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EL COLOQUIO DE LOS PERROS

ENTREVISTAS

PERSISTIENDO

ÁLVARO CORTINA

30/6/2024

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Entrevista realizada por AMANDA ZAMORA DEL BAÑO

Garravento, la garra al viento

Álvaro Cortina, experto en Filosofía, ha escrito una novela en la que diversas situaciones atroces conducen al lector a la más sincera empatía por Florinda, su protagonista. En ella, se pone a prueba la ética y la moral humana a través de la venganza, la amistad y el amor. Garravento es un libro que, en definitiva, conlleva una reflexión sobre la humanidad y sus deseos más primitivos. Queremos saber más sobre la garra al viento.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Qué relación mantiene, como autor, con la cetrería?
 
—ÁLVARO CORTINA: Verás, mi relación con la cetrería es esencialmente literaria e ideal, aunque para preparar el libro tuve relación con algunos cetreros. Uno de los primeros libros que yo me compré, es decir, que yo hice parte de mi colección, fue El noble arte de la halconería de Enrique Fernán González. Después, siempre he sentido “verdadera devoción” (como los del pueblo de Amanece que no es poco por el escritor William Faulkner) por Félix Rodríguez de la Fuente, que, antes que nada, en los 60, fue el autor de El arte de la cetrería. De modo que mi cuelgue con las rapaces, amiga Amanda, viene de largo. Pero cuando preparé el libro conocí a varios cetreros y anoté mentalmente todos sus actos, gestos y consideraciones. Descubrí, además, que los cetreros hablan sobre águilas arpías como en susurros pecaminosos.
 
—ECP: ¿Piensa realmente que Kant se refería a los extraterrestres cuando mencionaba a «cualquier criatura racional»?
 
—ÁC: En el libro, como sabes, se hace un comentario en extenso de Immanuel Kant y la vida extraterrestre. Este libro, imaginario, es como un personaje: por tanto, no es mío, sino de Manfredo y no se me deben atribuir todas las tesis. Ahora bien, en respuesta a lo que me preguntas, sí, sin duda. En eso coincido con Manfredo: Kant no piensa en animales. Por otro lado, su proyecto no es antropología. Kant busca delimitar las fronteras y resortes de la “Razón”: del hombre le interesa ahí su capacidad para entrar, por decirlo así, en el reino de la razón. Y, sí, creo que deja abierta la puerta a los seres racionales allende la Tierra.
 
—ECP: Cuando Garravento se menciona en el libro, el lenguaje se torna paulatinamente más brutal. ¿Esto fue planeado o surgió espontáneamente con el desarrollo de la novela?
 
—ÁC: El libro tiene sus propios movimientos, por decirlo sinfónicamente. El movimiento más largo es el de las Sisargas, que no es siempre brutal, sino que comienza como un adagio lúgubre con aires stevensonianos. En todo caso, no fui consciente de que el lenguaje era paulatinamente más brutal: el ataque a Constante es bastante brutal, ¿no crees?
 
—ECP: ¿Representan cada uno de los miembros de Amigos del País los diferentes estratos de la sociedad española?
 
—ÁC: Son el mismo estrato, ¿no crees? Eso sí, cada uno de ellos representa un oficio de la labor de crear un libro. ¿Había reparado en ello? Manfredo es el autor, Ragnarr el distribuidor, Constante el corrector, Elvira la editora y los de Micromegas son los lectores, los intérpretes. ¿Qué lugar ocupan Florinda y Garravento? Ellas son el mito que late detrás de cualquier libro que esté vivo. Todos ellos completan el libro: cada parte es esencial. Entre los Amigos y Micromegas sí hay, por decirlo así, una diferencia de estrato. Violante es aquí la Academia. Por otro lado, Florinda pertenece a un mundo distinto, en efecto.
 
—ECP: ¿Querían verdaderamente Ragnarr, Elvira y Constante a Manfredo o aprovecharon la publicación de su trabajo para mostrar su desprecio?
 
—ÁC: Quería que el libro sembrase dudas en ese sentido, pero tampoco quise despejarlas. De todo este asunto tan sólo vemos como un fogonazo, con figuras y acciones, pero hay un fondo denso, una suerte de tapiz opaco, que nos obliga a especular: quería que hubiera un misterio imposible de desentrañar.
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—ECP: ¿Se inspiró en alguien en concreto para moldear a los personajes de los Amigos del País?
 
—ÁC: Sí, me inspiré en gente; en trozos de personalidades. Algunos escritores famosos. Pero no se puede decir.
 
—ECP: A lo largo de la novela, podemos observar que se repite el nombre completo del águila (Garravento, la garra al viento) en numerosas ocasiones. Sin embargo, ocurre un suceso en la narración que causará que se cambie la segunda parte del nombre distintas veces (por ejemplo: Garravento, la furia al viento). ¿Este cambio de nombre hace referencia a la relación que mantiene Florinda con el águila?
 
—ÁC: ¡Bien visto, Amanda! Como sabes, es un libro barroco, lleno de nervio de lenguaje: juego con las palabras y pretendo sacarles fuerza y diferentes sentidos (diferentes interpretaciones) desde el inicio hasta el final. El lenguaje tiene que ser aquí como la zarpa de la arpía, ¿sabes?
 
—ECP: Al final de la novela, ¿Florinda proyectaba su cariño hacia Manfredo en Garravento?
 
—ÁC: Yo creo que es un libro feroz, pero con muchas ternuras, he de decir. Recomiendo la lectura de esta noticia:
https://www.todoliteratura.es/noticia/59739/poesia/sonetos-para-una-novela-de-alvaro-cortina.html
 
—ECP: ¿Provenía el deseo de venganza de Florinda de su propia relación con los “Anti-Manfredos” aparte de por la situación de su marido?
 
—ÁC: Esto nos devuelve a una de las anteriores preguntas: el torbellino psicológico de fondo nunca se dilucida. Eres tú, como lectora, la que tiene que interpretar, mirando más allá del biombo del ruido y de la furia, del retablo febril que aquí dibujo. Y gracias por ser una excelente lectora.
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MARTÍN ZÚÑIGA

29/6/2024

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Entrevista realizada por: JUAN YUFRA
No siga ese pájaro

Martín Zúñiga (Cusco, 1983) se formó literariamente a finales del siglo XX y principios del XXI, por ende, experimentó un periodo de profundos cambios en la sociedad peruana. Los materiales con los cuales fue forjando su producción lírica responden a un contexto crítico de disidencias y continuidades estético-formales que su obra gradualmente fue recogiendo y simbolizando. No cabe duda que la impronta de esas incertidumbres su generación las trazaría como coordenadas y como única estrategia de confrontación con el lenguaje y sus fronteras. La poesía de Zúñiga metaforiza los tiempos actuales, las experiencias cotidianas y recurre, a veces, a la desmitificación del sujeto, que en su poética se recrean irremediablemente.
A continuación, presentamos una entrevista llevada a cabo en el mes de mayo, donde el poeta traduce su visión del mundo y comparte su experiencia de crear y vivir lo más cerca de la poesía.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: La poesía suele ser una excusa para escribir sobre el mundo y muchas veces un espacio donde se aloja el olvido. ¿Estás de acuerdo con lo antes mencionado o crees que la poesía ya no tiene un lugar en esta vida?
 
—MARTÍN ZÚÑIGA: La poesía es esencial a la vida del ser humano, a sus posibilidades, potencialidades, sueños y esperanzas. Sin poesía, el espacio del ser es un espacio limitado, sin ventanas por las cuales mirar, sin grandeza a qué aspirar. Y esto está tan presente en nuestra forma de ver el mundo que cuando alguien se refiere a un hecho o a un acontecimiento como “poético” o como “poesía”: ese atardecer / ese partido / ese viaje es todo un poema; esa película es poesía pura; aquel beso / aquella fiesta / aquel video fue como un poema; se refieren a algo sublime, maravilloso, que está más allá de los límites de lo común. Si algún espacio tiene el poema, es aquel que nos empuja, como especie humana, más allá de nuestros propios límites y nos hace posible percibir, soñar, pensar en otro mundo posible, siempre mejor, siempre esplendoroso. De esa manera nos convierte en inconformes y nos da ánimos a seguir construyendo, es decir, a seguir viviendo.
 
—ECP: Tu proceso creativo se nutre de referencias cotidianas, expresiones coloquiales; en otros casos te conectas con la tradición poética hispana, pero sin abandonar el signo intimista que explora las emociones que embargan a los individuos.
 
—MZ: Pienso en primera instancia en lo que puede hacer el lenguaje, el signo y el no-signo lingüístico, en lo que es y en lo que podría ser. A partir de ello investigo tanto en lo cotidiano, en el día a día, para hallar alguna forma que me permita decir, que le permita al poema tener existencia para decir. Por ello me es importante también explorar en la tradición (sea hispana o de otras latitudes) y en lo que nos constituye como seres humanos: esa intimidad que a veces sí, a veces no, se puede asir a través del lenguaje y que nos constituye, quizá más que ninguna otra forma, en la comunidad que somos, en la reunión y vinculación de la que como individuos tomamos parte.
 
—ECP: Respecto a No siga ese pájaro, percibimos un texto que se construye desde miradas disímiles. ¿Crees que la plasticidad del discurso lírico en el cual se sostiene es un guiño a la originalidad?
 
—MZ: No me es tan importante, como creo que le pasa a muchos de los que nos dedicamos a este oficio, tener presente la idea de originalidad, pero sí en la plasticidad de lo que se puede llegar a hacer con el lenguaje, con el aparato que llamamos discurso lírico, y que puede ser abordado y atacado desde tantos puntos como sea posible para animarlo, ponerlo en movimiento, pues su quietud podría hacernos pensar en algo ya acabado, ya dicho, hasta quizá pétreo; lo cual es todo lo contrario a lo que pienso de lo lírico: un discurso en permanente ebullición y movimiento que se filtra más allá de lo que llamamos socialmente poema y está presente en todas las actividades de la vida humana, desde las más prosaicas, como puede ser la programación tecnológica o computacional, hasta las más sublimes, como la danza o los viajes estelares.
 
—ECP: Es decir, tu poemario es uno y varios libros, una suma de fragmentos, de textos que se integran a un todo, que se contraponen y que al final de cuentas se decanta por una reflexión sobre la inmediatez de las emociones. ¿Qué opinas sobre el punto?
 
—MZ: Es interesante trabajar con la mirada del lector, para que en ese movimiento que se arma entre lo fragmentario, la aglomeración y la no linealidad, pueda darle espacio para pensar, para jugar, para interactuar con el objeto libro. No hay fórmulas dadas y el libro en suma es una propuesta, una interrupción en la linealidad de lo rutinario. Todo poema, pienso, deja una huella porque interrumpe el espacio-tiempo en el que estamos sumergidos en nuestro movimiento. Lo interrumpe, te lleva en otra dirección, y luego te regresa al mismo punto de donde te sacó, pero vuelves distinto, cambiado, como si todo Heráclito y sus ríos hubiesen pasado a través de ti. Si un texto poema logra eso, cumple con su función. Su particularidad se hace concreta, se hace tangible y allí surge también el espacio para la reflexión que es un modo en que el pensamiento se vuelve sobre sí mismo y se auto-interroga, medita. El objetivo de su introspección puede ser a veces su emocionalidad o puede ser cualquiera de los otros elementos que constituyen su identidad.
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Martín Zúñiga © Daniel Mordzinski
—ECP: Experimentar con el lenguaje, con las posibilidades que brinda la realidad y sus modalidades de representación en la virtualidad, ¿te aportó algún material para el proceso creativo?
 
—MZ: Totalmente. Los límites del poema son los límites de aquello que es lenguaje. Incluso aquello que es solo virtualmente lenguaje, pero que está dentro de lo real y trata de ser decible. Porque, aunque el proceso creativo quiera en suma tratar de hallar la forma en que el poema se vuelva concreto y particular, tiende a divagar por todas las materias que están a su alcance, con elementos que pueden resultar extralingüísticos incluso, pero que terminan convirtiéndose en signo, porque ese es el problema, el sino del poema: todo cuanto cae dentro de su espacio termina significando y convirtiéndose en habla y en lenguaje.
 
—ECP: Hay una parte sumamente significativa y que funciona como un intento por decir lo mismo; pero, con otras palabras, me refiero a los “Frag”, donde el yo poético enuncia una multiplicidad de formas de acercarse a las cosas más comunes e inadvertidas.
 
—MZ: Como una cámara que se pasea por la ciudad y va tomando pequeños recortes, inadvertidas instantáneas de lo que sucede delante suyo; aun de manera inconsciente, estos Frag, recogen ello y ponen en escena la interrogante sobre el soporte de lo lingüístico: ¿es lo mismo que la misma frase u oración (elija la que quieran) esté escrita en una pared o en el titular de un periódico? ¿Su soporte cambia su significación? Yo sospecho que sí, y que en tanto sean múltiples y cambiantes los soportes, del mismo modo serán sus significaciones. Ahora estamos en una era de pantallas (seguramente esto lo están leyendo en alguna pantalla) y los “soportes” tienen más que ver con la multiplicidad de espacios o apps en las cuales se escribe y se “publica”: es diferente publicar lo mismo en Wattpad o en un blog. Pero el soporte sigue siendo de bytes y de pantallas. Habría que pensar que fuera de lo digital, nuestros espacios de expresión son todavía posibles y hay mucho donde experimentar. Pongo el ejemplo del proyecto de Eielson de enviar un poema a la luna o del famoso «esta vertical celeste proviene de alfa de centauro», que son también modos de poner en interrogación las posibilidades de que el soporte de lo lingüístico son parte del signo y donde hay un gran espacio para interrogarlo.
 
—ECP: ¿Escribir poesía en los tiempos actuales es una muestra de disidencia?
 
—MZ: Es un acto de fe, entendido este acto como fe en la especie humana y en todo lo que de ella va permanentemente surgiendo. Y no solo la belleza, pues con ella también a veces viene el horror, pero estamos aquí hace poco tiempo, aquí en el universo, y aún nos falta mucho por aprender de nosotros mismos, y mucho por hacer, por crear, por perdonar e iluminar. En ningún caso la historia ha sido clausurada; y, por el contrario, estamos en una constante búsqueda de nuestro destino. Si hay alguna disidencia en ello, es la de disentir con los conformismos, con los sistemas que se consideran a sí mismos como la última o única opción, una disidencia de esos proyectos que creen que existe un solo tipo de modelo social, político, económico; y por ello la poesía va contra todo individualismo, egoísmo o autoritarismo, contra toda necedad, idiotización o mediocridad, pues impulsa a los seres humanos a lo comunal, a lo fraterno, a hacer visibles y patentes sus vínculos, desde los más humildes o diáfanos, como ver por el espacio compartido sea esta la casa, la plaza, la escuela; hasta los más difíciles o gruesos, como ver por el futuro común; y por otro lado nos impulsa a la búsqueda de otras maneras de ver, a posicionarnos en diferentes perspectivas y considerarlas todas. Es de allí que arranca el ejercicio del poema, y hacía allí que nos impulsa a la vez.
 
—ECP: Este libro es ambicioso por la factura que revela en el manejo de los elementos que provienen de la vida y de la naturaleza humana. ¿Hasta qué punto el poeta nombra con su palabra una realidad que a los demás se les vuelve imposible de describir? ¿Cuál es tu concepto de poesía que actualmente defenderías frente a la incursión de las cosas aparentes que esta modernidad nos impone?
 
—MZ: Si alguna finalidad (pienso no solo en lo utilitario que connota la palabra, sino también en lo mediato por su momento crítico en que acaba o da fin) tiene la labor del poeta, es la de abrir posibilidades a lo decible y por lo tanto también a lo pensable e imaginable. Hay algún momento clave en el que dos instancias aparentemente sin ninguna ligazón semántica entre sí, se encuentran por la labor del poeta y van creando una posibilidad. Y digo instancias y no palabras, porque pueden ser dos ideas, dos materiales, o cualquier otro tipo de elemento con los cuales el poeta va a articular un lugar, un topos, alrededor y dentro del cual se van a ir aglomerando y reuniendo ciertas funciones con las cuales podemos ir trabajando en el mundo. O, por otro lado, toma el poeta un lugar ya existente y le saca lustre, brillo, lo actualiza o lo falsea, para mantenerlo en vida, en movimiento. Sin esa labor, lo que conocemos como lo humano, se iría marchitando y reduciendo cada vez más.
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PATRICIO PEÑALVER

26/6/2024

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Entrevista realizada por ANTONIO MARÍN ALBALATE
Un escritor con nombre

Patricio Peñalver Ortega (Espinardo, Murcia, 1953) es periodista y escritor. Se inició en la década de los 80 como columnista y reportero del desaparecido Diario 16, continuando después con colaboraciones habituales en La Opinión, La Verdad, ABC, EFE, Onda Regional de Murcia, y la televisión autonómica Canal 7. Vinculando su trabajo profesional con dos de sus pasiones reconocidas, la cultura y el conocimiento, ha escrito crónicas, artículos, entrevistas y críticas. Ha hecho un especial seguimiento informativo durante más de 30 años del Festival Internacional del Cante de las Minas de La Unión, entidad que le ha otorgado el premio Carburo de Oro (2009) y, en la modalidad de periodismo, el trofeo Pencho Cros (2015). Aún así, es la literatura, y su dedicación como escritor, la que concentra su interés. Ha publicado, hasta la fecha, siete libros: Una novela sin nombre (Nausícaä, 2000); El murmullo de las estaciones (Nausícaä, 2002); Tiempo de transición (Huerga & Fierro, 2013); La muerte del minotauro (Renacimiento, 2017); Personajes murcianos de fin de siglo (Tres Fronteras, 2021); ¡Apunten! ¡Fuego! ¡Viva la República! (Renacimiento, 2023) y Aunque parezca mi autobiografía tal vez sea la tuya (La Fea Burguesía, 2024).
Al igual que el gran Pepe Hierro, Peñalver Ortega se deja caer en su bar favorito —bares, esos lugares— rodeado de rubias de salvaje espuma para, rugiéndole a la musa, sentir cómo cae su pensamiento, calamar hecho tinta de escritura sobre el absorbente papel de las servilletas. Da igual si hay gente o no. Patricio escribe y escribe. Y es que, para fortuna de sus lectores, no sabe hacer otra cosa.
Conozco a Patricio desde el siglo pasado. Siempre vi en él a un tipo inteligente y cercano. Me precio de tenerle como amigo.
Vaya por delante mi gratitud por haber pensado en mi persona para sus presentaciones cartageneras. Una en 2013, con motivo de Tiempo de transición, en la librería Ler y, la más reciente, en 2024 y en La Montaña Mágica, a propósito de su última obra, que ya es de todos, Aunque parezca mi autobiografía tal vez sea la tuya.
El poeta y sin encargo amigo Juan de Dios García, sabiendo de mi querencia por el bueno de Patri, me invita a preparar una entrevista para publicarla en la estupenda revista virtual El coloquio de los perros.
Vaya por delante mi gratitud a ambos amigos y sin encargo escritores.
Ciertamente leída y anotada en sus márgenes esta Autobiografía, he sentido por momentos que viene a ser la mía. Aunque no tuviera yo un Dyane 6, sino un 600, por decir algo. Ni, desde luego, haya viajado en coche más allá de Albacete o Alicante. ¿Y qué más da?
Viene a ser la mía por muchas similitudes, en cuanto a infancia se refiere y, sobre todo, por la música que suena en todas sus páginas.
Leyendo este libro he pisado París, como Budapest, porque de alguna manera uno llega a sentirse protagonista de cuanto cuenta.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Según narras en tu Autobiografía, de un Dyane 6 pasaste a un Simca 1000. ¿Sobrevivieron al paso del tiempo?
 
—PATRICIO PEÑALVER: Bueno, el único coche que tuve fue aquel Dyane 6 con el que siempre me sentí acoplado, lo compré de segunda mano en la concesionaria, tenía el morro pintado de negro, y fue como un amor a primera vista, nunca me fue infiel. Me sentía a bordo de un Pegaso en el que volaba sin sobresaltos de manera alada. Un verano de amores despechados mi amigo el escultor Pedro Noguera me sugirió la idea de viajar por Europa, sin rumbo fijo. Y aquel fue un viaje iniciático, yo sólo conocía el sur de Francia por una vendimia, y de pronto nos vimos por carreteras y autopistas recalando en ciudades y en lugares que nos atrapaban, como a Ulises, y que nos invitaban a interrumpir el viaje más de lo debido, por esos más de catorce países que transitamos; sólo teníamos un compromiso: visitar a un amigo de Pedro en el profundo sur italiano; nuestro amigo no estaba allí y fuimos a buscarlo hasta San Remo. Desde allí regresamos, como Ulises, a nuestra particular Ítaca. Después, ese Dyan me acompañó durante dos años por las carreteras de Blanca y Abarán, los martes, y Jumilla y Yecla, los jueves. Mi Dyan ya formaba parte de mi vida, también de mi vida amorosa. Una noche, con una amiga que nos mirábamos mucho, al salir de una discoteca, el Dyan tomó el camino del monte y desde ahí, contemplando abajo las luces de la ciudad como si fueran estrellas, sonaba y sonaba ‘Tubular bells’ de Mike Oldfield, hasta que se agotó la batería del coche. Con mi Dyan podría decir que «he visto cosas que vosotros no creeríais».
Hasta que llegó una de esas etapas de ruina, en la que quedé sin un euro. Y ahí, en la puerta de mi casa, se quedó mucho tiempo. ¡Ay, mi santa madre lo que sufrió!
Lo del Simca 1000, en realidad, era el coche de mi amigo José Luis, y con dos amigos más nos decidimos a recorrer en verano las fiestas del Norte, y pasamos de los San Fermines a las de la Romería de El Carmín de Asturias; del Festival de Ortigueira en la costa de Coruña hasta las fiestas de Bilbao. No sé si era difícil hacer el amor en un Simca 1000, en cambio sí puedo garantizar que era imposible dormir.
 
—ECP: Me sonrío cuando en las primeras páginas de esta obra recuerdas al vecino aquel que sacaba la televisión a la calle (en aquellos tiempos no todo el mundo podía tener la cosa-visión esa) para que la viesen sus amigos. Algo parecido viví yo. El niño que fui se acuerda del primero del barrio que tuvo una tele; en verano la sacaba a la calle. Al principio de gratis. Luego, cuando vio que podía ser rentable, cobraba una peseta por persona, aun cuando la gente llevara su propia silla. Realmente aquello era lo más parecido a un mini cine. Hablando del séptimo arte, dices que sueles ver una película antes de acostarte. ¿Cuál es tu género preferido en esta materia?
 
—PP: Recuerdo esa España sombría en blanco y negro, de la leche en polvo americana en los colegios públicos. En mi barriada ningún vecino pudo comprar un televisor, sí en otro barrio que llamábamos el de abajo, y sí recuerdo haber visto la televisión desde la puerta de alguna casa. El primer televisor de mi barrio llegó al Centro Social y los partidos de fútbol entre el Real Madrid-Barça eran apoteósicos, con alguna que otra bronca. Por esa época me inventé unos números de circo en el patio de mi casa y les cobraba dos reales a los vecinos. También recuerdo las verbenas improvisadas en mi calle, en la puerta de un emigrante que regresaba de Alemania y se había traído un tocadiscos, con aquellas canciones que recuerdo de «mi amor entero es de mi novia Popotitos» o «Marina, Marina, contigo me quiero casar». Mi relación con el cine viene de muy lejos, tal vez desde mis nueve años; junto a mi casa había un cine de verano que funcionaba desde mayo a octubre, con sesión doble, la primera película la volvían a repetir; aunque no había dinero para entrar cada día, se establecía una cierta connivencia con los porteros. Todas las noches asistía y cuando me quedaba dormido venía a recogerme mi padre. Con respecto a los géneros, siempre he sido muy heterodoxo, cuando comencé a ver aquellas magníficas del neorrealismo me quedé impresionado con aquella escena del padre y el hijo, cuando le roban la bicicleta, en aquella famosa película de Vittorio De Sica. En esa etapa mi padre tenía una bicicleta, que utilizaba para ir a trabajar, y que para él era como un Mercedes; después, más de una vez me la dejó para ir a la pedanía de Los Garres, con otros amigos, para ir a ligar. A pesar de que junto a un cine nos guardaban las bicicletas, yo siempre estaba preocupado por si le pasaba algo. La imagen del ladrón de bicicletas se me había grabado. Obviamente, he visto mucho cine de todos los géneros. Ahora, por ejemplo, vuelvo a ver películas de Ingmar Bergman y me vuelven a maravillar; lo mismo me pasa, de manera distinta, con Alfred Hitchcock. El cine francés de la nouvelle vague siempre me encantó. Desde siempre regresó una y otra vez a las fascinantes propuestas de François Truffaut. También me gusta el cine militante y reflexivo de Kean Loach, frente a esas cursilerías de las americanadas con esas gentes de grandes casas y de cochazos. Actualmente me siguen interesando mucho Andrei Tarkovski, Wim Wenders, David Lynch, Aki Kaurismäki o Paolo Sorrentino. Por supuesto que sigo el cine español: clásico y actual. Como te decía al principio, suelo ser muy heterodoxo con los géneros y, sí, suelo ver dos películas, casi todos los días. Por ejemplo, ayer volví a ver Noches blancas de Visconti y el otro día me acerqué a la filmoteca regional Paco Rabal de Murcia para ver el estreno del corto Coliflor, y otro dos más: Valores y Avería del director murciano Dany Campos, y me gustaron mucho, me sorprendieron.
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—ECP: Años cincuenta y sesenta, tiempos sombríos aquellos. Aun así, la infancia siempre se recuerda como una etapa donde todo está por descubrir; donde el asombro, ante cualquier cosa nueva, es constante. El niño que fuiste, tan hambriento de cultura, leía todo lo que caía en sus manos. Me gustaría preguntarte si fue el leer lo que te llevó, posteriormente, a disponer palabras en un papel. Dicho de otro modo: ¿cuándo sentiste la pulsión de escribir?
 
—PP: No sé exactamente cuándo se produce exactamente esa pulsión y por qué me puse a escribir, lo que sí sé es que comencé a una edad muy prematura. Mi abuelo era belenista y las figuras para su transporte las liaba en papel de periódicos. Aún recuerdo la montaña de ABCs y las revistas Blanco y Negro almacenadas en una habitación; ahí me metía y hojeaba entre tantas páginas al azar. Después, leía todas las tardes en voz alta y mi abuelo me escuchaba y me corregía sonriendo. Cuando llegaban mis primos, que eran 6 años mayores, les decía que si no les daba vergüenza que un crío ya supiera leer. Lo cierto es que, al modo cervantino, yo tenía la costumbre de leer cualquier papel que me encontrara por la calle. Después me inicié con la lectura intensa de tebeos, en la papelería de Miguel de los Tebeos, de Espinardo, se podían cambiar varios por 20 o 30 céntimos de peseta. Más tarde, en la adolescencia, llegó la pasión de leer novelas y yo creo que más tarde llegó esa pulsión de escribir.
 
—ECP: Música y palabras deben ir siempre de la mano. Eso creo. Luego está también la música de las palabras, cuando al escritor, ya con voz propia, se le reconoce por el sonido de su escritura. En este libro (como ya me advertiste) hay mucha música, de todos los géneros posibles. ¿Cómo definirías la música de tus palabras?
 
—PP: No sé definir de manera precisa la musicalidad en lo que escribo, sin embargo, sí tengo muy claro que la música forma parte de todo lo que escribo. En casi todos los libros hay referencias musicales y en la autobiografía especialmente hay mucha. Al hacer un recorrido por casi toda mi vida, desde la niñez hasta la adolescencia, hago mención a las letras de muchas canciones de los guateques. Además, cuando escribo mis textos, suelo escuchar música. He escuchado tanto a David Bowie como a Lou Reed o las Variaciones Goldberg de Bach, que me concentran mucho y por momentos me inspiran.
 
—ECP: ¿Qué es para ti la música y cuáles son tus géneros preferidos?
 
—PP: Para mí la música es vida y no concibo la vida sin música. De adolescente quise ser músico y mis primeros dos trabajos laborales los perdí por cuestiones de horarios para ensayar. Mi vida giraba en torno a la música y a las chicas; era muy enamoradizo. Llegué a cantar en las fiestas de mi pueblo. No sé ni cómo me atreví al ‘Proud Mary’ de los Creedence Clearwater Revival. En lo que respecta a los géneros, soy muy heterodoxo. Dependiendo del momento lo mismo escucho clásica que jazz; rhythm and blues que rocanrol, algún que otro grupo indie o canción de autor.
 
—ECP: ¿Qué supone el flamenco en tu vida?
 
—PP: El flamenco es una forma de vivir, de sentir. Uno no sabe ni cómo ni por qué, de pronto se instalan esas enigmáticas cadencias musicales, y ese desgarro o alegría le pellizca el alma. La historia del flamenco se puede estudiar y escuchar, al margen de los directos. Hoy tienes, por suerte, casi todas las grabaciones en YouTube. Si uno se adentra en esa historia del flamenco, escuchando discos, leyendo libros, puede llegar tranquilamente, cada vez, a saber menos, o al modo socrático, concluir: «Sólo sé qué no sé nada». A esa conclusión llegué yo hace ya un tiempo. No me interesa, por lo general, lo que escriben los profesionales del flamenco, aunque sean necesarios. Prefiero olvidarme de las teorías y sentir de pronto una ráfaga de emoción durante una actuación o en la escucha de un disco que de manera azarosa te llegue a la mente, en mitad de la noche o recién levantado. A mí la chispa del flamenco me llegó de niño. Vivía en una barriada obrera, de perdedores, en la que convivían un grupo de gitanos. Y tengo un recuerdo muy nítido de aquellas hogueras para pasar el frío y de aquellos bailes y cantes al compás de las palmas en torno a las circunferencias de esos braseros, por tangos o bulerías. También recuerdo en aquel bar de Perico los calichazos de coñac y anís que se bebían los obreros, mientras en la máquina de discos se escuchaba a Juanito Valderrama, Rafael Farina, El Mejorano, Canalejas del Puerto Real o Antonio Molina. Así que, para mí, el flamenco siempre está ahí, de manera especial cuando tengo necesidad de escucharlo.
 
—ECP: Según dijo Ramoncín, Francisco Umbral, a quien tú y yo admiramos, hoy seguramente estaría prohibido. ¿Lo crees así también? ¿Qué opinas de este tiempo tan políticamente correcto?
 
—PP: Yo recuerdo aquellos tiempos del franquismo en el que se prohibía todo, obviamente menos ser franquista, fascista, falangista o nazi. Más de tres reunidos en la calle ya era manifestación ilegal y si repartías octavillas contra el régimen te podían caer como mínimo 18 meses de cárcel. De hecho, el Tribunal de Orden Público duró hasta el 4 de enero 1977. Y, efectivamente, recuerdo haber visto en algunos bares del barrio chino o en algunas barberías los famosos carteles de: “Se prohíbe cantar”. En estos tiempos políticamente correctos observo un serio macarreo en el lenguaje por parte de las fuerzas reaccionarias con la intención de confundir o deteriorar instituciones democráticas. Y de eso de la batalla cultural, ya no digo nada, entre bulos, difamaciones y reescrituras de la Historia.
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Antonio Marín Albalate y Patricio Peñalver autobiografiándose © Guillermo Egea
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Entrevista en la librería La Montaña Mágica (Cartagena) © Guillermo Egea
—ECP: Desde que Facebook entró en nuestras vidas, has utilizado esta red para ir posteando en tu muro, por entregas, tus obras. ¿Con qué fin lo haces?
 
—PP: Sinceramente, para vender mi literatura, como pescado fresco, que es capaz de llegar al instante al otro lado del Atlántico. Gracias a este mecanismo he llegado a contactar con otros escritores y lectores. También para divertirme, a ratos intentando usar la ironía. Facebook es como una antigua corrala, y ahí puedes encontrar todo tipo de gente, cada uno con sus cosas y sus manías, que no tienen que ser menos importantes que las de uno.
 
—ECP: Para aquellos lectores que aún no conozcan tu ya larga y consolidada obra, se me ocurre plantearte unas preguntas breves para sendas respuestas también breves o bravas, según veas tú. ¿Por qué Una novela sin nombre?
 
—PP: Yo siempre utilizo la frase de Umbral: «Yo aquí he venido a hablar de mi libro». Cuando lo cierto es que no me gusta monologar sobre mis libros. Yo creo que Una novela sin nombre era una necesidad de explicar, a través de un profesor de instituto de Filosofía, en provincias, desde un punto de vista existencial, qué estaba pasando en ese fin del siglo que terminaba y en el nuevo milenio que nos llegaba. Recuerdo, por entonces, que un profesor ya mayor veía obscenidades en mis personajes en el trato entre profesores y alumnos y entre los diversos estudiantes. Ay, si viera esas relaciones ahora en 2024. Como nota curiosa te diré que fue la primera novela que publiqué, pero la tercera de las que ya tenía escritas.
 
—ECP: ¿Cómo sucede El murmullo de las estaciones?
 
—PP: Los libros para mí son como hijos. Y este ya se hizo mayor de edad y yo creo que hasta voló de mi casa. El murmullo de las estaciones fue la segunda novela publicada y aquí sí coincide en que fue la segunda novela que escribí. ¿Cómo sucedió? Como un ciclón, como un divertimento. Por cierto, un crítico de El Cultural la puso a parir. Recuerdo que el profesor Victorino Polo, que había estudiado con el crítico en Salamanca, una vez riendo me dijo: «¿pero tú le has violado a su hija?». Lo mejor llegó cuando unos días después un crítico del ABC la puso muy bien.
 
—ECP: ¿Estamos todavía en Tiempo de transición?
 
—PP: Bueno, visto con cierta distancia nos vendieron una Transición modélica. Obviamente, con aquella Ley de Amnistía del 1977 ya no se iban a investigar los cientos de miles de tropelías cometidas durante el franquismo. La transformación democrática de la sociedad la hicieron los trabajadores en las fábricas, los estudiantes y los jóvenes profesores, sin menospreciar a ciertos liberales o conservadores del régimen que intuían que había que pactar. Los militantes de la derecha democrática, por provincias, cabían en un taxi. Así que seguimos en Tiempo de transición. Desde el libro se cuenta de manera amable ese desencanto y me alegro que esta obra se haya estudiado en alguna Facultad de Derecho.
 
—ECP: ¿Cómo es La muerte del minotauro?
 
—PP: La muerte del minotauro narra los días de un torero español durante su campaña americana, de hotel en hotel, de país en país y de plaza en plaza. Él «mata las horas con la lectura de Cien años de soledad, mientras su chófer intenta escribir una novela y el mozo de espadas, siempre en busca de bares de ambiente, ignora que será secuestrado. En la trama también intervienen una cantaora, Lucía Vargas, con quien el torero había mantenido una relación amorosa; una cálida admiradora francesa y un compañero de ruedos, José Delgado, con quien el protagonista comparte una profunda enemistad. La acción se sitúa en Bogotá, en Colombia, pero también en Macondo.
 
—ECP: ¿Qué Personajes murcianos de fin de siglo te han calado más hondo?
 
—PP: Te he decir que, como profesional, me entregué a cada uno con la misma intensidad periodística. Tal vez los que más trabajo me dieron fueron los amigos, que, durante las entrevistas, entre copas y copas, se iban por las ramas y después tenía material para escribir, en vez de una página, un periódico entero.
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—ECP: ¡Apunten! ¡Fuego! ¡Viva la República! Un libro muy a tener en cuenta. ¿Cómo te imaginas a España de no haber triunfado aquel golpe de estado?
 
—PP: Lo peor fueron esas matanzas de miles y miles de republicanos en los primeros años de la posguerra, con juicios sumarísimos, y aquellos campos de concentración, el más cercano el de Albatera. Nos dejaron en el atraso unos cuarenta años con respecto a Europa y la mayoría de artistas e intelectuales y científicos tuvieron que abandonar El País. Ya con imaginarme que eso no habría pasado tengo bastante. Sin embargo, el tema da para escribir una gran ucronía.
 
—ECP: Aunque parezca mi autobiografía tal vez sea la tuya es un libro que me ha enganchado de principio a fin. ¿Lo has pasado tan bien escribiéndolo como yo al leerlo?
 
—PP: Lo pasé fenomenal, quería escribir un texto nada ampuloso con un estilo directo en el que primara el ritmo. Todas las tardes tomaba un café en el Zalacaín y, mientras tanto, iba pensado. Como ahí no podía escribir porque los amigos me entretenían, con lo ya pensado, y en cierto modo escrito ya en la cabeza, me iba al bar Ítaca y ahí escribía sobre un par de servilletas de papel que a la mañana siguiente pasaba al ordenador.
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LUIS MACHUCA

18/6/2024

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Entrevista realizada por REYES PASCUAL

Autobús nocturno

Luis Machuca, accésit al Premio Vitruvio de Poesía 2023, nos presenta su poemario Autobús nocturno, (Vitruvio, Madrid, 2024), una obra concebida desde la perspectiva espacio-temporal en sincronía con una predominante perspectiva existencial, una manifestación híbrida que toma como base la estética de cada palabra. Articula en la dicotomía de su obra la dimensión intensificada de una instrumentalidad poética que emana del pragmatismo y la dimensión de los recursos matizados, discurriendo coherentes al calor de la tendencia hegemónica de la poesía de la experiencia, reivindicando la musicalidad con una estética perfectamente integrada en la panorámica de su poesía.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Cómo definirías tu poesía?
 
—LUIS MACHUCA: Considero que es existencial, pero no creo que sea poesía de la experiencia. Es decir, no es una poesía donde se narran unos hechos ni se cuenta una historia. Tampoco creo que es poesía confesional, en la que se dan detalles de la vida íntima del poeta. Tal vez, en algunos poemas míos más recientes, después de Autobús nocturno, donde trato el tema de la infancia o de la adolescencia, se da cierto tipo de narración que parte de unos hechos, de aquellos momentos donde apelo a la memoria, aunque siempre con el propósito de trascender esos recuerdos.
Sí que parto de una realidad, pero tratando de indagar en ella; es una búsqueda, una reflexión, y también es trabajo con el lenguaje. Intento escribir poemas unitarios con una misma temática. En Autobús nocturno hablo, en general, del paso de tiempo, de la cotidianidad. Lo divido en dos partes: la primera, “La musculatura de los días”, con poemas breves y sin título; la segunda, “Tributos”, con doce poemas un poco más extensos en los que se da una poetización de grandes músicos del pop-rock internacional desde finales de los años 50 hasta la actualidad. Son homenajes a estos grandes músicos. Representan el paso del tiempo, a través de un trayecto en ese «autobús nocturno» que no tiene paradas físicas, pero esas «paradas» vendrían a ser dichos músicos. En mi opinión, no es una mirada nostálgica, como se refleja en la primera parte: «La niebla desfiguró / el camino del pasado / y sólo queda andar, / seguir caminando, / aunque sea en tinieblas».
 
—ECP: ¿Cuáles son los motivos que te llevan a escribir?
 
—LM: En mi caso, el hecho de encontrarme con la escritura fue casual y viene más bien desde pequeño. En Madrid, en mi calle, había una librería donde los estudiantes íbamos a comprar, además de material escolar, libros que nos mandaban para hacer trabajos sobre literatura. En mis manos, no sé qué tipo de trabajo me mandaron hacer los profesores, pero cayó una antología de Miguel Hernández, de la editorial Bitácora, en su colección Biblioteca del Estudiante, y su lectura debió prender la chispa en mí para escribir poemas. Desde entonces, con mayor o menor intermitencia, no he dejado de escribir. Lo de publicar es posterior y al principio no entraba en mis planes, hasta hace unos pocos años.
La motivación para escribir viene porque me considero más bien un lector apasionado y esta pasión por la lectura me lleva a escribir. No concibo la lectura sin la escritura, y viceversa. Uno va recibiendo una herencia poética y quiere dejar también su legado.
 
—ECP: ¿Qué autores te han influido y qué libro estás leyendo ahora?
 
—LM: Principalmente, Pessoa, Yeats, Rilke, el poeta metafísico John Donne es también uno de mis favoritos; Santoka, el poeta japonés y maestro del haiku. Entre los poetas que escriben en español, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso (Hijos de la ira es para mí uno de los libros más importantes de la poesía de posguerra). Entre los más recientes, aunque con una dilatada obra publicada, que han influido en mi poesía están Chantal Maillard, Eduardo Moga, Juan Carlos Mestre y el canario Pedro Flores. Por supuesto, no puedo dejar de lado a grandes maestros como Borges (tanto su poesía como su prosa), ni autores como el chileno Enrique Lihn o el ecuatoriano Juan José Rodinás.
Ahora mismo estoy leyendo una antología de Pessoa y sus heterónimos, con prólogo, selección y traducción de Octavio Paz; Cómo atar los bigotes del tigre de Gloria Fuertes (otra poeta que considero muy importante y no sólo en literatura infantil, sino en poesía para adultos), y voy a leer Paradero desconocido de Benjamín Prado, un poeta a quien considero muy importante dentro del panorama de la poesía española actual.
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—ECP: ¿Tu lenguaje poético, tu estilo de composición, han ido evolucionando?
 
—LM: Al principio escribía poemas sueltos, básicamente, que agrupaba en libros pero sin una temática unitaria. Los considero libros de aprendizaje. Desde 2018, más o menos, hasta hoy en día, son poemarios con una temática unitaria (¡ojo, no son poemas-río, pero sí existe una unidad temática en los poemas). Aparte de esto, hay una preocupación por el lenguaje, el ritmo, la rima.
El poemario anterior a Autobús nocturno era una poesía con poemas muy complejos tanto en su temática como en el lenguaje, con influencia de la ciencia, la tecnología, inspirado mucho por la poesía de la norteamericana Jorie Graham. Ahora mismo escribo un verso de arte menor, con un lenguaje más conciso, con una preocupación más por el ritmo, la rima, una utilización más amplia de recursos estilísticos.
 
—ECP: ¿Qué te aporta la poesía? ¿Cómo es tu proceso creativo?
 
—LM: Para mí la poesía es una forma de mirar, de estar atento, de percibir lo que no se percibe a simple vista o se nos pasa por alto. Es una forma de estar en el mundo. El poeta debe buscar ante todo la verdad. La poesía me aporta, aparte de placer, una forma de ver desde otra perspectiva, fuera incluso de la lógica racional.
Mi proceso creativo es lento y a veces tortuoso. Es decir, suelo escribir mucho cuando me viene una frase, una idea, aunque no tenga sentido, y a partir de ahí empiezo a dar forma al poema. En mi caso, empieza siempre con un verso o un par de versos, que serían el inicio del poema (el punto de arranque), y desde ahí intento completarlo, pero también lo que hago es que aunque tenga ese verso o esos versos iniciales, casi siempre los dejo reposar, en muchos casos hasta el día siguiente e intento, mientras tanto, seguir dando vueltas en mi cabeza a ese inicio. Ha habido algún caso en que después de estar una semana intentando escribir un poema, lo he abandonado porque no tenía mucho sentido. La mayoría de las veces, el poema se va escribiendo muy lentamente; es decir, casi nunca escribo un poema del tirón, y voy modificándolo constantemente hasta que tengo, por así decirlo, la base del poema. Escribo casi siempre cuando estoy fuera de casa: mientras espero o viajo en autobús o en tren, mientras estoy en una estación, o también en casa. Una de las cosas que suelo hacer desde hace algún tiempo es escribir de noche. Es decir, mientras duermo y cuando a veces me despierto, suelo anotar una frase. De noche es cuando me vienen muchos versos, ideas...
 
—ECP: ¿Cómo sabes que un poema o una obra está terminada?
 
—LM: En cuanto a los poemas, es cuando agoto lo que quiero decir. Dicho de otro modo, intento no repetir ideas, palabras, que no sean inherentes a los recursos estilísticos del poema. Cuando digamos tengo una estructura de lo que es el poema, veo si este se puede alargar o, por el contrario, se puede acortar. En muchos casos, hago más largo el poema cuando es necesario y en otros recorto todo lo sobrante. También, juego mucho con el ritmo: el poema debe sonar bien. A veces, con esto he estado mucho tiempo para hacer que sonase bien. Entiendo que hay poetas que les gusta escribir poemas larguísimos para desarrollar todo su potencial, pero en mi caso no suelo escribir poemas demasiado largos, aunque alguna vez lo he hecho. Por ejemplo, el último poemario que he escrito apenas he utilizado signos de puntuación, todo está escrito en minúsculas, y los poemas no tienen títulos. Es un poema unitario, bajo mi punto de vista. Esa es mi forma de escribir últimamente.
En el caso de una obra, sé que está terminada porque suelo presentar los poemarios a premios de poesía o a editoriales para su publicación, y ahí sí se ciñe al límite de 700 a 1000 versos que se pide para estos premios. Es decir, de unos 35 a 50 poemas.
 
—ECP: ¿Qué papel juego la música en tu obra?
 
—LM: Alguna vez había escrito poemas sobre músicos como Leonard Cohen, Paco de Lucía, Debussy, y algún otro poema sobre música en general, pero hasta ahora no había ido más allá. Se me ocurrió escribir sobre músicos (más bien la poetización de esos músicos), y sobre sus canciones más relevantes que aparecen en los poemas de Autobús nocturno de una forma solapada. Para mí fue todo un reto. Como ya escribí en algún otro poema lejano: «Porque la música, que tiene el don preciso / de la altura, es un regalo preciso para el alma / y nos hace volar, volar, volar».
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Luis Machuca presentando Autobús nocturno en la Biblioteca Municipal de Astorga © Pablo Méndez
—ECP: ¿Qué opinas de la difusión de la poesía con las tecnologías actuales?
 
—LM: En mi opinión, la poesía se puede difundir de muchas formas y no solo en la tradicional en formato de libro impreso. Yo mismo algunas veces he utilizado algunas de las principales redes sociales como YouTube, X, Facebook, Instagram, pero más bien para experimentar. También he publicado en revistas digitales como esta misma: El coloquio de los perros, Hambre, la peruana Kametsa, y en 2019 hice un experimento con una página web italiana: Alidicarta.it, es una página para publicar poesía de gente que no publica normalmente en editoriales. Pues bien, cada día traducía un poema, que ya tenía escrito por mí en castellano, al italiano, y cada día publicaba un poema. Ese era el reto, el experimento. Llegué a publicar un centenar de poemas. Por eso, pienso que se pueden utilizar las nuevas tecnologías, las redes sociales, para difundir poesía, bien a través de blogs u otras formas. No obstante, no todo lo que llega a las redes sociales es bueno. Yo prefiero el formato clásico del libro impreso, pero leo también muchas revistas digitales de literatura.
 
—ECP: ¿Qué consejos le darías a un poeta que comienza su andadura?
 
—LM: Primeramente, que lea mucho. Bajo mi punto de vista, no se puede escribir bien si no hay el soporte de la lectura detrás. Que se empape de los «clásicos». Que lea también otras tradiciones poéticas; es decir, la poesía tiene muchas tradiciones, y no hablo, por ejemplo, únicamente de la literatura española o en español. En mi caso, al haber estudiado el Grado de Estudios Ingleses, conozco algo la poesía inglesa, y además por haber leído y haber traducido bastante en ese idioma. Otro consejo, sería que conozca bien los recursos lingüísticos y que trate de utilizarlos en sus poemas; una parte fundamental del poema es el trabajo con el lenguaje. El poema es forma, y una parte importante de esa forma es el ritmo; el poema ha de sonar bien. También la estructura del poema es muy importante, es la que sustenta al poema. Ha de estar bien construida, con los versos necesarios. Y otro consejo que le daría es que no tenga prisa en publicar, primeramente hay que escribir mucho para tener una voz propia, la voz es lo que identifica a un poeta. Se puede escribir distinto tipo de poesía, pero siempre ha de buscar su propia voz, su propio estilo. Aprender de los poetas que le gustan a uno, pero no hacer lo mismo, y también experimentar, se trata de no recorrer caminos trillados. Cada poemario debe ser un poco diferente al anterior. La poesía debe aportar también algo nuevo, algo fresco.
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EDUARDO QUIJANO SÁNCHEZ

16/6/2024

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Entrevista realizada por SUSANA GUTIÉRREZ GONZÁLEZ
El frágil orden del universo

Eduardo Quijano Sánchez debuta con El frágil orden del universo, una colección de veinte relatos publicada por la editorial gaditana Cazador de ratas, donde confluyen el espíritu irreverente de Charles Bukowski y el humor salvaje y absurdo del cómic underground norteamericano.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Eduardo, ¿cuál dirías que es tu género literario favorito?
 
—EDUARDO QUIJANO: Como lector, me encanta la ciencia ficción. Stanislaw Lem me parece un auténtico crack, un escritor como la copa de un pino, y un filósofo. Solaris es una obra maestra. Pero no sólo Solaris, también me gusta mucho su vertiente humorística, como las aventuras del astronauta Ijon Tichy en Diarios de las estrellas. Asimismo, me fascina perderme en los paisajes y atmósferas oníricas de Lord Dunsany en Cuentos de un soñador o sumergirme en el realismo inquietante de Raymond Carver. ¡Demonios! ¿A quién no le gusta Carver?
Sin embargo, como escritor, el género donde me muevo mejor es la comedia. Quim Monzó, Javier Tomeo o Augusto Monterroso son algunas de mis musas. Ellos me lo enseñaron todo.
 
—ECP: Explícanos un poco cómo es esa comedia que te gusta.
 
—EQS: Me gusta el humor que señala nuestra condición patética, el humor que nos desnuda y nos hace caer de ese pedestal que nos hemos creado de animales racionales, llenos de lógica, sabiduría y poder.
Este humor está ya en muchos autores clásicos. Es el espíritu que inspiró obras maestras como Los viajes de Gulliver, La metamorfosis de Kafka o las ácidas fábulas de Augusto Monterroso.
¿Quién no se acuerda de su fabulilla ‘La oveja negra’? «En un lejano país existió hace muchos años una oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura».
 
—ECP: ¿Encuentras este humor fuera de la literatura?
 
—EQS: Sí, claro. En el cine, por ejemplo, hay también grandes autores satíricos. Tarantino es uno de ellos. Le encanta deformar y exagerar la realidad para mostrarnos las miserias humanas. También están los hermanos Coen. Fargo es una crítica brutal a nuestro egoísmo y avaricia. También se puede encontrar en películas más recientes, como No mires arriba o El vicio del poder de Adam McKay. Si no te ríes viéndolas, es que no tienes corazón.
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—ECP: Dime dos libros que hayan sido extraordinarios en tu vida.
 
—EQS: 1280 almas de Jim Thompson, donde vemos a un sheriff que, en lugar de defendernos, es un cabrón egoísta que manipula a todo el pueblo sólo para mantenerse en el cargo. Vamos, la pura realidad de los políticos. Real como la vida misma.
También aluciné con La vuelta al mundo en 80 días de Julio Verne. Acción, aventura, y un viaje que te agarra y ya nunca te suelta.
 
—ECP: ¿Algún autor te ha inspirado especialmente para El frágil orden del universo?
 
—EQS: Este libro de relatos debe mucho a Charles Bukowski. Él me enseñó que la literatura no es sólo «juntar palabras bonitas». La literatura debe provocar, molestar, sacar el lado salvaje que todos llevamos dentro. Porque, aunque muchas veces no queramos verlo, no somos ángeles. Y no pasa nada por decirlo.
 
—ECP: ¿Y qué cosas te impulsan más ayudan a escribir?
 
—EQS: Aparte del cine y la literatura, otras fuentes de inspiración son la filosofía y el psicoanálisis. Me encanta cuestionar eso que llamamos sentido común. El sentido común de común no tiene nada... Es sólo el discurso de los poderosos... Y nos manipulan con él.
El filósofo Carlos Fernández Liria cuestiona mucho este sentido. Y nos demuestra, paso a paso, cómo eso que llamamos democracia no lo es, cómo eso que llaman progreso sólo es una forma más de esclavitud, cómo eso que llaman libertad es siempre algo imposible para trabajadores asalariados como nosotros.
Somos los cautivos del mito de la caverna de Platón. Y el papel de todo escritor es hacer caer esas sombras que nos engañan y rodean.
 
—ECP: Entonces, en este proceso creativo, ¿el escritor nace o se hace?
 
—EQS: Yo creo que el escritor se hace. No existe la genialidad. Sólo existe el trabajo. El trabajo duro.
El escritor necesita tiempo para escribir. Justo lo que no tenemos con estos trabajos de mierda que nos comen el día. Además, necesitamos de la ayuda de los otros. Yo he aprendido a escribir gracias a los talleres literarios. Allí, de la mano de profesores y compañeros, puedes observar tus fallos, tus aciertos, lo que funciona y lo que no. Veo fundamental esta parte del proceso. Siempre hace falta otro que nos guíe. No somos autosuficientes.
Yo, por ejemplo, he aprendido muchísimo en los talleres de cuento del maestro Ángel Zapata. Sin duda, mi maestro y guía. Sin él, yo no existiría como escritor.
—ECP: ¿Podrías dar algún consejo para escritores que se inician?
 
—EQS: El primero, muy a tener en cuenta, es que en España casi no se venden libros. Si quieres ser escritor, búscate un trabajo, gana dinero, haz tu vida. Y, luego, cuando tengas todo resuelto, escribe. Porque si buscas ganarte la vida como escritor, estás loco. De esto no se puede vivir.
Segunda cosa. No te obsesiones con el público. Escribe lo que quieras. Lo que te guste. Lo que te divierta.
Por último, apúntate a un taller de escritura. Observa cómo se ven tus textos. Mejóralos con la ayuda de los demás. Cuatro ojos ven siempre más que dos.
Y, por supuesto, disfruta desenmascarando las miserias y mentiras de la sociedad. Ayuda con tu escritura a que caiga esta mentira en la que vivimos. Derribar tabúes es un viaje maravilloso. Y nadie debería perdérselo.
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LUIS SÁNCHEZ MARTÍN

15/6/2024

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Entrevista realizada por ANABEL ÚBEDA BERNAL
Sin una píldora de consuelo

Luis Sánchez Martín (Cartagena, 1978), editor de la ya clausurada editorial Boria, nos trae Pastillas debajo de la lengua (Liliputienses, 2024), una obra híbrida que camina a caballo entre el poema, la narrativa breve y lo documental, al presentar momentos que no son cuentos de hadas, sino propios del realismo social al que nos tiene acostumbrados el autor —como en Todo en orden (Chamán, 2022)— esta vez desde el halo autobiográfico, en esa fina línea donde no distinguimos ficción y no-ficción. Para unos, Pastillas debajo de la lengua se constituirá como el paso lógico del tono apasionado y frenético de Carrera con el diablo (Lastura, 2019), un poema diferente que ahonda en los mismos temas desde la resignación de aquellos que han sido determinados por su historial; para otros, simplemente, un tratamiento que tomar en pequeñas dosis para conocer a fondo cómo se gesta y se aposenta la depresión.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Cuando nos adentramos en el poema-prólogo, ya nos hallamos en ese viaje interior que parte de la escucha del silencio, un silencio roto por la gota que colma el vaso. ¿Estamos ante la noche oscura del alma?
 
—LUIS SÁNCHEZ MARTÍN: Estamos cerca. La noche oscura del alma es un sentimiento de soledad y desolación en la vida espiritual de una persona, y yo no era nada espiritual cuando escribí esos versos (ahora paseo de vez en cuando por los márgenes más terrenales del budismo, pero sigo sin considerarme una persona espiritual). El poemario en general, y el poema-prólogo en particular, hablan de soledad y desolación (y miedo, frustración, incomprensión...), pero a un nivel muy físico, muy material, muy real.
 
—ECP: La primera sección se llama “Monosílabos de cinco al cierre”, un conjunto dominado por la presencia del trabajo en hostelería y las consecuencias vitales del mismo. Como todo ese ambiente lleva al yo-lírico al aislamiento, ¿en qué momento uno renuncia a sus sueños y busca una “vía de escape”?
 
—LSM: Cuando todo falla, como bien dice Diego Sánchez Aguilar cuando habla de esta obra. Primero falla la familia, asidero principal en la vida de cualquier persona; después falla el entorno económico, comprendemos que la vida no está hecha para los pobres (es más, los pobres existimos para que quienes no lo son puedan disfrutar sus vidas); después falla el entorno social, nadie quiere a un depresivo en su vida en esta época de sonrisa casi obligatoria y redes sociales que muestran una realidad paralela que pocas veces se corresponde con nuestro día a día real, pero nos terminamos creyendo; y finalmente también falla la ayuda que se nos puede prestar, un sistema de salud pública saturado que no da abasto para atender como debería todos los casos que le llegan a diario y un sistema de salud privado que no podemos costear. Sin familia, sin dinero, sin futuro y en una sociedad que nos rechaza, ¿qué sueño podemos perseguir? Al final todo se reduce a sobrevivir.
 
—ECP: En distintos momentos del libro, introduces “informes médicos” en los que, como apuntaba Diego Sánchez Aguilar, aprovechas para desarrollar tu voluntad narrativa. ¿Esta idea surge de alguna lectura o es un recurso que necesitaba este poemario para ser?
 
—LSM: Era necesario para dejar claro, por si no lo estaba del todo, que esto es real. La depresión no es cuestión de actitud, no somos personas que no “lo intentamos”, que no “ponemos de nuestra parte”. Somos personas enfermas, y es una enfermedad que no se ve, porque no sangramos ni vamos escayolados, y que puede matar.
 
—ECP: Conforme avanzamos en estos monosílabos, se empieza a crear un eco con la retahíla de frases tópicas «al menos tienes trabajo» o las palabras de cualquier jefe estándar. Esto en mí creó una sensación demoledora que te destroza cuando llegas a los historiales médicos. ¿La búsqueda del ambiente sofocante y casi cinematográfico es deliberada o surge por sí misma?
 
—LSM: Surge por sí misma. No hay nada en todo el libro que me haya inventado, todas las situaciones las he vivido, todas las expresiones las he escuchado. Ojalá fueran situaciones cinematográficas o novelescas. Por desgracia, la realidad siempre supera a la ficción.

—ECP: Cierras la sección con el reproche a la madre que ha muerto, mostrando que, en ocasiones, no es siempre posible el perdón y una realidad que ahora está de manifiesto, que no todos los vínculos familiares son sanos. ¿Cuándo empieza a resultar fácil mostrar esta realidad?
 
—LSM: Fácil, nunca. Pero durante muchos años viví escondido, disfrazado, inventándome vidas paralelas porque me daba vergüenza aceptar mi situación. «Veinte años en el arcén de una vida secundaria // y luego veinte de silencio y a escondidas, / sin mirar atrás / sin pararme a hablar con nadie / por si acaso me preguntan». Son los versos finales del poema-prólogo, que reflejan casi la mitad de mi vida. Cuando acepto que no soy “un bicho raro” por romper los lazos familiares que me ahogaban y comienzo a hablar de ello sin tapujos, rompiendo uno de los mayores tabúes de nuestra sociedad, mi situación mejora considerablemente, dentro de que mi vida sigue siendo un mal sueño que no le deseo a nadie.
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Luis Sánchez Martín en 'Los lunes literarios' del café El Sur
—ECP: En la segunda sección muestras, mediante la narrativa, la densidad de la depresión, y digo densidad porque las acciones se van acumulando: las lágrimas, el conocer gente, los períodos de hiperfoco junto con los momentos de bajón, los pensamientos... Aquí se siente aún más el aislamiento, cuando más adelante nos enfrentamos a estos recuerdos para escribirlos, apoyados en la cita del poema de la siguiente sección cuando dices «pero nunca recuerdas cómo empiezan». ¿Existen o son meras fotografías borrosas por el ansiolítico?
 
—LSM: Existen. Esa sección, ese interludio, es la descripción literal de un episodio de crisis de ansiedad que tuve en el trabajo hará unos tres años. Quería que los lectores supieran de qué va esto tanto a nivel físico, pues la ansiedad tiene una somatización horrible y muy dolorosa, como a nivel mental, pues se pasa mucho miedo, sobre todo la primera vez, cuando no sabes qué ocurre, no puedes respirar y crees que vas a morir, piensas incluso que puede ser un infarto.
 
—ECP: La última sección se llama “Los psicólogos de las películas” y su poema homónimo me ha recordado a mi primera psicóloga de la Seguridad Social, que me recomendó abrirme un blog para escribir y otras incluso llegó a leer algunas de estas cosas, entonces hablas del pasotismo de la psicóloga y de un yo-lírico frente a un libro de psicología. Ahora que la autoayuda está tan de moda, ¿piensas que realmente estos libros ayudan a dotarnos de las herramientas necesarias para evolucionar o salir por nosotros mismos o que pueden hundir más a personas muy sugestionables?
 
—LSM: Aquí me voy a extender porque el tema “psicólogos” está muy presente en el libro y puede que de manera un poco distorsionada.
Para empezar, quiero dejar claro que estoy muy agradecido por la ayuda que he recibido del servicio público de salud mental de Murcia (en mi caso, concretamente, del centro de salud Infante).
Hay un par de poemas en el libro de los que puede desprenderse la idea de que no estoy satisfecho con el trabajo realizado por los psicólogos y psiquiatras que me han atendido (en realidad tres, pero ‘Los psicólogos de las películas’ está claramente escrito en tono humorístico o irónico, por quitar un poco de hierro a una obra muy densa y gris). Pero esto no es así. Lo que ocurrió es que, como ya he dicho, falló mi familia, falló el entorno social, que nos condena al ostracismo, falló  el entorno laboral, que nos hunde aún más y, al fin, cuando acepté que necesitaba ayuda profesional y —afortunadamente— la recibí, las cosas tampoco funcionaron. Entonces quizás culpé también a los médicos por no hacer bien su trabajo. Bueno, quizás no: lo hice, me inundó una profunda sensación de frustración porque seguía hundido, pero ahora me doy cuenta de que no soy psicólogo, e imagino que es un trabajo muy difícil, demasiado abierto para poder dar diagnósticos 100% seguros y fiables, y lo mismo con los tratamientos. Por eso, cuando daba por terminado el libro, estuve a punto de sacar esos poemas, pero luego pensé que era importante también reflejar de algún modo ese error (porque creo que fue un error culparlos), esa sensación de derrota al sentir que la única ayuda que recibí, la de la sanidad pública, también fallaba. La realidad es que las causas de la depresión son variables que ni yo ni los médicos podemos controlar, y es muy importante no culparlos a ellos, son los primeros que quisieran hacer más de lo que pueden hacer con los medios de que disponen, y, por supuesto, no culparse uno mismo. Y esta puede que sea la batalla más dura en la vida de un depresivo (y la que lleva a muchos al suicidio): no tenemos la culpa de que gente despreciable y miserable nos haya jodido la vida.
Y ahora, respondiendo a la pregunta, que me he ido un poco por las ramas: sí, creo que los libros de autoayuda y, peor aún, todo lo que anime a la automedicación o autotratamiento es muy perjudicial. Hay que buscar ayuda profesional que sólo pueden dar psicólogos y psiquiatras, y perder el miedo a medicarse. Si tienes inflamación tomas anti-inflamatorios, ¿verdad? Y si tienes gripe, tomas anti-gripales. Pues si tienes depresión, tomas antidepresivos, y si tienes ansiedad, tomas ansiolíticos. Tan sencillo como eso. Todo lo demás (meditación, deporte, dieta sana...) son herramientas de apoyo que yo también utilizo, pero el problema principal, la enfermedad, necesita diagnóstico profesional y tratamiento. Hay que acabar con el tabú de la salud mental, nadie debe avergonzarse por tener depresión. Y permíteme recordarlo una vez más antes de terminar: la depresión es una ENFERMEDAD y puede MATAR.
 
—ECP: ¿Dios ha muerto?
 
—LSM: ¿Cómo va a morir alguien / algo que nunca ha existido? «Dios ha muerto y se lo ha llevado todo» es una expresión que me gusta cómo suena y por eso la uso en un poema en el que la musicalidad y el ritmo son muy importantes.
En cuanto a esa idea de dios que recorre el mundo desde hace milenios, me remito a dos personas que admiro mucho, y que la gente les discuta a ellos (al que está vivo, al menos), que a mí ya me da pereza. Woody Allen dijo: «Si Dios existe, espero que tenga una buena excusa». Primo Levi esto otro: «Si existe Auschwitz, no puede existir Dios».
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Con Óscar Navarro Gosálbez en la librería 80 mundos de Alicante
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ALEJANDRO LÓPEZ POMARES

14/6/2024

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Entrevista realizada por LUISA PASTOR

Fue voraz
Fue voraz (Olé, 2024), segundo poemario de Alejandro López Pomares, recoge poemas articulados en torno al paso del tiempo, uno de los tópicos horacianos más arraigados en la tradición poética. Lo que dejamos atrás es un paraíso que debemos dar continuamente por perdido, y cuya evocación, por doloroso que sea ese nóstos, los seres contemplativos ni pueden ni quieren evitar.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Alejandro, de todas las contemplaciones, el mar. ¿Por qué? ¿Es acaso un espejo? Si es así, ¿qué ves en él?
 
—ALEJANDRO LÓPEZ POMARES: El mar tiene una recurrencia eterna y, sin embargo, y a pesar del constante ir y venir, cada ola muere al llegar a la orilla. De modo que hay un doble aprendizaje, imagino que inconscientemente me ha hechizado desde siempre, sobre la esencia misma de la vida como algo tan libre y al tiempo tan encorsetado como es el mar. Nos habla de cómo la vida muere a cada segundo y de cómo todo perdura y se conserva generación a generación. Nos habla también, y de forma casi contraria, de cómo los recuerdos quedan ahogados en el olvido y, cómo, a pesar de ello, la memoria los rescata cuando menos lo esperas.
Y sobre ese doble juego bascula casi toda la esencia de la existencia humana, lo caduco y lo perenne, lo perdurable y lo fugaz.
Si hay un recuerdo que he ido actualizando año a año desde mi infancia es el de mi yo-niño mirando hacia el mar desde el balcón de mi casa de verano mientras todos comían. Se juntaban, creo yo, la altura del piso donde vivía, la magnitud de un mar abierto y lleno de tonalidades y el sonido de las olas al intentar agarrarse a la orilla. Todo eso unido me impresionaba entonces y me sigue impresionando ahora.
 
—ECP: En el poema ‘Fue voraz’, ubicado en la primera parte del libro “Antes de todo” se desvela al protagonista real del poemario: «Prefiero apagar la luz y salir a la ventana, / el sonido ya no es el del siempre, la brisa me toma de la mano, / el tiempo fue voraz». Creo que es un acierto ocultarlo en el título, que el lector deba intuirlo o asociarlo a otros tantos aspectos de la vida: el amor, por ejemplo. ¿En qué otros aspectos has sentido, en primera persona, la voracidad de la vida?
 
—ALP: Creo que la voracidad de la vida es un sentimiento propio de la adultez. Instintivamente unido a la pérdida. Mientras te regodeas en la infancia, en la inocencia, la inmortalidad te ampara, pero con la madurez, sea por edad o por las circunstancias propias de cada vida, la sensación de que el tiempo nos pisa los talones es inevitable. Nos devora. Y pienso que, con la voracidad del tiempo, viene todo lo demás, la añoranza por la niñez y su luminosidad, por la vida despreocupada y los días del eterno aburrimiento, la fascinación permanente ante cada descubrimiento cotidiano, las sensaciones desbocadas, el todo es posible y, evidentemente, esa sensación de que parece que todo va a ser así, va a permanecer, por siempre jamás. Enseguida nos golpea la vida y nos destroza los moldes y, sin embargo, sus misterios la siguen haciendo tan interesante.
 
—ECP: En el prólogo a La soledad tras el ruido de fondo, escrito por el poeta José Luis Zerón, él advierte que «se trata del dietario de un personaje hipersensible, introspectivo». Ahora, en Fue voraz, ese rasgo se hace mucho más acusado e incluso explícito, puesto que los poemas van fechados...
 
—ALP: Es precisamente por Zerón por quien tuve la curiosidad de comenzar un diario literario. Él acaba de publicar una selección de sus textos en un libro titulado A salto de mata (Frutos del tiempo, 2023) y yo un poemario formado por entradas en verso fechadas que se pueden concebir como poesía narrativa y, además, cronológica.
Todo comenzó en el verano de 2018, cuando me propuse comenzar aquel diario una noche que me encontraba en el balcón de mi casa de verano. Desde entonces, con sus altibajos y sobrevenidos por los acontecimientos personales, familiares, la pandemia de por medio, eran largas las épocas en las que no escribía nada y otras, sobre todo, nuevamente los veranos, en los que conseguía darle una cierta continuidad. De las muchas entradas, en la mayoría busqué usar un formato poético, creo que por poder permitirme así darle una licencia más estética, más cercana al sentimiento que me infunden las cosas que percibo.
Con respecto a esto, es decir, en si en los textos se aprecia o no una mayor o menor sensibilidad, no es algo que yo pueda responder. Agradezco que digan eso de mi escritura, y en mi interior lo creo así, pero no es algo que pueda comparar.
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Dialogando en el Café del poeta (Orihuela) © Álvaro Giménez
—ECP: También comenta Zerón que en tus poemas «es fundamental la Flânerie, el caminar errante que posibilita el encuentro del poeta consigo mismo, con los otros y con el paisaje que le rodea». ¿Es también importante en el proceso de creación de estos poemas?
 
—ALP: Así sigue siendo. De alguna forma encuentro con facilidad el estímulo poético en el caminar libre, sin rumbo fijo. Por mi evolución académica como biólogo y antropólogo me he visto caminando por lugares que me han provocado un gran asombro, lejos de la cotidianeidad que nos lleva a desdeñar la riqueza de nuestro entorno. He llegado a sentir lo que los etnógrafos conocen como el “extrañamiento”. Una sensación de fascinación en el momento en el que salimos de lo común y que activa, de repente, tu atención y capacidad de observación de lo que ocurre. A raíz de esa experiencia le tomé el gusto a lo que conocen como “observación participante” y yo mismo la he ido agudizando, no solo con la vista, sino con algo que a mí me interesa mucho y de lo que estamos muy poco formados, con la escucha. Existe un concepto que desarrollé en mi poemario La soledad tras el ruido de fondo y que ahora he seguido madurando, que es la percepción del paisaje sonoro o soundscape como se le conoce en el mundo anglosajón, que, de la misma forma que caracterizamos un paisaje por sus colores y formas, por sus montañas, árboles, rascacielos, etc, surge de la multiplicidad de sonidos que componen un lugar y un momento concreto, de nuestro presente, de nuestra ciudad que es así aquí y ahora y diferente a como lo fue hace 50 años y lo será en el futuro. Un sonido que, al igual que la visión, solo se puede percibir con una escucha consciente y atenta.
 
—ECP: El prólogo a Fue voraz lo firma Manuel García y en él habla de la escritura como «un regreso inútil, un empuje hacia lugares y momentos que ya no se vivirán así (...) Queda algo, pero ya no es igual». ¿Qué momentos son para ti motivo continuo de regreso por inútil que sea?
 
—ALP: El valor de la utilidad es algo que aquellos que escribimos por motivación y por gusto, y no por profesión, asumimos en su justa medida. Escribir no es “útil” en un sentido práctico. Es estimulante, satisfactorio, reparador o, todo lo contrario. Y no depende ni siquiera de la persona, va mucho más allá, puede hasta depender del momento vital. Lo que un libro tiene de sanador, el siguiente te deja sumido en la incertidumbre.
Lo que nos dice toda lógica es que los momentos de añoranza, felices o tristes, deben quedar atrás para dejarnos avanzar, pero pienso que aquellos que conservamos en la memoria tienen todavía algo que enseñarnos y, por eso, recurrentemente, volvemos a ellos. Creo que no se trata de vivir en el pasado, sino de comprender de qué forma esos instantes nos hicieron como somos ahora. No creo que sea inútil escribir sobre ellos.
 
—ECP: Entre las citas que incluye el poemario me llama la atención una de Paul Auster. ¿Crees, como él, en la música del azar, en que hay una especie de propósito oculto, una razón para todo lo que sucede en el mundo?
 
—ALP: Qué va. Aunque he transitado mucho por la idea romántica del destino y de la teleología, por la belleza intrínseca y el magnetismo que tiene ese juego de que la voluntad individual esté sometida a una fuerza irrefrenable, con el tiempo me he sentido mucho más atraído por otra concepción diferente: la creación constante del presente como resultado de las muchísimas interacciones entre el mundo, los seres vivos y las fuerzas que nos unen. Cada decisión que tomamos o que no tomamos modifica el siguiente momento y sus infinitas posibilidades.
 
—ECP: En el poema de cierre, ‘El rumor de las horas II’, escribes: «Da igual el color de los días, / da igual las películas, canciones, libros / o mensajes con los que trate de revestirlos. / El presente, / en cuanto me descuido, / otra vez me abandona». ¿Con qué películas, canciones, libros revistes tu presente?
 
—ALP: Una pregunta así siempre me lleva a hacer un trabajo de revisión del pasado más reciente y me doy cuenta de que lo olvido con mucha rapidez.
Con respecto al cine, estoy descubriendo el universo mumblecore, a raíz de un pódcast que he escuchado sobre escritura de guiones. En particular he visto Frances Ha, una película de Noah Bambach y Greta Gerwig, que me ha llevado incluso a escribir algún poema. Por otro lado, he acabado, tras varios intentos, la película más inquietante que he podido ver en mucho tiempo, Las armonías de Werckmeister de Bella Tarr. Absurdamente excesiva y bella. Lo dejo ahí para quien quiera indagar.
En cuanto a música, es muy variada como para poder dar nombres, pero así autores que frecuente están Nick Cave, Leonard Cohen, Dire Straits, Agnes Obel, Damon Albarn y todo lo que vaya conociendo.
Y, por último, con respecto a los libros que he leído, además de tu plaquette Bajo el signo de Acuario y Momentos estelares de la humanidad de Stefan Zweig, que estoy leyendo ahora, he terminado El acontecimiento de Annie Ernaux y una recopilación de obras de teatro breves de Ramón Gómez de la Serna.
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Luisa Pastor entrevista a Alejandro López Pomares © Álvaro Giménez
—ECP: En ‘Bot literario’ dices: «Esta vida que es la del 2020 y no la de antes, está hecha de bits y likes», y adelante añades que «esta es la vida y esta es la cultura que nuestra época se merece». Con todo, ¿a qué le pondrías tú todos tus likes?
 
—ALP: Pues vaya, pregunta difícil. Yo le sigo poniendo likes a los que siguen tomando en serio las cosas que hacen, a los que hacen un uso cultural inteligente de los nuevos medios. Los tiempos han cambiado mucho más rápidamente de lo que somos capaces de asimilar y cuesta un gran esfuerzo saber reconocer lo bueno en las nuevas formas de comunicación con el enorme abanico de posibilidades que se nos abren y, al mismo tiempo, el abismo de estupidez que esconden y en el que caemos sin darnos ni cuenta. Si damos un like a cualquier cosa, todo dejará de tener valor.
 
—ECP: Cuando tú, un watchman, afirmas que te falta la frase final que dé sentido a toda tu escritura, ¿es porque te das por vencido? Te voy a pedir, a modo de despedida, que improvises una.
 
—ALP: La escritura me ha ayudado a descubrir algo que llevo muchos años intentando comprender. La vida no tiene respuestas, siempre viene una nueva pregunta. En la vida no hay una frase definitiva que dé resultado a todo, no hay una verdad que nos alumbre. Nadie tiene la verdad. A lo más que podemos aspirar es a pequeñas certidumbres. Sé que el tiempo fue voraz, pero como aquellas olas que te decía al principio, con cada una, el tiempo se renueva, y viene otra, y otra. Así que, sintiéndolo mucho, sigo buscando todavía mi frase y, quizás, a todo lo que aspire sea a plantearme nuevas dudas.
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