MARÍA ZAMBRANO. PERSONA Y DEMOCRACIA (Alianza, Madrid, 2019, reedición) por JAVIER ÚBEDA IBÁÑEZ Para entender Persona y democracia (1958) debemos entender antes a su autora, María Zambrano (1904-1991), intelectual, filósofa y ensayista española, enmarcada en una extensa obra de compromiso cívico y pensamiento poético, que fue, por fin, reconocida a finales del siglo XX cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias en 1981 y el Premio Cervantes en 1988. El pensamiento de la autora, constantemente envuelto de un humanismo y vitalidad que recuerdan a los más clásicos, pero luego retoman un cierto protagonismo a principios del siglo XX, resulta inspirador y rico, abriendo todo un mundo a nuevas formas de pensar. Antes de lanzarse a la composición de esta obra de arte, Zambrano ya había criticado desde su idea de la razón poética, el racionalismo e idealismo modernos, no por ser ella más irracional sino, todo lo contrario, por considerar este movimiento sostenido en una razón muy incompleta y poco integradora, siendo nada más que, en palabras suyas, un «infierno de luz». Por otra parte, el pensamiento político que desarrolla, se construye mucho antes de cualquier obra o teorización filosófica al respecto, y lejos de querer estudiar lo que estos enfocan, únicamente pretende abismarse en la motivación del cambio tan radical de la política occidental, del absolutismo a la democracia, lo cual es para Zambrano lo que nos permite sostener la realidad de la Historia y de que esta sea la salida a los dilemas que suscita en sí misma. La formación del pensamiento de Zambrano está fuertemente influenciada en la visión poética por su padre, gran amigo de Antonio Machado, y en la filosófica por Ortega y Zubiri. Más tarde se encontrará con Leibniz, de quien tomará un pensamiento teológico cristiano; con Bergson, de quien reconocerá las teorías sobre el tiempo; Simmel y Max Scheler, San Juan de la Cruz, Miguel de Molinos, Unamuno y, finalmente, Louis Massignon. Se hace imprescindible asomarse, por tanto, a la literatura y la poesía para conocer bien a la autora, aunque su principal maestro y de quien realmente se sintió discípula fue José Ortega y Gasset, particularmente en toda su noción de razón histórica, y a quien, de hecho, nombra en varias ocasiones en el texto al cual este estudio hace referencia. Por otro lado, es digna de mención la trágica esperanza que empapa toda la filosofía de Zambrano, un optimismo dramático inevitable que a pesar del sufrimiento es también una confianza siempre renovada, y muy ligado a esto, un interés continuo, una motivación por el conocimiento que cultiva la inteligencia, y que así refleja en Persona y democracia en sus capítulos ‘El alba de Occidente’ y ‘La Historia como tragedia’. También es importante ahondar en la visión zambraniana del ser humano, visto como conato, impulso, ávido, un ser que padece su propia trascendencia, como alguien a medio vivir, alguien que necesita nacer de nuevo, afianzando la necesidad que todos tenemos de ver y ser vistos, de ser, pero siendo plenamente, lo cual sería el anhelo originario donde nace la esperanza elemental constitutiva de lo humano. Con relación a su ética, se debe rescatar la fatalidad, pero en la lucha que esta suscita, el no resignarse a la tragedia, el constante buscar de lo imposible a pesar de las dificultades, estando siempre ética y política muy unidas. Y así, es como se une todo su pensamiento, reflejándose, de hecho, en el texto analizado, el compromiso de Zambrano con la política. Finalmente, para concluir con su descripción, la filosofía de Zambrano suele resumirse en la expresión de razón poética, considerando el espíritu como una creación continua y un renacer constante del mundo dentro de nosotros mismos. Una vez que conocemos a la autora, podemos aventurarnos a la lectura de la fascinante obra que da título a este comentario, y que refleja con tanta claridad su compromiso cívico y condición de ciudadana, enmarcado en una Europa del siglo XX sufrida y renaciente: «la política —escribe— es la actividad más estrictamente humana». Se trata de un manual cuanto menos interesante porque dibuja la relación entre el ser humano en movimiento, en línea con el pensamiento orteguista, con el cambio o el tiempo, y por contraste con la soledad. Su intención a través de toda la obra es la de tratar de reconciliar al individuo dentro de la colectividad, deshaciéndose de la oposición entre uno y multitud, y al tiempo, definir todos aquellos términos empleados indistintamente y sin embargo tan diferentes (sociedad, por ejemplo, diferente a democracia, o individuo a persona, entre otros). Y el objetivo principal de toda su línea argumental es el de construir una sociedad más humanizada. A pesar de ser su obra más abiertamente sociopolítica, el trato que le atribuye en ella a su protagonista, la democracia, no es estrictamente político, sino que gira siempre entorno a la idea de una comprensión profunda de su verdadero significado, sin matices políticos que lleven a confusión su verdadera esencia.
A lo largo de todo el texto se analiza la relación entre el ser humano y la democracia. Por un lado, la evolución de esta última, desde sus orígenes en la Grecia clásica, hasta su verdadera base fundamental, aquella que la convierte en el sistema de organización social más noble para el ser humano. Por otro lado, el concepto de persona, el cual vincula incansablemente a la definición de la democracia, en la cual «no solo es permitido, sino exigido, el ser persona». Para la autora, persona es aquel ser humano cuya esencia ha sido revelada, aquel que ha sabido y podido alcanzar consciencia de sí mismo, y que se acepta y quiere; y a partir del cual plantea, por supuesto, la tragedia de la obra, y es el hecho de que la democracia no ha sabido ofrecer a lo largo de su Historia la posibilidad de que los seres humanos se conviertan en auténticas personas. Las personas, además, deben ponerse al servicio de su sociedad puesto que: «no es posible elegirse a sí mismo como persona sin elegir al mismo tiempo a los demás». En línea con este término, introduce también el de personaje, aquel ser humano que vive oculto representando un papel en función del contexto histórico y social como el de víctima o el de líder, por ejemplo y entre otros. Como bien decíamos al comienzo de esta segunda parte del análisis, se plantea al ser humano en una visión orteguista de evolución, pasando de lo trágico a lo humano, de la historia de personajes a la historia de personas, de la historia sacrificial a la historia ética en la cual los individuos pueden dejarse ver, quitarse esa máscara y dejar de interpretar un papel para devenir, definitivamente, personas. ¿Y cuál es el elemento clave en todo este proceso? Una vez más, la democracia. Se trata de una lectura recomendable porque permite un análisis de la base fundamental de las crisis del último siglo, de los problemas sociales de nuestro tiempo que podrían plantear la muerte de nuestra cultura, o, por el contrario, «un amanecer», en palabras de la autora. Y, por otra parte, el lenguaje empleado resulta muy sencillo, por lo que, aun siendo un manual filosófico, es, sin duda, de lectura recomendable para cualquier público. Esto es así porque, a pesar de sus recurrentes metáforas secuenciales, heredadas una vez más de Ortega y Gasset, su forma, en línea con sus otros textos, su obra completa, goza de una prosa versátil y ligera que unifica su don para la literatura con la estética de su amor por la poesía, y por supuesto, pero sin limitar su comprensión, su pensamiento filosófico, ahondando en temática de historia, política y sociología con la elegancia que la caracteriza.
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WOODY ALLEN. A PROPÓSITO DE NADA (Alianza, Madrid, 2020) por PEDRO GARCÍA CUETO TANTO TODO PARA NADA Cuando uno lee las memorias de Woody Allen con el sugerente título de A propósito de nada me da por pensar en el final del poema de Pepe Hierro ‘Tanto todo para nada’, porque el linchamiento público al que se ha sometido al genial cómico americano, que no es solo uno de los más ingeniosos del cine moderno como director, sino un actor atribulado que representa a un ser intelectual que ve la realidad desde otra mirada, es intolerable.
En estas memorias, Woody vuelve a dar muestra de su talento, con un estilo llano y fácil de leer, que nos envuelve en su niñez, con una madre autoritaria y un padre despreocupado, con aquella juventud donde ya escribía y donde empezó a despuntar en clubes nocturnos para disfrute de los espectadores. La mirada de Woody a la vida es la de un hombre que solo disfruta escribiendo, rodando películas, que detesta ensayar y ese afán de meticulosidad de algunos directores que repiten escenas interminablemente. Hay en Woody un director que sabe ver lo bueno (admirable el repaso de actores y actrices que admira el director y los adjetivos, todos loables, que les dedica) en los actores. Como hombre descreído de la enorme vanidad de otros, no le interesa asistir a la ceremonia de los Oscars, aunque pueda ganar una película suya; prefiere tocar el clarinete con sus amigos. Tampoco le gusta ver sus propias películas, porque ya son pasado. Es Woody también un hombre descreído de Dios, que se pregunta el sentido de la existencia y que disfruta con Soon-Yi, esa mujer frágil maltratada por la psicópata que es Mia Farrow en toda la biografía. Woody también hace cine y escribe guiones y sostiene que sin un buen guión no hay una buena película. El tejido de su cine está hecho de esos maravillosos diálogos, que lucen por sí solos. La creación es lo importante, porque Woody sabe que el creador se convierte en inmortal cuando escribe o filma y que la vida real solo es un simulacro de esa maravillosa ficción donde los personajes pueden vivir plenamente. ¿Acaso hacemos eso en la monótona realidad? Cómo no, el libro es un repaso a muchas películas, todas tocadas por el estado de gracia de un genio que, a veces, no ha sido tan brillante, pero que siempre ha tenido toques de ingenio y de genialidad, películas dramáticas como Interiores o Maridos y mujeres, comedias como Toma el dinero y corre, Sueños de un seductor, La última noche de Boris Grushenko, la maravillosa Annie Hall y muchas otras, como una de sus preferidas: Misterioso asesinato en Manhattan. Su predilección por Días de radio o por la mujer que mira la pantalla embobada porque quiere adentrarse en el mundo del cine (nada menos que Mia Farrow, su pesadilla viviente) nos hace ver que Woody siempre ha sido el soñador que cree en el cine como una forma de redención ante la vida, tan poco interesante, y la ficción, donde todo es posible y uno puede vivir eternamente. Además, el libro es un canto admirativo a Tennessee Williams y sus maravillosas obras, como Un tranvía llamado deseo, donde, sobre todo en la película, se culmina la obra de arte. Considera Woody a Vivien Leigh como una mujer más real en la ficción que muchas que ha conocido en la vida y a Brando como un poema viviente. También nos gusta saber su admiración por Arthur Miller, con el que pudo cenar en alguna ocasión. El libro va tejiendo películas y anécdotas, como en la que nos hace ver que Cary Grant admiraba a Allen y fue a un club a escuchar al maestro de la comedia. También nos interesa todo lo que nos cuenta sobre sus queridas Diane Keaton, Diane West o Louis Lasser, con las que guarda una gran amistad, y cómo ensalza a Emma Stone, ya que la considera una de las pocas con la que se ha pasado largas horas charlando durante el transcurso del rodaje de una película. También su admiración por Javier Bardem o Penélope Cruz. Pero llega entonces lo escabroso: ¿qué pasó realmente con Dylan?, ¿hubo abuso sexual por parte de Woody? La defensa a ultranza de su inocencia y la calificación de Mia Farrow como una desequilibrada que ya había abusado psicológicamente de otros hijos adoptivos pesa en el libro, es una losa que cuando la lees te das cuenta de la herida que ha producido en el genio. Ni los premios, ni las críticas, ni los aduladores han podido conmoverlo, pero este tema sí. El desprecio que han ido tejiendo los que levantan las voces, muchas veces sin pruebas, contra actores o cantantes por abusos, le afecta, palpita en las páginas del libro. El desprecio de Dylan hacia él, el de su hermano Ronan, la huida de Moses de ese circo y el apoyo a su padre, son temas que va hilando el libro y piensas: ¿por qué todo esto? ¿Por qué un genio de la comedia, un hombre que ha hecho soñar con su cine a tantas generaciones, puede ser un monstruo? Queda la sombra de la duda. Para Woody es como una caza de brujas, pero no tan grave, porque él sigue con su estabilidad emocional y con sus hábitos de ver partidos en televisión y haciendo cine. Tengo una sensación agridulce al terminar las memorias. Todo lo que cuenta con ingenio me divierte, pero todo lo que pasó me entristece. Si fue mentira, por la herida perenne que ha dejado en él; si fue verdad, por la mancha en un hombre de su talla. Me quedo con su cine, con sus palabras cerca del final del libro: «No tengo nada que ofrecer a los estudiantes de cine». Precisamente, él mismo se acusa de ser indisciplinado y perezoso, pero si sabes leer el fondo de sus palabras, ya sabes la clave de su verdad: Woody está por encima de ortodoxias, de pedanterías, sabe que la vida es poca cosa, pese a haberla vivido intensamente, y solo en la creación uno es alguien de verdad. Destinado, como todos, a la muerte, Woody necesita sentirse vivo en lo que hace, sin mirar atrás, salvo en estas páginas en forma de libro, porque su vida es escribir, filmar... «Tanto todo para nada...», comenzaba este texto, porque muchos lo derriban todo sin saber lo que ha costado crearlo. Al final, uno sabe que lo que quedará será su cine y lo demás lo moverán otros escándalos, otras verdades u otras mentiras. Gracias, Woody, por tu cine, que es lo que nos importa. FRANCISCO CÁNOVAS SÁNCHEZ. BÉNITO PÉREZ GALDÓS. VIDA, OBRA Y COMPROMISO (Alianza, Madrid, 2019) por PEDRO GARCÍA CUETO Benito Pérez Galdós sigue siendo un descubrimiento porque su lectura siempre es un placer, su narrativa va hilando tramas, creando personajes, logra que el lector se adentre en la llama de la trama, quede iluminado por la fuerza de sus miradas al mundo.
Bénito Pérez Galdos. Vida, obra y compromiso es el libro escrito por un historiador, otra vuelta a un gran escritor, después de la mirada que impregnó Pedro Ortiz Armengol, un diplomático que nos contó amenamente las vicisitudes del gran Galdós. No es empresa fácil narrar la vida de un hombre que creó tantos personajes, tan prolífico, además que decidió comprometerse con el partido republicano, provocó un notable escándalo en Madrid con su Electra, obra de teatro que encendió las iras de muchos, aunque fue defendido por los grandes escritores del 98. Cánovas Sánchez va contando la vida de Don Benito envuelto en la madeja de escritores, políticos; a veces simplifica, porque no quiere ahondar demasiado, pese a las quinientas páginas del libro, quizá porque se necesitarían muchas más si se detiene en lo minucioso, en cada relación, en cada obra. Cánovas prefiere centrarse en lo que Galdós tiene de gran novelista, de figura señera. Indica, con mucho tino, cómo creó personajes femeninos de gran hondura, como Fortunata, Jacinta, Marianela y tantas otros. Ese espíritu prevalece en el libro, el amor por el arte y la música, su opinión sobre el caciquismo, sobre la religión. Todo ello es desentrañado con habilidad porque Galdós fue un hombre que, sin la vena exaltada de Unamuno, fue abriendo senderos, despertando conciencias, y en sus novelas fue dejando pinceladas muy jugosas sobre el mundo de la cultura. Sigue Galdós la sombra de Cervantes, el eco que este dejó en la narrativa española, esa facilidad para crear personajes que sobreviven, se convierten ya en inmortales y quedan para siempre en la memoria. Cánovas Sánchez hace hincapié en ese esfuerzo, porque la narrativa del siglo XIX, siglo en el que es experto el historiador, fue una de las más integradoras, ya que logró aunar siglos anteriores y presagió ya lo que sería el XX, que rompería todos los hilos, porque se explica sobre las guerras y sobre el absurdo de un ser humano que ya carece de personalidad, como nos expresó Musil en su famoso El hombre sin atributos. Para Cánovas, el siglo de Galdós aún respira el aroma de otros tiempos, donde los personajes se tejen con una madeja que los personaliza, pero ya anticipamos un desdoblamiento, se puede ver en esos seres que dudan de sí mismos, como ocurre en Nazarín, novela a la que luego Buñuel imprimiría su especial sello. Nos hallamos ante un libro que dibuja a un Galdós siempre activo, donde podemos ver su pensamiento, oírlo respirar, lo vemos en sus personajes, en su afán de hacer del siglo una novela extensa y llena de lecturas e interpretaciones. En 2020 se cumplirá un siglo de la muerte de Galdós. Este libro abre ventanas para saber mirar a un escritor que supera siglos y perspectivas, que, al igual que Cervantes, nos asombrará siempre, con su hondura para crear personajes que son más reales que la propia vida, seres que son ya atemporales y que nos hablan con una luz especial, una llama que nos alumbra en tiempos de tinieblas. |
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