LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
CARLOS JAVIER CEBRIÁN. EJERCICIOS DE INCERTIDUMBRE/LA ALEGRÍA DE ESCRIBIR (Frutos del Tiempo, Elche, 2024) por JUAN C. LOZANO FELICES CARLOS JAVIER CEBRIÁN O LA SEDUCCIÓN DE TRANSITAR CARRETERAS SECUNDARIAS «No me da miedo la muerte, sólo que no quiero estar ahí cuando suceda». Sí, claramente esta ocurrencia con retranca es de Woody Allen, un cineasta al que ambos admiramos. También dijo Ortega que la vida es una serie de colisiones con el futuro. Cuando se trata de enfrentarse con lo desconocido, prefiero la intuitiva ironía a las verdades absolutas. Lo cierto es que, sin apenas sentirlo, acaba de levantarse el telón y estamos en el III acto de la Comedia, donde no conocemos el devenir de la trama sino a medida que avanza y mucho menos su final. Carlos Javier Cebrián, además de excelente poeta, de verbo preciso y cantor de las cosas mínimas, es también amigo desde hace cuarenta años, toda una vida como decía Machín, el de las gardenias y el manisero. ¿Sabrán las nuevas generaciones de quién hablo? En la dedicatoria que me hizo Javi de su libro habla de «una amistad tan vieja ya y tan nueva». Vieja en el tiempo y renovada con silenciosos votos de acogedora lealtad. El Café Época de entonces era lugar de improvisadas tertulias y donde se jugaban partidas rápidas de ajedrez, y también era lugar de encuentro para salir de allí a la noche ochentera, donde sonaba ‘Escuela de calor’, ‘Arponera’ y ‘Lobo hombre en París’. Pese al tiempo que ha pasado, aún recuerdo que conocí a Javier en aquel local una noche de sábado. Ambos, sin habernos visto, habíamos colaborado en “Palmeras salvajes”, un número monográfico de la revista Forma Abierta, editada por el Instituto de Cultura Juan Gil Albert de la Diputación de Alicante. Con tan faulkneriano título no podía estar sino dedicado a los entonces jóvenes creadores ilicitanos. Uno de los poemas de Javier en aquella publicación estaba dedicado a quien había sido su profesora de Lengua en el instituto y al ángulo exacto que le permitía descubrir lo que mi discreción omite. Desde entonces, de forma ocasional, Javi y yo hemos colaborado en distintas iniciativas. También publicamos al mismo tiempo. Eso, y también los fiascos, unen mucho. Fue en un proyecto que llamamos Ediciones inauditas y cuyo primer fruto era un libro de poemas colectivo. A alguno de los antologados se le ocurrió la ingeniosa idea de escoger un puente para hacer una presentación en Valencia, en la facultad de Farmacia. En aquella ocasión nos quedamos a la luna de Valencia, pero nos enamoramos para siempre de la capital de un Turia hoy imaginario y conocimos su movida nocturna. Se quedaron cajas enteras de libros sin abrir por algún colegio mayor. Yo secretamente espero que nunca aparezcan, ya que me sentiría obligado a perseguirlos juanramonianamente. Por la parte que me toca, por supuesto. Un artículo en un medio de la época nos emparentaba, a Javier y a mí, con sendos mitos, casi paradigmas de la rebeldía con cierta aureola malditista. De él se decía que era un poeta jamesdeaniano y de mí que era un poeta de filiación rimbaudiana. Qué le vamos a hacer, eran los ochenta, época de desajustes y componendas. Quien haya tenido veinte años en los ochenta sabe bien de lo que hablo. En cualquier caso, como aquel primer y escalabrado libro, los adjetivos se han quedado varados en un largo camino hecho de alegrías, fracasos, bloqueos, ilusiones y desencantos; vividos con la prevención y el aguante que nos da el saber que el día menos pensado el chocolate pueda salir espeso. Este poeta, cuyo primer impulso artístico fue ser músico o futbolista, o músico y futbolista, es también editor y un gran gestor y animador cultural. Javier Cebrián coordina para la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Elche el ciclo titulado La dignidad de la palabra, que ha contado con invitados de primera línea en el panorama literario nacional, y tiene publicados los siguientes poemarios: Poemas de lluvia y alquitrán (1987); Heroína (1991); Humo que se va (1999); Celebración del milagro (2005); Estragos (2012); Bagatelas (2016); Vida de poeta (2018) y Maneras distintas de amar (o des-amar) (2020). Y muy pronto, quizás a la vuelta del verano, verá la luz una nueva criatura poética. Tampoco le es ajena la ficción en prosa con textos como Las noches de marzo (1989) y De belleza perezosa (2000). Pero Javier Cebrián, como autor, tiene también una faceta como articulista que es muy recomendable y saludable seguir. Una historia de largo recorrido que comienza en 2004 (como decía Gil de Biedma, de casi todo hace 20 años) cuando no era tan común eso de publicar blogs en internet ni existían las redes sociales. Javier estuvo colaborando en el diario Noticias de Elche con una columna bajo el título de Cosas mínimas, entre 2004 y 2006, retomando luego dicha actividad durante 2008. Era una de aquellas publicaciones gratuitas, financiadas con publicidad, y que se buzoneaban y se dejaban en comercios y cafeterías. Precisamente, Javier ha recogido ahora esas columnas en un hermoso libro no venal, con el título original Cosas mínimas al que ahora añade como subtítulo Artículos y autorretratos, y que generosamente ha editado para los amigos. El libro lleva un acertado prólogo de Francisco Gómez, amigo común y columnista vecino de Cebrián en aquella publicación, que acaba recomendando su lectura como un sano ejercicio de inteligencia. No puedo estar más de acuerdo, Paco. Javier Cebrián continúa en el tiempo su labor articulista, esta vez incardinada en la web Frutos del tiempo, con dos series de textos. Cronológicamente, la primera Ejercicios de incertidumbre ve la luz en septiembre de 2019 y concluye con una entrada, la 31, encabezada con un retrato de Michel de Montaigne (cuestión esta no baladí), un año después. La segunda serie consta de 20 entregas y comenzaría a publicarse en febrero de 2021, acabando a finales de 2022. Dejo deliberadamente para el final el volumen que motiva esta reseña. Simultáneamente a Cosas mínimas, Carlos Javier Cebrián edita un libro ciertamente singular como número 1 y 2 de la nueva colección que pone en marcha la Asociación cultural Frutos del tiempo, La dignidad de la palabra. Este volumen, que vio la luz la pasada primavera, reúne, ordenadas cronológicamente, todas las entradas de las dos series indicadas. Nos dice Javier en una entrevista que estas recopilaciones son una especie de homenaje a uno de sus escritores de cabecera, Michel de Montaigne, y a sus ensayos. Lo primero que nos llama la atención es la originalidad en su planteamiento, lo sugestivo de su cumplimiento. No se trata, como pudiera pensarse, de un libro estructurado en dos partes. Esto no tendría nada de particular. Son dos libros en un solo volumen, uno invertido respecto al otro, y con doble numeración y doble prólogo a cargo de Javier Puig y de Natxo Vidal. Ambos libros encuentran su unión hacia la mitad del volumen por medio de sus índices a modo de columna vertebral. El lector podrá comenzar la lectura por uno u otro libro, sin condicionamiento alguno. Así pues, el volumen tiene dos puertas, dos formas de acceso y una única llave. Es el Jano bifronte de los libros, mirando hacia adelante y hacia atrás al mismo tiempo. Los textos de Ejercicios de incertidumbre, véase las fechas de publicación antes dadas, están escritos antes y durante el confinamiento por la pandemia de covid-19. Ello coincide también, nos dice el autor en una entrevista que le hace Eduardo Boix, durante una ruptura de pareja, la pérdida de lo que había sido su hogar, la búsqueda de un lugar e intentar volver a vivir... Evidentemente, las entradas de esa época están teñidas por esa sensación de inseguridad y transitoriedad. La alegría de escribir surge bajo la advocación de Wisława Szymborska. Yo casi diría que Javier se pone bajo el amparo de la poeta polaca, al escoger como título un verso de un poema suyo y extractando un par de versos como cita. También dijo Paul Theroux Fiction ist pure joy, frase que toma Muñoz Molina para su conjunto de ensayos sobre la lectura y la escritura, Pura alegría. Sin duda, y más cuando la inspiración (o lo que sea) acompaña a uno, escribir es una celebración de la vida o, al menos, una forma de comprendernos mejor. Pese a tratarse de dos libros, el análisis ha de ser conjunto. Quizás el tono, por las circunstancias, sea distinto, pero los temas tratados son coincidentes. Si me preguntan de qué va el libro de mi amigo, no dudaría en responder: «va de la vida». Desde su entorno más cercano, Javier nos habla del discurrir de la vida, transitando carreteras secundarias. Los hay que nos sentimos más cómodos y seguros yendo sin prisas hacia el horizonte y mirando el paisaje a cada lado. No nos van las autopistas de peaje y la posteridad nos trae sin cuidado. El estilo de Javier es directo. Su voz nos habla sin estridencias ni aspavientos, con un tono intimista, cálido y cordial que cristaliza en sugestivas reflexiones, «botellas naufragando con un mensaje que el lector descifrará» nos dice el autor. Hablaba antes de una llave maestra con que abrir las dos puertas del volumen bifronte. Esa llave es la conexión con el mundo de Javier Cebrián, y reconocerlo en muchos aspectos como propio. El espejo en que se mira Javier da una réplica al lector y recordamos aquellos versos de Machado de los Proverbios y cantares: «No es el yo fundamental / eso que busca el poeta, / sino el tú esencial». Ese puente entre autor y lector es la llave de entrada por cualquiera de las dos puertas. Nuestro hombre ha sido siempre muy “de citar”, ya desde sus Poemas de lluvia y alquitrán (1987) recogidos en aquel primer libro, colectivo. Yo también me confieso autor del mismo pecado. Quizás nos veamos junto a otros “citadores” en uno de los círculos del infierno donde Dante se olvidó de inventariarlos. Javier nos habla de ello por boca de Francisco Casavella en un antiguo artículo. Puede que esto no guste a alguien, pero a mí me chifla. Lo veo como una suerte de hipertexto, como puentes lanzados al infinito. Cuántas veces he encontrado en las citas ajenas, hallazgos sorprendentes que me han llevado a otros, y a mí mismo, como “citador” una manera de expresarme mejor. Javier mismo ha aclarado alguna vez, si ello hiciera falta, cuál es la naturaleza de esa manía de citar, que no se debe confundir con un capricho estético ni afán de ennoblecer y adornar sus textos. Envidia también, dice él cáusticamente, hacia aquellos que dijeron lo que el autor querría haber dicho, de haber nacido antes que los citados. Las citas, inteligentemente integradas, son substancialmente importantes en este corpus ensayístico de Javier Cebrián, tanto en el encabezamiento de los textos, dando el tono, como en el cuerpo del artículo con notas de procedencia y/o explicativas al final de cada entrada. Son las marcas, espirituales y estéticas, que el autor va dejando en su mapa de carreteras secundarias.
Efectivamente, como se ha dicho, en las dos series hay temas coincidentes, si bien por las propias circunstancias en que se concibe la primera, la segunda pueda tener un tono más esperanzado. En ambas encontraremos el mundo de Javi Cebrián, encontramos gente corriente y situaciones propias de la cotidianeidad. Su vida de poeta que puede ser como la de cualquiera. Son los pequeños milagros cotidianos contados por lui-même. Especialmente memorables las dos entradas dedicadas a su madre, Paseando a miss Pepita. En las páginas de este volumen bifronte Javier nos habla del primer amor y del amor, de la relación que mantiene con las casas donde ha vivido, de la poesía y para qué sirve, de sus amigos, de sus obsesiones, de por qué le gusta tanto el adjetivo imbricado, de sus bloqueos en la escritura, de la música que siempre lo acompaña, de sus películas, de los libros escritos, de sus referentes culturales, de los autores que lee y a los que vuelve, de su infancia, del regreso de los vencejos, de la pirámide Maslow y de cómo parece no pasar de su base, de su incomprensión del mundo... Terminemos ya, lo importante es que el lector se haga el inmenso favor de conseguir un ejemplar del dual Ejercicios de incertidumbre/La alegría de escribir. Le aseguro que se convertirá en libro de mesita de noche durante este verano. En fin, lo he dicho antes, si alguien me preguntara de qué va el libro de mi amigo, no dudaría en responder: «va de la vida, va de vivir».
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JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ. SBATAISSO (ESCENAS DE VENECIA) (MurciaLibro, Murcia, 2024) por JUAN C. LOZANO FELICES EL ADAGIO VÉNETO DE JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ TRISTE, TRISTE, TRISTE... ...Álvarez é morto. Aunque sabía de su salud crítica en las últimas semanas, no ha dejado de sobrecogerme la noticia. La noche del domingo, sin saber de su muerte, vi su último libro sobre la mesa del despacho con multitud de pósits sobresaliendo de sus páginas y pensé que no podía demorar más mi reseña de este hermoso corpus de textos alvarecianos sobre su amada Venezia, Sbataisso, prologado y seleccionado por el poeta Alfredo Rodríguez. Quizás por coger el tono, había tomado de la estantería el ejemplar de Museo de cera de la Editora Regional de Murcia. Ahora pienso, o quiero pensar, que esa vuelta al origen, a aquel añejo volumen del Museo fue, sin ser consciente de ello, una manera de acompañarle en su tránsito. A la mañana siguiente, la triste noticia me hizo evocar las palabras de Verdi cuando supo que Richard Wagner había muerto en el Palazzo Vendramín, en Venecia. Antes de continuar, permítaseme hacer un breve elogio al poeta y la persona, tal como acostumbraban en tiempos antiguos. José María era un hombre libre, y era libre porque era inteligente, cultísimo y especialmente dotado para celebrar el Arte y la belleza. Porque concebía éstos como una experiencia transformadora y elemento civilizador que levanta defensas contra el caos. Libre porque era ajeno a modas y banderías e insobornablemente refractario al pensamiento correcto. El propio Álvarez no dudó en plantear su poemario Seek to know no more como un libro de resistencia; de enfrentamiento radical contra todo lo que representa el mundo actual, contra todo lo que tiene de repulsivo y terrible. Libre porque vivió una vida intensa, gozosamente y con elegancia, porque admiraba aquello que merece la pena ser admirado. Libre porque despreciaba los fanatismos de cualquier signo. Libre porque fue poeta, de la estirpe de Byron, de Shelley, de Hölderlin, de Rilke, de Pound y de Borges. Libre porque, en sí mismo, fue una manera de entender la vida y el arte. Libre porque había decidido exiliarse en el Arte, porque sabía que ya no tenemos remedio, que estamos asistiendo al ocaso de la civilización tal como la hemos conocido. Que esperamos la última acometida de los bárbaros. Libre porque fue como el crepuscular príncipe de Salina, espectador de un mundo que desaparece bajo la losa del acomodo, la baratería, el fraude político, el buenismo suicida y la mediocridad en todos los ámbitos. Nos queda su Summa Artis poética reunida bajo el título Museo de cera. Nos queda Sbataisso, su último libro publicado en vida, que quedará como su testamento espiritual, ideológico y artístico; y como una lección de vida. LA OBRA EN PROSA DE ÁLVAREZ Cuando me detengo ante una reflexión del poeta contenida en Los decorados del olvido o en sus libros de conversaciones, me viene a la memoria aquella frase que le dijo Wilde a Gide en Argelia, «He puesto todo mi genio en la vida; en mis obras sólo he puesto mi talento». La prosa de José María Álvarez, siendo una prolongación de su poesía, es capítulo aparte y para nada desdeñable dentro de una obra tan extensa y poliédrica. Podría ser dividida ésta en tres grandes apartados. En el primero entraría la obra de ficción, con las novelas con elementos eróticos La caza del zorro y La esclava instruida, y sus dos libros de memorias apócrifas de Lawrence de Arabia y de Talleyrand. En el segundo, sus colecciones y antologías de reseñas, artículos y conferencias en Desolada grandeza, Naturalezas muertas, Tigres en el crepúsculo, La insoportable levedad de la libertad y el monográfico Sobre Shakespeare. Y, por último, todo su inmenso legado memorialístico, agrupado en los tomos La sombra de la memoria (Diarios) y Los decorados del olvido (Memorias), y los cuatro gruesos tomos de conversaciones en París y Venezia con Alfredo Rodríguez. Si juntásemos los cuatro libros de conversaciones, tendríamos un grueso volumen que superaría en extensión las mil páginas del libro de Conversaciones con Goethe de Eckermann, que quizás sea el modelo sobre el que se asientan las de Alfredo Rodríguez con el maestro Álvarez, de cuyas características esenciales yo resaltaría la espontaneidad, una encantadora complicidad y la dispersión artística e intelectual. A todo ello, añadiremos a título conclusivo, este hermoso volumen: Sbataisso. Pero tampoco podemos olvidar la labor de Álvarez como traductor. A modo de ejemplo en esta parcela, lejanas ya en el tiempo, las referenciales traducciones de la poesía de Kavafis, los Sonetos de Shakespeare, la poesía de Villon, los Poemas de la locura de Hölderlin, de The Waste Land de Eliot (1) y de la poesía y parte de la narrativa de Stevenson. Renacimiento también publicó hace unos años su traducción de King Lear. DESEO MÁS VENEZIA Así dice Álvarez en su Elegía romana. En este libro veremos (leeremos) que el Maestro dijo alguna vez que París era como una esposa, alguien más o menos afín, que a veces no entiendes, pero con quien quieres convivir y envejecer, pero Venezia era su amante. En otra parte leemos que Istanbul y Venezia son las dos ciudades más seductoras que ha levantado el hombre. Venezia es una constante en la obra de Álvarez. Alfredo Rodríguez lo sabe muy bien y ha editado tres libros alvarecianos que tienen como fondo los canales, las iglesias, los palacios, los museos y los restaurantes y cafeterías de la ciudad adriática. A saber, la antología poética El vaho de Dios (Poemas venezianos), el libro de conversaciones Antesalas del olvido (Conversaciones en Venezia) y el que nos ocupa, Sbataisso. Y, por encima de todo ello, la palabra de Álvarez, la mirada de Álvarez siempre lúcida y reveladora. La mejor imagen poética de Venezia, la más hermosa, la ha dado también el propio Álvarez cuando habla de una mañana en que «los palacios se reflejaban en el Gran Canal / como joyas tiradas en una sábana de seda». Bastan estos dos versos del magnífico Tósigo ardento para trasladarnos a la ciudad de los canales. Pero Venezia, pese a su luz primordial y única, tiene también un componente crepuscular, de conclusión, de despedida. Se diría que una sombra de fatalidad se cierne sobre ella. Otro “enfermo de Venezia”, Luis Antonio de Villena, ha dicho que está «asentada en su belleza y en su fracaso», y que hay una civilità véneta basada en lo decadente, porque Venezia sabe que es una ciudad condenada a muerte, a su hundimiento, pero que «se complace en ello». Como ciudad condenada, Venezia tiene también valor de metáfora. Incluso Álvarez, como abstracción, imaginó una muerte estética, viscontiana, frente al esplendor de San Marcos, viendo pasar a los japoneses y a las adolescentes bellísimas, viendo desdibujarse las columnas y apagándose las cúpulas y la música, mientras los somníferos hicieran su efecto. Sbataisso, con el subtítulo Escenas de Venezia, como he dicho antes, es el último libro de Álvarez publicado en vida, editado por MurciaLibro en abril de 2024. Viene precedido por un prólogo del poeta Alfredo Rodríguez, cuya amistad y gran afinidad con Álvarez es de sobra conocida. Con toda seguridad, Alfredo Rodríguez es la persona que más ha hecho en los últimos años por difundir la obra y el pensamiento alvareciano en sus diversas entregas de conversaciones y antologías. Y es quien nos presenta este volumen, Sbataisso, que por su carácter cuasi póstumo tiene carácter testamentario. Alfredo nos entrega en su prólogo, bajo el título La Venezia de José María Álvarez, una de la claves de lectura de este hermoso libro, y por extensión de toda la obra alvareciana: «Es este por tanto un libro vivo, un libro mosaico que nos da una idea de los mundos y obsesiones de un poeta cuya poesía tiene valor de verdad fuera de cualquier limitación temporal y supone muchas veces un acto radical de libertad, un gran tesoro literario». Al singularizar, Alfredo Rodríguez parece indicarnos, a contrario sensu, que la Venezia actual, la Venezia de los turistas de cruceros que desembarcan por unas horas, «manadas desarrapadas intelectualmente», no es su Venezia. Venezia es, en muchos aspectos, los vestigios de un mundo ido del que aún puede llegarnos algún resplandor, a quien sabe ver. Este libro nos descubrirá un buen montón de lugares y de pequeños detalles que nos ayudarán a ver ese resplandor. Lo primero que llama la atención en este libro es su título, Sbataisso, a mí por lo menos me lo llamó cuando Alfredo me anunció que me mandaba el libro. Ni siquiera internet supo dar cumplida satisfacción a mi demanda de saber qué demonios quería decir aquello. Quizás un capricho estético, pensé. Hasta que me llegó el libro. Ya en su prólogo, Alfredo nos revela el origen véneto de la expresión, sin equivalente posible en castellano a menos que acudamos a una breve elucidación. Según el propio Álvarez por boca de Alfredo, la palabra evoca el chapoteo nocturno de las góndolas en sus fondeaderos y, si hay luna, la imagen se refuerza. El libro tiene una estructura tripartita como si fueran los tres actos de una ópera representada en La Fenice o los tres movimientos de un concierto barroco de los que sonaron en tiempos de Vivaldi, en el Ospedale della Pietà. La primera parte, Venezia triunfante, son fragmentos extraídos del libro de memorias de Álvarez Los decorados del olvido; la segunda, Venezia opiácea son fragmentos de sus libros diarísticos, reunidos en el volumen La sombra de la memoria; la tercera parte, Venezia del amor es miscelánea, con extractos de distintos libros. Uno hará bien de adentrarse en Sbataisso con un cuadernillo a mano, para ir tomando notas o poniendo cruces en un mapa. No hay mejor guía para visitar Venezia que hacerlo de la mano de Álvarez. ¿Con quién se iría uno a Venezia si no? No es lo mismo, eso lo sabe muy bien Alfredo, pero en cada una de estas páginas nos habla Álvarez. Sólo hay que saber escuchar. Hay escasas referencias cronológicas. Lo que importa aquí son las impresiones, la emoción, y las cruces con que iremos marcando los lugares más acordes a nuestro interés. En San Sebastiano, las pinturas del Veronés, en San Zaccaria La adoración de los magos de Bambini, y en I Frari, esa Madonna de Tiziano, y así un larguísimo etcétera. En todo ello hay un carácter muy sensitivo. Casi podríamos decir que las páginas de Sbataisso desprenden sensaciones visuales, táctiles y auditivas. Con él descubriremos que Venezia es inagotable. Que es allí donde hay que leer a Casanova; que las obras de arte deben estar ubicadas allí para donde fueron creadas por Bellini o Tiziano, en las iglesias y en los palacios, donde se tuvo en cuenta la luz del lugar; que Byron ocupó el Palazzo Mocenigo y se tiraba desde el balcón para nadar por el Canal; que Gautier alababa las nucas de las venecianas; que, al atardecer, con la luz cambiante, una fachada puede transfigurarse; que San Marco da para toda una vida, que uno puede estar durante semanas contemplando los círculos concéntricos de la cúpula de la Creación del mundo, para comenzar a darse cuenta de cómo está hecha, de lo que significa; que Venezia tiene días Guardi y días Canaletto; y que en la Venezia del XVI había miles de cortesanas, que eran cultas y elegantes y eran libres de elegir a sus amantes y clientes. Y también, que al atardecer la luz del sol puede broncear el verdeazulcasiobscuro de las aguas del Canal. Y así mil y un detalles que nos guiarán a través de los canales, los puentes, los callejones, las iglesias y los palacios. Adiós, Maestro. En las pocas veces que lo vi siempre me trató con cariño y generosidad. Sé que su magisterio me acompañará siempre, desde aquellos primeros poemas que leí en la vieja edición de la Editora Regional de Murcia. La emoción que me embarga, como diletante, ante determinadas páginas de Montaigne o de Casanova o al leer un soneto de Shakespeare o un poema de Kavafis, al evocar unos versos de La Iliada, al escuchar un madrigal de Monteverdi o un Largo de Vivaldi es, con seguridad, deudora de la impronta alvareciana. Yo creo que la obra de José María se fue estructurando para las posteriores generaciones en una suerte de educación sentimental que nos ha abierto las puertas a muchas cosas y tengo el convencimiento pleno de haber aprendido de él mucho más de lo que ahora mismo soy consciente. (1) La menciona en el libro (pag. 32). Salvo error u omisión solo se ha publicado en la revista Barcarola y en el número monográfico de la revista Renacimiento (nº 59-60) de homenaje de T. S. Eliot (2008).
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