LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
MANUEL VILAS. LOS BESOS (Planeta, Barcelona, 2021) por PEDRO GARCÍA CUETO Después de los éxitos de Ordesa y Alegría, Manuel Vilas vuelve a una narrativa entrañable de un ser que mira el tiempo y la vida con extrañeza, porque en la retina de este escritor late una forma de ver que lo hace singular y que da a la novela la textura necesaria para atraparnos. Los besos es nos cuenta la historia de Salvador, un hombre que, al inicio de la pandemia, decide irse a un pueblo. Es un profesor ya jubilado, cuya falta de comunicación con sus alumnos le llevó a un ensimismamiento que sigue presente en él. Esa falta de sociabilidad con otros seres le hace aislarse y contemplar la pandemia como si todo un mundo hubiese caído en desgracia. Pero es precisamente su afán de detenerse en detalles que otros no percibirían lo que dota a Salvador de particularidad. Su encuentro en el supermercado con una mujer, Montserrat, quince años menor que él, sirve de puente para expresar su pasión ante la idea del amor y su total devoción a ella, llegando a considerar el amor como el único eslabón que nos puede salvar de la locura. Con estos mimbres, Vilas avanza en una especie de diario donde encontramos una oda a la naturaleza, al paisaje del campo, a su pasión por comprar verduras o a esa tensión que supone robar en el supermercado. Los besos es un acto narrativo de reflexión, una especie de confesionario donde late el espíritu de un hombre impar. Hay muchos párrafos donde Vilas se detiene con maestría en lo cotidiano, como si el virus no fuera lo más importante, sino su reacción ante lo que le rodea. Otro aspecto es la lectura de la novela El Quijote de Cervantes, a través de la cual está interpretando el mundo. Al llamar a la chica Altisidora, está reafirmando su deseo de huir de la realidad, de construir un universo alternativo, un espacio totalmente cerrado a lo que ocurre en el exterior, para aislarse, a través del sexo, de una sociedad destruida. Cito algunas líneas de la novela, como ese canto al medio natural: Oh, viento, oh, carne, oh cuerpo humano, y el bosque al lado de mi casa, donde los virus no están, donde la luna y el sol se alternan sin escrúpulos políticos, donde la belleza persevera porque no sabe que es belleza... Se trata de un caballero sin fotos en la cartera, porque todo es hondura, los rostros se confunden y él mira el tiempo como si fuese contemplado por primera vez. En el capítulo 35 podemos ver cómo penetra el escritor en el ser que ama, cómo se convierte en el amanuense que la descifra, porque este nuevo libro de Vilas es, en el fondo, un viaje a nuestro propio cuerpo: Ha sido al notar su aliento, la carnosidad de la lengua, cuando he accedido a la parte invisible de Montserrat/Altisidora, al lugar en que ella habla consigo misma. Y veo lo que es. La veo por dentro.
Los comentarios sobre personajes políticos o sucesos de nuestra España, como el 23 F, van dotando a la novela de un tempo, van arraigando la historia a una época. Pero lo que importa no es todo eso, sino ese descenso a los infiernos de uno mismo y a los del ser amado, como si volviera Dante montado en su famosa Comedia. Porque comedia es en realidad la vida y Manuel Vilas lo sabe muy bien. Y no elude lo escatológico (hay un instante decisivo, que no revelo, que conduce al desengaño amoroso), porque Vilas contempla el cuerpo y lo disecciona como si realizase una radiografía del ser amado: aparecen piernas, labios, bocas, brazos, todo ese cosmos que va conformando el paisaje corporal. No elude tampoco, como he dicho, la naturaleza: los árboles, los pájaros... Porque sabe Vilas que todo se reduce a un encuentro entre dos seres en la inmensidad del planeta, que permanece pese a nosotros, tan perecederos. Sin duda, nos hallamos ante una novela intimista. Una pandemia ha detenido el tiempo y ahora todo es un afán de regresar a la niñez y encontrar en los besos la única luz de la existencia. Una gran novela.
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CELIA CARRASCO GIL. ENTRE TEMPORAL Y FRENTE (Olifante, Zaragoza, 2020) por PEDRO GARCÍA CUETO Celia Carrasco es una joven poeta nacida en Tudela que estudia actualmente Filología Hispánica en Zaragoza.
Entre temporal y frente está dedicado a su padre. A lo largo de cincuenta y dos poemas podemos ver la hondura que refleja el paso del tiempo, desde la infancia hasta la juventud, como un sendero cuyo tránsito va embelleciendo la voz poética de Celia. En el poema ‘Boomerang’ nos dice: «Tal vez ya no recuerdes el sonido de la lluvia / limpiando la sangre derramada / a las puertas de septiembre. / Tal vez ya no recuerdes las manchas de barro, / ni tampoco los parches de tela / en las rodillas de tu peto vaquero». El tiempo va dejando su eco en la mujer actual que fue niña, mientras la lluvia iba cayendo sobre el cuerpo, tejiendo una piel de experiencia y desencanto. Todo lo envuelve el tiempo en el poemario. Las dedicatorias a Miguel Hernández tamizan un libro que está tejido con esmero, con delicadeza, con encantamiento. En ‘Frente del noroeste’ convive la niña con la mujer. Si a aquella le gustaba sentir «la presión de los fluidos sobre mi cabeza», esta de ahora sabe que todo lo horada el tiempo, va dejando briznas donde hubo fuego, cenizas donde hubo llama: «Pero hoy / los dinamismos atmosféricos desarman / mis topografías idílicas». Celia es consciente de la grieta que va dejando la vida y de que la gracia que supone la niñez ya se ha rasgado. En esa búsqueda del ser que fue y ya no es dirá en el poema ‘La espera’: «Quisiera, cual voz de náufrago desintegrada. / disfrazarme con tu esencia cada noche / y enterrar mis rodillas en la arena, / sola y a tu lado». Ese afán de entrega al otro o a sí misma se convierte en una quimera, volver a enterrar las rodillas como si la infancia retornara de ese espejismo que supone vivir. Queda aún más claro su fijación temporal en el poema ‘Anclada en el tiempo’, donde la poeta vive en ese espacio de luz y sombra que trae la noche, anunciadora del insomnio o del sueño vital: «Las horas / son noches en vela acumuladas / bajo una mirada rutinaria. / furibunda, de atisbo vacío, / en una fugaz estepa». Hay una gradación en este poema desde el silencio al vacío tras la disolución, y hacia la nada. La ecuación que supone el recorrido por el mundo va despejando una certeza: somos seres que vacilan ante el furor de la tormenta y, al final, perdemos siempre nuestro vuelo para no ser nada. Y la sensualidad está presente en el libro. Celia Carrasco es soñadora, vive en la aurora del mundo y conoce el deslumbramiento de la Naturaleza en todo lo que toca y en su propio respirar, así lo muestra en su poema ‘Cromatismos de una vida’: «Hoy he soñado con amapolas / en las lindes de mis sábanas. / Las aproximaba contra mi cuerpo / y sentía su calor perforar mis sienes, / y su savia bañar mi estómago, / y el opio queriendo / que me acercara un poco más a ellas». Entre temporal y frente está lleno de destellos, de luz que va dejando en el verso fulgores. Con el bello azul de la portada, que parece un mar al alba, el libro es un tesoro que abrimos y que produce embrujo, nos hace meditar y nos envuelve en la palabra transida de eternidad. OLGA NOVO. FELIZIDAD (Olifante, Tarazona, 2020) por PEDRO GARCÍA CUETO EL PAIS EMOCIONAL DE OLGA NOVO Olga Novo expresa en Felizidad todo lo que le une a la vida, a sus seres queridos, todo el nexo que va tejiendo al mundo de los sentimientos, porque es una poeta que, al crear, nos hace ver el terruño gallego a la vez que nuestro interior, nuestro propio cuerpo, por donde hilos de sangre nos unen a nuestros antecesores.
Ya desde el comienzo de Felizidad la emoción está presente en la carta a su hija Lúa, la figura del abuelo y del padre, todo un cosmos de impresiones que va a estar respirando en el libro, el eco de una mujer que sabe que la maternidad es un milagro y que el hecho de que un esperma anide en un óvulo es magia, porque de esa conjunción nace el hijo o la hija. En ‘Poesía polinizada’ Novo expresa esa herencia que lleva. En la mujer que es anidan todas las mujeres que han sido: «Aquel día / donde la niña alucinada y la mujer de la aldea / se fundieron en una / sentí / que me atravesaba la extensa línea del pasado / como si yo fuese una puerta abierta de par en par en el bucle / del tiempo». En la poeta vive el tiempo. Las mujeres que le han sucedido antes son eslabones que la unen como un tejido fuerte a una costumbre, a un transitar. Consciente de esa fuerza, la poeta va tejiendo una cartografía de sensaciones donde los que fueron y los que son se encuentran en el milagro de existir. Dedicado a su hija, le dice en el poema ‘En la llegada de la primera locomotora’ que un cuerpo se anida en otro cuerpo, que la hija se hace ella misma, como si se miraran en un espejo y encontraran sus cuerpos entrelazados: «Del mismo modo siento tu azada en mi carne / abriendo paso entre capas calcolíticas de nervios / perforando a ciegas el espacio noche a noche / sin temor a la pizarra ni al estrecho pasadizo de la vida». La hija navega antes del nacimiento por el cuerpo de la madre, por su corazón, sus pulmones, su vientre, ya está surcando ese túnel donde los cuerpos se encuentran y reciben la misma savia. En el poema ‘El poder no puede’, Novo expresa la protección de un ser a otro ser antes del nacimiento, el milagro que rompe cualquier ecuación, cualquier amenaza: «El poder no puede / mi niña / el poder no puede / rozar siquiera la órbita en la que giras con treinta semanas / imaginar tan solo la bóveda de costillas que te protege de todo / mal». Las alusiones al cuerpo son constantes, da la impresión de que une los órganos con el paisaje gallego, porque hay una fusión entre lo orgánico y lo emocional; el paisaje también se vuelve corpóreo, existe, tiene miembros vitales. Todo el poema es un organismo, compuesto de manos, pies, pechos. La poeta dice en ‘En mí en todas’: «En algún poema me subió la leche a los pechos / como asciende la palabra hasta el cerebro / trepando como un gato en un bosque de glándulas / y fui todas las madres que son madres de mis hijos». Olga Novo se convierte en la mujer que es todas las mujeres. No solo las de su familia, las que han ido conformando su cuerpo, sino las que respiran en los campos, las que sufrieron en la posguerra. Todas ellas vuelven con el eco del verso. En el poema ‘Existencia’ vemos que el existir es un don que nadie sabe ver en toda su dimensión, porque en la poesía de Olga Novo hay ecos de la sensualidad de D. H. Lawrence, de Wallace Stevens, de Saint John Perse; esas voces están presentes, son imágenes portentosas que trazan el poema que es un cuadro de seres que se desplazan por la vida, conscientes del milagro de vivir. La cita de Pasolini da al poema su luz: «Yo pensaba que respiraba con los pulmones / pero el mundo veía mis branquias / de dinamita dulcísima / Y se apartan de mi piel / como si fuese a explotar en cualquier momento / y contaminar su pureza de dióxido de carbono». Es, sin duda, la mujer que es Naturaleza, tiene branquias como los peces; mujer que es el cosmos personificado, que vive en todos los rincones, que sabe que en ella respira el mundo y se encarna en voces dispares pero unidas en una misma meta: la existencia. La idea de la muerte también está, cómo no, presente en el libro, como si los seres idos volvieran y al regresar iniciaran un diálogo con los vivos, en un encuentro que es hallazgo de luz entre las tinieblas de la idea del morir. Así lo expresa en ‘La valkiria de las vacas’: «Soñé que estabas viva / aunque de pronto tú / en silencio / me formulabas la pregunta eterna: / ¿Es cierto que estoy muerta? / ¿Esta que soy / soy yo?». La vida y la muerte como espejos donde los que han muerto pueden estar en nuestra mirada. En ‘Brasas’ la mujer que se sabe humana, pero que a veces se siente espíritu y alma, expresa esa comunicación con lo que no está presente: «Oigo voces que no soy yo / me desplazo sin moverme / como el sonido de la lira / voy donde ya estuviste / y encuentro / una luciérnaga que dejó en la hierba tu aura desnuda». Como si todos los que se han ido se hallasen en la naturaleza, se encarnasen en ella, la poeta reclama a través de la creación esa luz que resucite lo que ya no está, pero se presiente, vive todavía dentro y aparece en los seres de la tierra. Cuando acabamos el libro, ya sabemos que la comunicación de Olga Novo con su padre, con su hija, son su base y su simiente; es en ese fluido de cuerpos que se conectan donde nace una mujer que se siente extraña a sí misma, porque está conectada con todo, cuyo cuerpo es el de todas las mujeres y cuya mirada es la de la tierra que siempre devuelve al mundo a los que no están. Todo ello conforma Felizidad como expresión del hecho de existir, un libro de una poeta que sabe dejar su luz en la tierra e ilumina las palabras para que estas sean el mundo y su misterio. MAURICIO WIESENTHAL. ORIENT-EXPRESS (EL TREN DE EUROPA) (Acantilado, Barcelona, 2020) por PEDRO GARCÍA CUETO COMO UN ECO DEL AYER De la mano de Mauricio Wiesenthal, autor de obras tan valoradas como El esnobismo de las golondrinas o Libro de réquiems, sin olvidar su gran libro sobre Rilke, al que tanto ha admirado, nos adentramos en el mundo de los trenes. Hay un incansable mirar, una forma de ver el mundo, donde la elegancia ha sido un sello de distinción.
Wiesenthal ha sido profesor de Historia de la Cultura, conferenciante en muchas universidades, además de diplomático y viajero empedernido. En su contemplación late un mundo que ya va desapareciendo. Para él la vida está tejida con los hilos de la cultura, que nos llena en tiempos tan baldíos. Su universo se nutre de esa luz que han dejado en él los más diversos paisajes culturales. Algunos los ha conocido, otros han quedado impregnados en las letras que ha leído. En este libro el recuerdo se trenza con el presente, pero lo que palpita es la melancolía de aquellos trenes que conoció cuando era joven, como en el párrafo que evoca los trenes de la Compañía internacional de Wagon-Lits: «Casi todos ellos habían sido construidos en la Belle Époque, que fue el tiempo de esplendor y glamour del Orient-Express». El Orient-Express, mucho más allá de un espacio que le sirvió a Agatha Christie para su famosa novela, era también el lugar donde convivían turcos, indios, funcionarios, maestros... En esa belleza que llevaba inserta la luz del tren muchos seres humanos dejaron su huella. Pero también se levanta la voz crítica a un tiempo que ya carece de la distinción de antes, un siglo XXI envenado por pandemias, malos modos, violencia absurda, personajes mediocres. Pese a que el siglo XX fue también un siglo atroz, se encuentran perfiles de gente que conservaba al caminar el porte de un mundo aún no mancillado por la estupidez: «Esas mujeres y hombres a los que conocía todavía activos, aguerridos y luchadores en su juventud, ya no están para juzgar la vergüenza de este tiempo irresponsable y ocioso, y pocos se acuerdan de aquellas vidas que fueron a parar a las vías muertas de todo lo que la injusticia va destruyendo». Asistimos al relato sobre reyes, escritores, gente de la moda, como Coco Chanel, a la que conoció personalmente y le que contaba los viajes que había hecho en el famoso tren. En todo momento hay evocación: en los personajes idos que se desdibujan; en el aroma de desayuno, de mujeres elegantes que escondían terribles historias de amor; en ese vagón restaurante donde se cenaba con un repertorio de música clásica donde uno sentía, al escuchar a Mahler o a Strauss, cómo el tiempo se iba cerrando como los visillos de una habitación al anochecer. Mientras el tren nos va dejando, oímos las voces aún no dormidas de tantos que durmieron en sus camas y que han sido admirados por su arte. Cuando uno acaba de leer el libro, parece que todos esos personajes han sido nuestros, en un diálogo hermoso que ahora parece quedar arrinconado por la tecnología. Sentimos que hemos viajado en el Orient-Express, cuando la vida era un acto de delicadeza y la imaginación era más poderosa que la realidad. Aquellos tiempos vuelven de nuevo, gracias a un hombre de otro tiempo, Mauricio Wiesenthal. WOODY ALLEN. A PROPÓSITO DE NADA (Alianza, Madrid, 2020) por PEDRO GARCÍA CUETO TANTO TODO PARA NADA Cuando uno lee las memorias de Woody Allen con el sugerente título de A propósito de nada me da por pensar en el final del poema de Pepe Hierro ‘Tanto todo para nada’, porque el linchamiento público al que se ha sometido al genial cómico americano, que no es solo uno de los más ingeniosos del cine moderno como director, sino un actor atribulado que representa a un ser intelectual que ve la realidad desde otra mirada, es intolerable.
En estas memorias, Woody vuelve a dar muestra de su talento, con un estilo llano y fácil de leer, que nos envuelve en su niñez, con una madre autoritaria y un padre despreocupado, con aquella juventud donde ya escribía y donde empezó a despuntar en clubes nocturnos para disfrute de los espectadores. La mirada de Woody a la vida es la de un hombre que solo disfruta escribiendo, rodando películas, que detesta ensayar y ese afán de meticulosidad de algunos directores que repiten escenas interminablemente. Hay en Woody un director que sabe ver lo bueno (admirable el repaso de actores y actrices que admira el director y los adjetivos, todos loables, que les dedica) en los actores. Como hombre descreído de la enorme vanidad de otros, no le interesa asistir a la ceremonia de los Oscars, aunque pueda ganar una película suya; prefiere tocar el clarinete con sus amigos. Tampoco le gusta ver sus propias películas, porque ya son pasado. Es Woody también un hombre descreído de Dios, que se pregunta el sentido de la existencia y que disfruta con Soon-Yi, esa mujer frágil maltratada por la psicópata que es Mia Farrow en toda la biografía. Woody también hace cine y escribe guiones y sostiene que sin un buen guión no hay una buena película. El tejido de su cine está hecho de esos maravillosos diálogos, que lucen por sí solos. La creación es lo importante, porque Woody sabe que el creador se convierte en inmortal cuando escribe o filma y que la vida real solo es un simulacro de esa maravillosa ficción donde los personajes pueden vivir plenamente. ¿Acaso hacemos eso en la monótona realidad? Cómo no, el libro es un repaso a muchas películas, todas tocadas por el estado de gracia de un genio que, a veces, no ha sido tan brillante, pero que siempre ha tenido toques de ingenio y de genialidad, películas dramáticas como Interiores o Maridos y mujeres, comedias como Toma el dinero y corre, Sueños de un seductor, La última noche de Boris Grushenko, la maravillosa Annie Hall y muchas otras, como una de sus preferidas: Misterioso asesinato en Manhattan. Su predilección por Días de radio o por la mujer que mira la pantalla embobada porque quiere adentrarse en el mundo del cine (nada menos que Mia Farrow, su pesadilla viviente) nos hace ver que Woody siempre ha sido el soñador que cree en el cine como una forma de redención ante la vida, tan poco interesante, y la ficción, donde todo es posible y uno puede vivir eternamente. Además, el libro es un canto admirativo a Tennessee Williams y sus maravillosas obras, como Un tranvía llamado deseo, donde, sobre todo en la película, se culmina la obra de arte. Considera Woody a Vivien Leigh como una mujer más real en la ficción que muchas que ha conocido en la vida y a Brando como un poema viviente. También nos gusta saber su admiración por Arthur Miller, con el que pudo cenar en alguna ocasión. El libro va tejiendo películas y anécdotas, como en la que nos hace ver que Cary Grant admiraba a Allen y fue a un club a escuchar al maestro de la comedia. También nos interesa todo lo que nos cuenta sobre sus queridas Diane Keaton, Diane West o Louis Lasser, con las que guarda una gran amistad, y cómo ensalza a Emma Stone, ya que la considera una de las pocas con la que se ha pasado largas horas charlando durante el transcurso del rodaje de una película. También su admiración por Javier Bardem o Penélope Cruz. Pero llega entonces lo escabroso: ¿qué pasó realmente con Dylan?, ¿hubo abuso sexual por parte de Woody? La defensa a ultranza de su inocencia y la calificación de Mia Farrow como una desequilibrada que ya había abusado psicológicamente de otros hijos adoptivos pesa en el libro, es una losa que cuando la lees te das cuenta de la herida que ha producido en el genio. Ni los premios, ni las críticas, ni los aduladores han podido conmoverlo, pero este tema sí. El desprecio que han ido tejiendo los que levantan las voces, muchas veces sin pruebas, contra actores o cantantes por abusos, le afecta, palpita en las páginas del libro. El desprecio de Dylan hacia él, el de su hermano Ronan, la huida de Moses de ese circo y el apoyo a su padre, son temas que va hilando el libro y piensas: ¿por qué todo esto? ¿Por qué un genio de la comedia, un hombre que ha hecho soñar con su cine a tantas generaciones, puede ser un monstruo? Queda la sombra de la duda. Para Woody es como una caza de brujas, pero no tan grave, porque él sigue con su estabilidad emocional y con sus hábitos de ver partidos en televisión y haciendo cine. Tengo una sensación agridulce al terminar las memorias. Todo lo que cuenta con ingenio me divierte, pero todo lo que pasó me entristece. Si fue mentira, por la herida perenne que ha dejado en él; si fue verdad, por la mancha en un hombre de su talla. Me quedo con su cine, con sus palabras cerca del final del libro: «No tengo nada que ofrecer a los estudiantes de cine». Precisamente, él mismo se acusa de ser indisciplinado y perezoso, pero si sabes leer el fondo de sus palabras, ya sabes la clave de su verdad: Woody está por encima de ortodoxias, de pedanterías, sabe que la vida es poca cosa, pese a haberla vivido intensamente, y solo en la creación uno es alguien de verdad. Destinado, como todos, a la muerte, Woody necesita sentirse vivo en lo que hace, sin mirar atrás, salvo en estas páginas en forma de libro, porque su vida es escribir, filmar... «Tanto todo para nada...», comenzaba este texto, porque muchos lo derriban todo sin saber lo que ha costado crearlo. Al final, uno sabe que lo que quedará será su cine y lo demás lo moverán otros escándalos, otras verdades u otras mentiras. Gracias, Woody, por tu cine, que es lo que nos importa. LILIÁN PALLARES. BESTIAL (Olifante, Zaragoza, 2019) por PEDRO GARCÍA CUETO Lilián lleva ya una larga trayectoria como poeta, donde ha demostrado su capacidad para crear imágenes llenas de gran sensualidad. Lilián es colombiana y esa herencia está presente en su poesía. Me la imagino escuchando relatos orales desde niña donde laten los ancestros y una tierra cuya espesura cobra altura.
Bestial es un libro en formato pequeño, cuidado, como un regalo a nuestras manos, que esconde grandes tesoros. Escucho en los versos de Lilián el tiempo, su eco, parece que oigo la llamada de una tierra fecunda, poderosa, que abre senderos al amor y a la sensualidad entre los cuerpos que se encuentran en la noche y que se reconocen piel a piel. La insaciable mirada de una mujer nacida para el amor se percibe en el poema ‘Aguardiente’ cuando dice: Quiero llamar a cada uno de mis amantes, / invitarles a mi casa, que vengan en fila india / con las palabras no dichas y los besos no / dados. La poeta quiere evocar a todos, que estén ahí de nuevo porque sabe que el tiempo es una trampa y pone obstáculos a la felicidad. A través del poema se concita el acto de volver a tener a los seres que amó para beber aguardiente y volver al tiempo de los besos y las caricias perdidas. En Lilián vive una niña también que sufrió el miedo, como refleja el poema ‘Compasión’, ese padre que, borracho, escucha rancheras, esa madre que se irá, esa familia que se destroza. Lilián demuestra en el libro ese afán de ser libre, de amar donde y a quien quiera, ese deseo de dejar de ser la mordilona, la niña de la boca grande, ahora una boca hecha para el beso y la caricia, cuando antes fue fruto de burla de los otros niños, crueles siempre con el diferente. En el poema ‘Libre’ no elude el lenguaje explícito, el que concita el deseo: «Sé que mi coño es una papaya jugosa y fresca», porque también es el espacio de una ciudad donde un borracho le grita sudaca y a los negros que venden mercancía les piden papeles los policías. Lilián es esa hondura, es ese cuerpo que se hace fuego, como dice al final del poema: «Soy tierra que tiembla en la soledad de la / noche». Todo el libro es un deseo de desnudar a la mejor mujer, la más verdadera, de quitarse la ropa de la hipocresía, de sacar la verdad, de manifestar a un ser que ama de veras, sin concesiones ni condiciones, una mujer libre hasta el tuétano. Sin duda alguna, nos hallamos ante el libro más auténtico de Lilián, al menos en el que el lenguaje es más explícito, también donde ahonda en los sentimientos de esa niña herida que después de haber sido despreciada, quiere ser amada. La poeta que anida en Lilián ama desesperadamente la vida, hasta en el mismo instante. Se entrega a la verdad de las cosas, a los seres que no mienten, lo que me recuerda a la sinceridad que recorren los versos de los grandes poetas como Cernuda o Miguel Hernández. En Lilián también hay una sombra como dice el poema ‘Mi ataúd’: «Mi ataúd y yo somos inseparables / nos une el vacío». En mi opinión, Lilián vive intensamente porque sabe que todo acaba y aunque la sombra le persiga, una vitalidad impresionante vive en estos versos, por ello titula el libro Bestial, como cuando va al zoológico y contempla a un mono que la mira con lujuria. Qué importa, al fin, quiénes somos si no vivimos en realidad. En este libro nos enseña a vivir cada momento como si fuera el último. Toda una lección de vida y de buena poesía. FRANCISCO CÁNOVAS SÁNCHEZ. BÉNITO PÉREZ GALDÓS. VIDA, OBRA Y COMPROMISO (Alianza, Madrid, 2019) por PEDRO GARCÍA CUETO Benito Pérez Galdós sigue siendo un descubrimiento porque su lectura siempre es un placer, su narrativa va hilando tramas, creando personajes, logra que el lector se adentre en la llama de la trama, quede iluminado por la fuerza de sus miradas al mundo.
Bénito Pérez Galdos. Vida, obra y compromiso es el libro escrito por un historiador, otra vuelta a un gran escritor, después de la mirada que impregnó Pedro Ortiz Armengol, un diplomático que nos contó amenamente las vicisitudes del gran Galdós. No es empresa fácil narrar la vida de un hombre que creó tantos personajes, tan prolífico, además que decidió comprometerse con el partido republicano, provocó un notable escándalo en Madrid con su Electra, obra de teatro que encendió las iras de muchos, aunque fue defendido por los grandes escritores del 98. Cánovas Sánchez va contando la vida de Don Benito envuelto en la madeja de escritores, políticos; a veces simplifica, porque no quiere ahondar demasiado, pese a las quinientas páginas del libro, quizá porque se necesitarían muchas más si se detiene en lo minucioso, en cada relación, en cada obra. Cánovas prefiere centrarse en lo que Galdós tiene de gran novelista, de figura señera. Indica, con mucho tino, cómo creó personajes femeninos de gran hondura, como Fortunata, Jacinta, Marianela y tantas otros. Ese espíritu prevalece en el libro, el amor por el arte y la música, su opinión sobre el caciquismo, sobre la religión. Todo ello es desentrañado con habilidad porque Galdós fue un hombre que, sin la vena exaltada de Unamuno, fue abriendo senderos, despertando conciencias, y en sus novelas fue dejando pinceladas muy jugosas sobre el mundo de la cultura. Sigue Galdós la sombra de Cervantes, el eco que este dejó en la narrativa española, esa facilidad para crear personajes que sobreviven, se convierten ya en inmortales y quedan para siempre en la memoria. Cánovas Sánchez hace hincapié en ese esfuerzo, porque la narrativa del siglo XIX, siglo en el que es experto el historiador, fue una de las más integradoras, ya que logró aunar siglos anteriores y presagió ya lo que sería el XX, que rompería todos los hilos, porque se explica sobre las guerras y sobre el absurdo de un ser humano que ya carece de personalidad, como nos expresó Musil en su famoso El hombre sin atributos. Para Cánovas, el siglo de Galdós aún respira el aroma de otros tiempos, donde los personajes se tejen con una madeja que los personaliza, pero ya anticipamos un desdoblamiento, se puede ver en esos seres que dudan de sí mismos, como ocurre en Nazarín, novela a la que luego Buñuel imprimiría su especial sello. Nos hallamos ante un libro que dibuja a un Galdós siempre activo, donde podemos ver su pensamiento, oírlo respirar, lo vemos en sus personajes, en su afán de hacer del siglo una novela extensa y llena de lecturas e interpretaciones. En 2020 se cumplirá un siglo de la muerte de Galdós. Este libro abre ventanas para saber mirar a un escritor que supera siglos y perspectivas, que, al igual que Cervantes, nos asombrará siempre, con su hondura para crear personajes que son más reales que la propia vida, seres que son ya atemporales y que nos hablan con una luz especial, una llama que nos alumbra en tiempos de tinieblas. ARIADNA G. GARCÍA. CIUDAD SUMERGIDA (Hiperión, Madrid, 2018) por PEDRO GARCÍA CUETO La ya prestigiosa Ariadna G. García nos deslumbra con una poesía serena y hermosa donde conviven paisajes, miradas, afectos y nostalgias.
El libro está dedicado a sus hijos, pero también hay un claro homenaje a sus abuelos, a quienes dedica ‘Devenir’: «Para protegernos de las ausencias / encendemos un fuego en medio de la nieve. / La familia es resguardo, / memoria compartida, / temblor que en el silencio abre ventanas». Ese fuego es el poso que alumbra esta mirada, la de la herencia. Si está en medio de la nieve aún significa más, es lumbre y llama en medio de una blancura fría, es calor en medio del tiempo yerto. Que la familia sea memoria compartida es cierto, porque es en ese espacio donde nombramos a los que hemos querido. Cuando acaba el poema dedicado a su abuela Concha, ya sabemos que los hilos del corazón resisten a las embestidas del tiempo: «Las ráfagas de nieve dan brochazos / feroces. / Aúlla el viento. / Pero el fuego / resiste». Para Ariadna ese fuego poderoso del amor se convierte en incendio que vuelve ante la oquedad de la vida, ante la frialdad de las cosas, ante ese dolor que arrasa todo a su paso. En “Memoria” vuelve esa herencia, cuando le dice a su abuelo Jesús que todo es legado, somos eslabones que permanecen: «Voy siguiendo tus pasos / por el bosque nevado, / hundo mis botas / dentro de mis huellas. Miro hacia atrás: / No hay nadie. / Pero sé que algún día / otras piernas menudas, / sin esfuerzo, / me seguirán el paso». El tiempo que no muere, que nos pertenece, ese con el que convivimos, ese pasado que se hace presente cuando lo evocamos y ese futuro que se intuye y que unirá a los que ya no están con aquellos que nos seguirán. Hay en los poemas de Ariadna una serenidad, una calma, una búsqueda de ese eslabón que nos une en la cadena del tiempo. La nieve, de nuevo, clara metáfora de esa vida que es como una página en blanco que debemos de llenar, como nos recordaba Jaime Siles en Pasos en la nieve. En “Origen” hay una invocación, cuando dice a sus seres queridos: «Sé que os hablo y me oís. Necesito creerlo / En este abismo helado que nos acecha, insomne. / No lo puedo evitar. Late en mí la certeza / de que ya estáis viajando al ser que seréis». Esa transformación de lo que ya no es cuerpo en materia, esa forma de invocar a los seres idos, envueltos ya en un paisaje nuevo, lejos ya del «abismo helado que nos acecha», ese tiempo que nos anula, el sinsentido de una vida que conduce al morir. Y en el apartado “Tierra” me conmueve el poema número VI, cuando la poeta sabe que somos, existimos, dejamos una estela en el firmamento, una huella en la playa, un destello en las sombras que nos persiguen: «encarnamos un ser. / Existimos / Y nuestro amor es posible / pese a las sotanas que enlodan el suelo, / pese a la publicidad que solo arroja luz / hacia un calvero del bosque, / pese al gusano de la intransigencia, / y al malecón del odio». Todo es adversidad, enemigos latentes que nos persiguen, pero poderosos, como una llama, alumbramos con nuestra fe en el hecho de estar en el mundo. Hay tantos que censuran, que niegan, que odian y envenenan todo que la existencia puede ser un calvario, aunque resistimos, como dice Ariadna, el envite de la maldad. Un día no estaremos, pero habrá algo que queda, nuestros hijos; estos serán un espejo nuestro: «Este cielo de luz suave / nos conoce / y cuando ya no estemos / distinguirá en la tierra a nuestros hijos. / Somos parte de ellos, y al revés». Vivimos en una ciudad sumergida, donde veremos a los seres que hemos amado, siendo ya ellos y nosotros todo un ser para la eternidad. MARIO VARGAS LLOSA. TIEMPOS RECIOS (Alfaguara, Madrid, 2019) por PEDRO GARCÍA CUETO Tiempos recios es un retrato del poder y de la impunidad de una época donde los Estados Unidos manejaban los hilos del mundo. Con la influencia en nuestra mente de Roa Bastos, de Miguel Ángel Asturias o de Alejo Carpentier, todos ellos grandes escritores que abordaron las figuras de grandes dictadores, Vargas Llosa compone un interesante ejercicio de hondura al retratar por qué Jacobo Árbenz fue derrocado de su presidencia en Guatemala, ya que los intereses de los americanos eran más poderosos que la democracia instaurada en el país.
Al leer la novela pensaba en Roa Bastos y Yo, el supremo, también en la mirada de Carpentier en El recurso del método, hay una sensación de ir tejiendo la madeja de esta historia donde los personajes son muy importantes: Árbenz, Castillo Armas y Johnny Abbes son seres que deambulan en las sombras de un mundo, el de la Nicaragua de luces y sombras, tierra de naturaleza abundante, misteriosa, donde la vida se teje y se desteje en cada momento. Novela bien construida, con abundante documentación, es un ejercicio del poder de la mentira para derrocar a un presidente. La historia cuenta cómo el consejo directivo de la multinacional americana United Fruit encarga a un mago de la publicidad para montar una fake new acerca del presidente Árbenz, al que acusan de orquestar su gobierno en Guatemala a semejanza de un protectorado soviético. En estos tiempos en que las fake news hacen que caigan grandes personajes, la novela cobra una dimensión de actualidad sangrante. Vivimos en un mundo donde apenas podemos reconocer la verdad de la mentira, envueltos en el exceso de información y de los espejismos de un mundo de redes que oculta muchas veces la verdad, donde cualquiera se puede asomar como un tótem a decir cualquier estupidez. Con estos mimbres se orquesta un golpe de estado preparado por la CIA, ya que interesa derrocar a un hombre legalmente elegido, en un espacio de sombras en las que la mentira cobra proporciones de verdad. Vargas Llosa crea personajes creíbles para ir desarrollando esta mentira, lo que explica muy bien el progresivo desengaño del lector ante la realidad, consciente de vivir en un mundo de falsedades que parecen verdades. La novela recobra al mejor Vargas Llosa, el de La fiesta del chivo, lejos de otros experimentos de poco calado, como sus última novelas. Se contraponen el idealismo y la candidez del matrimonio Árbenz con un mundo que los fagocita, porque no quiere a los buenos, donde triunfan los manipuladores y los arribistas. Estados Unidos, lejos de ser el imperio de la democracia y la legalidad, ha permitido muchas infracciones de la ley y ha impulsado a muchas dictaduras en América Latina para preservar sus intereses. Ahora, con un presidente como Trump, nada ha mejorado, la mentira sigue en pie y tiene peso. Se agradece una novela como la de Vargas Llosa sobre temas tan sangrantes para la democracia como este. Son tiempos recios, donde duele la verdad y triunfa la mentira. LEOPOLDO DE LUIS. LIBRE VOZ (ANTOLOGÍA POÉTICA 1941-2005) (Cátedra, Madrid, 2019) por PEDRO GARCÍA CUETO ENTRE LA NADA Y EL OLVIDO Estamos de celebración porque Sergio Arlandis, mucho más que poeta, también investigador y crítico, profesor en la Universidad de Valencia, ha realizado una excelente selección de la obra de Leopoldo de Luis, de la mano también de su hijo Jorge Urrutia, profesor prestigioso y gran poeta de nuestro tiempo.
He titulado este texto ‘Entre la nada y el olvido’ porque en los poemas seleccionados el gran Lepoldo de Luis contempla la vida como un abismo, donde el espejo nos niega a veces toda apariencia. Somos seres en la derrota que perpetuamente perseguimos la claridad desde la umbría mirada del tiempo. En la estupenda selección de los poemas, encuentro tres que me han llegado dentro, de diferentes épocas. Arlandis en el prólogo ve la poesía como la ventana desde la que miramos el mundo y es muy cierto. El poeta que se siente extraño ante la vida, que pasa casi fantasmagórico por las cosas, abre las puertas de su casa al verso que le alumbra y es el fuego donde germina el tiempo. Para de Luis la vida es un refugio donde uno se esconde y solo en los versos amanece de veras a la verdadera vida. En ese extrañamiento vital crecen sus poemas, como muestra en Los imposibles pájaros (1949), libro en que ya vemos su afán de ver la luz entre las tinieblas del vivir. En el poema ‘Eterna voz’ dice: «Te vendrás otras gentes y otros día / y enterrarán mi voz». La vida sigue y el poeta ha de pasar. Al final todo será arena negra que cubrirá el cuerpo, la vida será ya otra, para el que la pierde, en ese infinito abismo que es la muerte. Porque la voz del poeta no es la suya en realidad, nace de algún lugar, en ese espacio donde el hombre que no somos vive, donde el hombre no nacido crece, donde el increado se hace luz cenital: «Ni aún esta voz es mía, es una herencia. / Yo no soy yo. Fui aquel. He sido. Acaso / hay un oculto río y una escondida espina / que eternamente van atravesándonos». La vida es esa espina, esa cruz que nos lleva a otro yo, quizás al que nunca hemos sido. Hay en la poesía de Leopoldo de Luis un desdoblamiento, como si otro ser le inundara, no el que se mira en el espejo, sino un eco de otra voz, de otro tiempo, una herencia de otros seres ya idos. En el libro El extraño, escrito en 1955, hay un poema dedicado al hijo, que me ha gustado mucho, en esa declaración hacia un ser que aún es inocencia desde la sombra del hombre ya maduro: «Mirándote quisiera derretir / este plomo sombrío de mi pecho / y creer en la vida y en las cosas / que nos dicen su claro sortilegio». La vida desde el niño, abriendo a la magia del tacto y del abrazo a ese ser que lleva plomo ya en el pecho, la carga como Sísifo de la vida que siempre empieza de nuevo. Sigue Leopoldo de Luis su sendero de abrir un cauce al corazón herido, al que late y pena en la memoria. En 1979 llega Igual que guantes grises, libro donde de nuevo, en la senda de ese Aleixandre de Sombra del paraíso, de Luis habla de ese espacio que ya nos ha condenado, vivimos en la ilusión del ayer desde un hoy que es derrota, como nos dice el poema ‘Paraíso perdido’: «Perdemos realmente un paraíso. / Porque hay un paraíso en cada uno / de nosotros y un día / nos expulsa súbitamente». El cuerpo que se mira despojado de sí mismo es ya el yo herido, el que ya no existe, envuelto en el olvido de sí mismo. En de Luis vive ese deseo de existir, pero que nos niega la propia vida con su eterna condena del hastío y el dolor. Llega en esa senda a un poema que me ha dejado conmocionado, en Cuadernos del verano 2005. Últimas notas escribe Leopoldo un poema que nos hiere, nos arroja directamente al vacío existencial. Se titula ‘Final’: «¿Cómo voy a morir si no he nacido? / Nacer es ir sacando el otro a flote, / es conseguir que día a día brote / del fondo en que mantiénese escondido. / No he llegado a lo plenamente humano / proyecto del que quise ser un día. / Sombra de un sueño que la luz seguía / y se quedó sonámbulo y lejano». Dirá también que somos cautivos en sentinas, lo que nos deja esa sensación de tristeza como si la vida fuese una farsa, una burda broma. ¿Será entonces el final o habrá algo más que le dé sentido a todo esto? En esta antología con el prólogo agudo y extenso de Arlandis hay un eco doloroso. Los que leemos sus poemas ya sabemos que todo es derrota, pero quizá queda la ilusión en el hijo, en un paraíso no perdido del todo. Gran poesía la de Leopoldo de Luis que cala muy adentro. |
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