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EL COLOQUIO DE LOS PERROS

ENTREVISTAS

PERSISTIENDO

DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR

30/11/2020

2 Comentarios

 
La cadena del frío

Entrevista realizada por JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ
A través de la poesía de Diego Sánchez Aguilar, el lector accede a una manera de ver el mundo que difícilmente podrá olvidar después. Su exactitud e inteligencia parecen cumplir ese régimen sobre el mundo emocional que para la poesía buscaron tantos, desde Unamuno o Juan Ramón a T. S. Eliot. Tras Diario de las bestias blancas (Premio Internacional de Poesía Dionisia García, 2008) y Las célebres órdenes de la noche (La Palma, 2016), el autor nos propone ahora, con La cadena del frío (La estética del fracaso, 2020), una especie de film “musical” basado en el disco Kid A de Radiohead, o una adaptación de este a una poesía que mezcla géneros y medios libremente, de manera explosiva, para precipitar una voz visionaria y sobrecogedora que nos llevará a un Eternamente Presente y Eternamente Diferido Año 2000: el Año de la Pirámide, el Año del frío y las cadenas. 

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS. Este libro parece muy emparentado con tu anterior libro, la novela Factbook. El libro de los hechos (Candaya, 2019). Ambas proyectan una mirada apocalíptica y distópica y es como si hubiera salido de las mismas sesiones visionarias en torno a nuestro mundo, de la misma urgencia con respecto a nuestro tiempo.
 
—DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR: Sí, hay muchas cosas en común entre ambos libros. Como bien dices, los dos surgen de una mirada angustiada sobre un presente humano, social y político que ofrece unas imágenes de futuro ciertamente oscuras. En la novela, por las propias características del género, me atuve más a la realidad histórica de un país concreto, España, a pesar de los elementos fantásticos que introduje. En el poemario decidí crear ese tiempo-espacio puramente ficticio del Año 2000 o Año de la Pirámide, porque el género poético suele ser más propicio para prescindir de contextos históricos precisos. Pero ha habido trasvase de ideas entre ambos libros en cosas muy concretas, como por ejemplo la idea de la criogenización, la idea del frío, o la indiferencia y la parálisis como formas de respuesta del individuo frente a un poder abstracto, global y sin rostro que aniquila toda idea de futuro y lo sustituye por un eterno presente congelado.
 
—ECP: Hablamos de “apocalipsis”, que además de significar “desastre final” es también el libro final del Antiguo Testamento, y lo cierto es que en tu obra hay un tono bíblico y religioso, acaso por el lado de lo visionario y lo profético. «La literatura es el conjunto de fragmentos dispersos de una religión cuyos dioses murieron de aburrimiento, entre el cielo y los espejos», escribes al principio de La cadena del frío. ¿Es tu poesía una poesía religiosa sin religión?
 
—DSA: La idea de religión es demasiado amplia y difusa como para aceptar la definición de “poesía religiosa” sin perderse en explicaciones y aclaraciones infinitas. La literatura que me gusta, y la que intento, pone al hombre frente a un abismo. Lo coge de las solapas, le quita la ropa, le sitúa en medio de un agujero negro y, sobre todo, coge su nombre, y el nombre de las cosas que cree conocer y se las escupe en la cara. Hay algo en la literatura de violento, de reacción contra la idea del hombre como dominador del universo y de su destino que es hoy día el sentido común del coach, del periodista y del empresario. Hay algo en la literatura que te dice: “mírate”, “mira el mundo sin ti”, “mira lo que has hecho”, “mira quién eres”. Y, sí, puede que todo esto suene muy religioso.
 
—ECP: Sorprende la forma en que la música que amamos se transforma en el fantasmal escenario poético de La cadena del frío. «La música despliega su batalla de planetas sin órbita», escribes. Otro de tus poemas más memorables, uno que tiene un efecto sobrecogedor en el público, cuando te he visto recitarlo en varias ocasiones, es el que menciona la canción ‘Idioteque’ de Radiohead en el título; un poema que habla, entre otras cosas, de una camiseta de Los Ramones.
 
—DSA: La camiseta de los Ramones es el único elemento biográfico de un libro que es pura poesía-ciencia-ficción. Y ese poema es el primero que escribí, y el que dio origen a todo el libro, a la idea de la distopía, de la glaciación y todo lo demás.  En ese poema hay una doble mirada biográfica e histórica. El adulto mira al joven que fue y se da cuenta del engaño que subyacía en aquellos valores icónicos de rebeldía y ardor rockero: su transformación en adulto coincide históricamente con la transición del siglo XX al siglo XXI, con el abandono de los ideales comunitarios del siglo XX, sustituidos por el individualismo extremo (‘Idioteque’) del XXI, la Cuarta Glaciación. La fagocitación de todos los iconos del rock y el punk por el Mercado Infinito actúan como elemento de unión de esa anagnórisis lánguida y fría del personaje.
 
—ECP: «El rock and roll ha muerto», dices en ese poema mencionado, que es una celebración de los Ramones, y de una camiseta de los Ramones: una celebración del poder de la música, que forma parte de la vida de uno y acaba también siendo parte del relato del mundo. El poema celebra el mundo, al tiempo que lo pone en “crisis”. Es como un canto a la belleza del mundo, mientras el mundo se evapora delante de nosotros o se convierte en hielo.
 
—DSA: Sí, también hay mucho de nostalgia en ese poema, y creo que es único del libro en el que la hay. Porque, pese a todo el engaño juvenil  que pudiera haber tras ese discurso rockero de la destrucción, la revolución y el rechazo de una ideología que lo fagocitó sin problema, también hay una belleza inmensa en su gesto inútil contra un dios invisible pero todopoderoso. Es la belleza de un fuego lejano que se está apagando, cuando se mira desde la distancia del hielo.
—ECP: El libro tiene una fuerte componente filosófica, pero es algo que no dificulta la lectura: se introduce de forma muy natural. Da la sensación de que la voz poemática va mostrando el mundo mientras lo comprende —y a la vez que el mundo olvida su nombre: es uno de los leitmotive o ritornellos de este libro y de otros tuyos—: todas las cosas olvidan el nombre del protagonista, de forma que es el protagonista de tu libro quien tiene que buscar el nombre de las cosas.
 
—DSA: El protagonista del libro tiene que buscar el nombre de las cosas porque habita un espacio poético, y el mandato romántico de “habitar poéticamente el mundo” es también un mandato ético que creo que ya solo tiene lugar en el acto literario (o, desde luego, no en Netflix): redefinir las cosas, buscar su nombre, más allá de su valor o de su utilidad, es el verdadero acto revolucionario: es un acto de conocimiento (filosófico) y de torsión del lenguaje (poético). En la literatura hay algo de actividad radical, pues pone en cuestión la idea de mundo tal y como este queda definido en el “sentido común”. Ese partir de cero que supone siempre la página en blanco es una impugnación de la cotidianeidad, del lenguaje común, de la historia y de todo aquello que damos por sentado y firmemente establecido. Y ahí hay que empezar a buscar el nombre de las cosas, para entenderlas un poco mejor, o para perderse definitivamente, como le sucede al protagonista del libro.
 
—ECP: Tu poesía también tiene una importante veta narrativa, creo, sobre todo a través de la voz del poema. Resulta épica, porque está protagonizada por personajes y también por lo que esa voz tiene de relato del mundo, sin dejar de ser al mismo tiempo una constante aprehensión lírica de todo lo que rodea a quien habla. ¿Dónde empieza el personaje y dónde el autor, en tu poesía?
 
—DSA: Necesito al personaje por lo que he dicho antes. Si pienso en una poesía confesional, en la que está mi biografía, con ella entra también un mundo ya cerrado y definido. Crear un personaje me fuerza a crear un mundo, un espacio, un tiempo, un ambiente en el que viva ese personaje, y en ese proceso de creación, de preguntar(me) quién es ese personaje, qué hace, qué quiere, dónde vive, es donde encuentro ese abismo de los nombres que me ofrece una comprensión de la realidad que solo encuentro en la escritura. Crear un personaje me permite también una distancia desde la que mirarme a mí mismo: miro al personaje y me doy cuenta de que estoy viéndome a mí mismo desde fuera; no realmente como en un espejo (especulación, identidad, filosofía) sino de una forma distinta, como horror y extrañeza (poesía): en el personaje veo al extraño que soy, monstruo, dibujo animado, perplejo, buscando.
 
—ECP: Da la sensación de que La cadena del frío es como una voz en off en una película de vanguardia y, a la vez, la puesta en imágenes de lo que se ve en la película, dado que tu poesía es muy visual. Quiero decir que mezclas géneros y medios —cine o música, además de la poesía y la narrativa— y a la vez hay una ambición que a mí me recuerda al tono de los grandes poemas de Álvaro de Campos, Rilke o T. S. Eliot, por ejemplo; o las mismas vanguardias clásicas hispánicas de principios de siglo XX en poesía: Altazor de Vicente Huidobro o Sobre los ángeles de Rafael Alberti. Una poesía —y reflexión, y narración— dominada por imágenes.
 
—DSA: Has nombrado a casi todos los referentes más directos a los que acudo con frecuencia. Me gusta mucho la poesía de la imagen y del pensamiento y el tono épico. Las viejas vanguardias son algo a lo que vuelvo siempre. Sé que hay un componente de nostalgia en esa querencia por la literatura más ambiciosa del siglo XX, que en parte tiene que ver con mi educación literaria y sentimental, con la edad de los grandes descubrimientos; pero también creo que hay en aquella ambición radical algo que me interpela de forma muy directa y que yo considero una brasa todavía viva, capaz de alimentar fuegos a pesar de habitar estos tiempos fríos. Por cierto, tu referencia a la voz en off de una película de vanguardia como definición del tono del poemario me encanta. No lo había pensado nunca de forma tan explícita, pero en cierto modo, si imagino este libro como una película, sin duda sería algo similar a La Jetée, con la voz en off sobre imágenes fijas de paisajes helados distópicos.
—ECP: En Factbook lo hacías en mayor medida, pero aquí también creo que hay una apelación a la resistencia, incluso a la acción política, al menos en forma de concienciación: buena parte del mundo es un señalar, un hacer que se revele al lector el mundo en que vivimos. La cadena del frío es como un 1984 —o una novela de Philip K. Dick, también a través del disco de Radiohead— actualizado y real, ahí fuera.
 
—DSA: No creo que haya, ni aquí ni en Factbook, una llamada directa a la acción política. Sí puede haber, como dices, un proceso de concienciación, de mirada sobre la realidad que expone ciertos mecanismos o desvela lo que hay debajo de determinadas palabras y conceptos que damos por neutros o por incuestionables. Descubrir su esencia perversa, la intencionalidad de las definiciones y transformaciones, así como la fragilidad que hay tras su aparente fuerza, es una tarea de la literatura, sin duda, y es en el lector en quien se puede dar esa llamada a la acción, más que en el libro.
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ANTONIO LUIS GINÉS

29/11/2020

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Entrevista realizada por ROBERTO LOYA

“Antonov”

Antonio Luis Ginés (Iznájar, 1967) es una de esas voces raras de la poesía española que escribe desde los márgenes de la emoción dominante. Su séptimo libro de poemas, Antonov (Bartleby, 2020) es una clara muestra de cómo los espacios interiores pueden conciliarse con la frontera de lo sagrado.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Es este nuevo poemario un cambio de registro en la línea dominante de su poesía?
 
—ANTONIO LUIS GINÉS: Sí. Hay un giro, y más perceptible de lo que creí en un primer momento. Me di cuenta nada más acabar el libro, y lo que era una sensación se fue convirtiendo en certeza con el paso de los días. Intento no repetirme, eso es fundamental, pero sin perder mi voz. Esa fragilidad frente a la inmensidad es más descarnada y directa que en anteriores trabajos, y con una perspectiva algo más incisiva.
 
—ECP: Sigue la presencia de la cotidianidad, pero ahora enlazada por el ethos, objetos o fotografías que buscan su rizoma, un alma que late desde la emoción del yo hacia un presente donde ya no hay memoria.
 
—ALG: Así es. Lo defines bien. Un retroceso momentáneo sobre un objeto o situación, y una construcción de diálogo entre el pasado y el presente, sin nostalgias ñoñas ni blandenguerías, y en todo este proceso la posición del yo, más reflexiva, lúcida si me apuras, porque esa lucidez da sentido un poco a ese encuentro que se produce y que, claro, precisa de un interlocutor. La memoria está ahí, pero no puede vencernos, porque sería como tumbar al presente, a todo lo que está por acontecer.
 
—ECP: ¿Cómo nace Antonov? ¿Lo hace la misma noche que oye su presencia por encima de las nubes cruzando el cielo nocturno de Córdoba?
 
—ALG: La insistencia de esos vuelos me hizo relacionarlos, primero con mi proceso creador, luego con las piezas que iban fluyendo mientras tenía ese sonido de fondo. Todo hasta dar con el poema que cierra el libro, que actúa de bandera o eje sobre esa motivación de fondo. No fue algo inmediato, creo que primero interioricé esa señal y desde el inconsciente, pues todo fue fluyendo hacia fuera con cierta naturalidad. Fueron unas cuentas noches escuchando ese sonido en el cielo nocturno, dio tiempo a que se fuera creando una atmósfera, a ir posicionando esos poemas que surgían con su despegue y su propio aterrizaje.
 
—ECP: ¿Cuál es su relación con la poesía actual y las nuevas voces poéticas?
 
—ALG: Siempre expectante, pero he de confesar que no todo lo nuevo tiene sustancia por el hecho de ser nuevo. Muchas de esas voces están ‘haciéndose’, formándose, y me gusta cuando esos autores son conscientes de ello como un estímulo continuo a seguir avanzando. Cuando das con una voz cuya limpieza y originalidad se sale del canon establecido, de lo corriente, hay un gran regocijo porque la poesía vuelve a la poesía. Sin embargo, no pierdo de vista que, por ejemplo, lo de poesía joven viene siendo un ‘producto’ que interesa a unos y otros manejar como un reclamo, mientras se pierden de vista o no se atienden a autores más maduros que están haciendo lo mejor de su obra. Por desgracia es una constante habitual en nuestro panorama, y no deberían estar reñidos ambos polos.
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—ECP: Usted está vinculado a la gestión cultural, y desde el CAL tiene un lugar privilegiado para otear ese horizonte de la creación literaria en Andalucía. ¿Qué lugar cree que tiene la poesía andaluza en el panorama nacional?
 
—ALG: Un lugar de referencia. No descubro nada nuevo: las generaciones jóvenes que siempre vienen pisando fuerte secundadas por una vanguardia de autores maduros que siguen dejando impronta del saber hacer con los poemas. No hablaría de una poesía andaluza, no creo en esa etiqueta; sí de la creación en Andalucía, y si tuviéramos que calificarla, sería de un estado muy óptimo.
 
—ECP: Y la poesía cordobesa, que sigue dando frutos...
 
—ALG: Sí. Autores jóvenes se muestran no solo con ímpetu, sino con hechos y poemas. Hay líneas trazadas que parecen interesantes, solo hay que darles tiempo para que cuajen del todo. De los más creciditos pues estamos viendo trabajos ya muy sólidos. Los frutos vienen de todas las franjas, también de esas “islas sueltas”, los más invisibles —con los que comparto parte de ese sentimiento— mostrando también apuestas interesantes.
 
—ECP: ¿Emergentes o divergentes?
 
—ALG: Lo divergente siempre tiende a romper con algo de lo establecido, pero romper por romper, sin una motivación o dirección de fondo, no me atrae nada. Lo emergente suele ir rodeado de una cierta aureola que a veces no se corresponde con lo que luego llega a tus manos. Me quedo con el equilibrio, venga de donde venga.
 
—ECP: ¿Considera que con Antonov se abre un nuevo rumbo de su poética?
 
—ALG: No lo sé. A lo mejor es un poco pronto para hacer esa afirmación. Pienso que es más bien producto de una evolución no planificada, por supuesto. Hay un giro respecto a mis anteriores libros, cierto, al menos en el grueso de los poemas. No me detengo, sigo indagando en la sencillez expresiva y en el impulso que lo íntimo puede aportarme, y exploro por ahí. Si con ello abro ese nuevo rumbo en mi poética, bienvenido sea.
 
—ECP: ¿Cuál cree que es la más clara influencia que hay en este nuevo poemario?
 
—ALG: Sería difícil de concretar un solo aspecto o elemento. Hay una relación profunda con la naturaleza, con la tierra, que sostiene todo el libro, un hilo conductor que enhebra la voz de todos los poemas. Y esa relación tiene distintos momentos, pero sobre todo marca un reconocer nuestra pequeñez y nuestra deuda ante un medio que seguimos destruyendo sin remisión.
También el territorio de los sueños es un referente constante, como una materia abstracta que de pronto cobra algo de forma y que se posiciona en la escena.
Pero de fondo también permanece ese toque reflexivo, espiritual si quieres, que impregna todos los poemas, de forma más o menos soterrada, con la lucidez placentera del instante que llega para quedarse.
 
—ECP: Antonio Luis Ginés es de los que piensan que se puede aprender a escribir un poema, como diría Eduardo García. No en balde, sigue insistiendo e imparte clases en talleres de creación literaria.
 
—ALG: Hasta cierto punto sí, pero debes llevar ‘algo dentro’ que sea capaz de encender y mantener esa hoguera. Conecto bastante con las directrices que marcó Eduardo García a este respecto, y en los talleres de poesía que imparto doy algunas claves para escribir poemas, pero tiene que haber también ‘ese’ algo más que ayude a que ambos polos (trabajo e inspiración) se conecten y se produzca cierta magia, y permita una continuidad.
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© José Javier Hernández Aguilar
—ECP: Antonov fue escrito durante los días de la pandemia... Aunque su nacimiento es un poco anterior, el libro cobra forma durante el confinamiento. ¿Cómo influyó en el proceso la cotidianidad detenida?
 
—ALG: La verdad es que el libro estaba cerrado ya en ese período. Sin embargo, me dio tiempo para reflexionar y pulir con más calma algunos detalles en los poemas. Suena fuerte, pero ese periodo no lo viví como algo negativo, sino como una oportunidad, e intenté aprovecharla. Más reflexivo y recuperando el placer de disfrutar de lo cotidiano, de los detalles, y quiera o no, pudo acabar influyendo también en mi manera de ver y plasmar el mundo.
 
—ECP: Dice Manuel Rico, su editor, que sus poemas se deslizan de manera fronteriza a lo inefable, un concepto abandonado por las nuevas corrientes de poetas más en sintonía con el rap, la repetición, lo breve.
 
—ALG: Es una constante en mi escritura: siempre tengo que ir por otro lado, ¡ja, ja, ja!... No, es broma. Lo invisible —que en los poemas trato de que tome algo de cuerpo— tiene mucha importancia en mi poética, porque, de alguna manera, hace sostenible lo visible desde otro ángulo y otra mirada. Es un terreno en el que ando siempre cómodo, intentando nombrar todo eso que por su sencillez ya nos marca una complejidad, sencillez que espera eso: que alguien profundice un poco en su misterio. Y luego están las palabras, que deben hallar su lugar perfecto en este planteamiento.
 
—ECP: La tendencia es buscar nuevas emociones de una sociedad que no sabe de repente qué rumbo tomar: la tecnología, lo social... Sus coetáneos advierten que lo que se pierde es la belleza de un viejo mundo, ese viejo avión ruso como metáfora de la vieja belleza que pasa.
 
—ALG: La tendencia es moda, y las modas ya sabemos... Vivimos en un mundo de pérdidas, siempre estamos perdiendo algo por el camino, y a veces, es fácil dejarse arrastrar por esa inercia y centrarnos en ese aspecto, pero las ganancias también están ahí, en sus múltiples formas; lo que hay que saber es si estamos preparados para verlas, asumirlas, cantarlas y que restablezcan el equilibrio de la pérdida.
 
—ECP: Usted es también prosista, exégeta del relato breve. ¿Son dos lugares diferentes, poesía y prosa, o están en su creación como vasos órficos?
 
—ALG: Tienen sus puntos de conexión. Desde la poesía es relativamente fácil acercarse a los microrrelatos, pero exige también un giro, un ligero cambio. Al menos así lo vivo yo. No puedo estar saltando de un género a otro sin más, soy muy de atmósferas, de ese aura —invisible, claro— envolvente, que cuando nos toca exige de nosotros una total entrega y no puedo estar cambiando —ya me gustaría— con facilidad de territorio.
 
—ECP: Si tuviera que ejercer de crítico —como hace habitualmente en Cuadernos del Sur—, ¿cómo calificaría este nuevo libro y en qué anaquel de la biblioteca personal lo pondría? ¿Al lado de qué otros libros o autores?
 
—ALG: Puede sonar un poco pretencioso por mi parte calificar mi libro, no sé, no reparé en ello, al menos desde el punto de vista de crítico. Bastante tuve con escribirlo. Dejo que sean los demás los que se encarguen de ello. Puede que más adelante, pasados estos momentos, logre calificarlo, pero mientras tanto dejo que se califique él mismo por su interior. En cuanto al anaquel, lo colocaré con el resto de libros y autores, por orden alfabético, sin más pretensiones de otro tipo.
 
—ECP: Tras Antonov, ¿ha vuelto a escribir o es necesario un periodo de reposo? ¿Cómo asiste a ese proceso interior de escritura?
 
—ALG: Funciono también por rachas, y cuando toca una de ellas aprovecho para ver hasta dónde me lleva. El período de reposo tiene más que ver con todo lo que envuelve al libro. El estar leyendo de nuevo esos poemas en presentaciones o demás actividades hace que sea necesario un respiro para otras apuestas, sí, aunque uno no siempre puede decidir cuándo tomarlo. Ahora mismo estoy en ello, barajando nuevos poemas, pero sin ninguna presión. Mi ritmo es pausado, y mi insistencia —cuando doy con el punto clave sobre lo que quiero— es agotadora.
 
—ECP: Por último, ¿qué le espera a la poesía tras la pandemia?
 
—ALG: Seguir insistiendo. Vienen momentos nuevos, por descubrir. Y la poesía no es ajena a todo lo que pasa, pero ha de estar ahí, siempre en guardia, para lo que nos deslumbra y lo que nos hiere.
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© José Javier Hernández Aguilar
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TERESA VICENTE

27/11/2020

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Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA

Justo en el pasado mes de marzo, cuando estalló oficialmente la pandemia en España y se dictaron semanas de estricto confinamiento, se publicó el libro Orión pasa de largo de Teresa Vicente (Murcia, 1957) en la Colección Sudeste de la editorial Balduque. Aunque ha incurrido dos veces en el género de la narrativa breve, parece que la poesía es el campo donde esta autora más quiere demostrar sus avances. La constelación de Orión se apoya en dos perros cazadores, Canis Maior y Canis Minor. Y aquí está, cómo no, El coloquio de los perros ladrando a las puertas de este nuevo poemario.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Empecemos por el prólogo. Sabemos que el maestro Eloy Sánchez Rosillo no se prodiga demasiado prologando ni reseñando los manuscritos de sus contemporáneos. Termina afirmando que «Teresa Vicente habla de verdad». ¿No habíamos quedado, con Pessoa, en lo de que el poeta era un fingidor? 
 
—TERESA VICENTE: Que Eloy me haya hecho un prólogo se debe exclusivamente a que es un buen amigo, y se lo agradezco enormemente. Cuando se lo pedí sabía que me aprovechaba de su amistad, aunque le dije que le compensaría con una buena comida. Aún no he podido hacérsela; quizás tendré que invitarle a dos.
Yo creo que la poesía debe nacer de sentimientos, y en eso es verdad lo que dice Eloy. Pero luego podemos jugar con ellos, y con lo que sabemos de nuestra experiencia, y así, engrandecemos las palabras, las llenamos de magia, de luz, de alegría o de horror. Es como un juego —a veces una catarsis—: nos hace sufrir, aunque al final nos sentimos muy bien si lo que queríamos decir lo hemos logrado con éxito. En esto último podemos acercarnos a Pessoa: escribir —por ejemplo— sobre el amor, sin estar sintiéndolo, solo porque deseáramos tenerlo y/o alguna vez lo hayamos sentido.
 
—ECP: Percibo, leídos tus anteriores libros de poesía, que Orión pasa de largo ha llevado un proceso más sosegado en su elaboración. ¿Me equivoco?
 
—TV: En realidad, llevaba dos libros a la vez: uno de narrativa y otro de poesía. Mucha gente cree que es lo mismo pero, al menos en mi caso, no: mi cerebro tenía que cambiar el ‘modo del lenguaje’ de uno al otro. También es cierto que los choques emocionales que se encuentran en Orión pasa de largo han pasado por una larga maduración en el tiempo. Era una poesía que en el momento en que ocurrieron los hechos —tanto los personales como los generales— no hubiese podido escribir sobre ellos; necesitaban reposo, pasar por el tamiz del tiempo.
 
—ECP: ¿Qué aporta Orión pasa de largo respecto de Enraizó en el agua, Dispárame vida o Estigma?
 
—TV: Aporta sobre todo más experiencia, en todos los sentidos; es lógico: han transcurrido diez años entre mi primer libro y este. Me he relacionado más con la gente y con el mundo; he leído mucho más; y he escrito, he escrito mucho. Digamos que lo que publico es la punta del iceberg. Otro matiz —que ya aparecía en Estigma— es que no solo me intereso por mis propios pensamientos y sentimientos, sino que presto mayor atención a todo lo que me rodea, incluso a lo que antes de mí ha podido existir, o después existirá, de una manera más profunda que en los primeros libros.
 
—ECP: El amor multiforme impregna todo el libro. ¿Al final, Teresa, el amor es un viaje, una dependencia, una enfermedad, una ficción?
 
—TV: Hay muchos tipos de amor: hacia tu pareja, tu familia, tus amigos y al mundo. Hoy en día el amor se considera casi una debilidad; no está de moda. Estoy de acuerdo en que es todo eso que tú dices: un viaje compartido; una dependencia que tiene que actuar en los dos sentidos. Alguna vez se manifiesta con tal pasión que se puede convertir en una enfermedad. Y si es una ficción, ¡bendita ficción! que mueve el mundo, o lo destruye; y tampoco importaría que fuera una ficción, porque se siente como real.
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—ECP: Mantienes un confesionalismo explícito, ortodoxo. Al ser Orión pasa de largo un desnudo casi integral, ¿no queda otra opción estética? ¿Crees que la poesía ha de ser confesional o no ser?
 
—TV: Es postura personal de cada poeta. Yo me integro con cada poesía. Pero ocurre que me puedo interesar por personajes, con los que es imposible que pudiera tener mucha relación. Entonces, me convierto en otra persona, indago y busco en mi empatía cómo desarrollarlos. Hablo de poemas como ‘Joven héroe con rifle’ o ‘El arrebato de Juan’.
 
—ECP: Tu protesta se versifica con el asesinato de Miguel Ángel Blanco, la guerra de Siria, desastres ecológicos, el ataque a las Torres Gemelas, matanzas escolares... Un zapping pasando páginas del libro como si de un mando a distancia se tratara. ¿Y después? ¿Seguimos pelando la fruta tras el “telediario poético”?
 
—TV: Sí, es la vida misma. Desarrollamos una rutina de existencia dentro de acontecimientos más o menos tremendos. Seguimos haciendo la paella del domingo, aunque más al sur o más al norte estemos en una pandemia, haya otros en guerra u observemos injusticias extremas... Pero es la ley de la supervivencia: todo tiene que continuar; buscamos el equilibrio emocional para no volvernos locos.
 
—ECP: Hay un poema dedicado a la mística murciana de siglo XVIII Juana de la Encarnación. ¿Podrías explicar qué te atrapó de este interesante personaje desconocido fuera de sus fronteras regionales?
 
—TV: La mística me ha atraído desde siempre. En mis libros aparecen frecuentemente poemas dedicados a místicos, en especial los relacionados con mujeres: su unión con Dios las empoderaba. Tomemos el caso de Hildegard von Bingen y Teresa de Ávila. Ellas llegaron a aconsejar a papas y reyes, porque nadie se podía oponer a “la palabra de Dios” que se suponía que salía de sus bocas. Quise investigar si había alguna escritora procedente de Murcia relacionada con la mística. Encontré dos. Teresa de Cartagena, nacida en 1425, que en su segundo libro Admiraçión Operum Dey, defendió que la mujer podía escribir igual que un hombre. Como antecedente está Cristine de Pizan en La ciudad de las damas, en Francia, un siglo antes. La otra mística fue Juana de la Encarnación (siglo XVIII), que en su libro narra la “Pasión de Cristo”, en pasos. Sus descripciones me recordaban precisamente los pasos de la Semana Santa. Indudablemente hizo suyo el sufrimiento de Jesús, y dijo que ella lo padecía, con lo que adquirió una notoriedad social importante.
 
—ECP: Entre tu gratitud, aparte lógicamente de Robert Pocklington, hay un lugar especial para Soren Peñalver, una leyenda viva que ha agitado el corazón y el conocimiento de todos los poetas que lo hemos tratado. Le dedicas ‘El descanso de los Peñalver’. ¿Qué significa Soren para Teresa Vicente?
 
—TV: A Soren lo conozco desde que yo tenía quince años, siendo una amistad esporádica que iba y venía. Ha sido a raíz de mi incursión en la literatura que nuestros vínculos de amistad se entrelazaron más. Los dos tenemos un punto salvaje en nuestros caracteres, y aunque yo lo intento dominar, es muy parecido al que tiene Soren. A los dos nos gusta viajar, relacionarnos con las personas, y tenemos intereses literarios parecidos. Creo que simplemente le quiero.
 
—ECP: ¿Tu enlace con la cultura británica va más allá de tu vida compartida con el profesor Robert Pocklington? ¿Tienes una influencia literaria considerable de autores que escribieron en inglés?
 
—TV: Si hablamos de literatura en general, para mí uno de los grandes es Oscar Wilde. Su obra me fascina. Mi padre tenía El retrato de Dorian Gray en su biblioteca y antes de los once años yo lo había leído. Me dejó sin aliento. No sé si se nota alguna influencia en mí pero... ¡Ojalá! Y, por supuesto, Shakespeare, que escribe a otro nivel: es de los pocos tocados por los dioses. Me gusta también la introducción de mitos y leyendas —aquí pienso en Tolkein— y la delicada descripción social de Jane Austen o las hermanas Brönte. En cuanto a la poesía, lo que más admiro de los poetas ingleses es su maravillosa descripción del paisaje; a través de él te conmueven. En ese aspecto son unos maestros.
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ALBERTO OLMOS

11/11/2020

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Entrevista realizada por HÉCTOR TARANCÓN ROYO


Leer las cuestiones literarias de Cuando el Vips era la mejor librería de la ciudad (Círculo de Tiza, 2020) enternece, divierte y provoca muchas preguntas, pero cuando hace aparición la cuestión política la risa se congela, posiblemente porque el débil y poco valorado entramado de la cultura es una parte mínima del total: la autodestrucción tranquila y despreocupada de la sociedad. Aprovechando esta recopilación de las columnas publicadas durante los últimos cinco años en El Confidencial, más cinco entregas en Zenda, hablamos con el crítico y escritor Alberto Olmos en esta entrevista-maratón llena de verdades incómodas.

--EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Empezaste haciendo crítica en 2004 con dos blogs, Hikikomori y Lector mal-herido, y terminaste en 2013, coincidiendo casi con el fin de la época dorada del blog. ¿Qué medios tiene ahora la crítica para publicarse y llegar al público?
 
—ALBERTO OLMOS: Bueno, en rigor Malherido iba de libros y Hikikomori era más un diario, ahí no hacía reseñas. También, siendo riguroso, la verdad es que he seguido hasta más tarde de 2013 haciendo reseñas, pero ya en mi web malherido.com, que es de pago. Sobre la crítica hoy supongo que su modo de aflorar no es otro que los suplementos y algunas revistas, o también columnas donde uno de pronto decida hablar de libros. En realidad, nunca he sido muy adicto a la crítica literaria, sino a determinados críticos con voz propia —lo mismo para el cine.
 
—ECP: Hubo varias razones personales: cumplir 39 años a principios de 2014, y no ser suficiente el saberse leído y accesible. ¿Representa esa confesión los vaivenes del entusiasmo de Remedios Zafra?
 
—AO: En realidad mi cambio fue porque es muy tedioso andar con los comentarios anónimos y las disputas y ponerlo en privado me servía para seguir sin tanto estorbo. Me gusta leer y escribir algo sobre lo leído, si no, parece, con los años, que no leíste. Ahora ando más parado con esto porque escribo reseñas para El Confidencial y para Zenda, y no tengo tiempo, con los hijos además y la vida adulta definitiva.
 
—ECP: La verdad es que parece un engaño, uno se cree que en la cultura va a encontrarse con fama y dinero, cual Mago de Oz, hasta que uno tira de la cortina.
 
—AO: Todo en esta sociedad es venta de humo, decorado y romanticismo de escayola. Los jueces imparciales, y luego vemos cómo se eligen; los periodistas que destapan la verdad, y luego vemos lo que tapan; los escritores míticos, y luego todo es trapicheo de favores. Los políticos que buscan el bien de la gente, y luego todo es ocupar sillón, robar, poner a dedo a los amigos y mentir sin escrúpulos.
 
—ECP: Si la actividad «de poner una palabra detrás de otra y decir algo sincero y enjundioso» es de las más inútiles, ¿qué sentido tiene hacer crítica hoy en día?
 
—AO: Bueno, las cosas que te gustan no tienen otro sentido que el hecho de que sigan gustándote. Es agradable ser leído, pero es fundamental escribir no para ser leído.
 
—ECP: ¿Qué dirías de la tan repetida frase: «yo para hacer una crítica negativa no la hago»?
 
—AO: Una estupidez. Traducible por: yo para buscarme problemas prefiero no buscármelos y ya se los buscará otro, más idiota. La crítica negativa de un libro o una película, de un gobierno o de una moda social es imprescindible. Hablar siempre bien de todo en público debería ser señal más que suficiente de que deben quitarte el uso de la palabra.
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—ECP: Claro que no es nada fácil en el caso de la literatura: las editoriales, con toda su buena fe, mandan los libros, y uno puede pensar que hay que corresponder ese gesto con halagos.
 
—AO: No, no, esto de que te manden libros yo, que soy muy mirado, pudoroso y solícito, justamente no lo veo como algo que deba influirte. No supone nada para los grandes grupos mandar cientos de libros aquí o allá. Es peor tener que hacer la reseña de un amigo, desde luego.
 
—ECP: Cuando eso no sucede, o se toman «caminos poco claros moralmente para la curia de los políticamente correctos», uno se crea una «Mala fama». ¿Sigue estando ese camino lleno de enemistades, o esa «mala fama» se ha convertido en un cliché?
 
—AO: Yo no siento que tenga enemigos, la verdad. Creo que caigo mal a un montón de gente, cosa que nada tiene que ver con una vida de batalla interpersonal que sólo resuelva la muerte. Además, yo no me dedico a sabotear regularmente el trabajo o el buen nombre de nadie. Son momentos puntuales de señalar o enrabietarse, tomados como norma cuando son muy excepcionales.
 
—ECP: Pensándolo bien, aunque a cañonazos, todos han ido abandonando esa senda llena de destrucción: Tongoy, la Sargento Margaret, Addison de Witt... En aquellos tiempos la historia de la literatura se escribía en los comentarios de las entradas.
 
—AO: Una teoría que tengo es que los blogs funcionaban porque había cientos de comentarios, y que esos comentarios dejaron de hacerse porque detrás de ellos —de esos anónimos— había varios escritores frustrados que, una vez consiguieron publicar en sellos grandes, dejaron de insultar a los escritores de su generación que ya publicaban en sellos grandes. Y de ahí la sequía actual, porque estos autores ya no necesitan desfogarse con comentarios anónimos en blogs.
 
—ECP: A todo esto, ¿en qué se diferencia Cuando el Vips era la mejor librería del mundo, ese libro «un poco más gordo de lo normal», de una Poesía completa?
 
—AO: A mis ojos en nada, porque también es poesía.
 
—ECP: Tus columnas parten del aparentemente sencillo, pero complicado, ejercicio de leer. ¿Qué implica, y cómo lo hacemos en España?
 
—AO: Leer implica sobre todo tiempo y soledad. Tiempo no tenemos mucho y la soledad —como prueba el éxito de las redes sociales— la aborrecemos. Así que leer es un acto absolutamente épico y antiguo y destinado a desaparecer o, como sucede hoy, a ser sobre todo fingido. Nadie lee nada, se opina de oídas, se engaña sobre lo leído realmente.
 
—ECP: Muchos se quejan del lector, ese ente ignorado. ¿Se han vuelto elitistas los escritores en su elogio de lo complejo y lo posmoderno, los lectores son tontos, o solo buscan entretenerse?
 
—AO: Bueno, siempre ha habido textos más y menos accesibles, no creo que ahora mismo se haya inclinado la balanza hacia lo complejo; de hecho, seguramente es al revés. Pero luego tienes al pensador Byung-Chun Han con sus libritos apretados de citas que venden mucho, que son leídos. En definitiva, uno tiene que escribir lo que le gusta y el público ya hará lo que le parezca.
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—ECP: De hecho, muchos lectores se fraguan en las bibliotecas públicas, pero nadie habla de ellas. ¿Hay que comprar menos y visitar más sus fondos?
 
—AO: Hombre, comprar menos no es algo que uno deba promover, pues de algo tiene que vivir el sector editorial. En realidad no hay que hacer otra cosa que leer sin prejuicios: eso ya sería bastante.
 
—ECP: Si hablamos de comprar, estadísticas oficiales aparte, ¿quién lee y se gasta el dinero en las novedades? A veces el escritor es el que menos lee: te quiere vender su historia, pero ni compra la de los demás ni va a sus presentaciones.
 
—AO: Ni idea. Dudo mucho de los datos oficiales en este sentido, pero ahí están. Luego es cierto que muchos autores no leen novedades, pero hay que ser permisivo en este caso. Date cuenta de lo que es tratar de escribir un buen libro y andar a la par leyendo los buenos libros que escriben los demás. Es agobiante.
 
—ECP: Quizá lo del esfuerzo no tenía que ver tanto con la alta y baja cultura, como con pagar y, en un click, estar viendo series en Netflix o HBO.
 
—AO: También es cierto que hay muchos autores hoy que consideran las series su principal fuente de inspiración o entretenimiento, mucho más que los libros, y eso es un poco triste.
 
—ECP: Si la cultura nos hace libres, pero lo progre sigue dominando el debate, ¿qué opciones tenemos?

 —AO: La Cultura no nos hace libres. Todo eso son tópicos y chorradas muy propias del mundo orwelliano que vivimos. ¿Qué libertad me da leerme todo Galdós, exactamente? Ninguna. Me da un mundo, un placer y quizá una tesis sobre Galdós. Pero libertad no da ninguna.
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    Revista de Literatura.
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