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EL COLOQUIO DE LOS PERROS

ENTREVISTAS

PERSISTIENDO

JOSÉ LUIS ZERÓN HUGuET

22/12/2023

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Entrevista realizada por JESÚS GUTIÉRREZ LUCAS

A salto de mata

Hablar de José Luis Zerón Huguet (Orihuela, 1965) es hablar de poesía, reflexión inmanente y audaz capacidad crítica para ahondar en la esencia de lo estético. Ampliamente conocido por su dilatada trayectoria poética: Solumbre (1993), Frondas (1999), El vuelo en la jaula (2004), Ante el umbral (2009), Las llamas de los suburbios (2010), Sin lugar seguro (2013), De exilios y moradas (2016), Perplejidades y certezas (2017), Espacio transitorio (2018) o Intemperie (2021) son algunos de sus poemarios más destacados. Cofundador y codirector de la revista literaria Empireuma, es un activo colaborador en diversos medios, tanto impresos como digitales, en la faceta de crítico cultural y literario. Acaba de presentar ante el público su primera incursión en prosa: A salto de mata: fragmentos de un diario (2008-2016) (Frutos del Tiempo, 2023), una obra de hondas reflexiones y alto calado poético, que ha sido exquisitamente editada, en un formato muy ágil y atractivo, como número 5 de la colección Fifty.

—EL COLOQUIO DE LOS PERROS: José Luis, eres especialmente conocido en el mundo de las letras por tu obra poética y por tus acertadas críticas literarias. ¿Por qué este libro ahora, con extractos de tus diarios? ¿De dónde parte la idea? ¿Hay tal vez un Zerón pensador que necesita expresarse más allá de la poesía?
 
—JOSÉ LUIS ZERÓN HUGUET: Sí, soy más conocido por mi obra poética. De hecho, este es mi primer libro de prosa. He escrito crítica literaria, ensayos, entrevistas, algunos relatos, pero lo que no está inédito anda disperso en revistas, suplementos culturales, bitácoras y volúmenes colectivos. Me hacía ilusión desde hace años publicar un libro de prosa. Pensé en reunir mis reseñas y ensayos, pero cuando mis amigos de Frutos del tiempo me propusieron publicar un volumen con una selección de las entradas de mi diario no dudé en aceptar. Me apetecía publicar un libro con fragmentos de mi diario, en su mayor parte inédito, pues solo aparecieron algunas entradas en varias revistas digitales como La Galla Ciencia, Minuto Cero y Ágora.
En cuanto a tu segunda pregunta diré que sí, que hay un Zerón pensador, pero que no necesita expresarse más allá de la poesía: mi pensamiento y mi poesía pueden darse paralelamente e incluso trabarse en una sola forma expresiva. No son dos formas enfrentadas de la palabra. No soy de los que creen que la poesía es exclusivamente un don, un hallazgo inesperado, mientras que todo lo que tenga que ver con el ámbito de la reflexión requiere un método. Pensamiento y poesía necesitan de la intuición y el raciocinio. Recuerdo con frecuencia estas palabras de María Zambrano en una carta dirigida a Jorge Guillén en 1957: «Yo he buscado la unidad, la fuente escondida de donde salen las dos (poesía y filosofía), pues a ninguna he podido renunciar».
 
—ECP: ¿Consideras que este libro complementa tu obra poética? Es decir, ¿qué crees que un lector puede encontrar en A salto de mata que lo acerque al ser de carne y hueso que cohabita en tu poesía?
 
—JLZH: Yo creo que este libro complementa y explica mi poesía, y también refleja mucho de mi personalidad, de mis filias, fobias y obsesiones, de mi capacidad de asombro (por desgracia en este mundo inhóspito, se asocia al asombro, tan necesario, con la ingenuidad), de mi irremediable interés por la cultura y por todo lo que sucede en el mundo. Me gustaría que quien lea A salto de mata pueda entender mejor mis poemas. Por otra parte, muchas de las entradas del libro tienen un alto voltaje lírico. Hay lectores que han afirmado que algunas son poemas en prosa.
 
—ECP: Mencionas varias veces a lo largo de tu obra a Lucrecio, poeta/filósofo que nos legó De rerum natura, todo un tratado de física epicúrea en hexámetros dactílicos. ¿Coincidencia? ¿Qué significa para ti Lucrecio? Sabiendo que tu obra versa muchas veces sobre las grandes cuestiones de la existencia, la naturaleza y la trascendencia, ¿es Lucrecio, poeta ateo y epicúreo, una antítesis necesaria para mantener algún equilibrio en tu pensamiento creativo?
 
—JLZH: Se me ha motejado en numerosas ocasiones de poeta metafísico, hermético, incluso conceptual, pero se ha hablado menos de la sensorialidad de mis poemas, de la parte matérica que hay en muchos de ellos. Soy consciente de que hay en mi obra poética una aparente contradicción: abundan las grandes preguntas relacionadas con cuestiones existenciales y una búsqueda de la trascendencia, pero también hay ramalazos de epicureísmo. Creo que, como dices, es una forma de mantener un equilibrio creativo entre el instinto y la razón, la contemplación y la acción, la necesidad de indagar en el misterio de la existencia y el disfrute del aquí y ahora. Por ejemplo, de la naturaleza me fascina tanto lo que podemos observar como aquello que palpita en la invisibilidad, lo tangible y lo intangible.
Me interesa Lucrecio y por eso lo nombro en mi diario al menos en un par de ocasiones. Me impresionó De rerum natura cuando lo leí en mi adolescencia, sobre todo el primer libro, que invoca a la naturaleza (personalizada en el erotismo de Venus) desde la fuerza panteísta. Me interesa, sobre todo, cuando pregona que la materia es eterna aunque no lo sean los cuerpos con ellas formados, y la muerte de todos los seres, incluso el humano, no es más que una transformación, una disgregación de los átomos que la forman, átomos imperecederos, origen de todos los seres animados o inanimados. El pensamiento de Lucrecio está principalmente en mi poemario Ante el umbral. Lucrecio era epicúreo, pero no estoy seguro de que fuera ateo. Epicuro no admite una providencia que nos dirige, y menos aún dioses que se ocupen de los seres humanos, pero los dioses en el epicureísmo existen en una actitud de quietud. Las cosas de nuestro mundo no les afectan y por eso no se ocupan de ellas. Lucrecio escribió contra los dioses del paganismo, omnipresentes en la vida humana, hasta en los acontecimientos más nimios, y sobre todo contra las supersticiones. Trató de desterrar los miedos celestiales, pero no atacó las doctrinas espiritualistas, ni negó (porque tampoco lo niega Epicuro), la existencia de un poder divino; solo le niega a Dios (o a los dioses) su intervención en los actos de la naturaleza y de la humanidad. De rerum natura influye posteriormente en el atomismo y panteísmo de un místico visionario como Giordano Bruno, y en otros científicos nada tridentinos como Copérnico o Galilei.
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El pensador © J. L. Zerón Soriano
—ECP: Tu obra se divide en cuatro partes, a saber: “Raíces y rizomas”, “Magia cotidiana”, “Caminos, derivas” y “Lampos” (máximas o apólogos esta última). Mi sensación es que en cada una de ellas tratas desde una óptica diferente (crítico/simbólica, cotidiana/personal o científica/trascendente) los mismos temas —inherentes a tu poesía—, como si de una cinta de Moebius se tratase. ¿Qué plan de ordenación has seguido para darle a la obra este innegable sabor orgánico? De donde en un principio todo parece que debiera de ser un sinfín de pensamientos y anotaciones inconexas, surge un todo coherente. Dudo que lo hayas dejado al azar o sea mera intuición, tú mismo nos indicas en un pasaje de la obra (pág. 156) que «es posible conjugar intuición, pasión y pensamiento».
 
—JLZH: Me alegro que me hagas esta pregunta, muy perspicaz, como todas las tuyas. Hay un plan trazado. No niego que algunas ideas surgieron de manera azarosa, pero la estructura es deliberada. Un diario es un verdadero cajón de sastre y no todo lo escrito tiene valor literario. Cuando empecé a seleccionar las entradas que aparecen en el libro lo primero que hice fue eliminar los asuntos demasiado privados, las crónicas de viaje, las referencias relacionadas con mi actividad cultural y los acontecimientos políticos, algunos de los cuales hace unos años tenían plena vigencia (no olvidemos que las entradas llegan hasta 2016) y que hoy me parecen ajenos y gastados. El plan que tracé es tal como lo cuentas y buscando, sobre todo, ese sabor orgánico del que hablas. Pretendí, y me alegra que así lo veas, que la obra tuviera un carácter fractal, es decir un libro hecho de fragmentos que están relacionados entre sí formando un todo irregular. Esa dimensión fractal (también me vale la analogía de la cinta de Moebius) permite leer el libro de manera desordenada, escogiendo fragmentos al azar, o de forma ordenada de principio a fin.
 
—ECP: ¿Quieres añadir algo sobre cada una de sus partes o sobre el sentido último de la obra?
 
—JLZH: Poco he de añadir salvo que los fragmentos más líricos están contenidos en la segunda y tercera sección del libro y que finalmente el libro, más que un diario al uso, está concebido como un volumen fronterizo o híbrido que también podría leerse como unas memorias incompletas. Por otra parte, hay alguna entrada que hoy desarrollaría más, alguna opinión que matizaría, pero no he querido adulterar lo que fue escrito, eso sería ventajismo y lo escrito perdería verdad y frescura. Tan solo he corregido algunos detalles estilísticos.
 
—ECP: A lo largo de los diferentes extractos de tus diarios van surgiendo obras musicales, que se desplazan desde las composiciones clásicas de Debussy al rock progresivo en el Ummagumma de Pink Floyd, por citar dos ejemplos que emergen en diferentes partes del libro. ¿Qué significa la música para ti? ¿Te inspira? ¿Vives la escritura como un tipo de composición musical? Y si es así, ¿cómo se puede educar el oído?
 
—JLZH: La música es muy importante para mí. Con el paso de los años he ido educando mi oído y aprendiendo historia de la música. Mis gustos son amplios y abarcan muchos siglos, es decir, corrientes y estilos. Mis estudios musicales son escasos, me gustaría poder tocar un instrumento y leer con fluidez una partitura, pero creo que al menos soy un melómano aceptable. La escritura tiene concomitancias con una composición musical. La musicalidad, sobre todo, es fundamental en la poesía, y la música del poema no necesariamente tiene que ceñirse a patrones clásicos como la medida de los acentos, rimas, etc. También nace de otros recursos como la repetición de palabras, la alternancia de estructuras, la aliteración... Por desgracia hoy se escribe mucha poesía prosaica y ramplona, incluso cuando el poema se atiene a las reglas métricas.
 
—ECP: ¿Qué le sobra o le falta a la poesía actualmente? Nostalgia creativa y poesía funcionaria son dos conceptos que manejas en tu libro como un pequeño muestrario de lo que indicas. ¿Qué nos podrías ampliar al respecto?
 
—JLZH: En A salto de mata hay muchas reflexiones sobre poesía, especialmente sobre el presente y el futuro de la misma. Creo que la poesía actualmente está entumecida: le falta intensidad, fuerza imaginativa, espíritu visionario, sentido del riesgo. Sobre todo, falta fervor creativo, pero también capacidad reflexiva. Ahora hay mucha poesía funcionarial, acomodada, insulsa, clonada. Asimismo, hay un exceso de sentimentalismo pueril y de emotividad artificiosa. Por supuesto hay muchos poetas excepcionales, afortunadamente, pero digamos que lo que actualmente transmite la poesía en términos generales y de manera paradójica es escepticismo ante el vuelo poético, también rechazo al sentido de trascendencia. Los poetas, por un lado, se han instalado en la autocomplacencia de una escritura experiencial y anecdótica en la que abunda el ingenio fácil, chistoso en ocasiones, y la ironía manoseada. Pero, por otro, y al mismo tiempo, andan a la deriva de su pérdida de fe en la fuerza creativa de la poesía, de tal modo que el resultado es una visión de sí mismos quejumbrosa, mustia y derrotada. Sé que resulto demasiado categórico y que mi opinión es muy discutible. Puedo estar equivocado.
 
—ECP: ¿Todo esto, que los occidentales llamamos “cultura” (entendida esta como amor al conocimiento o disfrute intelectual: cine, música, teatro, etc.), es un refugio laico para afrontar el nihilismo y la angustia existencial? ¿Puede ser un sustituto moderno de los credos religiosos o un complemento más apto para nuestra razón?
 
—JLZH: La verdad es que es una respuesta difícil y no sé si seré capaz de responderla adecuadamente. El concepto de cultura tiene muchas definiciones y ha creado un debate no resuelto acerca de su utilidad real. Es un concepto nebuloso y no deja de ser un constructo social que se supone debe anteponer el bien común a derechos individuales y abogar por la dignidad del ser humano, constituido el eje sobre el que ha de consolidarse una ética universal que acoja con solvencia moral lo plural, lo híbrido, lo diferente. Pero en cada tiempo ha habido una forma de hacer y de ver la cultura. Ahora mismo, sin ir más lejos, se habla de un cambio de paradigma. Basta observar el debate que está creando la inteligencia artificial y el transhumanismo, que han llegado para quedarse y yo creo que suponen un serio peligro para el humanismo que ha vertebrado la cultura occidental desde el Renacimiento y ha permitido ese amor al conocimiento y disfrute intelectual del que hablas.
Yo entiendo por cultura el cultivo del hombre, el fomento de la creación artística y el desarrollo de la ciencia y la tecnología sin vulnerar aspectos éticos que se han de respetar, así como la expansión de valores y prácticas que persiguen el bien común. Pero desconfío del antropocentrismo, pues tal visión ha llevado a las catástrofes ecológicas que hemos sufrido y a la mayor de todas, y que quizá ya no tenga remedio, que es el cambio climático. El desprecio del ser humano por otras criaturas y por el planeta en el que vive surge de esa visión idealizada del hombre como centro del universo, y también ha motivado un alejamiento irreversible de los mitos y otras ricas creencias que nos han alimentado a lo largo de la Historia. Por otra parte, ese antropocentrismo condujo a un ensalzamiento ciego de la razón que, como escribió Goya: ha creado monstruos. Hablo del desarrollo industrial indiscriminado que ha causado terribles desigualdades, dos guerras mundiales y numerosos genocidios y masacres. Y actualmente hay otros monstruos tecnológicos que nos acechan como los robots, cyborgs y las máquinas sensibles. Creo que hay que tener en cuenta esto mismo cuando se aboga por el humanismo.
Lo que entendemos por cultura sí es en muchos casos un refugio laico para afrontar el nihilismo y la angustia existencial y debería ser un complemento más apto para la razón. En cualquier caso, y con todas las reservas que pueda suscitarnos el concepto, sin la llamada cultura creo que el mundo sería todavía más inhóspito y atroz. La cultura ha fracasado a la hora de alcanzar sus ideales más elevados, y admitiendo que ha producido monstruos y que muchos de sus atributos todavía representan algo temible e incontrolable, nos ha proporcionado el desarrollo del pensamiento, las artes y la ciencia en su vertiente más humana, y nos ha permitido entender aquello que desconocíamos y temíamos. Yo creo que hay argumentos suficientes para afirmar que la cultura ha de inspirarnos más asombro y admiración que temor y repulsión.
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Foto completa de portada © J. L. Zerón Soriano

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Un café entre Jesús Gutiérrez Lucas y José Luis Zerón

—ECP: Comentas en la página 79 que aspiras a «una poesía que convierta al mundo en Teofanía». La huida actual de todo lo que suene a trascendente en la mayoría de la poética actual, ¿es acaso una aceptación de la evasión como única respuesta vital? ¿Ya no tiene cabida la búsqueda de la verdad, la Alétheia, entre los dictados de un poeta? ¿No se aspira a nuevos significados metalingüísticos o a la posibilidad de una epifanía estética? ¿Qué ha ocurrido para llegar hasta aquí?
 
—JLZH: Como te he dicho en la pregunta anterior, me preocupa esa huida de lo trascendente. La poesía se ha trivializado, ya no hay en ella lugar para las grandes preguntas, quizá porque el poeta cree que de esta manera puede tener más lectores, o porque no le interesa complicarse la vida, así dicho llanamente. Pero en aras de la comodidad, o de una mayor popularidad, el poeta no ha de trucar el poema despojándolo de su verdad. Cuando digo que aspiro a “una poesía que convierta el mundo en teofanía” no me estoy refiriendo a que Dios se nos manifieste a través de ella, sino a estar dispuestos a acercarnos al misterio que el lenguaje poético nos puede brindar. Porque para mí, ante todo, la poesía está asociada al misterio de nuestra existencia y de la existencia del universo. Toda manifestación de lo oculto puede llegar a ser terrible y no quiero ponerme dramático, pero es así, ninguna revelación, ni siquiera la epifanía estética, está exenta de miedo y dolor, aunque a la postre pueda llegar a ser gozosa. Coincido con Raúl Zurita en que el poeta ha de despojarse de toda certeza y romperse a sí mismo para alcanzar la Alétheia, la verdad que le dicta el poema, lo contrario es una impostura que hasta puede llegar a resultar brillante y admirable.
No sabría decirte qué ha ocurrido para llegar a esto, quizá los poetas se han adaptado a nuestra realidad descreída y seriamente amenazada. El sentido de lo espiritual (que también puede ser propio de agnósticos e incluso de ateos) le es ajeno al mundo actual y por eso, creo, los poetas reniegan de esa realidad, maravillosa, abrumadora y hasta terrible que el poema puede revelarnos más allá de lo cotidiano o incluso dentro de la cotidianeidad. Prefieren instalarse en la planicie, si acaso realizar vuelos rasantes, no perder de vista el horizonte de su medianía. Que conste que yo no me creo tocado por la excepcionalidad. Todo lo dicho entra dentro de mis aspiraciones, pero me temo que no de mis logros. Probablemente yo tampoco sepa escapar de la medianía.
 
—ECP: En la página 80 de tu obra nos comentas «Al público lector y a la crítica les pone la banalización de los poetas y escritores rebeldes, viejos malditos o muertos prematuramente. La heterodoxia convertida en merchandising, lo revolucionario constreñido ridículamente a chapas, camisetas y souvenires caseros». ¿Qué le ha ocurrido a la sociedad para llegar a la banalización de lo que antes era icónico? ¿A qué se debe este espíritu iconoclasta de las nuevas generaciones hacia los valores fomentados y parcialmente logrados durante el siglo XX? ¿Es la sempiterna lucha intergeneracional o hay algún matiz diferente que se nos escapa? Ante todo, yo percibo mayoritariamente, desencanto y confusión.
 
—JLZH: Yo percibo todo esto, pero no soy capaz de dar explicaciones claras a lo que está ocurriendo, quizá sea esta tarea de sociólogos y filósofos. El feroz sistema capitalista en el que vivimos lo engulle y fagocita todo en su propio beneficio, hasta lo más sublime y elevado. No hay más que ver cómo la publicidad se ha apropiado de los mejores recursos de la creación artística para vendernos sus productos. De esta manera se neutraliza cualquier intento saludable de ruptura, cualquier utopía. Creo que el espíritu iconoclasta de las nuevas generaciones contra valores parcialmente logrados siempre ha existido, pero ahora se produce de una manera confusa y atolondrada, sin alternativas. No solo los más jóvenes caen en esta trampa, las generaciones provectas también la bendicen. Pero es que a la heterodoxia también se la engatusa con premios y reconocimientos y acaba siendo asimilada, neutralizada por el sistema de consumo, de manera que los pirómanos acaban siendo bomberos. Creo que tienes razón y la causa de todo esto es el desencanto y la confusión que ha creado un espíritu de los tiempos nada alentador, si bien yo no quiero pecar de viejo cascarrabias y aún creo que hay un lugar (aunque sea estrecho y recóndito) para la esperanza.
 
—ECP: En los últimos textos de la tercera parte («Magia cotidiana») asoma una cierta tristeza sobre la limitación humana para aprehender sobre lo que nos envuelve. Si habláramos kantianamente, de la imposibilidad de captar el noúmeno, al ser conscientes de nuestras limitaciones sensoriales. Mencionas ciertas teorías materialistas, tan en boga en el mundo académico actual, sobre la preponderancia de la explicación materialista o atómica —Lucrecio resurge— de la vida y la falacia de toda tesis espiritualista o trascendental. Pero, ¿acaso el deseo de soñar, de trascender, como se desprende de las ideas de algunos de estos pensadores, se debe de catalogar como una enfermedad? ¿Vale la pena una vida totalmente robótica, sin imaginación? Suena muy distópico.
 
—JLZH: En esta parte conviven optimismo y pesimismo. Hay ciertamente una tristeza que dimana de la imposibilidad de captar aquello sobre lo que podemos razonar y no es imposible percibir, pero también hay un canto a la imaginación, como fuente de conocimiento en tanto que nos permite tener acceso, siquiera sea parcialmente, a todo aquello que se nos escapa a través de los sentidos. Hablo de teorías materialistas, algunas de las cuales me atraen mientras que otras me repelen, y a veces me rebelo contra las tesis espiritualistas porque no me ofrecen explicaciones convincentes, solo vagas aproximaciones, si bien, como ya he dicho anteriormente, me tengo por una persona espiritual, aunque no sujeto a credos religiosos. Yo hablo de algunos pensadores con los que coincido y de otros con los que no estoy de acuerdo en absoluto, y con algunos concuerdo a medias. Pero no creo que el deseo de soñar o trascender sea una enfermedad, y si lo es bendita sea. De hecho, en mi forma de contemplar el mundo hay un grado importante de imaginación y hasta de onirismo. El extraño y maravilloso mundo de la mente inconsciente convive en mi escritura con esa otra parte racional y vigilante. Desde luego, no vale la pena, al menos no para mí, una vida robótica, sin imaginación. Y lo peor, lo digo en una de mis entradas, es que si las teorías del transhumanismo llegaran a triunfar a tal punto de convertir el ser humano en algo así como un hombre-máquina sometido a una inteligencia artificial superior, pero totalmente pragmática capaz de alargar la vida hasta límites insospechados se crearían unas desigualdades enormes, pues la gente pobre o de una economía media no podría acceder a los adelantos que ya se presuponen. ¿Qué se haría de todos ellos? ¿Someterlos como esclavos?, ¿confinarlos en guetos?, ¿extinguirlos? Suena muy distópico, sí. Lo que me choca es que las grandes potencias estén tratando de hacer realidad estas previsiones de futuro tan visionarias y desatiendan una realidad incontestable como es el cambio climático, que puede suponer el fin del mundo.
 
—ECP: Retomando otras cuestiones, un concepto maravilloso que utilizas es el de Kenosis (pág. 147). Y más adelante afirmas: «No sé si soy un escéptico que quiere creer, un agnóstico o un ateo que no logra desprenderse de Dios; ese dios que inventó el hombre para vivir sin matarse, como dice Kirilov en la novela Los demonios de Dostoievski». Este hondo interés por lo espiritual, ¿de dónde proviene?
 
—JLZH: Cuando nombro la Kenosis o kénosis me refiero a que Dios se vacía de su propia omnipotencia para dejarnos a nuestro libre albedrío. Ese ocultamiento de la divinidad propicia que podamos alejarnos de ella, o negarla como una compleja creación de nuestra mente, o concebirla como un imperfecto demiurgo.
No sabría decirte de dónde nace mi hondo interés por lo espiritual. Ojalá lo supiera. Desde muy niño se manifestó en mí el interés por el sentido de la existencia, mi conflicto entre la necesidad de creer en el Dios en el que creían mis padres y quienes me rodeaban, y la incapacidad de llegar a él. En mí siempre ha habido una tensión entre la contemplación y la acción. Mis numerosas inquietudes a veces me han apartado del silencio y la meditación que siempre he necesitado, y por eso durante mi primera juventud pasé un año en un monasterio, sin profesar, en un retiro libre en medio de la naturaleza.
Probablemente mi inquietud espiritual se derive de mi propia condición de poeta. Los poetas, incluso los más ateos, suelen ser espirituales, ya lo he dicho anteriormente. André Breton, por ejemplo, buscó la esperanza en una espiritualidad primigenia y llegó a manifestar: «No creo en Dios, pero tengo el sentido de lo infinito. Nadie tiene el espíritu más religioso que yo. Tropiezo sin cesar con interrogaciones insolubles. Los problemas que he de resolver son insolubles». Creo que la poesía, pese a la trivialización que está sufriendo actualmente y de la que hemos hablado en una pregunta anterior, ha llenado el vacío de lo sagrado en la modernidad. Y como toda abertura espiritual, la poesía es intemperie, duda, incertidumbre y desobedece a la costumbre.
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—ECP: Nos comentas que lo nutricio de la duda conforma buena parte de tu poética, «la duda es la generatriz de la poesía». ¿Es, por tanto, la duda el último refugio de la libertad intelectual ante el radicalismo ramplón? ¿Nos ofrece la duda más libertad creativa? ¿Un pensamiento tal vez más consistente e independiente ante la avalancha de lo preestablecido y predecible?
 
—JLZH: En efecto, así es. Paradójicamente en estos tiempos de deriva que estamos viviendo, no se nos permite dudar. Se nos exhorta a ser firmes, radicales, enérgicos. Cualquier atisbo de duda es visto como un signo de debilidad o pusilanimidad, y esto es peligroso porque genera fanatismos y coarta la libertad. Con esto no quiero decir que haya que situarse siempre en un punto equidistante, ni abogo por la abolición de las ideologías, ni por una prudencia estéril. La duda puede paralizar, pero también, y esto ocurre la mayoría de las veces, evitar la sumisión. Uno puede tener sus principios y convicciones, pero no ha de ser esclavo de los mismos, y menos cuando hablamos de creación literaria y artística. A veces es saludable la flexibilidad ante la rigidez de lo prestablecido o de lo que se nos quiere imponer. Desconfío de los que dicen que no dudan, que sus convicciones son inamovibles. Conozco a más de uno (y de una) que al tiempo ha experimentado giros ideológicos radicales. Y quien no duda nunca alberga un tirano en su interior que en cualquier momento puede salir al exterior. La duda no excluye la coherencia, ni la solidez intelectual, al contrario, creo que las potencian, y lo mismo digo cuando hablo de poesía. Mi poesía es muy interrogativa. Soy de los que se deja poseer por ella, es decir, espero a que el poema se manifieste y no suelo buscarlo, pero una vez que esto ocurre no lo acepto todo sin más. Me gusta interpelar al poema durante el proceso de creación, y esos interrogantes, esas dudas, me permiten una parcela de libertad ante lo que trata de imponerse.
 
—ECP: Entonces, ¿nos acogemos al audaz apotegma de Juan Gelman? (pág. 65): «El único tema de la poesía es la poesía. Por eso el poeta puede hablar de todo».
 
—JLZH: Sí. Me gusta esta afirmación de Gelman, que parece una paradoja ingeniosa, una broma inteligente, pero que encierra mucha verdad. La poesía lo abarca todo, porque está vinculada a la vida misma con todas sus grandezas y miserias. Aunque parezca que hay temas más poéticos que otros, no creo que la poesía se limite a determinados contextos ya manidos. Es el enfoque del poeta, el uso del lenguaje, el talento para hacer trascender aquello que parece trivial o extemporáneo, lo que dota a un poema de valor ético y estético. La poesía es un universo riquísimo, poliédrico y no puede encerrarse en unos temas concretos por muy poéticos que resulten.
 
—ECP: Se nota que te intrigan las cuestiones que versan sobre psicología, neurociencia, antropología («nada de lo humano me es ajeno») y demás ciencias que estudian el comportamiento y la psique humana, pues borbotean aquí y allá en estos retazos de tu diario, como inquieto humanista que eres. Y yo sé que eres un buen lector de Carl G. Jung. Hay un sueño que me ha llamado poderosamente la atención y que nos narras en las páginas 122 y 123, pero que no voy a desentrañar; más bien te pregunto al respecto: ¿has temido alguna vez ser excesivamente meridiano en tu escritura dejando al descubierto tu yo personal e íntimo? ¿O llegado el caso, la creación literaria debe tener algo de orgasmo, haciendo añicos la identidad prefabricada, liberándose el yo de la máscara y de las ideas preconcebidas?
 
—JLZH: Me intrigan, claro que sí, lo que ocurre es que mi mirada es la de un profano, la de alguien que merodea estas materias sin ser un experto en las mismas. Volvemos a Gelman: la poesía está en todo. La psicología, la neurociencia, la antropología, la astrofísica, la biología, etc, están muy vinculadas a la poesía, aunque no se lo parezca a un poeta purista. Muchos de mis poemas han surgido de la asimilación de lecturas científicas. No es raro que existan, por ejemplo, buenos poetas médicos o biólogos. Me acerco a las disciplinas del conocimiento llevado por una curiosidad innata y porque creo, al igual que Jung o Teilhard de Chardin, pensadores a los que leí con gran interés, que hay una convergencia entre disciplinas. Y sobre todo no comparto la clásica dicotomía entre ciencias y letras.
En cuanto a los sueños, son materia de mis diarios, aunque en este volumen, si no recuerdo mal, sólo reproduzco cuatro. Tengo la fortuna de recordar mis sueños y muchos de ellos los anoto, aunque a veces también puede ser un incordio mi capacidad para retener mis experiencias oníricas cuando los sueños son recurrentes o pesadillescos.
Te diré que sí he temido a veces ser excesivamente meridiano, tanto en mi diario como en mis escritos de crítica literaria, o hasta en mis propios poemas, pero no creo que mi escritura sea impúdica, ni exhibicionista. Por ejemplo, quienes esperen encontrar confesiones morbosas en A salto de mata quedarán decepcionados. De hecho, en este primer volumen de mis diarios he suprimido aquello que pertenece al ámbito estrictamente privado. Dicho lo cual, sí creo que, en ocasiones, la creación literaria (cualquier otra manifestación creativa) debe liberar al yo de las máscaras preconcebidas, pero tratando de no incurrir en un solipsismo exhibicionista. Yo trato de ser honesto conmigo mismo y con el lector y mostrarme tal como soy (o creo ser) sin un ejercicio de pornografía. Se puede llegar a los demás con una emotividad esplendente y contenida a la vez. Se puede escribir de manera pasional sin renunciar a la lucidez. Se puede gritar sin llegar a ensordecer el pensamiento.
 
—ECP: José Luis, hay partes maravillosas en las que me he sentido como el joven aprendiz de poeta Franz Xaver Kappus ante Rilke, pues nos brindas agudas reflexiones, que sin pretender ser consejos, nacen de la sinceridad de un hombre cabal que ha entregado lo más granado de su inteligencia al cultivo de las letras, y que todo buen lector sabe apreciar enseguida. Por tanto, vamos a hablar para ir concluyendo esta interesante entrevista, con la enigmática tarea que envuelve la creación literaria, en concreto la poética. Nos dices: «El poeta no ha de limitarse a esperar sin más que el poema se manifieste, también hay que aprender a provocarlo» (pág. 154). Y añades: «El poeta observa lo que pasa desapercibido por el ruido»; y «Uno se convierte en lo que contempla», parafraseando a Plotino. ¿Hay algo de toma de conciencia (awareness) para quien escribe poesía? ¿Se agudiza la sensibilidad tal vez? ¿Tiene algo de necesaria meditación previa? ¿O hay que dejarse llevar por el impulso irracional, casi mecánico, como sugerían practicar los surrealistas?
 
—JLZH: Muchas gracias, amigo. Es muy hermoso eso que dices, pero yo he de agradecerte a ti la profunda lectura de mi libro y las preguntas tan perspicaces. Tú lo has dicho, es una tarea enigmática la creación literaria, especialmente la poética, sobre todo porque exige una dedicación absoluta y ofrece muy pocos réditos a cambio. Siendo el género literario más antiguo, la poesía hace tiempo que cayó en desgracia, como diría Juan Carlos Mestre, sin embargo, todavía hay poetas, todavía hay quien sigue creyendo en ella. Yo soy de los que persevero en esa fe, aunque a veces se tambaleé mi creencia. Pese a todo, la poesía es mi única fe. Y es que para los verdaderos poetas la poesía es indeleble y para siempre, como el sacramento en el cristiano. Tal como ya advirtió Mallarmé a finales del siglo XIX la cultura (la de nuestra época aún mucho más) anula toda obra del espíritu a través de la degradación de la palabra y la desacralización del mundo. Yo comparto la actitud órfica que todavía alienta de manera residual en la escritura poética de nuestro tiempo, una suerte de interioridad espiritual, una búsqueda del misterio de la vida a través de lo poético por excelencia, que está más allá del lenguaje. Los nuevos realismos cuestionan con saña la antigua «cultura de lo sagrado» y su validez para el mundo de hoy, y difícilmente el poeta actual podrá reencantar el mundo a través de una palabra poética que ha perdido su energía por el uso, soy consciente de ello, no soy un ingenuo. Pero al mismo tiempo no me resigno a intentarlo. Sacramentalidad, misterio, espiritualidad, religación, son términos que suenan demasiado solemnes a los oídos descreídos de nuestro mundo enredado oscuramente en feos neolenguajes, bulos, posverdades y otros muchos cinismos. Pese a todo, o por eso mismo, seguirá habiendo poetas que persigan el misterio. Ahora mismo recuerdo esta frase que está relacionada con las palabras de Breton que he citado anteriormente: «Mientras tenemos el sentimiento del misterio, conservamos implícitamente una dimensión religiosa. Pues ser religioso es sentir el misterio, incluso fuera de toda forma de fe». La escribió, conviene recordarlo, un materialista como Cioran, concretamente en sus Cuadernos.
Dicho esto, y por favor, disculpa la digresión, añado respondiendo a tu pregunta que el hecho de que yo defienda una postura órfica, a la que por cierto no le hacían ascos los surrealistas (movimiento que siempre me ha interesado pese a sus excesos por haber convertido el arte y la poesía en una aventura vital y espiritual), no quiere decir que no haya una toma de conciencia de lo que escribo. Incluso como digo, «El poeta no ha de limitarse a esperar sin más que el poema se manifieste, también hay que aprender a provocarlo», y eso también ocurre en muchas experiencias místicas y mistéricas: la revelación (sea lo que sea lo revelado) es provocada con danzas, meditaciones, plegarias, ingesta de sustancias psicotrópicas, incluso mediante prácticas sexuales. El poeta está a la espera del poema, siempre a la escucha, pero a veces también lo invoca y lo convoca. Unas veces el poema surge prácticamente de la nada, a través de un runrún interior o una música difícil de definir que va cobrando forma a través de la palabra; otras, nace de una meditación previa, de una disposición, por ejemplo, después de una lectura, de la escucha de una composición musical, del visionado de una pintura, de una película, o tras una buena conversación.
 
—ECP: Y, cuando se pierde la capacidad de asombro, ¿se puede seguir escribiendo? ¿O es mejor aguardar a que fructifique algo desde el «vacío fértil»?
 
—JLZH: Difícilmente se puede escribir sin la capacidad de asombro, al menos yo así lo creo. Pero el poema también puede fructificar desde el «vacío fértil» y por eso, siempre he dicho que el poeta es como un centinela y ha de estar atento y armado de paciencia.
 
—ECP: Para concluir, recojo dos afirmaciones en apariencia contradictorias, que de algún modo considero demarcan la lucha entre opuestos de tu obra. Ese Yin y Yang en continua agitación y encuentro, sin los cuales no hay movimiento, ni posibilidad de que surja algo nuevo, vivo y nutricio, lejos de lo inerte y preconcebido. Dices así: «¿Por qué entonces temo el apasionamiento que me provoca la escritura?» Contraponiendo: «los vértigos de la plenitud creativa no siempre son soportables». Afirmaciones que jalonan interesantísimas reflexiones sobre el difícil arte de crear con honestidad. Pero, ¿esta lucha cómo se supera? ¿Cómo convierte el poeta la parálisis de la mera observación en la acción creativa de plasmar el verbo? ¿Cabe el peligro de llegar al paroxismo y de ahí tu temor?
 
—JLZH: Es una pregunta muy interesante y para responderla con solvencia necesitaría extenderme demasiado, así que ensayaré una respuesta sintética. Uno de los principales conflictos de los poetas, o al menos a mí me ocurre, es que la poesía no se anda con medias tintas y nos quiere bien dispuestos cuando nos requiere. Cuando se pone exigente puede absorbernos completamente, y por eso digo que «los vértigos de la plenitud creativa no siempre son soportables», sobre todo cuando no te concede ningún bien material, pues no puedes dedicarte profesionalmente a ella ocho o más horas diarias. No conozco a ningún poeta que viva exclusivamente de la poesía. Llevo mal a veces esta lucha entre la pulsión poética y la necesidad de supervivencia cotidiana.
Cabe el peligro de llegar al paroxismo, es decir, dejarlo todo por la escritura poética. Afortunadamente, en mi caso, y creo que en la mayoría de los poetas, la poesía permanece ausente durante largos periodos de tiempo, y esto me permite dedicarme a otras tareas y a encarar las rutinas cotidianas. Como no quiero ser injusto, he de reconocer que la poesía también puede ser comprensiva y zalamera, y entonces te permite disfrutar de ella sin exigencias. En cualquier caso, y he ahí la contradicción, la escritura poética me fascina y apasiona, tanto que le ha dado un sentido más pleno a mi vida y hasta me ha ayudado a salvar abismos aparentemente infranqueables.
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    Revista de Literatura.
    ISSN 1578-0856

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