Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA Días del indomable Lo que siempre me ha llamado la atención de Alfredo Rodríguez es su nivel de apasionamiento en la intensidad con la que vive no sólo la lectura poética, sino su aprendizaje, la aceptación total del hecho poético. Cuando se plantea una excursión de invierno, una estancia veraniega familiar o un paseo por las montañas, lo primero en que piensa es en lo relacionado que va a estar dicha excursión, estancia o paseo con la poesía. Si se embarca en realizar una antología de algún autor que venere, en compendiar un libro de entrevistas o en la creación de un poemario propio, la palabra esfuerzo no existe. Su entusiasmo anula cualquier idea de sacrificio para convertirlo en placer. Y con ese carácter están escritos los textos de este Diario del indomable, recién publicado por la editorial Los Papeles de Brighton. Alfredo se abre en canal e “infecta” al lector de títulos, paisajes culturales y argumentos ante los que no podemos quedar indiferentes. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Cuéntame qué te motiva a trasladar a un libro en papel textos que ya habían sido publicados en tu bitácora literaria digital. —ALFREDO RODRÍGUEZ: Bueno, en primer lugar, que esa bitácora o blog que, por cierto, se llamaba El botín del mundo, ya no existe. Lo hice desaparecer hace tiempo de la Red. Lo mantuve, como bien sabes, durante unos años, desde 2010, y creo que llegó a tener alguna repercusión y un seguimiento bastante amplio de público: digamos que fue creciendo poco a poco desde la nada, hasta tal punto que llegaron incluso a aparecer por allí en un momento dado algún que otro hater haciendo de las suyas. Eso era buena señal... El caso es que me daba pena que todos aquellos viejos textos se perdieran en el olvido porque a mucha gente le habían gustado mucho en su día, y vi la posibilidad de seleccionar bastantes de ellos para formar un libro que los reviviera. —ECP: Supongo que fuiste tú el que decidió convertir en siglas los nombres propios de todos los autores que citas en el libro. ¿Se te ha quejado alguien por lo incómodo que puede resultar eso a veces en la lectura? —AR: Esto ha traído tela. Sí, fue idea mía tomada, claro está, de muchos diarios que he leído —soy un lector voraz de diarios, sobre todo de poetas—, y es algo que a algunos no les ha gustado, pero que a mí me encanta cuando me lo encuentro en algún diario ajeno. Ese misterio, ese reto de tener que descubrir quién está detrás de esas siglas, a mí me enciende, me activa, me pone. Efectivamente, he tratado de prescindir de nombres propios de personas durante todo el texto. Solo aparecen los títulos de sus obras. Así que los nombres han sido sustituidos por sus iniciales. No por nada, no se dice nada malo de nadie en concreto —sí de colectivos—, sino por darle un toque de misterio al libro, y por hacer trabajar un poco al lector. Siempre he buscado para mis libros un lector inquieto, con inquietudes culturales a ser posible. De todos modos, creo que casi todos esos nombres son perfectamente localizables en internet. Y los que no lo son es porque no necesitan serlo. La mayoría de esos nombres escamoteados son objeto de gratitud y amistad y otros son protagonistas de ciertas anécdotas que se cuentan. —ECP: Dices que España olvida a sus mejores hijos y premia a los bastardos. ¿Podrías decirme qué gran poeta, de todos los que registras en Días del indomable, es a día de hoy el más olvidado? —AR: Hombre, más que olvidado, yo diría no reconocido lo suficientemente y como merece la altura y grandeza de su obra. Y ahí, sin duda, la mayor injusticia se ha cometido en este país contra José María Álvarez. Esto es algo que sigo teniendo muy claro a día de hoy. Pero hay otros muchos, no sé..., que yo recuerde ahora, José Pérez Olivares, el poeta pintor al que conocí en Murcia en 2004, es un gran desconocido, pero también lo es el mítico Salvador Espriu —¿quién lee hoy a Espriu?—, o el granadino José Gutiérrez, un poeta extraordinario, o Juan Manuel González, el de Tras la luz poniente, o José Luis Giménez-Frontín, o el maestro Fernando de Villena, el del maravilloso Los siete libros del Mediterráneo. En fin, la lista sería interminable. —ECP: ¿Sostienes aún que el deporte y el arte son casi incompatibles? —AR: Pues no recordaba esa aseveración. Pero bueno, hay que tener en cuenta que los textos de este libro están escritos en una época mía en que vivía la poesía, y en general el arte y otras cosas del espíritu, de una forma muy pero que muy intensa, como si casi me fuera la vida en ello. Uno por entonces podía decirse que era poeta las veinticuatro horas del día: veinticuatro/siete, como se dice ahora. De bastantes cuestiones que se apuntalan alegremente en Días del indomable hoy me desdeciría. Y esta del deporte es, sin duda, una de ellas. Además este libro es hijo del momento concreto que estaba viviendo, abarca una etapa muy concreta de mi vida: los años 2010 y 2011, en que viví bajo unas circunstancias determinadas: la larga convalecencia en casa tras una gravísima enfermedad renal que me tuvo a las puertas de la muerte, y de la que pude salir con bien. —ECP: Retratas con coraje y bastante decepción la escena poética navarra contemporánea. ¿Vives aislado voluntariamente en tu Pamplona natal o todavía disfrutas de alguna camaradería literaria en sociedad?
—AR: Bueno, hablo de la escena poética navarra porque es la que me ha tocado en suerte vivir, pero seguramente sería lo mismo si hubiera nacido y vivido toda mi vida en Burgos o en Orense o en Ciudad Real. Al final, es la vida de un poeta cualquiera de provincias de lo que se tercia en las páginas de este libro, esa negra provincia de Flaubert como diría mi paisano, el genial Miguel Sánchez-Ostiz. Pero sí, cada vez vivo más apartado de cenáculos literarios y camarillas adocenadas. Apenas conservo ya una o dos amistades verdaderas de toda aquella época. —ECP: Aunque vives la lectura y la escritura de la poesía como una entrega casi sagrada, frecuentas en el libro la queja por el ego de los escritores. ¿Crees que les servimos en bandeja la burla a aquellos que señalan la bufonería de tantos poetas? —AR: A ver, hay una cosa muy clara que sostiene José Luis García Martín y que es lo más cierto que puede decirse sobre este tema: la vanidad es la enfermedad profesional de los poetas. Se trata de un mundillo de egos exacerbados hasta casi lo extremadamente ridículo. Algunos casos son verdaderamente graves, yo he sido testigo. Y lo peor es que muchos de ellos no se dan cuenta, quiero decir, no son conscientes de su gigantesco y grotesco ego. Ven la paja en el ojo ajeno, eso sí, pero no ven la viga en el suyo. —ECP: Siendo el mayor admirador de Álvarez, me ha chocado que en Los días del indomable haya más páginas dedicadas a Colinas que a tu poeta favorito del Sur. ¿Se puede amar al mismo nivel a dos poetas y no estar loco? —AR: ¿Ah sí? Pues no me había percatado. Quizá la explicación pueda estar en que durante aquellos largos días de hospital leí mucho a Antonio Colinas, sus Tratados de armonía, que me sanaron profundamente el alma. Él mismo me dijo en una ocasión que algún amigo psicólogo suyo solía recomendar la lectura de esos libros a sus pacientes. En cuanto a José María Álvarez, sí, claro, es mi padre espiritual, está nutriendo siempre la belleza de su obra mi corazón, me ha formado como poeta y como persona, pero su poesía tiene un lado, digamos, más canalla. Hay que leerla siempre con una copa de Oporto bien fría en la mano, como apunto en las páginas de este diario. Así que podría decirse que sus obras han sido siempre el yin y el yang a lo largo de mi vida como lector y amante de la poesía. Entonces, mi yin sería Colinas y mi yang Álvarez. —ECP: Si hay algo que desprende este libro —me consta que en persona transmites esa misma vibración— es entusiasmo a raudales, pasión absoluta por la pulsión artística de la vida. Imagino que ese vitalismo, esa energía contagiosa, ha sido fruto de una epifanía. ¿O fue tallándose en tu educación familiar? —AR: Procedo de una familia humilde pero muy trabajadora, a la que no le ha regalado nadie nada y me han transmitido siempre la cultura del esfuerzo. En mi casa no había libros, ni estaban para bellezas ni poesías. Me da mucha envidia cuando leo las memorias de algunos poetas que cuentan que empezaron a leer en la biblioteca de sus padres o de sus abuelos. Ya me hubiera gustado a mí. Así que he tenido que ir creciendo como lector y como poeta poco a poco y por mis propios medios. Escribo y leo poesía desde mi más temprana adolescencia y siempre digo, cuando algún amigo poeta hoy día para hacerme rabiar me llama “antólogo”, que soy poeta desde que me parió mi madre, que en paz descanse. —ECP: ¿Qué doma podría aplacar a Alfredo Rodríguez a estas alturas de la vida? —AR: Creo que ya estoy más que domado y domesticado. Soy otro distinto a aquel que escribió los textos y entradas de este libro. Otro más escéptico, más estoico, más desengañado, más decepcionado sobre todo con todo este mundillo a veces tan gregario y mediocre de la poesía. Pero hay algo aún que permanece: lo que para mí tiene todo su sentido es escribir. Seguir escribiendo. Porque lo considero un honor, además de un grato placer, el ejercicio de la palabra, compartiéndolo con los lectores que sean, aunque sean tres o cuatro. Alguien dijo que escribimos tal vez para dejar algo entre nosotros y la muerte. Que así sea, pues, también conmigo.
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Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA El arte del autorretrato Hace un año que en el puerto de Almería se escucharon aplausos tras la botadura de la editorial Papeles del Náufrago, proyecto —mejor dicho, proyectil— concebido contra todo afán mercantilista. Estamos hablando de dos devoradores de poesía con pedigrí que coinciden en el espacio que Valente llamó la ciudad celeste y que dispusieron todas las herramientas a su alcance para armar lo que les dictase su espíritu romántico y zarpar desde el mar de Alborán a donde el ‘sturm und drang’ levantino les llevase. El coloquio de los perros ladra con ellos para que nos cuenten cómo va yendo su travesía. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿En qué contexto nace Papeles del Náufrago y quién pilota la editorial? —PAPELES DEL NÁUFRAGO: La editorial nace en el contexto de la amistad y el vicio de leer poesía compartido por los editores: Aníbal García y Antonio Lafarque. Una cosa llevó a la otra. Una tarde de 2016 surgió la pregunta: ¿por qué todavía no habíamos montado una editorial? De alguna manera nos autorecriminábamos por no haber abordado un proyecto editorial a esas alturas de nuestras vidas. Antonio tenía la idea guardada desde hacía mucho tiempo, tanto que estaba oxidada salvo el nombre: Papeles del Náufrago. Dicho, pues, en 2016 y hecho en 2022. Nos gusta tomarnos las cosas con calma. Inicialmente queríamos imprimir a la vieja usanza, con tipos de plomo sobre papel verjurado. En España apenas quedan imprentas que tengan una Minerva o una Monopole y un puñado de tipos. No sé si en la actualidad llegan a la media docena. El coste nos hizo desistir del romántico empeño, así que pusimos los pies en el suelo y decidimos probar con la impresión digital porque el tradicional offset también se nos iba de presupuesto. Es lo malo de ser pobres. El resultado nos sorprendió favorablemente y apostamos por lo digital, eso sí, cuidando los detalles hasta la paranoia, mimando cada página, declarando la guerra a la errata, a sabiendas de que la muy traicionera apuñala por la espalda. Lo dice uno de los poetas de cabecera del 50, José Manuel Caballero Bonald: «Ya el tiempo acecha / como una errata al borde de una página en blanco». Editar es salir a cazar erratas (y algo más). Sobre el piloto responsable de la nave, sólo podemos decir que ningún capitán maneja el timón. La tripulación la componen tres marineros: Antonio Lafarque, Aníbal García y Jesús Carretero Cassinello. Las decisiones editoriales son asunto de Antonio y Aníbal. Jesús se encarga de diseñar y maquetar bajo nuestra supervisión. Tenemos repartidas las tareas, una señal de confianza en el trabajo mutuo que permite avanzar día a día. —ECP: ¿Cuál sería la filosofía de Papeles del Náufrago? —PDN: Disfrutar editando para ofrecer un producto poéticamente atractivo que invite a leer. Desde hace demasiados años la literatura sufre del mal de la prisa. Parece que se aborda la lectura como si se tratara de una competición, cuando por su naturaleza es un ejercicio de aprendizaje y placer. Sólo hay que fijarse en los cambios de hábitos lectores. En narrativa se ha hecho un hueco considerable el microrrelato. Hace un par de décadas, los haikus coparon los escaparates y mesas de novedades de las librerías relegando a una esquina a la poesía tradicional. Y entre la narrativa y la poesía se ha colado el aforismo. La brevedad de los textos es la norma que actúa de guía para un porcentaje importante de lectores. Parece evidente que si las editoriales apuestan por los microrrelatistas, los haijin y los aforistas es porque existe un público que demanda esta clase de literatura basada en el consumo rápido de textos que suelen caer con facilidad en el olvido, ya sea por la excesiva oferta o por la baja calidad de esta. En más ocasiones de las deseables, el microrrelato deriva en gracieta, el haiku se limita a repetir su consabida disposición estrófica y el aforismo es un reservorio de ocurrencias que dan la espalda al espíritu del verdadero pensamiento. No somos más listos y más guapos que nadie, de hecho adoramos a las clásicas editoriales españolas de poesía, pero apostamos por editar por puro placer para que los destinatarios lean por puro placer. Confiamos en la poesía como vaso comunicante de emociones y actitudes empáticas. El proyecto es muy modesto: tiradas cortas (120 ejemplares) de carácter no venal y periodicidad cuatrimestral, que se distribuyen entre poetas y amigos de la poesía. Nuestros libros tienen un tamaño llevadero (18 x 11) y son livianos (64 páginas). En contadísimas ocasiones, “vendemos” unos poquísimos ejemplares si recibimos alguna petición insistente. Llamamos “vender” a expedir libros previo pago de una determinada cantidad resultante de sumar la tarifa oficial vigente de Correos para envíos certificados y el precio del sobre acolchado. Regalamos los libros, no los gastos de envío a particulares no incluidos en la lista de protocolo de la editorial. De momento, sólo publicamos una colección llamada Calcomanías. Como el nombre trata de indicar, se trata de un repertorio de autorretratos. Creemos que es una novedad, al menos en España. El primer título, Mi nombre es K, de Karmelo C. Iribarren, fue sufragado por los dos editores. Entonces, Aníbal tiró de amistades y convenció a una serie de patrocinadores, pequeñas empresas de Almería que entienden que su responsabilidad social encaja con la filosofía de Papeles del Náufrago. Ellas cubren los gastos de impresión y difusión y sus aportaciones dejan un pequeño remanente que queremos invertir en traer a los autores a Almería para que presenten sus libros. Nuestros mecenas son La Dulce Alianza (confitería), Arte 21 (galería de arte), Asesoría Antonio Pérez (gestoría administrativa), Amelia Artés (clínica dental), El Faro de Recóndito (librería) y La Parada (café pub). La lista aumentará en breve. Estos apoyos nos aportan además energía emocional, muy importante para afianzar el modelo editorial. Asimismo, contamos desde el primer momento con la colaboración desinteresada de algunos amigos. Ferran Fernández, propietario y director de la exquisita editorial Luces de Gálibo, diseñó el logo de Papeles del Náufrago, y Javier Huecas, pintor y escultor, nos regaló la viñeta de la colección Calcomanías. Y, the last but not the least, los poetas, que a medida que conocen el proyecto nos muestran su apoyo y manifiestan su deseo de formar parte de la colección. No hay estímulo más intenso que este. —ECP: ¿Cómo seleccionáis a los autores que vais a publicar? ¿Hay un perfil estético? ¿Hay intenciones de conseguir un catálogo unitario? —PDN: Se puede decir que la selección para Calcomanías se hace sola o casi. Por la naturaleza de la colección recurrimos a poetas cuya dilatada trayectoria permite seleccionar los aproximadamente 42 poemas que componen cada título. La selección de los autores es responsabilidad compartida por los dos editores y de las antologías se encarga Antonio. Al autor le pedimos que escriba un prólogo de unos 1.100 caracteres con espacios. Cuando se trabaja con formatos reducidos fijar estos límites es innegociable. No tenemos definido un perfil estético, ni trabajamos con el objetivo de lograr un catálogo unitario, entendiendo por tal un conjunto de obras que puedan englobarse en los estrechos márgenes de un canon. El eclecticismo es una de nuestras señas de identidad. Hasta la fecha hemos publicado a Iribarren, como dijimos antes, a Felipe Benítez Reyes y a Luis Alberto de Cuenca. Para octubre o noviembre, Carlos Marzal. Luego, Aurora Luque, Luis García Montero, Eloy Sánchez Rosillo... También contaremos con los que ya no están con nosotros: Joan Margarit y Ángel González, por ejemplo. Poco a poco iremos dando paso a poetas más jóvenes. —ECP: Supongo que no tiene sentido preguntaros cuál ha sido hasta el momento vuestro título más vendido. —PDN: Los tres títulos publicados se agotaron en menos de 15 días, algo de lo que muy pocas editoriales pueden presumir (risas, no vaya a ser que alguien se mosquee). Ya en serio, si somos incapaces de regalar 120 ejemplares ya me dirás qué pintamos en el mundo editorial. —ECP: Contadme alguna anécdota. —PDN: Felipe Benítez Reyes dio noticia en redes sociales de la aparición de su libro. Al post de Facebook lo tituló, con la mejor voluntad, “Libro de regalo” al tiempo que proporcionaba nuestra dirección electrónica (papelesdelnaufrago@gmail.com). La avalancha de peticiones nos mantuvo ocupados durante un par de semanas. Nos hizo una propaganda formidable. —ECP: ¿Qué es lo mejor del trabajo que hasta ahora habéis recorrido como editores?
—PDN: El trato con los autores, el cariño con el que reciben la propuesta y su entrega a la causa. Lo comentamos antes y lo repetimos: son lo mejor, dicho sea en sintonía con el muy admirable Mario Muchnik que, como sabéis, tituló Lo peor no son los autores su primer volumen de memorias. —ECP: ¿Por qué esa letra, ese tamaño de vuestros libros, ese diseño, esos colores de las tapas? Resumidme esas decisiones hechas en la cocina editorial que no se pueden ver. —PDN: Tiene que ver con la idea matriz: publicar libros atractivos interior y exteriormente, fáciles de transportar en bolsos, mochilas y bolsillos de una chaqueta, por ejemplo. Durante el proceso de composición del primer título trabajamos a destajo todas estas características que mencionas (cubierta, lomo, cita de contracubierta, información de solapa y contrasolapa, contenido de la página de créditos y la portadilla, cuerpo del texto y de los títulos de los poemas, colores...) y a medida que avanzamos vamos introduciendo ligeros cambios, quizás imperceptibles para el lector, que entendemos que mejoran el aspecto final. Como sabes, en esta tarea la imprenta es un factor decisivo. La primera que elegimos falló estrepitosamente. Ahora trabajamos con Estugraf y estamos muy satisfechos del resultado, lo que no significa que nos hayamos acomodado. —ECP: Convenced al lector de El coloquio de los perros de las virtudes que tiene vuestra última publicación: Hecho viruta de Luis Alberto de Cuenca. —PDN: Nuestro argumento es único, pero contundente: poesía de calidad. Los nombres que hemos dado avalan la editorial. —ECP: ¿Cuál es vuestra apuesta fundamental para el 2024? —PDN: Nos hemos constituido en asociación cultural sin ánimo de lucro para gestionar, de cara a la Agencia Tributaria, las donaciones de los patrocinadores que mencionamos antes. Si no lo haces así, te pueden freír en impuestos. Un episodio que retrata el valor que se concede a este tipo de iniciativas lo encontramos a la hora de abrir una cuenta donde depositar el importe de los patrocinios. No hay una entidad bancaria que dispense trato de favor a entidades culturales sin ánimo de lucro. Te tratan como si fuera una pequeña empresa y te masacran con comisiones de apertura, de mantenimiento de cuenta, de operaciones, etcétera. Y eso que nuestra cuenta es digital. Capitalismo en su más pura expresión. Y con el beneplácito del Banco de España. Queremos seguir creciendo como editorial y como asociación. Como editorial con la apertura de nuevas colecciones. Tenemos un par de ideas que pueden cuajar a corto plazo. Como asociación estamos trabajando en un ciclo de recitales poético-musicales a desarrollar a partir de enero 2024. La acogida de esta propuesta ha sido muy favorable por parte de Cajamar, Junta de Andalucía, Diputación, Ayuntamiento y universidad de Almería. La idea es retomar el espíritu de las muy exitosas, pero lamentablemente desaparecidas Dulces Tardes Poéticas en tres espacios diferentes de Almería, emblemáticos los tres. También nos ronda la idea de un premio de poesía joven. Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA Música que escucharé cuando hayas muerto Suele ocurrir que en toda trayectoria literaria surge un libro que se convierte —quizá no voluntariamente— en hito para el autor. Es lo que creo que ha pasado con Música que escucharé cuando hayas muerto (La Garúa, 2021) de Ismael Cabezas, una figura a la que esta casa “coloquial” le ha prestado siempre atención y con esta última entrega poética no iba a ser menos. El escritor de La Línea de la Concepción, por circunstancias personales, se encuentra “atrapado” en su faceta de cuidador familiar y eso, creemos, ha influido en su concepción existencial y estética del vivir, le ha envuelto en una melancolía gruesa que, por momentos, ofrece una personalidad única en el marco lírico de la España contemporánea. Ahondemos en esa música post mortem. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Crees, como yo, que en Música que escucharé cuando hayas muerto hay un salto cualitativo? Aparte de los libros que te queden por publicar y sin menospreciar los que has escrito hasta ahora, intuyo que este libro tiene algo de definitivo, de cierre de etapa. ¿Lo notas tú así? —ISMAEL CABEZAS: Música que escucharé cuando hayas muerto supone un punto de inflexión en lo que han sido mis diferentes incursiones en la escritura poética porque ha sido escrito en torno a los cincuenta años, cuando ya se tiene más pasado que futuro y es un ajuste de cuentas con lo que hasta ahora ha sido mi vida; es el libro donde más tono de reflexión moral y confesional se puede encontrar, aunque piense que hasta la autobiografía es un género de ficción, porque los recuerdos no están fijados inmutables en el tiempo en la memoria, sino que son “plásticos”, van cambiando y mutando con nuestro propio cambio personal a medida que envejecemos. Creo que un poeta no tiene temas, tiene obsesiones, en las que va profundizando más y más conforme pasan los años y se va tomando conciencia, y aumenta la lucidez sobre ciertos hechos muy definitivos de nuestras vidas. Suelo publicar un libro de poemas cada cinco años, pero de hecho, el libro en el que trabajo ahora, Nunca besé a Montgomery Clift y Música que escucharé cuando hayas muerto, se pueden leer como un solo libro, las obsesiones que los atraviesan son las mismas. —ECP: En ‘Ciudad natal’ retratas muy bien la elección de la vida en la provincia y su veneno destructor, ¿pero quién nos destruye, Ismael, la provincia o nuestra elección? —IC: Yo lo único acertado que he hecho con mi vida ha sido consagrarla a la escritura poética, lo demás es un encadenamiento de error tras error. El lugar donde vivo tiene una capacidad de destrucción del individuo que no hay que menospreciar, lo que ocurre, es que un hombre acaba adaptándose a casi todo, y la cincuentena es una época de la vida de aceptación de tus circunstancias, y más te vale que sea así, porque de otra manera, puedes acabar muy mal. En La Línea los temporales de levante que se suceden año tras año, sin descanso, sin dar tregua, no sólo corroen hasta la destrucción todo lo que contenga hierro, sino que es capaz de destruir el interior, el corazón de un hombre. —ECP: ¿Y el viento constante que se da en tu tierra? ¿Aumenta el estado de melancolía o es una herramienta neorromántica más? —IC: El viento de levante es un viejo dios al que ya nadie reza. Yo tengo una predisposición hacía la melancolía, hacia el tono de elegía, pero eso es un rasgo de mi personalidad. Supongo que alguien puede ser muy feliz haciendo surf en mitad de un temporal de levante, a mí me hace rememorar el tiempo pasado, y a todos esos muertos, a los que quizás, amo demasiado. —ECP: En el autorretrato que es ‘Apuntes para un final’, ¿hay autocrítica o te ensañas demasiado contigo mismo? Parece una visión aniquiladora. —IC: Yo tengo una natural tendencia al melodrama. De hecho, en un viejo poema me definí como «encantador neurótico con grave tendencia al melodrama», que creo que es una visión bastante acertada de lo que soy. En un poema tienen que suceder cosas para lograr emocionar al lector. En mi caso, son hechos dramáticos de los que soy consciente al escribir, los cuales intensifico en la construcción del poema para lograr determinado efecto en quien lo lee. De todas maneras, en Música que escucharé cuando hayas muerto hay poemas que celebran la vida, como ‘Flores’, que es el descubrimiento de la belleza en lo diminuto, en lo que pasa siempre desapercibido a la mirada. Escribir poesía es una forma de mirar el mundo, al menos en mi caso. En ese sentido, la poesía y la pintura tienen bastantes elementos comunes. —ECP: Veo un aumento de las referencias culturales en este poemario. En tu caso, ¿se hace prácticamente imposible una escritura no metacultural? —IC: Yo no puedo concebir mi vida sin las canciones de The Smiths, los poemas de Jaime Gil de Biedma o la pintura de Francis Bacon. Es como una segunda piel para mí. Eso no es culturalismo, eso es afirmar que no existe separación ninguna entre el arte y la vida, ambas son la misma cosa, el mismo magma. El culturalismo fue un movimiento poético que consistía en una compilación hasta el cansancio de referentes culturales de toda índole por parte de toda una serie de poetas que al terminar sus estudios de Filología se dedicaban a estudiar chino, en vez de a preparar oposiciones. Me hubiera gustado ver su terrible ansia y vocación por la escritura poética si hubiesen sido hijos de un mecánico de motos. —ECP: Hay una cosa que ya te he visto hacer en obras anteriores y que haces magníficamente: la biografía en verso de algún personaje anónimo de tu zona. Aquí lo haces con ‘El relojero’. ¿Tu poesía es necesariamente “narrativa”? Lo pregunto por el antiguo e infructuoso debate entre poetas épicos, épico-líricos y líricos ortodoxos. —IC: Los elementos narrativos son bastantes importantes en mi forma de construir un poema. A mí me preocupa lo que un poema dice, no cómo suene un poema, los poemas de Juan Luis Panero, por citar a algún poeta, suenan fatal si los lees en voz alta. Por otro lado, a mi sólo me interesan un tipo de personajes, los perdedores, los marginados, los outsiders, que en realidad todos y cada uno de ellos —y hay varios en el libro, y pienso ahora no sólo en ese poema que citas, sino también en ‘Actriz’, ‘Travesti’ o ‘Lecciones de literatura española’— son todos, en mayor o menor medida, una proyección de mi propia personalidad, diferentes alter egos que transitan por lugares a los que la mayoría de la gente no le gusta mirar. Yo, simplemente, lo que hago es darles voz. Y también querría apuntar que desconfío bastante de la prosa que no tenga un barniz poético o de la poesía que no posea ciertos rasgos narrativos. Lo único que existe es literatura, y por supuesto, junto con ésta, la vida. Nada más, es algo bastante simple y sencillo. —ECP: En varios poemas apuntas un enjambre familiar con las heridas abiertas aún. Bajo el prisma de este libro, ¿qué supone para ti la familia? —IC: Los mayores dramas de la condición humana se gestan y se desarrollan entre las cuatro paredes de la intimidad de un hogar. Es en la familia donde brotan todas las neurosis, donde existen los conflictos vitales realmente importantes y que marcan a un hombre de por vida. En ese sentido, la literatura es una forma de resolver esos conflictos, que en la vida real permanecen sin solución hasta incluso llegada la muerte de sus protagonistas. —ECP: Por encima de otros géneros musicales me llama la atención que el rock —cierto tipo de rock, mejor dicho— es una continua fuente de inspiración para tu escritura. Yo hablaría hasta de salvación, ¿no? —IC: Bueno no sólo el rock, el arte salva, la búsqueda de la belleza salva, ha salvado a muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia, el empeño en construir una obra artística, el desesperado anhelo de belleza. —ECP: «...Todos esos hombres desgraciados / cuya única posesión en el mundo / es un puñado de gastadas palabras, / en lo inútil que fue su vida entera / y en la atroz soledad en la que morirán». ¿Podríamos concluir que los sustantivos “soledad” y “muerte” son las dos columnas sobre las que se sostiene el edificio de este libro?
—IC: Bueno, creo que el libro tiene múltiples lecturas; hay poemas que arrojan la primera luz de la primavera y otros que son como la más oscura de las noches. «Estamos siempre solos», escribió Leopoldo Panero, y creo que es cierto, vivimos en soledad incluso cuando estamos acompañados por quienes nos aman, hay una parte de nosotros que incluso en compañía permanece en soledad. Creo que saber convivir con la propia soledad es algo muy importante y a lo que nadie nos enseña. La soledad tiene mala prensa y en realidad, sólo si no es deseada, es muy enriquecedora, vitalista, podemos hacer un ejercicio de introspección y ahondar en nuestro pensamiento y en nuestro corazón. Mi soledad está llena de libros de poemas, de películas que adoro, de canciones que llevan acompañándome media vida. —ECP: ¿No nos salva algo, aunque sea en instantes sueltos, la contemplación de belleza? Tú la elogias en el pórtico de tu libro. —IC: Quise que el poema ‘Elogio de la belleza’ abriese mi nuevo libro de poemas, porque es un poema en el que creo profundamente en lo que enuncia. La luz que brota en una pintura de Caravaggio, un puñado de versos que nos acompañan desde los diecinueve años, esa canción que te hace recordar una noche de una perdida y lejana juventud: todo eso salva, justifica una vida entera. «Jamás olvides de qué noches indignas el arte te defiende, / pues más de una vez evitó que colgases / de una sucia cuerda el cansado peso de tu cuerpo». Esos versos son mi credo, mi razón de vida. Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA La Papiroflexia se hace sin banderas Hay que decirlo alto y claro pero sin gritar, que aquí somos gente elegante o, al menos, con modales: Papiroflexia (Fórcola, 2022) es una de las publicaciones más jugosas de este año que termina; es una obra con la suficiente dinamita cultural concentrada para dejar reflexionando a unos cuantos lectores que van de sobrados y que hace tiempo que no se cuestionan el estado de las cosas, que no es leve, precisamente. Aprovecho la entrevista al coincidir con el periodista y escritor granadino en el IX Encuentro de Poesía, Música y Plástica celebrado en Puente Genil, pueblo luminoso, flamenco, aceitero y cuna nacional de la industria del membrillo. Cada otoño el Ayuntamiento convoca a su gente en el Teatro Circo y otros espacios a disfrutar de lecturas, conciertos, representaciones, charlas o exposiciones. Busutil condujo este año la gala-homenaje al programa literario de radio La estación azul. Estamos a las puertas del Día de Todos los Santos y se goza de una temperatura y un bienestar que parece primavera. Buscamos acomodo en la plaza Emilio Reina y conversamos largamente sobre esta alhaja escrita desde un cráneo privilegiado y puesta a punto en la colección Singladura con cubierta del artista Cayetano Romero, titulada ‘El lector’. Al final, Papiroflexia es un homenaje exhaustivo al libro en papel, la última bala ante la liquidez que ha inundado por completo y para siempre al mundo. Pero dejemos que el mismo Guillermo Busutil nos lo desgrane. Pedimos algo de beber y picar en la terraza del acogedor restaurante Maruja Limón, saco el teléfono del bolsillo y pulso el botón de “grabar”. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Papiroflexia se divide en cinco capítulos como tiempos verbales (presente de indicativo, imperativo, presente de subjuntivo, futuro perfecto y futuro). ¿Me explicas este pentagrama temporal? —GUILLERMO BUSUTIL: Quería hacer un juego didáctico. La lectura sigue siendo la asignatura pendiente de la educación. En PISA a los españoles nos dan calabazas en comprensión lectora y hábito de lectura. Entonces, se me ocurrió hacer esa recreación de una cartilla escolar sobre la conjugación del verbo, pero siempre desde el optimismo, por eso no está el pretérito, solo el presente y el futuro. No quería decir “yo leía”. Y, aparte de didáctico, este ejercicio es una crítica: hay que seguir yendo a la escuela a conjugar. —ECP: Nuria Barrios, en su prólogo, califica tu libro como pequeño e infinito. ¿Papiroflexia tiene vocación de infinitud? —GB: Sí. La idea era hacer un libro-objeto, un libro-joyero. A veces lo catalogo de caja de bombones rellenos de poesía, que hay que comer de uno en uno para no confundirse. También lo veo como una caja de caracolas o un libro de horas. La propia portada de Cayetano Romero, que es ‘La lectora’ —porque es un libro muy femenino también—, corrobora esa idea muy querida por mí del libro como objeto de arte. Es un libro pensado para regalar, para llevar en el bolsillo, no solo para leer sino para mirarlo o para esconderte dentro. Y es infinito porque intenté trabajarlo con esa cualidad, como esa imagen plástica del que lanza una piedra (en este caso una palabra) y esa palabra crea una onda, que a su vez crea otra onda, y que es el lector quien debe completar ese juego de ondas, que es el que te va a dejar en tu sensibilidad y en tu memoria que cada aforismo sea infinito. —ECP: En la lectura hay un acto de contagio o reproducción. Un libro lleva a otro, se cruzan, se encadenan. ¿«El lector poliniza libros», como dices? —GB: Claro. Tú lees, por ejemplo, Seda de Baricco y ya quieres leer todo lo que hay de Baricco, estás encadenándote a él. Cuando te deslumbras con un autor solo quieres estar con ese autor intensamente. De joven descubrí la literatura japonesa con Kawabata —antes que con Mishima, porque yo siempre he ido por otros márgenes— y durante dos años casi todo lo que leía era Kawabata o literatura japonesa del siglo XX. Ese juego de polinización lectora es lo que he querido hacer en Papiroflexia, un canto de amor al ecosistema del libro: la lectura, la escritura, la palabra, la poesía, los escritores... —ECP: ...Y la papiroflexia. —GB: Lo de la papiroflexia viene porque con el lenguaje podemos enhebrar esa realidad que constantemente se nos rompe a nivel emocional, social, generacional... Podemos hacerle el dobladillo a esa realidad con la imaginación. La papiroflexia hace que podamos convertir palabras en cometas. Se puede coger un pensamiento y convertirlo en poesía: doblar un ángulo y, sin pegamento ni tijera, crear una figura que sea ingrávida, breve, concisa y contundente a un tiempo. —ECP: «Los libros son un escondite donde nadie te busca». Ahí puede parecer que resaltas las bondades de la evasión al leer, algo que siempre se ha visto desde la rancia intelectualidad como algo negativo. —GB: No... No es evasión refugiarte dentro de un libro, habitarlo. Veo a gente que lee novelones evasivos. Respeto esa decisión, pero a mí no me interesa eso. Yo le pido a la literatura —el arte es diferente, porque es muy difícil que haya arte de evasión— una calidad de imagen, de página, de historia y de discurso. Más que evadirme, me gusta que me zarandeen, que me abran ventanas, que me propongan nuevos horizontes, que me enseñen a leerme a mí mismo, a explorar cosas que no sé que están ahí. —ECP: Esa es la aventura, ¿no? —GB: Es el espíritu en sí mismo de la lectura. Hay un aforismo que dice: «De la vida la lectura lo anticipa casi todo». La lectura nos ayuda a ser capaces de ser aquello que no sabemos, pero que la literatura nos propone: el héroe, el que viaja a lo desconocido, el que se adentra a sus propios abismos, el que tiene que lidiar con la culpa... Todo eso no es evasión, es formación, es construcción de la identidad y del mundo emocional. Otra cosa diferente es que la lectura en la infancia, en la adolescencia y en la madurez nos sirva para huirnos del mundo y habitar otros, para escondernos del ruido. Cuando yo era pequeño, leía debajo de las sábanas con una linterna de explorador; se suponía que debía estar durmiendo, pero me gustaba mucho explorar. También me gustaba subirme a los árboles a leer, que era un escondite doble: el árbol en sí y la lectura. Pero eso no es evadirse. —ECP: «Los libros son una habitación para dos». ¿La lectura es un diálogo mental en pareja? —GB: El autor tiene la obligación de seducir al lector con la historia que le plantea y el buen lector debe seducir al texto que le brinda el autor con su propia lectura, por eso me gusta, aunque ha sido criticado por algunos estudiosos, aquello de la “deriva del lector”, porque a veces encontramos cosas en la lectura que el mismo autor no sabe que están ahí. Pasa eso también con el pintor y el espectador. —ECP: Eso es un enriquecimiento maravilloso. —GB: Claro. Si eso no existe, no has completado el ciclo de la lectura. Papiroflexia es una habitación para dos porque es un libro de seducción, escrito al oído del lector, por la musicalidad, la atmósfera que he intentado darle al lenguaje. Además, puede leerse en la cama, en el sofá, en la arena... Lectores me cuentan que se han llevado el libro a la playa y han leído dos o tres aforismos con sus compañeros de sombrilla, los contrastan, los comentan... Como ves, cada lectura es diferente, nunca se hace la misma. —ECP: Un libro como habitación ya no para dos, sino para un trío. —GB: ¿Por qué no? Y como terapia de pareja, incluso. Imagínate una pareja que no se comunica. Pues Papiroflexia es una “alcoba” para que empiecen a hacerlo. —ECP: «El diálogo es impaciente, la lectura una escucha atenta», escribes en la página 19. La lectura requiere lentitud, concentración. Parece como si la lectura (lo permanente) tuviese siempre ventaja sobre el diálogo (la oralidad efímera). —GB: En general la gente dialoga poco y, cuando lo hace, dialoga mal. El paroxismo de eso es la política, donde se dialoga con sordera. Son soliloquios vacíos, ni siquiera son monólogos dramatizados. También ocurre en la educación: muchas veces se da un pacto impositivo o consensuado entre un profesor que habla y un alumnado que le escucha pero que debe preguntar poco, es molesto si saca de los márgenes del discurso a su profesor. Yo fui un alumno así de chaval. —ECP: Pero... Casi no existe hoy en día el buen diálogo... —GB: El buen diálogo necesita esa escucha activa y al mismo tiempo pasiva, pero por lo general predomina la escucha pasiva ruidosa. Pasiva porque importa un bledo lo que estás diciendo y ruidosa porque tenemos en la cabeza otras cosas y te estoy oyendo pero no escuchando. En cambio, en la lectura tiene que haber una escucha: la historia que te cuentan, la manera en que te la cuentan, el tono con la voz narrativa, con el grado de temperatura, de intimidad, de agitación, de profundidad, de timbre... Un libro es como un concierto musical. Si es un texto plano, es un libro malo. Ahí tiene que haber una orquesta: ahora entra el violín, ahora los timbales, un adagio, después un molto vivace... Eso tiene que estar en la estructura literaria del texto, sea poesía, novela o ensayo. —ECP: ¿Y qué me dices del periodismo y su velocidad, su urgencia? —GB: Aunque he practicado el periodismo efímero cuando me ha tocado hacerlo, no me interesa. Yo vengo del Nuevo Periodismo, el norteamericano, el de Capote, Talese... Defiendo que cuando hay buen periodismo en artículos, columnas, reportajes o entrevistas se puedan convertir en libro para que ese material perdure en el tiempo. Un ejemplo es La cultura, querido Robinson. He intentado, dentro del hilo de la actualidad, darle esa huella literaria que haga que ese texto se fije en el tiempo y pueda ser leído en cualquier momento, aunque sea la crítica de una obra teatral que se estrenó en 1997 o en 2010. —ECP: «A cierta edad, el lector padece crisis de género», dices. ¿No hallamos alta poesía en los párrafos de ciertas novelas? ¿No hay con frecuencia una prosa de oro en el diálogo dramático? Cuando envejecemos o evolucionamos como escritores no hacemos tanto caso a los géneros. ¿Por qué cuando se es joven sí se hace? ¿Por la radicalidad de la juventud? —GB: Conforme uno va cumpliendo años lectores hay mucha gente que va abandonando la ficción y se acerca al ensayo, porque tiene una madurez existencial y de pensamiento o una necesidad de búsqueda y de comprensión de un mundo nuevo en contraste con el que viene, con el que ha conformado su identidad cultural, y necesita encontrar esas respuestas en el ensayo porque no se las da la novela. Es muy raro que haya gente joven que lea ensayo y luego se pase a la novela. El ensayo es una crisis de género que se produce en la edad intermedia o en la edad madura. Luego, uno, conforme va cumpliendo años, borra de una manera más nítida los géneros. Hay un ejemplo en España muy paradigmático: Muñoz Molina empieza con novela de género (Invierno en Lisboa), deriva a una novela de autor (El jinete polaco), donde explora nuevos conceptos narrativos y rompe el discurso lineal, juega con la memoria, hace saltos temporales, introduce la autoficción con el padre, con Mágina..., etc, y luego se desplaza al ensayo con Ventanas de Manhattan o la novela ensayística (Sefarad)... Y llega a la edad madura en la que nos ha regalado libros estupendos, que son Ese andar solitario entre las gentes —rescata el flâneur de Granada que fue de joven comentado desde la perspectiva adulta, el de Madrid, y ese mismo flâneur descubre otro ruido de la ciudad—, Tus pasos en la escalera —con un juego de trampantojo a raíz de la compra en la casa de Lisboa— y el diario del confinamiento Volver a dónde. Eso se produce, como digo, porque hay una edad. La gente joven, al contrario, cree siempre en el género, pero quizás ahora menos, porque vienen de la posmodernidad. —ECP: Bueno, vienen ya de la hipermodernidad. —GB: Y, además, vienen con un adanismo brutal. Muchos creen haber descubierto lo que ya descubrió la Generación Nocilla. —ECP: Sí. Y también hacen mucha pedagogía —en el peor sentido de la palabra— estos millennials, incluso los de la Generación Z. Tú afirmas: «No solo de educación vive la lectura». No todo tiene que ser rosseauniano, ¿no? —GB: El todo por el todo no me va. El todismo, en lo que se ha convertido la sociedad del siglo XXI, esa mezcla entre millennial menos cinco, el adanismo... Si me compro unos zapatos, quiero que estén bien cosidos y la suela esté bien pegada, quiero que un pescado esté en su punto, que la paella lleve un tiempo de cocción... Todo en la vida necesita un tiempo de cocción. El sexo, por supuesto, también. Pues en la lectura ocurre lo mismo. Eso de “leo por leer” o “vivo por vivir”, “quiero porque quiero”, eso es devaluar la calidad de las cosas. Un problema de la sociedad contemporánea es que jugamos mucho con la prisa. En los planes educativos ocurre igual. En España hay que hacer dos cosas primordiales: la primera es que no se puede idiotizar a los niños, la segunda es que no se puede exigir a los niños que con catorce años lean El Quijote. En España hay una tradición de cuentistas como Iwasaki, Hipólito G. Navarro, Mercedes Abad, yo mismo, hay un montón de gente del cuento que sirve para que la gente se introduzca en la lectura. Nadie le mete mano a eso. Hacemos campañas absurdas con lemas como “El placer de leer”. Mire usted, no. El placer de leer lo tiene el lector veterano. La lectura es una disciplina que hay que educar, hay que salirse del tiempo, renunciar a otras cosas más inmediatas y buscar el espacio para leer. Nadie se atreve a decir que hay libreros que venden libros como si fueran patatas y libreros que te enseñan que cada libro tiene su recorrido. No se puede caer en el juego del escaparatismo, en la dictadura de los libros más vendidos o la novedad de los grandes grupos editoriales olvidándose de los libros de fondo. En el mundo de la música se aprecia muy bien esto que te digo: en la radio se pincha la música que la discográfica X ha pagado para que se ponga. En los grandes periódicos generalistas los fines de semana nos cuentan las películas que pagan las grandes productoras. Y a todo esto, el libro, que debería estar abierto a un diálogo inclusivo y libre, cada vez está más cercano a grupos de poder, a pandillas donde se autocitan, donde se hacen su propio archipiélago. También ocurre con los festivales literarios. Se los cocinan entre cuatro, diciéndose entre ellos lo guapos y listos que son y no hay ni una voz discrepante. A veces observo y me pregunto: ¿por qué en este festival no hay voces veteranas o voces jóvenes en este otro?, ¿por qué no hay otras voces además de las de siempre? El libro y la literatura debería ser lo contrario, pero nadie se atreve a decir estas cosas. Si las dices como las digo yo, eres tachado de ser un pirata sin bandera. Y como soy un hombre sin bandera, no tengo ningún problema en decirlo. —ECP: Sigo con otra cita de Papiroflexia: «84 Charing Cross Road, el amor en los tiempos del libro». Esto parece una microreseña. —GB: Hago homenajes aforísticos a autores que me han marcado, un tatuaje en mi memoria lectora. —ECP: Y otra: «Virginia Woolf escribía para salvarse de las olas». —GB: Son juegos metaliterarios. Papiroflexia es un libro mestizo o, mejor dicho, fronterizo, porque hay aforismos en forma de microcuento o microreseñas. Quería hacer un brindis al mundo cultural que compone mi imaginario de lector. Está también la pintura, cuando digo: «Goya pintaba como si fuera a ser leído». —ECP: Hay aforismos que son casi un poema o un verso. —GB: Yo diría que Papiroflexia, en cierto modo, de manera voluntaria, es un poemario. Heterodoxo, pero un poemario. Se puede leer como un libro de poemas perfectamente. —ECP: ¿Y París? Dices que «es un libro que se lee con zapatos». ¿Esa mitomanía parisina es fruto de una generación francófila? —GB: Llegué a una francofilia generacional por venir de la izquierda ilustrada. Los nacidos entre los años 50 o 60 nos empapamos de lecturas como los moralistas franceses, Proust, La comedia humana... Nuestra primera mirada cultural al mundo fue francesa. También nuestra educación fue francesa, no inglesa, ya que el segundo idioma del programa en el que nos educamos era francés. Con la EGB y el BUP eso cambió. Y luego está la ciudad de París, que descubrí primero leyendo a Balzac, Montaigne o Gide. Baudelaire es una lectura primordial en mi vida, la figura del flâneur, el spleen de París... Cuando fui por primera vez con 17 años, un amigo que era español pero llevaba tiempo viviendo allí, me dijo: «¡Qué raro, Guillermo! Caminas por París como si la conocieras de toda la vida!». —ECP: Y es que, de alguna manera, era así. —GB: ¡Claro! Yo ya había “andado” por París. Hoy es como mi segunda casa. Llego a París y me transformo. Es una ciudad que conozco muy bien, la he explorado a fondo: en sus barrios, a través de Cortázar, del boxeo francés, de los museos, de sus músicos y sus filósofos. —ECP: Fíjate que hay un aforismo en el que no llego a asentir del todo: «En la lectura se prohíbe el zapping». A muchos nos encanta releer ociosamente de una forma aleatoria páginas sueltas de nuestras bibliotecas particulares. —GB: Pero yo en ese aforismo me refiero sobre todo al zapping que se da mucho en la crítica literaria, y no digamos en los programas culturales. Hay gente que hace crítica de libros habiendo hecho una lectura americana. Ha echado un vistazo al inicio, una cata por la mitad y algo por el final y ya considera que se ha leído el libro. Ellos creen que disimulan, pero se nota mucho que no lo han leído. Los dos únicos zapping que me gustan con la lectura son el de tanteo, cuando estás en una librería y lo pruebas para intuir la calidad de lo que lleva dentro, y el zapping de la melancolía, el de ese día que estás en tu despacho, empiezas algo, te acuerdas de repente de un fragmento de Jack London o unos versos de Mª Victoria Atencia, lo encuentras, lo abres y lees un párrafo o un par de poemas. El otro zapping, el que detesto, es el zapping del tahúr, donde se nota en seguida que tiene la carta escondida del no lector. —ECP: Entre los nombres propios de Papiroflexia abundan los nombres de mujer. ¿Prestas atención al sexo del autor al leer o lees por género con intención reivindicativa? —GB: Soy contrario a la moda de mirar el sexo del autor y de jugar a la máscara y a la estrategia de los géneros. Me ha interesado siempre la literatura que tiene una sensibilidad o, como dijo Woolf, un lenguaje de lo femenino. Yo he leído siempre autoras: clásicas como Safo, las arábigo-andaluzas del siglo XII, algunas autoras del medievo u otras que en mi época nadie leía, como Clarice Lispector. He leído a casi todas las cuentistas norteamericanas: Dorothy Parker, Flannery O’Connor... He tenido una predisposición innata a lo femenino porque vengo de un matriarcado, he tenido más jefas mujeres que hombres y es un mundo, el femenino, muy natural para mí. En mi propia juventud me movía en cierta ambigüedad por mi aspecto físico, mi propia cultura... Elegí una carrera donde había más compañeras que compañeros, empecé a militar en política en una época en la que había muchas mujeres implicadas... Yo he rendido un homenaje a voces literarias que me gustan, femeninas o masculinas. Punto. No están, eso sí, todos los que son, porque si no el libro se convertiría en otra cosa. Simplemente elegí autores que, en un momento dado, me han encantado. Hay gente que leo y no está citada y se ha molestado. Y también he hecho guiños a escritoras con las que no tengo ningún tipo de relación. Y es más, hay algunos con los que tengo una pésima relación, que no me interesan como personas, no me tomaría ni una copa siquiera con ellos, pero que me interesa su obra y la leo. —ECP: Eso dice una cosa muy buena de ti.
—GB: Hay algo que, modestia aparte, me caracteriza y es que creo que soy una persona generosa. Creo que no somos una isla en el tiempo, sino piezas dentro de una telaraña, un caleidoscopio, y a mí me interesa siempre en mis artículos, en mis libros, hablar de compañeros, colegas y no colegas contemporáneos que me rodean y cuya visión del mundo —poética, política, periodística, narrativa— me interesa. En La cultura, querido Robinson, al final, escribí una distinción por los periodistas culturales. No mucha gente hace eso, no es lo habitual en el mundo de la cultura. Es un mundo muy cainita, excluyente, de pandillas cerradas. En cambio, yo practico la generosidad. —ECP: Se percibe en seguida que esa virtud forma parte de tu personalidad y, lógicamente, se refleja en tu obra. Citas, elogias. Eres un maestro del elogio, de hecho. —GB: Vicente Luis Mora lo dijo en la presentación: «Conozco poca gente tan generosa en el mundo literario y de la cultura como Guillermo Busutil». Y creo que es verdad. Porque, por lo general, no hay una honestidad ética en el elogio. Si hablo de este libro o de este autor no es por un interés personal, sino porque me parece que debe ser conocido y celebrado. —ECP: Por otro lado, reconoces que leer es un acto a contracorriente, casi marginal. —GB: Papiroflexia es un canto al ecosistema del libro. Dentro de ese ecosistema hay una mirada también crítica, aunque yo sea un tipo escépticamente optimista. Pero, a día de hoy, leer es un acto de resistencia. Si cogemos las estadísticas, nos están golpeando continuamente. La gente cada vez no es que lea menos, es que no crece mucho el número de lectores y, si metemos un poco más el escarpelo del forense o la linterna del detective, hay lecturas muy malas, mucha literatura de consumo basura, literatura como la comida rápida. —ECP: Libros llenos de letras, pero vacíos. —GB: Exactamente. Estuve hace poco en la Feria del Libro de Cádiz y había una cola brutal por un best-seller, le eché un ojo y me dije: “Esto es un libro de tren, para abandonarlo al llegar al destino. No es un libro que recomendaría a nadie ni vaya a guardar en mi biblioteca”. Leer es una revolución silenciosa. El ser humano, como persona y ciudadano, ha dejado de combatir, lo hemos dejado anestesiarse con las pantallas, que son un poco como el soma. La pastilla azul es internet. Se ha tirado mucho la toalla, nos conformamos, nos lo comemos todo. Hay gente que se rige apenas por las noticias falsas que le llegan al móvil. Se critica mucho en la barra del bar, en las redes, pero cuando tienes que dar un paso adelante y seguir a la Marianne con el pecho descubierto, son siempre los mismos. Mejor se quedan en casa viendo un partidito de fútbol. —ECP: Quiero terminar diciéndote que es admirable tu maestría metaliteraria, porque Papiroflexia no es un libro pedante, teniendo todos los mimbres para que lo pudiese haber sido. No das una argumentación extendida y machacona sobre lo estupendo que es leer, sino que es breve a propósito, hiperbreve con frecuencia, y sentencioso, pero abierto. —GB: Yo soy filólogo, como tú. Me maravillan Roland Barthes, Foucault, Benjamin, Wallace Stevens... Soy un gran amante de los teóricos de la literatura. Los he leído, los amo. Y creo que he sabido hacer de esas lecturas un poso e incorporarlas a mi lenguaje, como si las hubiese deconstruido. Papiroflexia sería como El Bulli del ensayo metaliterario. [...] Yo escribo siempre para llegarle a cuanta más gente mejor. A mí no me interesa ser un escritor de culto ni hermético. Tengo un tipo de lenguaje y un estilo concreto, al cual no renuncio, pero lo que trato es de acercarle a la gente la literatura, el arte o la fotografía con un conocimiento, intento que suban un escalón, pero no cinco. Materialismo poético Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA El motivo de esta entrevista se debe a la publicación del brillante ensayo Materialismo poético (Pepitas de Calabaza, 2021), pero no se me pasa por alto que anteriormente salió a la venta Las hojas rojas (La Estética del Fracaso, 2020), un magnífico libro de poemas de Julio Monteverde (Cartagena, 1973) que, al haber nacido en plena temporada pandémica, no tuvo el eco que merece, de ahí que también dedique unas primeras preguntas a dicho libro “escondido”. Al final de su ensayo, Monteverde aclara que el materialismo poético no busca ofrecer una teoría existencial o económica, no es una nueva forma de explicación del mundo, sino una manera de vivir. Descartamos, por tanto, cualquier indicio de preceptiva, sistema o categorización en este trabajo. Sin embargo, tras su lectura, que es realmente embriagadora, le surgen a uno ciertas inquietudes que necesitan la ampliación o corroboración del autor. Un diálogo con Julio Monteverde no solo es un honor, sino un disfrute. Siempre. Empecemos. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: De las seis partes en que se divide Las hojas rojas, la primera de ellas se titula igual que el libro. En ella, la palabra que más se repite es “sombra”. Tu primer libro se titulaba La luz de los días. ¿Podríamos decir que el claroscuro es lo más cercano a tu verdad poética? —JULIO MONTEVERDE: Sí, es cierto, para mí la luz y la sombra son el principio de todo. Cuando llegué a Madrid visitaba el Prado una vez cada quince días más o menos, sobre todo para ver los Riberas, ya que estaba convencido de quería escribir así, dejando caer las palabras como la luz cae sobre los rostros en esos cuadros maravillosos. Para mí es una obsesión recurrente que siempre he relacionado con la experiencia de la luz de los lugares donde crecí, en Cartagena, tan masiva y vertical. Es también algo paradójico, porque esta obsesión con la luz parece tener muy poco que ver con la tradición a la que siempre he deseado pertenecer, la que va desde el romanticismo hasta nuestros días pasando por el surrealismo, tan plagado de noche. Pero qué le vamos a hacer... Parafraseando a Breton, solo puedo decir que hay demasiado sur en mí. —ECP: La segunda parte de Las hojas rojas es “Diario de sueños”. Eres un especialista en el tratamiento creativo de los sueños, como ya demostraste en tu libro De la materia del sueño (Pepitas de Calabaza, 2012). ¿Cómo son de enriquecedores para ti los talleres presenciales de sueño, escritura y vida cotidiana que impartes en Madrid? —JM: Siempre he pensado que la vinculación con el ámbito onírico debe realizarse no para huir, refugiarse o mantenerse al abrigo de las inclemencias del mundo real, sino para crear más vida. Los talleres son un buen medio para encontrarse con otras personas y desarrollar un espacio colectivo que lo haga todo más sencillo y, sobre todo, enriquecedor. La experiencia individual de los sueños está muy bien, y es muy necesaria, pero la experiencia colectiva la multiplica. —ECP: A pesar de la impresión de tristes que les parecemos los poetas a la mayoría de la gente, ¿no hay «nada que objetar a la alegría», como escribes en “Los dos pájaros”? —JM: La alegría no parece ser una emoción muy valorada en nuestros días. Y eso es algo bastante enigmático para mí. Hace poco, escuchando la canción de Antonia Font que lleva por título precisamente ‘Alegría’, me preguntaba por qué su letra parece tan original y emocionante, cuando es algo tan cotidiano, tan básico. Puede que, como dices, los poetas parezcamos tristes, pero más triste me parece a mí el mundo en el que nos vemos obligados a vivir, en el que la alegría es un residuo. Sí, definitivamente, hay que recuperar la alegría. —ECP: El jardín de atrás, la necesidad de tocar, la fuente clara... Creo que Las hojas rojas no deja de ser un libro, en su esencia, de temática amorosa. ¿El surrealismo o, mejor dicho, tu surrealismo, mantiene al amor poéticamente libre? —JM: Por supuesto, o al menos lo intenta, claro. Pero esto se debe, ni más ni menos, al papel central que tiene en la vida, la mía y la de todos y cada uno de los seres del planeta. La necesidad de amar, de ser amado, las atracciones y repulsiones, la erosión de lo cotidiano, los deslumbramientos inesperados, las ausencias, todo esto, que marca el ritmo interior de la vida, no puede dejar de aparecer en la poesía, aunque sea como negación, porque junto con la muerte sigue siendo el gran problema, se acepte o no. Además, en el caso de este libro, todo está amplificado por un hecho muy concreto acaecido en mi vida, que fue el nacimiento de mi hija, y que recorre el libro de principio a fin. —ECP: Entremos en Materialismo poético. El lema autoparódico de Pepitas de Calabaza, la editorial que lo publica, es: «Una editorial con menos proyección que un cinexín». ¿No crees que, a raíz de lo expuesto en tu libro, de esa consciencia idealista del “espectáculo” poético autónomo, Pepitas es la editorial que mejor encaja con un autor como Julio Monteverde? —JM: Lo de Pepitas se puede decir que, por mi parte al menos, fue amor a primera vista. Una tarde, en la tristemente desaparecida librería Periferia, en Lavapiés, encontré uno de sus primeros libros, la edición que hicieron de los textos sobre patafísica, que por entonces acababa de salir. Aquella misma noche les escribí de forma impulsiva, algo que no es precisamente mi costumbre. Poco después nos conocimos en persona y se fue creando una relación muy estrecha basada en todos los puntos en común que fuimos descubriendo, tanto «ideológicos» como biográficos. De esta amistad han surgido todas las aventuras en las que nos hemos embarcado. En cualquier caso, sí pienso que Materialismo poético debía salir en Pepitas, siempre lo he creído y estoy muy contento por haberlo conseguido. Si se puede entender a una editorial como un campo de fuerzas que delimita un territorio, ese territorio es sin duda el de este libro. —ECP: ¿Cuánto le debe tu Materialismo poético a Lacan? —JM: Mucho, aunque antes de nada debo aclarar que en ningún caso soy un especialista en Lacan. Todo el que se haya acercado a su obra sabe que ese título no está al alcance de cualquiera. Yo he tenido la suerte de poder introducirme a la obra de Lacan a través de las palabras de personas que sí tienen un profundo conocimiento de su obra, como Jorge Alemán o Ángel Zapata, que me permitieron establecer una base conceptual muy clara acerca de su teoría de lo real, que es el punto que sin duda más me interesa de su obra. —ECP: Siguiendo el cómputo lacaniano, la realidad sumada a “lo real” daría como resultado la vida verdadera. ¿Es así? —JM: Sí, eso es. Una de las cosas que más me fascina de su teoría de lo real es su gran poder explicativo. La dialéctica entre la realidad, que es el relato consensuado socialmente de lo que existe y lo que no, de lo que es nuestra vida y sus parámetros; frente a lo real como aquello que existe manifestándose de forma abrupta, lo que sucede, el acontecimiento que aparece a pesar de nuestros queridos parámetros y con frecuencia en contra de ellos, es esencial para entender la vida, sobre todo en nuestras sociedades desarrolladas. En mi opinión en esa dialéctica, y en el esfuerzo permanente por establecer la síntesis de los dos polos, está la base de todo. —ECP: Si el telediario ordena y compartimenta el mundo, si lo fragmenta, ¿es el poeta el encargado de llenarlo, de unificar la realidad? —JM: En mi opinión la poesía, y muy en especial la poesía del lenguaje, es un medio privilegiado para forjar nuevos vínculos en la realidad. El poeta restaura en cada poema la unidad, o una parte de ella, al descubrir o forjar esas nuevas relaciones por medio de símbolos, analogías y metáforas... Y cada vínculo que el poeta retoma confirma esa unidad esencial de forma tácita. Por tanto, el poeta es capaz de vincular lo que ha sido separado, pero lo en verdad inestimable es cuando lo hace en una dirección determinada, una dirección más libre, autónoma, no dictada sin más por las fuerzas que pretenden dominar todos los discursos y que de una forma u otra todos hemos interiorizado. Usando de nuevo la terminología de Lacan, al hacer esto está facilitando la aparición de lo real, que de esta forma se opone de forma natural a la realidad consensuada, haciéndola vacilar. Creo que esa es, o puede ser, una de las grandes prerrogativas de la poesía escrita, gracias a la cual siempre tendrá la seguridad de no desmerecer de sus posibilidades para cambiar la vida. —ECP: La fragmentación es el enemigo frontal, deduzco. —JM: Bueno, la fragmentación es inevitable, desde el momento en que somos incapaces de aprehender la totalidad, que es en esencia inabarcable. Ni nuestro cerebro ni nuestra vida dan para tanto. Pero no hay que perder nunca de vista que un fragmento es una parte de un conjunto, y que en ese relación de ida y vuelta adquiere su sentido. El verdadero problema es cuando se escamotea esa relación, que siempre plantea problemas y preguntas incómodas, con el propósito de hacerlo más digerible, menos problemático y más apto para circular por los canales del capitalismo. Este es el fragmento que tanto hemos tenido que soportar durante las últimas décadas, aquel cuya validez es necesario cuestionar si queremos llegar a comprender, si queremos saber lo importante, que es, como diría Humpty Dumpty, «saber quién manda». —ECP: Tu propuesta poética incluye utilizar el pensamiento como uno más de los sentidos, en igualdad de condiciones que el olfato, el gusto... ¿No crees que no se puede llegar a esa propuesta desde una manera reflexiva, sino que hay poetas cuyo talento, cuya manera natural de concebir la poesía funciona así y punto? ¿O esto sería negar lo utópico de esa propuesta? —JM: Creo que ese uso del pensamiento que describes es propio de la poesía, y está indisolublemente unido a ella. De hecho, creo que forma parte de su especificidad, a diferencia de otros usos del pensamiento como puede ser el reflexivo, más propio, por supuesto, de la filosofía. Por tanto, no se trata de una aspiración sino de una facultad, la de situar el discurso en lo inmediato, que aunque nunca suele darse de forma absoluta —eso no sé si podría ser posible— sí está al alcance de todos como posibilidad. El hecho de que unos poetas la usen y otros no, ya es otro problema en el que intervienen otros muchos factores, y que nos llevaría, creo, a una discusión mucho más compleja. —ECP: ¿Concluimos, entonces, que en el cóctel poético completo entrarían tres elementos básicos: la densidad de la experiencia, la autonomía y la reconstrucción vital? —JM: Sí, puede resumirse así. En el estado actual de la vida en las sociedades desarrolladas esos tres puntos son paso obligado, a mi entender, si deseamos que la poesía esté en condiciones de desarrollar sus potencialidades y servir de herramienta para la creación de vida. —ECP: ¿Es el juego el summum del materialismo poético, el éxtasis de la colectividad creativa en el lenguaje? —JM: No sé si el summum, porque no me gusta establecer jerarquías en esto —cada cual debe encontrar los medios que le sean propios—, pero está claro que el juego, como actividad poética colectiva, que crea de forma natural un espacio de vida intensificado a su alrededor en el que el grupo vive libremente su experiencia soberana, es un sitio inmejorable por el que empezar. —ECP: Habría que cargarse también cualquier mitología, entiendo. La fragmentación de la realidad, la mitología, el discurso como obstáculo camuflado del auténtico lenguaje... Es una tarea herculana, valga la referencia mitológica. Pero, claro, como tú dices: «Toda interpretación del mundo tiende a convertirse, de una forma u otra, en mito». ¿Qué hacemos, Julio? —JM: El mito, que históricamente fue el lugar privilegiado de la poesía, forma parte de nuestra idiosincrasia como especie y es indispensable para comprender cualquier colectividad. Cada sociedad tiene los suyos, que sirven para entender la vida y el lugar del individuo en el mundo, y lo que es más importante, para explicarlo a los demás. En la actualidad, por mucho que parezca lo contrario, existe un mito capitalista, que sirve para explicar el mundo desde coordenadas muy concretas. Este mito funciona todos los días de nuestra vida por medio de múltiples narraciones que lo confirman —películas, series, publicidad de todo tipo—, a través de los rituales que se le añaden —épocas de compras compulsivas, «fiestas de guardar» como el Black Friday, etc.—, y en sus templos —los centros comerciales—. Pero este mito miente, ya que ha falseado la naturaleza del hombre y la ha sustituido por una práctica económica por la cual, y solo por la cual, la vida parece adquirir un sentido. Este es el mito que hay que derribar, y sustituirlo por otro, más acorde con nuestras necesidades. Y en este proceso la poesía puede tener un papel crucial, dentro siempre de una lucha mucho más amplia, por supuesto. Y no solo porque el mito capitalista no nos guste, o porque signifique la negación explícita de todos los valores que la poesía como práctica representa, que también, sino porque al final está poniendo en peligro la existencia del ser humano sobre el planeta. —ECP: No puedo estar más de acuerdo en que la poesía no es domesticable, no se deja sofocar, ha de ser salvaje... ¿Incluso ante el materialismo poético? ¿O esta pregunta que termino haciéndote también, de alguna manera, es una trampa del capitalismo?
—JM: El capitalismo siempre va a querer jugar la carta del relativismo para desactivar cualquier propuesta que considere problemática. Ponerlo todo en cuestión permanente es legítimo e imprescindible, pero sucede que nuestros deseos no son relativos, sino concretos, aunque no siempre sean de fácil dilucidación. Después de ponerlo todo en cuestión hay que elegir, decantarse en base a lo que en realidad se relaciona con nosotros, asumiendo si es preciso las inevitables contradicciones que siempre van a aparecer pero sin dejarse vencer sin más por ellas. La poesía debe ser indomable porque en el mundo actual, en el que nuestros deseos han sido sustituidos por meros simulacros económicos, está obligada a serlo para poder recuperarlos. No hay otra. El materialismo poético será puesto en cuestión, no me cabe la menor duda, pero si no se ofrece una alternativa crítica, y si no se toma partido por ella, ese cuestionamiento no servirá de gran cosa. —ECP: ¿Conviene vivir en los márgenes para una mejor observación del mapa humano? —JM: Nunca me ha gustado reivindicar la existencia en los márgenes per se. Pueden ser un lugar muy solitario, árido y aburrido, nada recomendable. Lo que pasa es que si se quieren hacer las cosas de una forma determinada, el sistema te mantiene ahí lo quieras o no. No hay mucha elección. Eso da mucha libertad, mucha perspectiva y muchas alegrías, en especial si uno tiene la suerte de compartir esos márgenes con otras personas que tengan los mismos objetivos e inquietudes. Pero no conviene regodearse en ellos, porque al final la distancia aumenta tanto que puede volverse infranqueable, y entonces se vuelven una jaula. Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA Nuestros ladridos “coloquiales” llegan hasta Alemania para que Manuel Rivas González (Cádiz, 1979) nos responda algunas inquietudes surgidas a raíz de la lectura de Seis y media, cena un monje (Balduque, 2020), libro publicado hace pocos meses y ópera prima de este filólogo que imparte docencia en tierras germanas y ha investigado en los ámbitos de la lingüística y la filosofía del lenguaje. Pocos títulos de poesía publicados en España en 2020 son tan atractivos como este. Escarbemos en su contenido. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: El libro se inicia con un poema, ‘Religión’, que impresiona por su contundencia, yo diría, romántica. ¿No es la esencia de casi todas las religiones una iluminación que nace a menudo entre la oscuridad? —MANUEL RIVAS GONZÁLEZ: Es la contundencia de quien sabe que ha encontrado algo. Durante un tiempo ha estado sospechando que eso era real, pero es que ahora lo ha visto. Recuerdo un momento concreto, en Madrid, tomando una cerveza en que me digo: “escribe, dales miles de vueltas a tus pensamientos; céntrate en esa actividad sin mirar a ninguna otra cosa; sin mirar a dónde te conduce”. El trabajo con las palabras no está tan lejos de lo que una religión oficial te ofrece: consuelo, esperanza, gozo; pero tú eres tu propio cura y las oraciones no están prefabricadas. Y esta “religión” no te la vende nadie. Te la haces tú cuando la necesitas o cuando te apetece. —ECP: «Para tenerlo todo / se ha puesto a querer / lo que ya tiene». Son tres versos de tu poema ‘Atreverse’ para enmarcar. ¿Concibes este Seis y media, cena un monje como una especie de vademécum del alma? —MRG: En mí sí ha tenido esa función. Pero no el libro en sí, sino la poesía en general. Esa introspección de la escritura. Esa labor de orfebrería, olvidarte de unos versos para encontrártelos un día por sorpresa; la posibilidad de que la idea central quede absorbida por otra secundaria. Yo he experimentado en ese peinar y repeinar diversión, alegría, rehabilitación. Recuerdo momentos en los que he pasado de estar mal a estar perfectamente con la sola ayuda de un poema... Pero claro, todo esto sin pretender darle la monserga a nadie. Cada uno ha de alegrarse o curarse como buenamente pueda. No voy a decir “lee poesía para curarte”. Sé, eso sí, que hay quien puede sentir algo parecido a lo que yo he sentido. El poemario no está concebido para nada, sino que es una consecuencia de cosas que han pasado o han dejado de pasar en diez años de vida en este otro planeta Erasmus. De hecho, la aparición del libro es bastante accidental. Juan Andrés García Román y Carmen Ibáñez me animaron a darle forma final al corpus que yo me traía entre manos. Luego le mandé el trabajo al poeta José Alcaraz, editor de Balduque, que lo leyó y me respondió con un email que un día tendré que enmarcar. De las alegrías más grandes que me han dado. Pues bien, el libro aparece justo en una etapa en que yo había conseguido alejar de mi cabeza la idea de la publicación. Yo estaba ya con eso de que no publicar es el destino más alto —me sigue gustando la idea. Empezaba a estar muy a gusto en mi “malditez” de poeta inédito. —ECP: ¿Te atrae filosóficamente la ataraxia, hay esperanza o «mañana el sentimiento habrá cambiado»? —MRG: Bueno, en ese poema me encuentro muy impactado por cierta alegría experimentada, creo recordar que sin motivo concreto. Y en ese momento estoy sorprendido por lo vívida que es la sensación. Uno que recuerda perfectamente que no quiere encontrarse con nadie, de repente quiere saludar a todo el mundo; quiere incluso ayudar a la gente, ayudar en una mudanza, meterse en líos... La generosidad es algo maravilloso. Hay gente que lo tiene muy bien asimilado. Yo conozco al menos ese sentimiento y, lamentablemente, sé que la constatación precisa de un estado de ánimo suele significar que ya se acaba y viene otro, a menudo de signo contrario. Tenemos la inocencia de pensar que cuando estamos bien dominamos las claves de estar bien; que ya sabemos cómo sentir para la próxima. Hay esperanza, sí. Yo la tengo porque soy voluble e inseguro: no puedo estarme quieto mucho tiempo en el mismo estado. Me asusto igual que me “desasusto”.
—ECP: Se puede conquistar la felicidad, aunque sea «segunda y rara», pero sólo a veces, ¿no? ¿Es necesario que la felicidad sea intermitente?
—MRG: Si la identificamos con la euforia o la alegría, por supuesto que hay intermitencia. Pero también podemos verla de otra forma. Quizá la felicidad sea solo “segunda” y “rara”, es decir, algo que te pasa sutilmente cuando dejas de perseguir esa otra cosa primera que tú crees muy definida y obvia. En uno de mis cursos hablamos mucho sobre la felicidad y mis alumnos siempre destacan la necesidad de no dejarse engañar por las redes sociales. Están como alerta con eso porque son muy listos y saben que les pueden fastidiar la vida. Lo que no estarán pasando “pensando que” no son felices por no ser ideales... Quizá ahora te esté respondiendo mejor a lo de la ataraxia. Suspendamos a veces los “objetivos a toda costa”, naveguemos con arte, tengamos uno o varios planes B, escribamos. Hay verdades por pulimento, que ni tú las sabes cuando las dices y están ahí, mirándote, esperando a que repares en su presencia. Está claro que un poco de vivir por dentro puede hacerte bien, ¿no? Pero sin sermones. Cada uno que se dé el producto que mejor le siente. Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA Diario de pensamiento De vez en cuando uno se asombra y se deleita llevándose a la boca un primoroso pastel literario de cuya calidad y larga elaboración no tenía noticia. Es el caso de Antonio Moreno (Murcia, 1966) y su obra Diario de pensamiento, recientemente publicada por la editorial Balduque. Su hojaldre está diseñado e insertado en la entrañable colección Sudeste, y su relleno tiene casi 550 páginas, pero puedo asegurar que su textura, sabor y aroma provocan una excelente digestión en el espíritu de quien lo consuma. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Este libro no lo ha escrito ningún principiante, desde luego. Le felicito. Está cargado de talento, madurez y sabiduría. Me choca que, viviendo en la misma región, cuando he preguntado entre escritores de Murcia por el Antonio Moreno de Diario de pensamiento lo desconocieran o creyeran que me refería al nuevo libro del poeta alicantino Antonio Moreno. ¿Es usted pájaro solitario?, ¿no frecuenta los círculos literarios de su entorno? —ANTONIO MORENO: Realmente, se podría decir de mí que soy un escritor casi secreto, un solitario, uno de esos que vive aislado de su entorno, alejado de los círculos, revistas y escuelas literarias. Y eso tiene mucho que ver, desde luego, con mi temperamento natural y con mi pensamiento sobre las personas y las cosas. Como esos árboles de maduración lenta, he preferido esperar, no romper el aislamiento hasta tener algo que ofrecer, algo que he percibido que es verdadero y útil, lo que, tras muchos años de experiencias y vida callada, discreta, entre libros inteligentes, he logrado comprender y captar. —ECP: ¿Por qué empieza en 2009? ¿Es la fecha en que se propone pensar con intención literaria o responde simplemente a una decisión numérica para no engrosar el libro? ¿Hay Diario de pensamiento anterior a 2009? —AM: Antes de esa fecha hay también lecturas y notas, páginas sueltas de comentarios guardadas aquí y allá, pero es sólo a partir de 2009 cuando surge la idea de recoger esos pensamientos en un cuaderno con el fin de fijarlos mejor, y quizá también de perpetuarlos, de anotarlos para siempre. Cada pensamiento, cada sentimiento tienen, por así decirlo, su cénit, y es en ese momento, cuando más fuerza y claridad tienen en nosotros, cuando debemos intentar retenerlos, fijarlos. Pero ¡cosa curiosa!, la idea de hacerlo de esta forma me vino de la manera más peregrina: en las Navidades de 2009 mis hijos me regalaron una preciosa Moleskine amarilla. “¡Ea, pues, vamos a darle un buen uso!”, me dije. Y así comenzó Diario de pensamiento... —ECP: Las entradas de su diario bailan de un acontecimiento cotidiano a anotaciones de un viaje o de lecturas profundas, pero siempre desembocan en la reflexión fluida. ¿El conocimiento crea adicción? —AM: ¡Ya lo creo! Y ¿cómo no podría ser así? Los buenos libros son como los buenos alimentos: no conozco a nadie que, una vez probados, no sienta la tentación de atiborrarse de ellos al pasar por las cristaleras de una librería. Sin embargo, no siempre es fácil dar con el libro bueno, de manera que uno siempre corre el riesgo de alimentarse mal. La vida es breve. Si leemos una cosa, no podemos leer otra. Hay libros buenos para pasar la hora, novelas, relatos, libros de viajes, ensayos brillantes, y hemos de estar eternamente agradecidos a las personas que los han escrito, pero no deben consumir toda nuestra lectura, ocupar enteramente el lugar que corresponde a los libros de todo tiempo, a los libros gracias a los cuales entablamos conversación con aquellos que han logrado elevarse más. Y entre estos últimos, no debemos buscar únicamente la compañía de los autores con los que, de entrada, nos sintamos más afines por nuestras convicciones, sino buscar también la de aquellos con que discordamos y que nos hacen sentir extraños y hasta molestos con su significado. Para Wittgenstein, la dieta unilateral era la causa de esa peculiar enfermedad de la inteligencia que es la intolerancia. Y toda intolerancia es falta de lucidez, por descontado. —ECP: Por momentos su libro me retrotrae moral y estéticamente a los diarios íntimos de Amiel, los de Unamuno o los de Luis Oyarzún. Quizá no es casualidad que los tres fuesen profesores. ¿Bebe usted directamente de estos monumentos de la literatura confesional? —AM: He bebido, sí, de los dos primeros. A Luis Oyarzún, en cambio, no lo he incluido todavía en mi círculo de lecturas, y le doy las gracias por haberlo nombrado y hacer que, en este mismo instante, surja en mí, como en el perro aquel al oír la campanilla, el apetito por leerlo. En Amiel encuentro una mezcla de estoicismo y cristianismo, y el esfuerzo continuo por pulirse. Su lectura mejora mi ánimo. Siempre salgo de su Diario con gratitud, con una mirada más humilde, más confiado en el bien de la vida. Y en cuanto a Unamuno, le debo muchísimo, entre otras cosas, el haberme espoleado hacia una formación más vasta, el no haberme dejado ser, únicamente, un especialista en la materia propia de mi oficio (él era, como es de sobra conocido, pero sólo entre otras tantas cosas, catedrático de griego). —ECP: Usted es profesor de Derecho Constitucional. ¿Vive la escritura creativa como una evasión del mecanismo exigido en su trabajo docente? —AM: Si quisiese describir mi dedicación a la literatura, el uso de una palabra como “evasión” sería muy susceptible de ser malentendido. El tipo de confusión que conllevaría es, evidentemente, pensar que con la lectura y la escritura he tratado de desentenderme de mi oficio de profesor y de mis clases, o que he tratado de evitar un daño, el malestar diario que todo eso me causa. Más acertado me parece, por ello, emplear la palabra “comprensión”. ¿Cómo habría que leer nuestra Constitución? ¿Cuál es el modo correcto de leer, por ejemplo, la norma en que garantiza la libertad de expresión de toda idea? Si nos referimos al juicio constitucional de un caso, pongamos, de apología de la violencia, el modo correcto de hacerlo pasaría por haber comprendido primero, tanto como se pueda, toda la moral pragmatista a que responde una norma como ésa, por haber aprendido a construir juicios de valor relativo, como los que enseña la Ética de G. E. Moore. Sólo así adquiere todo su sentido esa norma constitucional, puesto que el modo correcto de aplicarla a esa clase de expresiones ofensivas o hirientes es no perder de vista las circunstancias, la ocasión en que se dicen, los efectos directos e indirectos que en ese concreto marco significativo tuvo el discurso. Por lo tanto, ambas actividades se ayudan mutuamente, una impulsa a la otra. Mi trabajo en la Universidad me exige la mayor comprensión sinóptica de cada cuestión humana o política, y eso es lo que me da la literatura; y la literatura me exige claridad y utilidad, que es justamente lo que logro con mi trabajo en la Universidad. —ECP: El conflicto de horizontes entre el ateísmo y la creencia es un motivo recurrente. No puedo evitar también la comparativa con Cautivado por la alegría de C. S. Lewis, donde el británico expuso su proceso de conversión al cristianismo. ¿Es acertada? —AM: En C. S. Lewis asistimos a una conversión, abrupta en su caso —Lewis llega incluso a fijar una fecha, la famosa festividad de la Trinidad, día en que se arrodilla y comienza a rezar—, al paso de una convicción a otra, a la transformación de quien ha sido ateo durante muchos años. Creer es un estado del alma, una especie de disposición del que cree. Por lo tanto, si Lewis dice que ahora cree en Dios, hemos de pensar que su estado ha cambiado, y que, a partir de ese momento, su disposición hacia nosotros y las cosas también va a ser diferente, que asistiremos a un cambio radical en su conducta y en sus palabras, casi como un río que, de pronto, ante nuestros propios ojos, cambiase de cauce, y no simplemente de caudal... Al verlo deberíamos poder decir: “Así era Lewis ateo... Pero ¡vaya si ha cambiado!”. Ahora bien, ¿cómo es la cosa conmigo? En mi caso, yo no hablaría de conversión, mi disposición fundamental ante la vida y el mundo sigue siendo la misma, y cuando pongo atención en mí, descubro un proceso tortuoso de aclaración y quizá de fortalecimiento. En ese sentido, me parece que la comparativa más acertada sería con el Tolstói de Confesión. —ECP: ¿Quién es su ateo universal favorito? ¿Camus? Se le advierte querencia por la obra “camusiana”. —AM: Sí, por supuesto, Camus es uno de ellos. Camus es para mí un hermano muy querido, con el que discrepo en lo esencial, pero al que no consentiría que se le ridiculizase por nada del mundo. Si vas en busca de la visión clara, nunca te defrauda, porque su obra está hecha con seriedad, con honestidad, y, como adversario en la idea, te conoce mejor que tú mismo. Hay en él una pasión poderosa, una necesidad de escribir, quiere gritarnos la verdad que le abrasa. Camus nos ofrece lo mejor de sí, lo que cree haber visto y conocido. Algunas de esas cosas nadie puede decírnoslas mejor y más claramente que él. Pero también quiero mucho a Stuart Mill. De Mill tampoco puedo decir únicamente: “¡Qué pensador tan admirable! ¡Qué ideas tan interesantes!”, porque, a pesar de que tengo diferencias con él, mi afecto es enorme y mi deuda muy grande. Sencillamente, Mill me ha ayudado a roturar mi mente, a no sembrar en un cardizal. —ECP: ¿Y el pensador cristiano que más feliz le ha hecho en sus lecturas? Por la cantidad de veces que lo cita, parece que san Agustín podría ganar la partida.
—AM: Mi formación inicial se la debo a san Agustín. El san Agustín de las Confesiones es uno que siente que el reino de los cielos está dentro de él, que ha comprendido la esencia de la doctrina de Cristo y que quiere seguirla. Es un espíritu puesto en pie, en lucha por perfeccionar su corazón, y que llora y se lamenta de no lograrlo. Ha comprendido que la vida es una aproximación continua a esa perfección, y es tan serio que, aun sabiéndola inalcanzable (lo cual es perfectamente justo), ni abandona el esfuerzo, ni mucho menos tergiversa o rebaja la exigencia. Y al vivir así, con esa visión de la vida, incluso al invocar a Dios en medio de su deber, Agustín no está en un error, pues, en ética, el error sólo se comete cuando se levantan teorías... Pero también debería citar a Emmanuel Mounier y, en especial, a Tolstói, pues me han sido muy necesarios. Para mí son amigos. Ahora bien: ¿y qué hacemos con Wittgenstein? ¿Fue o no fue Wittgenstein un pensador cristiano? Si la verdadera fe consiste en estar seguros, no de lo que ha sucedido y de lo que sucederá, sino sólo de lo que cada ser humano debe hacer, entonces se puede decir que Wittgenstein, aunque empleara expresiones distintas, o más bien hiciese un esfuerzo por callar, tuvo una fe muy cercana a la cristiana. —ECP: ¿Cree que podrá superarse alguna vez el poderío ético y estético del realismo ruso decimonónico? —AM: Me parece verdaderamente imposible... ¡Eso sí que fue un genuino siglo de oro! Pocas veces en la historia humana han compartido la misma porción de luz solar y tierra una cohorte de genios de esa magnitud. Todo lo que hacían, lo bueno y auténtico que escribieron, nos parece lo mejor para nosotros. Es difícil que otros escritores se atrevan a medirse con ellos. Al morir Dostoievski, Tolstói escribió una carta a un íntimo amigo contándole la profunda pena que le causaba no haber tenido una relación personal con él, pues él, Dostoievski, le parecía, sencillamente, el más cercano, el más querido y el más necesario de los seres humanos... ¿Y acaso no es un milagro el que todos ellos estén a nuestro alcance y su obra esté abierta para nosotros y podamos entrar en ella siempre que queramos o lo necesitemos? —ECP: ¿Es casi imposible vivir con importantes inquietudes humanísticas y no convertirse en un ser humano melancólico? —AM: Concuerdo plenamente con esa apreciación, siempre que no acabemos pensando que el pesimismo es el rasgo esencial del sentir humanístico. Porque hay y debe haber un humanismo melancólico, mas no abatido, triste, apagado; un humanismo de espíritus en lucha contra ese estado de ánimo. Gente feliz con lágrimas, me parece la forma más hermosa de describirlos. Y también: estos son los que están siempre en apuros, mas no desesperados; derribados, pero no destruidos. —ECP: ¿Qué es más importante para usted: la bondad o la inteligencia? —AM: Sin duda alguna, la bondad. Lo mismo que a las hierbas, que en cualquier momento mueren, pero florecen y dan fruto, a ninguno nos ha de juzgar nunca la vida por otra cosa que por la bondad que hayamos logrado reunir en su camino. Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA Justo en el pasado mes de marzo, cuando estalló oficialmente la pandemia en España y se dictaron semanas de estricto confinamiento, se publicó el libro Orión pasa de largo de Teresa Vicente (Murcia, 1957) en la Colección Sudeste de la editorial Balduque. Aunque ha incurrido dos veces en el género de la narrativa breve, parece que la poesía es el campo donde esta autora más quiere demostrar sus avances. La constelación de Orión se apoya en dos perros cazadores, Canis Maior y Canis Minor. Y aquí está, cómo no, El coloquio de los perros ladrando a las puertas de este nuevo poemario. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Empecemos por el prólogo. Sabemos que el maestro Eloy Sánchez Rosillo no se prodiga demasiado prologando ni reseñando los manuscritos de sus contemporáneos. Termina afirmando que «Teresa Vicente habla de verdad». ¿No habíamos quedado, con Pessoa, en lo de que el poeta era un fingidor? —TERESA VICENTE: Que Eloy me haya hecho un prólogo se debe exclusivamente a que es un buen amigo, y se lo agradezco enormemente. Cuando se lo pedí sabía que me aprovechaba de su amistad, aunque le dije que le compensaría con una buena comida. Aún no he podido hacérsela; quizás tendré que invitarle a dos. Yo creo que la poesía debe nacer de sentimientos, y en eso es verdad lo que dice Eloy. Pero luego podemos jugar con ellos, y con lo que sabemos de nuestra experiencia, y así, engrandecemos las palabras, las llenamos de magia, de luz, de alegría o de horror. Es como un juego —a veces una catarsis—: nos hace sufrir, aunque al final nos sentimos muy bien si lo que queríamos decir lo hemos logrado con éxito. En esto último podemos acercarnos a Pessoa: escribir —por ejemplo— sobre el amor, sin estar sintiéndolo, solo porque deseáramos tenerlo y/o alguna vez lo hayamos sentido. —ECP: Percibo, leídos tus anteriores libros de poesía, que Orión pasa de largo ha llevado un proceso más sosegado en su elaboración. ¿Me equivoco? —TV: En realidad, llevaba dos libros a la vez: uno de narrativa y otro de poesía. Mucha gente cree que es lo mismo pero, al menos en mi caso, no: mi cerebro tenía que cambiar el ‘modo del lenguaje’ de uno al otro. También es cierto que los choques emocionales que se encuentran en Orión pasa de largo han pasado por una larga maduración en el tiempo. Era una poesía que en el momento en que ocurrieron los hechos —tanto los personales como los generales— no hubiese podido escribir sobre ellos; necesitaban reposo, pasar por el tamiz del tiempo. —ECP: ¿Qué aporta Orión pasa de largo respecto de Enraizó en el agua, Dispárame vida o Estigma? —TV: Aporta sobre todo más experiencia, en todos los sentidos; es lógico: han transcurrido diez años entre mi primer libro y este. Me he relacionado más con la gente y con el mundo; he leído mucho más; y he escrito, he escrito mucho. Digamos que lo que publico es la punta del iceberg. Otro matiz —que ya aparecía en Estigma— es que no solo me intereso por mis propios pensamientos y sentimientos, sino que presto mayor atención a todo lo que me rodea, incluso a lo que antes de mí ha podido existir, o después existirá, de una manera más profunda que en los primeros libros. —ECP: El amor multiforme impregna todo el libro. ¿Al final, Teresa, el amor es un viaje, una dependencia, una enfermedad, una ficción? —TV: Hay muchos tipos de amor: hacia tu pareja, tu familia, tus amigos y al mundo. Hoy en día el amor se considera casi una debilidad; no está de moda. Estoy de acuerdo en que es todo eso que tú dices: un viaje compartido; una dependencia que tiene que actuar en los dos sentidos. Alguna vez se manifiesta con tal pasión que se puede convertir en una enfermedad. Y si es una ficción, ¡bendita ficción! que mueve el mundo, o lo destruye; y tampoco importaría que fuera una ficción, porque se siente como real. —ECP: Mantienes un confesionalismo explícito, ortodoxo. Al ser Orión pasa de largo un desnudo casi integral, ¿no queda otra opción estética? ¿Crees que la poesía ha de ser confesional o no ser?
—TV: Es postura personal de cada poeta. Yo me integro con cada poesía. Pero ocurre que me puedo interesar por personajes, con los que es imposible que pudiera tener mucha relación. Entonces, me convierto en otra persona, indago y busco en mi empatía cómo desarrollarlos. Hablo de poemas como ‘Joven héroe con rifle’ o ‘El arrebato de Juan’. —ECP: Tu protesta se versifica con el asesinato de Miguel Ángel Blanco, la guerra de Siria, desastres ecológicos, el ataque a las Torres Gemelas, matanzas escolares... Un zapping pasando páginas del libro como si de un mando a distancia se tratara. ¿Y después? ¿Seguimos pelando la fruta tras el “telediario poético”? —TV: Sí, es la vida misma. Desarrollamos una rutina de existencia dentro de acontecimientos más o menos tremendos. Seguimos haciendo la paella del domingo, aunque más al sur o más al norte estemos en una pandemia, haya otros en guerra u observemos injusticias extremas... Pero es la ley de la supervivencia: todo tiene que continuar; buscamos el equilibrio emocional para no volvernos locos. —ECP: Hay un poema dedicado a la mística murciana de siglo XVIII Juana de la Encarnación. ¿Podrías explicar qué te atrapó de este interesante personaje desconocido fuera de sus fronteras regionales? —TV: La mística me ha atraído desde siempre. En mis libros aparecen frecuentemente poemas dedicados a místicos, en especial los relacionados con mujeres: su unión con Dios las empoderaba. Tomemos el caso de Hildegard von Bingen y Teresa de Ávila. Ellas llegaron a aconsejar a papas y reyes, porque nadie se podía oponer a “la palabra de Dios” que se suponía que salía de sus bocas. Quise investigar si había alguna escritora procedente de Murcia relacionada con la mística. Encontré dos. Teresa de Cartagena, nacida en 1425, que en su segundo libro Admiraçión Operum Dey, defendió que la mujer podía escribir igual que un hombre. Como antecedente está Cristine de Pizan en La ciudad de las damas, en Francia, un siglo antes. La otra mística fue Juana de la Encarnación (siglo XVIII), que en su libro narra la “Pasión de Cristo”, en pasos. Sus descripciones me recordaban precisamente los pasos de la Semana Santa. Indudablemente hizo suyo el sufrimiento de Jesús, y dijo que ella lo padecía, con lo que adquirió una notoriedad social importante. —ECP: Entre tu gratitud, aparte lógicamente de Robert Pocklington, hay un lugar especial para Soren Peñalver, una leyenda viva que ha agitado el corazón y el conocimiento de todos los poetas que lo hemos tratado. Le dedicas ‘El descanso de los Peñalver’. ¿Qué significa Soren para Teresa Vicente? —TV: A Soren lo conozco desde que yo tenía quince años, siendo una amistad esporádica que iba y venía. Ha sido a raíz de mi incursión en la literatura que nuestros vínculos de amistad se entrelazaron más. Los dos tenemos un punto salvaje en nuestros caracteres, y aunque yo lo intento dominar, es muy parecido al que tiene Soren. A los dos nos gusta viajar, relacionarnos con las personas, y tenemos intereses literarios parecidos. Creo que simplemente le quiero. —ECP: ¿Tu enlace con la cultura británica va más allá de tu vida compartida con el profesor Robert Pocklington? ¿Tienes una influencia literaria considerable de autores que escribieron en inglés? —TV: Si hablamos de literatura en general, para mí uno de los grandes es Oscar Wilde. Su obra me fascina. Mi padre tenía El retrato de Dorian Gray en su biblioteca y antes de los once años yo lo había leído. Me dejó sin aliento. No sé si se nota alguna influencia en mí pero... ¡Ojalá! Y, por supuesto, Shakespeare, que escribe a otro nivel: es de los pocos tocados por los dioses. Me gusta también la introducción de mitos y leyendas —aquí pienso en Tolkein— y la delicada descripción social de Jane Austen o las hermanas Brönte. En cuanto a la poesía, lo que más admiro de los poetas ingleses es su maravillosa descripción del paisaje; a través de él te conmueven. En ese aspecto son unos maestros. Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA Lleva desde los primeros años ochenta tensando su lira con templanza y apuntando estrofas a la diana que clava cada vez con más consistencia y elaboración. En su trayectoria han de destacarse obras como A flor de agua (Visor, 2000), Ceniza (Hiperión, 2005) o El jardín invisible (Rialp, 2006). Con la editorial Chamán publicó Vigía de tu paso en 2018 y este verano vuelve con un último libro, Yo escribo la noche, por el que escapa la vida a borbotones y arroja una intrépida, atractiva y desafiante energía. El coloquio de los perros ha querido conversar con nuestra vecina alicantina —Pilar Blanco Díaz es leonesa, pero ejerció la docencia durante años en Alicante— y meternos de lleno en su harina nocturna. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: El título de tu último libro está inspirado en un verso de Alejandra Pizarnik. Hoy se ve a Pizarnik como un faro para muchos poetas jóvenes, casi adolescentes. ¿Qué magia tiene Pizarnik que encandila a estas últimas generaciones? ¿Qué te atrapó a ti de su lectura? —PILAR BLANCO DÍAZ: Quizás su desmesura emocional, que conecta bien con esa parte de mí que no acaba de adecuarse al régimen cauteloso de sopitas y buen vino que se asocia injustamente a cierta edad. Y que esté encarnada en una escritura sonámbula, sin ataduras conceptuales ni un ritmo acomodaticio del que colgarse. Y esa voz delicada y brutal que sugiere, conmociona, se te clava sin que te des cuenta y te deja su curare dentro. Como no la leí de jovencina alguna vez tenía que llegar a ella, si ya no como faro en la tormenta que es hacerse una por dentro, sí como identidad hermana, sensibles ambas en la crueldad del exceso o ausencia de la luz. Al menos poéticamente podría decir, con José María Micó, que vivo en la obstinación de la ceniza. —ECP: Tu poemario anterior, Vigía de tu paso, fue publicado también en la editorial Chamán. ¿Quien la prueba repite? ¿Cómo de cómoda te sientes con los chamánicos albaceteños Ana Toboso y Pedro Gascón? —PBD: Es evidente que los libros de Chamán están muy cuidados y editados con rigor y mimo. Pero siendo eso importante, supone solo la cáscara de un fondo aún mejor de profesionalidad, cercanía y calidad humana que permite a los autores sentirnos cómodos y escuchados siempre. Todo ello invita a repetir y ha propiciado, además, que en pocos años se hayan ganado el respeto tanto de los escritores como de los colegas de la edición. —ECP: ¿Qué encontrará el lector en Yo escribo la noche que no estaba en Vigía de tu paso? —PBD: Creo que la manera de mirar a la cara y no hacia arriba y también la presencia inequívoca de mi voz de mujer, que no suelo mostrar. Aunque no puedo evitar ser quien soy como poeta y como persona ni dejar de arrastrar conmigo viejas obsesiones y fantasmas de cadena y bola. Soy consciente de la osadía que supone, y más siendo mujer, escribir sobre el amor, algo tan peligroso y manido como denostado por la gente “seria” de la poesía, cosa que para ser sincera me da bastante igual. La altura de mis modelos tiene mucho más peso para mí que cualquier prejuicio. Tampoco pretendo ni conseguiría identificarme con los temas, dicción y enfoques más exitosos de la lírica actual, la poesía para mí es ante todo honestidad personal en la que no caben fingimientos interesados. Para mal o para peor una es quien es, sin conservantes ni anabolizantes. —ECP: No pocos poemas de Yo escribo la noche ahondan en el amor-pasión. ¿Sigue siendo la noche el terreno más adecuado para este sentimiento y su acción? —PBD: La noche es uno de los símbolos más potentes que se han creado. Puede nombrar el momento feliz que acoge el encuentro amoroso y también señalar la añoranza, la separación forzosa, el dolor de la ausencia. Las dos desempeñan su papel en el libro con predominio evidente de la segunda, la noche oscura del cuerpo y del alma sin dichosa ventura. Pero más allá de esa experiencia, en cierto modo superficial, prevalece la connotación de la noche y la oscuridad como ámbitos de soledad, temor, desolación. La noche es un jardín o un infierno a los que poetas y psicoanalistas han intentado poner puertas, algunas hermosísimas como estos versos de la gran Blanca Varela: el día queda atrás, / apenas consumido y ya inútil. / Comienza la gran luz, / todas las puertas ceden ante un hombre dormido / el tiempo es un árbol que no cesa de crecer. —ECP: En los versos de ‘Marca de espada’ estableces una brillante contraposición poética entre la desolación y el amor, los frutos que cada uno da. Pero, claro, ¿qué fue primero, la herida o el amor? —PBD: Diría que el amor es herida y remedio a la vez; que aunque la herida puede proceder o no del amor, en su contacto se remansa o se inmensa, depende de la suerte o el tino de cada persona. Si los amores tortuosos de mucho apasionamiento y desconsuelo seguro desembocan en poesía o cualquier otra manifestación artística, algo hemos ganado todos. Del dolorido sentir de Garcilaso, Cernuda o Salinas a la dulce queja de Lorca, Gloria Fuertes, Idea Vilariño… Cuánto poeta ardiendo, yugo, llaga. —ECP: Brasa, incendio, antorcha, la vida ardiendo… El fuego es una recurrencia constante en Yo escribo la noche. Tus orígenes son leoneses, pero resides en la costa alicantina. ¿Tiene algo que ver esa mediterraneidad con tu querencia a la noche y al fuego? —PBD: No, creo que nada. Me parece que los rituales del fuego, tan vinculados al solsticio de verano, se han reducido a excusa fácil para el espectáculo y el jolgorio, por lo tanto me tienen sin cuidado. Al escribir camino siempre por el alambre que une realidad y figuración, pero aunque no haya hogueras reales en mis poemas, sé bien lo que es arder y sé de quemadura. —ECP: ¿Es este libro una invitación a la desmesura? ¿Cuánto hay en él de romanticismo, en el sentido histórico-literario del término? —PBD: Me ha hecho gracia que uses la palabra desmesura, pues se la he aplicado a Alejandra Pizarnik en mi respuesta a la primera pregunta sin haberla leído previamente, así que la observación no anda desencaminada. En Yo escribo la noche hay desmesura, claro que sí, desatada, oceánica. Porque, en palabras de Holan, hay amores en los que el mundo no te basta, momentos en la vida que resultan ingobernables, que es preciso arrostrar fuera de cualquier contención. Es obvio que esa desmesura vital debe trabajarse, a través de un legítimo artificio, para moldear con ella el objeto poético sin que pierda sinceridad. Ese es el reto. Si escribiera sobre las evoluciones del sol a lo largo de un día sobre el pétalo de una rosa o sobre cómo se irisan los (escasos) cabellos de mi amado los riesgos serían otros, pero no se me ha concedido tan alta capacidad de contemplación, necesito una fuerte base sensitiva en el impulso de escribir. Mi mirada va de dentro hacia fuera y no a la inversa. En cuanto a lo de “invitación”, rotundamente no. Yo me limito a hacer mi crónica y compartir mi testimonio de desmoronamiento, que no resulta demasiado envidiable (dichoso el árbol que es apenas sensitivo), por eso he escogido un título que planta ante los ojos del posible lector un descarado “yo” antes de que llegue a abrir el libro. Habrá quienes lo aparten de su vista solo por algo tan impúdico, es otro riesgo del que soy consciente, pero esta no es una obra precipitada, fruto de un arrebato, es lo que he querido que sea. El arrebato estuvo como germen y desde entonces han pasado varios años de tallado y reposo. Lo que contenga de bueno será producto del destello inicial y del trabajo; lo que haya de malo será producto de haber perseverado en el error. En esa exaltación de la primera persona, en el sentimiento llevado al extremo, en un cierto patetismo (que espero haber sido capaz de embridar para que no se convierta en quincalla sentimental) sí hay, no lo escondo, hebras y hasta lianas de ese romanticismo que mencionas. —ECP: Por alusiones, ¿es la primavera tu estación del año favorita? —PBD: Soy alérgica a casi todos los pólenes mediterráneos, así que la primavera es para mí más bien un irritante concierto de picores y estornudos. Como una escribe con la memoria, además de con la observación, mis primaveras siguen siendo las del Bierzo evocado, sobre todo cuando dejaba de llover tras interminables meses grises. Es, además, un símbolo tradicional de renacimiento, naturaleza desbordante, vida por gozar y por escribir, ese otro milagro que casi nunca se produce. En realidad mi estación favorita con los pies en el suelo es el otoño. —ECP: Teniendo en cuenta su despliegue biográfico, territorial e idealista, ¿podríamos considerar ‘Cerrando astillas’ un poema patriótico?
—PBD: Curiosa pregunta, a fe mía. Iba a decir que no, pero luego he recordado ese verso al que aludes en la quinta pregunta: la patria de los hombres es su desolación. Desde ese enfoque tan íntimo, la “patria” sería el itinerario autobiográfico que traza ‘Cerrando astillas’, donde los paisajes de plenitud y alegría, Baratarias de la imaginación y el deseo, son ahora de añoranza, esa desolación. —ECP: La última parte de Yo escribo la noche se titula “Ella”, con una clara intención de manifestar o colectivizar tu identidad como mujer y, además, como escritora. ¿Cuál sería la hoja de ruta, Pilar? —PBD: Las tres partes del libro reproducen una historia de amor enfocada desde distintos ángulos: el yo amante, el nosotros cuya pluralidad se muestra un tanto oscuramente en la -S- de la segunda parte y por último, en Ella, la desembocadura de una corriente que, pasando por el individuo y la pareja, pretende transferir a cierta condición femenina una visión del amor con ese punto añadido, pero no excluyente, de las mujeres artistas o personajes literarios como Sylvia Plath, Doris Lessing, Ofelia, La Maga, Frida Kalho, Alfonsina y otras. El “yo” romántico original exaltaba el individualismo. El “yo” que escribe la noche se pierde en una identidad colectiva y, a diferencia de Vigía de tu paso que lo elude y neutraliza voluntariamente, es marcadamente femenino. Tampoco eso es algo que suela utilizar en mis poemas, pero estos me lo exigían. ¿Qué podía hacer yo? Ya no estoy en edad de ponerme límites. Para mí la ruta resulta clara: la persona se mueve y siente como individuo pero se concreta en una identidad, en este caso de mujer con una visión y sensibilidad específicas, las mías. Mi pluralidad se expresa de muchas maneras, mi singularidad las recoge y orienta hacia un poemario, el que en cada momento me toca escribir. Siempre el mismo, nunca igual. —ECP: «Muere / solo lo que ha vivido» son dos versos de tu último poema, ‘Resistir en la luz’. ¿Qué gasolina gasta Pilar Blanco Díaz? —PBD: La vida es mi combustible de energía renovable. Mientras exista, arderé con ella en la más alta llama de que sea capaz. Sé que mi superficie está más llena de cráteres y cicatrices que de mares de la tranquilidad, pero intento sacarles partido como refugio y acicate. Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA Hace unos meses, recién iniciado el estado de alarma pandémico en España, fue merecedor en Buenos Aires del premio Limaclara Internacional de Ensayo por un trabajo titulado Cuando vuelvan las golondrinas a San Juan Capistrano, pero el motivo de nuestra entrevista surge a raíz de su atractivo penúltimo libro, publicado justamente hace un año por la editorial sevillana Alfar: Viaje del Parnaso en un lujoso crucero. El título parafrasea el famoso poema narrativo en tercetos que Cervantes publicara dos años antes de morir. A veces elevado y con sonrisa desencantada, otras mordiente, irónico o sarcástico, siempre riguroso en su trabajo de escritura, este autor hace un brindis genial, a modo de ensayo sui géneris, con el mundo de la poesía, variedad que también él mismo ha cosechado y por la que ha sido premiado. Conociendo la personalidad literaria que caracteriza a Salvador García Jiménez (Cehegín, 1944) estoy deseoso de que me aclare algunas de las dudas que surgen sobre este Viaje. Salvador es conocido en nuestra común Región de Murcia como una especie de enfant terrible. Sus textos, sus actos y sus declaraciones han incomodado a más de un intelectual poderoso provinciano desde hace décadas y le han supuesto no pocas zancadillas o señalamientos. Eso le añade expectación a sus respuestas. Frotémonos las manos y que empiece el baile. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Por momentos se palpa en Viaje del Parnaso en un lujoso crucero una mezcla de seria investigación sobre el contexto en que Cervantes escribió su Viaje del Parnaso y un despliegue de conocimiento y suposiciones producto de tu fantasía. ¿Cómo calificarías tu propio subgénero? ¿Ensayo ficción? —SALVADOR GARCÍA JIMÉNEZ: Alrededor del eje del ensayo girarían diferentes géneros literarios. Los cimientos de esta obra se fraguaron con una exhaustiva y minuciosa investigación, a lo largo de la cual detecté los mayores disparates cometidos por analistas del Viaje del parnaso que me precedieron, entre los que destacaba el mismo poeta y profesor Antonio Oliver. —ECP: Ya desde el título de este libro el humor juega un papel principal. Pero tu humor no da puntada sin hilo. ¿Por qué ahora ese viaje se hace en un “lujoso crucero”? ¿Qué es, básicamente, el crucero MSC Poesía? —SGJ: Propuse un viaje real al Parnaso con poetas españoles e hispanoamericanos, a imitación del viaje aurisecular imaginado por Miguel de Cervantes. Su título, Viaje del Parnaso en un lujoso crucero, donde se embarcarán miles de poetas, ofrece una simetría o paralelismo entre la navegación en galera de Cervantes y el crucero llamado MSC Poesía (así le denomina la naviera, no es ficción). MSC Poesía es una ciudad flotante que ha puesto a las áreas de las cubiertas del barco nombres de poetas italianos. A través de estas áreas comunes podremos comprender mejor la estampa de aquella galera en que la fantasía de Cervantes navegó, hecha de versos y estrofas, yendo dentro de nuestro crucero como barco en la botella. La impresionante nave exhibe orgullosa sobre la aleta de babor su sello de identidad con gigantescas letras: MSC POESÍA. Su espejo en el clásico Viaje del Parnaso, aunque sea sólo en transportar nombres de poetas, resulta fascinante. —ECP: El libro va acompañado de numerosas ilustraciones en color y bien ajustadas a lo que vas comentando. ¿Las has buscado tú todas y has dado las indicaciones pertinentes a la editorial o ha sido un trabajo a varias manos? —SGJ: Algunas de las ilustraciones juegan un papel importante en la desenvoltura de este nubarrón de poetas del Siglo de Oro que hizo embarcar Cervantes. Gran parte de ellas han sido diseñadas por Pedro Soldevila y dibujadas por Antonio Soler. Pedro Soldevila, Capitán de Navío, secretario de la Cátedra de Historia Naval, es el hombre que más sabe en el mundo de la historia de las galeras, por lo que tuve la fortuna de navegar por el Mediterráneo más literario e histórico, atento a la luz de su faro. —ECP: También hay cierta exhibición de conocimientos navieros enlazados continuamente con los literarios. ¿Es Salvador García Jiménez otro “marinero en tierra” o eres aficionado también a la navegación real? ¿Cómo se lleva con el mar un hombre de interior como tú? —SGJ: Aparte de mis veraneos de infancia en la piscina municipal de Cehegín y mis vacaciones en Playa Grande de Mazarrón, he tenido una larga relación con el mar de Cartagena, de cuyo puerto partió mi lujoso crucero cargado con cinco mil poetas, en rima con la galera del Parnaso. Mi primera plaza como catedrático de Lengua y Literatura fue la del Instituto de Bachillerato Isaac Peral de Cartagena. Allí di clases durante tres cursos, y durante veintitrés años he venido actuando como miembro del jurado del Premio de Poesía Antonio Oliver, leyendo frente a las olas cartageneras versos de diferentes tonalidades. Después de morir dos de mis mejores compañeros y amigos, Carmen Conde y José Hierro, me sentí rodeado por una dorada mediocridad, y abandoné en silencio, recordando las palabras de Cervantes: «No hay poeta que no sea arrogante y piense de sí que es el mejor poeta del mundo». —ECP: El libro va dedicado por entero a los poetas. ¿Qué “fama” tienen los poetas, cuyo perfil es más jugoso de analizar en colectivo que el de dramaturgos, narradores, ensayistas o guionistas? ¡Si nadie les hace caso a los pobrecitos! —SGJ: De muchos de ellos ha interesado más sus vidas que sus obras, desde los trovadores provenzales a los poetas malditos. Antes se les distinguía; hoy, perdidos entre la multitud de musos, nadie los reconoce. Les ocurre igual que a los catedráticos de las universidades. Como ejemplo de una comedia que explota el personaje del poeta propongo la del escritor brasileño Artur Azevedo, titulada A fonte Castália. En el escenario, Frumencio dará la mano de su bella hija Azelia solamente a un poeta. Cleonte, un joven que está enamorado de ella, ayudado por la diosa Venus y por Cupido, viajará al monte Parnaso, donde se hartará de beber en la fuente Castalia para que Apolo le conceda el don de la poesía. Llegado el día previsto para el regreso de Cleonte a la casa de Frumencio, este quedará encantado con el talento que ha adquirido el pretendiente de su hija por medio del agua milagrosa que bebió en Delfos. Cleonte trajo consigo una garrafa llena de agua de la fuente Castalia. Todos los personajes de la comedia beberán un poco y comenzarán a dialogar en verso, tras recibir el don de hablar poéticamente. —ECP: Rafael Reig dice que nunca despreciaría a la poesía, pero a los poetas sí, porque conoce a muchos, te lo ponen muy fácil y casi se empeñan en que no les tomes en serio. ¿Coincides con Reig? —SGJ: Sí, comparto su opinión. He conocido a decenas de liróforos insoportables. El hecho de que renunciara a seguir formando parte del Jurado del Premio de Poesía “Antonio Oliver” de Cartagena fue por ello. Varios editores me han confesado en la intimidad que los poetas son peores que los narradores. Algunos exigían que les pagasen derechos de autor sin haber vendido un libro. Un 90% de ellos te abrazan con el pulpo de su ego sin dejarte respirar. Aún no se han dado cuenta de que sus familiares son los primeros en no leer sus poemas umbilicales. —ECP: Dedicas un capítulo a las musas. García Montero las prefería en vaqueros. ¿Cómo te gustan a ti? —SGJ: Antes que este gerifalte de la poesía andaluza ya habían hablado de las musas en su mismo tono medio centenar de poetas. José María Álvarez decía que las musas no descansan, y le habían traído unas braguitas usadas, y el poeta cantor Joaquín Sabina, que a sus musas les habían salido varices y les olía el aliento. Para contar estas chorradas de las musas, yo prefiero la música callada y la soledad sonora “de toda la vida de Dios”. —ECP: A las mujeres que escriben poesía las llamas “poetisas”. ¿Rigor gramatical o zarpazo a la corrección político-lingüística imperante? —SGJ: Ni el feminismo ni el lesbianismo son temas que a mí me interesen en poesía porque me mantengo en un terreno opuesto. Sor Juana Inés de la Cruz y Santa Teresa de Jesús serían mis plumas de oro. Machismo fue el de la Real Academia Española, que comenzó a hacer aguas cuando Carmen Conde ocupó uno de sus camarotes. Y prefiero llamarlas poetisas, con la misma terminación que se utiliza para nombrar a las hembras del tigre, sin ningún ánimo peyorativo. —ECP: Dedicas otro capítulo al parnaso gay. ¿Crees que, igual que hay un sinfín de epígonos de Bukowski intentando emular su imagen y su actitud, también ocurre algo parecido con poetas homosexuales y las figuras de Wilde o Safo? —SGJ: Luis Antonio de Villena se llevaría el primer premio de imitadores de Oscar Wilde. Y en cuanto a las poetisas, Katy Parra es llamada por sus compañeras la “Safo murciana”. Ya existen editoriales dedicadas exclusivamente a publicar libros de versos “con pluma”. También se ha imitado descaradamente a Cernuda, García Lorca y Gil de Biedma. En Cuba, aún sangran las palabras de Reinaldo Arenas, y en Argentina lloran los versos de Alfonsina Storni. —ECP: Metes en ese crucero a buena parte del panorama poético de la Región de Murcia, cada uno en su capítulo temático correspondiente. Nuestras miserias o nuestras glorias no se distinguen mucho del resto de provincias del mundo, ¿no? ¿O acaso has podido intuir un hecho diferencial murciano? —SGJ: Todos los poetas se parecen como gotas de agua, vengan de donde vengan. Tal vez en Murcia existan más cantidad de troveros, hasta tal punto que la Comunidad Autónoma de la Región declarase el arte del trovo y la actividad trovera como Bien de Interés Cultural (BIC) de Carácter Inmaterial. ¡Qué disparate! Hoy, esta Región contaría con un censo de doscientos poetas. Y en cuanto al ámbito nacional, disponemos de diferentes estadísticas. Claudio Rodríguez dijo hace años: «Si se hiciera un censo de poetas iban a salir trescientos mil». —ECP: Haces un meritorio despliegue de conocimiento y admiración con los poetas ultramarinos, los “poetas de Las Indias”, como dices a modo de broma. ¿Qué país hispanoamericano crees que está hoy produciendo mayor cantidad de buena poesía? —SGJ: América Latina cuenta con una buena cantidad de vates de todos los colores y calidades, destacando como cunas de sus poemas México, Colombia y Argentina. Aunque sobre todos ellos, oscureciéndolos, en mi crucero navegan las sombras de Rubén Darío, Pablo Neruda, Octavio Paz, César Vallejo y Jorge Luis Borges. —ECP: Y en la nave de los locos el líder era Leopoldo Mª Panero. ¿A quién se te ocurriría darle el puesto ahora, Salvador? ¿O lo dejamos vacante por siglos? —SGJ: Tendrán que pasar varias generaciones para que haya otro igual, como ha ocurrido en Francia con Gérard de Nerval. Yo he leído poemas de estremecedora belleza de otros ocupantes de su nave, pero ninguno rayaba a su altura. Hubiera sido merecedor del premio Cervantes y de un sillón en la Real Academia Española. Bien es cierto que las películas de sus desencantos y los medios de comunicación han ahondado más en sus anécdotas de psiquiátrico que en sus obras. —ECP: Los poetas en tiempos de Cervantes llevaban sus trapicheos de poder. Los poetas actuales, entre concursos y laureles nacionales y regionales, no han mudado mucho esa costumbre, ¿no? —SGJ: Asquean las artimañas que emplean los poetas actuales para obtener el barniz que necesitan darse constantemente. Una inmensa mayoría de concursos están ya concedidos de antemano. Podría citar aquí cincuenta casos de los que he sido testigo, pero prefiero guardar silencio para no manchar el nombre de poetas que van de divos por la vida. Desde el prestigioso premio Adonais hasta los Juegos Florales de un pueblo, todos han pecado en más de una ocasión de lo mismo. Hay poetas más ambiciosos que, no conformes con sus laureles marchitos, han buscado el poder en la política, como Luis Alberto de Cuenca, Luis García Montero, César Antonio Molina y tantos otros. Ah, me olvidaba del lobby del nuevo mester de gayería que ocupa todos los medios de comunicación. —ECP: También viajan en el MSC Poesía los performistas. Como dices, la mayoría de jóvenes poetas pretenden buscar la originalidad, como si la tradición cultural no existiera y ellos fueran los primeros inventores de todo cuanto se les ocurriera, pero ¿no crees que esta “lacra” de performances, a menudo ridículas, ya está extendida también entre adultos y algún que otro anciano?
—SGJ: Aparecen en el libro como bufones de la poesía. Mientras escribía sobre sus performances, que vienen celebrándose con éxito en diferentes países, no dejaba de sonreír: Poetry underwater (“Poesía submarina”), Poetry Brothel (“Burdel poético” en el mar), Bookfighting (“Lucha del libro”), Smelling the books (“Oler los libros”) y “Bombardeo poético”. En Cartagena se han dado varios plagios de la poesía en la calle que se inició en Colombia. Y en Murcia, 53 poetillas de una antología —¡copiosa cosecha de elegidos en una región tan pequeña!— lanzaron durante la presentación del libro varios globos con poemas atados para proclamar que el cielo se llenaba de poesía. ¡Qué manera de atentar contra una hermosa noche estrellada! —ECP: «No hay peor pasajero que un poeta tonto con ínfulas de genio». ¿No debería esa sentencia estar grabada en la puerta de embarque del MSC Poesía? —SGJ: Son los que más juego narrativo dan. Se les suben los humos a la cabeza y no hay quien los baje de su columna de cartón piedra. Hay miles de ellos que dan nombre a las calles, a los colegios, a las bibliotecas, entre los que no faltan los troveros. No cesan de pregonar que la poesía es un don, con una falsa aureola de cobre. Algunos, en patrocinio con las comunidades, ayuntamientos, academias y fundaciones, han conseguido hasta publicar sus pesadas obras completas. Estos geniatas suelen mentir y criticar a todo bicho viviente que nos les baile el agua. Tampoco es extraño que tengan seguidores como aquel individuo que, tras proclamar ser Jesús en un manicomio, le salieron doce apóstoles. |
ENTREVISTAS
El Coloquio de los Perros. CABEZAS, ISMAEL
CAMARASA, RAFAEL CARBAJOSA, NATALIA CARIDE, ALBERTO CARRILLO, VIRIDIANA CÉLINE CEREZUELA, ANA CERVERA, RAFA CHEJFEC, SERGIO CHEJFEC, SERGIO [5] CHESSA, ALBERTO CHESSA, ALBERTO [Anatomía de una sombra] CHICO, ÁLEX CISNERO, ALBERTO COMAN, DAN CONTRERAS, NADIA CRUZ, GINÉS DELGADO, DESIRÉE DÍAZ, ANA CLAUDIA DÍEZ, JOSÉ MANUEL DOMINIQUE A ELENA PARDO, CRISTINA ESPEJO, JOSÉ DANIEL FONT, VIOLETA GALÁN, JULIO CÉSAR GALÁN MOREU, SALVADOR GALÁN MOREU, SALVADOR [No fall] GALINDO, BRUNO GALVÁN, ANI GAMBOA, JEYMER GARCÍA, CONCHA GARCÍA, DIEGO L. GARCÍA JIMÉNEZ, SALVADOR GARCÍA LÓPEZ, ERNESTO GARCÍA MELLADO, ISABEL GARCÍA-VILLALBA, ALFONSO GARRIDO PANIAGUA, RODRIGO GASS, CARLOS GINÉS, ANTONIO LUIS GINÉS, ANTONIO LUIS [Antonov] GÓMEZ, MACARENA GÓMEZ BLESA, MERCEDES GÓMEZ RIBELLES, ANTONIO GÓMEZ RIBELLES, ANTONIO [QUIROMANTE] GONZÁLEZ LAGO, DAVID GRACIA, ÁNGEL GROZO, DANIEL GUERRA NARANJO, ALBERTO HENDERSON, DAIANA HERNÁNDEZ, GALA HERNÁNDEZ, JULIO HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [EL DOLOR DE LOS DEMÁS] HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [ANOXIA] HERNÁNDEZ BUSTO, ERNESTO IRIBARREN, KARMELO C. JORGE PADRÓN, JUSTO KASZTELAN, NURIT LADDAGA, REINALDO LAYNA RANZ, FRANCISCO LINAZASORO, KARLOS LOBATO, FLORA LÓPEZ, PABLO LÓPEZ AGÜERA, FULGENCIO ANTONIO LÓPEZ KOSAK, ANDREA LÓPEZ MONDÉJAR, LOLA LÓPEZ MONDÉJAR, LOLA [Qué mundo tan maravilloso] LÓPEZ SANDOVAL, DAVID LÓPEZ SORIA, MARISA LOUZAO, ALICIA MAESTRO, JESÚS G. MALAVER, ARY MANUELA, ADRIANA MARGARIT, LUCAS MARÍN, MARÍA MARÍN, MARIO MARÍN ALBALATE, ANTONIO MARQUARDT, ANJA MART, BLANCA MARTÍ VALLEJO, MAITE MARTÍN, RUBÉN MARTÍN GIJÓN, SUSANA MARTÍN IGLESIAS, VÍCTOR MARTÍNEZ CASTILLO, ANA MENDOZA, NURIA MESA, SARA MICÓ, JOSÉ MARÍA MIGUEL, LUNA MIRALLES, INMA MOGA, EDUARDO MOLINO, SERGIO (DEL) MONTEVERDE, JULIO MOR, DOLAN MORALES, JAVIER MORENO, ANTONIO MORENO, ELOY MORENO, JAVIER MORENO, SEBASTIÁN MORENTE, ESTRELLA MOYA, MANUEL MUÑOZ, MIGUEL ÁNGEL NAVARRO, ÓSCAR NETO DOS SANTOS, MANUEL NIETO, LOLA NORDBRANDT, HENRIK NUÑO, SIHARA OLMOS, ALBERTO OREJUDO, ANTONIO ORTIZ, DEMIAN ORTIZ ALBERO, MIGUEL ÁNGEL PALOMEQUE, AZAHARA PAPELES DEL NÁUFRAGO [Antonio Lafarque y Aníbal García] PARDO VIDAL, JUAN PARRA SANZ, ANTONIO PEÑA DACOSTA, VÍCTOR PEÑAS, ESTHER PÉREZ CAÑAMARES, ANA [Querida hija imperfecta] PÉREZ CAÑAMARES, ANA [Las sumas y los restos] PÉREZ MONTALBÁN, ISABEL PERONA, JESÚS PICÓN, EMILIO PRADA, JUAN MANUEL DE PRUDENCIO, JESÚS PUJANTE, BASILIO PUJANTE, MANUEL RÍOS, BRENDA RIVAS GONZÁLEZ, MANUEL RODRÍGUEZ, ALFREDO RODRÍGUEZ, ALFREDO [Urre Aroa] RODRÍGUEZ, ALFREDO [Días del indomable] RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, ANTONIO RODRÍGUEZ PAPPE, SOLANGE ROMERO MORA, J.D. ROSADO, JUAN JOSÉ ROSSELL, MARINA RUDEL, JAUFRÉ SALSE BATÁN, ALEJANDRO SÁNCHEZ, GINÉS SÁNCHEZ, GINÉS [2096] SÁNCHEZ, GINÉS [MUJERES EN LA OSCURIDAD] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [FACTBOOK] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [LA CADENA DEL FRÍO] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [LOS QUE ESCUCHAN] SÁNCHEZ GÓMEZ, MARISOL SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS SÁNCHEZ MENÉNDEZ, JAVIER SÁNCHEZ ROBLES, MIGUEL SANTOS, ABEL SCHWEBLIN, SUSANA SEÑOR, RUBÉN SERRANO, PABLO SORIANO, ADA SUANE, SAÚL TRIGUEROS, SARA J. ÚBEDA, ANABEL URÍA, JUAN MANUEL VAL, FERNANDO DEL VALDÉS, ANDREA VALERO, MANUEL VALLÈS, TINA VARAS, VALENTINA VEGA, MIGUEL VERA FIGUEROA, ALBA VICENTE, TERESA VICENTE CONESA, FRANCISCO VILA-MATAS, ENRIQUE Hemeroteca
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