LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
ÉLIPHAS LÉVI. EL HECHICERO DE MEUDON (WunderKammer, Gerona, 2019) por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES Pongámonos en situación temporal: leemos un libro, una novela, editada en 2019, reconocible la editorial por el formato y el diseño, una obra rescatada del XIX, publicada por primera vez exactamente en 1861, y que sigue con el proyecto de “edición romántica en el fondo y en la forma” de WunderKammer. Una novela que cumple por la elección de su autor con los presupuestos de melancolía, utopía, alma, alquimia, etc, pero que tiene como personaje a François Rabelais, el médico, sacerdote, escritor del XVI. Tres momentos: Yo (tú), Lévi, Rabelais. El segundo de ellos y origen del libro es el de 1861, y su autor, Alphonse Louis Constant, que cambió su nombre por el cabalístico Éliphas Lévi, muy conocido en los ambientes esotéricos por la cantidad y calidad de libros que escribió sobre los temas relacionados con el conocimiento secreto, la cábala, la magia, lo esotérico en suma. Con una vida compleja, difícil en lo personal, que le hace pasar por el sacerdocio (aunque consideraciones posteriores le llevarán a calificar de superstición a la religión), por el ambiente revolucionario de la época, por la cárcel tras escribir La Biblia de la Libertad en 1841, por el acercamiento al socialismo y sus escuelas, a los rosacruces, la masonería, y por convertirse en un auténtico especialista en la magia y las ciencias ocultas. Es en este campo donde creó escuela, influyendo en el éxito de las publicaciones que abordaban el tema en la segunda mitad del XIX y principios del XX. La época revolucionaria en Francia nos presenta a un hombre de izquierdas que apoyó la revolución del 48 en un principio y que participa en los clubes y revistas de la época. La amistad con personajes políticos como Flora Tristán, o literarios como Nerval o Gautier entre otros, nos presenta a un hombre que busca la razón y el conocimiento, y que cree en la magia y el simbolismo como forma de lucha. Es dentro de este contexto personal y social de conocimiento donde Lévi se fija, lo admiraba profundamente, en el conocido autor de unos libros de gran éxito en la época de su autor, el Renacimiento en Francia, que son la serie sobre los gigantes Gargantúa y Pantagruel. Recuerdo ver en mi casa la portada verde y azul del volumen de la colección Biblioteca General Salvat, pero mi adolescencia no era el momento de leer a François Rabelais, excepto pequeños fragmentos en las clases de lengua y literatura. Los retratos de Rabelais de su época nos presentan un rostro de frente contraída y mirada aguda y una mueca cercana a la sonrisa; los posteriores, grabados e ilustraciones hasta del XIX nos muestran directamente una sonrisa. El concepto que se tiene de François Rabelais en su época es el de un religioso, amante del conocimiento, de la medicina, pero sobre todo el de alguien capaz de leer el alma humana y dirigirla hacia la libre decisión, para lo que escribe una versión del gigante Gargantúa, siguiendo con su hijo Pantagruel, utilizando la sátira y el humor y la exageración de los personajes y sus acciones para introducir símbolos que Lévi admiraba como muy cercanos al esoterismo. El calificativo de hechicero nos habla de un saber, una percepción superior a sus coetáneos, que ante lo que no dominan hablan de la magia. Y es aquí donde tenemos la relación de Eliphas Lévi con Rabelais. Es muy probable que además de su abierta admiración por el personaje, basada en su buen humor, su bondad, su capacidad de ver el alma, se viera reflejado con una vida paralela en su sacerdocio, su ansia de conocimiento y el concepto de libertad. De ahí que decidiera escribir El hechicero de Meudon, una novela que ahora llamaríamos bio-pic, pero que es un buen retrato de Rabelais, que recoge varios momentos y acontecimientos de su vida. En ellos aparece su capacidad de entrar en la personalidad de la gente, de interpretar sus pensamientos y redirigirlos hacia la libertad del hombre y de la mujer, luchando contra los intereses de la iglesia con sus armas supersticiosas, usando el disfraz para convencer, o el feminismo primero. Aquí están contenidas las ideas socialistas y revolucionarias de la época. Lévi fue amigo de Flora Tristán (socialista y feminista temprana, que también aparece, por cierto, en otro libro La revolución de las Flâneuses, de Anna Mª Iglesia, también editado por WunderKammer en su colección Cahiers), y esa amistad y otras nos sitúan en el uso del personaje para actualizarlo y hablar de la libertad del individuo que surge en la época romántica, pero que aquí se libera de lo emocional y lo lleva al terreno práctico y racional. “Haz lo que deseas” es el lema que crea Rabelais para la inventada abadía de Thelema. Lévi lo hace aparecer también.
El ejercicio literario que hace Eliphas Lévi pasa por el uso de personajes y escenarios que aparecen en la serie de Gargantúa y Pantagruel, introducidos en las conversaciones y escenarios de El hechicero de Meudon, y que mezclan la ficción con la ficción. Una novela que intenta la diversión para introducir las ideas modernas del autor, imitando a Rabelais, y haciéndole un retrato en el que la mueca se convierte en sonrisa abierta, la mirada aguda en un espejo, y el conocimiento y la sabiduría te sacan de la masa neutra. Una lectura que se hace sencilla dentro del estilo de la época gracias a una narración que se aproxima más al realismo que a las florituras románticas. Cuidada edición, prólogo de Enrique Juncosa y traducción de Eva Mª de Miguel.
1 Comentario
RAFAEL SOLER. LEER DESPUÉS DE QUEMAR (Olé, Valencia, 2019) por PEDRO GARCÍA CUETO COMO SI EL TIEMPO NO MURIESE Rafael Soler es novelista, poeta, nacido en Valencia en 1947, fue durante muchos años profesor y ahora se dedica por completo a escribir. Hubo un largo paréntesis de no publicación en su vida, pero como un ave fénix resurgió y volvió con fuerza a la palabra escrita. Si Los sitios interiores fue publicado en 1980, no fue hasta 2009 cuando volvió a la poesía con Maneras de volver, a la que siguió Las cartas que debía en 2011, Ácido almíbar en 2014, libro que le dio el Premio de la Crítica Valenciana en el 2015. También ha publicado dos antologías: La vida en un puño en 2012 y Pie de página, también en ese año. Llega ahora Leer después de quemar, un repaso a sus libros publicados, con un sugerente título que nos viene a decir que toda literatura nace de lo que vamos excluyendo, para luego leer y cultivarse, el esfuerzo del poeta en crear un mundo propio nace de esa vocación interior por la literatura, a veces más importante que la propia vida. Si leer nos salva de un mundo real donde apenas encajamos, en la creación, uno puede encontrar el camino para escuchar su voz en el eco que deja en los otros cuando leen nuestros textos. La selección de este libro es muy buena, porque los poemas nos dejan ese universo que ha ido creando Soler, donde el verso es también confesión, consejo, lectura del mundo, en definitiva. En el poema ‘Ningún precio es terrible’, nos dice el escritor valenciano: Si tu vida no cabe en una vida / redacta un testamento prematuro / ordena los besos que has perdido / y desanda la fila que conduce / a cuanto tiene de honorable la rutina. Sin duda, la vida para Soler es ese espacio donde caben muchas más vidas y es la del poeta y por ende el escritor un cofre que se abre siempre para releer el mundo. El estilo poético de Soler tiene ese escenario de secuencia cinematográfica, donde se suceden las imágenes o las palabras como fogonazos que nos ciegan. Buscar en el otro el complemento, hacer que la vida sea entrega o dádiva, vaciarse en el ser amado y volver a crearse, en esa difícil conjunción de ser uno mismo y ser otro a la vez, así lo expresa en el poema ‘Desde tu corazón ayer’: Así cruzamos juntos / las solemnes avenidas y los campos / los anchos días plenos y los años miserables / la fiebre y sus sudores / sin caer en la cuenta de tus cuentas / y el futuro más cerca del pasado / cuando entiendas que la vida que te falta / es entera la vida que me has dado. Todo es entrega, caminar entre vaivenes de días grises y días plenos de luz, una vida que se monta y se desmonta continuamente, en Soler radica esa voz de la experiencia, del que sabe de la vida, del que ya no es engañado por el verso fácil o por la mentira de la amistad fingida.
Soler conoce el mundo y en su poesía, como destellos, nos va expresando su lenguaje con el ritmo ágil de su verso. Y como si buscase ese perdón, pero no lo exigiese, quiere rendir cuentas con el otro, el que estaba en sus afectos, el que fue su progenitor, el que le dio vida, en un poema llamado ‘Ha llegado la hora de nombrarte’: Dame la luz que me quitaste / para ponerla con un misal en tu mesilla / es mía y te lo exijo / dame los brazos / que tanto necesito para otros / devuelve por favor / la entera mitad de mis afectos / que siempre se enfriaron en tu boca / y si lo estimas oportuno / por tu descanso eterno y por el mío / dame el perdón que no te pido Somos al final seres heridos por la vida, por los que nos engendraron, somos seres arrebatados de luz por aquellos que nos quitaron ese destello de alegría y nos dejaron en sombras, somos melancólicos por los abrazos que no hemos dado, por los que sí dimos y por los que esperamos dar. En este poema, Soler se confiesa, hay mucho de dolor en el paso del tiempo, como si este no muriese, queda algo eterno en uno que duele y sangra por la herida. En esta selección de poemas reside el mundo de Soler, su visión de la vida, su ironía, pero también su apego cariñoso a las cosas, a los seres, al lenguaje, patria que tenemos todos y que no es de nadie en realidad. En el poema ‘El viaje es lo que importa’ cito los cuatro primeros versos, en ese escenario parisino, con el ser amado: Vamos al Sena me dijiste / sin apretar la boca / y yo acepté / pues siempre fuimos dos y somos uno. En estos versos vemos ese espacio que siempre queda entre dos seres, ese hueco invisible donde uno no puede llegar al fondo del otro. Lo vimos en las primeras novelas de Soler, como la excelente El grito o la muy lograda novela El último gin-tonic. La vida se constituye también de esas lagunas, de esos espacios intransitables. Como el Cortázar de Rayuela, la Maga siempre nos quedará lejos, aunque la tengamos al lado y podamos acariciarla cada día. Una gran selección este libro, una antología que refleja lo mejor de Soler como poeta, que es también el hombre que deja destellos de luz y sombra en sus poemas, el hombre que transita por la vida con la duda existencial a cuestas, un paso más en la aventura poética de Soler, ese canto a la lectura como base para crear otra vida, quizás mejor que esta o simplemente una lectura más de la que tenemos. Soler lo consigue con una obra poética original y con el ágil ritmo de unos versos siempre apasionados por la vida. MIGUEL ÁNGEL MOLINA. DILUVIO PERSONAL (Legados, Madrid, 2019) por ANTONIO M. FIGUERAS Hay un tipo llamado David Seth Kotkin, al que la gente conoce como David Copperfield. Yo lo tengo fichado por haber protagonizado un amorío de conveniencia con Claudia Schiffer, pero los que saben de magia le consideran uno de los mejores del mundo. El ilusionismo consiste en producir efectos maravillosos e inexplicables. No es fácil aparentar que es capaz de hacer desaparecer la Estatua de la Libertad.
Pero resulta mucho más difícil sacar a la luz aquello que está oculto. Miguel Ángel Molina es una especie de zahorí que se empapa de vida y muerte para enseñarnos las corrientes que fluyen por dentro de nosotros mismos. Porque hay muchas fuerzas al servicio de la ocultación. Esa verdad sin remedio, con todos los matices, no interesa a ningún sistema social. Frente a los escapistas, como Houdini, Molina nos muestra en Diluvio personal el descampado no solo físico en el que viven muchos de nuestros conciudadanos Con los números como liturgia, como un orfebre, el autor fija un límite. El precio justo. Ni más ni menos. Noventa y nueve palabras. Que para todo a cien ya estaban las tiendas de antes con sus pesetas y su tiempo perdido. No sobra nada, porque Molina sabe contar (palabras e historias). Aunque la literatura no entiende de medidas, parecen de moda las distancias cortas. Aquí sí importa el tamaño. En Diluvio personal cada relato puede dejarte sin aliento. Porque este género narrativo necesita un autor que sepa explicar una historia y sugerir muchas más sin necesidad de demasiadas palabras. Ni mago ni alquimista. Contador de sutilezas. Humor negro, como un día encapotado. Pero también se cuela por los resquicios de la esperanza la sonrisa del que piensa que no todo está perdido, que aún podemos salvarnos del naufragio. A Molina no le escapa casi nada, porque en su libro hay de casi todo: sexo, fútbol, delincuencia, historia, fabulación… Una vuelta de tuerca a nosotros mismos, pero con menos duración que una sesión de terapia o una novela de éxito fácil. Porque Diluvio personal trata de ráfagas (lluvia, amor y desamor). Con esta otra mirada que diferencia a los escritores de los publicistas de sí mismos. MIGUEL CATALÁN. DICCIONARIO LACÓNICO (Sequitur, Madrid, 2019) por LUCHO AGUILAR LA GRANDEZA DE LA BREVEDAD El prólogo de Diccionario Lacónico está presidido por una cita de Aristóteles: «La definición consta de género y diferencia». A partir de dicha definición de la “definición” (valga la redundancia), y junto al alusivo título de la obra, se articula conceptualmente el diccionario: la brevedad concisa se postula como la idea, el núcleo o eje vertebrador de cada uno de los términos definidos. La, en apariencia, sencilla tarea de definir con dos simples términos una palabra cualquiera (sustantivo y adjetivo, y poco más, en ciertas entradas), se convierte en una labor de extremada dificultad para el lexicógrafo o aspirante a “definidor de palabras”. Definir es poner límites (De-finire), precisa el autor y, también, citando a Sócrates, nos recuerda que enumerar no es definir. Este no es un diccionario al uso (y se aleja deliberadamente de los diccionarios convencionales, en que uno puede hallar el significado primario o de uso común de las palabras), pues apunta en una dirección radicalmente distinta: la de la definición esencial, “la más pura y concisa”. Cuando Aristóteles definió al hombre como “animal racional”, felizmente dio con la fórmula de la síntesis definitoria por excelencia: el género y la especie. Sin embargo, convendría aclarar que no todas las definiciones consignadas en este diccionario se ajustan fielmente al criterio de máxima brevedad, si bien la mayoría de las entradas son ciertamente breves y se acercan al ideal del decir lacónico. En el brillante prólogo escrito por Catalán quedan esclarecidas, de manera muy didáctica, todas las cuestiones relacionadas con la ímproba tarea de definir: «A esta máxima exigencia de lo mínimo obedece, de hecho, el enojo característico de quien se ve superado por la tarea». Aludiendo a la particularidad de cada autor, señala Miguel Catalán: «La realidad es una, pero su conocimiento nos llega refractado desde distintos ángulos, del físico al filosófico y del biológico al poético». Y en otro lugar del prólogo, el autor puntualiza: «Numerosas son las definiciones personales que en este diccionario nos transmiten una visión peculiar de la realidad». El quehacer literario de quien acomete la responsabilidad de definir se sustenta en la capacidad de alumbrar una nueva perspectiva referida a una palabra concreta. Al buscar en un diccionario de alemán, el infatigable buscador de palabras, cuando tal vez era apenas un curioso adolescente, se topó con este hallazgo: «Vocabulario: Tesoro de las palabras (Wortschatz)». Este diccionario, único en su género, se erige, pues, como un gran monumento a la palabra, una celebración de la lengua: un cofre repleto de insólitos descubrimientos científicos, filosóficos, etimológicos, humorísticos y de todo orden, finalmente; una obra heterogénea en su concepción, una aventura a través del conocimiento y del talento creador humano dirigido al lector curioso e inquieto que busca en sus páginas rigor, asombro, concisión, amenidad y claridad expositiva.
Por las algo más de trescientas páginas a doble columna de que consta el libro transita una extensa nómina de autores pertenecientes a distintas culturas y lenguas, cuya disparidad ofrece una cartografía literaria que muestra una visión muy contrastada e incluso divergente, en algunos casos, entre la pluralidad de autores; una percepción singularizada de la cambiante imagen del mundo. Escribe el autor: «Esta obra, lenta como un elefante, concluye su andadura cuarenta y tres años después de que un estudiante de bachillerato se puso a buscar, diccionario de alemán en mano, el puente que unía las palabras abstractas o compuestas con sus significados concretos o simples para conquistar ‘un territorio propio’ donde no pudiera perderse». Queda patente el esfuerzo titánico (más de cuarenta años de redacción, revisión y compilación, de incansable dedicación y esfuerzo continuado) que despliega la personalidad poliédrica e intelectualmente heterodoxa del autor, que aúna en una sola figura al pensador, al aforista, al filósofo y al hombre inmerso en el devenir; preocupado y asombrado, en definitiva, por todo aquello que le concierne: el prodigio de la existencia y sus insospechados derroteros. Estoy convencido de que este extraordinario libro, en el que he tenido la fortuna de colaborar con algunas definiciones, va a convertirse en un referente de la literatura breve por su original enfoque y alcance intelectual. He aquí unos cuantos ejemplos, escogidos al azar, como anticipo de una obra de la que el lector saldrá, sin lugar a dudas, transformado y enriquecido en muchos sentidos: Aburrirse. Mascar tiempo (É. Cioran). Acantilado. Despeñadero con vistas al mar (Rafael Escrig). Agujero. Lo que está donde no hay nada (Kurt Tucholsky). Ajedrez. Juego solitario en compañía (M. de Unamuno). Alondra. Heraldo de la mañana (W. Shakespeare). Alumno. Persona que es alimentada (etim.lat). Amor. Sustituto del chocolate (Miranda Ingram). Anarquía. Forma superior de organización (anón). Anciano. Lleno de días (Génesis, A.T.). Babucha. Prenda del pie (etim.persa). Cementerio. Yacimiento de sueños (Rafael Argullol). Cicatriz. Costura de la piel (Miguel Catalán). Condón. Fina frontera entre ser o no ser (Isabel Bono). Cuarto de baño. Biblioteca sin prestigio (Andrés Neuman). Cuba. Retrete del mosto (Quevedo). Deseo. Raíz del dolor (trad. budista). Diccionario. Juguete para toda la vida (G. García Márquez). Ductilidad. Propensión al asentimiento (Fiodor Dostoyevski). Fobofobia. Miedo al miedo (etim.gr.). Karma. Integración de todas las consecuencias (Juan Arnau). Mestizaje. Pureza nueva (Lucho Aguilar). No. Método anticonceptivo oral (Joan Vichers). Plegaria. Dulce consuelo de los desgraciados (Marqués de Sade). Sabiduría. Reposo en la luz (Joseph Joubert). Soda. Agua con hipo (R. G. de la Serna). Vanidad. Globo que nunca termina de hincharse (Ana Pérez Cañamares). ALBERTO CUBERO / JOSÉ LUIS DE LA FUENTE. TAN CERCA DE NINGÚN LUGAR (El sastre de Apollinaire, Madrid, 2019) por ESTHER PEÑAS Solo la necesidad engendra latido. Por ello sólo el poeta que se juega en el trazo, exponiéndose a que la palabra lo nombre en su plenitud, puede ofrecer al otro, a nosotros, el tiempo en flujo de todo poema auténtico. Un tiempo que se derrama en cada cual porque nos abre al acontecimiento, a aquello que imposibilita que seamos los mismos después de la lectura, que más que lectura es un encuentro. «Urge la alquimia». «Queda un afuera», escriben José Luis y Alberto. Tan cerca de ningún lugar (tensó) es un poemario que conmueve por lo anómalo. Lo raro. La maravilla. Altísima poesía que vincula el extrarradio del universo al centro exacto de quien se adentra en él. Porque va despojándose de yo (y es un yo duplo en este caso), sustituyendo ese yo (siempre endeble, ilusorio y artificial) por un infinito sincrónico que llegue a la esencia, la esencia de uno y, por tanto, la esencia de un otro. Al sustituir la sucesión por la sincronía somos el lugar. «Allí donde el goce comulga con el espino». Hay que des-conocerse, des-nudarse de lo pre-concebido. Abajarse de sí, abandonar-se, dicen los místicos. Sacudirse el yo, que de tan impostado nos impide ver al otro, vernos. No somos del todo ingenuos. Sabemos que no llegamos a las cosas cuando las tocamos, porque siempre se entrometen las palabras. Las cosas son lo otro del humano y lo mismo, como las palabras. Recuerdan, delatan, callan, se resignan. Son utilidad y redundancia, opacidad y poder, deseo y repulsión, desintegración y permanencia: son lo que somos y lo que seremos. Por eso hay que desarticular el lenguaje, desajustarlo para ver lo real. Para llegar a la herida. Para no hablar desde el narcisismo sino desde el territorio de la revelación, allí donde quien ha escrito tampoco está seguro de qué es lo que ha proclamado. «Sabotear la certeza, toda arquitectura del lenguaje». El poeta, ellos lo dicen, es «un forjador de desplazamientos». Por ello es por lo que «Resulta ridículo lo consecutivo / lo secuencial / lo previsible». No hay una lógica posible. Ni en el poema, ni mucho menos, como nos quieren hacer creer, una lógica que preside al ser humano. ¿La lógica del enamorado es la misma que la de un reo, un labrador, un monje? No, no hay lógica, en todo caso una plural de ellas. Tan cerca del lugar es un poemario que me perturba por esa dis-locación del lenguaje articulado. Frente a la obscenidad de lo reconocible, de lo idéntico, de lo que yace yerto por haber perdido la luz del pálpito, Alberto y José Luis tantean lo inefable, lo velado, abren (hacen un tajo, diría Mujica, que sirve de pórtico al poemario) el espacio de la intuición, conscientes, y perdonen el aparente oxímoron, del fracaso de la palabra, un fracaso del decir. «Boca-ruina», escriben. Esa es la recompensa. Que el lenguaje dis-locado no clausura en ningún caso. Inaugura siempre. Pero coloca allí donde se cruza la esencia misma de las cosas. «La carencia habita bajo la lengua». «El sentido de la existencia es el de un instante en el que todo se cruza». Un fracaso, también, porque no depara certeza, al menos certezas transmutadas en palabras. Conocen «la orfandad del lenguaje». No hay decálogos posibles, solo un posible entregarse a la incertidumbre. Incertidumbre que no lo es tanto. Porque, así como el poeta renuncia en su paso a cualquier parcialidad previa y acepta que «lo evidente se pulveriza», se llega, hay lumbre. Y uno la contempla, se templa con. Y ese calor cría una intuición que se nos muestra como certeza. Y lo es. Después uno puede vestirla con el lenguaje, pero ha de saber que no hay palabras posibles que la nombren. Es un lenguaje que en ningún caso parte de la sospecha, es decir, de un prejuicio, sino que nos coloca (porque brota en él) del lado del asombro. No llega más allá. No es trucha pequeña. Ocurre, cuando la torsión con el lenguaje, como con el amor. No son los atributos del amado o de la amada lo que amamos de ella, sino ese magma indefinible, indómito a cualquier explicación racional.
Pero para que haya lo que he llamado, acaso de un modo insensato, certeza de lumbre, hace falta silencio. Y Tan cerca de ningún lugar es un poemario que me conmueve porque lo prende. El silencio. Del silencio solo podemos decir los bordes, por eso hay que alumbrarlo. El silencio acontece. Silencio no del que se produce cuando callamos sino del que se revela a sí mismo. Sin silencio es imposible la escucha, y sin escucha no hay palabra que conduzca, que abra la grieta al otro lado. Allí donde la palabra no da más de sí, aparece el balbuceo («que deja un poso —indescifrable—»). Y el balbuceo se rinde al silencio. El silencio, como el dolor, tienen que ver con lo que denomino la verticalidad del vacío, ahondan, cavan; la palabra, como la alegría, es la extensión de horizontalidad. Sin silencio nada se diferencia de nada; sin vacío, sin ese vértigo de la nada, no se podría recibir, no habría fulgor posible. Nada puede acontecer allí donde no hay un espacio dispuesto al recoger. También el silencio es la noche oscura del alma, de la que habló el patrón de los poetas. «La caída te nombra», escriben Alberto y José Luis. «Porque caer es una gracia», podría responder la Negroni. Esa noche oscura que en el poemario es reconocer(se) su herida. Estos poemas se sitúan entre heridas y carencias que establecen los vínculos primeros. No hay cura para esa herida. Quizás sea otro don. Pero exigen la valentía de mirarlas, de darles, precisamente, su lugar. Ciertos místicos, Bataille entre ellos, me disculpen la licencia, recuerdan que la comunicación verdadera se da de la herida que uno reconoce en sí mismo a la que ve en otro. Así lo creo. Más que comunicación, hablaría de comunión, que comparten raíz y vienen a significar lo mismo, pero añadiendo, comunión, un matiz sagrado, sagrado en tanto que aquello que hay que preservar. Comulgar, de hecho, es un verbo que se repite en el poemario. Tan cerca de ningún lugar es un poemario que nos desaloja de nosotros mismos. Eso es la gloria. Nos recuerda que hay una manera de habitar el mundo. Habitar. Me es un verbo muy querido que reconozco rauda. Habitar es conjugar esos dos verbos tan insólitos en otras lenguas, ser y estar. Estar en la celebración. Llegar a ser donde uno está y estar donde uno es. Allí donde lo diferente no nos es extraño. Habitar. Donde la vida se recibe simplemente estando. Este poemario habita la palabra. Nos permite «la breve consagración del vuelo». Nos ofrece «el sacramento del vértigo». Comulgar, consagrar, sacramento. Nos sitúa lejos de cualquier parte, brindándonos la oportunidad de ser. Ser. No ser nosotros mismos. Ser. Basta. RAMÓN BASCUÑANA. TODAS LAS FAMILIAS INFELICES (Chamán, Albacete, 2019) por ANTONIO PARRA SANZ SECRETOS FAMILIARES Pivotan los relatos de Ramón Bascuñana sobre un eje que podríamos denominar así: los secretos familiares, o dicho de otro modo, aquellas sombras que siempre se esconden entre las costuras de cualquier familia, o de aquellas familias que él ha elegido para formar parte de esta veintena de piezas, ninguna de las cuales dejará indiferente al lector.
A quienes únicamente conocieran al autor alicantino como poeta les aguarda una buena sorpresa. A los demás, a quienes ya sabíamos de su habilidad como narrador, nos queda el refrendo de su calidad, tal y como demuestran los numerosos galardones que previamente recibieron estos textos antes de que Chamán Ediciones decidiera agruparlos en este volumen. Hace gala Ramón, por tanto, de un elevado conocimiento del género, y eso se ve en la estructura de los relatos, porque utiliza unos mimbres atractivos para fijarnos a cada historia, después un clic, una especie de magdalena proustiana situada hacia la mitad de la historia, desvelando su verdadera naturaleza, y un golpe sorpresivo al final, deslizado, eso sí, con extrema suavidad, para que la conmoción nos zarandee lo justo, en su medida, y nos permita arrancar el siguiente relato con las esperanzas casi intactas. Pero si hemos de hablar de esperanzas, hay que reconocer también que a veces quedan difuminadas entre la tristeza o la infelicidad que parece bañar a unos personajes que, en la mayoría de los casos, empuñan una primera persona narrativa para contarnos sus vivencias, sus recuerdos, su dolor, alguna venganza, algún ajuste de cuentas con el tiempo. Sí es cierto que la tercera persona, más ajena y omnisciente, se da en algunos textos, e incluso una segunda aleccionadora, pero el predominio de la voz narrativa de los personajes, el poder del monólogo interior al que tan aficionado es el autor es lo que gana el corazón de los lectores. Un corazón que sigue conmoviéndose por la edad de algunos personajes, niños o jóvenes que lo son al relatar su secreto, o que lo fueron cuando tuvieron constancia del mismo. Dicho de otra manera, parece que estemos ante un libro más de hijos que de padres, aunque alguno protagónico encontremos, y que haya recaído en ellos la responsabilidad de mostrarle al lector aquello tan sartreano de que “el infierno son los otros”, y cuando se trata de familia, acaso lo único que no podemos elegir libremente en la vida, ese infierno puede ser vasto e interminable. En estos ejercicios de memoria, en estas vidas zarandeadas hay también, no podía ser de otra forma, lirismo, poesía, voluntad de escoger la palabra justa por muy violento o desagradable que pueda ser el recuerdo que se evoque. Podríamos decir que ahí se ve la sombra del poeta, pero es mucho más justo decir que es ahí donde se ve al escritor con mayúsculas, al que es capaz de resucitar una melodía, una película, la imagen de un hombre sentado en un zaguán, una pulsión oculta, un recuerdo doloroso, una conciencia atormentada, la sombra de una muerte o de una injusticia. Desgranar aquí la temática de algunos de estos relatos sería como traicionar una confidencia, como violar un secreto guardado durante generaciones, por eso debe ser el lector quien acepte la invitación de Ramón Bascuñana, para ver hasta dónde llegan la tristeza o la soledad, o las alegrías perdidas, o las lecciones de vida, que también las hay, porque en muchos relatos alcanzará un alto nivel de empatía con sus protagonistas. Si acaso, me atrevo a recomendarles dos, ‘El día que me enamoré de Natalia Ivanoff’, y el que cierra el volumen, ‘Tercamente aprendiendo a no sentirnos solos’, con un más que evidente mensaje final basado en los versos de Jaime Gil de Biedma. Dos lujos como los diecisiete cuentos restantes. JOSÉ ALCARAZ. EL MAR EN LAS CENIZAS (Rialp, Madrid, 2019) por ANTONIO AGUILAR RODRÍGUEZ José Alcaraz, en una entrevista que le dedica Antonio Arco en La Verdad a propósito de la publicación del libro El mar en las cenizas, relata la anécdota de Picasso, que consideraba que quien se guarda un elogio se queda con algo ajeno. Espero en esta reseña no quedarme con nada ajeno o que lo que haya de ajeno en El mar en las cenizas al final sea propio. La trayectoria de José Alcaraz es una trayectoria coherente y asentada, pese a su juventud, en la mejor tradición, es decir, en la única, en la de la buena poesía. Además de varios poemarios más o menos difíciles de encontrar o no publicados como obra exenta, Usted está aquí o La tabla del uno, tenemos su primer libro Edición anotada de la tristeza (Pre-Textos, 2013), Premio de Poesía Joven Radio Nacional de España; el cuaderno Un sí a nada (Ad mínimum) y recientemente Vino para los náufragos (Alhulia, 2018), XI premio Antonio Gala. En la antología Re-generación de la editorial Valparaíso, realizada por José Luis Morante, se destaca citando a su vez a Juan de Dios García, que «José Alcaraz ha elegido una tristeza inteligente, rica en matices, no aquella que se deja abatir. Y la ha elegido también por su mesura, puesto que parece que la tristeza resulta obscena actualmente en una sociedad que persigue una felicidad sin taras». Habla también del «sentido aforístico, una voz meditativa hecha emoción e inteligencia que sondea el acontecer existencial con un mensaje despojado, en el que a menudo salta la imagen insólita y llena de luz» en palabras de José Luis Morante. Y estos elementos, no tanto ahora la tristeza como la brevedad, convertida en método y aspiración, aparecen en este libro como si hubiera un decidido hilván que uniera su obra exenta, Edición anotada de la tristeza, donde solo encontramos las anotaciones que hace el poeta a los poemas elididos en la parte inferior de la página, Vino para los náufragos, donde predominan los poemas breves y ahora El mar en las cenizas, accésit de premio Adonáis 2018. Una serie de nombres y obras me vienen a la cabeza con la lectura de El mar en las cenizas, autores de lo breve, como Robert Walser y sus microgramas, o tendentes a un adelgazamiento de la forma como el artista plástico Alberto Giacometti, curiosamente los dos suizos, sin más consecuencias. La obra de José Alcaraz parte de los materiales más humildes, con conciencia plena de ello, como el Giacometti maduro que trabajaba con el hombre y con el barro. Ahora son el yo y la palabra, el barro del lenguaje, el mismo que usamos para comprar el pan o dedicarnos chanzas en los medios. Y José Alcaraz los estira los dos, quizás los adelgaza, que no es exactamente lo mismo, figuras que van reduciéndose a su mínima expresión, un yo mínimo que cae al suelo como un signo menos, y unos poemas cercanos al proverbio. Giacommeti dijo de su obra: «Sólo lo minúsculo se me antojaba parecido […] No se ve a una persona en su conjunto hasta que uno se aleja y se hace minúsculo». ESCRIBO poemas diminutos que me hacen sentir gigante a su lado, no con el fin último de engrandecerme sino buscando ser sorprendido por ellos, despertar de la embriaguez bien atado a la tierra del reino de Liliput. (p. 37) La idea de poda, de desbarbar la realidad, como Miguel Ángel con el mármol, está presente en todo el libro, pero no tanto como metapoesía, sino como razón de ser, manera de estar, y solo ahí, en lo que queda, se puede dar la revelación involuntaria, estar en el momento sin saber si se dará la revelación o no, estar en un estado concreto, en una manera de estar pessoana filtrada por la cita de Eloy Sánchez Rosillo. Es un asceta José Alcaraz, pero un asceta frayluisiano, porque la actitud combativa persiste, lucha por rasgar el velo que separa realidad y palabra, también el anhelo de decir y lo dicho, que se adelgaza hasta el silencio. Y hay una voluntad por manifestar esta filiación, de pronto dice «Despaciosos instantes» en la página 42 o «Escribir / como si cada golpe de tecla / —cada contacto de la tinta en el papel— / fuera llevar el dedo a la llaga de la vida…» que recuerda a ese extraño místico que fue Francisco de Quevedo. Quizás, como los dos poetas citados, encontramos también aquí la búsqueda, la disposición ascética que se “distrae”, no obstante, con las eventualidades de la vida, no con lo anecdótico, sino con la inquietud que acucia al ser humano con sus interrogantes sobre el propio sentido de estar aquí.
Un yo filiforme, alargado, que continúan minimizándose, «la inactitud del árbol quiero», dice con un eco del último Darío. «Con qué palabras / se manda callar al silencio». O «A la fuente tiré tan alto mi moneda / que no caerá hasta el último de los días», donde otra vez escuchamos a la tradición, a la verdadera poesía, al proverbio machadiano, también en la imagen y sobre todo en la actitud. Tiende el libro por el camino de la brevedad al proverbio, de raigambre castellana, propende al conceptismo humanizado, al proverbio en una tradición amparada fuertemente en la antítesis y la paradoja. «NO es que elija siempre / el camino fácil, / es que me siento venir / a cada instante del difícil». En esta ocasión, lo fácil y lo difícil. Es directa y potente la idea de este poema, porque relativiza lo fácil, ya que no se define en sí mismo sino como única opción contraria a lo difícil. Tiene también ese sentido aforístico popular, «ya solo se puede ir a mejor», pero sin la visión optimista, al contrario, asumiendo no la esperanza sino la realidad. TENGO un epitafio: Así está bien. Lo cuido, crece como hierba. Lleva una lluvia dentro y viento con risas de niño. Juega a mi alrededor. Es extraño. No sé. Lo más alegre que he escrito triste. Este poema, con el que termino mi reseña, tiene muchos de los elementos propios de la estética del libro: propensión a la brevedad, yuxtaposición, estructuración en torno a una dicotomía, a los opuestos (alegría/tristeza). Es un buen poema como manifiesto el tema del epitafio. No nos enseña, más bien nos interroga, nos deja en vilo, «Así está bien». MIGUEL CATALÁN. LA ALIANZA DEL TRONO Y EL ALTAR (Verbum, Madrid, 2019) por PEDRO GARCÍA CUETO Llega el último libro de Miguel Catalán, perteneciente a su Seudología, con el número X, este esfuerzo del filósofo valenciano de hacer una crítica y a la vez una investigación intensa sobre el poder y la mentira que encierra. Publicado de nuevo por Verbum, el libro es todo un estudio detallado sobre ese mundo de opresión que lleva el poder, manifestado desde la Iglesia y desde la Antigüedad. No hay espacio que no quede reflejado en este ensayo, son las aristas de un mundo donde se ha fabricado un Dios o varios dioses para tener al ser humano condicionado, para restringir su libertad, para dominarlo y que no piense por sí mismo. En este afán, toda religión es trampa, toda creencia es abuso, el ejemplo de Plutarco que nos habla del legislador que se adorna de todo lo fastuoso para hacer ver su inmenso poder. En este mundo de apariencias, el legislador sabe que todo es espejismo, vivimos hacia afuera y nunca hacia dentro, convirtiendo nuestra vida en un reflejo exterior, todo lo que nos seduce viene de esa apariencia de riqueza que hay en el mundo de la publicidad hoy día y en aquellos tiempos en esa demostración de lo fastuoso, de los oropeles que distinguen al rico del pobre. Pone múltiples ejemplos. A continuación cito el que tiene que ver con la teocracia egipcia: También el orden sagrado de la teocracia egipcia imponía la distancia hierática de la práctica del disimulo y el simulacro como formas de expresión orientadas hacia la masa campesina. (p. 75) Sin duda alguna, hay en todo ello un concepto clave, “la naturaleza divina”, que sustenta este poder omnímodo que supone el engaño al pueblo. Es a través de ese deseo de estar con los dioses o creer en un solo Dios todopoderoso como el pueblo se rinde al culto y a la adoración: La mejor forma de persuadir al pueblo para que obedezca al gobernante en todas sus decisiones, especialmente las más injustas, es la de hacerle creer que participa de la naturaleza divina. (p. 99) Se ha matado en nombre de Dios. Los antiguos veneraban a muchos dioses, los antiguos Césares se volvían extremadamente crueles haciendo mención de los dioses. La mitología está llena de violencia y barbarie. En el libro de Miguel Catalán podemos apreciar ese mundo de poder, de opresión que recorre todas las épocas y los estados, como dice también Catalán, en el poder de los jefes en la América precolombina. Estamos ante ese inmenso dominio de los que se creen superiores a los otros, alegando que son enviados por un Dios:
En la América precolombina, la conferencia privada del caudillo con el dios refuerza la jefatura única. (p. 110) También cita a Lutero, que condenó la rebelión campesina e instigó a los príncipes alemanes a la venganza contra ellos. Nadie se salva de esa locura del poder, nadie tiene excusa para abusar así del mismo, como también hizo Hitler presentándose a su pueblo como un redentor que venía a salvarles de los hebreos y de los que no pertenecían a la raza aria. Libro clarividente, de una importante investigación, refuerza ese afán de Miguel Catalán por escribir un largo tratado sobre la mentira y el poder. En este nuevo capítulo de su extenso conjunto de libros lo consigue con creces, libro necesario para conocer el mundo y para no dejarse llevar por las apariencias y la mentira que reside en el dominio de unos pocos, para no sentir que somos títeres de los gobernantes que cada día nos engañan con el lenguaje y las noticias falsas del pseudoperiodismo desinformativo. |
LABIBLIOTeca
|