LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
IVO ANDRIĆ. GOYA (Acantilado, Barcelona, 2019) Traducción: Miguel Rodríguez por HÉCTOR TARANCÓN ROYO
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ADRIENNE RICH. RESCATE A MEDIANOCHE (Vaso Roto, Madrid, 2020) Traducción de Natalia Carbajosa por HÉCTOR TARANCÓN ROYO YO SOY MI ARTE A lo largo de su historia, una de las cosas más apreciadas en el arte ha sido su capacidad para innovar. En el lado contrario, y fuera de la teoría y la visión abstracta de los acontecimientos, los mecenas y el público siempre han apreciado la “firma del artista”, es decir, su capacidad para generar variaciones dentro de un mismo estilo. En esa constante tensión, que libera y aprisiona la capacidad creativa del creador, Rescate a medianoche supone un sublime y explosivo conjunto de ejercicios de estilo que nombran, y atrapan la vida, para luego escaparse con la misma facilidad con la que llegaron. Los versos juegan con la longitud, pero también con la repetición de palabras, la voz “toda hacia delante sin pausas”, y algunos elementos de puntuación, como los dos puntos, que estructuran algunos poemas (y cuyo antecedente bien podría estar en uso que le da Emily Dickinson al guion). Su visión es la de alguien que, desde arriba, puede abarcar cualquier espacio, e incluso cualquier situación (sea pasada o futura, como si Rich fuera el dios bifronte Jano, capaz de ver, al mismo tiempo, el origen y el fin de los tiempos), a modo de rápidos planos o fogonazos. Explosiones, fogonazos, llamaradas... Esta descripción de los poemas de la poeta estadounidense no es casual: es capaz de ofrecernos, en medio de todo el caos urbano, casi road movie, una potente y terrible belleza en algunas líneas («Una vida se arrastra calle arriba / entre el vapor brumoso de la escarcha / lame la lengua del sol / hoja tras hoja hasta licuarlas en dolor»). Así, hay sufrimiento, uno descontrolado y deslocalizado, como parte común de varias generaciones, y otro más personal, a una “amada” o alguien en concreto. Ahí reside, de hecho, uno de los grandes aciertos de Rescate a medianoche: intercambiando continuamente los puntos de vista personales con los sociales, Rich nos hace ver que nuestras preocupaciones son las mismas que las de los demás porque, al fin y al cabo, ¿quién no ha sufrido por sus semejantes o por amor? (la pregunta parece banal, pero es el núcleo). Englobando los poemas que van desde 1995 a 1998, el sufrimiento nos lleva a otro movimiento: la rabia. Rich, conocedora de que el espejo refleja la realidad, no obstante, decide golpearlo audazmente para recoger sus esquirlas, que se cuelan por su garganta, por cada una de las líneas hasta el lector, e intensifica la fragmentación y decidida ruptura con el lenguaje. Esto hace que nos encontremos ante un conjunto complicado que requiere paciencia, que no se puede leer en un par de horas, y que demanda varias lecturas para ir profundizando en las distintas capas (simbólicas y lingüísticas) que ha superpuesto (y que merecen, por la fluidez, sentido y uso de todas las referencias un elogio a la traductora). En realidad, la poeta estadounidense, con la primera frase de la cita que abre Rescate a medianoche, nos dice claramente cuál es su objetivo: «No sé cómo medir la felicidad». Visto desde esta perspectiva, se podría decir que el espejismo está montado, que nos ha dado una pista, pero que lo que oculta es que, desde ese momento, va a rodear la felicidad para inscribirla en el cuerpo, frágil y única certeza, descuartizarla y negarla y afirmarla tanto que, al final, quedarán algunas sospechas, apenas un par de respuestas a las numerosas preguntas, algunas de ellas retóricas, que minan los poemas. Sin embargo, bien podríamos olvidarnos de todo lo anterior, con el evidente riesgo de perder los matices, ante el verdadero objetivo de Rich en Rescate a medianoche: la llamada a la acción política. La poeta estadounidense hace confluir todo el teatro de voces, con sus experimentaciones dentro del lenguaje y los puntos de vista, en ‘Una larga conversación’, el último y más extenso poema del libro, que contiene fragmentos de Ossip Mandelstam, de Che Guevara y del Manifiesto del Partido Comunista (1848), entre otras fuentes citadas, y, por tanto, la lectura se “difumina” en tanto que se “politiza”. Como señaló Dana Gioia en 1999 en San Francisco Magazine (fecha de publicación original del libro): Alrededor de 1970, a mitad de su compromiso con el feminismo, la poesía de Rich cambió. Creció o disminuyó, dependiendo del punto de vista del lector, abriéndose y declarándose más ideológica [...] Pero la radical redefinición que hizo de sí misma atrajo a muchos nuevos lectores fuera de los grupitos de la poesía contemporánea. Se convirtió en la poeta más controvertida y probablemente en la más influyente, aunque irónicamente su impacto raramente se vio en otros poetas [la traducción es mía]. Teniendo esto en mente, el último conjunto de poemas (sobre todo de 1997-98) retrata de una forma más directa las consecuencias de la guerra, algunas de las inevitables perversiones del poder del dinero, y el verdadero trabajo del artista («El arte no lleva la contabilidad / aunque los artistas / hacen lo que deben // para seguir vivos / y atienden a su trabajo / el arte es un registro de la luz»), a cambio de un estilo más pausado y, quizá, más nostálgico. El último poema, antes mencionado, sacrifica el ritmo y la poesía, como tal, para volverse prosa y ejercer una crítica frontal contra la exclusión social y el capitalismo. A veces en forma de diálogo, otras en poemas quebrados, o impresiones de situaciones y paisajes, Rich funde los tiempos y las injusticias que ha vivido, que ha visto con sus propios ojos cada día, y nos las arroja para seguir su legado, no sin antes proclamar: «Yo soy mi arte: lo hago desde mi cuerpo y los cuerpos que produjeron el mío». EL ARTE DE TRADUCIR (3) Pero imagina que estamos en cuclillas como niñas sobre un revoltijo de canicas, chapas, papel plata, viejas monedas extranjeras -los primeros tesoros de verdad. Ganchos oxidados, cristales-. Imagina que yo viera primero el pendiente pero tú lo quisieras. luego querrías las palabras que yo había encontrado. Te daría el pendiente, el lapislázuli aplastado si hubiera, me quedaría mirando los cristales de la playa y el interior astillado de la bombilla. Observando en tu mano el perfil obsoleto del cobre, el ojo de gato, el lapislázuli. Cual ladrón negaría las palabras, negaría su existencia, que fueran pronunciadas o pudieran pronunciarse, cual ladrón las enterraría y recordaría dónde. RESCATE A MEDIANOCHE (5) Al comer y beber la liberación caminé un día del brazo de alguien que dijo que tenía algo que enseñarme Era la avenida y los que allí moraban libres de hogar : sin techo : : mujeres sin ollas que fregar ni camas que hacer ni peines que pasar por el cabello ni agua caliente para quitar la grasa ni latas que abrir ni jabón que aplicar como se suele en las axilas luego bajo el pecho luego por los muslos Se encendían bidones bajo la autopista y se cogían botellas de los palés de cartón ondulado y montones de objetos perdidos y encontrados para el trueque y buscaban los cuerpos cobijo del viento Me llevó por todo esto : : Y dijo Mi nombre es Liberación y vengo de aquí ¿De qué tienes miedo? Nos quedamos hasta tarde en los bares cual murciélagos con un beso nos dijimos adiós en el semáforo, ¿creíste que vestía esta ciudad sin que doliera? ¿creíste que no tenía familia? UNA LARGA CONVERSACIÓN [FRAGMENTO]
Alguien: —La tecnología está cambiando las formas más comunes de contacto humano, ¿quién no lo ve en su propia vida? —Pero la tecnología no es nada más que un medio. —Pongamos que alguien amasa una fortuna con la guerra. Tú: -Te lo he dicho, ése es el motor que impulsa el libre mercado. No es la información, sino la militarización. Arsenales que engendran riqueza. Otra mujer: —¿Pero, entonces, la clave es el nacionalismo patriarcal? CARMEN JODRA DAVÓ. LAS MORAS AGRACES (La Bella Varsovia, Madrid, 2020) por HÉCTOR TARANCÓN ROYO PENSAR EN LA VIRTUD ABURRE ¿Cuál es el sentido de una reedición? Aunque la palabra se ha devaluado en fajas y anuncios editoriales, conserva su sentido cuando se trata de recuperaciones de ediciones descatalogadas, inclusión de nuevo material u homenajes personales o colectivos. Como señalaba Martín López-Vega en 2014, la industria editorial sucumbe con demasiada frecuencia al esquema «chica joven gana premio + la tenemos hasta en la sopa + desaparece cuando se decide que ‘ya no da para más’ y se la sustituye por otra». Sucedió con Carmen Jodrá, Elena Medel, que como recuerda el artículo sufrió injustos y directos ataques, pero también hay casos más recientes si quitamos los premios de la ecuación: Luna Miguel, Cristina Morales o Elizabeth Duval. Hay entrevistas, cosas por aquí, por allá, ¿pero hay análisis que hagan justicia? Las moras agraces contiene muchos temas que todavía hoy se siguen debatiendo, como la lectura de género de los clásicos (que en estos últimos años tan de moda está), o la creación entre el peso de la tradición y la inestable confianza en lo contemporáneo y los nuevos creadores. La edad está muy presente, ganó el Premio Hiperión a los 18 años, y hay mucha frescura, humor y osadía en los poemas. Rompe con sutilidad y elegancia con los formatos y visiones tradicionales, y su combinación igualmente estratégica, reflexionada y rítmica de palabras de uso común, con otras más cultas, tuvo muy buena acogida. Todo estaba ahí, sin ser perfecto, para su temprana edad (y esta será la única mención, para así evitar el tono paternalista con que los adultos desechan y miran con indiferencia las producciones de los jóvenes), pero la sobreexposición cambió el rumbo de los acontecimientos. Leído con esa clave, y su posterior desaparición de los focos mediáticos, los poemas hablan de la teatralización de la vida y la literatura, de la exageración y la solemnidad de algunos acontecimientos, y de la necesidad de releer la a veces absurda herencia cultural de Occidente. Hay mucho equilibrio, que parte de una gran lucidez, a la hora de exponer temas que no caen en el lugar común, la provocación insulsa o la fácil y repetida ironía. Jodra, a través de las creencias profanas (mitológicas) y sacras (con el ciclo dedicado a Satán), y de los pensamientos y actitudes de otros autores, como Rimbaud, Góngora o Baudelaire, propone una extensa variedad formal de rimas, versos y composiciones que demuestra su dominio rítmico de la forma, pero también del contenido. ‘Amor y Psique’ critica con brillantez el gusto masculino por la muchacha débil y perdida, mientras que ‘Rimbaud’ niega la necesidad de ser un genio maldito temprano (Wislawa Szymborska, en su Correo literario, comentó: «los jóvenes, con demasiada frecuencia, se comparan con Rimbaud y ven que ya se les está haciendo tarde»). ‘El ciclo satánico’, del que ofrecemos un fragmento, expone con tintes espirituales y velados, además de repugnantes por la realidad en la que toman forma, el juego de la seducción y todo el peso de la disminución corporal y mental de la mujer (como se lee al principio: «cuando una tiene sangre de ramera»). Desde ‘!’, el poema esencial que reúne todos los temas principales, si es que hay uno (nos gusta pensar que sí), el tono se enturbia, el ímpetu y el humor le ceden el espacio al cansancio y a la decepción. El pasado entra en juego de una forma más directa («el drama es mil veces más viejo / que tú. Piensa en Grecia y en Roma, / y aún más atrás»), y las moras agraces certifican no solo la imposibilidad de una madurez, de una verdad a la que poder agarrarse, sino la increíble pérdida de tiempo y esfuerzo en la búsqueda. Sin embargo, este tono algo más pesimista, incluso nostálgico, no niega el futuro, ¡ni nos debería hacer caer en una lectura facilona del asunto! ¿Quién no ha estado triste después de un día lleno de buenas noticias? Lo que hace Jodra es, efectivamente, mostrar la vida tal cual es: altibajos, momentos tristes, grandes descubrimientos culturales, risa ante lo absurdo, amor, encanto, prejuicios, etc, porque, como dice apoyándose de nuevo en la Antigüedad: «y la tercera opción, la virtud de Aristóteles, / el razonable equilibrio, el justo medio, / se me quiebra en las manos cada vez que lo intento». O, para que se entienda mejor, y es este quizá el verdadero núcleo del poemario: Jodra reniega de la frivolidad de las cosas con una visión tan certera, poética, espiritual y triste como la que podemos encontrar en La gran belleza. Acompañados por esa visión natural y variada, llegamos a Hecatombe, los diez poemas inéditos que, a su manera, nos devuelven a la inocencia, la posibilidad del deseo y de un refugio, o lo que es lo mismo, al modo en que nacemos y morimos encerrados en nuestros anhelos.
ANNE CARSON. TIPOS DE AGUA. EL CAMINO DE SANTIAGO (Vaso Roto, Madrid, 2018) por HÉCTOR TARANCÓN ROYO EL CONOCIMIENTO ES UN CAMINO El agua es necesaria para la vida, y a ella nos entregamos muchas veces. Se cuentan por miles los relatos de un oasis cuando todo estaba perdido, o el rumor sonoro y leve de su discurrir, como ocurre en los pasamanos de la Alhambra. Las comunidades autónomas se pelean por ella, surgen grandes conflictos, con los ganadores empequeñecidos y anónimos. ¿Y la infinidad del mar? Hay ahogados, pero también ocio. Las lluvias arrasan con lo que tocan, como por desgracia se ha podido comprobar este último año, y crean grandes sonidos, ecos atronadores y sublimes románticos. También son agua las lágrimas, el sufrimiento callado o descontrolado, y así podríamos seguir durante un buen rato pensando en su polisemia y sus distintas metáforas. Tipos de agua, diría Anne Carson, que en el diario publicado por Vaso Roto despliega, como es habitual en su escritura, una red de palabras y significados que le permite insistir, dar rodeos y dejar que sea el lector quien, en realidad, interprete los factores. Muchos de ellos serán acuosos, inestables, y girarán en torno a la soledad, la sed y el amor. Se trata, pues, de una radiografía trascendental e íntima del ser humano, y de su huella, frente al paisaje y a la belleza terrible de lo innombrable. La poeta norteamericana juega menos, la provocación está fuera de las reglas de esta historia. Salvo alguna pincelada personal, como llamar a su acompañante desde el principio «Mi Cid» (porque según ella «acelera la narración»), no hay apenas rastros de la curiosidad ingenua que la caracteriza. En cambio, hay dolor, y mucho sufrimiento, expresado a través del agua (las lluvias y el caminar lento goteo a goteo), la naturaleza (el sol de la meseta, la caliza roja) y los materiales (piedra u oro). Carson no elude el relato, lo concentra en una serie de símbolos que elevan el discurso y, a su vez, lo vuelven humano, débil y agotador. Hay menos distancia, y los estragos y experiencias únicas del Camino de Santiago (durante algo más de un mes) crean un relato en el que todo sobra y todo falta, es decir, todo está por hacer, salvo la desnudez del alma, que hace vibrar cada palabra. Además de la intensa y desoladora introspección practicada por ella, en la que lo físico solo es el telón de fondo para la duda, también hay espacio para la confrontación, entre el amor y las formas de pensamiento terrenales, y las propias del peregrino, centradas en los ecos celestiales, la pobreza obligada, o la ayuda constante al prójimo. Además, cada una de las entradas del diario, en su magnífica y certera sencillez, aparece acompañada de un pasaje propio de los tintes existencialistas y breves, como su discurso, de la literatura japonesa, en la que Machado es un invitado de honor. Conforme avanza la lectura del libro, también descubrimos que la poeta norteamericana usa fotografías para apoyarse y, por tanto, estira y confunde a propósito los tiempos. Al final, ¿hay transformación, la esperada y necesitada catarsis? ¿Cuáles son los anhelos de los protagonistas? Hay que adentrarse para descubrirlo y apreciar los matices, ahora que estamos encerrados y, cada uno a su manera, se está sumergiendo en sus laberintos mentales, aquellos que, haciendo referencia a Charles Simic, tanto ama el monstruo. FRÓMISTA, 7 DE JULIO cuando uno gira alrededor de la luna comprende su propio corazón, Sozei Las colinas continúan palideciendo y haciéndose escasas. Parecen afeitadas, como las cabezas de mujeres ancianas en un asilo. ¿Cuál es el punto de quiebre del peregrino promedio? Me siento tan sola, como si regresara mi niñez. ¿Qué clase d trampa puede afectar la soledad de los animales? Nada puede tocarla. No, quizás eso no es del todo correcto. Esta noche, Mi Cid me dio un masaje en la espalda y me habló, con más amabilidad que antes, sobre su madre, que sufre de una enfermedad debilitante. Cuando supo por primera vez de su enfermedad, su corazón se rompió. Luego se puso a cuidar de ella, con masajes en la espalda y otro tipo de atenciones. Una voz que te habla por detrás puede ser diferente. Los animales que montan uno encima del otro no tienen que verse las caras. A veces eso es mejor. GEMA PALACIOS. LUMBRES (Polibea, Madrid, 2019, IV Premio Javier Lostalé de Poesía Joven) por HÉCTOR TARANCÓN ROYO EL LATIDO DE ENTONCES La poesía de Gema Palacios rastrea los temblores del cuerpo en búsqueda, paciente y firme, de los estragos de la pérdida. Sin embargo, como esta ya ha sucedido de una manera tan lenta, y drástica, en la medida en que ya no es posible retroceder, solo queda captar, casi fotografiar, los detalles y afectos desapercibidos en nuestro día a día. Ahí empieza Lumbres y, con el poemario, una indagación trascendental que profundiza en la necesaria relación de lo físico y la naturaleza. Porque, he aquí su razonamiento: hubo un tiempo en el que estaba todo ligado. En efecto, el desarrollo de las nuevas tecnologías, con su modo de comunicación virtual, ha cambiado la forma en la que nos relacionamos, pero ¿son peores? Las nuevas generaciones le conceden el mismo grado de realidad a una partida online que a un paseo. Lo que sí puede producir, en ese caso, es una desconexión con su entorno más inmediato. Así pues, el poemario despliega una serie de composiciones, muy cercanas a los epigramas, que se asemejan, como su título indica, a pequeños fogonazos alrededor de una hoguera. Instantes breves, pero muy cercanos entre sí, a medio camino entre lo lírico y lo conversacional, que buscan la implicación del lector. Su función evocativa no es, exclusivamente, lingüística, ya que también se erige como un recetario con consejos, y recomendaciones, para sobrevivir. En parte, esto sucede debido al carácter mínimo de los poemas, que demuestran, de nuevo, el poder camaleónico de la voz de Gema Palacios para nombrar, y diseccionar, desde diferentes puntos de vista. En esta medida, no son simples abstracciones, o reflexiones, como suele ocurrir a veces, sino realidades que esta autora, desde su posición literaria, nos llama a cumplir. El resultado, nunca mejor dicho, habla por sí solo: la recuperación de la esencia del discurso, sin ningún tipo de artificialidad o teatralidad. A esto ayuda que, aun encarnando solo lo necesario, el lenguaje teja una red de vínculos que se van acumulando. De este modo, palabras como cuerpo, luz, o piel se van resignificando conforme transcurre el poemario. La indagación en la herida, por tanto, abre la polisemia de las palabras creando asociaciones libres, etéreas. Es, en realidad, un viaje que el lector hace junto a la autora y su discurso infraleve, potente y diáfano. A su vez, el viaje hacia el interior de las emociones, sin el cariz cursi que tantas veces hemos leído, se complementa con otro en altura desde la madriguera al nido, según las tres partes en que está dividido. En ese sentido, es también una metáfora que nos invita a dejar el espacio seguro en el que nos hemos acomodado: como los pájaros, ha llegado el momento de volar y aventurarse en lo desconocido. Aunque no haya escapatoria, el intento y la catarsis meditada sólo posible mediante el contacto con lo natural, muestra que un crecimiento personal es permisible. No es el propio de un emprendedor, o de una psicología de autoayuda. Requiere sacrificio, sufrimiento, porque todavía alrededor de la lumbre, sea esta una fogata o una ventana, necesita de la luz que, como en un cuadro de Caravaggio, nunca se sabe de dónde viene. Ahí termina Lumbres: en el pánico confuso de andar a ciegas por la vida.
JOSÉ LUIS PIQUERO. TIENES QUE IRTE (Isla de Siltolá, Sevilla, 2017) por HÉCTOR TARANCÓN ROYO EL SECRETO QUE NO ESTÁ EN LOS LIBROS La trayectoria literaria de José Luis Piquero demuestra, por sí sola, que es posible conciliar el dolor con su depuración poética. No en vano, el malditismo, como corriente, ha colocado siempre el foco en algo tan común como evidente: vuestro dolor no es nada comparado con el mío, pobres mortales gozosos. Ya los cambios sociales, llenos de ofendiditos, relatos de trastornos nerviosos, traumas infantiles y amores imposibles, parecen contradecir esta tendencia. No obstante, si hablamos de poesía, la aparente profundidad de lo dicho queda, muchas veces, para desgracia de sus seguidores, compensada por la superficialidad del resultado. Ese exceso, por tanto, queda como una parodia del propio autor, y si tiene la suerte de no ser hermético, digámoslo sin más: las metáforas sobre el tabaco, las drogas y el sexo sucio no aseguran demasiado, al menos hoy en día. Tienes que irte, afortunadamente, participa de una visión poliédrica, más o menos acentuada dependiendo del poemario, especialmente en El fin de semana perdido (DVD, 2009), que va dando cuenta de un pasado extraño, placentero, y oscuro. Vista así, la obra de Piquero parte, en un viaje de ida y vuelta, desde un sentimiento o situación enigmática, que rodea y fragmenta en sensaciones, donde, filtrada por los breves y efímeros momentos de recreo, acaba ensombrecida y, en cierto modo, devastada, sobre todo en este último poemario. Sin embargo, no por más sombras, hay más luz: estas esconden, a su vez, otros detalles, de manera que la comprensión total nunca es posible, así como el retrato completo de su autor. El distanciamiento del objeto poético, por muy autobiográfico que sea, es una de sus claves y, como consecuencia, uno de sus logros personales en el panorama poético actual. A través de anécdotas y experiencias, aparentemente intrascendentes, podemos asistir a un examen concienzudo e implacable de la condición humana. En ella, las certezas se vuelven difusas, y en los versos aflora la incertidumbre. Puede que haya mentiras, ¿pero se notarán? Es imposible mantenerse coherente toda la vida, nos diría Piquero en la lejanía. Cuando la pérdida es grande, en algunas ocasiones, el mensaje es honesto y triste. Algunas veces puede ser hasta enigmático, si el poeta asturiano usa a Ulises, o el cíclope, como figuras enmascaradas. Sea como sea, en el momento en que entra en juego la fuerza de lo erótico, la agresividad inunda el poema y el sentimiento queda despedazado, a su manera, como huella del intento de la mente por domesticar un impulso emocional violento que nunca llegó a comprender del todo. VACÍO DE RAFAEL SUÁREZ PLÁCIDO
Se me ocurre que no tenía muchas ganas de vivir. Y es mejor no pensar qué medidas podía haber adoptado: nuestra devastación y sus rayos letales enrareciendo el aire Dios sabe cuánto tiempo, mucho después de él. Terrible que la herida de su muerte nos ahorrase esa herida. Y luego está el asunto de la literatura. También es un motivo para vivir, no sé si suficiente. Hacia el final, de sus poemas sólo le gustaban unos pocos. Un hombre necesita una tarea, como contar su historia. Y eso es algo que ahora ya nadie puede hacer por él. Ni siquiera yo mismo. Supongo que esto es lo que ocurre siempre: ese silencio sordo de todo lo que ya no hemos hablado ni hablaremos. Y yo quiero entender mi propia pena. Hay muchísimas cosas que no diré jamás porque sólo podía decírselas a él. Es su hueco de mí. Dicho esto, la vida no prosigue, porque es otra, y el que yo era con él ya se ha desvanecido (no habré de defraudarle, no me verá faltar a mi conciencia). La espantosa añoranza del futuro amputado: las palabras, la historia, los poemas, cuanto no seré yo y no será él. Y hasta, en las noches malas, su otra muerte. EMILY DICKINSON. PREFERIRÍA SER AMADA (Nórdica, Madrid, 2018) Traducción: Abraham Gragera por HÉCTOR TARANCÓN ROYO EL AGUA SE APRENDE POR LA SED El mito de Emily Dickinson, como el de Pessoa o Kafka, superó hace tiempo la realidad y se concentra en una serie de clichés que la encumbran, la hacen fácilmente entendible, y subrayan su carácter creativo en el anonimato. En lugar de profundizar, o de ir más allá de esa superficialidad, resulta mucho más sencillo leer así a los grandes genios cada año. Su arrebato romántico siempre queda constatado, y así es como la literatura, y el mundo de la cultura en general, despliega una realidad siempre difuminada, a medias: casi directamente falsa. Mientras tanto, dejando siempre que cada cual se engañe como mejor pueda, antologías como Preferiría ser amada ayudan a ampliar los límites con los que, a veces, aparecen dotados los creadores del pasado. Porque Dickinson, como otros muchos autores, es una figura que sobrepasa cualquier interpretación. Requiere una visión múltiple desde distintas perspectivas, que tenga en cuenta, a su vez, la relación y las fuertes contradicciones que fueron guiando su vida. En contra de lo que se pueda pensar, el mundo de Emily, y así lo corroboran las distintas ediciones de sus cartas, tenía una riqueza solo equiparable a la trascendencia de sus palabras. En ese preciso espacio, donde la palabra adquiere tal altura que su caída puede ser fatal, se puede constatar la fragilidad del lenguaje y la urgente necesidad de conectar con otras personas mediante los sentimientos, que es al fin y al cabo lo más natural, e íntimo, que puede tener el ser humano en toda su vida. En su reverso, el lenguaje también evoca, contiene pequeños mundos, y deja huellas: y es ahí también donde Emily crea atmósferas llenas de homenajes a la Biblia, a la poesía, etc. Sus constantes referencias culturales producen también reacciones en sus destinatarios, y juntos, muchas veces, van comentando las creencias religiosas, o los asuntos familiares, en una correspondencia que, como pocas, examina la condición humana. Cada nombre, adjetivo y verbo vibra, duele, hace que el cuerpo se sacuda. Este sangra, por supuesto, pero, asumiendo ese sufrimiento, lo transforma en un torrente energético y bello que va más allá de la patética fisicidad, o así lo pudo ver la propia Dickinson, de la vida humana. Solo así, incluso ante la pérdida de su padre, o de su mejor amiga, Emily pudo conservar esa delicadeza y belleza lingüística, que siempre destinó un temor reverencial hacia cualquier forma de afecto. Creó un mundo lleno de generosidad y curiosidad en el que siempre cabía cualquier posibilidad, ya que cada frase, a menudo, apuntaba hacia un sentido distinto, pero fue, sobre todo, la oportunidad de hablar, de estrechar al calor de una conversación las emociones, lo que reforzó su principal creencia en el poder del lenguaje, que fue tanto su victoria como su condena, y que la recompensó, ya en vida, con la eternidad. Preferiría ser amada ofrece una muestra de ese constante estallido a través de unas pocas cartas, y los envelope poems o poemas de correspondencia escritos en los propios sobres, que se complementan con las divinas, cercanas e íntimas ilustraciones de Elia Mervi haciendo, de nuevo, un producto único que combina poesía e ilustración, poesía gráfica, al modo también especial e intuitivo de Nórdica. Tú no vayas, Susie, no con ellos, vente conmigo esta mañana a la iglesia de nuestros corazones, donde las campanas no dejan nunca de sonar y el pastor, que Amor se llama - rogará por nosotros […]Gracias por llenarla de amor para mí, y de pensamientos de oro y sentimientos como gemas, ¡pues me parecía recogerlos en cestos repletos de perlas! Sue - puedes irte o quedarte - Solo hay una opción - Últimamente discrepamos a menudo y esta vez debe ser la definitiva. No temas dejarme sola, estoy acostumbrada a desprenderme de cosas que imagino haber amado - a veces hasta la tumba, y a veces hasta un olvido más amargo aún que la muerte - Mi corazón, por tanto, sangra con tanta frecuencia que la hemorragia no ha de importarme, y lo único que hago es añadir agonía a las anteriores, y al final del día me digo: ¡estalló una burbuja! Una carta se me antoja siempre parecida a la inmortalidad, porque la mente está sola, sin compañero corpóreo. Deudores como somos en nuestras conversaciones de la actitud y la entonación, parece como si el pensamiento que camina solo tuviera una especie de halo espectral - Quisiera darle las gracias por su inmensa bondad, pero intento no aupar nunca las palabras que no puedo sostener. Se percató usted de que vivo en soledad - Para un Emigrante, un País está vacío salvo si es el suyo.
NATALIA GINZBURG. Y ESO FUE LO QUE PASÓ (Acantilado, Barcelona, 2016) Traducción: Andrés Barba por HÉCTOR TARANCÓN ROYO A TIENTAS EN LA OSCURIDAD Cuando el sufrimiento amoroso atenaza, lo normal es leer un aburrido, sonoro y cursi lamento por lo que se puede perder. Medir la intensidad del sentimiento es imprescindible, y en ese proceso muchos escritores han demostrado ser sordos. Por exceso más que por defecto, la tradición se ha llenado de proclamas y comentarios típicos, poco originales y redundantes. Esa es la razón principal de ser de, por ejemplo, la mayoría de la poesía actual, a la vez que su fracaso. Quizá, entonces, ya no sean necesarias la nostalgia y la alienación, sino visiones que vayan más allá, o que pongan en tensión la visión ordinaria de la realidad. En ese campo tiene experiencia Natalia Ginzburg, quien tensa con gran maestría el ánimo y los objetivos de los protagonistas de Y eso fue lo que pasó. No hay victorias ni derrotas, sino una angustiosa culpa inmerecida por existir y comprobar que la búsqueda de la verdad es tan apasionante como inútil. Concretos y universales al mismo tiempo, vagan por un camino que, con mayores o menos aciertos, los acaba reconduciendo hacia ellos mismos. En ese punto, prácticamente omnipresente en todo el desarrollo, cuando el resurgimiento de las inseguridades va acompañado de las certezas, la ternura se abraza con la desesperación. También, enjuiciados por ellos mismos, someten a su visión todo lo que ocurre y se odian y aman a la vez. La protagonista, anónima e intimista, con un pulso vivo y fluido que recuerda a Carta de una desconocida de Stefan Zweig, espera en muchas partes. Se recuesta, con ese afán, en su habitación y mira los detalles. Incluso, se recuerda posteriormente esperando, y ese instante la devuelve al mundo real, que la va desgajando poco a poco. Esa espera, hoy inconcebible y triturada por la inmediatez con la que nos lanzamos a las cosas, es otro de los pilares en los que Ginzburg conecta y expone el alma humana. Con un lenguaje sencillo, apresurado, y extremadamente cercano, extrae causas y consecuencias y, cuanto más exagera, más vital y deslumbrante se vuelve. Al tocarse los extremos, el deseo se vuelve patético, y su consumación no lleva a otra cosa que a volver a perder. NOTA (Fragmento)
Escribí esta historia para sentirme un poco menos infeliz. Me equivoqué. No debemos buscar nunca un consuelo en la escritura. No debemos perseguir un objetivo. Si hay algo seguro es que es necesario escribir sin un objetivo […] Me gustaría añadir aquí que a veces nos vemos inclinados a escribir no sólo libros que nos gustan mucho, sino también otros que no nos gustan en absoluto. Son ésos los que acaban llevándonos por calles oscuras, los que nos hacen tocar acordes secretos, colmándonos de lágrimas y conmociones a veces innobles y vulgares, pero esas conmociones y esas lágrimas, que surgen de nosotros a pesar de que nuestra mente es hostil a ellas, son las que nos dan el impulso de la escritura […] Aunque para llegar a ese punto es necesario que la infelicidad no sea en nosotros una pregunta lacrimosa y llena de ansiedad, sino una conciencia absoluta, inexorable y mortal. WISLAWA SZYMBORSKA. SALTARÉ SOBRE EL FUEGO (Nórdica, Madrid, 2015) por HÉCTOR TARANCÓN ROYO EN EL PARAÍSO PERDIDO DE LA PROBABILIDAD Aunque todavía están por estudiar las últimas conquistas de la rima libre, una cosa es segura: han echado a perder a toda una generación de poetas. La escritura, como las artes plásticas, basó su desarrollo durante todo el siglo XX en liberarse de las malévolas y rígidas reglas de la Academia. Como consecuencia, nunca en toda su historia ha sido tan libre para emerger y decirse desde muchos puntos de vista y estilos. Y lo que supuestamente debería considerarse una victoria no es más que una lenta agonía en la que lo políticamente correcto impone una escena bastante desalentadora. Dentro de una horizontalidad un tanto extraña, que por momentos parece ignorar completamente al espectador/lector, se dice que todo lo que se publica, o su inmensa mayoría, es bueno, de calidad, y profundo. Al menos, así ocurre en las presentaciones, en la conversación posterior y en el largo intercambio de elogios por la noche, por mucho que una copa de más pueda arruinar todo lo anterior. Afortunadamente, la propia Wislawa Szymborska nunca atendió demasiado a esas reglas, algo que se puede comprobar no solo en su poesía, llena de un humor tan afilado como encantador, sino en su Correo literario (Nórdica, 2018), que recoge los consejos que le daba a los lectores dentro de su consultorio en la revista Vida literaria. Su visión desenfadada, cargada de soledad, certeza y sinsentido (ante el propio hecho de existir), hacen de su obra un punto casi ineludible de la poesía, que mereció el Premio Nobel de Literatura en 1996. Así ocurre en el caso de la traducción de Abel Murcia y Gerardo Beltrán, la predominante en nuestra lengua, en Saltaré sobre el fuego. Menos literal que las primeras (al final se ofrece la versión de 1997 de Ana María Moix y Jerzy Wojciech Slawomirski en Lumen), mantiene el significado primordial para imprimir en la traducción la misma fluidez, ritmo y metáforas que, se supone, el original. Es esa musicalidad, hoy en día bastante desaparecida cuando se enarbola la rima libre, la que hace de esta selección de poemas una entrada más que consistente al mundo de la poeta polaca. Complementados por las ilustraciones de Kike de la Rubia, cada uno de los 34 poemas recorre el azar y la deriva de lo cotidiano en un movimiento que, más pronto que tarde, suele volver al origen. No son versos que se enroscan, sino puntos de partida en los que el mismo comienzo, o el inmovilismo al que se ha visto abocado la sociedad contemporánea, emerge con toda su naturalidad y desparpajo. La aparente sencillez de sus versos esconde también crítica política, y es ahí donde hace más daño: cuando la sonrisa se desdibuja con el impacto de la realidad.
LI-YOUNG LEE. EL DESNUDO (Vaso Roto, Madrid, 2019) Traducción: Sara Cantú Pérez del Salazar por HÉCTOR TARANCÓN ROYO SONRISAS EN LA CARA MÁS ALLÁ DEL ABISMO En el plano amoroso, los valores tradicionales se han visto tan retorcidos que lo difícil, ahora, es tener una relación duradera. Lo que antes, por convención social, obligación o economía, era lo más usual, se ha vuelto un síntoma extraño, casi inclasificable. Se pueden citar las aplicaciones de citas, los grupos en las redes sociales, o el vasto contenido gratuito que pulula por internet, pero una única cosa es cierta: Occidente ha desarrollado con perseverancia la erotización extrema del cuerpo de la mujer. Asociada, o más bien entrampada, con otras corrientes, esta tradición, con miles de años a su espalda, tardará en desaparecer, por muchos cartuchos de dinamita que encienda el feminismo. Seguramente porque esa visión, nuestra visión, limita la trascendencia espiritual de las relaciones humanas, y adjudica a lo físico una serie de valores y características que, en la literatura, pueden llegar a resultar tan aburridas como superficiales. […] Ella dice, El mundo Es una historia que sigue comenzando. En ella, has vivido singularmente disfrazado: ceniza brillante, ceniza oscura, espejo, luna; un niño que se despierta en la noche para escuchar los truenos; un viajero que se detiene para preguntar el camino a casa. Y todavía falta el viaje nocturno de la mariposa por el mar. […] Una palabra tiene muchas vidas. Presa, la palabra es juego, impronunciable. Consecuentemente, la palabra es juez, pronunciando la sentencia. Aflicción, la palabra es una espina, castigando. Por eso El desnudo de Li-Young Lee resulta tan refrescante, enigmático y profundo. En ocasiones, por la distancia cultural, inevitable en muchos casos, resulta extraño, pero ese carácter, tan místico y meditado, le da una impronta que revaloriza, y cuestiona, el discurso amoroso. Como la obra de Roland Barthes desde la filosofía, Lee examina, en toda su amplitud, uno de los grandes temas de la humanidad desde multitud de perspectivas. Por eso, combina partes y poemas de gran extensión con otras menores. También varía el estilo, al deslizarse con bastante facilidad entre la memoria, la metáfora elevada y el tono coloquial. En ese sentido, no es tanto un énfasis y exaltación de un momento, como un viaje por los acontecimientos que le han llevado a ver y sentir así el mundo. Sobre todo, y como uno de los ejes centrales, es una conversación constante con, y contra, él mismo, su mujer y su familia. El poeta norteamericano, originario de Yakarta, lo sabe bien: al existir gracias a su entorno y a los demás, realiza una introspección profunda sobre sus lazos con la realidad. Al hacer reflexivos sus propios sentimientos, los poemas son, a la vez, una larga letanía que suplica y agradece todo lo que ha sucedido y está por suceder. Esa doble condición, también inmaterial y física, centra toda la fuerza poética de Lee y lo traslada, como en su vida personal, a un lugar donde pocas cosas son reconocibles, pero todo es aún posible. […] Repugnantes máquinas de placer, secuaces del mercado idiotizados, el deseo vendido, el conflicto vendido por codiciosos anunciantes, dejando que el amor se torne frío tras de ti, hambre, pestilencia y terremotos tras de ti, abominación, desolación y tribulación tras de ti. Violencia tras de ti. Una nación subyugada por el arma. Una ciudad humana bajo el estandarte del asesinato. […] Es demasiado tarde para la plutonomía y el precariado. La guerra continúa. Si el amor no sale victorioso, ¿quién quiere vivir en este mundo? ¿Estás escuchando? El desnudo, la primera y casi más extensa de las composiciones, es toda una puesta en escena de la tensión entre lo erótico, la visión subjetiva del poema y los momentos en los que lo irreconocible e impredecible, la voz de ella, entra en juego. Por momentos intenso, metafórico y onírico, supone toda una reflexión de cómo el lenguaje apresa a su víctima. En muchas ocasiones, no es tan importante el contenido, sino como éste se codifica en el estilo. Así, los instantes concretos se difuminan y, por ende, hacen que lo cotidiano se vuelva indirecto. La de Lee es una poesía que se desdobla hacia sí misma en el mismo ejercicio de estar en el mundo, y vuelca, como consecuencia, toda su fuerza en el proceso de reencontrarse. El suyo es un deseo tamizado, larga y pacientemente esculpido contra la impaciencia de la carne. Esto ayuda a ver la curiosidad, la levedad y la limpieza de los temas que va tratando, los nombre o haga alusión mediante el silencio. […] Mi madre tiene en su poder una parte de algo indecible, la otra parte de la cual guardo yo, su regalo para mí. Y mientras que lo que ella no diga y lo que yo nunca contaré permanezcan en nuestra parte secreta de la historia del mundo jamás contada, lo callado se casa con lo callado, cara a cara en el silencio entre nosotros, y nuestros corazones se unen para permanecer abiertos. Ambos tendremos que esperar hasta que estemos solos para llorar. Desde entonces, cierta melancolía va impregnando, a su manera viscosa y dramática, las siguientes partes hasta que el amor se vuelve guerra, exilio y violencia. Sigue siendo el motivo central, pero solo como rescoldo de un pasado: Lee ya no es más que uno, ni menos que dos, sino que se convierte en una voz más del sufrimiento anónimo, de todas aquellas personas a las que ha olvidado la Historia en su relato triunfante de los hechos. También del suyo propio, que externaliza aferrándose, al lenguaje y su capacidad para convertirse en alguien totalmente externo o, como él dice, en Nadie. Adquiere, pues, la memoria un protagonismo fundamental que recupera, en su distancia inevitable, a sus propios padres, y algunos momentos de su niñez, entre otros instantes. Estos chocan con la elevación y la constante distinción, de tintes filosóficos, de conceptos y corrientes de pensamiento. Tal es la deconstrucción del tiempo y la existencia, que llegar a ser el propio Lee, en su infancia, quien observa la amargura y rigidez de los ritos de los adultos, venerados aun así como personas sabias. Como consecuencia, la vida que antes se mezclaba con la incertidumbre y extrañeza del discurso amoroso, ahora lo hace con la muerte y la crudeza. En ese proceso, crea otra capa de significado: como tal, amar, además de dar la vida por los demás, es abrazar la descomposición y el fin de las cosas. El desnudo es un cántico heterogéneo y meditado, lleno de pliegues y versos por los que seguir, en los que destaca la incertidumbre, la soledad, el asombro, y la pasión, o lo que es lo mismo, la sobrecogedora certeza de la grandeza de la vida, y su constante huida de cualquier intento por categorizarla.
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