Entrevista realizada por Juan de Dios García El pasado 22 de junio el editor José Alcaraz y el novelista Leonardo Cano acompañaron a Miguel Ángel Hernández en la presentación de Presente continuo (Balduque, 2016), un diario que, como comprobaremos a lo largo de esta entrevista, es una especie de suplemento perfecto para entender la segunda novela del autor murciano que despegó en Anagrama con Intento de escapada (2013). La presentación se realizó en la librería cartagenera La Montaña Mágica. El nombre de la librería se inspira en Mann y MAHN son las siglas por las que se le conoce amistosamente al autor de El instante de peligro (Anagrama, 2015). Con este tonto cruce de ideas abordé, tras el acto, a Miguel Ángel Hernández y, cerveza y montadito en mano, intentamos armar ese puzle narrativo en que se han convertido estas dos recientes publicaciones. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Hay alguna diferencia fundamental que hayas descubierto en el proceso de escritura de El instante de peligro respecto al de tu primera novela? —MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ: He descubierto que cada novela es diferente y al final te muestra cómo quiere ser escrita. Y sobre todo que lo aprendido en una novela no vale para la siguiente. Intento de escapada me sirvió para ser consciente de que podía escribir una novela. Lo que sale de ahí es la confianza de que puedes hacerlo. Pero nada más. Luego, por supuesto, está el modo general de concebir la escritura. En mi caso, lo primero es la historia, las ideas que se forman en la cabeza. Luego viene la búsqueda del tono, del lenguaje en el que esa historia puede emplazarse. Ahí no he cambiado. La historia está en mi cabeza antes de comenzar a escribirse. Lo que sí es cierto es que en esta segunda novela me ha costado mucho más encontrar el lenguaje, que parece que se resistía a aparecer. Al final apareció, casi por casualidad, cuando decidí escribir a mano en un cuaderno. En ese momento llegó el tono epistolar e íntimo. —ECP: También tengo la sensación de que el escritor Miguel Ángel Hernández ha cambiado, ha crecido muy deprisa en apenas dos años. Curiosamente percibo un enfoque de escritura más sereno en El instante de peligro, pero esa serenidad ha sido alcanzada en medio de un torbellino de emociones, experiencias e hiperactividad social y laboral. ¿Cómo se come eso? —MAH: El instante de peligro es una novela más serena que Intento de escapada, más lenta. Mientras que Intento de escapada comenzaba con una acción brutal, aquí desde el inicio las cosas no se mueven: una sombra inmóvil proyectada sobre un muro. El propio estilo, la escritura, es más sosegada, menos vertiginosa. Quizá la novela ha sido para mí una especie de refugio en medio de ese torbellino que mencionas. La sombra inmóvil ha funcionado como un modo de frenar la hiperactividad, un detenimiento necesario. Y creo que la lectura también puede funcionar así. Frente a un mundo en el que no tenemos tiempo de pararnos un segundo a mirar las cosas, en la novela el tiempo se detiene, se hace lento, se espesa. Quiero pensar que El instante de peligro ha sido para mí, casi como para mi personaje, una manera de frenar el tiempo y volverlo a habitar. —ECP: Dos novelas con el arte y la vida de fondo, pero con dos tempos, espacios, estructuras y ritmos distintos. ¿Es pronto, entonces, para hablar de estilo o huyes de la búsqueda de un estilo en favor de la autoexperimentación como creador? —MAH: La relación entre el arte y la vida es, en efecto, una de mis preocupaciones centrales —la idea de que el arte nos toque y nos transforme y no sea eso que uno se encuentra en el museo aislado de todo—. No puedo —ni quiero— escapar a la influencia del arte en lo que escribo. Podría decir que es mi filtro de aproximación al mundo. Ahí he encontrado un tema o una obsesión más que un estilo. Cada historia busca el modo de ser contada. Para mí cada libro es un espacio diferente, aunque hay una serie de temas, obsesiones y maneras de pensar que los unen. Quizá el estilo también sea eso, un modo de pensar el mundo. —ECP: ¿Aceptas a estas alturas algún consejo sobre tu manera de escribir? —MAH: Por supuesto. Uno está siempre aprendiendo. Lo contrario es cerrar los ojos y continuar como si nada importara. Acepto consejos y estoy abierto siempre a sugerencias. Eso no quiere decir que no tenga bien claro lo que quiero hacer en literatura. Si lo que me dicen me ayuda a acercarme a ese lugar al que quiero llegar, bienvenido sea. Si, en cambio, me aparta de él, entonces, como es lógico, doy las gracias pero hago caso omiso. —ECP: El espíritu de Walter Benjamin inunda El instante de peligro. Una deuda pendiente, ¿no? ¿Cuánto le debes a Benjamin, Miguel Ángel? —MAH: Benjamin es uno de los pensadores que más me ha influido. Durante los últimos años he vivido prácticamente dentro de su filosofía, especialmente de sus textos referidos al pasado, la historia y la memoria. He trabajado como crítico e historiador sobre su pensamiento en varios ensayos, pero sentía que gran parte de su pensamiento también me afectaba a un nivel más vital, más profundo, más afectivo. Y cuando comencé a escribir El instante de peligro rápidamente comprobé que también había afectado a las ideas que estaban detrás de la historia. Entonces lo hice evidente. Benjamin estaba en la historia sin que yo lo supiera. Luego reclamó su lugar. —ECP: Aunque ha recibido una aplastante mayoría de buenas críticas, en una reseña con bastante mala baba Antonio Orejudo escribía que «El instante de peligro es una lectura esteticista y sentimental del filósofo alemán, es decir, algo sin sustancia». Ya sabemos que los hachazos duelen y, desgraciadamente, se hacen más visibles que los halagos. ¿Cuánto te dolió éste? ¿Por qué? —MAH: Los hachazos duelen, por supuesto, algunos más que otros. Este en concreto me tocó bastante las narices por varias razones. Pero sobre todo porque erraba completamente el tiro. Las ideas de Benjamin tienen una presencia importante en la novela. Pero no es una novela sobre Benjamin, sino sobre el arte, el amor, la memoria y las imágenes —algo que, por cierto, apenas menciona Orejudo en su crítica—. Se podría haber metido con cualquier otra cosa. Pero Benjamin… precisamente Benjamin… He escrito un libro sobre la filosofía de la historia de Benjamin y he pasado varios años estudiando con detalle la obra del filósofo alemán. “¿Es que no sabe que en este pueblo es verdadera devoción lo que hay por Benjamin?” En fin, no se puede pretender contentar a todos, por supuesto; cada lector tiene sus gustos y preferencias. Pero a la hora de hacer crítica literaria uno debería ser serio y responsable, especialmente cuando escribe en un medio como Babelia, con la repercusión que tiene en otras valoraciones futuras. Esa reseña hizo bastante daño al libro en su momento de despegue. Afortunadamente, otras lecturas, de críticos y escritores que respeto, me animan a seguir por el camino que había escogido tomar. Y ahí continuaré. Esteticista y sentimental. —ECP: Pedro Pujante también reseña tu novela y habla de «ecos claros de Auster, Vila-Matas o Cercas». ¿Reconoces esos ecos para esta novela en concreto o han llegado a ti para quedarse? —MAH: Desde luego. Son algunos de los autores que más admiro. Y mi literatura no puede entenderse sin su influencia. Creo que ya había algo de ellos en la primera novela. Ahora me parece que el más presente es Auster. Su mundo de historias azarosas, de pasión por el cine y la fotografía es fundamental en El instante de peligro. Cercas aparece a través de la reflexión sobre el propio hacerse de la novela. Y Vila-Matas, en el límite entre el ensayo y la novela y las confusiones entre realidad y ficción. —ECP: El personaje de Anna Morelli cae generalmente mal entre los lectores. ¿Por qué crees que hay esa apreciación? —MAH: Para algunos lectores Anna Morelli es demasiado intensa. A mí no me disgusta esa intensidad. Es más, me atrae y me hipnotiza. Es una artista verdadera, atravesada por el arte, y eso la hace excéntrica, impertinente, oscura y, en ocasiones, insoportable, pero para mí es misteriosa y fascinante. Aunque yo soy muy normal, reconozco que hay momentos en los que transitar por ese lugar oscuro me resulta muy tentador. —ECP: De nuevo el sexo canaliza la presión de los personajes en El instante de peligro. ¿El sexo como uno de los desatascadores anímicos más efectivos? —MAH: El sexo es fundamental en esta novela. Pero igual que sucedía en la anterior, no es un sexo cotidiano y banal, sino un sexo de corte epistemológico, un sexo que sirve como herramienta de conocimiento. Martín llega a conocer el pasado o reencontrarse consigo mismo gracias al sexo. En nuestra sociedad el sexo está banalizado, mercantilizado o directamente expulsado del discurso. Pero para mí es esencial como lugar de producción de conocimiento. Hay en él una razón sexual, un saber, y no sólo un placer. —ECP: También se plantea en la novela un tema muy interesante a nivel social y cívico: el de las relaciones de pareja abiertas. ¿No crees que aún levanta ampollas entre la moral occidental hipercivilizada? —MAH: Es un tema central de la novela y, sin embargo, es curioso que apenas se haya hablado de esto cuando se afronta el libro. Me ha llamado mucho la atención que se pase de puntillas sobre él o casi no se mencione. Quizá tengas razón en que no estamos demasiado preparados para hablar de esto. Por muchas razones. Por supuesto, para la moral occidental cristiana es directamente un pecado y una abominación. Pero, más allá de eso, para un sistema capitalizado basado en la propiedad privada y el funcionamiento de la unidad familiar la idea de la relación abierta es una amenaza. Lo puede resquebrajar todo. Aun así, en los últimos años sí que se ha comenzado a hablar del “poliamor” desde varios medios, en muchos casos con una visión bastante superficial y totalmente glorificadora. En El instante de peligro intento proponer una visión compleja del asunto, más allá de la visión Playground en la que todo es fantástico y maravilloso. —ECP: La acción se desarrolla en EEUU y se presta atención a su Guerra de Secesión. ¿Esto podría convertirse, a la larga, en un beneficio colateral para la promoción de esta novela entre el público estadounidense? —MAH: No era esa la intención. Pero Dios te oiga. Necesitaba escribir sobre mi experiencia americana y el sentido de extrañamiento que he tenido en aquel país. Para la historia que quería contar era el escenario perfecto. Y en cierta manera quería buscar también un espacio internacional para lo que quería contar. Es posible que de ese modo el público norteamericano pueda encontrar ahí una historia cercana. Como digo, no era la intención primera, pero, desde luego, es un arma que no debería desaprovechar si la cosa sale bien. —ECP: «Durante las últimas semanas me recluí en el sótano. Ya no era un trabajo. Ya nada importaba más que el libro. Escribir ya no era perder el presente. Escribir era recuperarlo todo. Retomar el pasado. Actualizarlo. Volverlo a vivir. Escribir era importante. No sentí, como en otros momentos, que debía decidir entre la escritura o la vida. No, Sophie. Porque la escritura era la vida». Esto lo firma Martín Torres, pero podría hacerlo Miguel Ángel Hernández, ¿no es así? —MAH: Absolutamente. Hay un momento en que Martín Torres y yo coincidimos por completo, y es el momento de la escritura. Igual que mi personaje, yo también me recluí durante semanas para escribir. Y eso para mí era la vida. Lo más importante que pasaba a mi alrededor. Escribir era darle sentido a todo. Hay momentos en los que uno no puede escapar de la escritura. —ECP: ¿Cuál ha sido la reacción lectora más curiosa que te ha pasado con la promoción y recepción de El instante de peligro? —MAH: Varias cosas. No las puedo desvelar, pero algunas son para escribir un libro. Por alguna razón, este libro tiene una relación especial con la vida de ciertas personas. Algunas se ven totalmente identificadas con los personajes hasta el punto de obsesionarse con ellos. Otros confunden totalmente al autor con el narrador hasta el punto de intentar ponerlo en el instante de peligro. Más que nada de lo que he escrito, en este libro he experimentado cómo la ficción produce realidad y lo que uno escribe afecta al comportamiento y la vida de otras personas. Me he dado cuenta de que escribir no es algo inocuo, sino que debemos ser responsables de lo que hacemos porque nuestra herramienta es peligrosa. —ECP: Paralelamente a El instante de peligro se ha publicado Presente continuo, subtitulado como “Diario de una novela”. Creo que eres un gran escritor de diarios o, como dicen los catalanes, dietarios. Es de un vértigo y una riqueza desbordante. ¿Satisfecho con la experiencia? —MAH: Para mí ha sido una gran experiencia. Es un año y medio de mi vida. Casi una memoria total. Es un diario extraño, porque se iba publicando en un periódico, La Opinión, y era público desde el principio. Eso condicionaba la escritura, pero al mismo tiempo me obligaba a escribir. Al final, mantenía siempre latente la llama de la escritura. Escribía sobre escribir y eso era una forma de escribir algo cuando no sabía qué escribir o estaba bloqueado. De algún modo, me ayudaba a pensar la escritura y a sobrellevar los momentos de vacío. —ECP: Aparte de gran cantidad de situaciones y anécdotas viajeras, laborales, conyugales y amistosas, está lleno de referencias cinematográficas, artísticas y, sobre todo, literarias. Nos muestras tu biblioteca urgente y tu biblioteca íntima. Porque aquí se mezcla el lector social con el lector profesional y con el lector más libre, ¿no? —MAH: Es curioso que durante el tiempo en que escribí el diario apenas realicé reseñas o críticas literarias. Me interesaba mucho más dejar constancia de la experiencia lectora inmediata, más allá de la elaboración objetiva posterior fruto de la cual surge la crítica. Lo que había en Presente continuo eran sobre todo impresiones. Comentarios a bote pronto. Y muchas veces ni siquiera racionalizados. La libertad que eso me producía no la he vuelto a sentir en otro lugar. —ECP: Tres de las palabras más utilizadas en Presente continuo son libros, sexo y resaca. ¿Qué te parece como epitafio futurible? —MAH: Voy encargándolo. En mármol o en plasma, depende de cómo sean las lápidas del futuro; si es que se demora en llegar. Pero, vamos, que me gusta. Y no lo cambio. Eso sí, algo de ibuprofeno habría que llevar para tan largo viaje. —ECP: ¿Cómo has gestionado tu privacidad a la hora de escribir Presente continuo? ¿Qué has dejado fuera y qué dentro? Por aquello de la impudicia. —MAH: Aunque pueda parecer lo contrario, he dejado muchas cosas fuera. O las he tamizado y complicado para que estén pero sólo los implicados las entiendan. Algunos amigos me decían que me había quedado sin intimidad. Pero no es así. La intimidad siempre permanece. Lo que ocurre es que lo que para algunos es íntimo para mí puede ser público. Se trata de reestructurar el umbral de intimidad. Exponerse puede ser también una manera de protegerse. Es otro tipo de armadura. Una coraza al revés. —ECP: Eres una persona muy conocida en Murcia y te habrás cruzado con más de un lector amigo, colega, vecino... ¿Alguna anécdota cercana destacada sobre tu “exhibicionismo” en Presente continuo? —MAH: Me ha pasado que en alguna ocasión he forzado una situación para hacerla literaria e incluirla en el diario, o que algún amigo ha llevado las cosas al límite también sabiendo que eso era material de Presente continuo. Y lo contrario: me ha tocado bastantes veces —por lo general, noches— tener que escuchar “por favor, eso ni se te ocurra ponerlo en el diario”. También me he encontrado a gente por la calle que me decía “anda que vaya ritmo llevas, colega; así no llegas a viejo”. Aunque creo que me quedo con la mirada extrañada de mis alumnos cuando entraba los lunes a clase y todos sabían lo que había hecho la semana anterior en el sofá o en cualquier otra parte. —ECP: Conforme avanza la lectura, el diario parece convertirse en una especie de taller de escritura de tu novela El instante de peligro. ¿Es la semilla real de Presente continuo o derivó en eso por inercia natural? ¿Cuánto hay de premeditación en ello? —MAH: Sin haberlo buscado, El instante de peligro comenzó a entrar en el diario poco a poco. A los meses de comenzar a escribir el diario me di cuenta de que aquello que había empezado como una simple indagación de la cotidianidad tenía un objetivo muy concreto: la escritura de una novela. Y esa novela fue adueñándose tanto del diario que el día en que acabé el primer borrador decidí también poner fin al diario. Así que en cierto modo puede considerarse una especie de making of de la escritura de la novela, incluso cuando la novela está fuera de campo, en el deseo de escribir o en la imposibilidad de hacerlo. —ECP: El epílogo de Presente continuo, de hecho, es una guinda literaria para El instante de peligro. Has dicho que te parece lo mejor. ¿Sigues afirmándolo? —MAH: Creo que sí. Además, el otro día, en una conversación en Barcelona, Enrique Vila-Matas sostenía lo mismo: que el epílogo de Presente continuo es el mejor pasaje de El instante de peligro. Me sonrojó, porque significaba que lo había leído. Pero me alegró muchísimo. Dijo que ahí realidad y ficción se mezclan y dan verdadero sentido a todo lo demás. Relato en esas páginas —nunca publicadas en el periódico— mi viaje al muro que aparece en la novela y cómo todo lo que yo había imaginado acaba volviéndose real. Y ciertamente es el momento en que el arte y la vida se tocan y entrelazan. —ECP: Presente continuo se publicó primeramente en el periódico La Opinión de Murcia. ¿Cómo has sentido ambas formas de publicación? —MAH: Cada medio propone su experiencia lectora particular. En el periódico, el diario era pura actualidad. Escribía y rápidamente era publicado. La temporalidad del libro es diferente. Tiene que ver más con la memoria que con el presente inmediato. Y sobre todo posee una relación más directa con la intimidad. Creo que es el espacio idóneo para la lectura del diario. Siento que el libro de Balduque —por cierto, hay que hacer ya un monumento a esta editorial—, editado de modo primoroso, es el mejor lugar para preservar el sentido último de lo que escribí durante un año y pico de vida. —ECP: De hecho, acabas de terminar de escribir otro diario, Diario de Ithaca, que se ha publicado tanto en tu bitácora No (ha) lugar como en el programa radiofónico aragonés Preferiría no hacerlo. ¿Te vas a hacer especialista en este subgénero o qué? —MAH: Igual que Presente continuo, Diario de Ithaca también fue un encargo. Y al final acabó gustándome. Es un tono diferente. Pero la misma idea. Y me he dado cuenta de que me siento cómodo escribiendo diarios y, más allá de eso, que necesito escribir y dejar huellas de mi presente. Me ocurren cosas extrañas; y si no las cuento parece que no me hubieran sucedido. Así que intuyo que seguiré exponiendo mi intimidad. No sé cómo llamaré el próximo diario, ni dónde lo publicaré, pero tengo claro que dentro de poco —es más, casi ya— retomaré la tarea. De momento, ya he abierto el documento Word.
5 Comentarios
Dino Villatico
17/7/2016 11:20:36 am
Lo que me gusta sobretodo de M.A. Hernández, es su capacidad de reflexionar en un mismo tiempo, en la miasma línea de escritura, se puede decir, sobre la vida y sobre la escritura, pero no como si fueran la misma cosa, ni tampoco la una el espejo de la otra, sino de tocar la tensión, a veces inaguatable, entre las dos. Es algo que saben hacer sólo los grandes escritores. Y Miguel Ángel creo que lo es.
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Juan de Dios García
19/9/2016 12:58:10 pm
Nosotros también lo creemos.
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El Coloquio de los Perros. CABEZAS, ISMAEL
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