Entrevista realizada por SALVA ROBLES «Todo lo que estamos viviendo me parece un mundo distópico» Diego Sánchez Aguilar, escritor murciano, publica su primera novela: Factbook. El libro de los hechos (Candaya, 2018). No hay que perdérsela: estamos ante una obra valiente, lúcida y muy crítica con la realidad que nos envuelve y que muy pocos se atreven a mostrar. Imprescindible lectura, una novela-guantazo imperecedera (tiempo al tiempo) que va a dar mucha guerra. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: El término “distopía” que, inevitablemente, se va a utilizar constantemente cuando se hable de Factbook. El libro de los hechos, debería tener una nueva acepción a partir de la existencia de tu novela. En una distopía, la realidad sucede con métodos incompatibles a los que se dan en una sociedad existente y representa una sociedad hipotética indeseable. La distopía de Factbook no es hipotética en su mayor parte, es algo que, por desgracia, estamos viviendo. ¿Te atreves a darnos esa nueva acepción de “distopía” según lo que ocurre en tu novela? —DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR: Me encanta que hayas comenzado por esa pregunta, porque precisamente es ese el planteamiento estético general que tenía en mente cuando empecé a escribirla. Me dije: todo lo que estamos viviendo, desde 2008 hasta hoy (muerte de la libertad de expresión, pérdida de todo tipo de derechos sociales y laborales que parecían consolidados, etc), me parece un mundo distópico, y quiero contarlo de alguna manera. Una novela social o de denuncia no me valía. Una distopía clásica, que sitúa al lector en un lejano futuro, tampoco me interesaba, porque quería hablar más del presente y del pasado que del futuro. Así que decidí introducir elementos fantásticos propios de la novela distópica (la clínica de criogénesis, La Manga del Mar Menor arrasada por un terremoto, ciertas leyes represivas inventadas, sectas y grupos terroristas de corte más bien bizarro...) y ponerlos exactamente al mismo nivel de ficción que ciertos hechos o leyes que ya forman parte de nuestra historia reciente. Así pretendía crear una distancia entre el mundo narrado y la conciencia del lector, esa distancia necesaria siempre para entendernos y comprendernos mejor. Resumiendo: es una distopía del presente, de nuestro día a día: una “dishoydía”. —ECP: La estructura de Factbook es ambiciosa, cosa que agradecemos los lectores que buscamos algo más que trivialidad y mecanismos de relojería repetitivos cuando leemos una novela: tres voces narrativas se pronuncian, los tiempos se solapan (pasado y presente como motores y el futuro incierto como aspiración y/o condena), el asunto narrativo es variado y toca multiplicidad de temas (disyuntivas éticas sobre todo) y el lector, por arte de tu magia, no se pierde en ningún momento y se pasa 349 páginas absolutamente secuestrado. Una novela así no se escribe de un tirón y deben existir varias versiones. Entre la primera de ellas y la que se acaba de publicar, ¿hay muchas diferencias? ¿Y por qué esas diferencias? —DSA: Otra cosa que tenía clara cuando empecé a escribir era esa ambición. No quería una novelita concentrada y pulida (no tengo nada contra ellas, algunas son grandes obras), sino que, por esa idea inicial de mezclar ficción distópica y realidad, delirios paranoicos e historia reciente, en mi mente estaba la idea de una novela excesiva, expansiva. Efectivamente, la primera versión estaba cerca de las quinientas páginas. Eso tiene mucho que ver, no sólo con ese plan incial “expansivo”, sino con el placer de narrar. Una vez que encuentras unas voces y un tono que te gustan, que se ajustan a lo que buscabas, entonces es muy fácil dejarse llevar por esa música. Y, claro, luego toca releer con ojos de lector y darte cuenta de que tal vez has contado demasiadas cosas, de que el lector puede aburrirse, despistarse, de que la intensidad se pierde. Y entonces viene el trabajo de balanza y tijera, de intentar combinar lo expansivo con la intensidad. —ECP: Los que te conocemos un poquito y te seguimos fielmente por Facebook, podemos intuir (yo lo pienso, incluso) que tu novela ha supuesto para ti una gratificante (e imagino que, al mismo tiempo, desasosegante) vomitona de las de borrachera descomunal. ¿Qué tipo de resaca te ha dejado? —DSA: Creo que, ahora mismo, con todo el ajetreo laboral y de promoción de la novela, sigo todavía en la etapa de la ebriedad. Las últimas correcciones de la novela las hice en realidad en el verano de 2018, es decir, hace nada. La resaca vendrá más adelante. Imagino que será una sensación de vacío, inevitable cuando se ha escrito de esa manera un poco torrencial y ambiciosa. —ECP: ¿Tengo un problema grave, de sillón frente a un psiquiatra, si te confieso que no he podido evitar la identificación personal con los tres personajes centrales de tu novela? —DSA: Pues es un problema que compartimos, y creo que tiene mucho que ver con mi manera de entender la escritura en general y esta novela en particular. Yo no quería hacer una novela política en el sentido de “novela de tesis”. En la novela de tesis el autor tiene una idea muy clara de qué idea social o política quiere transmitir al lector, y crea la trama y los personajes en función de dicha “tesis” para ilustrarla o demostrarla, de manera que siempre hay personajes diseñados para “caer mal”. Yo, que casi siempre escribo para entenderme mejor, y para intentar entender algo mejor el mundo, no tengo ninguna tesis. Esta novela no ofrece respuestas, sino que se hace preguntas continuamente, como me ocurre a mí. Algo que une a los tres personajes es la perplejidad, el miedo y el continuo preguntarse quiénes son, cuál es su papel en un mundo que ha cambiado de forma brusca, inesperada y desconcertante. Cada uno, desde su propia posición y sus propias dudas y culpas, son portavoces de las mías y espero que de las de los lectores. —ECP: Lucha feroz y titánica entre Facebook y Factbook. O dos maneras diferentes de desnudar al EGO. Una red social existe y la otra “creo” que, de momento, no. ¿Por qué y para qué te la inventas? —DSA: La invento como reacción al funcionamiento de las redes sociales actuales, bien sea Facebook, Twitter o Instagram. Todas se basan en el efecto burbuja y en la satisfacción del ego y la vanidad a través del “like”. Y quería crear un reverso oscuro, de gente harta, donde no hubiera “likes”, donde no hubiera nombres, donde solo hubiera hechos. Porque, como vemos cada día más en nuestros políticos y periodistas, los hechos ya no importan para nada: solo el discurso y el relato que los tergiversa o enmascara. Creo que estaría muy bien poner los hechos por delante. Hacer un libro de hechos que sustituya al libro de caras, de máscaras. —ECP: Y ya que estamos con el EGO: ¿en pleno siglo XXI tienen cura algunos de sus múltiples síntomas? —DSA: Eso sí que no lo sé. Como he dicho antes, mi novela no ofrece soluciones, a no ser que se consideren como tales el ahorcamiento de los culpables de la crisis o la llegada del Gran Meteorito. ¡Jajajaja! —ECP: Cada página (todas, ni una sola página deja de hacerlo en Factbook) es una página que piensa. Y el lector, que subraya cada dos por tres (mental y físicamente —que nadie la lea sin un lápiz en la mano—) se sumerge, al mismo tiempo, en esos pensamientos de la novela y en los suyos propios, motivados por culpa de la novela. Y, claro, llega el terremoto del que salen hostias o puñetazos mentales. Y aquí me acuerdo de algunos excelentes escritores. Pero yo no los voy a nombrar. Hazlo tú (porfa). —DSA: Miguel Ángel Hernández definió esta novela como una mezcla de Don DeLillo, Manuel Vilas y Michel Houellebecq. Me gusta mucho esa definición. DeLillo es uno de mis escritores favoritos, por su ambición, su manera de hacerte pensar y disfrutar en cada párrafo, por no plegarse nunca a la narrativa más aburrida y convencional. De Manuel Vilas amo casi todo: el ritmo de su prosa, su capacidad para conectar con lo más emocional del lector sin caer en lo cursi (al contrario, desafiándolo también intelectualmente), su enorme capacidad para el exceso y el delirio gozoso; y, también, su forma contemporánea, genial, de contar España sin caer en los tópicos del realismo y el costumbrismo. Y de Houellebecq me ha gustado siempre, sobre todo en Las partículas elementales, esa ambición de poner al lector frente a los problemas humanos y sociales más inmediatos, más polémicos, con una sinceridad brutal y dolorosa. Yo añadiría a David Foster Wallace, porque me parece que es el escritor que mejor ha retratado el nihilismo de la sociedad occidental con una ambición literaria y ética inigualable. Y también a otros dos escritores españoles a los que me siento muy cercano estéticamente por muchas de las razones dadas anteriormente: Javier Moreno y Agustín Fernández Mallo. —ECP: Para mí, Factbook es una novela inclasificable. Se me quedan cortos o insuficientes o injustos los términos de novela política, realista, social, tragicómica, ficción especulativa, filosófica, satírica o posmoderna. Incluso el de “distópica”, que ya comentábamos al principio. ¿Dónde la ves tú como el doctor Frankenstein que la ha creado? —DSA: Yo la veo como una novela de ficción especulativa realista. Me gusta lo de “especulativa”, porque especular viene del latín speculum, espejo. Y se supone que el realismo, según la definición de Stendhal, nace como «un espejo al borde del camino». Al especular, lo que hacemos es pensar, reflexionar (reflejarnos, es el mismo juego que el del espejo), es decir, vernos desde fuera: objetivarnos, crear imagen exterior que podamos mirar y analizar, desdoblándonos. El problema del espejo realista, cuando ofrece una imagen previsible, típica, convencional (y ese es el realismo del que huyo) es que no te hace prestar atención, te da una imagen que ya tienes dentro, que estás esperando, y que, por eso mismo, no te hace reaccionar: miras de refilón y dices, “ah, vale, sí, eso es una calle”. Por eso he preferido aquí la ficción especulativa, que ofrece un reflejo extraño, que te hace fijarte más, pensar, profundizar, reaccionar. Y en ese proceso, en esa distancia, es cuando el reflejo es verdaderamente “realista” porque muestra las costuras de la realidad, lo que es, y lo que puede ser, al mismo tiempo. Ficción especulativa, ética y perpleja. Ese sería otro intento de definición, porque las cicatrices de este “monstruo” que he creado están llenas de intentos de entender qué hacer, o qué se ha hecho, en un mundo que se ha vuelto incomprensible. —ECP: Me gusta la ironía, el humor, las puyas, la mordacidad, el sarcasmo y los retintines en mitad de toda esa realidad asfixiante y opresiva que muestra constantemente la novela, porque me permite respirar entre las páginas. ¿Era necesario, verdad?
—DSA: Pues la verdad es que ese humor que dices no está usado de una forma estética consciente. Es decir, no iba dosificando, no pensaba “esto es demasiado fuerte, vamos a compensar ahora con humor”. Ese humor viene de la distancia con la que los personajes se miran a sí mismos, que es la que obtengo yo cuando miro el mundo al escribir, esa distancia permite el conocimiento, como he explicado antes, pero también hace surgir el humor. Casi todo el humor que hay es autoinfligido por los personajes hacia sí mismos, es una crítica que realizan hacia sus formas de ser o de estar en el mundo. —ECP: Dice Gustavo (qué gran personaje) en un momento de la novela (creo que al principio, en las primeras páginas): «No sé cómo puede vivir la gente sin ser culpable». Y pienso, con inocente sinceridad, que esa frase es el motor casi primigenio (y hasta inspirador) para que hayas escrito Factbook. El libro de los hechos. No hay pregunta. Pero tú contesta de todos modos. —DSA: Pues sí, la culpa es el gran motor del libro. Hay una doble culpa en la novela. Por un lado, está la idea, que se expande a través de los ahorcamientos y de la red social Factbook, de que sí hay culpables, con nombres y apellidos, en todos esos “sacrificios” que han venido con la “crisis” (yo prefiero llamarla “estafa financiera”). Los medios de comunicación, así como todas las ficciones comerciales que nos explican nuestra realidad han evitado esa cuestión: hablan de la crisis como de una borrasca, un fenómeno atmosférico impredecible y caprichoso, divino casi; y hablan de los recortes y pérdidas de derechos como “sacrificios inevitables”, como las consecuencias tras una tormenta, que hay que asumir sin buscar culpables. Pero cada una de esas leyes ha sido perfectamente pensada y firmada por gente con nombres y apellidos que sabían perfectamente lo que estaban haciendo, sus consecuencias, el daño que generan en la población, así como que hay otras soluciones. Esa idea de culpa como responsabilidad es muy importante en la novela. [...] Y luego está la otra culpa, la de los personajes, que es a la que hace referencia la cita que has mencionado, de Gustavo. Los personajes se sienten culpables por lo que han hecho, y por lo que no han hecho, en su vida. Esta es una culpa íntima, biográfica, ética, relacionada con lo social, pero también con lo familiar y lo sentimental.
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20/9/2022 07:42:20 am
Buenos días señor / señora,
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