Entrevista realizada por ISABEL GIMÉNEZ CARO El animal solitario que acecha en humanimal Desde la playa de Balerma se ve la nieve quieta a lo lejos: en ese espacio real y ficticio imagino a Emilio Picón —autor de la novela humanimal— como un pájaro solitario y ávido que recorre tiempos y lecturas para indagar en el sentido de la palabra dentro de la palabra. Su novela exige al lector saltar del cómodo sillón y ser capaz de detenerse en cada página: escribir es aspirar a trascender, nos dice. Leer es aspirar a trascender, le respondemos. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Borges se detiene en el título de Las mil y una noches: a la noción de infinito que sugiere la palabra ‘mil’, nos dice, se le suma «y una», es decir, se agranda si cabe dicha noción. La —nueva— palabra humanimal, que da título a tu novela, parece la fusión de humano y animal. ¿Ese prefijo hum- es el que dota al animal de ficción o, por el contrario, la ficción es solo posible en un mundo de animales? —EMILIO PICÓN: La noción de animal, según la RAE, recoge un ser orgánico que vive, siente y se mueve por propio impulso. Instintivo. Natural. Salvaje. La noción de humano, también según la RAE, se refiere a un ser animado racional. La razón marca la diferencia fundamental. La razón como eje del estadio de progreso que configura la sociedad humana: la civilización. El prefijo hum- aplica sobre la condición animal la acción civilizadora. El prefijo hum- genera la ficción. Más bien, la autoficción. El ser humano desea concebirse, contemplarse desde una óptica civilizada. Pero no se trata de una visión realista sino autocomplaciente. La civilización es, por tanto, la autoficción de la humanidad. Cimentada teóricamente en el imperio de la razón, se erige sobre los principios prácticos del horror y la mentira. Ahora bien, el ser humano se vanagloria de su carácter civilizado y, desde esa contradicción, contempla el mundo animal erradamente, como si su estado salvaje, el estado salvaje del mundo animal, instintivo en su esencia, constituyera el verdadero horror. En la animalidad hay belleza y verdad: la belleza y la verdad de lo natural. El ser humano, con su contradictoria acción civilizadora, ignora, incluso abandona aspectos esenciales de su naturaleza. Se desnaturaliza. Desnaturaliza, incluso, el mal. El mal del ser humano se aleja de instintos naturales propios de su condición animal para alojarse en la depravación, en el terreno de la corrupción más íntima y esencial. El mal del ser humano es la marca de la decadencia moral y ética y representa una fatal desconexión. Este es un elemento fundamental en nuestra autoficción. Una autoficción construida por el ser humano al llevar a la práctica, errada y contradictoriamente, su idea civilizada de la vida en sociedad. Demasiada razón. Demasiada razón para tan poco instinto, para tan poco espíritu. El humanimal necesita alternativas. Necesita, constantemente, nuevas ficciones. —ECP: El lector encuentra en la cita de Cioran que abre la tercera parte cierta respuesta a la pregunta anterior, pero el diálogo aquí se establece entre la vida y la muerte. ¿La ficción es la isla en la que sobrevivir? —EP: No se trata de supervivencia. No es tan épico. Es la vida lo representado en el juego de espejos que refleja realidad y ficción. Porque puede que no haya diferencia. Puede que la una no exista sin la otra. O incluso que sean lo mismo. Algunos físicos llevan mucho tiempo pensando que la mecánica cuántica indica que dos observadores pueden experimentar realidades diferentes y conflictivas. En 1961, el físico y premio Nobel Eugene Wigner describió un experimento mental que ya lo ponía de manifiesto. Por tanto, no es disparatado escribir que puede que la realidad objetiva no exista. Puede que sea una percepción subjetiva y, entonces, la realidad pasaría a compartir no pocas cualidades básicas y propias de cualquier ficción. La literatura es siempre una expedición a la verdad, dejó escrito Franz Kafka. Emprendemos el viaje, la búsqueda, la expedición desde la mentira, el horror de nuestra autoficción civilizada, de nuestra humanidad desnaturalizada, hacia la verdad y la belleza que constituye cada nueva ficción. La diversidad potencial que implica la ficción imprime armonía a nuestra existencia y nos acerca a la vida mucho más que ese empeño absurdo de existir ligados a convicciones y certezas que acaban siendo muros ciegos. Si no existe una única realidad, no tendríamos que empeñarnos en el hallazgo de una única y gran verdad. Seguramente no exista. Quizás debamos inventarla cada día, cada instante. Si realidad y ficción se reflejan de tal manera que no existe la una sin la otra, llegando así a ser la misma cosa, la vida y la muerte probablemente jueguen una relación bien parecida. —ECP: Ha sido señalada la presencia continua de Juan Carlos Onetti en humanimal. Me gustaría detenerme en la cita con que se abre: «que era el único hombre vivo en un mundo ocupado por fantasmas, que la comunicación era imposible (...)». ¿La incomunicación es el motor de la escritura de los personajes escritores? —EP: La búsqueda de comunicación es una necesidad vital del ser humano. De cualquier animal. Pero nosotros somos racionales. Y escribimos. Cuando uno escribe busca comunicación y, en mi opinión, la primordial es la que uno mantiene consigo mismo. Converso con el hombre que siempre va conmigo, dejó escrito Antonio Machado, quien habla solo espera hablar a Dios un día. Espera trascender, me atrevo a añadir yo. Quien escribe aspira a trascender. Trascender es derribar límites, barrotes que pertenecen, en gran medida, a una jaula mental, estrictamente racional. En todo lo que no somos capaces de comprender hay una oportunidad especialmente interesante de crear. Lo incomprensible se nos presenta como una ventana cerrada que nos niega el paisaje exterior, pero se puede percibir como una invitación a crear ese paisaje. Una invitación a creer en la existencia del paisaje que no podemos ver. ¿Qué hay más allá de esa ventana cerrada? ¿Seremos capaces de imaginarlo, de soñarlo, de sentirlo? Cuando creamos, cuando ficcionamos, creemos realmente que todo es posible. Que todo está a nuestro alcance. Podemos crearlo todo. Efectivamente, somos dioses y podemos charlar con nosotros mismos tranquilamente. Los personajes se ponen a escribir para derribar los límites, los barrotes de la trama en la que se encuentran atrapados. Imaginan otra trama. La sueñan, la sienten, la crean. La intuyen. Sobre todo, la aman. La comunicación que derriba las barreras de la razón es sólo el principio de algo trascendental que nos supera y contiene. Que a su vez contenemos. —ECP: La metaliteratura no aparece en la novela como un juego o como algo tangencial, sino como la sustancia de la misma. Recuerdo el conocido verso de Egea «las historias se cuentan una vez y se pierden». ¿Las historias de tu novela sostienen el tema de la misma, la metaliteratura o, por el contrario, solo desde esos parámetros se podían abordar esas historias —o esa historia—? —EP: La termodinámica, en su primer principio, manifiesta su desacuerdo con el poeta Javier Egea. Si la energía del universo se mantiene constante, ni se crea ni se destruye, sólo se transforma, las historias del universo literario tampoco nacen de la nada ni desaparecen del todo, sólo se transforman en virtud de la creatividad humana. Todo está contado y todo está por contar. Lo que quiere decir que el cuento está en constante transformación. La metaliteratura, según la RAE, es la literatura cuyo objeto es la propia literatura. Curioso y sencillo juego de palabras. Me gustaría añadir otro: la vida cuyo objeto es la propia vida. En el paralelismo entre vida y literatura está la clave de humanimal. Es, otra vez, el juego de espejos que refleja realidad y ficción, en este caso, vida y literatura. Son sólo palabras. El hecho es que deseamos vivir y nos preguntamos cómo del mismo modo en que nos ponemos a escribir y nos cuestionamos cómo. La metaliteratura es el recurso total, la herramienta perfecta para abordar el dilema humano fundamental: vivir. Celine lo dejó escrito. Nuestro viaje es enteramente imaginario. De ahí su fuerza. Uno de los personajes de humanimal crea la realidad al escribirla. La crea gracias a la intensidad, la profundidad de sus emociones. La fuerza de las emociones que le impulsan a escribir. —ECP: El yo fragmentado estalla a través de lo paródico, construyes un juego de voces de muertos y vivos: Cernuda, Kijote, Picón, Monetti... Personajes y autores desfilan a lo largo de todo el libro. ¿Es necesaria la máscara en ese mundo de incomunicación antes referido? —EP: Seguramente en el fondo late la necesidad de destruir el yo como mecanismo de liberación. El ego es otro de los límites a derribar para trascender, para poder crear en libertad. Poder creer. Creer en la vida. Mantener con vida lo que la vida exige. La máscara es la identidad que tanto anhelamos construir pero que tanto nos enjaula y limita. En humanimal los personajes llegan a cambiar de nombre en mitad de la novela para recuperar su nombre original en el tramo final. Es este el planteamiento. La identidad es una construcción maleable, cargada de elementos externos y a menudo casuales. No estamos obligados a construir un yo que nos convierta en únicos. La unicidad está relacionada con el talento, el potencial, la condición de cada persona. La identidad, habitualmente, se construye con la educación recibida, la religión profesada, la profesión asignada, el lugar en el que naces, incluso el nombre que tus padres eligen para ti. El potencial de cada individuo, por innato, es mucho más identitario. Además, cada existencia individual resulta insignificante. José Agustín Goytisolo lo dejó escrito. Un hombre solo, una mujer, así tomados, de uno en uno, son como polvo, no son nada. El egocentrismo resulta ridículo. Especialmente el literario. —ECP: Tengo especial interés en que nos expliques los espacios: a la imagen idílica de una Almería del desierto y lo celeste se opone un mundo de campings en los que tipos parecidos a Bolaño trabajan. Lugares no literarios hasta ahora como Balerma —que yo sepa— se materializan en humanimal no como sitios de “estar” sino como parajes en los que “ser”. ¿Es así? —EP: Sí. Uno está en lo prosaico pero es en lo poético. Digamos que uno habita en el equilibrio entre ambos espacios. Podemos hablar incluso de cuerpo y alma. Los pies en la tierra y el espíritu en vuelo. Podemos subrayar otra vez el poder transformador, incluso redentor, de la literatura y todo lo que representa. En la soledad de una madrugada la recepción de un camping se puede transformar en el espacio celestial donde se escriben las historias. El lugar privilegiado de un dios que crea el universo. Por otro lado, la descripción física de los espacios no constituye una prioridad literaria en la novela. La dimensión física de humanimal no está muy desarrollada por una sencilla razón. Asumo que la realidad objetiva no existe, que la realidad es una percepción. Por tanto, los espacios, los escenarios literarios de la novela son una proyección. La proyección del interior de los personajes. Esos personajes inadaptados que perciben unos espacios como hostiles y otros como liberadores. Unos espacios para refugiarse de la hostilidad, para poder ser en libertad; otros donde sobrevivir y estar por pura inercia. Los espacios son proyectados, creados por los personajes que previamente han interiorizado, percibido dichos espacios. Hay un filtro emocional. Y la clave en humanimal es la insatisfacción, la inadaptación en relación directa con la incomunicación mencionada más arriba. El objetivo siempre es la liberación. Literariamente la descripción física queda subordinada a la emocional. —ECP: ¿Los binomios realidad-deseo (Cernuda) o realidad-ficción (Cervantes) te facilitan mostrar a los personajes narradores de narradores que usan la narración como venganza? ¿Toda escritura esconde una venganza? ¿Por eso cada historia invalida la anterior?
—EP: No ha de ser una venganza necesariamente. Lo que implica la escritura, el deseo o la ficción, es una hondura emocional, una intimidad intelectual, una conexión con las entrañas de quien escribe o desea. Pero esas emociones, esas ideas, esa conexión no ha de tener necesariamente una connotación negativa. Lo que importa es la intensidad, la capacidad que dicha intensidad tiene para actuar sobre la realidad. Intercambiar las posiciones en el binomio. Recrear. Volver a crear la realidad desde la ficción. Desde el deseo. De nuevo proyecciones y percepciones. La realidad pasa a través de quien escribe, se filtra, y tras ese filtrado tenemos otra realidad que llamamos ficción. Pero se trata indudablemente de otra realidad muy válida, tan válida como la anterior. En ocasiones puede anularla, es cierto, puede llegar a invalidarla. Pero lo interesante, lo preferible es que cohabiten y se complementen. La diversidad potencial de la ficción regala una armonía preciosa a nuestra existencia. Esto creo que ya lo he escrito antes. La realidad no se crea ni se destruye, solo se transforma. —ECP: Háblanos, por favor, de la relación entre la música —necesaria— citada en tu novela y el ritmo de tu escritura. —EP: Sin música no hay literatura. Julio Cortázar lo dejó escrito en ‘El perseguidor’: Yo creo que la música ayuda siempre a comprender un poco este asunto. Bueno, no a comprender, porque la verdad es que no comprendo nada. Lo único que hago es darme cuenta de que hay algo. Lo único que hago es ser consciente, me atrevo a añadir yo. La música no se preocupa de hacer comprender a quien escucha. La música, más bien, procura hacerle consciente. Consciente de algo totalmente distinto. Resulta obvio decir que la música que brota del lenguaje es distinta a la ofrecida por un instrumento. Es cierto que se puede buscar la interactuación como hicieron determinados autores de la generación beat con el jazz más exaltado. Pero no es el caso de humanimal. La música que construye el lenguaje es evocada, obliga al sentido a trabajar desde la sonoridad de la palabra. Leer despacio, en voz alta, pone de manifiesto esa otra partitura, esa otra manera de hacer música. Pero en humanimal la música del lenguaje no está ligada necesariamente con la música que se cita. No, al menos, conscientemente. La música citada contribuye al desarrollo del clima de la novela, el juego que se plantea. Tom Waits, Radiohead, Los Enemigos, Pixies, entre otros, cumplen una función situacional que va sumando, escena a escena, capítulo a capítulo, para ofrecer un collage. ‘La plaza de la soledad’, por ejemplo, es mencionada en el capítulo en que los personajes llegan al barrio de Cimadevilla en Gijón y prácticamente emulan el trayecto descrito por Nacho Vegas en su canción para llegar a dicha plaza, donde por cierto se desarrolla una escena en la que participa el poeta asturiano David González. Todo está orientado a la construcción de la escena. En cualquier caso, está claro que no se puede hacer literatura sin música. Ya sea la música que se incluye en la narración o la que nace de la misma. —ECP: «(...) nada es tan importante como cubrir la necesidad de una continuidad supuesta, el entusiasmo ficticio de estar siempre en marcha para no tener que soportar la conciencia real de caminar hacia ninguna parte». He hablado más arriba de la narración como venganza y, tras esta cita de la pág. 111, me pregunto si el viaje final —a ninguna parte— muestra que solo la huida permite imaginar esa continuidad supuesta. —EP: Nada es tan importante como cubrir esta necesidad. La necesidad de amar. El amor es la única opción de continuidad factible. Todo lo que no se hace o no se dice por amor está condenado al fracaso, condenado a viajar a ninguna parte. De sobra sé que puede sonar contradictorio. Porque lo importante es el proceso, no el resultado. El viaje, no el destino. Estos no son lugares comunes, ni siquiera son fraseos de pretensión literaria. Esto es sencillamente lo que hay. En la huida el destino no importa. Importa alejarse del vacío, ese agujero oscuro que habitualmente se nutre de la ausencia más absoluta e hiriente. La ausencia de amor. El vacío del momento presente resulta tan insatisfactorio que lo más utópico y, por tanto, apropiado consiste en dejar de huir para vivir aquí y ahora y, además, hacerlo por amor, por mantener con vida lo que la vida exige. De sobra sé que a la mayoría sonará ridículo. De sobra sé que corren tiempos de absoluto cinismo, de profundo desprecio hacia cualquier atisbo de espiritualidad. Esta es la fatal desconexión, la decadencia moral y ética, la corrupción más íntima y esencial. El fracaso. El viaje a ninguna parte. Demasiada civilización para tan poco amor. —ECP: ¿Existe solo la vida en el «limbo de realidad y ficción»? —EP: Siempre lo he creído, incluso antes de ser mínimamente consciente. Rimbaud lo dejó escrito. ¿Qué vida? La verdadera vida está ausente. No pertenecemos al mundo. Siempre he creído que la verdadera vida es la vida interior. Allí está nuestro potencial, nuestra verdadera y honda capacidad de sentirnos parte de la vida. No importa lo que signifique estar vivo. Importa ser parte. Sentirse parte. Nos sentimos vivos en honduras y profundidades. En la superficie todo es efímero, nada perdura. Hay un limbo. Tiene que haber un equilibrio para que la vida encuentre su libertad. Un equilibrio totalmente distinto al ilustrado, razonado, intelectualizado. No será un equilibrio religioso. Será, sencillamente, trascendental. Fiodor Dostoievski lo dejó escrito justo al final de una de sus obras maestras. Por lo demás, no podía aquella noche pensar larga y fijamente en nada, concentrar en nada el pensamiento; nada tampoco habría podido resolver entonces conscientemente; no hacía más que sentir. En vez de la dialéctica, surgía la vida, y en su conciencia debía de elaborarse algo totalmente distinto.
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15/9/2022 08:18:32 am
Buenos días señor / señora,
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El Coloquio de los Perros. CABEZAS, ISMAEL
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