Aún lo es. Lo que más choca cuando estudias la época es la relajación con la que se hacían determinadas cosas. Por ejemplo, cuando Felipe III decide ir a Valencia a recibir a la que será su esposa, Margarita de Austria, sale de Madrid con toda la corte un veintiuno de enero y ambos regresan nada menos que el veinticuatro de octubre, tras su paso por Barcelona y Zaragoza. Contestando a tu pregunta, la verdad es que no sé si es una novela social. Agradezco el cumplido, pero desde luego mi deseo fundamental ha sido acercarme a esa sociedad que yo veo cercana en el tiempo (si analizamos la historia en su conjunto) y lejana en cuanto a las costumbres. Lo que nunca cambia son las motivaciones del ser humano: ambición, pasión, anhelo de mejora económica, búsqueda de reconocimiento o integración en el grupo. Estos mismos rasgos se daban tanto en los funcionarios de la corte madrileña como en el más bajo soldado protagonista del asedio de Ostende. —ECP: Después de hacernos pasear por la España de Felipe II y sobre todo la de Felipe III, ¿cuál será el próximo proyecto de Rudel? —JR: Estoy trabajando en una nueva novela histórica sobre un personaje femenino de la casa de Margarita de Austria que tuvo un papel muy destacado en los primeros años del siglo XVII. Me reservo el nombre de la dama porque no me gusta demasiado hablar de los proyectos en curso. Lo que sí puedo contar es que tendrá un formato algo diferente: será más corta y prestará toda la atención a unos pocos hechos que marcaron la vida de la protagonista. Eso sí, trataré de recrear el mismo ambiente de la época, donde las calles estaban sin asfaltar, en la Plaza de los Carros de Madrid se alquilaban coches de caballos (los taxis de aquel tiempo) y se legislaba sin éxito contra el excesivo lujo en el vestir. Una sociedad donde los contactos personales y las relaciones sociales conseguían mucho más que los estudios, y desde el primero al último todos soñaban con ser hidalgos y medrar para obtener un título nobiliario. |
ENTREVISTAS
El Coloquio de los Perros. CABEZAS, ISMAEL
CAMARASA, RAFAEL CARBAJOSA, NATALIA CARIDE, ALBERTO CARRILLO, VIRIDIANA CÉLINE CEREZUELA, ANA CERVERA, RAFA CHEJFEC, SERGIO CHEJFEC, SERGIO [5] CHESSA, ALBERTO CHESSA, ALBERTO [Anatomía de una sombra] CHICO, ÁLEX CISNERO, ALBERTO COMAN, DAN CONTRERAS, NADIA CORTINA, ÁLVARO CRUZ, GINÉS DELGADO, DESIRÉE DÍAZ, ANA CLAUDIA DÍEZ, JOSÉ MANUEL DOMINIQUE A ELENA PARDO, CRISTINA ELKOURI, RIMA ESPEJO, JOSÉ DANIEL ESPEJO, JOSÉ DANIEL [Perro fantasma] FONT, VIOLETA GALÁN, JULIO CÉSAR GALÁN MOREU, SALVADOR GALÁN MOREU, SALVADOR [No fall] GALINDO, BRUNO GALLARDO, JOSÉ MANUEL GALLUD, EVA GALVÁN, ANI GAMBOA, JEYMER GARCÍA, CONCHA GARCÍA, DIEGO L. GARCÍA JIMÉNEZ, SALVADOR GARCÍA LÓPEZ, ERNESTO GARCÍA MELLADO, ISABEL GARCÍA-VILLALBA, ALFONSO GARRIDO PANIAGUA, RODRIGO GASS, CARLOS GINÉS, ANTONIO LUIS GINÉS, ANTONIO LUIS [Antonov] GÓMEZ, MACARENA GÓMEZ BLESA, MERCEDES GÓMEZ RIBELLES, ANTONIO GÓMEZ RIBELLES, ANTONIO [QUIROMANTE] GONZÁLEZ LAGO, DAVID GRACIA, ÁNGEL GROZO, DANIEL GUERRA NARANJO, ALBERTO HENDERSON, DAIANA HERNÁNDEZ, GALA HERNÁNDEZ, JULIO HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [EL DOLOR DE LOS DEMÁS] HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [ANOXIA] HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [TIEMPO POR VENIR] HERNÁNDEZ BUSTO, ERNESTO IRIBARREN, KARMELO C. JORGE PADRÓN, JUSTO KASZTELAN, NURIT LADDAGA, REINALDO LAYNA RANZ, FRANCISCO LEZCANO, YULEISY CRUZ LINAZASORO, KARLOS LLOR, DOMINGO LOBATO, FLORA LÓPEZ, PABLO LÓPEZ AGÜERA, FULGENCIO ANTONIO LÓPEZ KOSAK, ANDREA LÓPEZ MONDÉJAR, LOLA LÓPEZ MONDÉJAR, LOLA [Qué mundo tan maravilloso] LÓPEZ POMARES, ALEJANDRO LÓPEZ SANDOVAL, DAVID LÓPEZ SORIA, MARISA LOUZAO, ALICIA MACHUCA, LUIS MAESTRO, JESÚS G. MALAVER, ARY MANUELA, ADRIANA MARGARIT, LUCAS MARÍN, MARÍA MARÍN, MARIO MARÍN ALBALATE, ANTONIO MARQUARDT, ANJA MART, BLANCA MARTÍ VALLEJO, MAITE MARTÍN, RUBÉN MARTÍN GIJÓN, SUSANA MARTÍN IGLESIAS, VÍCTOR MARTÍNEZ CASTILLO, ANA MENDOZA, NURIA MESA, SARA MICÓ, JOSÉ MARÍA MIGUEL, LUNA MIRALLES, INMA MOGA, EDUARDO MOLINO, SERGIO (DEL) MONTEVERDE, JULIO MONTEVERDE SÁNCHEZ, CONCEPCIÓN MOR, DOLAN MORALES, JAVIER MORANO, CRISTINA MORENO, ANTONIO MORENO, ELOY MORENO, JAVIER MORENO, SEBASTIÁN MORENTE, ESTRELLA MOYA, MANUEL MUÑOZ, MIGUEL ÁNGEL NAVARRO, ÓSCAR NETO DOS SANTOS, MANUEL NIETO, LOLA NORDBRANDT, HENRIK NUÑO, SIHARA OLMOS, ALBERTO OREJUDO, ANTONIO ORTIZ, DEMIAN ORTIZ ALBERO, MIGUEL ÁNGEL PALOMEQUE, AZAHARA PAPELES DEL NÁUFRAGO [Antonio Lafarque y Aníbal García] PARDO VIDAL, JUAN PARRA SANZ, ANTONIO PEÑA DACOSTA, VÍCTOR PEÑALVER, PATRICIO PEÑAS, ESTHER PÉREZ CAÑAMARES, ANA [Querida hija imperfecta] PÉREZ CAÑAMARES, ANA [Las sumas y los restos] PÉREZ LEAL, AGUSTÍN PÉREZ MONTALBÁN, ISABEL PERONA, JESÚS PICÓN, EMILIO PRADA, JUAN MANUEL DE PRUDENCIO, JESÚS PUJANTE, BASILIO PUJANTE, MANUEL QUIJANO SÁNCHEZ, EDUARDO RÍOS, BRENDA RIVAS GONZÁLEZ, MANUEL ROBLES, SALVA RODRÍGUEZ, ALFREDO RODRÍGUEZ, ALFREDO [Urre Aroa] RODRÍGUEZ, ALFREDO [Días del indomable] RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, ANTONIO RODRÍGUEZ PAPPE, SOLANGE ROMERO MORA, J.D. ROMERO MORA, J.D. [En el desvarío] ROSADO, JUAN JOSÉ ROSSELL, MARINA RUDEL, JAUFRÉ RUIZ GUERRERO, Mª CARMEN SALSE BATÁN, ALEJANDRO SÁNCHEZ, GINÉS SÁNCHEZ, GINÉS [2096] SÁNCHEZ, GINÉS [MUJERES EN LA OSCURIDAD] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [El nudo] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [FACTBOOK] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [LA CADENA DEL FRÍO] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [LOS QUE ESCUCHAN] SÁNCHEZ GÓMEZ, MARISOL SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS [Pastillas debajo de la lengua] SÁNCHEZ MENÉNDEZ, JAVIER SÁNCHEZ ROBLES, MIGUEL SÁNCHIZ, ANTONI SANTOS, ABEL SCHWEBLIN, SUSANA SEÑOR, RUBÉN SERRANO, PABLO SORIANO, ADA SUANE, SAÚL TRIGUEROS, SARA J. ÚBEDA, ANABEL URÍA, JUAN MANUEL VAL, FERNANDO DEL VALDÉS, ANDREA VALERO, MANUEL VALLÈS, TINA VARAS, VALENTINA VEGA, MIGUEL VERA FIGUEROA, ALBA VICENTE, TERESA VICENTE CONESA, FRANCISCO VILA-MATAS, ENRIQUE Hemeroteca
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