LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
MARIO PÉREZ ANTOLÍN. CADA VEZ QUE MUERO (POESÍA REUNIDA) (Lastura, Madrid, 2021) por JULIO SÁNCHEZ Fremd bin ich eingezogen, fremd zieh’ ich wieder aus... Franz Schubert, Winterreise UN VIAJE DE INVIERNO POÉTICO La producción literaria de Mario Pérez Antolín destaca fundamentalmente en el campo del aforismo. Esta impresión salta a la vista cuando uno se acerca a su otra faceta, la poesía, campo en el que es algo menos conocido. La antología Cada vez que muero recoge su vasta obra poética (desde 1985 hasta 2016, incluyendo tres extensos poemas inéditos) y, en ella, el lector puede apreciar su evolución como poeta y como persona. En su obra, y este libro es una buena muestra de ello, tiene lugar un diálogo constante entre la reflexión y la emoción, el aforismo y la poesía, el sentido y la sensibilidad. Empiezo llamando la atención sobre un punto que, no por evidente, es menos importante cuando uno se acerca por primera vez a la obra de Mario: no es una lectura fácil, y mucho menos ligera. Cada vez que muero no es un libro para leer en el metro de camino al trabajo o en la sala de espera para hacer tiempo mientras llega tu turno en la consulta del médico, ni siquiera en la cama antes de dormir. En sus poemas de juventud apreciamos una poesía muy visual, de temática amplia y llena de metáforas, que evoluciona llenándose de elementos más propios de la filosofía o del ensayo. En algunos casos pasa por otra fase más descriptiva, en la que la observación de la naturaleza y la meditación conforman el núcleo central del escrito, destacando aquí una cierta escasez de adjetivos, rasgo frecuente en el autor. Esta intensidad necesita, por lo tanto, de cierto esfuerzo de concentración y complicidad por parte del lector, para que no se le escapen los infinitos detalles que aguardan en su lectura a la espera de ser descifrados y disfrutados. Hay en esta antología una riqueza temática que pocos autores alcanzan en su obra. Un tema bastante recurrente (basta con leer el título del libro) es la muerte, en algunos casos con un poso de derrota e incertidumbre como vislumbrando su propio final: «hoy no logro recordar en la habitación de qué hotel perdí la costumbre de presentir mi propia muerte». Cuando toca otros temas más amables, como el amor, lo hace sin embargo con un tono más puro, más sentimental: «a veces te miro y me recorre la espalda un río enorme de ternura»; sin embargo, en otras ocasiones se acerca al barro del deseo sexual más impúdico, donde el protagonista es su propio sexo. En sus poemas habla también de religión, desde un punto de vista más bien filosófico, poniendo en duda la existencia de Dios, pero con un profundo respeto; hay presentes referencias y personajes de las mitologías griega y romana de marcado carácter épico, y también escenas agrestes, en las que es la Naturaleza la que cobra vida y protagonismo, ya mencionadas arriba. Pero si algo se puede destacar tras la lectura de este libro es el marcado carácter ensayístico y narrativo que imprime el autor a toda su obra. Su fama literaria está basada sobremanera en el ensayo filosófico y en el aforismo, lo que se refleja en sus poemas de madurez. En ellos, el autor se pregunta sobre el sentido de su propia existencia y la del mundo que le rodea: «¿por qué ya no somos lo que seremos ni deseamos ser lo que antes fuimos?». Son poemas en los que predominan la duda, la incertidumbre, y el pesimismo existencial. Reflejan un cierto matiz de amargura, de resignación, de vacío y de muerte: «Podríamos probar a suicidarnos: yo, con tu ceniza, y tú, con mi silencio».
Muy en esta línea, el autor baja a menudo al fango de la existencia, de la realidad que duele, del sexo más mundano, y nos abre los ojos con un puñetazo literario que va directo a la boca del estómago. Aquí la poesía rasga la piel, abre las carnes y duele muy dentro. Al leer «Ayer soñé que la penumbra se deslizaba hasta mi almohada, recorría mi carne tibia y después me violaba» recordé el vértigo que sentí, y sigo sintiendo, cuando disfruté de Rompiendo las olas de Lars Von Trier, como si fuera el mismo cineasta quien escribe. Y de repente, como un extraño, en muchos poemas aparecen la sensibilidad y la luz y, con ellos, el amor. No es Mario Pérez Antolín un poeta galante o romántico, al estilo de Luis Cernuda o Ricardo Molina. Y, sin embargo, cuando entre deseos carnales e incertidumbres filosóficas aparece la temática del amor, surge la belleza, sensual y sincera, sin adornos y tremendamente musical: «Como la roca que vaga por el cosmos de una sustancia eternamente dichosa y fugitiva eres». Esta frase casi la puede uno recitar cantando. En la línea del amor, teje el autor una relación muy especial, llena de fascinación y sensibilidad, y tremendamente respetuosa, con las mujeres, en especial con la suya, Julia, cuyo nombre sobrevuela muchas escenas ya desde la dedicatoria inicial: «Quisiera, más que amarte, respirar tus huesos y oler tu sangre, y ser carne de la misma carne». La sensibilidad surge como de la nada y pone los sentidos a flor de piel. Así, lentamente, llegamos a De nadie, gran obra de madurez del autor. En cada uno de sus tres apartados se entremezclan, con verdadero brío, la mirada crítica frente a una sociedad llena de aristas y el pensamiento reflexivo tan cercano al aforismo. Lo hace con la mirada descriptiva y crepuscular de un poeta que observa la realidad como pocos, donde no faltan menciones a su propia muerte o, de nuevo con sorprendente sensibilidad poética, al amor. Amor (no siempre correspondido) y muerte en un viaje de madurez en el que el autor describe la incertidumbre y la soledad de vivir, como en un Winterreise (viaje de invierno) literario que bien pudiera haber compuesto el mismo Schubert. En este poemario final del libro es donde más se aprecia la evolución literaria y vital que se ha ido intuyendo a lo largo de todo el libro y sólo esta parte ya justifica la lectura de la antología. También muy musical es el cierre del libro, con Tres odas, tres extensos poemas inéditos que de nuevo entrelazan poesía y ensayo con la cadencia de una sinfonía. Como curiosidad final, cabe destacar lo acertado de los títulos. Es sabido que un buen (o mal) título puede suponer el éxito o fracaso de una obra. En este caso, tanto el propio título del libro como muchos de los poemas tienen un poderoso atractivo: Universo circular, Invocación al Sol, Poema de amor y muerte, por poner sólo unos pocos ejemplos, son una buena muestra de lo que viene a continuación. En conclusión, Cada vez que muero es una completísima antología que reúne no sólo la producción poética de Mario Pérez Antolín, sino su forma de entender la vida, la sociedad y la naturaleza en un viaje de invierno con sentido. Y sensibilidad.
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JORGE GARCÍA TORREGO. EL DESPERTADOR DE SÍSIFO (Lastura, Ocaña, 2018) por MIGUEL-ANGEL REAL LA POESÍA PARA DARLE SENTIDO A LO BANAL
MARÍA TERESA ESPASA. EL LABERINTO DE VENUS (Lastura, Ocaña, 2018) por PEDRO GARCÍA CUETO Como si nos halláramos ante la poderosa narrativa de Durrell y su Cuarteto, la poeta, narradora y profesora María Teresa Espasa nos altera con estos relatos. Hace que nos hallemos ante un cristal que todo lo deja ver, asistimos a relatos de gran calado emocional, lo que no elude la sensualidad latente. Hay erotismo, pero siempre mitigado por el gusto estético, que logra que sintamos la pasión de los protagonistas, conscientes de que el amor es el origen de todo, principio y llegada de todos los deseos. Cito: Valentín me sujeta por la cntura mientras yo le susurro al oído mis historias de quererle. Todavía en el ascensor, incluso antes de llegar a la suite de la quinta planta, la fiebre asoma y los besos ardientes nos hacen tropezar con la alfombrilla del rellano. (p. 41) Las descripciones de las escenas amorosas tienen una clara influencia en esas historias de seres heridos por la vida que quieren encontrar su lugar en el mundo. Los relatos están llenos de pasión, navegan en un incontrolable deseo. Aparecen seres que escriben y después hacen el amor, siempre con las citas que anteceden al relato de grandes poetas valencianos, en especial a Ricardo Bellveser, uno de los mejores nombres de la literatura valenciana por la labor cultural que ha ejercido siempre y por su obra de creación poética, narrativa y ensayística. María Teresa Espasa ha escrito unas historias donde los personajes necesitan amar y vivir a través de los cuerpos que aman. La autora es consciente de que la inspiración también llega por la intimidad, por esos deseos que viven los seres que se quieren y que comparten momentos de amor únicos.
Como si volviésemos a ver a Justine en el Cuarteto de Alejandría, las mujeres del libro son mapas que no podemos descifrar; los hombres seres que viven la pleamar del deseo, que buscan el beso que les lleve al acto sexual, ese preámbulo del amor que va creciendo como prólogo para un mundo de besos y caricias. La poeta Isabel Alamar ha escrito que El laberinto de Venus es un libro donde el cuerpo, la piel y la boca lo son todo, en el que vivimos el deseo, la importancia de tocar y de disfrutar de otro ser amado, desde la ciudad amada, su Valencia, hasta Madrid, donde cita el café Comercial, que tanta buena literatura nos ha dejado. Vemos esas historias, sentimos su peso, encuentros que acaban en el lecho, anhelos que se cumplen. Este libro debe saborearse como un buen vino, hondo, espléndido y muy sensual. JORGE ORTIZ ROBLA. DOMA (Lastura, Ocaña, 2018) por RAMÓN CAMPOS BARREDA Inmerso en la lectura de Doma descubro que entre los hilos con que sus versos se entrelazan palpita un aliento vital que trasciende el hecho poético. Un aliento íntimo, y a la par, universal: el amor y la ternura de un padre que le escribe a su hija, con la firme convicción de que sus palabras sean alimento mañana: Todo sería más simple / si el amor se anudase despacio / y pudiésemos seguir sus movimientos / al crear los lazos. El poeta, en un ejercicio de responsabilidad paterna, siente la necesidad de contarle a su hija cómo relacionarse con el mundo que está ahí, fuera del círculo protector de la infancia y de la casa, esperándole: Y hay un mundo maravilloso que te espera / tras el umbral de la casa. Desde ese primer lugar reconocido, donde se dan los primeros pasos, se dicen las primeras palabras, resuenan las primeras risas o surgen los primeros miedos, todo está por descubrir. Es un proceso de aprendizaje, donde todo recurso será necesario, donde toda estrategia tendrá su sentido. Y hay que empezar por el principio: Convertir el gesto en un acto / para proteger los sueños / con las manos de la noche, / descifrar la luz limpia que tu mirada arroja. Y es un ejercicio necesario, porque escribir es una manera de amar tu nombre, / aprender, aún tras la duda, / a descifrar esa señal, / para educarte. Y es necesario porque educar es, quizás, una de las tareas más complejas a las que nos enfrentamos como padres. Y no es casual, en este caso, el título del poemario. Domar es sujetar, amansar y hacer dócil al animal a fuerza de ejercicio y enseñanza. En este sentido coincido con Chantal Maillard, quien afirma en La razón estética que «Nuestro sistema educativo se basa en la racionalidad lógica porque esto facilita las cosas: permite clasificar, seleccionar, separar. Permite el ejercicio del poder». Nada más lejos de la intención del autor, más bien al contrario. Una cosa es mostrar cómo funciona el mundo. Y otra muy distinta es la doma en esa primera acepción citada. Porque no es la única, también significa dar flexibilidad y holgura a algo. Y sobre esto sí que versan sus poemas: quien cree en los límites / corre el peligro de desbordarse. Con estos dos versos termina la ‘Carta primera’, poema que inaugura este libro y nos orienta sobre el tono que nos espera en las siguientes páginas. Así lo expresa Sara Castelar en su certero prólogo: «Doma es lo contrario a su nombre, la antítesis de los límites que mueren inevitablemente frente al deseo de libertad». En otro sentido, el padre, en un ejercicio de responsabilidad poética, consigue reinstalar a la imaginación creativa en el lugar que habitualmente ocupa el logos que nos gobierna, y no siempre con el valor positivo que le suponemos a priori, y es desde ella que se arma la conciencia en la forma crítica de poema. Por tanto, insisto. Doma es un ejercicio necesario. Un ejercicio de amor hacia la vida y, también, hacia la palabra. Y es un ejercicio crítico contra esa rigidez que nos pretende dóciles y obedientes, que, como fusta, solo sabe castigar, pero no amar. Doma, cuarenta y dos poemas distribuidos en cuatro partes, cuya lectura no sólo es recomendable, sino un ejercicio necesario de lucidez y de amor por todos los seres vivientes que, como ruido de peces, te envolverá y te hará decir no claves en tu pecho la barbilla, y serás otra vez la niña que todo lo ve por primera vez.
MILA VILLANUEVA. EL VIENTO SOBRE EL LAGO (Lastura, Ocaña, 2016) por GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ La escritora gallega afincada en Valencia Milagros Pérez Villanueva, conocida en el ámbito literario como Mila Villanueva, publica su nuevo poemario, El viento sobre el lago, un bello título, que es el resultado de las varias lecturas y meditaciones que la autora ha realizado sobre el libro del I Ching, antiguo oráculo chino cuyos primeros textos se remontan hacia el 1200 a. C. Presidenta de la asociación cultural Concilyarte, Mila Villanueva es una gran animadora de la vida literaria en la ciudad del Turia, donde ha organizado numerosas presentaciones, recitales y exposiciones. Además, es una verdadera experta en poesía oriental, dedicándose en especial al ejercicio del haiku. A la estrofa japonesa ha dedicado varios poemarios, como Na Distancia (Taller del Poeta, 2010), La luz de agosto (Concilyarte, 2011), en coautoría con Orlando Jorge Figueiredo, y A la luna de Valencia (Lastura, 2014), amén de participar en la antología de haiku contemporáneo en español Un viejo estanque (Comares, 2014), edición de Susana Benet y Frutos Soriano. Lo primero que podemos constatar es que Mila Villanueva ha dado a la imprenta un hermoso libro, no sólo por la intrínseca belleza de los versos que lo componen, sino también por la de las ilustraciones que los acompañan, realizadas por Enriqueta Hueso con su característico estilo abstracto. El poemario, que ha sido traducido al chino por Daniel Barat de Llanos, viene introducido por un prólogo de Antonio Méndez Rubio, que bajo el significativo título ‘Entre azar y milagro’ elogia esa rara virtud que la autora atesora en cada una de sus creaciones, esa lucidez y serenidad que imprime en cada poemario y que le permite reescribir textos milenarios, como fue el caso de Bajo la luna de Kislev (Lastura, 2015) y los Evangelios, y ahora se corrobora con esta personal versión de otro texto fundacional, el I Ching. La escritura de Mila Villanueva rema a contracorriente, pues en un tiempo tan vertiginoso y convulso como el actual decide apostar por el ejercicio sosegado de unos versos de una belleza grácil, serena, como «las golondrinas adornan los tejados». El libro se compone de sesenta y cinco poemas, por lo general breves, siguiendo la tradición china, precedidos por un poema inicial traído del propio I Ching, que marca la senda, donde Mila Villanueva plantea los temas con unos versos de situación, estacional, espacial o emocional, que culminan en versos sintéticos de una sencillez conmovedora. Parece que la autora persigue la esencia como el perfume a la rosa; por ello, para ser fiel a la tradición que le sirve de guía, adapta motivos característicos de la cultura oriental: dragones, pájaros, tigres, caballos, praderas, dando lugar a un sincretismo de austera belleza y hondo calado. Mila Villanueva no necesita más para transmitir una emoción en estado puro, los versos se posan con suavidad sobre el sustrato de la memoria en un delicado juego de contrastes donde «la paz, como un ejército / va cubriendo los campos de mijo». Una palabra china en caracteres occidentales precede al título de los poemas en castellano, “Xian. Unión” entre dos culturas aparentemente dispares que Mila Villanueva consigue aunar con elegancia y precisión. Son muchos los poemas que destilan una sabiduría oriental que, sin embargo, se aleja del tópico por la humildad y el respeto que la autora alcanza a imprimir en sus versos; unos versos, por otro lado, cargados de sensualidad y delicadeza. He aquí un bello ejemplo, ‘Inconcluso’, que pone el broche de oro a todo el conjunto:
Más allá del río se encienden las hogueras. Las inquietudes desaparecen. Reconozco el tiempo del preludio y en él reposo. Pronto llegará el día de volver a ver los crisantemos. En definitiva, nos hallamos ante un poemario de emoción contenida y sobrios destellos que pone el acento en los momentos sentidos, aquellos que dejan un poso reflexivo superando el instante en que fueron vividos. De ahí la vocación de permanencia que tiene este libro, tras los pasos marcados por la obra canónica que le sirve de referencia, a sabiendas, parafraseando el I Ching, de que la incertidumbre nos asalta día tras día. |
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