Entrevista realizada por ÁNGEL MANUEL GÓMEZ ESPADA JEYMER GAMBOA (San José, Costa Rica, 1980) es uno de esos tantísimos autores que, desgraciadamente, pasan desapercibidos para la gran crítica. Pero, como suele ocurrir en tantas ocasiones, el empeño de unos pocos hace que lleguemos a saber de ellos. Su escueta obra poética se resume en nuestro país a un par de excelentes poemarios. Con el primero, Días ordinarios, le concedieron el premio Emilio Prados. Ahora, la labor del poeta y editor cacereño José María Cumbreño nos acerca desde su Lilliput paradisíaco a su imprescindible Nuestra película de las vacaciones. Un poemario que nos ha llamado tan poderosamente la atención que nos hemos ido a conversar un rato con su autor, para saber más de este poeta costarricense residente en Buenos Aires, y que espacia su tiempo entre el periodismo, la realización audiovisual y diversos proyectos de investigación académica. EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Nuestra película de las vacaciones puede considerarse una road movie poética? JEYMER GAMBOA: No lo pensé de esa forma. Puede ser que en esos textos aparezcan motivos visuales que dialogan con ciertos decorados de las road movies. Me gustan mucho ese tipo de películas, pero no podría decir cuánto de ese lenguaje cinematográfico se termina colando en lo que escribo o en mi mirada. Los viajes que predominan en este libro más bien son trayectos cortos, vagabundeos y momentos de espera inútiles de alguien que sale a hacer los mandados y lleva un cuaderno de notas. ECP: El libro abre con La insistencia de la luz, un poema extenso que podría tomarse como toda una declaración de intenciones de cómo entiende usted la poesía y cuál es su visión sobre ella. ¿Podría considerarse como una poética de Gamboa? JG: Todavía no tengo muy claro cuál es mi visión sobre la poesía. Es una visión borrosa. Cada vez que me pongo a escribir algo, estoy parado sobre un terreno inseguro y desconocido. Ese texto largo con el que arranca el libro, con sus errores y sus aciertos, me sirvió para encontrar el tono o el clima para borradores de otros textos. Es más como un terreno para ensayar cosas que no podía probar en los textos cortos. Por otro lado, no creo que nadie escriba para buscar una marca autoral. Es cierto que con el tiempo y el oficio hay escrituras que se vuelven muy reconocibles y eso está muy bien, pero lo particular se construye a partir de muchas lecturas y de las capas que acumulan las tradiciones literarias. No es un proceso consciente e individual o que esté fijado como un objetivo. ECP: Uno de sus poemas, Tomas para un cortometraje experimental, nos marca las pautas que uno debe seguir para entender el libro, como pequeñas notas o apuntes para un proyecto cinematográfico o audiovisual. ¿Sus poemas han de verse como pequeños guiones de futuros o hipotéticos documentos audiovisuales? JG: Hay bastante de eso, pero lo hago más en el otro sentido: las notas o apuntes surgen a partir de trabajos audiovisuales que ya realicé. Es el caso de ese texto y de otros que surgieron a partir de fotos que fui tomando, de experiencias en rodajes o de videos caseros. Asumo la escritura y la realización audiovisual como dos oficios distintos, pero que se pueden prestar herramientas entre sí. ECP: Tras Días Ordinarios, con el que obtiene el XI Premio Emilio Prados y que se publica en una de las grandes editoriales nacionales, se decanta por la labor de Cumbreño y su particular y espléndida La biblioteca de Gulliver. ¿Qué razones le motivaron a ese cambio? JG: En mi caso lo de publicar es algo circunstancial, sucede porque se presenta una oportunidad, como la de ese premio o cuando alguien te abre las puertas de su proyecto editorial. Mi primer libro lo publicó Pre-textos y para mí fue una alegría porque tienen un muy buen catálogo y las ediciones están muy bien cuidadas. Por otro lado, le tengo el mismo respeto y admiración a Ediciones Liliputienses. Lo que hace Cumbreño lo entiendo más como un proyecto de investigación sobre poesía hispanoamericana de vanguardia, tiene mucho de acción artística, es autogestionado, sin un interés comercial y con cierta voluntad transgresora, a alguna gente le debe generar incomodidad y eso quiere decir que él está haciendo bien las cosas. Hay poetas en ese catálogo que son enormes, como Frank Báez, Luis Chaves y Martín Gambarotta. Gracias a esas publicaciones también voy descubriendo nuevos textos, como los de Daiana Henderson, Jorge Posada y Luis Arturo Guichard. ECP: ¿Considera que cada libro tiene que ser pensado para una editorial determinada? JG: No como un objetivo a priori. Entiendo la escritura y la publicación como dos instancias separadas. Una vez que uno tiene un borrador y quiere desprenderse de él se puede pensar en ese tipo de cosas. Creo que cada caso es particular. Hay gente que necesita trabajar sus libros en estrecha colaboración con un editor, sobre todo la tarea de corrección y selección. También hay iniciativas editoriales que nacen por la necesidad de dar a conocer determinadas voces o estilos y que tienen un catálogo con criterios estéticos muy específicos, muchos libros encuentran ahí su lugar natural. ECP: ¿Hay puntos comunes entre Días ordinarios y Nuestra película de las vacaciones, a pesar de tener títulos tan opuestos a priori? JG: Seguramente hay puntos comunes y también diferencias. No me he sentado a compararlos. A mí me interesa la lectura y escritura como procesos. En ese sentido para mí los dos libros, y lo que pueda seguir escribiendo, forman parte del mismo tejido. Lo que hago es acumular materiales, los reescribo, selecciono y descarto. En algún momento hago un corte con lo que tengo para darle forma a un proyecto poético, pero lo que me atrae es el proceso, el ensayo. Después puedo ir tomando distancia de cosas que hice antes, pero para mí son materiales que se van acumulando. ECP: De su poesía se ha dicho que realiza una epifanía de lo cotidiano y eso convierte su lírica en una sorpresa y un hallazgo. Despoja al poema de alharacas y lo deja en una simple imagen, sugerente y reflexiva. ¿Es consciente de este tipo de arquitectura poética a la hora de abordar el poema? JG: Siempre me cuesta referirme a las opiniones y lecturas que hace otra gente de lo que escribo. Es muy tentador justificar las limitaciones que uno tiene o adornar los libros con un montón de tópicos. De todas formas voy a contradecirme y voy a afirmar algo que puede sonar medio naif, pero esos textos a veces realmente nacen de una imagen reveladora. Una noche puedo estar en la azotea de un edificio mirando cómo palpitan esas luces rojas de las antenas en los techos y tengo la necesidad de asociar eso con otra cosa. O un día camino cerca de la entrada de una escuela y escucho a una madre que le dice a su hija: “Te prometo que cuando lleguemos a casa vamos a hacer el monstruo más grande del mundo”. Y esa frase, escuchada al azar, me puede quedar rebotando en la cabeza durante días, hasta que me tengo que sentar a escribir algo. Pero una imagen reveladora no garantiza un poema, a veces más bien aparecen como interrupciones y entorpecen lo que estás escribiendo. Eso también me gusta, cuando se meten voces o imágenes que estorban en los textos y hay que ver cómo las sacás de ahí. ECP: La sección titulada precisamente Nuestra película de las vacaciones habla de esa epifanía a la que se refería Vicente Luis Mora. Usted dice en la introducción al poema que son extractos de “un viejo manual dirigido a aficionados al cine”. Usted se limita a observar y a extraer esas palabras, conjugándolas como poéticas. La poesía que subyace de lo cotidiano, por tanto, cobra cada vez más fuerza, como si fueran bodegones. ¿Qué le llevó a plantearse ese viejo manual como una potencial poética que había que exprimir? JG: Cuando escribo me enfrento a muchas limitaciones. Todavía tengo que aprender mucho, sobre métrica y ese tipo de cosas, hacer más lecturas y hasta aprender idiomas. Mientras trato de resolver esas carencias, me planteo hacer ejercicios de escritura. Esa sección del libro es un ejercicio, y la dificultad estaba en encontrar un texto no literario y darle un tratamiento que más o menos armonizara con los otros textos que había agrupado, si no cuajaba en el conjunto se volvía un ejercicio obtuso. Coincido en que ese anclaje conceptual está en la idea de lo cotidiano, pero lo cotidiano es solo un punto de referencia en el universo de esos poemas. Entonces sí, es como lo de los bodegones. O, más bien, y tomando las distancias del caso, como esas cajas-collage de Joseph Cornell: conseguís, en un mercado de pulgas, monedas, mapas antiguos e ilustraciones de pájaros y hacés algo nuevo con eso. Son elementos que provienen del mundo de la experiencia y que se instalan dentro de un proyecto poético para generar otro sentido. ECP: ¿Y cómo se extrapola esa concepción de la poesía al resto del poemario? JG: Utilizo ese recurso en el resto del libro, de una forma menos evidente. Hay fragmentos de textos de botánica, comunicados del gobierno de la ciudad, correos telegráficos de amigos. Tuve la necesidad de diluir dentro del lenguaje poético, por así decirlo, textos duros, técnicos o que de alguna forma se habían descontextualizado. En algunos proyectos audiovisuales también trabajé de esa forma, mezclé filmaciones propias con materiales encontrados, tipo documentales o filmaciones de cumpleaños. ECP: Usted ha sido incluido dentro de una antología reciente de poesía costarricense. ¿Cree que es merecida esa inclusión? ¿Qué tiene usted en común con el resto de poetas de Una temporada en el centro (Amargord ediciones) y qué aspectos cree que le diferencian? JG: Yo no sabría decir si es merecida o no. La investigación y edición de esa antología estuvo a cargo del poeta y editor español Antonio Jiménez Paz. Me parece que ese trabajo tiene la intención de explorar algunas zonas de la tradición de la poesía costarricense y, a partir de ahí, indagar poéticas particulares más recientes que muestran signos de renovación, o, mejor dicho, quiebres, que a Jiménez Paz le resultaron interesantes. Hay algunos poetas en esa antología, y otros que no están incluidos, a los que admiro y aprecio, aprendí mucho de ellos y me abrieron puertas. ECP: ¿La poesía costarricense, por lo tanto, goza de buena salud? JG: Sí, para mí goza de buena salud. Pero al afirmar esto no puedo desligar la poesía costarricense del resto de la región. Creo que es dentro de la vastedad de ese territorio que conocemos como poesía latinoamericana donde se dan cruces interesantes, un mestizaje de escrituras que de alguna forma revitaliza a la literatura local y que después puede volver a aportar hacia afuera sus poéticas particulares. También pienso que para tomarle el pulso no es suficiente con solo leer o estudiar los libros de poemas que se publican ahí. Hay otras variables, situaciones que se dan o que alguien propicia, como en su momento sucedió cuando Osvaldo Sauma gestionó actividades en el país con la participación de destacados poetas latinoamericanos. O cuando Luis Chaves y la argentina Ana Wajszczuk editaron la revista Los amigos de lo ajeno. O el trabajo que hizo durante años Carlos Aguilar con la editorial Perro Azul. Incluso la apertura reciente de nuevas librerías que ponen al alcance títulos que antes no llegaban al país. Todo eso son gestos que, según como yo lo veo, son beneficiosos para las poéticas locales. Considero que la antología que aporta Jiménez Paz de alguna forma también está en sintonía con esos gestos vinculados a la poesía reciente en Costa Rica. ECP: ¿Cuáles serán sus próximos proyectos? (Cuéntenos aquellos que se puedan contar…) JG: En realidad no hay mucho para contar. Escribo y corrijo textos cuando puedo y después voy mirando qué se puede hacer con eso.
1 Comentario
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20/9/2022 10:22:51 am
Buenos días señor / señora,
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ENTREVISTAS
El Coloquio de los Perros. CABEZAS, ISMAEL
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