Entrevista realizada por IGNACIO BORGOÑÓS «Escribir un libro es dejar en la Tierra una vela encendida» Premio Torrente Ballester 2019 Hace ya bastante tiempo que el nombre de Miguel Sánchez Robles (Caravaca de la Cruz, 1957) es todo un clásico en el palmarés de los premios literarios más afamados de novela, cuento y poesía. Este escritor incombustible cada vez afila más el colmillo y sus textos son más desgarradores, más profundos, más existenciales. Cuando lees un poema de Miguel parece que alberga cuanto otros dirían en las trescientas o cuatrocientas páginas de una novela, cuando lees una novela de Miguel parece que todas aquellas páginas son poesía. Ese es el encanto de un tipo capaz de haber creado un estilo propio, un estilo acertado que sabe tocar el alma de los lectores, acariciarla, incluso jugar durante un tiempo con ella, para luego dejarla allí, por los suelos, condolida, cegada por la luz de la razón; un alma ya de por siempre triste y contenta a la vez, reflejo de la vida que todos intentamos explicar pero que ninguno lo consigue. Su humildad fascina, cualquier otro con la mitad de los premios que él ha ganado estaría postulándose para dar clases en Berkeley, hablaría ex cátedra o miraría con desprecio al resto de escritores de su tiempo. Sin embargo, Sánchez Robles va a lo suyo, premio a premio, sin quebraderos de cabeza por llegar a publicar en Alfaguara o alzarse con el Planeta, cuestión que por otro lado proporciona cierta tranquilidad. Jubilado ya de la Enseñanza, se contenta con escribir a diario, que es probablemente el mayor regalo que le ha dado la vida y, para sus incondicionales, que siga haciéndolo es como que la existencia decidiera besarte en la boca. Nada tiene que envidiar a los grandes, él ya es uno de ellos. Y si me apuran, podríamos estar ante el mejor escritor español vivo. ¿No me creen? Que el más pintado se presente a un premio literario —eso sí, de los limpios— donde también lo haga Miguel. Mis condolencias, porque no tendrá ninguna posibilidad ante este caravaqueño que ahora nos presenta su última novela, Algo pasa en el mundo, premiada, como no podría ser de otra forma, esta vez con el Torrente Ballester 2019. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Qué demonios pasa en el mundo, Miguel? —MIGUEL SÁNCHEZ ROBLES: Que la humanidad se ha enamorado de que lo fácil calme su cerebro y fuera de internet todo ha comenzado a oxidarse. El mundo se ha convertido de pronto en un delirio y cada día parece funcionar más como una vieja máquina de desgranar panizo. Quien haya visto trabajar alguna entenderá mejor lo que digo. Se ha acelerado en su metabolismo y ha desbordado a la ficción, casi ha conseguido hacerla ya superflua. Muchas de las cosas que en él suceden son demasiado esperpénticas y demasiado complejas a la vez, un engrudo difícil de tragar. Pero también está lleno de retos y de motivos para fundar nuevas esperanzas que sustituyan a las promesas caducadas. En ese sentido, comparto estas palabras de Paul Auster: «Lo que realmente asombra no es que todo esté derrumbado, sino la gran cantidad de cosas que siguen en pie». Es apasionante lo que va a suceder en las próximas décadas, aunque existan muchos peligros latentes, mucho temor y un riesgo enorme de que todo puede ir a peor. A mí me asusta la posibilidad de esa muerte del pensamiento que se ve venir y esa desconsideración a la dignidad humana que conlleva, el apayasamiento de lo trascendente y el auge del oprobio y de la bobería de los que hablaba Borges. Pero también sé que el ser humano, en situaciones así, casi siempre ha tenido valor de hacer algo nuevo por la vida. Ese es el tema: Hacer algo bueno y nuevo por la vida. Se podría empezar por una lista de cosas, de “propósitos de enmienda”, por ejemplo, pero creo que ni siquiera esa ingenua y básica idea exista en la cabeza de nadie porque todo parece estar en shock. A veces pienso que el mundo es una especie de castillo de naipes o de torre de copas de cristal tan delicada y tan enormemente frágil que los ministros, los presidentes, los asesores y los reyes no pueden en realidad hacer otra cosa más que darnos la mano y sonreír. Y otras veces pienso que el mundo es hermosísimo y su idiotez atractiva. —ECP: El personaje principal de Algo pasa en el mundo es un tipo muy quemado, con la angustia vital a flor de piel. Pero resulta que el protagonista de cualquiera de tus cuentos también es así, la voz de tu poesía igualmente. Todos esos seres quieren expresar algo que los quiebra por dentro. ¿De qué se trata? —MSR: Bueno, esta pregunta es de nota. Requeriría la ayuda de un gabinete multidisciplinar de psiquiatras y filósofos, y tal vez de algún oftalmólogo. Responder a eso es muy difícil. ¿De qué se trata? ¿Qué nos quiebra por dentro? Yo creo que la vida misma a veces nos quiebra como a un fémur. Casi todos tenemos experiencias humanas en las que sentimos esa quiebra, incluso casi podemos notar en el alma ese sonido con que se parten un hueso o una rama en el momento mismo de un desengaño o una desgracia. Tarde o temprano todos llegamos a esa zona en donde no hay respuestas o a ese día en que nos damos cuenta de que casi todos los pájaros que había en nuestra cabeza se han ido para siempre. Unos llegan antes y otros después. El protagonista de mi novela llega muy pronto. El libro es también una confesión sobre ese “porqué”, como cuando alguien muere muy joven y llega al Cielo y se ve impelido a preguntarle al primer ángel que encuentra o a Dios en esos tres segundos que dicen que tendremos para hablar con él: “¿Por qué tan pronto?”. En la novela existe una minuciosidad escrupulosa y lírica sobre ese “tan pronto”, y sobre qué le ha llevado a Manu a ser así, a pensar así, a comportarse así, a amar así a quienes también están rotos como él y como Marta. Pero en esa actitud personal y salvífica de poder expresarlo hay también una gran dosis de trascendencia, de placer, de alcanzar la belleza del pensamiento, porque tal vez nunca tendremos la posibilidad ni de hacerle esa pregunta a Dios ni de escuchar la respuesta. En la cita inicial de Benedetti ya queda clara esa intención: «Nunca pensé que en la felicidad hubiese tanta tristeza». Es legítimo que las personas que son dañadas por la vida dejen testimonio de su herida. La Literatura es también eso, sobre todo eso. Esa vocación de redención y de ajustar cuentas con la realidad es muchas veces lo que lleva a alguien a la poesía, a la fotografía, al arte mismo. Mis personajes generalmente forman parte de esa humanidad herida por el amor y la vida, pero también hay en ellos un sentimiento de gratitud por la existencia, una infinita ternura, un deseo de no irse del mundo, de seguir en la Tierra. —ECP: En esta novela hay mucha nostalgia, hay dolor, pero también una cierta complacencia en haber vivido al menos una infancia y adolescencia donde todo era distinto, esperanzador, “auténtico” tal vez. ¿Qué hemos perdido? ¿De qué nos hemos dado cuenta? —MSR: Aunque no seamos conscientes de ello, hemos sido suficientemente felices y hemos visto y aprendido demasiadas cosas. Nos hemos dado cuenta de todo. Y aunque nos hagamos “el tonto” viendo series sin parar y echando horas y horas delante de un videojuego, también todos sabemos que podríamos vivir aún de otra manera más auténtica, más intensa, más propia. La infancia y la adolescencia están llenas de intensidad. Hasta los espacios parecen mucho más amplios y llenos de matices. Y eso produce mucha nostalgia después. Yo siento cómo mucha gente adulta huye de la intensidad. Lo noto. Cada día se huye más, cada día somos como más “apócrifos”, casi vicarios de nosotros mismos. Quiero comprender ese fenómeno y a veces creo que escribo y leo para eso. Hay una cita de Gabriel Ferrater que usé en uno de mis libros de poesía que responde también a esa realidad: «Éramos el recuerdo que tenemos ahora. Héroes impacientes para la fe sumisa del después». «La humanidad está enamorada de que lo fácil calme su cerebro y fuera de internet el mundo entero ha comenzado a oxidarse» —ECP: Eres poeta, autor de relatos, ensayista y novelista. Cultivas todos estos géneros con éxito porque ahí está el aval de los premios. En una entrevista concedida a un diario regional en 2006 dijiste que «Los premios literarios son la forma más digna de publicar». ¿Podrías incidir en eso? ¿Por qué no te interesan las grandes editoriales? —No he dicho nunca que no me interesen las grandes editoriales, lo que ocurre es que el proceso para llegar a ellas está lleno de trampas y requiere muchísimo hastío. En cierto sentido tienes que ser genuflexo y perder mucho tiempo en las genuflexiones. Tienes que venderte bien a ti mismo y para venderte tienes que servir, buscar trampolines, tocar las teclas y los timbres adecuados, saber muy bien el teléfono al que tienes que llamar, adular al que lo descuelga... Yo ni siquiera me he preocupado en saber dónde están esas puertas ni esos teléfonos. Ese es un mundo puramente materialista y venal en el que la suerte y el oportunismo son factores decisivos. Hubiera podido dedicar tiempo y esfuerzos para intentar llegar a ellas, pero he preferido emplear ese tiempo en escribir lo que me ha salido... “del alma”, en nadar, hacer bicicleta, viajar, leer, dar clase a alumnos llenos de vida que me han contagiado su vitalidad y me han ayudado a seguir siendo joven. Si quieres poder hacer todo eso, tienes que renunciar a cosas e invertir tiempo en la tarea requerida para “llegar ahí”, tiempo en hablar con gente que después tiene que hablar con otra gente que después tiene que hablar con más gente, como esos abogados de las películas norteamericanas que siempre tienen problemas y hablan de ellos con otros abogados que después tienen que hablar con más abogados y así sucesivamente. Además, creo que ya da igual, hoy en día unos libros sepultan a otros libros en muy pocas semanas, es todo demasiado voraz y comercial, ya no es tan “sagrado” ese prestigio. Las “grandes editoriales” a las que te refieres se mueven por unos objetivos y unos códigos que cada vez tienen menos que ver con la auténtica Literatura y más con la industria del entretenimiento y la publicidad. Yo he publicado casi toda mi obra a través de relevantes premios literarios y mis libros están ahí como puedan estar muchos de los otros, formando parte del mismo montón, del mismo olvido. A veces me escribe gente de Sudamérica o del algún lugar de España, incluso de librerías, preguntando cómo pueden hacerse de algunas de mis obras ya descatalogadas como La tristeza del barro o Corazones de cordero porque una persona “puntual” que tú no conoces de nada está interesada en leerlos, y eso me gusta, que alguien busque un libro tuyo que nadie ha intentado meterle con calzador o venderle con técnicas de marketing. Puede parecer poco, pero alienta porque es sincero y humilde está muy alejado de la voracidad del mercado. —ECP: En tu última novela dices que «Nuestras biografías son auténticas, pero nuestras vidas están empezando a ser falsas». ¿Qué nos ocurre? —MSR: Ocurre que «los ojos de los demás son nuestras prisiones y sus pensamientos nuestras jaulas», como dice Virginia Wolf. Y también ocurre que nos acostumbramos a los ojos que nos miran y ya nada de lo que hacemos es verdad, como postula en sus libros Milan Kundera. Esto, si lo pensamos bien, tiene mucho que ver con los efectos colaterales que están produciendo en nosotros las redes sociales y la globalización, lo amplifican. Y también ocurre que cuanto más avanzamos en la tecnología más parece devorarnos la Nada. Esto lo digo yo, lo escribí en un ensayo y está muy relacionado también con tu pregunta. «Pero no es lo más triste. No ser es lo más triste» escribí también en esa obra. —ECP: ¿Nos tenemos que reconciliar con nosotros mismos como género humano o ya no tenemos remedio? —MSR: Tenemos remedio, por supuesto. Tenemos más remedio que nunca porque tenemos más medios y más elementos de conciencia que nunca. Lo que no tenemos es la actitud, por eso de estar enamorados de lo fácil, de lo masivo, de lo gregario, y porque nos sentimos como perdidos dentro de un gallinero, de una inmensa granja. Necesitamos nuevas constelaciones de sentido. Necesitamos incluso silencio. Necesitamos pensar por nosotros mismos. A veces oyes hablar en la televisión a gente que no para de hacerlo, hay demasiada gente que no para de hacerlo, y te das cuenta de que hay algo terriblemente equivocado en todo lo que dicen, terriblemente mimético, vacío, trasnochado. Hay que parar esa locomotora “verborreica”, despejar esa niebla para tratar de ver bien a dónde pijo vamos antes de que la oscuridad pueda llegar a borrarnos todos los caminos. —ECP: ¿Y tú qué lees, Miguel? Porque tus cuentos y novelas no tienen una estructura usual y se nota que has querido romper con lo estandarizado. Yo creo que hasta te aburre leer y por eso exploras caminos propios. —MSR: Me cuesta mucho trabajo que me guste una novela “convencional”, que me conmueva un libro o una película o una serie. Pero a veces encuentro algo que me fascina, que te llena de enjundia, que te revela una verdad que no habías visto nunca. El otro día vi Esperando a Godot en Youtube de un ESTUDIO 1 en blanco y negro de hace más de cuarenta años y me pareció magistral, me quedé embobado. Sin embargo, esa obra la vi una vez en Madrid no hace mucho tiempo y no fue lo mismo, tenía un “sesgo guay”, uno de los personajes iba en calzoncillos y los actores abusaban de un histrionismo innecesario. Ese “sesgo guay” lo tienen ahora muchas obras de arte y mucha poesía y mucha pintura y mucha prosa y casi todo lo que sale por televisión. No puedo evitarlo, en cuanto lo detecto soy incapaz de seguir prestando atención. No es un prejuicio, es más bien un déjà vu. Siento que se están “quedando conmigo”, que me están vendiendo algo que no quiero comprar o que me están repartiendo un alimento sin sabor ni sustancia. En ese sentido soy tal vez exigente, lo reconozco, pero a veces encuentro pequeños tesoros en libros y películas magníficas que te ayudan a ampliar el diámetro de tus pensamientos. —ECP: ¿Has contado los premios literarios que has conseguido? —MSR: No. Nunca. No llevo esa cuenta porque tampoco lo tengo como un ranking o algo así. Soy anti-ranking. Tengo un amigo que se considera a sí mismo el «mayor anti-autovías del mundo». Es un placer beber vino y hablar con él de eso. Te lo explica y casi te convence. Nos partimos de risa. Pues en ese mismo sentido yo soy anti-ranking, anti los diez mejores libros del siglo, anti los diez mejores goles de cabeza, anti los diez mejores lo que sea. «La lectura y la escritura son también una expedición a la luz» —ECP: Leyendo tus poemarios La sucia piel del mundo o El destrozado cielo de los charcos se aprecia un caos latente. ¿Cómo hacemos para construir? ¿En dónde buscarías tú la luz? O es que «Seguir es mi única esperanza», como dijo Claudio Rodríguez en su ya mítico Don de la ebriedad.
—MSR: La claridad y la luz están en muchas cosas, Ignacio. Además de ser un don y de bajar siempre del cielo, como dijo también Claudio Rodríguez, yo personalmente encuentro mucha de esa luz y de esa claridad necesaria para no perderse en la vida, en la poesía y en la Naturaleza, incluso en el amor. En ese sentido soy fan del Universo. Hay dos universos, el universo de lo pequeño y el universo de lo grande, como se explica en el cuento de ficción sobre Dios que tiene que escribir Manu en la cárcel en Algo pasa en el mundo. Yo soy fan de los dos. Y lo que más me asombra es que exista esa luz y que vaya de una punta a otra de ambos. Los buenos libros tratan de acercarse un poco a esa omnisciencia mística que hay en la luz. No se puede construir nada sin luz. La lectura y la escritura son también una expedición a la luz. Escribir un libro es dejar en la Tierra una vela encendida. —ECP: El futuro era esto: Telecinco, Instagram, muchachas con jerséis enormes y zapatos con plataforma; Vaquerizo y toda esa tropa de tipos que ya no se quieren parecer a Steve McQueen, sino a ese rapero llamado Bad Bunny. ¿Hay tristeza en el hecho que la gente se mienta a sí misma? —MSR: Todos nos mentimos muy bien a nosotros mismos. Nos enseñan desde pequeños a hacer eso. No sé quién dijo que la verdad pura en la vida real no sirve para nada, pero iba encaminado. Sí, el futuro era esto, pero también hay que pensar que podría haber sido peor. Desde luego, el pasado no era tampoco ningún paraíso que digamos. Y las predicciones literarias que Huxley y Orwell hicieron eran mucho más terribles de lo que el mundo es hoy. Al menos ya no pasamos tanto frío en los pies. —ECP: Y para terminar, Miguel, te pregunto como al principio. ¿Qué demonios pasa en el mundo? —MSR: Para ser conciso, creo que decir eso de que «el miedo del hombre ha inventado todos los cuentos» puede ser una buena respuesta.
2 Comentarios
Marines
19/1/2021 11:57:23 am
Excelentes preguntas y fantásticas respuestas.. .. Me ha gustado mucho.
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Oferta de Prestamo Urgente
20/9/2022 06:23:35 am
Buenos días señor / señora,
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ENTREVISTAS
El Coloquio de los Perros. CABEZAS, ISMAEL
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