Entrevista realizada por ROBERTO ALBA Carmelo Chillida (Caracas, 1964) es un gran poeta venezolano afincado en España desde 2016. Ese “gran” no es, en mi humilde opinión, gratuito; de hecho, ya les anticipo que quien suscribe no va a ser capaz de arder lo suficiente en este texto o en sus preguntas posteriores como para probarlo. Nos vemos forzados a entrevistar a Carmelo tras el poso energético que instauró entre los asistentes la gratificante presentación en noviembre de su último libro, “Juegos privados” (Kalathos ediciones, 2023). El acto, a cargo de Juan Cruz, trascendió a la obligatoria amenidad mercadotécnica de este tipo de encuentros cuando son positivos, que a veces no resultan así, y se erigió en intercambio de puro y sencillo conocimiento en el que fueron posibles, qué sé yo, la concordia, la bonhomía, la escucha real, el aprendizaje... Baste reflejar el cariz humanístico de la peculiar relación forjada entre presentador y presentado. Carmelo, tras las mil piruetas propias de todo migrante, se desempeña regentando una papelería en el barrio de Chamberí y Juan Cruz, amante de instrumentos y soportes analógicos de la noble escritura, se convierte en cliente asiduo a dicho establecimiento. Será el carácter dialogante y conversador de ambos lo que genere la amistad. Así pues, Carmelo, que ha leído al Juan Cruz periodista cultural y escritor, ignora que este es el Juan avispado y retador que tiene delante; mientras que Juan desconoce que el tipo prudente que le vende sus preciosos cuadernos fue profesor de la Universidad Central de Venezuela, discípulo y compañero de Rafael Cadenas en el Departamento de Literatura y vida, además de coordinador del suplemento cultural del emblemático diario “TalCual”. Cuando por terceras personas Juan se entera de la publicación de “Juegos privados”, Carmelo se lo vende como buen negociante devoto de Hermes, dios de las encrucijadas y de los mercaderes. Hay que imaginar la escena en la que el poeta corre tras el periodista a devolverle el dinero una vez alguien, de nuevo las terceras personas mangoneando, le ha desvelado quién es su cliente Juan. Caídas las máscaras, Juan lee el libro y concluye, como no puede ser de otra manera en las buenas historias reales, que es “el libro que necesitaba leer”; aquel que le reconcilia con el género poético. A partir de aquí no tenemos claro el cómo o el quién propone a quién la presentación, pero la complicidad que desprende y la honda y duradera sonrisa que provoca en nosotros, los asistentes, son innegables. La lectura posterior del libro y de la obra previa de Carmelo a nuestro alcance confirma que su poesía es lugar propenso a compañías y encuentros vivos como el relatado. La entrevista es una urgencia que compartimos con Juan Cruz: la de conversar sobre el libro que nos reconcilió, al menos por un rato, con el género poético. Qué mejor que hacerlo con su propio autor. EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Mariano Peyrou en un texto al final de su último libro escribe una suerte de epílogo titulado “Ser otro” en el que afirma que para el escritor exiliado su migración, más que inscribirse en el eje espacial, lo hace en lo temporal, en tanto “funda una distinción entre un antes y un después” personal que modifica su relación con el lenguaje. ¿Está tu escritura de acuerdo con esta idea? ¿Afecta en alguna manera a este libro, pergeñado/redactado en Venezuela; corregido, editado y publicado aquí? CARMELO CHILLIDA: Lo primero que me gustaría decir es que yo no me siento un exiliado sino un emigrante; a los 50 años y de manera forzada, eso sí. Tanto el tiempo como el espacio son importantes. Emigrar a Madrid -y vivir en el barrio de Argüelles- me hace sentir que estoy cerrando un ciclo, pues mi padre, mis abuelos, bisabuelos y pare de contar, fueron madrileños, y muchos de este barrio. Por eso a veces digo, en broma, que soy un “semigato”. Como he dicho otras veces, Madrid es una ciudad maravillosa, infinita. Aquí me siento bien. En cuanto al lenguaje, hay una anécdota -como seguramente habrá en otras respuestas-. Yo le di el libro a un amigo para hacer cambios con miras a una editorial española. Cambiamos carros por coches, computadoras por ordenadores, etc, etc. Y después, cuando Kalathos ofreció publicarlo, lo volví a poner todo en español venezolano. Porque, a fin de cuentas, yo soy un escritor venezolano. Lo que sí conservé fueron las observaciones literarias (mi amigo me voló unas cuantas estrofas y, sobre todo, versos finales que eran respuestas, para cerrar los textos con preguntas y dejarlos abiertos, flotando entre las rachas de viento, como a él le gusta). ECDP: Por otro lado, el mismo Peyrou afirma después que más allá de “las circunstancias biográficas” de cada escritor (de sus “exilios particulares”) cualquier investigación literaria conlleva un exilio al estar motivada por una sensación de “expulsión de la lengua materna”. Como que las palabras que servían para denominar la realidad no se ajustan y la sintaxis aprendida no sirve para expresar lo que se siente dentro. ¿Qué opinión te merece esta idea? ¿Lo percibes en tu proceso de escritura? CC: Sí, claro, y lo percibía como profesor de literatura. Los cambios de tono y estilo a lo largo del tiempo no son caprichosos. Responden a cambios en la sensibilidad. Son también ciclos, algo crece, se desarrolla y se extingue. Como dice la nota de solapa de mi libro Desde el balcón (2013): “Con el tiempo la literatura o la poesía se van alejando de la realidad real, se van petrificando, hasta que ya sus formas no sirven para expresarse, y tienes que buscar nuevas formas”. Eso fue escrito hace años pero para mí es actual, y a ese riesgo de petrificación (incluyendo la propia) tiene que estar uno siempre atento y vigilante. ECDP: Durante la presentación de este libro has delimitado de una forma clara tu trayectoria poética a través de tus libros, tus diferentes intereses y tus trabajos (profesor del Departamento de Literatura y vida de la Escuela de Letras en la Universidad Central de Venezuela y periodista cultural en diversos medios). ¿Sería posible que nos brindaras un resumen para el lector no asistente? ¿Cuál es el lugar de Juegos privados en ese camino? ¿Qué supone para ti? CC: En cuanto a la presentación, no puedo dejar de mencionar y agradecer a Juan Cruz. Fue el presentador perfecto para este libro, por su llaneza y su profundo sentido del humor. Y además hizo los deberes, llevaba el libro subrayado (risas). Después de una breve introducción, pasamos a una sesión de preguntas y respuestas que se convirtió en una conversación amena, sentida y divertida. Allí contamos anécdotas, como cuando conocí a Mark Strand en Venezuela o a Adam Zagajewski en Madrid. También conté cómo había sido mi relación con la escritura y cómo habían ido saliendo mis libros. Primero, en 1997, El sonido y el sentido, un libro que recibió buenas críticas, pero fue calificado de “neoclásico”. Después de ese libro, del que renegué, pensé que no iba a escribir nunca más poesía. Hablamos de cómo el trabajo periodístico me hizo reflexionar y me ayudó a expresarme con más soltura, sin pretensiones, en prosa. Luego de una crisis y de un proceso de psicoterapia, de pronto, en 2003, empecé a escribir versos y, aun resistiéndome, se hizo imposible no escribir. Total, que escribí un libro de 39 poemas (la edad que tenía entonces) titulado Versos caseros (publicado en 2005), al que le agregué dos secciones más de 20 poemas cada una: “El foso” y “La lentitud”. Después seguí escribiendo cuadernos de 20 poemas, muy autobiográficos y en un lenguaje directo, exento de metáforas y adornos “poéticos”. Reuní tres cuadernos y publiqué en 2011 ¿Un poema de amor?, y otros tres en 2013, y publiqué Desde el balcón. Seguí con los cuadernos de 20 poemas y reuní otro libro, “Canciones de insomnio”, que es cronológicamente anterior a Juegos privados, y ahora no hallo qué hacer con él (risas). Creo que Juegos privados es un libro diferente a los otros. Creo que es mi libro más personal. No fue escrito, como los otros, en secciones y haciendo variaciones sobre un tema, sino que fue creciendo de manera espontánea. De pronto tuve muchos poemas y el verdadero trabajo fue seleccionarlos, ordenarlos y corregirlos. ECDP: ¿Los juegos privados del título se equiparan a ese trabajo tuyo “que obliga a estar solo”? Entiendo que te refieres a tu quehacer poético, pero ¿qué excluye o prohíbe el tajante verso final: “Quien no sabe guardar un secreto no sabe jugar”? CC: No sé. Quizás sólo apunta a la necesaria complicidad (que hay que ganarse) entre lector y escritor. En mis versos yo procuro, tanto en los temas como en la forma, no excluir nada de lo que existe, y menos de manera tajante. ECDP: En otro poema expones de forma modesta (diciendo “creo”, por si acaso) que eso que llamamos poesía parece ser “el impulso del que escribe” y “lo que pasa dentro del lector”; previamente mantienes un toma y daca con “la musa” y “el tema”; y finalmente la voz poética acaba mostrándose reticente a un poema que “ronda” pero que finalmente no es escrito. ¿Cómo te figuras esa génesis del poema? ¿Crees, como escribió Delmore Schwartz, que “en nuestros sueños comienzan nuestras responsabilidades”? CC: El terreno de los sueños es demasiado misterioso para dar opiniones, más bien habría que escuchar las “opiniones” que el inconsciente nos da cada noche sobre nosotros mismos a través de los sueños. Pero no lo hacemos. En cuanto a lo que yo entiendo como poesía, se refiere más a una disposición, un estado de ánimo, una experiencia vital, algo más que un género literario. Como dijo alguien: La poesía está en todas partes, incluso en los libros de poemas (risas). Y vuelvo sobre los ciclos: el ciclo que comenzó en el que escribió los versos no se completa hasta que un lector lo lee. Quizás por eso en mis versos hay tantos guiños al lector, tratando de ganarme su complicidad. Y sobre la relación entre el poeta y el poema sólo cito los versos de un poema de Rafael Cadenas titulado “Las paces”: “Lleguemos a un acuerdo, poema. / ya no te forzaré a decir lo que no quieres / ni tú te resistirás tanto a lo que deseo. / Hemos forcejeado mucho. / ¿Para qué este empeño en hacerte a mi imagen / cuando sabes cosas que no sospecho? / Líbrate de mí. / Huye sin mirar atrás. / Sálvate antes de que sea tarde. / (…) Poema, / apártame de ti”. Bastante elocuente, ¿no? ECDP: Desde luego, en un rato volvemos con tu profe Cadenas, gracias por traerlo a colación. Cuando hablas de tu idea de poesía haces siempre hincapié en tu querencia por la claridad expositiva y la confianza en el léxico común, doméstico, en la distancia que da el humor (a veces tan negro como el plumaje de esas golondrinas bequetianas que reafirmas que “no volverán”) y en la ausencia de tropos; no obstante, mi lectura ha encontrado intenciones alegóricas en algunos poemas, como, por ejemplo, el que trata sobre la natación (según lo leo yo una poética encubierta). ¿Me he equivocado? ¿Me hablas un poco de ese poema o de otros que vayan más allá? CC: Bueno, yo no soy mucho de alegorías. Ese poema (basado en un hecho real, como la mayor parte de lo que he escrito) en verdad lo que intenta es describir una experiencia: el placer de nadar. Fue escrito en Venezuela y ahora lo he retomado aquí. Lo que pasa, quizás, es que el poema se inscribe en una de las líneas temáticas de Juegos privados, que es el disfrute del instante y el intento de vaciar la mente del ruido constante del pensamiento. Eso, más que un arte poética, sería un arte de vida. ECDP: Bueno, pues me he equivocado, pero bellamente (risas). El libro se apoya de diversas formas (disculpa, recordatorio, inmersión temática o cita) en diversos escritores como Strand, Pascal, Marianne Moore o sobre todo Szymborska. A ella le escribes una elegía recogida y calma en la que llegas a dedicarle tu propio silencio. ¿Es la callada lo que mejor puede honrar a una voz como la suya, tan reconocida y premiada? ¿Detectas un exceso de ruido en ciertas celebraciones de lo poético por parte de la oficialidad o lo gubernamental? CC: La poesía es enemiga del ruido y amiga del silencio. ¿Qué más te puedo decir? ECDP: Nada, pero deja que insista al hilo de esto, ¿cómo viviste el Premio Cervantes de tu profe Rafael Cadenas el año 2022? ¿Leyó él tus Juegos privados? ¿Está su magisterio en algún recodo o sombrita del libro? CC: ¡Hombre! Imagínate la alegría que fue para mí, para los escritores venezolanos, para el país, ese Premio Cervantes, aunque el gobierno venezolano ni siquiera le hizo llegar una felicitación. No, porque Cadenas es “del otro bando” y ellos dividen al país entre amigos y enemigos. En fin, que vi en directo la retransmisión en YouTube en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, los reyes, los discursos, los aplausos. Fue una gran, gran alegría. Y, además, en todas sus últimas visitas a España Cadenas estuvo rodeado de mucha gente –por decirlo así. Esta vez, paradójicamente, pudimos conversar tranquilos, sin alharaca, en el Círculo de Bellas Artes. Primero en el podio Cadenas leyó el primer párrafo de Don Quijote, luego subimos a la terraza con esas grandes vistas de Madrid, donde yo tomé cerveza y él ron (a sus 93), y luego cenamos en el restaurante del mismo círculo. Y prolongamos la sesión porque llegaron unos amigos. Por supuesto le di mi libro. Tengo que llamarlo por teléfono. Hemos hablado, pero todavía no le he preguntado. Ah, y en el libro hay un poema en el que le robo un verso en el mismo título (lo pongo en cursivas): “Nada pido. Voy liviano”. ECDP: Por rematar con el tema de las referencias, ¿qué poetas o escritores, más allá de los mencionados, están en Juegos privados? Hablo de técnica, de juego de espejos que solo el autor conoce, hablo de lo lúdico secreto y de lo oculto o privado parafraseándote. CC: Eso es exactamente, Borges o Eliot lo llamarán la tradición; Strand, “la vida secreta de la poesía”. El hecho es que los escritores suelen tomar recursos formales de otros escritores, renovándolos -y rindiendo homenaje- al usarlos. Para mí está sobre todo algo que valoro mucho, que es la estructura musical de cada poema, cada verso. Yo suelo usar rimas escondidas y lo que se llama mezza rima, que consiste simplemente en que el final del verso rima pero no con el final del otro sino a la mitad. Ese recurso lo tomé (la técnica) de la “Égloga II” de Garcilaso de la Vega (que a su vez lo tomó de Petrarca). Como dije en la conversación con Juan Cruz cuando se presentó el libro, yo he leído de todo pero puedo decir que mi formación es más bien clásica, y cuando digo clásica digo Siglo de Oro: Garcilaso, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, los barrocos Góngora, Lope de Vega y, para mí el mejor, Don Francisco de Quevedo. Y entre los posteriores, siempre regreso a Antonio Machado, soy machadiano total. Fíjate, no son sólo los polacos. Ah, y otro recurso musical que suelo usar es la aliteración, y eso lo tomé de Rubén Darío. ECDP: La voz poética parece ir por libre respecto a nuestra actualidad vital (y digital); elogia la inseguridad y la duda frente al conocimiento; la lentitud, la reflexión y el “santo ocio” por encima del “negocio”; el agradecimiento y el regocijo sobre el “ayayay”; o el aprecio del fluir temporal contra la exposición fotográfica constante. ¿Se puede escribir literatura estando totalmente integrado y asimilado en la era que corresponde o es necesario el extrañamiento y su desencaje? CC: En sus inicios, el poeta era “la voz de la tribu”, como dice Pound. La épica de Homero es la expresión de los valores de la Grecia antigua. O aún más atrás: la figura del que cuenta (y canta) un cuento en torno a una hoguera, es el cuento de la tribu. Pero eso se fue perdiendo. Ya Platón expulsó a los poetas de su República. Y después del spleen de Baudelaire y la figura del poeta maldito (algo de lo que estoy muy lejano), la escisión entre el poeta y la sociedad a la que pertenece estaba consumada. Al escribir, yo intento hablarle de tú a tú al lector, consciente de esa escisión. ECDP: La distancia con la realidad que señalo en la anterior pregunta se realiza sin aspavientos ni pesanteces, sin rasgado de vestiduras; al contrario, el tono es celebratorio, bienhumorado, sereno y seductor. ¿A qué responde ese rumbo positivo? Existe un gran cambio respecto a la melancolía de Bajo el balcón, o el combate de Rojo como la cabeza de un fósforo. CC: Sí, como dije antes, Juegos privados es un libro diferente. Este es un libro de celebración y agradecimiento donde lo que predomina en la manera de ver las cosas, y de escribirlas, es el humor, y una especie de ironía compasiva. Esto es algo deliberado, pues en la poesía occidental contemporánea prevalece la ironía, pero parece que la risa, la simple risa, estuviese prohibida en la poesía. Estos poemas los he leído en público y con algunos de ellos la gente se ríe. También sé que se han reído, porque me lo han comentado, unos cuantos lectores del libro. Para mí eso es un regalo. ECDP: Sexo y vida parecen casi sinónimos en algunos poemas. Me ha admirado la naturalidad con que traduces este tema a la página escrita; no solo se da en este libro. ¿Cómo se hace para poetizar lo íntimo y lo erótico sin caer en manoseados clichés? ¿Cómo lo vives tú? ¿Algún referente literario en este logro tuyo? CC: Bueno, gran parte de la poesía mística se expresa a través de imágenes eróticas. Por ejemplo, el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz. En la Biblia, el Cantar de los cantares (que tradujo Fray Luis de León). Esto también se ve en la poesía árabe. Yo lo vivo de manera completamente natural, soy discípulo de Whitman también en eso: “Sexo, sexo, sexo, la raíz de las raíces, la vida debajo de la vida”. ECDP: Es ya tu tercer libro en Kalathos ediciones, ¿qué significa esta casa para ti? Háblame de la edición y la bella portada que lo envuelve, por favor. Una mínima semblanza biográfica de esta obra como realidad cultural que sostenemos entre los dedos. CC: Artemis Nader y David Malavé, sus directores, son mis amigos. También formo parte del comité editorial (risas). El trabajo de Kalathos en España es impresionante, por la calidad y la cantidad de libros que ha publicado. Ha logrado formar parte del Gremio de Editores de España, ha estado ya dos veces en la Feria del Libro de Madrid, la última con su propia caseta; tiene una distribución potente en España, Portugal, Europa, Estados Unidos, Latinoamérica. Además, sus libros están siendo comprados por importantes universidades y bibliotecas de Europa y Estados Unidos. En cuanto a la bella portada del libro, es algo que significa mucho para mí. Es un mandala que me regaló hace tiempo mi cuñada, la extraordinaria artista plástica Natalie Rocha Capiello, que ilustró antes Rojo como la cabeza de un fósforo (2018). Durante años fue el fondo del escritorio de mi ordenador. Cuando me preguntaron por una imagen para la portada me acordé de ese mandala de manera espontánea. Cuando Natalie me lo regaló venía además acompañado por una canción: What a Wonderful World, de Louis Armstrong, que ahora pienso que también está en armonía con el espíritu del libro. Si hablamos de reír, nadie como Sachtmo. ECDP: ¿Y qué ha sido de tu biblioteca? ¿Cuánto se ha colado de ella, o de su pérdida o ausencia, en este libro? CC: Mi biblioteca, que era todo mi apartamento menos el baño, se quedó en Venezuela. Muchas veces me hacen falta libros que quedaron allá. Entre los pocos que me traje está un libro que se titula Conversaciones con Walt Whitman (que es una recopilación de lo que decía Whitman, hecha por uno de sus discípulos, Horace Traubel), Szymborska, Cadenas… Pero la pérdida de la biblioteca está inmersa en una pérdida mayor. Así que es mejor, sobre todo a cierta edad, desprenderse, desapegarse. De todas maneras lo que he leído está en mí. ECDP: Para terminar, ¿cuáles son tus planes, Carmelo? ¿Presentaciones, libros, lecturas…? CC: Aunque no me gusta “hacer planes”, sí está pendiente con la editorial una presentación del libro en Valencia, y una lectura en Granada con mi amigo y autor de Kalathos, Salvador Galán. Y bueno, lo que vaya viniendo. Estoy pensando en que, ya con siete libros, podría irse preparando una antología y publicar ese libro inédito, “Canciones de insomnio”. Y bueno, tengo otro de prosa fragmentaria que también me gustaría publicar, “Notas a pie de página”. Por último, quisiera darte las gracias por esta conversación, agradecer a la revista, a sus editores y a sus lectores. Extraemos dos poemas del libro Juegos privados No vivo para la poesía. Escribo a veces sí, a veces no. La poesía es importante, pero también hay otros asuntos importantes en este mundo. No postergo nada urgente para correr a escribir. Mentira: Sí postergo muchas cosas urgentes para correr a escribir. Pero no vivo para la poesía. En realidad, no vivo para nada en especial. Sólo vivo. A fin de cuentas el “poema” es apenas una página en blanco que poco a poco se va llenando de letritas. Y cuando está llena decimos: “Es un poema”. Luego la página se va volando, volando, y, con suerte, llega a manos de un lector. El impulso del que escribe, lo que pasa dentro del lector, es, creo, lo que llamamos poesía. ¿Y entonces? La página ya no está en blanco, está llena de letritas colocadas lo mejor que pude. Allá te va, lector, volando, volando. Aspiro el aire, sumerjo
la cabeza en el agua y veo en el fondo de la piscina los reflejos del agua en el suelo. Espiro el aire, saco la cabeza y veo la silueta de los eucaliptos recortados contra el cielo claro, los reflejos de la luz solar en las ondas de agua. Aspiro y espiro, aspiro y espiro. Si cuando me arrojé estaba nervioso, después de unas diez vueltas todo cambia. La cabeza que tanto pensaba ahora sólo se sumerge y emerge. El lugar de los pensamientos lo ocupa ahora el ritmo de la respiración. Aspiro y espiro, cada vez más lentamente, mientras nado estilo pecho, estirando los brazos y las piernas. Después de veinte vueltas la mente está vacía. Y si llego a pensar en lo que hace poco me atribulaba, lo hago de una manera muy distinta. Entre el ritmo constante de la respiración, la luz del sol, las ondas de luz en el agua y en el fondo, bailando, los problemas de esta mañana cobran su justa dimensión. Entre las ramas de los eucaliptos que mueve el viento, bailando, ya nada se ve igual. Es un día de semana, los demás trabajan y tú estás aquí, nadando a solas. Te sientes como si fueras rico, colmado, con más de lo que esperabas recibir. Y lo eres, quién podría dudarlo. Aspiro y espiro, y lo hago en el agua (seguramente porque es el elemento de mi signo, Cáncer). Otros practican yoga o tai-chi, yo nado. El asunto es quebrar los rieles del tren en que andamos montados, cada quien como puede. El asunto es el ritmo de la respiración. A mí me gusta nadar. El agua, la luz, el aire bailan en esta mañana que el ocio le roba al negocio.
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Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA Brocal y voraz Brocal y voraz (La Garúa, 2023) no es exactamente el debut literario de Mª Carmen Ruiz Guerrero (Murcia, 1976), pero es como si lo fuera, ya que su primer libro-caja, Sólo esto. (2019), diseñado por Cristóbal Sánchez e ilustrado por Enrique Escolar, fue una publicación íntima, de corto alcance. En realidad, la autora se estrena de la mano de una editorial, La Garúa, que lleva años batiéndose el cobre en verso desde Barcelona. Brocal y voraz es una llamada de atención que se justifica sola; un libro al que hay que echarle no sólo un vistazo para tomarle el pulso a una poeta “emergente”, sino que hay que reseñarlo y valorarlo como lo que es: el fruto de una voz que se abre paso sin alboroto, porque ya tiene madurez y no necesita sazonarse más. Está en su punto. Disfrutémoslo. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: En Sólo esto hay un poema en el que, mientras te duchas, lanzas esta pregunta sobre lo que tu cuerpo silencia: «¿Cómo es posible que se arremolinen / aquí tantos proyectos, / tantas inquietudes, tantos / cataclismos, sueños y desesperanzas? / Un cuerpo pequeño, finito, / tan insignificante / comparado con la energía que encierra...». ¿No estarías anunciando, sin saberlo, la “explosión” que vendría con Brocal y voraz? —Mª CARMEN RUIZ GUERRERO: Sólo esto nace desde la necesidad de recoger y dar forma a todo ese caos poético que andaba dando vueltas durante veinte años, y no podía ser de otra forma que desde el desorden, que es el subtítulo del libro (Sólo esto. Poesía en des-orden). De alguna manera se convierte en una llegada y un punto de partida, como poner a cero el cuentakilómetros para tomar impulso. Creo que es mi forma de actuar y de relacionarme con el mundo en el día a día. Cada cierto tiempo tengo que parar y reorganizar, porque suelo tender al caos sin proponérmelo. No sé si tengo demasiados intereses para tan poco tiempo, se me arremolinan las inquietudes y hay que meterlas en vereda. Por otra parte, entre Sólo esto y Brocal y voraz hay otro libro de poemas que se ha quedado guardado. Quizá la carga negativa de esos poemas, que al mismo tiempo juegan con la ingenuidad de una voz que descubre que la realidad es oscura —ingenuidad también en la forma—, lo ha obligado a estar en silencio. Brocal y voraz en ese sentido sí es un estallido, pero mucho más controlado. —ECP: Se divide Brocal y voraz en “Lo hondo”, “Nivel del espejo de agua” y “La boca”. ¿Cuánto de necesaria era esta verticalidad en la estructura tripartita del libro? —MCRG: La metáfora del pozo me ha interesado siempre. Es una fuente de vida y un elemento mágico en muchos imaginarios, pero no puedes fiarte de poder salir. En el centro del patio del colegio “de los pequeños”, en El Esparragal, teníamos un pozo. Mi recuerdo, que no sé si es imaginación, lo pinta de verde. Atraía poderosamente nuestra atención, porque además no estaba permitido acercarse. ¿Viviría dentro el demonio? —nos lo preguntábamos constantemente—. Luego me fui dando cuenta de que allí pueden esconderse sentidos que no encontramos fuera. La verdad no está siempre en lo que vemos, la mirada hacia lo oculto es necesaria. El poema por el que me preguntabas antes parte de un punto de vista parecido. La complejidad de la realidad no la vemos cuando no miramos bien, y aquí la he representado en esa verticalidad-profundidad, que de todas formas no es un camino de un solo sentido; en muchos poemas hay referencias también a la horizontalidad. Y si te das cuenta, en ningún momento se sale completamente del pozo. No hay un salto al exterior. Además, después del desorden de Sólo esto, quería hacer un esfuerzo por reordenarme, una especie de desafío poético. —ECP: ¿Puede ser la oscuridad un lugar confortable? En “Lo hondo” así lo parece. —MCRG: Incluso necesaria. Ofrece tibieza y silencio. La oscuridad aterroriza a los niños, a mí también cuando era pequeña. Sin embargo, un día empecé a sentirla como fuente de paz, una cómplice de la necesidad perentoria de parar cada cierto tiempo. En Brocal y voraz, y en otros poemas que no están en el libro, esa oscuridad está ligada a la naturaleza, al hueco del árbol, por ejemplo. —ECP: ¿Debe uno aceptar la imperfección para empezar a “cantar”? —MCRG: Si no la aceptas, estás continuamente rebelándote contra ella, y no dejas espacio para ese canto. Es inevitable que las relaciones se estropeen, que falten personas de las que no querías separarte, que muchos deseos no se cumplan. Están ahí y no sirve de nada ponerse una venda en los ojos. Puedo cantar porque lo sé. También es verdad que hubo un momento previo a toda esa imperfección en el que el canto era mucho más inocente. Ahora es un canto desde la consciencia. Existe lo irreparable, aunque no nos guste. De todas formas, aceptar la imperfección no significa aceptar la injusticia o las desigualdades. Eso también quiero que quede claro. Estar viva y consciente implica la rebelión, porque hay muchas cosas que sí se pueden arreglar. —ECP: El comienzo de “Nivel del espejo del agua” es un poema de rotunda belleza sobre la experiencia traumática de un aborto y la contemplación de dos hijos que sí crecen sanos. ¿Por el dolor a la alegría, como el lema de Beethoven o el verso de José Hierro? —MCRG: Ese poema de José Hierro es de mis preferidos. De hecho, es una de las citas que aparecen en Sólo esto. Creo que Hierro lo toma de Goethe. Es que el dolor es inevitable, y además es un rumor que una vez que llega no termina de irse nunca. Pero a la alegría no estoy dispuesta a renunciar. Es un grito de rebeldía y un camino de relación con el otro, que también lleva sus dolores a cuestas. El poema de Carmen Martín Gaite ‘Mi ración de alegría’ se ha llegado a convertir en ocasiones en un mantra. —ECP: «Parece que rezo, pero no tengo Dios». ¿Llegas al ateísmo por desengaño o por convicción? —MCRG: Creo que llego al ateísmo por rabia al principio, por la instrumentalización del miedo y del dolor que veo en las religiones tantas veces, y por convicción absoluta después. —ECP: Sales al balcón, doblas barrotes de una jaula, derrumbas paredes... Todos son actos escritos en “La boca”. ¿La liberación personal coincide con la liberación poética? —MCRG: Creo que derribo más paredes en la poesía de las que se dejan derribar en la vida real. Hay un deseo irreprimible de romper fronteras que sólo nos encierran. Estaría bien que algún poema sirviera de ariete. —ECP: Aparte de a tu hermana Leo, el libro está dedicado «a quienes eligen escuchar». ¿Quiénes son los que eligen no escuchar? —MCRG: Demasiadas personas. Tengo la sensación de que nos hemos convertido en sujetos que mantienen monólogos, apenas nos paramos a escuchar a quienes tenemos cerca. No sé si el motivo es la sobreocupación del tiempo, las redes sociales —en las que nos capuzamos y ya no somos capaces ni de asomarnos fuera—, que no nos interesa lo que otros puedan contarnos. Escuchar supone un esfuerzo que estamos dejando de valorar. Soy consciente de que a mí también me pasa y quiero estar alerta. En nuestras disputas políticas está asimismo muy presente. Tenemos un punto de vista y ponemos una barrera, agresiva o muy agresiva a menudo, ante lo que viene del “lado contrario”. Escuchar supone siempre aceptar una responsabilidad, al igual que ver, y no somos más inocentes por hacer oídos sordos a los problemas ajenos, cercanos o globales. Siguen existiendo a pesar de nuestra sordera, que se convierte por desgracia en una nueva frontera. —ECP: ¿Sientes que, al “descoagular” tu presencia poética con Brocal y voraz, vives un frenesí de lectura y escritura?
—MCRG: Vivo en un frenesí de lectura y escritura desbordante. Me da ansiedad no poder leer todo lo que voy descubriendo y que me maravilla. Acumulo libros y después voy a la biblioteca y me llevo más a casa. No significa que me guste todo lo que cae en mis manos, pero hay tanta buena poesía por ahí, dentro y fuera de la región, que me falta el tiempo por todas partes. Te iba a empezar a decir nombres propios, pero la lista sería larguísima, y sería injusto dejarme poetas sin nombrar. Disfruto leyendo y aprendo cada día de su concepción de la poesía, de su postura ética y estética, con tantas diferencias y, por el mismo motivo, tan enriquecedoras. —ECP: Queda bastante obra de Mª Carmen Ruiz Guerrero que ofrecer en el futuro al lector, ¿no? —MCRG: Tengo varios archivos con un buen puñado de poemas que están incluidos en tres posibles libros, el que te comentaba antes, anterior a Brocal y voraz —que probablemente se quede bien guardadico—, y un par a los que di forma prácticamente al mismo tiempo que a este último. Luego, escribo siempre. No siempre al mismo ritmo, pero sí con bastante continuidad. Es mi forma de estar en el mundo, y de no explosionar o implosionar cuando menos se lo esperen quienes están cerca. Qué rumbo tomarán, lo veremos. Entrevista realizada por GEMA ALBORNOZ Quienes llegaron Esta autora cordobesa es activista cultural y doctora en Literatura Española. Ha realizado estancias en universidades como Burdeos, el Colegio de México, Éxeter y Oxford. Fue reconocida con el I Premio Cuadernos del Sur a escritora joven más destacada (Fundación Cajasol) en 2023, al tiempo que su libro Muchacha con mirlo en las manos resultaba ganador del Premio Carmen Conde de Poesía de Mujeres, convocado por la editorial Torremozas. Con anterioridad, ha publicado tres libros de poesía: 13 segundos para escapar (Torremozas, 2017), La teoría de los autómatas (Hiperión, 2018) y El cielo roto de Shangái (Bartleby, 2022). En 2024, su libro Quienes llegaron, publicado en la editorial Cántico, ha quedado finalista del Premio Andalucía de la Crítica en la categoría de relato. Crucemos los dedos para que se lo lleve. Ojalá que esta entrevista contribuya. Y si no fuera así, ya vendrán otros laureles. De momento, sumerjámonos en Quienes llegaron. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Qué proceso de escritura prefieres, la poesía o el relato? —ESTEFANÍA CABELLO: Esta es una complejísima pregunta. No tengo nada clara la respuesta. Son modos de escritura muy diferentes que responden a su propio mundo idiosincrásico. No podría escoger entre uno y otro; tampoco como lectora. Generalmente leo ambos por igual. —ECP: ¿Cómo ha sido la incursión en estos relatos con una raíz común e identidad propia? —EC: Ha sido un libro cuyo proceso de composición me llevó mucho tiempo. Tenía claro que quería narrar la historia desde un componente histórico y documental, aunque sin renunciar al ejercicio ficcional, ahondando, además, en la cuestión de género. Ahí encontré la idea para narrar los siete cuentos, desde voces distintas pero siempre en femenino, que nos fuesen hablando desde el momento de ese difícil asentamiento colono hasta la actualidad. —ECP: De esas coordenadas en los asentamientos coloniales de la campiña andaluza, ¿cuáles sería la rosa de los vientos de Quienes llegaron? —EC: Cada cuento responde a una voz, edad y ubicación temporal diferentes. —ECP: A simple vista, ¿son recuerdos ficcionados o ficciones de recuerdos? —EC: Es una mezcla de ambos. En Quienes llegaron hay mucha ficción, pero ficción documentada: por ejemplo, todos los cuentos que se ambientan en otro momento histórico. Estos ocuparon muchas de mis lecturas, hasta la revisión de crónicas oficiales y otros documentos como la disposición de las “suertes” (los pedazos de tierra) que distribuían a cada colono. También hay recuerdos de experiencias personales trasmutadas en ficción; por ejemplo, las palabras, las tradiciones y el lenguaje empleado por la abuela del cuento ‘Aquí nunca pasa nada’ o la curiosidad que despertaba cualquier suceso en las personas que compartían esa tierra contigo, en tus convecinos (por ejemplo, el cuento ‘Suerte Rosales’). —ECP: Reflejas ese silencio de campiña como parte importante de la narración. ¿Cómo es la cultura del silencio «en el suelo que conoces»? —EC: El silencio es muy importante. Todo aquel que haya estado en la campiña solo de noche, lo conoce. Como es el caso propio, la casa donde me crié. Cuando me quedaba sola de pequeña en ella, me daba miedo escuchar cualquier sonido porque todo se expande y multiplica en ese silencio de la noche en el campo. Una crece con el respeto a ese silencio y a la naturaleza, pero también con un punto de temor o misterio, especialmente cuando se es pequeña. —ECP: Uno de mis relatos preferidos es ‘Aquí nunca pasa nada’. ¿Cómo de indispensable es el rol del espacio doméstico en Quienes llegaron¿Las palabras ayudan a limitar el espacio —y ámbito— doméstico de la mujer en tus relatos? —EC: Sí. Eso se percibe muy bien en los relatos en los que se menciona el hogar o la casa, es decir, el espacio físico que se ocupa. Especialmente en el relato mencionado, ‘Aquí nunca pasa nada’. El lenguaje empleado conscientemente en el libro quiso ser reflejo de ello y de esa limitación espacial que pesa sobre las protagonistas. —ECP: ¿El llanto es una debilidad? —EC: Cada vez estoy más convencida de lo contrario. Siento que es una fortaleza. No el llanto en sí, sino el no tener miedo a mostrar tus sentimientos y a la validación de ellos. Una quiere mostrar cuando ríe y está feliz, pero no cuando está mal. Eso lo percibimos constantemente en redes sociales y se acentúa más aún en pueblos pequeños donde se mira con lupa el estado perfecto, que no existe. Ni todos somos guapos, ni maravillosos ni nos va estupendamente bien. Esa validación de que no siempre se es invulnerable, esa capacidad de humanizar el crecimiento y aceptarlo, me parece la verdadera fortaleza. —ECP: Hago mías tus palabras «Pero qué historia quieres que te cuente ahora, niña». ¿Qué supone el síndrome de la impostora en el proceso creativo de la mujer? —EC: En el proceso creativo de la mujer quizá no mucho más de lo que podría suponer también para cualquier otra persona que ejerza el ejercicio creativo, que siempre tiene un punto de “imposición”. Pero sí en el proceso de acceso al mercado editorial y a la esfera pública que han padecido las mujeres a lo largo de la historia. Cuando Carmen Conde entra a la Academia, en 1979, al ser la primera mujer que lo hace, se acuerda de todas las que lo intentaron previamente; se acuerda, entre otras, de Gertrudis Gómez de Avellaneda y de Emilia Pardo Bazán. Y ese discurso le sirve a la vez como escudo y defensa. Aún sentimos en muchas ocasiones la necesidad de recordar ese escudo y de agradecer ese camino. En ese sentido, sí podría influir el síndrome de la impostora, pero a nivel histórico. Nuestras escritoras del siglo XIX (y previas a ellas, otras) sí que tuvieron que lidiar con ese síndrome constantemente sin saberlo y, lo que es más duro, defender su condición de intelectuales y escritoras de cara a la galería. —ECP: Reflejas bien las tradiciones y cuestiones del trabajo en el campo. ¿Crees que, en la actualidad, se dan las mismas situaciones de diferencia de género y asignaciones de tareas?
—EC: Indudablemente, sí. En las zonas rurales, la atmósfera no ha cambiado mucho, y esto tiene que decirse y tienen que decirlo, precisamente, personas que vivan en esas zonas. Y digo indudablemente porque conozco de cerca las labores del campo por el contexto en que he crecido y te puedo afirmar que muy pocas mujeres (si no ninguna) conducen tractores en su jornada laboral, o se encargan de la maquinaria y sus arreglos, o de ir a tomar una copa a los bares con sus amigas después del día de trabajo. También conozco a muy pocos hombres que se encarguen de cuidar a niñas o niños y atenderlos cuando salen del colegio como sueldo adicional, o muy pocos hombres que realicen labores de costura; generalmente son labores que se siguen destinando a las mujeres. Por tanto, hay una diferenciación de asignación de tareas clara aún en estas zonas. Si les dijese a mis tías, vámonos al bar a tomar una copa en Navidad y que cocinen ellos este año, sería un escándalo. También es cierto que las generaciones que vienen por delante están cambiando estos patrones de una manera más rápida. —ECP: ¿Consideras que todo pronto será ruina en las zonas rurales? —EC: Hoy en día hay un movimiento migratorio de jóvenes hacia las ciudades, que es donde está el ocio y una oferta más amplia de actividades laborales. Así que, aunque suene poco ideal, no le veo mucho futuro a la zona rural a nivel laboral y de crecimiento. Creo que sí hay esperanza en la zona rural entendida como actividades de ocio o para segundas residencias. Una siempre piensa romántica y simbólicamente en que le gustaría vivir en la naturaleza, pero es complicado luego que esa idea se mantenga y vivir cómodamente en un entorno verdaderamente rural; pero, a la par, también nos hace bien respirar ahí y alejarnos de las grandes concentraciones de gente; por tanto, tampoco creo que todo sea ruina o me gustaría pensar que no. Ojalá que no. Entrevistado por El Coloquio de los Perros «El poema siempre está en construcción» Luego de un libro publicado en España en 2020 por la editorial Liliputienses, (Fotografías), y dos en los Estados Unidos por la editorial Casa Vacía, el poemario Siluetas hablando porque sí (2022) y el ensayo El lento hacer (2023), ambos por Casa Vacía, el escritor argentino Diego L. García (Buenos Aires, 1983) ha sacado otra obra determinante en su trayectoria: se trata de Unos días afuera, una antología que recorre todo su trabajo poético. La misma ha sido editada por Pixel en Argentina, a fines de 2023. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Gracias, Diego, por esta conversación. ¿De qué se trata tu nueva publicación Unos días afuera? —DIEGO L. GARCÍA: Gracias a ustedes, es un placer. Unos días afuera es un libro importante para mí, ya que recoge textos desde 2013 a 2023, haciendo de alguna manera un libro nuevo a partir de esa reelaboración que permiten las antologías. Realmente fue una gran noticia que la editorial me propusiera este libro y su composición también ha sido gratificante, pues me permitió volver sobre textos escritos hace bastante tiempo, los primeros se remontan a 2002, aunque aparecieran más tarde en libro. Poder corregir, o mejor dicho reescribir algunos versos y a su vez construir una nueva propuesta desde ese ensamble me ha gustado mucho. El poema siempre está en construcción, siempre puede volver a su estado textual desde donde ensayar otras alternativas. Así que, a su manera, este es un libro nuevo desde lo orgánico. Contiene un remix cronológico, en gran parte los últimos dos poemarios, con el agregado de una serie que estaba inédita hasta ahora. Y en cuanto a su edición, la verdad que Pixel ha hecho un trabajo de lujo, es un objeto muy bello, uno siempre desea que su escritura sea así cuidada. Estoy agradecido por ello. —ECP: ¿Podremos tenerla aquí en España? —DLG: Por el momento se está distribuyendo sólo en Argentina. En España pueden conseguir (Fotografías), en una edición muy linda que hizo Liliputienses, y los dos editados por Casa Vacía a través de las tiendas virtuales. —ECP: A propósito, publicaste un libro de ensayos. Cuéntanos un poco sobre él.
—DLG: Sí, se titula El lento hacer. Ensayos sobre imagen y escritura, y lo editó Casa Vacía el año pasado en los Estados Unidos, pero puede conseguirse en otros países. Es un libro que me costó muchos años terminar, sobre todo encontrar el tono adecuado para salir de la formalidad académica, pero también del molde de la reseña que por entonces escribía muchas en distintas revistas. Mi intención en este caso era poder dar con otro tono, tal vez algo más poético o, podría decir, más abierto. Son ensayos muy breves que abordan siempre una imagen, ya sea una fotografía, un film o una imagen literaria. Me interesaba explorar aquello que no está en el primer plano, en la obviedad, que a veces con lo visual es difícil de captar. Vivimos en un tiempo de imágenes simplistas, de un erotismo básico, de mensajes chatos y directos. Y como contracara, me interesó adentrarme en los espacios periféricos de cada obra que iba tomando, impulsarme en ellas para pensar algo más. Algo fuera de cuadro. Así también salir antes de que las cosas se pongan demasiado explicativas. Me gusta el ensayo que no termina de resolver el asunto, sino que invita al lector a continuarlo. —ECP: Desde ese aspecto, ¿qué relación estableces entre el ensayo y la poesía? —DLG: Creo que ese es el punto de fuga de los géneros que elijo a la hora de escribir. Entiendo al poema como un territorio donde se puede pensar en proceso, en tiempo real, donde a la vez que el mundo es convocado, también lo es la puesta en cuestión de sus mecanismos. No me interesa el poema cerrado, que apela a un remate, que organiza información de manera lineal. Ahí es donde lo ensayístico como campo de pruebas abre espacio a una escritura que desborda de la idea tradicional del “poema”. Aparece el desecho, la interferencia, el maldecir, la rudeza, en medio de un tapiz que va desenvolviéndose sin saber del todo hacia qué destino. Y en el ensayo en prosa, es el ritmo, la construcción lingüística, la ambigüedad, lo que irrumpe en el esquema narrativo para dar otros colores al pensamiento. Considero que atenerse a los preceptos clásicos de un género es limitar la potencialidad de la experiencia. Esa experiencia de dos caras, escritura y lectura. —ECP: Volviendo a Unos días afuera, ¿dónde se produce esa fuga de la que hablas? —DLG: La cuestión de la imagen posiblemente sea una de mis obsesiones, así que desde las referencias al cine, sobre todo el noir norteamericano, a fotografías, a escenas callejeras, la trama poética se recorta en algo a medias entre lo espontáneo y lo técnico. Quiero decir, trabajo con texturas reconocibles a veces y otras que ya no guardan referencias claras, puesto que ha quedado el vacío de una sintaxis rota o una superposición como esas pegatinas callejeras en las que se intuye un fondo anterior. Desde esos procedimientos que parecen bastante plásticos, el poema se corre de la necesidad de un pacto inteligente en el sentido capitalista. Suele considerarse al lector como alguien que debe resolver el asunto, que debe sentirse recompensado con un entendimiento mediano, una lucidez aplaudida para que lo empuje a seguir comprando ese bien cultural tal como lo haría con un electrodoméstico. Ahí es donde mi poesía no pacta, sino que sale del carril o intenta hacerlo (no sé si siempre lo logro). Entendido así, el poema puede liberarnos de lo pensable de la época, del aturdimiento de la razón económica, del exitismo idiota del que no está exenta la literatura cuando quiere vender verdades. Unos días afuera es eso, unos días afuera de esa lógica para mirar las cosas de otra manera. Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA Venero Nares Montero, madrileña de 1982, publicó el pasado otoño un libro que merece la atención de nuestra mirada cervantista y canina. Aunque está escrito en forma versal, lo cierto es que cada poema parece el pecio lírico del diario de una náufraga que quiso dejar negro sobre blanco un profundo camino de dolor, cincelado, eso sí, de manera exquisita. Porque el dolor es salvaje, y hay que tener talento para canalizarlo, escribirlo y sabiduría en el manejo de un idioma para retorcerlo y exhibirlo con la expansión, la elegancia y la pericia requeridas. El libro lleva por título Venero y ha sido publicado por la editorial hispano-chilena RIL. Adentrémonos en sus aguas. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Recién terminada la lectura de Venero, hay dos símbolos, agua y flor, que sobrevuelan en el ambiente. Son, creo, los vocablos más repetidos en el libro y están colocados en el lugar adecuado de cada poema. ¿Simboliza el agua en Venero vida o simboliza muerte? ¿Y las flores, con tan buena prensa siempre? Hablas varias veces de su muerte también. —NARES MONTERO: Efectivamente, en el poemario hay una serie de vocablos y de conceptos que se repiten sirviendo de hitos de sentido. El agua es en sí misma la sustancia del libro y su valor es el discurrir, el mismo tránsito. Las flores emergen salpicadas como aquello que surge en las orillas. Existe en su presencia un impulso de detención, de arrobamiento, como en los vínculos que se producen con quienes te encuentras en la vida. Pero todo ha de seguir, y las relaciones, como las flores y a quienes quieres, mueren sin que nada pueda evitarlo. Además de agua y flores también hay muchas “manos” en Venero, todos elementos necesarios para el rito. —ECP: ¿Se podría decir que —por desgracia, por poeta, por mujer o por las tres cosas— eres especialista en dolor? —NM: Soy humana, esa es mi condición. Espero no ser especialista en dolor por ninguna circunstancia. Soy, eso sí, testigo del daño y doy testimonio del dolor que provoca. El dolor y su construcción cultural me interesan, al principio como motor intuitivo y más tarde como cimentador de imaginarios y creencias. Creo que hay circunstancias innegables que condicionan la existencia de cada cual, y dependiendo del entorno y la cultura se construye una idea de dolor y de sufrimiento, aunque también considero que existe la posibilidad de hacerse cargo del dolor, y que nada es más sanador que la idea de reparación y restitución de la propia autoestima y de la dignidad colectiva. —ECP: La partición de Venero son “Nacedero”, “Escorrentía”, “Curso subterráneo” y “Hontanar”. ¿Por qué hay cuatro estaciones en esta navegación y no tres o cinco? —NM: La respuesta corta es que el poemario así lo pedía. Quiero decir que no es una decisión planeada de antemano, si no que, en la construcción y agrupación de los poemas, poco a poco, se fue definiendo la estructura del libro. A este poemario le llevó mucho tiempo ser el que es, su periodo de escritura fue largo, pasó por varios títulos y otras disposiciones hasta que encontró la manera de sujetarse en esas cuatro estaciones que lo llevan a decir exactamente lo que dice. —ECP: Has escogido ocho citas de escritoras que robustecen Venero: Tsvetáyeva, López Mondéjar, Carolina Coronado, Chacel, Mercedes Cebrián, Paca Aguirre, Simone Weil y Mercè Marçal. Es evidente tu posición feminista que reclama, que vindica, que reivindica... ¿Querrías matizar tu postura? Lo digo por la confusión, no sé si inducida, que últimamente rodea a la causa. —NM: Soy feminista, tú lo has dicho. Existe un compromiso político en lo que hago y en cómo lo hago. Mi postura es evidente y explícita. Trato de no dejarme llevar por la confusión o las modas. No resulta fácil ni cómodo pero el feminismo es un faro que apunta en una dirección inequívoca y justa: acabar con todas las violencias que sufren las mujeres a causa del patriarcado en todos los rincones del mundo. Esa es la brújula y me sirvo de ella y de referentes de autoridad como las mencionadas, tal y como se ha hecho a lo largo de toda la historia humana, para sostener lo que hago y lo que pienso. —ECP: Juegas a menudo con el léxico, con las reglas gramaticales, en algunos poemas incluso con la grafía. Esta inclinación recuerda al estilo que ha hecho célebre a Berta García Faet. ¿Reconoces su influencia o, al menos, vuestra conexión? —NM: Admiro el trabajo de Berta, es una poeta magnífica que ha hecho de su particular juego con el lenguaje un estilo inconfundible. Berta es algo más joven que yo y aunque eso no implica que no pueda ser una gran referencia poética conocí su escritura después de comenzar a escribir este libro. Además, pienso que el trabajo de los poetas y de los escritores es precisamente aprender los fundamentos del lenguaje y jugar con ellos, no necesariamente en ese orden. En este sentido no conozco ningún poeta que no lo haga y no que trate de hacerlo a su manera habiendo aprendido antes de quienes les precedieron. —ECP: Una de las imágenes más conseguidas para mí es aquella en la que humanizas a unas flores domésticas que «sólo miran / los pájaros de afuera». ¿Es el hogar en Venero un trauma? —NM: Tal como dice Lola Nieto en el texto de la contraportada, Venero tiene reminiscencias de veneno. Una palabra que al principio designaba cualquier poción o bebedizo, bueno o malo, para la salud. Sólo con el tiempo adquirió su significado tóxico o perverso. Todo veneno animal genera una respuesta inmunológica y es de esta respuesta desde donde se debe elaborar el antídoto. A veces el daño o el trauma, que en su etimología es herida, es inevitable, pero como ya he dicho antes nos queda la reparación, la vacuna, la respuesta espontánea que da la supervivencia. —ECP: En tu caso, ¿te salva la escritura? —NM: Con el tiempo me desprendo de ciertos romanticismos. No sé si la escritura me ha salvado de algo alguna vez. Como dice Lola López Mondéjar en El factor Munchausen, la salida creadora es una gran herramienta para el sujeto herido. La capacidad creativa de reconstruir, transformar y elaborar un nuevo sentido se puede asociar con la idea de rescate o, de una manera más pragmática, como salva un buen zurcido a un viejo calcetín. —ECP: La culpa asoma también interrumpidamente en Venero. ¿Crees que alguien podría erradicar ese sentimiento, tan ligado a la creencia religiosa? —NM: La culpa es humana. No sabemos de otros animales que expresen culpa, aunque a menudo interpretemos sus comportamientos en base a nuestras premisas. Y es que la culpa es un mecanismo de reacción vinculado a la conciencia moral y de él se sirve cualquier sistema que quiera imponer sus normas. La familia, la publicidad o el capitalismo inoculan culpa todo el tiempo de maneras evidentes y sutiles. Y se sirven de ella para conseguir sus propósitos: perpetuarse. No creo que se pueda erradicar un sentimiento (y dudo que se deba) pero sí creo que debemos conocerlo, saber qué lo provoca y cómo hacernos cargo de él. También hay mucho de creencia religiosa en consultar el tarot, el I Ching, o encomendarse a los antepasados como una suerte oráculo. Las creencias religiosas también son humanas y sirven para calmar la incertidumbre, el vértigo de no saber percibiendo, sin embargo, la medida de quienes somos como algo insignificante, sin poder ni control verdaderos, en el devenir completo de lo que llamamos existir. No creo que haya que erradicar lo que sentimos, creo que hay que conocerlo y aceptarlo para poder hacer de ello algo bueno si está en nuestra mano. —ECP: En la dedicatoria final guardas un agradecimiento especial para Lola Nieto y Ana Martín Puigpelat, por sus ánimos, dedicación y apoyo. ¿Podrías detallar en qué zonas de Venero se nota más la mano consejera de una u otra mentora?
—NM: Ambas han sido imprescindibles en el proceso final del poemario. A Lola le envié el manuscrito en un brote de atrevimiento mientras pasaba por un periodo de inseguridad especialmente agudo. Su respuesta fue muy valiosa porque me infundió el arresto que necesitaba para enviar el poemario al editor. Después, cuando el libro estaba en fase de maquetación, le pedí que escribiera el texto para la contra, mientras que le hacía una petición similar a Sandra Jiménez (@miradademujercollage) para que se encargara de la imagen de portada. Recibí el texto de Lola y la imagen de Sandra el mismo día y al ver lo bien que se comunicaban entre sí comprendí que el libro tenía la capacidad de llegar claro a otras personas. Eso me llenó de alegría. En cuanto a Ana Martín Puigpelat, ella ha sido mi ojo de halcón en la última corrección del poemario. La conocí primero gracias a las alabanzas que hacía de ella un amigo en común y después en la Fundación Centro de Poesía José Hierro. Es una poeta formidable con una trayectoria menos reconocida de lo que se merece, quizá por estar apartada de lo mediático y las redes sociales, pero solvente y generosa como pocas. Su contribución, como la de los buenos traductores, resulta invisible para los lectores, pero invaluable para quienes hemos tenido la suerte de contar con su apoyo. Detecta las asonancias y las rimas internas al vuelo, tiene una capacidad de síntesis envidiable y consigue mejorar cualquier imagen floja con una naturalidad y pericia que ya quisieran muchos. Es un gran privilegio haber contado con ellas en este proceso y les estoy muy agradecida. —ECP: «Cuando miento no duele nada». ¿Hasta qué punto crees necesaria la mentira, Nares? —NM: La mentira es un asunto complejo y lo debemos tratar como tal. Supone una solución cortoplacista que exime de la responsabilidad momentáneamente, o al menos tan momentáneamente como se sea capaz de sostener. Resulta simple y muy asequible polarizar la opinión sobre ella y decir que es dañina o necesaria según convenga. La mentira tapa, pero no repara. La mentira simplifica y busca atajos. Según se mire, la mentira puede ser una amiga cómplice ante una verdad cruel que te deja expuesto y vulnerable. Soy amiga de no usar, y por supuesto no abusar, en lo posible de ningún tipo de mentira, ni piadosa, ni perversa, ni para huir ni para obtener. Hay ámbitos como en la política y la gestión de lo público en los que creo que debería sancionarse hacer un uso ilegítimo. Pero no pecaré de querer hacer de ella un absoluto y acabar lapidada por mi propia moral. Como dice otra amiga poeta, «todo está en todo» y en nuestra mano está cómo usarlo o qué interpretar. Entrevista realizada por GEMA ALBORNOZ Todo rojo por dentro La madrileña Eva Gallud lleva más de quince años dedicada a la traducción y otros tantos a la escritura. Ha traducido a poetas como Emily Dickinson, Vera Brittain, Rupert Brooke, Siegfried Sassoon o Amy Lowell, y a narradores como Kate Chopin, Sarah Orne Jewett, Willa Cather, Edith Wharton, Guy de Maupassant, Henri Barbusse o D. H. Lawrence. Asimismo, ha publicado la novela Los años oscuros (2020) y los poemarios Raíz de ave (2018), El taxidermista (2016), Ningún mapa es seguro (2014) y Moléstenme sólo para darme de comer (2011). Su último libro es Todo rojo por dentro, de la editorial Dieciséis, casa en la que repite, y uno de sus proyectos actuales consiste en la escritura conectada de la que forman parte unos 30 miembros, un espacio femenino seguro de escritura llamado Micorriza. Nos interesamos por su último libro para conocer mejor a la autora. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Poesía o relato? —EVA GALLUD: No sabría cuál elegir. Me siento muy cómoda en los dos géneros. Creo que cada historia pide contarse de una forma. No soy yo quien elige si poesía o narrativa; es lo que va a contarse lo que decide qué forma es mejor para ello. A veces creo que es una cosa y termina siendo otra porque la historia necesita las particularidades de uno u otro género. —ECP: ¿Qué te aportan cada uno de ellos? —EG: En la poesía me siento más libre y más dispuesta a experimentar, como si fuese un espacio vacío más amplio, panorámico. La poesía es crear un paisaje, observarlo, habitarlo, sentirlo hasta dejarlo exhausto. Ahí es donde despliego de manera más voraz mi universo poético, aunque muchas veces estas imágenes se cuelan sin remedio en la narrativa. El relato me da la oportunidad de contar historias trenzadas por un imaginario más anclado a la realidad. —ECP: ¿Qué te ha permitido el relato corto que no te permite la poesía? —EG: El relato me permite profundizar en aspectos a los que mi poesía no llega, como puede ser mostrar la psicología de distintos personajes, o contar cosas de modo más directo. Me permite reflexionar de una forma diferente sobre aspectos que me atraviesan, como la clase o la violencia o la marginalidad de ciertos colectivos. En mi poesía, aunque también hay de todo eso, aparece de forma velada, menos accesible y más abierta a distintos significados. —ECP: ¿Relatos intimistas o íntimos? —EG: Pues creo que ambas cosas. Los relatos del libro muestran escenas intimistas —lo que pasa dentro de las casas, en ambientes familiares y demás—, pero también cuenta cosas muy íntimas, las que ocurren dentro de las cabezas, dentro del cuerpo. —ECP: Es tu primer libro de relatos cortos. ¿Cómo ha sido el proceso de escritura de este libro respecto a los anteriores? —EG: La poesía suele ser el género al que tiendo al comenzar a escribir algo. Luego, ese algo pide una u otra forma. Cuando escribí la novela, por ejemplo, empecé escribiendo hablando del tema en poemas, pero después me di cuenta de que así no iba a poder profundizar en la historia que quería contar, así que cambié a la novela. Sin embargo, estos relatos siempre los concebí como tales desde el inicio, sin poéticos pasos en falso. Llevaba tiempo escribiendo cuentos que simplemente guardaba en mi archivo. De repente, surgía una imagen, un personaje o una idea que sabía que tenía que trasladar a la escritura de esa forma. —ECP: Consigues rozar la fantasía y el misterio con relatos no muy extensos, con temas condensados. ¿Qué nos cuenta el “subtexto” de los mismos? —EG: Me gusta cuando se utiliza el misterio, la fantasía o el terror para hablar de violencias cotidianas, de males estructurales y de lo perverso que puede ser el sistema en que vivimos. Mi intención era hablar de las distintas violencias y opresiones —grandes y pequeñas, evidentes o sutiles— que sufrimos las mujeres desde la infancia sin hacerlo de forma explícita, y que, sin embargo, quien lo leyese pudiera sentir todo ese peso. Un poco como lo vivimos cada día: sentimos esa carga ominosa, pero no vemos la mano que nos está apretando. —ECP: En estos relatos de final abierto, ¿tiene importancia lo que no se dice y los silencios? —EG: El silencio es una herramienta más de opresión, así que sí, es importante lo que no se dice. Los finales abiertos nos indican que la historia continúa y puede hacerlo de muchas formas. No me interesan tanto los finales como observar el intervalo de vida que se está contando. En realidad, da igual lo que pase después. —ECP: Tanto en la poesía como en los relatos alcanzas una profundidad compleja y casi hiriente. ¿Qué papel cumple esa profundidad? —EG: No sabría calibrar esa profundidad que dices, la verdad. Supongo que se trata de llevar a quien lee a lugares que pueden ser incómodos, más que nada porque nos plantean preguntas sobre nosotras mismas. —ECP: Por mera curiosidad, ¿cuál es el relato que dio comienzo al libro? No en formato, sino en idea. —EG: Tenía un buen montón de relatos escritos, pero no había pensado hacer nada concreto con ellos. Envié uno de los más largos, ‘Lujo de vida’, a una convocatoria de una editorial que buscaba cosas así, pero lo rechazaron. Eso me hizo dudar de su valor, de modo que se lo envié a mi editor de la novela, Alejandro Marín, simplemente para que me dijera si valía la pena. A él sí le gustó y, a partir de ahí, empezamos a pensar en cómo montar el libro. Me di cuenta de que tenía muchos relatos que podían unirse para trazar una “línea de vida” con distintos personajes y así fue cómo comenzó todo. —ECP: ¿Cuál es el relato que más ha marcado una diferencia para ti? —EG: Creo que ‘Lujo de vida’ tiene un estilo propio, muy distinto a lo que suelo escribir. —ECP: ¿Y tu favorito?
—EG: Solemos decir que es difícil elegir uno, pero me quedo con ‘Lo que hay en los terraplenes’. Lo escribí pensando en el tipo de relato que me hubiera gustado leer a mí cuando era una adolescente gótica en busca de su identidad. Es un cuento que me debía a mí misma. —ECP: Me parece curiosa la última línea del libro: «Tengo ganas de llegar y sentarme un rato en el patio». Parece una conexión entre el final del proceso de escritura del autor, el cansancio al final de un día o al término de una lectura... —EG: Sí. La protagonista de ese cuento está muy cansada, sólo quiere sentarse, pero antes tiene que terminar su obra. La escritura es algo así. Y también es un proceso cíclico —como ese relato, que es circular— en el que pasas una y otra vez por ese llegar a la última línea, detenerte y volver a empezar. Entrevista realizada por ANA FÚSTER El pasado 15 de noviembre vio la luz la novela Del desorden y la herida de Salva Robles, publicada por Talentura, una editorial con merecida reputación por apostar fuerte en favor de autores noveles de calidad. Quizá Salva no pueda ser considerado un escritor novel en sentido estricto, pues ya contaba en su haber con un poemario titulado Y tú, por tanto, otra cosa, y ha sido finalista en varios certámenes de relato, pero de lo que no cabe duda es de que su primera incursión formal en la narrativa lleva marchamo de calidad: desde el primer día ha recibido numerosas reseñas positivas, tanto por parte de críticos especializados en literatura como por lectores. Con dos presentaciones a sus espaldas (Sevilla y Murcia) y una en ciernes en Cartagena, hoy lo recibimos con los brazos abiertos en El coloquio de los perros. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: El lector que se acerque a Del desorden y la herida se encuentra con que la novela trata una amplia variedad de asuntos: el acoso escolar, los traumas que requieren atención psicológica, el uso actual de las redes sociales, la dificultad para gestionar nuestras emociones y, como marco común, una incapacidad absoluta para comunicarnos en la llamada Era de la Comunicación. ¿Estaban todos ellos ya presentes en la génesis de la novela o se fueron perfilando conforme avanzabas en su escritura? —SALVA ROBLES: Mi método de trabajo a la hora de construir una historia es enfrentarme al folio en blanco sin apenas planificación, me gusta tirar de ideas para explorar hacia dónde me llevan. Tenía una imagen en mi cabeza desde hacía años: un hombre descubre por casualidad, y en plena calle, algo de su esposa. Y de ahí tiré, de esa escena concreta que ahora no es el comienzo de la novela, pero que está un poquito más adelante. Así que la idea de partida fue hablar de la incomunicación, de ese retraimiento o encierro que nos hemos autoimpuesto paradójicamente en la época de las tecnologías y de las redes sociales. Para hablar de ello necesitaba a varios protagonistas y me venía bien que los personajes tuvieran relación entre sí, ya sea de manera directa o indirecta. Y de esa incomunicación fueron surgiendo, mientras la escribía, otros temas como algunos de los que mencionas. Lo que sí tenía claro, y creo que esto engloba todos los contenidos, es que mis personajes iban a ser muy contemporáneos y que tenían que reflejar algo que percibo en mis alrededores: la insatisfacción vital y la angustia que ella nos produce. Una ansiedad, una zozobra, una inquietud que yo creo que nos ocasiona un sistema capitalista que nos oprime y que hasta nos obliga a vivir siempre insatisfechos, descontentos o disgustados. —ECP: Siempre me resultan de interés los procesos que llevan a la elección del título, que no suele ser nada fácil, pues hay que dar con uno no solo adecuado al contenido, sino también atractivo para el futuro lector. Después de leer Del desorden y la herida, este me parece perfecto. ¿Cómo llegaste a él? —SR: Coincidimos: a mí también me resulta curioso indagar sobre cómo llega un escritor a colocar un título a los textos que piensa y luego escribe. Y me gusta memorizarlos y recordarlos; me gusta también que se ajusten a lo que me voy a encontrar entre las páginas y si resultan atractivos, tanto mejor: hay títulos en la historia de la literatura que son Belleza con mayúsculas: Las flores del mal, El amor en los tiempos del cólera… me han venido a la cabeza ahora mismo mientras te respondo. Y digo tanto mejor porque el título debe ser como una piel que describa con misterio, que enganche, por empatía, al lector y que le susurre una esperanza de placer o goce estéticos. En el caso del título de mi novela, que llegó a mitad de la escritura de esta, hay que matizar dos cosas: no se lo puse yo y sí quise desde el principio que apareciera la palabra desorden en él. El título me lo regaló una amiga, lectora y correctora de mi novela desde el primer capítulo. Yo le había comentado a ella que la novela que cambió mi vida como lector a los 18 años fue El desorden de tu nombre, de Juan José Millás, un título, por cierto y para mi gusto, grandioso y absolutamente hechicero. Así que la palabra desorden es un homenaje y, al mismo tiempo, creo que una imagen que describe perfectamente cómo se sienten y viven mis personajes. El resto del título se le ocurrió a mi amiga y me enamoré de él cuando me lo envió por un wasap una tarde de un finde en el que yo andaba ya por el ecuador de la escritura de la novela. —ECP: En relación con la pregunta anterior, llama la atención la cita que abre el libro: «Mi desorden es atroz» de Alejandra Pizarnik, tan cercana al título de la novela. ¿Por qué decidiste incluirla? ¿Es algo que se aplica a la sociedad occidental, pretendes preparar al lector para lo que se le viene en la lectura? —SR: Decidí incluirla con cierto miedo porque es muy descriptiva esa cita, quizá demasiado gráfica y expresiva y eso podría predisponer negativamente al lector que ya se encuentra algo tan tremendo antes de comenzar a leer la novela. Además, un lector despierto o curioso conoce algo de la vida de la autora y sabe que Pizarnik fue una mujer con una trayectoria vital, por desgracia, repleta de trastornos, pastillas y depresiones que la llevaron, muy jovencita, a un trágico desenlace. Finalmente, no quité la cita para no contradecirme como escritor; si yo quería hablar de dolor, porque el dolor hay que hablarlo y muchos de nosotros nos censuramos esto, esa cita es perfecta porque da visibilidad a uno de los vetos principales que nos autoimponemos los seres humanos en el siglo XXI: no hablar en primera persona de nuestras dolencias íntimas. Nos colocamos esa censura inconscientemente y, si no, ahí están las redes sociales donde el noventa por ciento de los estados que subimos son fragmentos (falsos y engañadores y muy tramposos) de una felicidad que nos hemos construido para mentirnos a nosotros mismos y así soportar mejor la verdadera realidad. Vivimos en un hoy atroz, en un desorden cruel y, en ocasiones, inhumano. Y sí, la cita de Pizarnik era oportuna y me venía al pelo para hablar de los desórdenes y de las heridas de mis personajes. —ECP: Una de las primeras cosas que se hace evidente cuando comienzas a leer la novela es su redacción fluida, que te permite avanzar páginas con facilidad. Sin embargo, es un estilo falsamente sencillo: en la primera parte, usas la narración en tercera persona; en la segunda cambias a primera, con un capítulo en segunda; en la tercera retomas el narrador omnisciente; hay monólogo interior, correos electrónicos, conversaciones en una aplicación de citas, numerosos diálogos en registro coloquial, onomatopeyas... ¿Fue complejo decidir qué técnica se adecuaba mejor a cada intención narrativa? —SR: Claro, es complejo escribir una novela y tomar decisiones, pero eso es lo bonito de la escritura: resolver y zanjar conflictos narrativos que se acomoden a las intenciones. Y me alegra que hayas percibido esa complejidad en la “aparente” sencillez de mi novela, porque me costó mucho edificar esos cambios y esa mixtura de estilos para hacerlos creíbles y que no quedaran como un batiburrillo o como una novela con ínfulas. Sin embargo, es verdad que la propia historia va pidiendo registros o voces diferentes: el narrador omnisciente me servía para presentar las situaciones y estacionar a los personajes en el lugar del mundo ficcional que describo. Pero mis cinco protagonistas tenían que ser “escuchados” y qué mejor que la primera persona o el monólogo interior para dar voz a sus emociones y sentimientos. Fue un reto importante esto último: cinco protagonistas significaba construir cinco voces diferentes, cada una con su propia personalidad. Y si ellos viven en el siglo XXI, ¿cómo no hacerlos hablar e interactuar en el mundo virtual y tecnológico que nos ahoga, oprime y esclaviza en nuestro presente? —ECP: Hablemos de los personajes. En ocasiones, Gema, Samuel y Luismi parecían un único ser tricéfalo, en el sentido de que cada uno rezuma amor por los otros dos, pero no se permiten expresarlo, y por tanto no logran ayudar y ayudarse. Es una situación relativamente común en la vida real. ¿Qué crees que nos paraliza tanto a la hora de poner en palabras nuestros sentimientos? —SR: A mí me llama mucho la atención que, en plena era tecnológica y de la hipercomunicación (algo hemos dicho antes sobre esto), sea cuando menos nos comunicamos de verdad entre nosotros. ¿Qué nos paraliza para expresar nuestras emociones? El bloqueo. Vivimos resistiéndonos a darnos cuenta. Nos autointerrumpimos inconscientemente. Nuestra mente nos defiende con ese bloqueo porque ella guarda recuerdos y evita que volvamos a sufrir. Y es ese bloqueo, por miedo a mirarnos y vernos de verdad, lo que nos paraliza a la hora de mostrar los sentimientos o a expresarnos con claridad. ¿Y de dónde nos viene este bloqueo? Para responderte, me hago otra pregunta: ¿la vida de hoy nos permite relajarnos, meditar, recapacitar o pararnos a descansar un momento? Yo creo que no, sinceramente. Y esa vida de hoy nos lleva a no dejar nunca reposar nuestras mentes y, por ello, no nos permitimos hacer actividades que nos relajen y nos permitan conectar de verdad con nosotros mismos. Si nos escucháramos más, estoy seguro de que nos comunicaríamos mejor con los otros. Pero, ¿quién puede evitar el ruido que nos asedia con tantas redes, plataformas televisivas, bombardeos tecnológicos o teléfonos móviles? —ECP: Marta es el único personaje adulto que consigue poner orden en su desorden e integrar su herida en su existencia. ¿Su función principal como personaje es ser la antítesis de Gema y Samuel, aportando un rayo de esperanza? —SR: Quiero mucho al personaje de Marta. Bueno, los quiero mucho a todos sinceramente. Me puse en sus pieles para no juzgarlos como personas y darles como escritor una entidad real y reconocible para los lectores que, por identificación, los comprendieran sin prejuicios. Y sí, creo que Marta es un personaje igual de herido que los demás, pero con un desorden más ordenado dentro de su propio desconcierto vital. Quizá, ser terapeuta y trabajar escuchando a sus pacientes a diario le lleva a poner más conciencia en sus propias circunstancias. Es una gran escuchadora, no le queda más remedio que serlo si quiere ayudar a sus pacientes. Y escuchar y escucharnos es el medicamento que todos deberíamos tomar hoy día. Marta simboliza ese rayito de esperanza, sí. En su labor como escuchadora está la verdadera medicina que necesitamos los seres humanos del siglo XXI. He querido poner énfasis, con este personaje, en que podemos sanar algo nuestras heridas y nuestros desórdenes si logramos hablar. El dolor hay que hablarlo, te dije antes en otra de tus preguntas de esta entrevista. Y si hablamos, el proceso comunicativo se pone en marcha y la sanación la tendríamos más cerca o igual viviríamos menos angustiados. Marta trabaja ayudando en este proceso a sus pacientes, que deben poner delante de ella una conciencia en el aquí y ahora, en lo que les pasa y sienten. Y hablar, comunicarnos entre nosotros, poner conciencia es el camino para fortalecernos, para reponernos y así mejorar nuestro presente. Creo, francamente, que es nuestra mejor baza: dialogar para aliviarnos. —ECP: El adolescente Pedro se yergue como un personaje magnífico, el más “ordenado” de todos, pues, en medio del caos adulto, se convierte en testigo lúcido del entorno (ya en la página 54 dice de su padre que «entiende que algo se debate siempre en él, que la enfermedad lo deja postrado en un mundo de ausencias» y de su madre que «cree que ella huye»), sabe expresar amor en silencio (visitas al abuelo), en pareja (con Andrea) y hasta encuentra una forma de dar salida en palabras a su propia herida (los correos). Aun así, no logra salvarse a sí mismo. ¿A dónde nos conduce ese final desesperanzador? —SR: Pedro es, por edad, el antónimo de los otros cuatro protagonistas adultos. He querido poner en él una imagen metafórica clara: el desorden de los adultos incide directamente en las generaciones que nos vienen detrás. Los jóvenes sufren las consecuencias del mundo que los adultos les hemos construido. ¿Qué estamos haciendo mal los adultos (casi siempre de manera inconsciente, o esto quiero creer) para dejarles esta realidad de hoy a nuestros hijos? Pedro, que sufre acoso escolar, pero también los propios adolescentes que lo acosan, son producto de la violencia que respiran, de una realidad sucia que los asedia por todas partes, una realidad que es imposible esquivar porque en la era tecnológica que nos protagoniza nos la exponen por todas partes. Nadie está a salvo de esa realidad, a menos que decidas retirarte del mundo e irte a vivir a un lugar sin wifi. Sin embargo, no veo un final desesperanzado en ese personaje. Creo, de verdad y de corazón, que Pedro es un personaje que debe existir en mi novela para que los lectores se despierten de una vez por todas y reaccionen. Tenemos que reaccionar ya, aunque sea a base de bofetadas y reveses. —ECP: En la novela tienen un papel importante las redes sociales, tanto en la historia de Pedro como en la de Marta, que muestra una actitud ambigua hacia ellas: por una parte, no parecen gustarle («demasiada desnudez individual», «gente esclavizada por sus mentiras y el vacío»); sin embargo, más adelante recurre a una aplicación para encontrar pareja. ¿Cuál es la opinión del autor, que se mueve con soltura en redes, sobre su uso actual?
—SR: Tengo opiniones encontradas sobre las redes sociales. Me pasa como a Marta: despotrico de ellas, pero las uso a diario sin miramiento alguno. Y en esta ambigüedad o contradicción, tan humanas, creo que vivimos muchos. A mí las redes sociales me han regalado bastantes cosas positivas y solo me han restado tiempo para lo que realmente me gusta en mis ratos de ocio: leer (más) y ver (más) películas o series. Gracias a Facebook o Instagram (que son las redes que utilizo), he podido contactar con gente que me aporta mucho en mis inquietudes culturales y hasta he logrado amigos de verdad y para toda la vida gracias a los contactos y también he encontrado una pareja que me procura paz y felicidad a espuertas. No me puedo quejar, claro está. Entré en ellas cuando mi vida dio un giro importante y necesité distracción para soportar las heridas y los desórdenes que esa zancadilla de la realidad me ocasionó. Y decidí utilizarlas para enriquecerme culturalmente, para compartir con otros mis lecturas, las películas y series que veo, para expresar las agitaciones que la vida me produce y para dejar un legado emocional a mis hijos. Como ves, todo positivo. Ahora bien, soy consciente (o eso creo) de que la virtualidad es una falacia, muchas veces una mentira y casi siempre un semillero de perversidades cuando se utiliza mal. Como todo en la vida, depende del uso que le des o de la importancia que le otorgues. Las redes han venido para quedarse durante mucho tiempo (a menos que la realidad censora y dictatorial que parece que viene por el horizonte, nos las arrebaten), así que mientras sea posible, usémoslas con cabeza y saquémosles partido efectivo y auténtico. Yo hasta me río a carcajadas casi todos los días con las ocurrencias de muchos. Y, mira, reírse es una buena terapia para soportar mejor todo lo que nos rodea. —ECP: Tu única obra publicada hasta este momento era un poemario, pero después de la excelente acogida de la novela, tanto entre la crítica como entre los lectores, ¿te planteas seguir por el camino de la narrativa? —SR: Llevo toda la vida escribiendo narrativa, otra cosa ha sido que yo quisiera que se publicara, porque casi nunca me apetece o no me atrevo. Soy muy crítico y exigente conmigo mismo, no te puedes hacer una idea de las inseguridades que me provoca publicar. Y, curiosidades de la vida, lo primero que me publicaron, hace ya muchos años, fue un poemario gracias a la insistencia de un amigo que movió cielo y tierra para conseguir subvenciones. Me encanta la poesía, más leerla que escribirla, aunque escribo bastante poesía también, pero con menos asiduidad que narrativa. Tengo cosas escritas a medias, otras acabadas a falta de revisión, otras en ciernes o empezadas recientemente. Poesía, relatos y novelas. Escribir me gusta, pero no ambiciono nada con mi escritura, quizá por esa exigencia que te he comentado. De hecho, te cuento otra curiosidad: Del desorden y la herida llegó a mi editor a través de una amiga mía, la misma que me regaló el título de la novela. Fue ella quien, sin decirme nada, movió el manuscrito viendo que yo no hacía ningún movimiento en pos de su publicación. Y mira tú por dónde, ese loco editor de Talentura, Mariano Zurdo, se lo leyó y decidió publicármelo. Creo que la buena acogida de la novela, que yo estoy recibiendo con mucha emoción, pero también con bastante estupor (y te juro que no es falsa modestia), me está impulsando para seguir escribiendo con ganas y con algo más de seguridad. Y, oye, que me hace feliz (mucho, mucho) que la novela esté conectando con tantos lectores. Entrevista realizada por FERNANDO SALAZAR TORRES El pensamiento lírico de Un adiós abierto —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Qué relaciones existen entre tu trabajo teórico-crítico y tu obra poética? —JULIO CÉSAR GALÁN: Mi labor ensayística vino principalmente con la publicación del libro de poemas Inclinación al envés. Allá por 2014, con la edición de ese poemario, empiezo a trasladar esos condicionantes estéticos, esas preocupaciones líricas que ya estaban con anterioridad en los primeros libros, sobre todo, en El ocaso de la aurora, en cuanto a reflexión sobre el lenguaje. También tuve una fuga mediante la otredad de Óscar de la Torre y la muestra poética, Limados. La ruptura textual en la última poesía española, cuya introducción me sirvió como base para lanzar, junto a otros compañeros de viaje, lo que he llamado Poesía Especular/Poesía non finito. He ido ahondando en esta tendencia poética (ya corriente) en diversos textos como Ensayos fronterizos, Cuaderno de Sombrario o Correos a los editores (del 2017 a la actualidad). Este último daba una retórica non finito específica para mostrar el proceso. Ahora mismo estoy cerrando un ensayo (una poética más, sería la quinta si contamos también el ensayo de Jimena Alba El último manifiesto) que me servirá como retrospectiva y adiós a esta manera de hacer. —ECP: ¿Cuál es el lugar que ocupa Un adiós abierto en tu propuesta lírica? —JCG: Ocupa un lugar esencial en una tercera etapa creativa, pues se trata de la consumación personal de la tendencia Poesía Especular/Poesía non finito. Mi poesía se podría dividir de diferentes maneras. Una primera edad formada por El ocaso de la aurora, Tres veces luz y Márgenes. Una segunda edad constituida por El primer día, Inclinación al envés y Testigos de la utopía. Y una tercera forjada por Un adiós abierto y el inédito Un cancionero inacabado. Pero, además, se trata de un cierre. En este libro de poemas consigo, o eso creo, que el lector, de manera indirecta, inconsciente, cree el libro mientras lo lee. Es como si el lector estuviera dentro de mi cabeza y al realizar su acto crea el mío, y yo, el suyo. —ECP: Un adiós abierto es una suma de autobiografía y la incorporación de marcas textuales. ¿Qué lugar consideras que tiene, en general, la biografía en tu obra literaria y, en particular, en este nuevo libro? —JCG: El carácter autobiográfico de Un adiós abierto es el más alto de todos mis libros junto con Un cancionero inacabado; mejor dicho, habría que apuntar que emerge como la expresión autobiográfica más llena de parresia. En este libro confluyen una depresión posparto, el machaque por aquella crisis económica que algunos sufrimos más que otros y muchos fantasmas del pasado; pero también es un libro muy vitalista, lleno de esperanza. Ha salido un libro lleno de abismos y de vitalismos a partes iguales. En mi poesía la veta autobiográfica resulta esencial, de hecho, en mi caso, asocio los poemas a un decir sobre uno mismo en el que se pueden ver reflejado los demás. Mi libro menos autobiográfico es mi primer poemario, El ocaso de la aurora (pero, incluso este, tiene bastante de mi vida. Solo me gusta la ficción, en poesía, para mis heterónimos). Este poemario surgió muy hermético y muy alejado de su concepción original, la cual entroncaba con lo que estoy haciendo ahora. Todo lo posterior es en menor o mayor medida autobiográfico; y lo es, en el caso de El ocaso de la aurora, porque no cuento casi nada de otros sujetos y la órbita vital gira en torno a una experiencia personal: el insomnio y sus alrededores. En Un adiós abierto tan sólo me dejé llevar por lo que me estaba pasando por encima. —ECP: La idea central de tu teoría y crítica es que «El proceso es el fin” de la obra literaria». En el caso particular de Un adiós abierto, ¿en qué consiste ese proceso y qué elementos literarios y no literarios incorporas? —JCG: Pues Un adiós abierto recoge un itinerario: las estancias en cuatro ciudades con sus distintos espacios temporales: Mahón y Alaior (2012-2014), Cáceres (2015-2017) y Lisboa (2018). En mi caso no fueron libros de poemas basados en viajes turísticos, cuasiturísticos, vacacionales o de recreo. Fueron periodos laborales y académicos, los cuales y en algunos casos, como del de Menorca, fueron vividos en condiciones lamentables. Tanto en este libro como en Un cancionero inacabado, las roturas vitales tienen su correlación en las líricas (la teoría no viene antes que la creación, como algunos mal leídos creen en mi caso). Al final de tanto ir de acá para allá, me di cuenta de que el proceso era lo esencial. Aún lo sigue siendo, aunque estoy en un periodo de cambio, lo que me pide el cuerpo es hacer un poema a lo Migraciones de Gloria Gervitz (en cuanto a su concepción de poema-río) y que se publique póstumo o casi al final de mi vida. Desde hace tiempo no creo en la poesía desde un punto de vista contextual (el poder, los popes, los promocionados, los epígonos, etc, de poder y degradación); viendo con perspectiva el transcurso lírico de nuestro país en los últimos cuarenta años, han ganado (temporalmente) los peores. En cuanto a qué consiste el proceso en Un adiós abierto, tengo que decir que casi todos los poetas dan una importancia categórica al resultado. De ahí que la idea de ir recogiendo los apuntes, los diversos trazos que hacemos cuando vamos fabricando el libro me resulte la mar de interesante, es decir, recoger las antesalas de la edición y ponerles unos distintivos pragmático-textuales. Esto se recogía en un primer movimiento. Tras esta primera estancia, venía otro segundo movimiento en el que se dejan los versos sin puntuación, como si estuviesen en un limbo. Y una tercera sala en donde los poemas están totalmente resueltos. Se trataría de ocho poemas y sus antesalas, lo mismo que ocurre en el próximo Un cancionero inacabado, ambos libros se podrían publicar de manera conjunta. —ECP: ¿Cuál es la biografía de tu pensamiento lírico? —JCG: Así es como definí el ensayo y, en concreto, la poética: «La biografía de un pensamiento lírico». Teniendo en cuenta que en España se entiende el ensayo como un remedo académico aligerado de bibliografía, como un tema de hoy o de actualidad, o como divagaciones sin ton ni son, quizás, con algo de unión, pues tener un pensamiento poético fuerte lo veo esencial. Ante un ensayo totalmente líquido (en la mayoría de los casos) hay que ir hacia otra concepción del mismo, de ahí el axioma: «Una poética debe ser el pensamiento lírico de un poeta». No vale eso de Este tipo de textos no valen para nada o Mi poética son mis poemas o la cortedad de enlazar tópicos tras tópico: el enigma, la inspiración, etc. En fin, para mí, quien no tiene poética no tiene pensamiento lírico, por lo tanto, una parte importante de su vida poética queda coja. Por mi parte, la teoría ha venido antes que la práctica. Se puede pensar equivocadamente que es imposible escribir poesía en libertad desde unos presupuestos teóricos; pero punto uno: ¿no es la métrica un presupuesto teórico que encorseta un decir? Se podría pensar que la Poesía Especular/Poesía non finito es un programa, pero es una pulsión que se ha dado en varios poetas (Mario Martín Gijón, Lola Nieto, Rubén Martín, etc). Estamos en un momento de cambio poético (por supuesto, subterráneo). —ECP: En la primera parte del libro, “Un amor viejo como un recién nacido (el libro antes del libro)”, hay una serie de tipologías textuales del teatro, de la poesía y de la narrativa. ¿Consideras que esta característica hace su libro una obra híbrida? ¿Sí? ¿No? ¿Por qué? —JCG: La hibridación de géneros es algo que se da levemente al igual que el uso de diferentes registros lingüísticos. La verdad, intento huir de algunos corsés postmodernos porque todo esto de la hibridación mal entendida ha llevado al pastiche. Si hay diálogo, en algún momento del libro, es porque tiene un significado antextual; al igual que si hay prosa, por ejemplo, sin puntuación es porque esa parte tiene un significado antextual. Todo es un intento de mostrar el arco del poema, el proceso, desde el origen hasta su cierre (y abierto puesto que en la poesía no puede haber final). —ECP: Has creado el término Poesía Especular/Poesía non finito, siendo esta obra y la próxima por publicarse como ejemplos definitivos de esa propuesta. Explícanos de manera amplia su definición y características. —JCG: Sí, durante años he estado teorizando sobre el hecho poético. Sin embargo, como he dicho antes, primero vino la práctica y después la teoría. Mis primeros libros (El ocaso de la aurora, Márgenes y Tres veces luz) se incardinaban bastante en lo metapoético, así que ha habido una evolución natural, al seguir indagando en el hecho lírico; pero desde Inclinación al envés hasta las últimas entregas, Un adiós abierto y Un cancionero inacabado todo ha sido un ahondar en el proceso, en lo non finito. Creo que hay una gran mina en este ámbito y que hay mucho por explorar. Poesía Especular es juntar los bocetos, los esbozos, los antextextos junto al resultado final, y aquí hay mil maneras de ponerlo en práctica. Desde esta posición tenemos tachados, varios finales alternativos, degradados, figuras y formas visuales, llaves, poemas dentro de poemas, poemas partidos, saltos de página, bocetos, mezcla de fechas y de lugares, autoplagios, versiones, reescrituras, acotaciones, injertos, intertextos, versos excluidos o anexos, etc. Todo ello se desenvuelve desde una base retórica metatextual: conjeturas, subtextos, esbozos, prelectura, intratextos..., es decir, cada uno de esos distintivos va aparejado con una manera de hacer (de las anteriores). Las antesalas del poema “final” tienen toda una retórica propia (y por explorar). —ECP: ¿Qué obras y autores han marcado tu pensamiento para llegar a tus propuestas teóricas, críticas y poéticas? —JCG: Pues en los inicios están autores españoles (Quevedo, Góngora, Bécquer, Juan Ramón, Lorca, Valente y Claudio Rodríguez), franceses y portugueses. A partir de Inclinación al envés y de la lectura de la antología Las ínsulas extrañas, la influencia de autores hispanoamericanos ha sido esencial. De hecho, casi un noventa por ciento de mis lecturas de poesía actual se centran en esa veta, de la cual puedo destacar a Héctor Viel Temperley, Eduardo Espina, Vicente Rodríguez Núñez y toda la vanguardia hispanoamericana del siglo XX. Del lado español y de los actuales, me interesan, sobre todo, José María Fonollosa, Leopoldo María Panero, Jenaro Talens, Chantal Maillard y Carlos Marzal. —ECP: ¿Qué otras nuevas propuestas poéticas y teóricas divisas en el panorama literario de la actualidad? —JCG: Pues hay sentimiento común en esto de la Poesía Especular que se está dando a través de varias ramas: Intrapoesía (la crítica literaria hecha poesía), Poesía non finito (el proceso es el fin) y Poesía de la Otredad (el espacio de los otros: editores, amigos, apuntadores, etc). Uno se da cuenta de que las posibilidades de trasladar las antecámaras del poema, de proyectar lo que ocurre antes del poema, tiene muchísimas vías por abrir. Más que propuestas me interesan poetas como Héctor Montecinos, Mario Arteca, Santiago Vera, Sebastián Bianchi, Marcelo Díaz, Omar Pimienta, Patricio Grinberg, Anaité Ancira, Manuel Fernández, Raciel Quirino o tu poesía. —ECP: ¿Qué planes y proyectos se aproximan?
—JCG: Se avecinan un par de reediciones, las de El ocaso de la aurora y Tres veces luz, en sus ediciones originales, tal como se concibieron; la edición de un par de antologías al inglés y portugués; el tercer libro de mi heterónimo, Luis Yarza, Fábula de las transparencias; y un libro de narrativa, Nomadeo argelino y otros exilios. Hay otros libros (ensayos, novelas, teatro...) que están en la cocina o que están cerrados, pero es mejor no hablar mucho de ellos. Entrevista realizada por JUAN DE DIOS GARCÍA Vaciad la tierra Cuando se anuncia la incursión narrativa tardía de un poeta, suele ocurrir que las alarmas defensivas del lector curtido se activan y todo son sospechas. Más aún si se trata de un debut novelístico. ¿Será una “novela lírica”, en el peor sentido de ese sintagma? ¿Estará llena de descripciones contemplativas que aburren a un rebaño de cabras? ¿Cuántos endecasílabos camuflados se podrán contar en sus páginas? ¿Qué grado de densidad metafísica mantendrá? Todas estas interrogaciones se desvanecen conforme avanzamos en la lectura de Vaciad la tierra (Pre-Textos, 2022) porque, con tantos prejuicios a la contra, su autor, Agustín Pérez Leal, se las ha arreglado para salir exitoso de una novela cuyo protagonista es Ósip Mandelstam y cuya sustancia argumental es que lo acompañemos en su proceso de tortura y desaparición en la Rusia estalinista. Todavía aplaudiendo el resultado, decidimos entrevistarlo para que nos explique la fórmula. —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: Sabemos de lo especial que fue la figura de Ósip Mandelstam, tanto en el plano poético como en el humano, pero me gustaría saber qué lo distingue de otros grandes escritores contemporáneos para que haya atraído tanto tu atención y dedicarle un libro a su larga agonía. —AGUSTÍN PÉREZ LEAL: La razón principal es que no lo acabo de entender. No concibo un ser humano como él, me resulta muy difícil de comprender, de asumir. Intentaré explicarme: cuando en 1934 Ósip Mandelstam escribe y difunde su famosísimo Epigrama contra Stalin sabe de sobra que lo que está haciendo provocará su entrada en prisión y, muy probablemente, su condena a muerte. Sabe que se está jugando la vida y sabe que, enfrentándose al gran poder de Stalin, a su paranoia y su ilimitada ambición, no puede ganar. Está quemando todas sus naves a conciencia. Otros escritores consagrados de su generación intentaron desesperadamente esquivar las balas que les enviaba constantemente el Kremlin. Él no. Él acude al encuentro de la bala. Es un nuevo Miguel Servet camino de Ginebra con la intención de ser condenado a la hoguera por Calvino. Y eso es, precisamente, lo que creo tan difícil de entender. Su instinto de supervivencia ha de estar clamando dentro de él para que no escriba esa enormidad contra el tirano y, sobre todo, para que no la difunda de un modo tan temerario. Pero también dentro de él ha de haber otra voz que lo impulsa a denunciar la situación de terror en que vive Rusia y erigirse en portavoz de ese miedo para combatirlo, y tal vez para mostrar que es posible escapar de él. Y decide seguir lo que es, a todas luces, una ruta suicida: la más justa y la más peligrosa. Que Mandelstam tuviese la entereza moral, la coherencia y la valentía suficientes como para hacer lo que hizo fue el primer impulso que me movió a convertirlo en protagonista de mi relato. Quise entender sus motivos y acercarme tanto como me fuese posible a su visión del mundo y a su decisión. Me sentí conmovido y concernido porque, además, quien había decidido actuar tan en contra de su propio bienestar era y es una de las voces poéticas más puras, delicadas, hondas y emocionantes que yo haya leído nunca. —ECP: Aunque el ritmo de la novela es, digamos, épico, inunda la mayoría de sus páginas una atmósfera alucinatoria. ¿Podríamos calificar a Vaciar la tierra de novela poética? —APL: No sé si me atrevería a tanto, o si será ese prejuicio el que ha podido alejarla de algún lector. En el fondo creo que le puede valer tanto la etiqueta de novela poética como la de novela de aventuras, existencial, histórica, política, biográfica o experimental. Puede contener trazas poéticas (al fin y al cabo, el protagonista es un poeta reconocido como una de las cimas de la literatura rusa del pasado siglo), y yo hice todo lo que pude para amoldar la narración a una prosa viva, rítmica, que tuviera algo de musical y se acercase en lo posible al lenguaje poético; pero siempre pretendí escribir una novela y nada más. La traducción del epigrama que hago en la primera parte del libro, así como las versiones que incluyo de algunos otros poemas de Ósip, las transcribí en prosa para no romper la continuidad de la lectura... Pero también hice tanto como supe para escribir una novela puramente narrativa, seca, con descripciones breves y un ritmo cambiante que no entorpeciera la lectura ni la interrumpiese con largas parrafadas reflexivas ni con un exceso de información que habría lastrado el resultado final. —ECP: ¿En qué momento se te ocurre crear la presencia de Parnok y qué importancia le das respecto al ritmo narrativo en Vaciad la tierra? —APL: Parnok es un personaje que Ósip creó como un alter ego para El sello egipcio, una de sus narraciones. Según cuenta en Contra toda esperanza Nadiezda Mandelstam, la viuda del poeta, el origen de la invención fue el gran parecido físico existente entre Ósip y el músico Valentin Parnak, uno de los introductores del jazz en la Rusia anterior a la revolución (existe un retrato a lápiz de Parnak firmado por Picasso que ha dado lugar a más de una divertida confusión). Parnok fue también fundamental en mi novela cuando entendí que no podía abordar el relato salvo desde el punto de vista de su protagonista, pero que ese punto de vista me resultaba insuficiente si el protagonista tenía que ir perdiendo poco a poco la cordura. Fue la idea de desdoblar a Ósip en su propio alter ego, y que fuese el propio Parnok quien asumiese la tarea de narrar lo que le (o les) sucede, lo que me permitió comenzar la redacción del libro con un mínimo de confianza. Además, ese desdoblamiento de voces me ayudó mucho a caracterizar al personaje y a mostrar su evolución mediante esos diálogos alucinados Ósip-Parnok que salpican el texto. —ECP: En las notas finales de agradecimiento dices que, para trabajar en esta novela, te resultaron esenciales los relatos de Mandelstam ‘El sello egipcio’ y ‘El rumor del tiempo’. ¿Por qué? —APL: Ambos relatos son, en muchos aspectos, el autorretrato de Ósip anterior a su pasión y muerte. En el primero de ellos crea a Parnok, y a través de su personaje se retrata a sí mismo como artista adolescente, con su punto de nostalgia y de ingenuidad; pero con una profundidad introspectiva, centrada sobre todo en detalles familiares, objetos cotidianos y aparentes minucias, que me sirvieron mucho para caracterizar al personaje y darle toda la vida y la pasión que necesitaba. —ECP: La novela se divide en tres partes: “Matadero”, “Despiece” y “Despojos”. Se pretende una animalización total, ¿no? —APL: Así es. En algún pasaje de la novela se describe el terror provocado por la dictadura estalinista como una picadora de carne que, una vez puesta en marcha, ya no se puede parar. Los testimonios que conocemos del terror soviético son estremecedores, y en ellos abundan las metáforas que vinculan a las víctimas de Stalin con animales: corderos o reses llevados al matadero (la imagen tiene raíz bíblica) que son conscientes de su destino y no pueden hacer nada para evitarlo. Al mismo tiempo, esas tres partes hablan del proceso de desmembramiento y descomposición de Ósip (quien, en una cita de las cuatro que encabezan el libro, habla de que «El destino futuro de la novela no será otro que la historia de la atomización de toda biografía como forma de existencia individual. Es más: incluso seremos testigos de la pérdida catastrófica de la biografía») y le acompañan sucesivamente por los tres escenarios esenciales de la novela: la cárcel moscovita, el tren y el campo de tránsito. —ECP: ¿Hay algún instante o escena de la novela donde te haya podido la emoción mientras la escribías? —APL: Tuve que interrumpir la redacción de la novela (y la interrupción me duró varios años) porque al contar la muerte de uno de los personajes en el tren me di cuenta de que me había quedado sin fuerzas, lleno de dudas y con un dolor emocional que me impedía continuar. Por un lado, me preocupaba caer en el morbo y ser injusto con la voz del narrador; por el otro, un exceso de laconismo podía ser interpretado como falta de empatía... El equilibrio entre ambos excesos me resultaba muy difícil de alcanzar, y me temía que podía acabar con más de un lector abandonando la novela si detectaba algo postizo en el tono de la narración. Además, no me veía capaz de abordar la inevitable muerte del protagonista: por nada del mundo quería yo que Ósip muriese. Retomar años después la redacción me supuso un esfuerzo grande: me recluí en un monasterio aragonés durante quince días para revisar lo que ya tenía escrito, recopilar toda la información necesaria para continuar sin contradecirme y abordar el final del relato. Pero mejor te respondo de otro modo. La escena de la navaja de afeitar (que en una primera versión abría la novela) me dio miedo, y hay pasajes que los escribí temblando. Y cuando escribí la escena con la que comienza la tercera parte estuve llorando durante todo el rato. —ECP: La aplicación del sistema soviético queda retratada como ejemplo de totalitarismo destructor, un gran error de la historia. Supongo que te mueves en círculos culturales donde hay bastantes compañeros que ven el comunismo o el socialismo soviético con buenos ojos. ¿No has temido en ningún momento el posible reproche, señalamiento o silencio excluyente de esa “intelligentsia” española al publicar Vaciad la tierra?
—APL: No he temido ni he sufrido reproches ni señalamientos, la verdad. Debe de ser que mis amigos son gente tolerante, amigable, dialogante y curiosa, y que la novela apenas ha logrado traspasar ese círculo amistoso, a veces casi familiar. Silencio sí he notado, pero vete tú a saber a qué es debido: lo mismo puede deberse a algún apriorismo ideológico que al poco interés de mi propuesta. Esta es una novela que nació de una obsesión mía por comprender a Ósip Mandelstam, y las obsesiones no suelen ser fáciles de compartir. Me quedo con que todos los que han leído la novela y me han hablado de ella la han considerado digna de ser publicada y leída, porque estimo demasiado mi tiempo de lectura como para andar jugando con el de los demás. Entrevista realizada por MARTA GÓMEZ DE LA VEGA y MARÍA MARTÍNEZ AZORÍN Lobos que miran desde los pies de la cama El pasado 29 de noviembre en Libros Traperos nos vestimos de largo para presentar la última creación de Antoni Sanchiz, Lobos que miran desde los pies de la cama, alumbrada este mismo mes por la legendaria editorial murciana Boria, que, por desgracia, cierra y convierte esta obra en su última publicación. Antoni muestra una sensibilidad, una generosidad y un amor a la vida que se cuela en las moléculas de este libro y en las nuestras. Cada verso es una respiración profunda para tomar aire o para expulsar el miedo; también puede ser un alarido, ese que trepa por la garganta cuando el cuerpo no tiene otro medio para liberar la impotencia, el cansancio y ese frío que te acompaña sigiloso, aderezando el cóctel emocional con algo todavía más duro, la incertidumbre. Estos poemas cuentan una lucha dilatada contra el cáncer, con todo lo que conlleva, pero sobre todo arrojan a nuestros ojos una historia de amor, amistad y complicidad mayúscula; un torrente de vida que va mutando y que, a pesar del desenlace fatal, no se extingue, porque, aunque la vida en pareja se trunca, el amor sigue latiendo. Estos versos son latidos, las pulsaciones últimas a las que se aferra el amante, compañero y poeta, no para olvidar, pero sí para seguir viviendo con el orgullo y el amor tatuado en su pecho y en las células. Acompañar a Antoni en esta presentación nos incitaba a romper la estructura habitual de estos eventos y, emulando al mismo protagonista en su dilatada trayectoria literaria, jugamos. En este libro se juega con la vida y con las letras, con el ritmo, la versificación, las metáforas. Se apela a canciones, mitos, libros y dioses, sobre todo a los de las máscaras verdes. Antoni es un malabarista, un payaso, un cazador, un vividor que se aferra a lo esencial: la presencia y los vínculos. Nosotras no supimos elegir entre los pingüinos, los cíclopes, las avestruces e infinidad de monstruos que rondan los sueños y acompañamos a Antoni, cada una a un lado; honrando su lucha, vigilando y disfrutando toda la dicha que este libro le traerá. ¡Larga vida a estos lobos! —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Cuál es el monstruo del que te enamoras a pesar del miedo? —ANTONI SANCHIZ: El monstruo sublime, ese que nos espera a todos cada día al abrir los ojos, la vida y su azar de alegrías y tristezas, la realidad siempre por construirse desde lo desconocido, desde la lotería de los átomos, de los genes, del aleteo de cualquier cucaracha en una cocina infecta al otro lado del océano. La consciencia de que realmente apenas podemos controlar nada a pesar de que algunos crean en esa ilusión. El monstruo de la vida que es padre y casa de todos los monstruos, de todos los lobos que nos habitan y nos conforman, que nos instala a diario en el miedo del niño asustado que todos llevamos dentro y que solo quiere la seguridad del regazo de la madre, volver al útero y ahí permanecer en silencio, flotando, pero que a la vez despierta al explorador intrépido, al buscador de fronteras, de estímulos, de recuerdos con los que crear el mundo en una suerte de combinatoria germinal. La vida, jodida vida, ese es el monstruo que nos enamora y, que acabado el juego, también nos mata. *** Pero sucede que los monstruos no se olvidan por más que mire hacia otro lado *** —ECP: ¿Dónde quedan las conversaciones cuando no suceden? —AS: Tantas veces el silencio es la mejor de las conversaciones... Me refiero al silencio oral, por supuesto. Esas conversaciones silenciosas son infinitamente mas eficaces, en términos de comunicación, que lo que podemos hacer con el limitado lenguaje verbal (oral o escrito). ¿Cómo nombrar aquello que expresamos mirándonos, tocándonos, a través de las feromonas o por el contacto de los campos biomagnéticos? Aún así, inventamos la poesía como brazo armado de la filosofía, para tratar de traducir los lenguajes naturales al lenguaje verbal. ¿Por qué? Bueno... ¡Somos humanos y hacemos cosas de humanos! ¿Por qué buscar explicaciones a nuestra naturaleza? Las conversaciones, al fin, siempre suceden, de una forma u otra. Otra cuestión es que deseemos alargarlas, retomarlas, que no acaben nunca, pero eso, eso es otro tema... *** No todas las miradas son espejos del alma. *** —ECP: ¿En cuántos trozos se ha roto tu espejo? ¿Cuál es tu pegamento? —AS: Mi espejo, que es similar al espejo de cada cual, está destrozado, como en el fondo están destrozados todos los espejos. No he podido contar los trozos. Están ahí, en el suelo, reflejando cada uno de ellos una parte de mi alma, reflejando los lobos que me habitan, mezclando pasado y futuro en un presente cambiante a cada instante, creando todas las realidades posibles para crear así la realidad. Un espejo roto no se puede arreglar, ni falta que hace, pero sí podemos tratar de montarlo como si fuese un puzle, pegando al menos los trozos más grandes para que sea funcional. No hay que disimular la rotura, pero tampoco hay que ponerse a hacer kintsugi. Cada cual tendrá sus pegamentos posibles. En mi caso, continuar con una forma de ser y estar creada a dos corazones a lo largo de muchos años de amistad y amor, a pesar de la amputación, contra la amputación. Ser consciente de la suerte que es estar rodeado de la mejor gente que hemos ido encontrándonos por la vida es ya un pegamento imprescindible. Los refugios necesarios: el arte, la familia, la amistad, esas “formas” platónicas de las que creamos el “reino del devenir”. También ayuda mucho tener unas buenas barras de referencia habitadas siempre por las mejores, esas amigas/camareras que siempre te cuidan más allá de sus obligaciones contractuales. —ECP: Ritual nocturno para espantar a los lobos. —AS: Primero, a los lobos no los espanta ni Dios, son una parte de nosotros mismos y sólo la idiotez podría hacer que no seamos conscientes de ellos. No poder/evitar/saber/que somos el callejón oscuro, la puerta sirena/el ojo del cíclope. Dicho esto, hay que tratar de mantenerlos a raya, mirarlos frente a frente, a pesar de que no podamos hacer nada contra ellos. Precisamos el miedo para no morir de inanición o pisoteados por un mamut. Mirarlos frente a frente para que sepan que sabemos. A pesar de todo, habrá momentos en que se metan entre las sábanas con nosotros. Es entonces cuando entra en juego el ritual. Los humanos somos seres rituales y también rutinarios, entendiendo rutina como orden necesario. Creamos muy fácilmente las rutinas que nos defienden del caos. El ritual ayuda a afianzar esas rutinas. Obviamente, rituales y rutinas van cambiando a lo largo del tiempo, acomodándose a las circunstancias. Ahora mismo no se me ocurre mejor ritual que salir a comprarle comida a la gata, equivocar el camino de vuelta a casa y encontrarme tentando al azar en la barra de alguno de mis bares de cabecera.
—ECP: ¿Mishima qué piensa de tus poemas? —AS: ¡A Mishima (que aunque tenga un nombre masculino es una gata encanijada) no le gusta que escriba, ni que lea, ni que haga nada que no sea ser su colchón! Es como una oveja de Alberto Caeiro en la colina («Amar es la eterna inocencia, / y la única inocencia es no pensar...»), genera rituales necesarios, hay que cuidarla, ocuparse de sus cosas, eso es un buen antídoto contra la soledad y evita que la mirada se nos vuelva hacia adentro porque «el que lucha con monstruos debe tener cuidado para no resultar él un monstruo. Y si mucho miras a un abismo, el abismo concluirá por mirar dentro de ti». Así que Mishima, aparte de ser poesía cuando “ayuda” a barrer o a hacer la cama, es también cuerda de seguridad necesaria, y no, no le gustan mis poemas. Yo lo sé, pero ella disimula y me mira interesada cuando le leo alguno. *** Mishima buscando enterrar su cabeza pequeña en mi axila. Desde la ventana el estruendo de los jueves adolescentes. *** —ECP: ¿Te mareas en barco? Elige un sitio bañado por el Mediterráneo para irnos. —AS: Normalmente no me marea navegar. Tengo muy buenos recuerdos de varios sitios cercanos y entrañables: jugar a los indios en Bocarrambla; salir a pescar el desayuno con mi hermano en La Azohía; prepararme un examen bien abrigado en las rocas de Cala Flores, frente al islote del Descargador; pasear a los perros entre la boria de las mañanas de invierno en Los Urrutias; buscar el Bar de Jo por las ramblas de Los Escullos; jugar al escondite con avestruces tutú rosa en El Ampurdán... No es necesario que piense en ir a ningún lugar concreto del Mediterráneo porque habito en él, en esa suerte de extraño viaje donde el tiempo es a la vez pasado y presente, donde el tiempo está parado y continuamente se ahoga el mismo ahogado y continuamente nos lo escupe a la playa que huele a bronceador, romero y pino, donde las motos de agua siguen la estela de los trirremes y modernas concubinas tontean con recios esclavos exóticos. Somos, en fin, los mediterráneos, hechos de su materia, de sal, sangre, risa y llanto, su creación y su alimento. No se me ocurre mejor lugar donde ser. —ECP: ¿Cuál es tu militancia en la actualidad? —AS: Ideológicamente no he cambiado mucho en los últimos cincuenta años. Quizás el tiempo nos hace más “descreídos”, por decirlo de algún modo. También más extremistas. Tengo muy claro cuál es mi sitio: desde siempre me he sentido cómodo entre Proudhon, Nietzsche, Bakunin («No soy verdaderamente libre más que cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres»), ese punto conservador de la gente de campo y toda la influencia cristiana. El concepto ubuntu («yo soy porque nosotros somos») me parece la solución perfecta a la dicotomía que siempre hemos tenido entre individualismo y socialismo. En cualquier caso, siempre suscribiré la idea de Emma Goldman: «si no hay baile, no es mi revolución». La lucha por la felicidad, por el amor en todas sus facetas, es lo que siempre nos ha movido, lo que consigue que le hagamos cara a los lobos cada día. No tengo ningún problema en odiar tanto como odio lo que odio, porque siempre ha sido absolutamente por amor, la única fuerza que debería mover el mundo. Intentar ser disidentes en la disidencia, odiar desde el amor más hondo todo lo que siembra dolor entre las personas. Militar en el calor de un cuerpo, en ese viaje que es a veces una mirada. Militar en lo construido, continuar el trabajo, tratar de ser camino enamorado. *** Milito en el miedo íntimo, enorme como un grano de sal, a perder tu amor. *** —ECP: ¿Pastillas para dormir o despertar? —AS: ¿Sueño o vigilia? ¿Dónde habita la realidad? Pastillas para dormir como pasaporte a una tierra más feliz, a una tierra donde la muerte no existe, donde todo es posible, donde los lobos sólo son perros mansos. Y después... Pastillas para despertar y seguir habitando la absurda vigilia que nos arrastra a diario, que transcurre en un tiempo siempre lineal, donde todo es inexorable y sin vuelta atrás. En lo social, sin embargo... Estamos dominados por Hipnos y sus oniros. Ya no es la religión el opio del pueblo, es el capitalismo quien nos mantiene dormidos en la continua pesadilla del consumismo. Es necesario que la sociedad empiece a tomar café como si no hubiera un mañana, recuperar la conciencia personal y la de clase, desechar el egoísmo rabioso, el consumo sin fin (ni finalidad), pero eso, quizás, sea otra historia.
—ECP: ¿En qué punto cardinal de la cama te aguardan los monstruos? —AS: A veces han dado vueltas alrededor, a veces se han metido dentro esperando nuestro sueño para lanzar su mordisco. El amor ha sido el arma eficaz para mantenerlos sentados a los pies de la cama, al sur. Sentados apoyando los hocicos babeantes, prestos siempre al mínimo descuido para esparcir su rabia. Y ahí siguen, ahora normalmente acostados, dormitando, satisfechos de su obra, a veces se levantan y me miran para recordarme que son parte de mi propio ser, que nunca me abandonaran porque, al fin, eso es un ser humano. Sólo los psicópatas y los muertos andantes no tienen miedos. *** Silencio roto, silencio devorado por un nuevo fantasma perdido. *** —ECP: ¿Música de frontera o de desiertos? —AS: ¿Qué es una frontera sino un desierto? A mí me encanta caminar por las calles de atrás, esas que no conocerán los turistas, esas en las que no se adentran pueriles y bienpensantes, donde están los habitantes vivos, donde suceden las cosas, donde está la música, esas calles de atrás que conforman el borde de la vida, que son frontera entre el bullicio y el desierto diario, donde eternamente Camelia tirotea a Emilio Varela. En la frontera nos encontramos los disidentes, un paso mas allá, en el desierto, seremos eremitas. Quizás sea el territorio donde realmente se produce la lucha con nuestros lobos, la aceptación de que, vayamos donde vayamos, ahí estarán ellos habitándonos la sombra, pegados a los talones, la capacidad de convivir con ellos y de vivir a pesar de ellos. —ECP: ¿Qué has soñado esta noche? —AS: El momento de la hipnopompia es el que suelo desear, esos segundos en los sigues en el sueño, hablando con el perro Undo, bailando con mi esposa, patinando sobre suelos de adoquines imposibles en una fiesta maravillosa, pero estás ya despierto, estás ya del lado de la vigilia sabiendo que se acaba esa otra realidad en la que no existe la muerte, el tiempo, en la que todo puede suceder a la vez, sabiendo que hay que levantarse, desayunar, asearse, y comenzar a alimentar a los lobos. Quiero soñar que no escribo Lobos que miran desde los pies de la cama. ***
Y ¿qué opción quedaba si los dos éramos agua y nos metimos en la misma cama? *** |
ENTREVISTAS
El Coloquio de los Perros. CABEZAS, ISMAEL
CAMARASA, RAFAEL CARBAJOSA, NATALIA CARIDE, ALBERTO CARRILLO, VIRIDIANA CÉLINE CEREZUELA, ANA CERVERA, RAFA CHEJFEC, SERGIO CHEJFEC, SERGIO [5] CHESSA, ALBERTO CHESSA, ALBERTO [Anatomía de una sombra] CHICO, ÁLEX CISNERO, ALBERTO COMAN, DAN CONTRERAS, NADIA CRUZ, GINÉS DELGADO, DESIRÉE DÍAZ, ANA CLAUDIA DÍEZ, JOSÉ MANUEL DOMINIQUE A ELENA PARDO, CRISTINA ESPEJO, JOSÉ DANIEL ESPEJO, JOSÉ DANIEL [Perro fantasma] FONT, VIOLETA GALÁN, JULIO CÉSAR GALÁN MOREU, SALVADOR GALÁN MOREU, SALVADOR [No fall] GALINDO, BRUNO GALLARDO, JOSÉ MANUEL GALLUD, EVA GALVÁN, ANI GAMBOA, JEYMER GARCÍA, CONCHA GARCÍA, DIEGO L. GARCÍA JIMÉNEZ, SALVADOR GARCÍA LÓPEZ, ERNESTO GARCÍA MELLADO, ISABEL GARCÍA-VILLALBA, ALFONSO GARRIDO PANIAGUA, RODRIGO GASS, CARLOS GINÉS, ANTONIO LUIS GINÉS, ANTONIO LUIS [Antonov] GÓMEZ, MACARENA GÓMEZ BLESA, MERCEDES GÓMEZ RIBELLES, ANTONIO GÓMEZ RIBELLES, ANTONIO [QUIROMANTE] GONZÁLEZ LAGO, DAVID GRACIA, ÁNGEL GROZO, DANIEL GUERRA NARANJO, ALBERTO HENDERSON, DAIANA HERNÁNDEZ, GALA HERNÁNDEZ, JULIO HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [EL DOLOR DE LOS DEMÁS] HERNÁNDEZ, MIGUEL ÁNGEL [ANOXIA] HERNÁNDEZ BUSTO, ERNESTO IRIBARREN, KARMELO C. JORGE PADRÓN, JUSTO KASZTELAN, NURIT LADDAGA, REINALDO LAYNA RANZ, FRANCISCO LEZCANO, YULEISY CRUZ LINAZASORO, KARLOS LOBATO, FLORA LÓPEZ, PABLO LÓPEZ AGÜERA, FULGENCIO ANTONIO LÓPEZ KOSAK, ANDREA LÓPEZ MONDÉJAR, LOLA LÓPEZ MONDÉJAR, LOLA [Qué mundo tan maravilloso] LÓPEZ SANDOVAL, DAVID LÓPEZ SORIA, MARISA LOUZAO, ALICIA MAESTRO, JESÚS G. MALAVER, ARY MANUELA, ADRIANA MARGARIT, LUCAS MARÍN, MARÍA MARÍN, MARIO MARÍN ALBALATE, ANTONIO MARQUARDT, ANJA MART, BLANCA MARTÍ VALLEJO, MAITE MARTÍN, RUBÉN MARTÍN GIJÓN, SUSANA MARTÍN IGLESIAS, VÍCTOR MARTÍNEZ CASTILLO, ANA MENDOZA, NURIA MESA, SARA MICÓ, JOSÉ MARÍA MIGUEL, LUNA MIRALLES, INMA MOGA, EDUARDO MOLINO, SERGIO (DEL) MONTEVERDE, JULIO MOR, DOLAN MORALES, JAVIER MORANO, CRISTINA MORENO, ANTONIO MORENO, ELOY MORENO, JAVIER MORENO, SEBASTIÁN MORENTE, ESTRELLA MOYA, MANUEL MUÑOZ, MIGUEL ÁNGEL NAVARRO, ÓSCAR NETO DOS SANTOS, MANUEL NIETO, LOLA NORDBRANDT, HENRIK NUÑO, SIHARA OLMOS, ALBERTO OREJUDO, ANTONIO ORTIZ, DEMIAN ORTIZ ALBERO, MIGUEL ÁNGEL PALOMEQUE, AZAHARA PAPELES DEL NÁUFRAGO [Antonio Lafarque y Aníbal García] PARDO VIDAL, JUAN PARRA SANZ, ANTONIO PEÑA DACOSTA, VÍCTOR PEÑAS, ESTHER PÉREZ CAÑAMARES, ANA [Querida hija imperfecta] PÉREZ CAÑAMARES, ANA [Las sumas y los restos] PÉREZ LEAL, AGUSTÍN PÉREZ MONTALBÁN, ISABEL PERONA, JESÚS PICÓN, EMILIO PRADA, JUAN MANUEL DE PRUDENCIO, JESÚS PUJANTE, BASILIO PUJANTE, MANUEL RÍOS, BRENDA RIVAS GONZÁLEZ, MANUEL ROBLES, SALVA RODRÍGUEZ, ALFREDO RODRÍGUEZ, ALFREDO [Urre Aroa] RODRÍGUEZ, ALFREDO [Días del indomable] RODRÍGUEZ JIMÉNEZ, ANTONIO RODRÍGUEZ PAPPE, SOLANGE ROMERO MORA, J.D. ROSADO, JUAN JOSÉ ROSSELL, MARINA RUDEL, JAUFRÉ RUIZ GUERRERO, Mª CARMEN SALSE BATÁN, ALEJANDRO SÁNCHEZ, GINÉS SÁNCHEZ, GINÉS [2096] SÁNCHEZ, GINÉS [MUJERES EN LA OSCURIDAD] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [El nudo] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [FACTBOOK] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [LA CADENA DEL FRÍO] SÁNCHEZ AGUILAR, DIEGO [LOS QUE ESCUCHAN] SÁNCHEZ GÓMEZ, MARISOL SÁNCHEZ MARTÍN, LUIS SÁNCHEZ MENÉNDEZ, JAVIER SÁNCHEZ ROBLES, MIGUEL SÁNCHIZ, ANTONI SANTOS, ABEL SCHWEBLIN, SUSANA SEÑOR, RUBÉN SERRANO, PABLO SORIANO, ADA SUANE, SAÚL TRIGUEROS, SARA J. ÚBEDA, ANABEL URÍA, JUAN MANUEL VAL, FERNANDO DEL VALDÉS, ANDREA VALERO, MANUEL VALLÈS, TINA VARAS, VALENTINA VEGA, MIGUEL VERA FIGUEROA, ALBA VICENTE, TERESA VICENTE CONESA, FRANCISCO VILA-MATAS, ENRIQUE Hemeroteca
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