LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
MIGUEL CATALÁN. DICCIONARIO LACÓNICO (Sequitur, Madrid, 2019) por LUCHO AGUILAR LA GRANDEZA DE LA BREVEDAD El prólogo de Diccionario Lacónico está presidido por una cita de Aristóteles: «La definición consta de género y diferencia». A partir de dicha definición de la “definición” (valga la redundancia), y junto al alusivo título de la obra, se articula conceptualmente el diccionario: la brevedad concisa se postula como la idea, el núcleo o eje vertebrador de cada uno de los términos definidos. La, en apariencia, sencilla tarea de definir con dos simples términos una palabra cualquiera (sustantivo y adjetivo, y poco más, en ciertas entradas), se convierte en una labor de extremada dificultad para el lexicógrafo o aspirante a “definidor de palabras”. Definir es poner límites (De-finire), precisa el autor y, también, citando a Sócrates, nos recuerda que enumerar no es definir. Este no es un diccionario al uso (y se aleja deliberadamente de los diccionarios convencionales, en que uno puede hallar el significado primario o de uso común de las palabras), pues apunta en una dirección radicalmente distinta: la de la definición esencial, “la más pura y concisa”. Cuando Aristóteles definió al hombre como “animal racional”, felizmente dio con la fórmula de la síntesis definitoria por excelencia: el género y la especie. Sin embargo, convendría aclarar que no todas las definiciones consignadas en este diccionario se ajustan fielmente al criterio de máxima brevedad, si bien la mayoría de las entradas son ciertamente breves y se acercan al ideal del decir lacónico. En el brillante prólogo escrito por Catalán quedan esclarecidas, de manera muy didáctica, todas las cuestiones relacionadas con la ímproba tarea de definir: «A esta máxima exigencia de lo mínimo obedece, de hecho, el enojo característico de quien se ve superado por la tarea». Aludiendo a la particularidad de cada autor, señala Miguel Catalán: «La realidad es una, pero su conocimiento nos llega refractado desde distintos ángulos, del físico al filosófico y del biológico al poético». Y en otro lugar del prólogo, el autor puntualiza: «Numerosas son las definiciones personales que en este diccionario nos transmiten una visión peculiar de la realidad». El quehacer literario de quien acomete la responsabilidad de definir se sustenta en la capacidad de alumbrar una nueva perspectiva referida a una palabra concreta. Al buscar en un diccionario de alemán, el infatigable buscador de palabras, cuando tal vez era apenas un curioso adolescente, se topó con este hallazgo: «Vocabulario: Tesoro de las palabras (Wortschatz)». Este diccionario, único en su género, se erige, pues, como un gran monumento a la palabra, una celebración de la lengua: un cofre repleto de insólitos descubrimientos científicos, filosóficos, etimológicos, humorísticos y de todo orden, finalmente; una obra heterogénea en su concepción, una aventura a través del conocimiento y del talento creador humano dirigido al lector curioso e inquieto que busca en sus páginas rigor, asombro, concisión, amenidad y claridad expositiva.
Por las algo más de trescientas páginas a doble columna de que consta el libro transita una extensa nómina de autores pertenecientes a distintas culturas y lenguas, cuya disparidad ofrece una cartografía literaria que muestra una visión muy contrastada e incluso divergente, en algunos casos, entre la pluralidad de autores; una percepción singularizada de la cambiante imagen del mundo. Escribe el autor: «Esta obra, lenta como un elefante, concluye su andadura cuarenta y tres años después de que un estudiante de bachillerato se puso a buscar, diccionario de alemán en mano, el puente que unía las palabras abstractas o compuestas con sus significados concretos o simples para conquistar ‘un territorio propio’ donde no pudiera perderse». Queda patente el esfuerzo titánico (más de cuarenta años de redacción, revisión y compilación, de incansable dedicación y esfuerzo continuado) que despliega la personalidad poliédrica e intelectualmente heterodoxa del autor, que aúna en una sola figura al pensador, al aforista, al filósofo y al hombre inmerso en el devenir; preocupado y asombrado, en definitiva, por todo aquello que le concierne: el prodigio de la existencia y sus insospechados derroteros. Estoy convencido de que este extraordinario libro, en el que he tenido la fortuna de colaborar con algunas definiciones, va a convertirse en un referente de la literatura breve por su original enfoque y alcance intelectual. He aquí unos cuantos ejemplos, escogidos al azar, como anticipo de una obra de la que el lector saldrá, sin lugar a dudas, transformado y enriquecido en muchos sentidos: Aburrirse. Mascar tiempo (É. Cioran). Acantilado. Despeñadero con vistas al mar (Rafael Escrig). Agujero. Lo que está donde no hay nada (Kurt Tucholsky). Ajedrez. Juego solitario en compañía (M. de Unamuno). Alondra. Heraldo de la mañana (W. Shakespeare). Alumno. Persona que es alimentada (etim.lat). Amor. Sustituto del chocolate (Miranda Ingram). Anarquía. Forma superior de organización (anón). Anciano. Lleno de días (Génesis, A.T.). Babucha. Prenda del pie (etim.persa). Cementerio. Yacimiento de sueños (Rafael Argullol). Cicatriz. Costura de la piel (Miguel Catalán). Condón. Fina frontera entre ser o no ser (Isabel Bono). Cuarto de baño. Biblioteca sin prestigio (Andrés Neuman). Cuba. Retrete del mosto (Quevedo). Deseo. Raíz del dolor (trad. budista). Diccionario. Juguete para toda la vida (G. García Márquez). Ductilidad. Propensión al asentimiento (Fiodor Dostoyevski). Fobofobia. Miedo al miedo (etim.gr.). Karma. Integración de todas las consecuencias (Juan Arnau). Mestizaje. Pureza nueva (Lucho Aguilar). No. Método anticonceptivo oral (Joan Vichers). Plegaria. Dulce consuelo de los desgraciados (Marqués de Sade). Sabiduría. Reposo en la luz (Joseph Joubert). Soda. Agua con hipo (R. G. de la Serna). Vanidad. Globo que nunca termina de hincharse (Ana Pérez Cañamares).
2 Comentarios
MIGUEL CATALÁN. LA ALIANZA DEL TRONO Y EL ALTAR (Verbum, Madrid, 2019) por PEDRO GARCÍA CUETO Llega el último libro de Miguel Catalán, perteneciente a su Seudología, con el número X, este esfuerzo del filósofo valenciano de hacer una crítica y a la vez una investigación intensa sobre el poder y la mentira que encierra. Publicado de nuevo por Verbum, el libro es todo un estudio detallado sobre ese mundo de opresión que lleva el poder, manifestado desde la Iglesia y desde la Antigüedad. No hay espacio que no quede reflejado en este ensayo, son las aristas de un mundo donde se ha fabricado un Dios o varios dioses para tener al ser humano condicionado, para restringir su libertad, para dominarlo y que no piense por sí mismo. En este afán, toda religión es trampa, toda creencia es abuso, el ejemplo de Plutarco que nos habla del legislador que se adorna de todo lo fastuoso para hacer ver su inmenso poder. En este mundo de apariencias, el legislador sabe que todo es espejismo, vivimos hacia afuera y nunca hacia dentro, convirtiendo nuestra vida en un reflejo exterior, todo lo que nos seduce viene de esa apariencia de riqueza que hay en el mundo de la publicidad hoy día y en aquellos tiempos en esa demostración de lo fastuoso, de los oropeles que distinguen al rico del pobre. Pone múltiples ejemplos. A continuación cito el que tiene que ver con la teocracia egipcia: También el orden sagrado de la teocracia egipcia imponía la distancia hierática de la práctica del disimulo y el simulacro como formas de expresión orientadas hacia la masa campesina. (p. 75) Sin duda alguna, hay en todo ello un concepto clave, “la naturaleza divina”, que sustenta este poder omnímodo que supone el engaño al pueblo. Es a través de ese deseo de estar con los dioses o creer en un solo Dios todopoderoso como el pueblo se rinde al culto y a la adoración: La mejor forma de persuadir al pueblo para que obedezca al gobernante en todas sus decisiones, especialmente las más injustas, es la de hacerle creer que participa de la naturaleza divina. (p. 99) Se ha matado en nombre de Dios. Los antiguos veneraban a muchos dioses, los antiguos Césares se volvían extremadamente crueles haciendo mención de los dioses. La mitología está llena de violencia y barbarie. En el libro de Miguel Catalán podemos apreciar ese mundo de poder, de opresión que recorre todas las épocas y los estados, como dice también Catalán, en el poder de los jefes en la América precolombina. Estamos ante ese inmenso dominio de los que se creen superiores a los otros, alegando que son enviados por un Dios:
En la América precolombina, la conferencia privada del caudillo con el dios refuerza la jefatura única. (p. 110) También cita a Lutero, que condenó la rebelión campesina e instigó a los príncipes alemanes a la venganza contra ellos. Nadie se salva de esa locura del poder, nadie tiene excusa para abusar así del mismo, como también hizo Hitler presentándose a su pueblo como un redentor que venía a salvarles de los hebreos y de los que no pertenecían a la raza aria. Libro clarividente, de una importante investigación, refuerza ese afán de Miguel Catalán por escribir un largo tratado sobre la mentira y el poder. En este nuevo capítulo de su extenso conjunto de libros lo consigue con creces, libro necesario para conocer el mundo y para no dejarse llevar por las apariencias y la mentira que reside en el dominio de unos pocos, para no sentir que somos títeres de los gobernantes que cada día nos engañan con el lenguaje y las noticias falsas del pseudoperiodismo desinformativo. MIGUEL CATALÁN. SUMA BREVE (Trea, Gijón, 2019) por PEDRO GARCÍA CUETO Miguel Catalán no es solo un filósofo, un profesor de universidad que enseña a sus alumnos el pensamiento filosófico, es un escritor, crítico y pensador que lleva muchos años dejando su impronta en obras de gran calado intelectual. Su tratado sobre la mentira llamado Seudología, publicado por Verbum, es ya un libro imprescindible para cualquiera que perciba la mentira del poder, ese mundo de intereses que llevó al presidente Bush Jr. a invadir Irak. La mentira está en los debates de muchas sesiones del congreso, un mundo de intereses creados, de falsas apariencias que pretenden cosificar a los individuos, hacer de esta una sociedad menos culta y más manipulable. Con el esmero que siempre lleva a cabo la editorial gijonesa Trea, dirigida por Álvaro Díaz Huici, Miguel Catalán ha escrito aforismos que desvelan su gran sentido ético ante la vida, su afán de descubrir la verdad entre las grandes mentiras de nuestro tiempo. Como gran pensador, va desvelando en este libro sus miradas al mundo, su conciencia de hallarse en una extraña madeja, un hilo que va tejiendo el poder, para hacernos más vulnerables. Como buen profesor, conoce también la fragilidad de los alumnos, imbuidos en la tecnología, afincados en la desidia de una sociedad fácil y superficial, que solo conlleva a la trampa y al amiguismo. Con esos mimbres, es aún más válido el esfuerzo de Catalán, porque nace del trabajo y del talento. El libro es un compendio de aforismos donde desfilan pensamientos, tan interesantes y verdaderos como el que dedica a la Guerra Civil, porque considera que el conflicto está enquistado en un pueblo que no ha sabido madurar y guarda con resentimiento las viejas heridas: Cuando era pequeño creía que la Guerra Civil española había tenido lugar en tiempos lejanos, casi remotos. Fue mientras iba cumpliendo años cuando comprendí que estaba cada vez más cerca. (p. 46) También anida en el libro el conformismo de los seres, envueltos en la rutina que nos va rompiendo por dentro: Cuando ella lo vio por primera vez tuvo la impresión de que lo conocía de toda la vida. A los dos años de convivencia esa impresión ya se había confirmado lamentablemente. (p. 45) Son muchos los pensamientos que navegan por el libro, verdades que van llenando al lector, alusiones a escritores, a pensadores, al Antiguo Testamento, todo convive en este sabio libro de Miguel Catalán. Parece que su universo se muestra, nace de su experiencia, de sus lecturas, de su conocimiento de lo humano.
Su alusión a la poesía como bálsamo para evitar la muerte queda en un aforismo muy sobresaliente: Toda la poesía escrita en el pasado, hasta la más frívola, perdería su sentido el día en que los científicos descubrieran su antídoto contra la muerte. Habría que empezar a escribir desde la nada; a ciegas, sin clásicos. (p. 90) Gran verdad, porque es la poesía y la literatura, el arte en sí, la que nos congrega para pensar la vida como eternidad, si la ciencia pudiera suplir ese vacío que tenemos ante la muerte, todo sentido del arte perdería sentido. Alusiones a Dante, a los clásicos, a Gimferrer, el gran poeta catalán, a antropólogas como Ruth Benedict, a pensadores del lenguaje como Wittgenstein, todo vuela en este libro, que pretende ser un recinto para la reflexión, para el pensamiento, en tiempos de urgencias y de prisas, un antídoto para la vida superficial en que vivimos. Con una cita muy acertada del gran Oscar Wilde —«El camino de la paradoja es el camino de la verdad»— el libro recoge aforismos y pensamientos desde 2013 hasta la actualidad. Como gran admirador de Wilde, Miguel Catalán conoce el poder del pensamiento breve, que llega a los demás como un fulgor, una llamarada para iluminarlo en plena abulia de los sentidos. Recomiendo este libro, bellamente editado, porque nos habla de tantas cosas como hay en la vida, es un paisaje de razonamientos donde vemos lo inestable que es el ser humano, la gran fragilidad que une nuestras vidas. Por ello, ese espacio de reflexión es necesario en tiempos tan hostiles al sosiego. Un libro realmente necesario. MIGUEL CATALÁN. MENTIRA Y PODER POLÍTICO (Verbum, Madrid, 2017) por ALEJANDRO HERMOSILLA Que vivimos en una democracia es una mentira repetida por todas partes y creída por una gran mayoría. Tanto como aquella otra que sugiere que los partidos (hi)progresistas llevan a cabo sus medidas políticas en base a una más justa idea del bien social que los partidos conservadores o que los políticos realizan constantes sacrificios por el bien de la población en su conjunto. Y por ello son tan necesarios pensadores que expliquen con rigurosidad y claridad la naturaleza del poder, como es el caso de Miguel Catalán, un filósofo que, discretamente y en silencio, está construyendo una obra que explora la naturaleza de las creencias falsas contemporáneas. Una meditada y muy elaborada Seudología —tendencia incontrolable a relatar hechos o historias que son producto de la fantasía y que llegan a ser creídas por quien las sufre— de la que apareció recientemente su séptima parte, dedicada a las falsedades del poder: Mentira y poder político. Un libro necesario para comprender el funcionamiento de la política y lograr pasar del estadio infantil o adolescente de la indignación al más adulto de la conciencia. La sabiduría. Ya que explica con orden y con rigurosidad, con la meticulosidad adecuada, por qué la política es el mundo de la mentira. Una batalla salvaje por el poder. Los mítines, una exaltación demagógica y los consensos, pactos entre elites para salvaguardar sus privilegios. Y lo hace con tanta exactitud, mezclando la historia y los datos objetivos con sus meditadas, centradas reflexiones que, ciertamente, deja en muy mal lugar a quien pueda creer ingenuamente en las bondades de la clase política o vuelva a votar con ilusión tras leer este tratado. Miguel Catalán lo deja claro. Un político, casi por definición, es un sátrapa. Lucha por sí mismo y los intereses de la clase a la que presenta. Es un maestro de marionetas. Alguien cuya fuerza radica en su capacidad de engañar y manipular. Deformar la realidad a la medida de sus intereses y ambición. Transformando víctimas en verdugos y verdugos en víctimas y problemas privados en sociales. De hecho, lo esencial para él es su círculo. La amalgama de pactos que debe hacer para sostener e incrementar su riqueza. Convertir en realidad el sueño de una vida sin trabajar. Succionando la sangre y sudor de los obreros gracias a su capacidad de retorcer el lenguaje y la fuerza amedrentadora de la que dispone gracias el poder. Algo que no ha variado con el paso de los siglos, como demuestra el fecundo análisis que realiza Miguel Catalán de diversas fases históricas, sino que más bien podría decirse que se ha ido perfeccionando y ocultando en la medida en la que a los gobernantes les han bastado la publicidad y los medios de comunicación para que los ciudadanos paguen sumisamente impuestos que, en muchos casos, no son sino una evolución de los famosos y obligatorios diezmos que debían ofrecer los siervos a los señores feudales durante la Edad Media. Un hecho que pone de manifiesto cómo la servidumbre voluntaria de la población vence a su deseo de libertad y justicia. Es realmente muy aleccionador y clarificador cómo Miguel Catalán muestra el verdadero rostro del Estado de derecho y cómo indaga en la violencia original que funda las naciones. Las armas, hechos cruentos, batallas que sostienen a esos Estados Monstruo cuyos representantes tienen siempre en la boca las palabras “paz”, “progreso” o “solidaridad” y no dudan en mentir para invadir territorios. Característica que el filósofo valenciano deja claro que no puede achacarse únicamente, con escasa capacidad de análisis y visión, a los Estados Unidos de Norteamérica, sino a prácticamente todo el aparato estatal de los países que hay y habrá sobre la tierra. Lo que hace aún más sorprendente el enorme engaño al que se encuentra sometida la población del que no desea despertar, ya bien sea por comodidad o bien por imposibilidad. O tal vez porque las elites y su lenguaje orwelliano la llevan manejando desde siglos y saben perfectamente dónde se encuentran los límites entre lo tolerable y lo intolerable para así evitar cualquier manifestación y proseguir creando ilusionismo social. Aunque a esta obra de arte de la falsedad también han contribuido diversos filósofos y analistas que no sólo han cuestionado el poder, sino que lo han justificado por razones más o menos peregrinas, cuyas teorías analiza con la agudeza acostumbrada este paciente orfebre del lenguaje.
En realidad, el libro de Manuel Catalán es una mezcla entre un artefacto divulgativo, un ensayo y un tratado de política. Un libro muy centrado que capta perfectamente el zeitgeist de nuestra época y, a pesar de su extensión, se lee y comprende con sencillez. Además, en lo que se refiere a su descripción histórica de la mentira política, su agudo diagnóstico del enmascaramiento cotidiano, roza la maestría. Tanto que no creo equivocarme al pensar que su Seudología será con el paso de las décadas una obra de referencia. Yo, al menos, me he quedado con ganas de leer los otros tomos que ha publicado hasta ahora y puedo imaginarla perfectamente en el futuro, ocupando un lugar preferente en la biblioteca de cualquier politólogo. Creo, de hecho, que en un mundo justo debería estar circulando por las manos de todas aquellas personas que piensan votar en las próximas elecciones sin haberse detenido a pensar por qué lo hacen y se encuentran dispuestos a defender la mentira oficial como si estuviera en juego su vida, sacrificando su libertad por su seguridad. Más que nada, porque la lectura de obras tan inspiradoras y enriquecedoras como ésta podría propiciar que los ciudadanos nos centráramos en lo esencial —modificar el sistema para asegurar la separación de poderes y el advenimiento de una democracia representativa— y no en lo accesorio: quién de los emperadores sostendrá el báculo en esta ocasión. Quién será capaz de mentir y convencer a más número de personas. MIGUEL CATALÁN. LA ISLA DEL MUNDO (Arola, Tarragona, 2015) por JUAN BALLESTER ¿POR DÓNDE SE VA AL MUNDO? La Artilugiología es una ciencia que en una primera fase estudia las reacciones de asombro que producen los aparatos, artefactos o artilugios cuando averiguas para qué sirven. Ayer desde mi casa de Tarragona, sin ir más lejos, vi ascender hacia el espacio un sofisticado globo-sonda con un dron, cámara de vídeo y GPS que habían lanzado desde Perafort. Luego supe por el noticiero que se trata de unos profesores universitarios chiflados llegados desde diversas partes del planeta para enviar, por segundo año consecutivo, una cebolla a la estratosfera. Imagina la reacción de un cateto en camino que nunca hubiera visto un televisor y descubriera asomándose a la ventana de una vivienda unifamiliar a personas con las caras azuladas absorbiendo la irradiación y mirando con ojos en extravío hacia un punto fijo. O qué sentiría un ser pre-eléctrico al cruzarse con ese grupo cada vez más numeroso de caminantes hablando a gritos —sosteniendo un celular en la mano y un pinganillo al oído—, si una mujer le dijera como a mí en la Rambla: ‘Cuando termine de ver 50 sombras de Grey, te llamo’. Porque en una segunda fase, que está causando furor, la Artilugiología consiste en dar un uso distinto al que señala el prospecto. La isla del mundo (Arola, 2015) es la última obra publicada de ficción del filósofo valenciano Miguel Catalán. Aunque desangra tinta, pues ni siquiera tiene cubierta que le sirva de coraza a críticas literarias como ésta, fue finalista del Premio Torrente Ballester. De hecho, no se trata propiamente de una novela de formación cuya característica configuradora es la complejidad psicológica del personaje que aprende, sino de un relato largo que no pinta por oficio, pues el autor prefiere, dibujando al aventurero Gastón, que nos identifiquemos con un hombre lego de ropas zurcidas, talego de cáñamo y cantimplora, que camina con sandalias en busca del mundo. El punto de partida es cartográfico. La novela comienza cuando llega un huésped a la posada de Gastón y afirma que el suelo que está pisando no está en el mundo. El gigante Gastón se queja, pero el extraño exhibe un mapamundi en el que claramente no figura el lugar donde se encuentra la posada. Gastón reniega de nuevo golpeando la mesa con una jarra de vino para dejar constancia de que las líneas de los mapas no implican el final del espacio físico y la realidad corpórea. Pero al final acaba vencido; su pequeño mundo no está en el Mundo, así que pregunta: ¿por dónde se va al mundo? El peregrinaje acercándose a nuestra sociedad tecnológica y audiovisual, recuerda los relatos desternillantes y futuristas de Primo Levi (quien ya comparó la tabla química con los hombres), en los que describe el funcionamiento de aparatos electrónicos estrafalarios, como una máquina de escribir en prosa que te devuelve el texto en verso, unos cascos de realidad virtual que han terminado por hacerse realidad o una confesora doméstica homologada por la iglesia a la que le cuentas los pecados de la envidia y te limpia el alma cochina.
Cada uno de nosotros habita en un pequeño mundo que a su vez se encuentra dentro de otro que a su vez se encuentra dentro de otro y otro. Miguel Catalán, experto en la mentira, escribe en su ensayo sobre la ilusión El prestigio de la lejanía (Verbum, 2014) que el autoengaño consiste en ir menguando el mundo a medida que descubres que no puedes conquistarlo. Cada cual vive en su patria, la vuelta al día en ochenta mundos, y, como decía una canción de Víctor Manuel compuesta poco antes del golpe de Estado y que nunca volvió a interpretar, cuando hablen de las patrias, no me hablen del honor, que o aquí cabemos todos o no cabe ni dios. Pues, aunque no les cuento el desenlace, el mensaje de La isla del mundo es que la vida es corta pero ancha. El destino del calçot astronauta era alunizar descongelado junto una salchicha de Frankfurt en alguna barbacoa mallorquina, como el año pasado, pero esta vez la cebolla ha terminado escarchada pululando por el espacio e intentando comunicar con control de Tierra. Se ha comprobado por conexiones entre la biología molecular y la física astronómica que los astros y los bosones comparten vibraciones, y que poseemos un mundo interior donde no existen pistas ni mapas, ni fronteras, ni rastros, ni fulgores fugaces, ni siquiera estelas. Y cuando allí dentro se encienden luces o escuchan sonidos no sabemos si son astros en la bóveda celeste o simples partículas que brillan en nuestro interior. Y ante la pregunta que formuló Gastón —«¿por dónde se va a ese mundo ingrávido en el que dejamos de ser vulgares?»— hay dos puertas de entrada: una es la de los sentimientos, que nos permite elegir a quienes amamos y así convertirnos en seres eternos. Y otra, la sensibilidad. Pues sucede con la buena literatura que detrás de las palabras encuentras naves perdidas, ya que para poder encontrar un mundo dentro de un grano de arena, un cielo en una flor silvestre o abarcar el infinito en la palma de la mano basta creer para crear. |
LABIBLIOTeca
|