LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
VICENTE VELASCO. CON TODO ESTE RUIDO DE FONDO O EL IMPERIO DE LAS LUCIÉRNAGAS (Chamán, Albacete, 2018) por CARMEN PIQUERAS Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de guerra ardiendo más allá de Orión. He visto rayos-c resplandecer en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Ridley Scott Blade Runner Leo el primer poema del libro que tengo entre las manos y, de inmediato, en mi cabeza surgen dos visiones que son, en realidad, la misma: el cuadro de Hopper, Nigthhawks, donde en la barra de un bar triste aparece sentado —y esta es la segunda imagen— un detective sin fe, un cazador jubilado, el blade runner Vicente “Deckard” Velasco, una suerte de antihéroe que, como mandan los cánones, envuelto en su gabardina, bebe whisky, fuma y, sobre todo, observa. Fuera llueve sobre una ciudad tan oscura, confusa y moralmente ambigua como un poema noir, una lluvia ácida que moja las páginas de este libro y cala al lector hasta los huesos. Observador y lluvia persistente, personajes en un paisaje que exuda contaminación, pérdida de identidad, de tiempo, de reconocimiento… Observa el poeta al relojero que descuartiza el tiempo, ese hacedor de tragedias. Y el tiempo se representa como un todo, no hay devenir; en la memoria del poeta coexiste el fulgor de la infancia con la vacuidad del presente y la imposibilidad del futuro, reflexiona sobre lo que supone para nosotros la memoria y la certeza de la muerte y construye el andamiaje del libro sobre tres pilares: la historia del ser humano, el arte, en este caso la Literatura, y el símbolo o la escatología (bajo sus dos acepciones); y por debajo, o por encima, o alrededor un ruido de fondo que imagino como el que emite una televisión sin señal de antena, actuando como opiáceo que adormece cualquier atisbo de rebelión, con la cooperación inestimable de la presencia del dios de neón: la inmensa pantalla publicitaria que sirve de guía espiritual a la humanidad desorientada que somos y nos conduce en el acceso al mundo de los verdaderos hombres que proclama una sombría colmena iluminada por inquietantes [luciérnagas] en eterno vuelo. (1) Hago aquí mía una reflexión de Fernando Savater sobre Blade Runner que me viene como anillo al dedo para hablarles de Con todo este ruido de fondo o el imperio de las luciérnagas; ambas, como tantas obras universales, presididas por el tema del tiempo y el olvido. “La Ciudad del futuro se muestra ya vieja, gastada, pasada (incluso pasada por agua). A los replicantes se les inventa la falsa memoria de un pasado que nunca existió (pero ¿ha existido alguna vez lo pasado?): esa memoria sirve para identificarles en la ilusión y denunciarles en la realidad. En la Ciudad siempre es de noche, hora de sombras y luces chillonas más allá del crepúsculo. El detective afronta su último caso, vuelve hacia la tarea pasada que abandonó y la reemprende por última vez. Los replicantes [“más humanos que los humanos” reza el subtítulo, en los que nos vemos tan reconocidos] vuelven a su origen en busca de su creador, obsesionados por el breve plazo de tiempo que éste les ha concedido. Quieren más tiempo, quieren todo el tiempo, quieren que el tiempo no pase por ellos. Al líder de los replicantes se le va acabando el plazo concedido antes de lograr concluir la misión que se ha encomendado a sí mismo (rescatarse del tiempo). Finalmente sólo el amor (y al final desvelaré cual es el que mueve a Vicente) se revela como capaz de un presente que no necesita pasado y se desentiende del futuro, fragilidad sin excusa y por ello mismo invulnerable. (2) Y dónde hallar refugio, hacia dónde dirigirá el poeta sus pasos para guarecerse de tal calamidad, esa retaguardia donde disponer de un lapso que le permita establecer la estrategia de su batalla por recuperar tiempo y sombras amadas sino hacia la significativa dirección del Callejón del Destierro donde un rótulo desvencijado que indica Librería lo invita a penetrar como quien, aunque sea en un sueño, regresa a sí mismo. Y en ese gueto de olor antiguo, humedad y tinta seca permanecerá hasta el amanecer cuando con el cuerpo dolorido y la mente totalmente despierta, deje de mirar y vea realmente; donde el poder salvífico, la virtud de un libro le ayude a admitir la posibilidad de que Aún hay héroes, (y para el autor ese héroe es, ojo, un niño) que saben aceptar su suerte aunque todo en la vida sólo dure lo que un instante de soledad con un libro. Y, sin embargo, más adelante, nuestro agotado investigador es tentado de nuevo por la advertencia del Ministerio (de cuál es indiferente, su sola mención ya hace que nos recorra un escalofrío): No acumules libros en las estanterías, no los pierdas bajo la almohada, y no releas nunca más ni Fausto ni Macbeth. Nunca más. No recomiendes aquel título, no hables de aquel autor, aléjate de todos aquellos que lo hagan. Nada de esto te conviene. A cambio de ello, la felicidad. La felicidad del vacío. Sin embargo, como afirmaba Ray Bradbury, maestro de la distopía, con sus relatos no pretendía anticipar el futuro sino más bien evitarlo y, así, Vicente denuncia un presente que, como anteriormente afirmé, abarca el tiempo todo, con la clarividencia que, al contrario del chamán corriente, se adquiere al despertar. Ciertamente no es una visión alegre, nada prometedora en realidad, produce pavor, ganas de abandonar y, con todo, el poeta reza: por perder la amnesia y poder vocalizar los nombres de todas las cosas, el hambre, los infanticidas, los genocidios, los guetos, vejaciones, los miedos, los infaustos oráculos que son la verdad de nuestra especie. Quiere nombrar para dar la voz a los olvidados, para despertar y despertarnos.
El observador entra en acción cuando el dios le amenaza: O la muerte te alcanzará con los pulmones repletos de nieve y la boca rebosante de luz. con los ojos totalmente abiertos como un libro. Amenaza que en lugar de amedrentar es la promesa de una redención, el lugar de la esperanza y la señal para la insurrección porque, aunque un dios loco habite entre nosotros, nos ofrezca la flor del loto y un cielo de vacuidad, qué empresa, qué desafío, qué lucha no emprenderá un poeta —y cada uno de nosotros, si aún nos queda algo de esa inmensa humanidad replicante— que dedica su libro, y aquí queda desvelada esa fragilidad sin excusa y por tanto invulnerable a la que me referí antes, a Dante, su amor, su fortaleza, la memoria de su sangre, su pequeño hijo. ————-- (1) Visiones del futuro. Guzmán Ullero, TheCult.es. (2) Blade Runner, Cuadernos ínfimos, Tusquets, 1988.
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VICENTE VELASCO MONTOYA. PRINCIPIO DE GRAVEDAD (Balduque, Cartagena, 2015) por NATALIA CARBAJOSA ESPERANZA CON ALAS “Los pájaros. Vuelan pero no son ingrávidos”. Tampoco lo son los ángeles, ni los poetas, ni la esperanza, ni los astronautas con misión fallida (al menos no eternamente) o terminada. Y sin embargo, todos ellos son convocados en estas páginas para desafiar al principio de gravedad (“Disidencia ante la gravedad”, se titula un poema), concepto sobre el que pivota la trilogía de la cual este libro constituye la primera entrega. La empresa, como no podía ser de otra manera, está llamada al fracaso desde el mismo título: “Nada va a salir bien”. Y por si quedaran dudas, el poeta renuncia a sus ropajes de vate y a su legitimidad para hablar en nombre de la tribu: “No. No soy un iluminado./ Nunca me han hablado las estrellas”. Por suerte para los lectores, aunque Vicente Velasco dice la verdad, todo es falso. Porque por encima de la constatación que hace del gigantesco vacío del universo, la indiferencia de las leyes de la física para con la condición humana, y la imposibilidad del lenguaje para superar el aislamiento al que nos condenan las dos circunstancias anteriores, Vicente Velasco nos ofrece un libro inmenso en su expresión y su planteamiento. Escrito desde la duda permanente, sí. Pero dotado de tal fuerza y convicción (valga la paradoja), tanto en la dicción como en sus características principales (lucidez, extrañeza, belleza), que es imposible no reconocer en él, mal que le pese al autor, la aseveración del que habla por boca de todos, por estar más cerca de la ingravidez. Porque no es ingrávido, pero vuela. Principio de gravedad opera desde varios planos de la realidad humana, todos ellos permeables al marco científico del que claramente parte, y que en seguida conecta con el metafísico (“aún se toca Jazz en el Gueto/ y en todo este tiempo es lo único que he escuchado.// La atonalidad del universo”). Está el plano personal, encarnado en la muerte de la madre y la herencia espiritual del padre, ese hombre que habla con los zapatos. Está la irrealidad con que la mirada poética reviste todas las cosas, llevándolas a una dimensión “proustiana”. Y aflora en cada uno de los poemas la colectiva concepción del “humanum genus” enfrentado a esos dioses de cuya existencia (que no de su brutal indiferencia) nos permitimos dudar. Es este último plano, antropológico, trascendente y cósmico, el que cierra el círculo de esta inclusiva aventura de existir convertida en poesía. Ya que una vez identificada nuestra indigencia como especie, el poeta llama a la objeción (“Que somos seres caduceos/ y podemos escapar y deshacer todas las leyes/ con tal de reivindicar nuestra disidencia/ a la misma realidad”); o bien al consuelo que conjura la palabra en medio del vacío: “Allí puedes escribir, poeta”.
A lo largo de diecinueve poemas enhebrados por un mismo hilo en tensión, el afinadísimo universo poético de Vicente Velasco mantiene intacto el pulso entre la esperanza y la desesperación, sin decantarse por ninguna de las dos opciones. Pero el poeta que no cree en los dioses reza (¿acaso no es escribir una forma de rezar?), y nos regala una sentencia última a la altura (sideral) de toda la obra: “La gravedad es el origen de toda palabra/ y todo estuvo escrito desde el final.” Cada uno de sus versos suena así, feroz, incontestable, traducido directamente (diga lo que diga su autor-médium) de las estrellas, puesto que ya está escrito. Suerte que, a pesar de la palabra “final”, el dístico que clausura el libro constituye solamente coda momentánea, y que habrá más poesía suspendida en imposible vuelo. Porque desde aquí, desde nuestra precaria base en la tierra, esperamos y queremos más. To be continued. |
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