JOAN MARGARIT.
UNO DE LOS NUESTROS
MONOGRÁFICO ESPECIAL - 2007
AVENTURA
DOMÉSTICA
Solo en casa y mirando los armarios. Encuentro algún antiguo mapa de carreteras, contratos que han vencido, estilográficas que ya no escribirán ninguna carta, calculadoras con las pilas secas y relojes que el tiempo ha derrotado. En los cajones suele, como una rata triste, anidar el pasado. Vacíos, los vestidos cuelgan igual que viejos personajes que nos interpretaron. Pero encuentro también tu lencería, color arena, o noche, con pequeños bordados. Bragas, sostenes, medias que despliego y que me hacen volver hasta el brillante —y a la vez misterioso— fondo de amor y sexo: lo que da, de verdad, vida a las casas, igual que se la da a un puerto lejano la luz de los cafés y de los barcos. |
EL PRIMER VIAJE
Recuerdo la llegada y cómo alcé mis ojos a la bóveda de hierro de la Gare d’Austerlitz. Fue una mañana que quedó reflejada, entre la pálida luz de invierno, en los charcos de la lluvia del color verde y negro de París. Con la noche del viaje en las pupilas, ocultamos palabras que los ojos dijeron al andén de nuestros sueños. Junto a las relucientes vías negras, nuestro amor, al llegar de Barcelona, se extendió en los cristales de la bóveda como la suave y persistente lluvia. |
CINCO TUMBAS I. El hombre del Norte Llevaba el gris borroso, los azules perdidos, el color de la escoria y de los humos, de hombres cansados y herramientas sucias. El color de las minas, de la lluvia, de los desmantelados esqueletos de árboles al viento blanco y negro de las landas. Y llegó a la Provenza, al amarillo oscuro de aquel mar de trigo sobrevolado por los cuervos, y allí pintó la soledad. Ahora nos la evoca una cama de madera, aquel par de zapatos y el espejo de los autorretratos. Así como clavó, la maza, su ataúd, hoy golpea las mesas de subastas y en los campos de Auvers vuelan los cuervos que acechan la colina, el cementerio donde, bajo la tierra de la luz, el místico maldito que fue Vincent van Gogh espera, ya perdidos para siempre sus ojos, indiferente, la resurrección. |
PABELLÓN MIES VAN DER ROHE
Tu estilo es ya definitivo: la luz, como una parte de algún orden más grande, la hallarás en el cubo de piedra gris, muy cerca de una mítica y ruda base de travertino. Los muros de cristal y mármol verde, los blancos techos planos, alzaron la nobleza del espacio, hace ya mucho tiempo, en Montjuïc: aquí te espera para conversar entre los árboles, tras unas lágrimas tan suntuosas como lo es la lluvia. |
MONUMENTOS
El vacío que sientes, cada vez con más fuerza, es el de los traidores. También los monumentos, por dentro, están vacíos, con las entrañas llenas de óxido y de muerte: oscuros y podridos por la historia, es tan siniestro su interior como arrogante el gesto que en el aire dibuja el personaje. Según van traicionando los amigos —y la muerte es también una traición-- nos vamos convirtiendo en monumentos. Por fuera queda un gesto de elocuencia, sobre todo al hablar con alguien joven, pero la voz resuena en el vacío, perdida entre los hierros de un oculto entramado que se deshoja en leves capas de óxido. |
PRIMER AMOR
Triste Girona de mis siete años: en la posguerra los escaparates tenían un color gris de penuria. Y, sin embargo, en la cuchillería, en cada hoja de acero destellaba la luz como si se tratase de pequeños espejos. Descansando la frente en el cristal, miraba una navaja larga y fina, bella como una estatua de mármol. Puesto que en casa no querían armas, fui a comprarla en secreto y, al andar, la sentía, pesada, en mi bolsillo. Cuando, a veces, la abría, muy despacio, surgía, recta y afilada, la hoja con esa conventual frialdad del arma. Silenciosa presencia del peligro: la oculté, los primeros treinta años, tras los libros de versos y, después, en un cajón, metida entre tus bragas y entre tus medias. Hoy, cerca ya de los cincuenta y cuatro, vuelvo a mirarla, abierta en la palma de mi mano, igual de peligrosa que en la infancia. Fría, sensual. Más cerca de mi cuello. |
PERGAMON MUSEUM
Existe una moneda, de oro por la cara y, por la cruz, de cobre, negra y sucia de moho y muerte. Esta Europa bárbara, la Europa del museo y de la música, posee un alma oscura: debemos vigilarla como siempre hizo Roma. Sale la luna y pienso en Marco Aurelio, su campaña de invierno en las llanuras heladas a las orillas del Danubio. Escribía, debajo del capote y rodeado de chusma militar, sobre el olvido y la melancolía. Se adivinan hogueras y caballos detrás del arte y la filosofía. |
MUSEO DE EMPÚRIES
Me creí lo de Grecia. Los símbolos me atraen como el brillo del agua atrae al cuervo. Con fragmentos de estatuas, de poemas, ¿cómo pudimos componer tal gloria? El ayer, cómo nos fascina, aunque hoy nos quede apenas una vaga estética neoclásica en algún tema como el de la muerte. Y así habremos perdido para siempre a esta aristocracia del tiempo que fue Grecia. Dos mil años atrás, la luz del día —la misma luz de hoy— bañó estos mármoles: a aquella, sin embargo, la llamamos mítica. Todos los días tienen su luz mítica, incluso los que acaban derrotados, durmiéndonos delante de la televisión. Por más belleza que haya en estos mármoles, tan sólo son el polvo de aquel mundo. Sucederá lo mismo conmigo y las palabras: ellas serán mi polvo, las palabras. |
CARROS
Con el duro cielo de antes del alba en los cristales, ella ya hacía relumbrar las brasas cubiertas de ceniza. Se oía el negro grito de un gallo en algún patio y el conocido traqueteo de los primeros carros con sus luces de aceite vacilantes, marcando sus roderas en el barro cubierto por la helada. Hoy que tengo la edad que ella tenía, oigo un ruido de carros en la sombra que, con este profético vaivén de sus linternas, surgen desde mi infancia y no sé adónde van. |
BAR DE NOCHE
Desde la barra miro, más allá del cristal, una calle oscura sin nadie y escucho la disonancia dorada del sol nocturno de la trompeta, la abstracción donde acaba la lujuria. Se necesita esta gran ciudad para saber que estamos solos. Trapos de niebla y conversaciones abandonadas dan un tono frío a lo que pienso, un agujero como una queja. La lluvia en bruscas ráfagas golpea, bajo faroles desolados, un parabrisas de mi recuerdo. Detrás, al vez, tú. |
CIUDAD DE AYER A todas las miradas pregunté por mí y por el mar. Las gaviotas planean como antes, aunque a mí me parecen más altas y más tristes. Días tan poco usados y ya son el ayer. ¿Dónde está el estudiante llegado de una isla con la luz del Atlántico? ¿Y el olor de la noche en el mercante negro de rojas chimeneas? Lento, se deslizaba por el agua del puerto hasta un noray de hierro. Había que esperar, desvelado, hasta el alba para bajar a tierra y pisar las mojadas baldosas de la Rambla. Nuestra ciudad se encuentra todavía en algún sitio con la protectora sombra de aquellos plátanos. Con los amarillentos mostradores de mármol de los pequeños bares, con los grandes cafés perdidos de madera. Las librerías d ocasión, silenciosas y graves como un rincón de iglesia. Leo Ferré cantaba Verlaine y Baudelaire; Paco Ibáñez, Alberti; Lucho Gatica aquellos boleros que en la muerte seguiremos bailando. Pero dentro de mí, ¿caben los edificios, los muelles, el bullicio de calles y mercados? ¿El lugar donde sigue nuestra conversación en suspenso, las sillas ante el mismo crepúsculo? Ciudad con la miseria de una guerra perdida: nos obligaste a amar con furia el porvenir. Tienes en el pasado ventanas que se encienden como animales mansos. Ventanas que recuerdan aquellos, nuestros triunfos —pobres triunfos efímeros-- ardientes en tus calles. Te he sido fiel, ciudad: en una u otra lengua, hablé siempre de ti. |
ERIZO DE MAR
Bajo las aguas poco profundas de la costa anclo mi coraza. No segrego ni nácar ni perlas, la belleza no me importa, enlutado guerrero que, con sus negras lanzas, se oculta en una grieta de la roca. Viajar es arriesgado pero a veces me muevo —las espinas haciendo de muletas-- y, por torpe, las olas me revuelcan. En el mar peligroso busco la roca de donde no haya de moverme nunca. En la armadura soy mi propio prisionero: una prueba de cómo, si no hay riesgo, la vida es un fracaso. Afuera está la luz y canta el mar. Dentro de mí la sombra: la seguridad. |
RECORDAR EL BESÒS (1980)
Las ventanas, de noche, con luz amarillenta, son ojos que rodea el rímel del asfalto. Recuerdo el piso: una bombilla enferma, perros y niños, un colchón en el suelo. En aquella cocina sin puerta, envenenada, junto a un montón de platos descompuestos, pone un joven sus discos de trapero en un viejo pick-up. Y todos son de Bach. La luna hace brillar los cables negros de alta tensión que pasan sobre el río. En la tierra de nadie, bajo el paso elevado de la autopista, duermen los coches de segunda mano. Únicamente Bach, este mundo no tiene otro futuro. |
TANTAS CIUDADES
A LAS QUE DEBIMOS HABER IDO Es de ciudades cultas nuestro sueño, con música y cafés hospitalarios, la majestad de un puerto y estaciones de hierro y de cristal con los trenes bruñidos por la noche y por la lluvia, por la misma lluvia que nos arrulla en un pequeño hotel o desde las ventanas de un museo. Hay lugares tranquilos al amparo de grandes árboles, gente educada, callada, bien vestida, librerías donde los ojos vagan mientras cae la tarde. Tantas ciudades a las cuales debimos haber ido, amada mía. La luna sale tras aquellos puentes de hierro de los años en los que fue cambiando nuestra ley. Desde entonces el tiempo es una lluvia que nos inunda como a los tejados. Pero en la luz del patio están los templos de mármol blanco y travertino de oro. Y por las calles de pequeños pueblos encontramos estucos de color tierra, fastuosos, esgrafiados por el viento. La casa del balcón posee aún luz de conversaciones y refugio, y cuando de los dos quede uno solo, tendrá por compañía los recuerdos, la hiedra y el ciprés hasta encontrarnos en las ciudades de este sueño. |
EL TIEMPO PASADO
Era la madrugada en las calles vacías que sorprendía ese brutal rumor de tanque del camión de la limpieza. El agua de la fuente era de bronce, y manaba, paciente y solitaria, igual que la mirada del hombre que vagaba con las manos buscando en los bolsillos. Seguía extrañas rutas, deteniéndose en un banco sin nadie, junto a un árbol, al doblar una esquina. Llegaba hasta la fuente, donde se reflejaba la cabeza de un perro que lo miraba con sus tristes ojos. Entonces, con las manos fuera de los bolsillos, dándole vueltas a un collar de cuero, volvía a su portal y allí se oía el rumor tranquilo que hacen las llaves en la madrugada, cuando los perros muertos pasean con sus dueños. |
DE LA SOLEDAD
Mientras paseo por un mercadillo, pienso que, cuando pongo mi frío entre los versos, soy como un arqueólogo, que busco rescatar como trofeos vestigios del pasado. Que, pongamos por caso, me propongo salvar aquel día de otoño cuando te conocí, o mi primera cúpula de hierro, o el instante en que vimos morir a nuestra hija. Cerca del mercadillo, en un solar, entre los plásticos que arrastra el viento, un trapero vacía su vieja camioneta cargada de trofeos desgastados: copas, bandejas con una inscripción, figuras detenidas en actitud retórica. Me detengo ante tanta sordidez. El hombre los extiende en torno suyo. La vida está forjada con metales innobles que han perdido su brillo. Pero ninguno de ellos envejece de forma más indigna que un trofeo. |
LOS MUERTOS
Tres golpes, tres palmadas contra el muro: Uno, dos, tres: al escondite inglés. Resuenan y avanzamos, y quedamos inmóviles mirando hacia la espalda de la Muerte, que, rápida, se vuelve para así sorprender a los que aún arrastra el propio impulso y los echa del juego para siempre. Uno, dos, tres: al escondite inglés. Se va la luz. Igual que un punto de oro, la vela hace temblar las sombras de la estancia. ¿Por qué hace tanto frío en la posguerra? Y la muerte se vuelve y ve a mi hermana que se agita, febril, y llora bajo el hielo. Uno, dos, tres: al escondite inglés. El pasado era el rostro de mi padre: prisiones, cicatrices, deserciones. Qué terror le causaban las palmadas contra el muro: no pudo terminar un gesto de impaciencia. La ira, el miedo lo delataron a la Muerte. Uno, dos, tres: al escondite inglés. Nunca nos apartamos de su lado. Y ahora juego con mi hija muerta. ¿Por qué no pude adivinar sus ojos? Pero el futuro, astuto, hace trampas. No escuché los tres golpes: me sonrió y junto a mí ya estaba su vacío. Pero el juego debía continuar. Uno, dos, tres: al escondite inglés. Ya no me importa si me ve la Muerte: sonriente miro hacia los que me siguen. Ahora, tan cercano ya del muro, ignoro lo que pueda haber detrás. Sólo sé que me marcho con mis muertos. |
TELEVISIÓN EN EL SERVICIO DE TRAUMATOLOGÍA
Anochece. Rodeados de sofás vacíos, dejan entrar la luz de la pantalla en la oscura caverna de sus sueños. Él, sin piernas —el ruido de aquel tren cruza de vez en cuando su cabeza-- ha puesto un cigarro en los labios de él, que dejó los brazos en una torre eléctrica. Cuando en la luz dudosa del deseo aparece la chica más fría y sensual, los dos la miran y se funden en un solo hombre, tan ideal como ella. |
RAYMOND CHANDLER
Cada uno es una novela negra. El dolor es el crimen y, amar a una mujer, el detective duro y honrado del relato. Dormirse fatigado, oyendo a alguien que llora, necesitar dinero, quedarse sin trabajo, es la comisaría donde nos interrogan tan sólo acerca de la soledad. Y nadie es inocente: tras la puerta de los ojos se juega hasta la madrugada. Un amor fracasado es volver a un barrio pobre y dormir solo en un hotel por horas. Los recuerdos son huellas digitales en el lugar del crimen, pruebas falsas, montajes de corruptos policías. Somos calles ocultas por la niebla, escenarios de un thriller. |
CONCIERTO EN EL EUROPA
(Herb Heller, 24-III-91) Podría ser contable o profesor, pero, hace cuarenta años, tocó con Charlie Parker. Todos somos contables, profesores, pero existe el instante en el cual uno puede escapar de la derrota. Bajo las cejas blancas, cierra los ojos y sus labios despiertan el sonido del saxo, como una alarma aérea. Tras el solo, se sienta y, dándose masaje en las rodillas, sonríe y sigue el ritmo de la música moviendo la cabeza. Sostiene el saxo entre sus brazos, el fusil de un soldado que descansa, en su última noche, antes de la batalla. |
les onades i els còdols fan remor
com de formigonera |
[las olas y las piedras hacían rumor
como de hormigonera] |
«Era l’hivern de l’any seixanta-dos:
(…) i, en arribar el bon temps, amb el desgel, tu ja tenies per a mi, Raquel, el rostre clar d’una Anna Karenina.» ‘Mare Rússia’ |
«Era el invierno del sesenta y dos:
(…) Y al llegar el buen tiempo, tú, Raquel, ya estabas a mi lado con aquel claro rostro de una Ana Karenina.» ‘Madre Rusia’ (El primer frío) |
«Les dues eren la mateixa dona:
res no desapareix d’aquest ordit de somnis i records que anem teixint. Potser era massa tard, o era mentida, o jo era, ja, al darrere del mirall.» ‘Qui’ «Sempre he buscat una mateixa dona, la mateixa ciutat, una mateixa història escoltada al soroll perdut i fred que en les llambordes fan les fulles seques.» ‘Plaça Rovira’ |
«Fue la misma mujer en los dos casos:
nada desaparece de esta urdimbre de sueños y recuerdos que tejemos. Quizás ya era muy tarde, o no era cierto, o yo estaba detrás ―ya― del espejo.» ‘Quién’ (Estaçió de França) «Siempre he buscado una misma mujer, la misma ciudad, una misma historia escuchada entre el ruido ajeno y frío que hacen las hojas secas en las losas.» ‘Plaza Rovira’ (El primer frío) |
«Tu i jo sempre hem tornat junts a París.»
‘Quadres d’una exposició’ «Els imagino, quan haurem partit, vagant pel Louvre. Són aquesta part de nosaltres que sempre és a París. (…) Joves o vells ―segons en quin París de tots aquests París del nostre amor― sempre seran nosaltres a un bistrot.» ‘Les nostres ombres’ «Venia travessant una ciutat construïda amb els somnis i els records. (...) Llavors va veure el rètol: Hotel de l’Avenir. Ella continuava allí esperant-lo, i va dir somrient: per fi has tornat. L’únic decent de tu no ha sortit mai d’aquesta cambra amb mi.» ‘París’ |
«Siempre hemos vuelto juntos a París.»
‘Cuadros de una exposición’ (Estació de França) «En nuestra ausencia puedo imaginarlos en el Louvre. Son esta parte de nosotros que permanecerá siempre en París. (…) … Jóvenes o viejos ―según en qué París de todos estos París de nuestro amor― serán nosotros en algún bistrot.» ‘Nuestras sombras’ (Aguafuertes) «Venía atravesando una ciudad construida con sueños y recuerdos. (…) Y de pronto vio el rótulo: Hotel de l’Avenir. Ella seguía allí esperándolo. Y con una sonrisa le dijo: al fin has vuelto. Lo único decente que hay en ti nunca ha salido de esta habitación, de aquí conmigo.» ‘París’ (Cálculo de estructuras) |
«Ja fa cinc anys que és morta la Joana:
els anys que fa que ell fuig. Em telefona des de ciutats estranyes. Està sol i durant aquest temps s’ha anat fent vell. (…) Només de tant en tant, mirant per la finestra cap al pati verd fosc, un de nosaltres diria amb un sospir: vindrà l’hivern.» ‘Seny de Raquel’ |
«Hace ya cinco años que Joana murió.
Desde entonces, él huye: me llama por teléfono desde extrañas ciudades. Está solo y durante este tiempo se ha hecho viejo. (...) Sólo uno de los dos, con un suspiro y mirando hacia el patio verde oscuro, diría alguna vez: vendrà el invierno.» ‘Sentido común de Raquel’ (Casa de misericordia) |
«Malgrat això, són útils els records,
perquè així somiem que ens acompanyen els morts, els nostres morts. Tu tens els teus. Jo els meus. Però la noia és de tots dos. Som un a cada banda d’una tomba.» ‘Perspectiva’ |
«Pero, a pesar de todo, los recuerdos son útiles:
así soñamos que nos acompañan los muertos, nuestros muertos. Los tuyos tú, los míos yo. En cambio, la chica es de los dos. Con uno a cada lado de la tumba.» ‘Perspectiva’ (Casa de misericordia) |
El paisaje de las ventanas. La tierra, el mar y, en el pensamiento, el cielo del Atlántico norte cuando sopla el poniente. |
La Sanaüja de la infancia
«…aquella tierra dura de viñas y de trigo en Sanaüja.» |
Carrer Bossal y Torre Sant Jordi (Sanaüja)
«Al final de la calle ha visto a un niño que se aleja saltando entre los charcos.» |
Carrer Escots (Sanaüja)
«Entonces era un niño y esto un pueblo.» |
Juan y Luis Margarit, padre y tío de Joan (principios de los años 90)
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Joan con 3 años acompañado por su madre Trinidad, su abuela paterna Dolores y su tía Sara, primera esposa del tío Luis
(Barcelona, 1941) «Jardín de mi niñez: patio del miedo» |
Con sus padres, Juan y Trinidad, en Las Ramblas
(Barcelona, 1944) «Intentaron huir de aquellos años con palabras de amor…» |
Joan sentado en primera fila abrazándose las rodillas, rodeado de hijos de emigrantes.
A la derecha de la foto, con la mano en el vientre, Elena, su primer amor. Santa Coloma de Gramanet (1946) «…la heroína de los sueños de amor de mi niñez.» |
Joan con Domingo Fernández, médico amigo,
rodeados por las bellas del lugar. Alrededores de Puentenansa, Santander (verano de 1961) «No parece que uno aporte gran cosa a sí mismo a partir de la adolescencia, en la que da comienzo una interminable estupidez.» |
Mariona, Joan y Joana
(Forès, años 80) «…tú, yo y esta muchacha, tierna y frágil como el aire en el ala de los pájaros.» |
Joan, Joana y Carles
(Navidad, Sant Just Desvern) «Hoy aquel niño es músico de jazz. (…) allí donde empezó tímidamente nuestro amor por él.» |
Joan y Mariona
(Forès, años 90) «Recordadnos felices: lo hemos sido.» |
Joana y Joan
(Solivella, 2000) «…y mis palabras sobre ti no tienen más sentido que la herrumbrosa cerradura de una puerta que no abre a ningún sitio.» |
Entre Mariona y Mònica
(años 2000) «Detrás de ti quizá me está llamando la niña que, aun habiéndola olvidado, sé que tuve en mis brazos.» |
Joan y Mariona
(Palermo, 2004) «Soy un viejo inexperto. Tú, una mujer mayor desamparada.» |
Mònica Margarit y Mariona Ribalta
(Colera, 2004) |
Joan con Mònica y sus nietos Eduard y Pol
(Colera, 2004) |
Joan y su nieto Pol
(Colera, verano 2005) «Cuento a mis nietos que los dos cipreses son el uno una reina y el otro un caballero…» |
Joan y Pol
(Forès, otoño 2005) |
Joan, Mariona, Eduard, Mònica, Carles y Catalina
(Sant Just Desvern, Navidad 2005) «Para garantizar unos mínimos de protección (...) se inventó la familia.» |
Mònica, Joan, Pol, Mariona y Eduard
(Bologna, Navidad 2006) |
Clara (de pie)
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Pintor Fortuny
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Clara (recostada)
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Planxant
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Esther
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Port
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Fruta
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Renfe
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Gos en la neu
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Sarrià
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La Diagonal
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Zúrich
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Tumba de Charles Baudelaire.
Cementerio de Montparnasse, París. «…la sífilis, igual que una purpúrea rosa.» |
Tumba de Jaime Gil de Biedma.
Cementerio de Nava de la Asunción, Segovia. «…cuando ya mal alguno te puede envilecer sino la muerte.» |
Tumba de John Keats, junto a la de su amigo Joseph Severn.
Cementerio protestante de Roma. «…y lloro al recordar algún verso de Keats.» |
Tumba de Joseph Brodsky.
Cementerio de San Michele, Venecia. «La muerte espera fuera para entrar.» |
Tumba de Percy B. Shelley.
Cementerio protestante de Roma. «…la clara certeza de la muerte.» |
Tumba de Rainer Maria Rilke.
Cementerio de Raron, Suiza. «Rainer Maria Rilke está en el viento.» |