Entrevista realizada por Héctor Tarancón Royo Nihiloma El proyecto poético de Rubén Martín no se rinde ante la enfermedad, los fármacos o la adicción a la que nos ha inducido la Red. En su vía metalingüística, utiliza distintos recursos para abrir una pequeña fisura, hoy en día tan necesaria, entre nosotros y la experiencia de lo real. Así, desechando el uso de una única voz subjetiva, cuestiona de una forma abstracta y carnal, con sus tensiones y contradicciones, conceptos aparentemente claros como la identidad o la locura. Aprovechando la publicación de Nihiloma (2020) en Liliputienses, hablamos con él de la hiperaceleración del mundo digital, las posibilidades híbridas de la poesía actual y los laberintos mentales que recorremos en soledad, entre otras cosas, sin olvidar los puntos de contacto con su anterior obra, Sistemas inestables (Bartleby, 2015), y su traducción de Rompiente (2014) y Deprisa (2020), de Jorie Graham. — ECP: En tu blog comentas que Nihiloma fue escrito en 2017, pero no ha visto la luz hasta 2020 en Ediciones Liliputienses. ¿Se ha debido este retraso, pensando en el mercado, a su carácter transversal/de vanguardia? —RM: Terminé el primer borrador de Nihiloma en el verano de 2017, tras un proceso de escritura febril y muy rápido para mis estándares (un mes y medio aproximadamente, aunque contaba con algunos materiales previos y dispersos). Después vino una fase de corrección que culminaría ya a comienzos de 2018, y luego tuve que pensar qué era lo mejor para el libro, en qué editoriales podría encajar su propuesta “transversal”, como dices. A veces he llegado a sentir cierto miedo a que se quedara en un cajón, pero en realidad dos años se pasan volando y no tuve mucho tiempo de angustiarme por ese temor. En cierto modo, la irrupción de la pandemia ha transformado algunos aspectos de su significado: ¡tal vez es más ‘actual’ ahora que cuando lo escribí! Considero que ha sido un acierto haberlo propuesto finalmente a Liliputienses. El resultado no puede ser más cercano al libro que imaginaba. —ECP: También mencionas que su psicoesfera es la pandemia. ¿Cuál es su atmósfera de pensamientos, de qué se alimenta? —RM: Meses antes de escribirlo estuve recolectando información sobre algunos de los temas que abordaría Nihiloma: el mundo digital, la descorporeización de nuestras relaciones, el transhumanismo, la mente colmena, la obsolescencia de la cultura... A esto se sumó, aquel verano de 2017, una larga fase de insomnio que no fue angustiosa sino extrañamente disfrutable, fácil de sobrellevar pese a los efectos del cansancio. Todas esas noches tomaba notas con el móvil, a veces anotando los sueños y pensamientos delirantes que me sobrevenían en los breves momentos de sueño, a veces reflexionando sobre aquella ruptura de la normalidad, aquel estado alterado de conciencia y su fricción con el mundo en miniatura al que tenía acceso a través de la pantalla. Me imaginé como parte de una colectividad secreta de insomnes, que también leían las últimas noticias sobre los disturbios de Hamburgo y miraban fotografías de lepidópteros para matar las horas. Esta sensación me aportó lo que más necesitaba para escribir un nuevo libro: un hablante colectivo, un enjambre de voces que amenazaran con fusionarse en una sola. —ECP: Lola Nieto habló de ese «telar de conexiones» como una enfermedad, y en Nihiloma hay partes interrelacionadas y críticas con la Red, como el hasthag #gente_culta. A su vez, has creado una página en Facebook con el mismo título para promocionar el poemario, ¿qué nos aporta internet para dedicarle tanto tiempo? —RM: La noción de enfermedad está muy presente en el libro, de diferentes formas, pero también lo está la cuestión de cómo el sistema ejerce el poder de segregar al “insano” del conjunto de los “sanos”. Internet es una alucinación colectiva llena de posibilidades; supuso una revolución, y como toda revolución sufre su momento de reacción, que estamos viviendo ahora, con el monopolio de las megacorporaciones y la explotación económica de la adicción digital más allá de toda barrera ética. Esta Red hipercontrolada y barrida por algoritmos a los que ofrecemos libremente nuestros datos más íntimos no es la misma Red de hace dos décadas. Y cada vez le entregamos más horas y dependemos más de ella. Nihiloma pertenece a este momento de reacción y trata de sumergirse en él, para enfrentarse a sus contradicciones. En ese sentido, es adecuadamente irónico que utilice las redes sociales para expandirse. —ECP: También has incluido una pieza techno de Juan Manuel Romero, inspirada en su lectura, y varios vídeos en colaboración con la poeta Begoña Callejón. ¿Es Nihiloma una obra transmedia hija de su tiempo? —RM: Lo de Juan Manuel, a quien no conozco personalmente de momento, ha sido una de esas conexiones inesperadas por las que merece la pena publicar un libro. Que su lectura pueda provocar una respuesta creativa tan espontánea me parece algo maravilloso. Y Nihiloma también trata de eso, de la creatividad colectiva, de la creación a partir de la destrucción, y de los agentes que pueden patologizarla para someterla a su dominio. Los vídeos han sido una forma de insinuar una tímida dimensión transmedia, como señalas. También el poema en sí mismo, por otra parte, se abre paso a través de diferentes géneros y adopta una forma casi cinematográfica, al hacer que el ruido textual progrese de una página a otra. Así que se lleva bien con lo híbrido y lo interdisciplinar. —ECP: Desde otra perspectiva, al sumergirnos en el flujo constante de las redes parece que no hay momentos de pausa o reflexión, aspecto que se ve en el estilo: es un discurso hiperacelerado, hablando a través de Lipovetsky. —RM: Ese discurso hiperacelerado es el que los fragmentos largos de Nihiloma, en contraste con las otras formas breves, intentan explorar. En este aspecto la influencia de algunos poemas de Deprisa de Jorie Graham, que tradujimos durante estos años Antonio F. Rodríguez y yo, ha sido fundamental. Ella ha logrado convertir esa aceleración que nos atrapa y aliena diariamente en poesía, una poesía transgresora, sin concesiones. De ahí que uno de los hablantes de Nihiloma la cite, es una manera de darle las gracias. Por su parte los textos breves me permitieron jugar con otros discursos aparentemente cerrados: las narraciones de sueños y los testimonios de tono científico. Hay en el libro una serie de discursos que se cortocircuitan entre sí, que se interrumpen, aunque todos giran —como la polilla— en torno a la misma luz cegadora. —ECP: Esa parte, de corte cibernético, también se desarrolla en vertical, con una lluvia de datos que recuerda a Matrix, pero también al frame de El más allá (Masaki Kobayashi, 1964) que colgaste en Facebook, donde la escritura japonesa se inscribe en el propio cuerpo. Esto relaciona ambos tiempos, los pre y post internet, y relaciona la Red con la fantasmagoría. —RM: Es una lectura muy interesante la de la relación entre la Red y lo fantasmal. Encontré esa tipografía glitch a través de un post de Facebook del escritor y poeta Francisco Jota-Pérez, quien además ha estudiado a fondo el concepto de hiperstición —muy a grandes rasgos, el proceso por el cual algo imaginario sube varios peldaños en nuestra escala de realidad—, que estuvo presente en la escritura de Nihiloma. Esa tipografía puede recordar como dices a las lluvias de datos que aparecen en los créditos de Matrix, a su vez tomados de Ghost in the Shell (la de 1995, por supuesto), una de las obras maestras del cine japonés de animación. Cuando vi en el Louvre la estela que contiene el Código de Hammurabi me vino a la mente aquella catarata de signos de la película de Mamuro Oshii. Me fascinó la idea de que una obra de arte reciente tuviera el poder de parasitar la percepción de un objeto creado milenios antes. Hay algo de esa sensación de paradoja temporal en el poema, en la presencia de esas citas de Blake y Shakespeare que cobran significados distintos al ser incorporadas al texto. —ECP: Uno de los peligros es la difuminación de la identidad en esa parte virtual, pero también en los sueños. En el poemario incluyes microsueños, horarios nocturnos, el contacto con las sábanas, Freud, etc. ¿Cuántas ramificaciones tiene Nihiloma con la psicología? —RM: La difuminación de la identidad puede sentirse como un peligro o como una liberación, o como ambos a la vez, quizá. El poema es bastante abierto en este sentido; en mi lectura personal —que no considero investida de más autoridad que la de cualquier otro lector— está más cerca de esta última opción. Como ocurre durante la actividad onírica, la comunicación virtual podría liberarnos de las ataduras de nuestra yo, comunicarnos con un “nosotros”, una masa indiferenciada de mentes interrelacionadas. La idea puede resultar inquietante o incluso aterradora, pero también inducir a la exploración de un subversivo sentido de la colectividad, dentro de un mundo digital donde por el contrario se fomenta el individualismo exhibicionista. Me interesa la poesía que trata de cuestionar esa instancia de ese ‘yo’ convertido en objeto de consumo, que sigue siendo la materia prima de tantos malos poemas y tanta manipulación masiva. —ECP: Si pienso en tu anterior poemario, Sistemas inestables, veo muchos puntos de contacto con Nihiloma. Esa descorporeización está muy presente, nos encontramos con un sujeto deseante frío, mental, que no puede ir más allá porque está atrapado en un cuarto o la Red. ¿Crees que el hecho de enroscarnos demasiado en nuestros pensamientos nos impide escapar? —RM: Las diferentes voces que hablan en estos dos libros tienen con frecuencia una relación extraña, alienada, con el cuerpo: la enfermedad y el desahucio en ‘Fármaco / un tríptico’, la explotación sexual en el poema dedicado a Antoine d’Ágata, o mi propia experiencia con la cirugía y la anestesia en el pasaje que abre Sistemas inestables, podrían tener su correlato, como bien indicas, en los personajes que habitan Nihiloma, que experimentan por un lado la alteración cognitiva del insomnio y por otro la alienación de esa Red que nos intercomunica pero al mismo tiempo nos atrapa en un bucle de soledad y descorporeización. Pero precisamente este libro comienza planteando un fallo en la Red, un agujero en la página, y asomarse a ese agujero conduce a estados alterados donde otra forma de identidad es posible, una relación diferente entre los cuerpos y las conciencias. En el libro hay muchas imágenes ligadas a lo corpóreo: las circunvoluciones cerebrales, la piel, los ojos, las venas y arterias. Me interesa la idea de explorar el propio cuerpo como otredad, algo que se produce en nuestra vida cotidiana solo en determinadas circunstancias. El fallo, el error, nos permite vislumbrar las paredes hasta entonces invisibles de nuestras celdas. —ECP: La incertidumbre es otro de los materiales fundamentales de estos dos laberintos poéticos. Sobre todo, en Nihiloma, hay un reverso oscuro que apunta hacia el suicidio y la depresión. ¿Proviene esta de la ansiedad ante el futuro negado y de las múltiples crisis económicas a las que estamos asistiendo? —RM: Cuando imagino a los hablantes de Nihiloma tiendo a visualizar a unos hikikomori, esos jóvenes que se encierran en su habitación para vivir una vida exclusivamente virtual. Así que sí, ese reverso oscuro podría estar presente, y no es de extrañar que el arco argumental de esta distopía contenga lo que parece ser una intervención clínica masiva. Pero ahí surge de nuevo la cuestión de quiénes deciden quién está enfermo y quién es normal, y con qué propósito; la pregunta de si no es nuestra “normalidad” la enfermedad mental más destructiva e incapacitante. —ECP: A su vez, ese desequilibrio acentúa la enfermedad del individuo, que marca cierto rito de paso entre ambas obras: de la piel, el tatuaje o la sutura al mundo digital. Dirigiéndose los efectos sobre todo a la mente, el nihiloma quede definido como «un grito devorador / de obsolescencia», algo muy visceral, físico. ¿Es el cuerpo el reflejo de nuestro estado emocional? ¿Podemos distinguir nuestra carne de las extensiones cibernéticas? —RM: Al igual que en Sistemas inestables, en Nihiloma hay influjos de otras formas de expresión artística. Una de ellas es el género del body horror, tal como se ha desarrollado en el cómic y el cine, en las obras de David Cronenberg, Shinya Tsukamoto, Junji Ito o Shintaro Kago. En esta línea temática las fronteras entre cuerpo, mente y prótesis se vuelven porosas, difusas, o desaparecen, dando lugar a una interacción aterradora pero no exenta de erotismo, una especie de erótica de la mutación. La escritura es una de esas prótesis: a fin de cuentas, una tecnología que nos permite suplir una limitación física, por lo que según la lógica del body horror puede mutar, cobrar vida independiente, e infectar con su transformación a la mente y el conjunto del organismo. La cuestión final del libro no atañe a la tecnología, sino al ser humano, pues la tecnología es parte integral de nosotros, de nuestra evolución como especie. —ECP: Ya que hemos hablado de laberintos, sujetos e identidades, poniéndonos un poco borgianos, ¿no estaremos viviendo cada día como en La casa de Asterión? —RM: Sí, uno puede pensar que los confinamientos y restricciones de movilidad provocados por la pandemia nos han hecho vivir a muchos una experiencia cercana a la de Asterión. Para sobrevivir psicológicamente, se ha hecho necesario creernos dueños de nuestro propio laberinto, con sus ramificaciones digitales. Como en el cuento de Borges, esa ilusión es falsa. El laberinto no lo hemos creado nosotros, el minotauro acaba deseando la llegada del héroe que lo liberará dándole muerte. Eludir esa desidia, ese hastío, requiere una fortaleza anímica que no está al alcance de todos. La proliferación de trastornos psicológicos causados por la cuarentena y el desastre sanitario tendrá consecuencias difíciles de prever. —ECP: Tanto en ese relato de Borges como en Sistemas inestables y Nihiloma lo que se produce es una suspensión temporal. ¿En qué momento vivimos en realidad? —RM: Una de las obras que más me han influido, como a tantos otros poetas, es La tierra baldía de Eliot. De ella me fascina la simultaneidad de diferentes épocas en una “ciudad irreal” (unreal city); los oficinistas conviven con las ninfas del Támesis y la tarotista con la figura de Tiresias. En mi escritura con frecuencia trato de cuestionar la temporalidad, de modo que el lector se pregunte si se trata de una distopía o algo que sucede en nuestra línea de realidad. A lo largo de Nihiloma hay muchas alusiones a la hora en que trascurre la acción; pero de pronto ese hilo narrativo se emborrona, los relojes también fallan, cada personaje tiene una hora distinta pero están hablando simultáneamente. De este modo los asideros se pierden y nos enfrentamos a un vacío desasosegante, pero surcado de posibilidades. —ECP: Para plasmar formalmente este nudo de trastornos combinas formas largas con otras más cortas, poemas con diarios, tachones e incluso un uso muy localizado del guion. ¿Qué recursos encuentras en estas herramientas?
—RM: La variedad formal es para mí una necesidad a la hora de concebir los poemarios; incluso en Radiografía del temblor (mi primer libro, del que me siento ya muy alejado) se combinaban textos en prosa, verso libre y formas preestablecidas como la sextina. En Sistemas inestables y Nihiloma concibo el poema como una instalación que se despliega a lo largo de numerosas páginas, donde los cambios, alternancias y repeticiones crean un ritmo que no puede captarse de manera aislada, leyendo solo un fragmento. El poema cerrado, marmóreo, cargado de una supuesta “verdad” única, me resulta demasiado limitado y en ocasiones tramposo. Necesito la progresión, los lienzos de grandes dimensiones, para encontrar lo que necesito decir. Los ‘tachones’, como los llamas, y la degradación visual de las palabras llevan a un territorio donde el poema se cuestiona a sí mismo, parece cobrar vida más allá de la voluntad del autor. La entropía juega un papel clave, como en los cuadros de los expresionistas abstractos o en la música estocástica. —ECP: De hecho, en Sistemas inestables defiendes el abatimiento del ojo («mirar es excretar, no es interiorizar sino expulsar lo que se mira, el noventa por ciento de lo que el ojo roza es rechazado»), para luego en Nihiloma acentuar los símbolos y las disposiciones de los poemas. —RM: Sí, en este último libro —que para mí es un único poema— necesitaba establecer una tensión entre lo legible y lo ilegible. El ruido visual, los versos que se degradan en una cascada de significantes sin significado atribuible, funciona como una fuerza no humana que amenaza con devorar el texto. Esto está relacionado con uno de los temas de Nihiloma: la obsolescencia de los objetos culturales actuales, la posibilidad de que en el futuro lejano nuestra civilización actual sea literalmente incomprensible, una especie de Edad Oscura impenetrable al análisis. —ECP: El análisis metalingüístico que llevas a cabo hace que tu proyecto poético esté muy relacionado con nuestro presente inmediato, y nosotros. ¿Crees que la poesía tradicional, en su vertiente individual o mayoritaria, le ha dado la espalda a su tiempo? —RM: Creo que en este momento se está publicando extraordinaria poesía en España: tanto la producción propia de autores de todas las edades, como la traducción de autores extranjeros. Sin embargo, también hay una reacción que podríamos llamar ‘primitivista’, un intimismo primario que busca la reacción inmediata del lector mediante estrategias de seducción e identificación muy básicas. Este tipo de poesía, que no me interesa lo más mínimo, tendría dos vertientes: una juvenil y naïf (la llamada ‘poesía del follow’) y otra más elaborada, apegada a una tradición confesional y costumbrista, desarrollada por “autores consagrados”. La primera arrasa en ventas, la segunda en premios y distinciones. Para mí no existe mucha diferencia entre cartografiarse el ombligo en prosa mal cortada o en endecasílabos salpicados de guiños a Machado o Gil de Biedma. La literatura, de este modo, se convierte en poco más que propaganda del ego de su autor. En ese sentido sí pienso que hay una parte de la poesía española que da la espalda a nuestro tiempo, que ignora tanto las obras artísticas más definitorias de las últimas décadas como los problemas sociales y existenciales propios de la actualidad. Mi apuesta, y la de los contemporáneos que más admiro, trata de cuestionar la comunicación poética tradicional: no ofrecer un espejo que devuelva la imagen que el lector quiere ver (su propio rostro y las “grandes verdades” y tópicos consabidos), sino uno que pueda ser atravesado para acceder a un mundo de incertidumbre y asombro. Nuestro mundo, al fin y al cabo. —ECP: Esa apuesta no está exenta de riesgos, sobre todo en nuestro país, pues toda esa experimentación puede no comprenderse, o verse como algo demasiado hermético. ¿Piensas en la repercusión del libro, o en el efecto que va a tener en el lector? —RM: Es inevitable pensar en cómo será recibido lo que uno escribe, pero procuro que eso no me condicione en exceso. No creo que lo que hago sea particularmente hermético, y menos aún en esta última entrega, pero soy consciente de que para no pocos lectores, los más apegados al actual canon, Nihiloma no sería ni siquiera poesía, sino algo extraño que les empujaría a cerrar el libro tras una simple ojeada. Una “melopea” de “posmodernidad enloquecida”, como llamó recientemente un profesor español de universidad a las obras de Anne Carson y Jorie Graham. A mí me estimula mucho pensar en la reacción adversa de este tipo de mentes preclaras. Por otra parte, estoy muy contento con la acogida que está teniendo este trabajo. Pese a pertenecer al catálogo de una editorial completamente independiente, está recibiendo un considerable número de reseñas y llegando a muchos lectores que han tenido la amabilidad de compartir sus impresiones en las redes sociales. Aunque a veces no lo parezca, hay un público deseoso de nuevas formas de concebir el hecho poético. —ECP: Cuando hablamos de repercusión, yo creo que lo que hay detrás es el ego y el Canon de la posteridad, a veces con círculos provincianos que fabrican su propia “estirpe literaria”. ¿Puede evitar el lector esa parte endogámica? ¿Está el Canon sobrevalorado? —RM: Todos los lectores hacemos nuestro propio canon personal, y es positivo que así sea, pero se tiende demasiado a pensar en ese Canon con mayúsculas. Sobre todo es algo frecuente en poetas que no se cuestionan la tradición inmediata, que la reproducen acríticamente, no pocas veces con sonrojantes gestos de sumisión. Antes he mencionado el buen momento que está viviendo la poesía en nuestro país, pero hay personas de notable influencia que parecen molestas porque haya tanta variedad de voces, como si esta eclosión pudiera ser una amenaza para los “grandes nombres” a cuya alabanza ellos han dedicado su carrera académica. O acaso les incomoda comprobar que los jóvenes ya no leen a esos supuestos dioses vivos; tienen otros referentes, otras maneras de concebir la poesía que son resultado de otras lecturas, otros contextos y otras inquietudes. Si a esta suspicacia le añadimos cerrazón estética, endogamia, provincianismo, afán de hablar en nombre del Canon y cierta mentalidad colonialista —la relación con la poesía hispanoamericana merecería todo un diálogo aparte—, obtenemos un perfil óptimo para medrar en un sistema cultural basado en el tráfico de halagos y prebendas, donde las editoriales independientes son ignoradas, cuando no tácitamente atacadas. Es un sistema con ciertos rituales de vasallaje: los “poetas consagrados” parecen investir a sucesores más mediocres que ellos para así aparentar una relación de magisterio y establecer una red de influencias. Sucedía en los 90 y sucede ahora, solo cambian algunos nombres y el descaro de la práctica, que ya no se escuda siquiera en un mínimo criterio de calidad. Creo que los lectores que más importan, los jóvenes, algunos de ellos excepcionales poetas, se sienten muy alejados de ese canon del que aquellos se sienten dueños y señores. Tienen la mirada mucho más abierta y están ávidos de una poesía que cuestione el mundo en el que viven. Respecto a tu primera pregunta, al lector le aconsejo que lea todo tipo de poesía, cuanto más diferente entre sí mejor, pero que desconfíe de los grandes premios, las grandes palabras y las grandes editoriales; al igual que sucede en la música y en el cine actuales, la verdadera vida está muy al margen de los mecanismos de propaganda y seducción.
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