por HÉCTOR TARANCÓN ROYO Las agujas del minutero se mueven sin cesar. Juegan a perseguirse, pero como Sísifo, su tarea será eterna. No intercederán por nada ni por nadie, y su veredicto dictará la última tarea por cumplir. Aunque ésta sea, como otras tantas, incompleta. Aún más, darle la importancia que merece al presente, con sus nombres, frases y acontecimientos desapercibidos a primera vista, es una tarea que conoce bien el periodista, y escritor, Sergio del Molino. Debutó con el volumen de relatos Malas influencias (2009, Tropo), que trata sobre las frustraciones, la intimidad y la muerte; el ensayo Soldados en el jardín de la paz (2009, Los Tres Sorores), sobre cómo Aragón cambió con la llegada de inmigrantes; la antología de sus textos periodísticos de El restaurante favorito de Nina Hagen (2011, Anorak), que habla de cómo nos importa lo despreciable; y No habrá más enemigo (2012, Tropo), acerca de la alienación del sujeto y el condicionamiento del legado. Pero han sido La hora violeta (2013, Random House Mondadori), el emotivo periplo de Sergio más allá de los límites cartográficos; y de manera definitiva, Lo que a nadie le importa (2014, Random House Mondadori), que se origina con la frase de José Molina, las obras que han hecho de Sergio del Molino un nombre con ciertas resonancias para nuestro presente (no es casualidad que Jordi Corominas lo mencione en “Tres autores en el límite de la ficción”). El autor es quien escribe, aunque es el lector el que debe seguir su hilo. A veces tan sólo se tantea, y en otras ocasiones se bifurca en posibilidades infinitas. Pese a todo, el camino se construye con el diálogo: novelas, Proust, goce, individualidad, arte, convención, y otras tantas cosas más. Las armas: los libros. --EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Hace un par de meses, el 23 de septiembre se publicó Lo que a nadie le importa, tu última novela, ¿cuál es la impresión que le está causando a los lectores y a la crítica? --SERGIO DEL MOLINO: Bueno, a mí me llegan respuestas muy parciales de unos y de otra, porque me he pasado todo ese tiempo en una burbuja de promoción, respondiendo muchas entrevistas y atendiendo a muchos lectores, pero sin pararme a leer muchos dosieres ni nada de eso. En general, la respuesta que me llega es buena, halagadora. Pero no me gusta entrar a valorarla porque los elogios son imposibles de apostillar desde la elegancia, y los reproches, por razones opuestas, también. Con este libro he aprendido al fin a hacer algo que me ha costado mucho tiempo aprender: callarme ante el juicio ajeno. También he aprendido a filtrar los juicios indeseados, a no enterarme de lo que no me quiero enterar. No siempre es posible, pero procuro no leer opiniones que me puedan hacer daño. Porque me hacen daño, eso no me da miedo reconocerlo: mis libros son muy míos, una parte hipersensible de mí, y me tomo cualquier apreciación sobre ellos de una forma muy personal. Visceral. Puede que enfermiza. Así que procuro no escuchar todo lo que se dice de ellos. --ECP: Porque Lo que a nadie le importa comienza en Francia, mientras que en Revista de Letras comentabas que «leer a Proust es lo más radical». --SDM: Sonaba a boutade, pero lo siento así. Yo me reivindico parte de una vertiente esteticista, convencida de que la literatura sólo es una forma de mirar que se expresa exclusivamente en el estilo. La frase venía a cuento de que la crisis ha hecho renacer una forma suave pero insistente de literatura engagé que, a mi juicio, no pasa de comentario periodístico sobre noticias de actualidad. El único compromiso que se le puede exigir a un escritor es con su oficio. Creo que la literatura, su existencia misma, es una forma de resistencia frente a la ramplonería ambiental y frente a la cultura práctica que apela a la utilidad de las personas y acaba condicionando su existencia a su contribución a la sociedad. Aferrarse a una idea diletante e inútil de la literatura es algo que atenta contra la idea central de la cohesión social y que subraya la humanidad de la sociedad que consiente algo así. Se lo escuché a José Luis Cuerda el otro día, citando a Tonino Guerra, el guionista de muchas películas de Fellini. Guerra estuvo en un campo de concentración nazi y decía que el día más feliz de su vida fue cuando, tras ser liberado, vio una mariposa y no tuvo ganas de comérsela. Es curioso que hayan sido miembros de generaciones tan desgraciadas, tan castigadas por la adversidad, quienes hayan defendido con más firmeza lo bello y lo inútil, mientras que los adalides del realismo útil, del contenido sobre el continente, muchas veces han vivido vidas cómodas de mesa camilla y tres comidas calientes, sin apenas sobresaltos. Exagero, claro, pero no me parece casual que quienes han tomado conciencia de la fragilidad humana se emocionen con tanta facilidad con las cosas más “aristocráticas” y alejadas de lo “necesario” y “útil”. --ECP: ¿Cuáles son esos escritores de estirpe proustiana o, al menos, qué rasgos destacarías de ellos? --SDM: Para mí, va más allá de la obsesión por la memoria y por el recuerdo como motor literario. Es una actitud, una mirada que se traduce en una subjetividad radical centrada en la depuración del estilo. Para enclavarse en esa estirpe hay que escribir muy bien. Lo que vulgarmente se entiende por escribir muy bien. Escritores de lectura gustosa, de querencia poética, de obsesión lingüística. Aquí no caben los desaliñados ni los feístas. Reconoces a un proustiano porque su prosa tiene un sentido de la elegancia que no se reconoce en otros escritores. Una limpieza aristocrática que no le impide ser procaz o llano, pero que siempre es elegante. Para mí, Nabokov es el ejemplo perfecto. Entre los escritores actuales, quizá Banville encarne ese espíritu. Umbral, por supuesto, fue proustiano. Uno de los pocos proustianos que dio España. Como ves, mi concepto de lo proustiano es muy heterodoxo, ningún experto en teoría o historia literaria lo aceptaría. --ECP: Eso demuestra, entonces, que hay algunos escritores y obras clave del pasado que son necesarios. Sus textos, al fin y al cabo, siguen vigentes y, de un modo u otro, nos acercan a una “visión más pluralista del mundo”. --SDM: Muchísimos. ¿Qué vamos a hacer sin ellos? Aunque la palabra “necesario” atenta contra mi idea de lo inútil y lo prescindible. Creo que cada escritor apela a sus contemporáneos. Sólo un imbécil puede escribir para la posteridad. Sin embargo, sus miradas enriquecen las nuestras. La forma en que han mirado su mundo inspira nuestras miradas al nuestro. A mí me interesan todos los autores de estirpe proustiana. --ECP: El debate está escindido. Hay quien dice que hay que volver a la tradición, incluso a Virgilio, por varios motivos: los temas siguen siendo los mismos, y los escritores se han empeñado en romper las reglas sin sentido con sus juegos vanguardistas. ¿Pero leer las obras contemporáneas no es una manera de recoger toda esa tradición ancestral? --SDM: Yo creo que un escritor debe leer de todo y a todas horas. Sin sistema ni prejuicios. Creo que debe conocer a sus contemporáneos y a sus clásicos. Yo no reivindico volver a ningún origen, pero sí recuperar cierta ingenuidad que el siglo XX nos ha quitado. La experimentación postvanguardista ha creado una literatura muy cerebral y unos lectores muy cínicos y en cierto modo desconfiados ante cualquier mirada nueva. Lectores que desconfían de su propio placer como lectores, que han (hemos) sido educados en la lectura sufriente, en el prestigio de lo antisentimental, del distanciamiento y de cierta soberbia intelectual. A mí me gustaría desactivar esas barreras mentales y devolverle a la literatura cierto sentido del goce. No lo conseguiré, claro, pero escribiré como si pudiera. --ECP: Por encima de todo, en la última década muchos escritores como Miguel Serrano Larraz, Javier Gutiérrez, Miguel Ángel Hernández Navarro, o Javier Moreno han incluido en sus obras un punto de vista determinado, una reflexión que roza lo ensayístico, demostrando al final que ningún lector es inocente, que leemos interpretando de manera constante. --SDM: Toda lectura construye un libro distinto al que está escrito. Por eso escribí en mi última novela que me da mucha vergüenza leer libros prestados y ver los subrayados y los apuntes que el dueño del libro ha hecho en los márgenes. Porque siento que estoy metiéndome en la intimidad de su mente, que estoy espiándole. Si yo incluyo elementos ensayísticos en mis libros es por una voluntad de hibridación narrativa, porque percibo como muy artificiosas y poco comunicativas las convenciones de los géneros que separan la novela del ensayo y estos del artículo, del diario, de la crónica o de los epistolarios e, incluso, de las colecciones de aforismos. Yo me siento muy cómodo con la visión literaria de Pessoa o incluso de Benjamin, que se manifiesta en estos días en gente como Sebald, por ejemplo. En mi caso, por tanto, la deriva no roza lo ensayístico, sino que lo aborda de lleno y sin prejuicios ni peros. --ECP: Tus obras recuperan muchas expresiones: los mapas medievales, el arte de vanguardia, la música folk americana, etc. Y, como una constante, la presencia de Hans Castorp en Lo que a nadie le importa. Si le sumamos que, además sucede en Zaragoza, la conexión con Autopsia, de Serrano Larraz, es muy evidente: la experiencia personal como literatura, el trauma, la pérdida, el miedo al fracaso, etc. --SDM: Bueno, más allá de esas coincidencias, creo que me separan bastantes cosas de Miguel Serrano, y eso que no sólo es amigo sino que le considero muy afín intelectualmente. Pero él se inscribe en una tradición de autoficción, de juego literario, que a mí me es un tanto ajena. En cuanto a los temas, quizá sí: es algo generacional, venimos de mundos parecidos. A veces, sí que he reconocido mi propia perplejidad en la perplejidad de Miguel, pero creo que nuestros caminos literarios divergen en muchos aspectos. Como no podía ser de otra forma. Como creo que ya te he dicho, yo creo en la figura del autor, en su individualidad, no creo en grupos ni en tendencias, sino en la individualidad de las voces literarias. --ECP: De hecho, también utilizas a Goya en dos sentidos: la claridad de los tapices y de las escenas costumbristas de Lo que a nadie le importa, y la terribilidad y la oscuridad de la Quinta del Sordo en La hora violeta. ¿Qué tiene de especial este pintor para ti? ¿Más allá, cuál es su relevancia en nuestro contexto actual? --SDM: Goya forma parte de la educación sentimental de cualquier persona cultivada y sensible del mundo actual. Mucho más si eres español. Goya es el mito del genio solitario e incomprendido. Como todos los mitos, es mentira: ni fue tan solitario ni tan incomprendido. Pero encarna como pocos la voluntad de un artista frente a un mundo hostil que él se empeña en representar en toda su hostilidad, frente a la complacencia ambiental. Goya es raro y único, hipnótico. Más allá de eso, creo que su obra es incomprensible si no se tiene en cuenta que fue español. Es españolísimo. De hecho, inaugura la mirada moderna sobre España. Parece que todo el arte y la literatura posteriores que han centrado su mirada en España no han hecho más que dar vueltas en torno a Goya. Nadie había contemplado el país con esa mezcla de fascinación, amor y asco. Cuando miras España, Goya aparece tarde o temprano. Es ineludible, está ahí siempre. Puede llegar a ser molesto, nos ha condicionado muchísimo la imagen del país. Demasiado, quizá. Pero no hay forma de sacudírselo, no hay forma de ignorarlo. --ECP: Este florecimiento, también, nos conduce a otra pregunta, casi una conclusión (y da para una tesis): ¿cuál es la tarea del escritor hoy en día? ¿Debe imponer un límite entre la realidad y la ficción? ¿O es esto una afirmación culta para evitar la entrada de elementos de la cultura de masas, por ejemplo? --SDM: La tarea del escritor es muy sencilla: consiste en escribir. No puede imponer límites entre la realidad y la ficción porque, en términos literarios, no existen. Incluso la verosimilitud, que tantas veces se invoca como elemento nuclear de “lo literario”, es una convención cuestionable y cuestionada. ¿Qué es lo verosímil? Como me has dicho que esto da para una tesis, me pongo un poco académico, que a veces también sé, aunque cultive la imagen de escritor antidoctoral: la verosimilitud es una percepción, es decir, algo subjetivo. No está en el texto, sino en la mente del lector. Por tanto, los criterios por lo que algo es verosímil varían de un lector a otro. Cada uno, dependiendo de nuestra cultura, nuestra vida y otros factores, tenemos una noción más o menos elástica de lo verosímil. Un superviviente de Auschwitz está dispuesto a creerse más barbaridades de un relato de terror que alguien que no ha visto una escena de violencia en su vida, y una persona con dos divorcios asume como verdaderos ciertos relatos sobre el amor que a un chaval de catorce años le parecerán inverosímiles. Sin embargo, el canon utiliza una noción intersubjetiva de verosimilitud, un mínimo común denominador que dice qué resulta verosímil en un determinado momento y en un determinado lugar. De esta convención que puede servir más o menos para entendernos, la crítica de cada época hace un axioma o una vara de medir “lo literario”. Y esto, como tantos otros empeños de imponer un canon, es ridículo, no resiste la experiencia del lector individual. Corrijo lo que he dicho al principio: la tarea del escritor no sólo consiste en escribir, sino en intentar subvertir la convención sobre lo verosímil vigente en su época. Ten en cuenta que muchas de las obras clásicas que hoy celebramos como grandes logros fueron a su vez grandes empeños por romper el canon de lo verosímil. Así lo hizo Cervantes y así lo hizo Kafka. Lo que no debería hacer el escritor es escribir con el deseo de complacer el canon. Ha de complacerse a sí mismo. Y pronto se dará cuenta de que esa necesidad de complacerse a sí mismo le va a llevar necesariamente a cuestionar el canon de lo verosímil. --ECP: Como afirmas en todoliteratura, tu objetivo es hacer una novela, contar una historia. Las etiquetas, el estilo, vienen después. ¿Lastran estos aspectos formales la escritura hoy en día? Parece que muchos autores buscan un estilo, una etiqueta, antes de que su obra se publique. --SDM: Eso es porque nos movemos en un mercado que funciona con etiquetas. Tiene que ver con la creación de una imagen de marca. O, dicho en términos escatológicos, tiene que ver con marcar el territorio, una meada de perro. Los escritores, además de escribir, vendemos lo que escribimos, tenemos que salir ahí fuera a explicar lo que hacemos. No es que yo rechace eso, sino que, en mi caso, me parece contraproducente. Por mi forma de entender la literatura, por lo que escribo, por cómo soy. No es que renuncie a competir según las normas del mercado, no es eso. Quizás es que no estoy muy seguro de cómo etiquetar lo que hago, y tampoco me siento muy cómodo con las etiquetas que se me atribuyen. De hecho, percibo una tendencia a sobredimensionar el aspecto periodístico de mis obras, cuando yo no lo siento así. Entre otras cosas, porque creo que mis libros son descarnadamente íntimos, y el periodismo es incompatible con la expresión de la propia intimidad. --ECP: En tu caso, al menos con la última novela, está muy claro. Esta pregunta ya te la hizo Miguel Ángel Hernández Navarro, pero algunas influencias son inevitables: ¿cómo ha sido la experiencia de investigar en archivos y ensayos para una novela? Das un paso decisivo hacia la tarea del historiador (además, comienzas la novela con una cita de Raymond Aron y su Introducción a la filosofía de la historia), con la revelación de una narración oculta en un sentido benjaminiano: la Guerra Civil sí, pero también un día está la churrería y al día siguiente cierra y es como si cambiara todo. Ya lo decía, también, Chantal Maillard en Hilos (2007): «Cuando no hay movimiento fuera, / la historia ocurre dentro. Puede haber / muchas historias a partir de un solo / movimiento». --SDM: Me interesa mucho la historia y los archivos no son un lugar ajeno para mí, pero lo que yo hago no tiene nada que ver con lo que hace un historiador. Puede haber un diálogo con el discurso histórico, pero yo no me apeo de mi parcela literaria. Dialogo con los historiadores desde mi condición de escritor literario. Mi experiencia investigadora, en ese sentido, es asistemática y antimetódica. Uso la documentación con mucha libertad y sin ánimo exhaustivo. Se parece más a una sesión de espiritismo que a un estudio serio y concienzudo. Necesito ver los papeles, las fotos y los documentos porque son objetos que me ponen en contacto con la historia. Necesito tocarlos y palparlos para ver qué me dicen. Trabajo con la inspiración que me despiertan, dejo que la literatura fluya a partir de ellos. En ese sentido, estoy de acuerdo con Maillard. De hecho, a mí sólo me interesa la historia que ocurre dentro, la intuición de que los grandes sucesos de la humanidad están hechos en realidad de pequeñas miserias cotidianas, que la gran historia es una ficción, que la vida no existe fuera de la intimidad. Ahora mismo me obsesiona una idea sobre la que no sé si escribiré: la Primera Guerra Mundial, la gran matanza, lo que cambió el curso de Europa, fue provocada por cuatro señores con problemas de libido. No follaban lo que querían ni con quien querían, y eso nos llevó a la guerra. Que no te suene tan raro: he leído a algunos historiadores que se atreven a insinuarlo, y aportan pruebas. --ECP: El objetivo es hacer una narración sencilla, contar la vida tal cual sucede: fuera exageraciones, patetismos. El pretérito perfecto simple para las grandes historias y la eternidad, ¿pero no debería “importarnos” más el presente? ¿Lo que sucede a nuestro alrededor, el intento de captar las cosas? Como los padres de Pablo, atrapados en una “hora violeta”, que parece no tener fin, pero que se puede capturar. --SDM: A mí el presente es lo único que me preocupa. El pasado me interesa en la medida en que persiste y condiciona el presente, pero mi mirada se centra siempre en el aquí y el ahora. Escribo para mis contemporáneos. Como todos los escritores, por otra parte. Mirar al pasado es un ejercicio presentista. El pasado al que miro es todavía presente, por eso lo puedo ligar. Por otra parte, no tengo muy claro que mi objetivo sea hacer una narración sencilla. Sí que me esfuerzo por que la lectura sea acogedora y amable, pero la estructura de mis libros es compleja y muy trabajada, porque no responde a un deseo de traslación de la vida, sino de las sensaciones que la vida provoca. No me interesa la vida tal cual sucede, sino tal cual la siento. --ECP: Pero la vida siempre tiene otra cara, es susceptible de ser percibida como iluminación. Ahí es donde entra en juego tu capacidad continúa para fabricar imágenes poéticas: los ríos de tinta fluyen, las emociones se sienten, pero también llegas a ver la escena completa. Por ejemplo, yo me imagino un cartel de cine (o una imagen épica), con tu abuelo en una trinchera, los tanques, el búnker y el rostro de Franco ocupando la mitad, invadiéndolo todo con su respiración, que se traduce en neblina. --SDM: Ojalá un productor de cine vea también el mismo cartel. Los derechos para la adaptación al cine están disponibles, hablen con mi agente. Me alegra que me comentes eso porque, en esos pasajes, mi empeño es trasladar una sensación de sofoco al lector mediante la superposición de imágenes y el trabajo del ritmo de las frases. Si el lector logra formarse una imagen en su cabeza, es que no lo he hecho tan mal. --ECP: Terminar, como empezar una entrevista, siempre es difícil. La vista se pone en el futuro, llega la pregunta comprometedora: ¿será este escritor una joven promesa? El cuerpo queda en tensión. Pero mejor economizar. Más bien cabría volver la vista atrás, porque hemos hablado en torno a dos ejes pero tienes más libros, artículos de periódico, ensayos, etc. ¿Estás, de momento, satisfecho con tus publicaciones, con cómo se están desarrollando los acontecimientos? ¿Cambiarías algo?
--SDM: Cambiaría todo y no cambiaría nada. Yo creo que un escritor se hace sobre la marcha. Como lector, me gusta ver crecer a los escritores, cómo se van haciendo con sus temas, cómo va creciendo su estilo, cómo se va puliendo y rompiendo su voz. No soy lector de libros, sino de escritores, y eso me lleva a ser un lector puntilloso pero generoso a la vez. Entiendo que la literatura tiene mucho de oficio y, como tal, requiere un aprendizaje largo. Dominar el arte lleva mucho tiempo y esfuerzo, por lo que renegar de los inicios, por mucho que avergüencen conforme te vas haciendo con el oficio, es estúpido. Creo que empiezo a reconocer mi voz, empiezo a estar cómodo. Hay muchas cosas de mis primeros libros que ya no reconozco, pero hay otras que sí, y me gustaría no perder del todo la ingenuidad y la osadía que me llevaron a publicar mis primeros cuentos o la soberbia que me llevó a compilar unos artículos que hoy pienso que estaban mejor volátiles, porque la vida del artículo es por necesidad efímera, no aguanta bien el encuadernado en libro. Me gustaría seguir teniendo margen para equivocarme, pero soy consciente también de que éste se reduce cada vez más, de que debo afinar y ser mejor cada vez. Tengo fuerzas y ánimo para seguir intentándolo.
3 Comentarios
Oferta de Prestamo Urgente
20/9/2022 10:18:49 am
Buenos días señor / señora,
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Alberto Damian
24/10/2022 12:39:13 am
Buen día,
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Norbert Thomas
23/8/2023 08:56:59 am
Gracias.
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ENTREVISTAS
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