PEDRO PUJANTE. EL ABSURDO FIN DE LA REALIDAD (Ediciones Irreverentes, Madrid, 2013) por JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ ![]() Pocos autores han generado tanto consenso favorable, entre los jóvenes escritores de la última década, como Enrique Vila-Matas. Quizás porque el proyecto del escritor barcelonés ataca el centro de la creación literaria, constituyendo no tanto una literatura metaliteraria, como suele decirse, sino intra-literaria, vivida y narrada desde el centro mismo de la fiesta de la ficción, en la almendra de la construcción narrativa, para festejar y reproducir, en tiempos que pareciera suponen el monopolio de las novelas de usar y tirar, un bucle encerrado en sí mismo -un en-sí-mismo literario, que se mira en el espejo de los referentes de la tradición que el propio Vila-Matas ha elegido- para la salvación y la perpetuación de la gran literatura. Y no solo ha sido grande el consenso, sino también la influencia. Es difícil afirmarlo con rotundidad, dada la gran cantidad de novelas que se publican y la imposibilidad de leerlas todas, pero pocas han debido de escribirse tratando de mezclar esa influencia con el género de la ciencia-ficción. Yo me atrevería a decir que ninguna, al menos hasta ahora. Porque Pedro Pujante lo ha hecho con su primera novela, El absurdo fin de la realidad. “Me enteré ayer, o quizá hoy de que ¡llegan los extraterrestres a mi pueblo!”. Así empieza esta obra, y el género al que se adscribe –ha ganado el I Premio 451 de novela de ciencia-ficción, de la editorial Irreverentes- es presentado de forma directa, pero también tenemos ya un ejemplo del humor tan absurdo como entrañable que recorre todas sus páginas. ¿Amanece que no es poco? ¿Bienvenido Mr. Marshall? Algo de esto hay, pero hay sobre todo las sorpresas que la novela nos depara: no pienso desvelarlas. ¿Vila-Matas mezclado con ciencia-ficción? Si es así, creo que es una mezcla inédita hasta ahora, como ya he dicho. “Me enteré ayer o quizás hoy”, leíamos. Pero espera, ¿eso no es el principio de El extranjero de Albert Camus: “Mamá ha muerto hoy, o quizás ayer, no lo sé”? La batidora ficcional de Pedro Pujante deconstruye el existencialismo, y la ciencia-ficción, así como la plácida, pero también anodina, vida en provincias cuyo pulso queda atrapado en afirmaciones como la de que los libros son ventanas a lo desconocido, ya lo dijo mi padre adoptivo, un hombre que jamás ha leído un libro pero que sabe apreciar su valor intrínseco. No ha leído nunca porque, según él, tenía miedo a lo desconocido. Pedro sabe muy bien que la literatura es, ante todo, ese aventurarse en lo desconocido. Y también que el terreno más desconocido para todos nosotros reside en nosotros mismos. Uno de los recursos más divertidos de la novela es la cita que abre cada uno de los pequeños capítulos de la novela, y devenido diálogo con escritores que le han precedido, o cineastas, o personajes de ficción; es un diálogo brillante y divertido; hay incluso autores inventados, mezclados con los reales, y también proverbios “venusinos” como este: “El mayor día de tu vida lo descubrirás otro día”. Y Shakespeare o Sebald, pero también foros de internet de cocina, y la Biblia y el Tao Te King. Añado aquí una cita que es real –bueno, supongo-, de George Romero, primer cineasta que hace famosos a los zombis en el cine, y que vuelve a dar la medida del humor de la novela de Pedro Pujante: ENTREVISTADOR: Siempre se le ve sonriendo, ¿qué lo hace tan feliz? GEORGE ROMERO: Supongo que mis pesadillas se las dejo a ustedes. Pedro, como buen hijo de su tiempo, mezcla con inteligente desenfreno alta cultura y baja cultura, o cultura popular. Hay en su libro una posmodernidad sencilla y directa, que ataja hacia la esencia de las ideas que vertebran el pensamiento desde la segunda mitad del siglo XX pero sin necesidad de alharacas ni fatigas, con esa sencillez y quintaesencia que solo logran los buenos escritores; por ejemplo cuando escribe: Olvidamos constantemente. Y los recuerdos son muchas veces fragmentos de otras veces que recordamos. Recuerdos de otros recuerdos que se jalonan, se superponen y enhebran una memoria falsa y adulterada. No recordamos el día en que nos bañamos en el río. Recordamos la última vez que tuvimos tal recuerdo. Y así sucesivamente. Recordamos recuerdos. Son reflexiones que se suceden al hilo de la vida del protagonista en Orentes, una hilarante vida social en un pequeño pueblo imaginado, y una no menos hilarante vida mental, la de este personaje, trufada al mismo tiempo de poesía y de verdadera filosofía. “¿Por qué esa obsesión casi poética y demencial”, se pregunta, “de atribuir significados a todos los significantes?” , y es una pregunta que conecta con la posmodernidad, pero también con las vanguardias históricas, de las que Pedro es deudor, por ejemplo Kafka: regresamos a uno de los centros dilectos de esa resistance literaria de la que hablábamos antes –uno de los autores preferidos por Vila-Matas, pero ¿acaso es posible un autor valioso literariamente y que no sea admirador, de alguna forma, del universo kafkiano? ¿Es posible, después de Kafka, un autor literario que no sea kafkiano por acción o por omisión?-. El en-sí-mismo literario reaparece una y otra vez, formulado por el narrador de El absurdo fin de la realidad con un humor descacharrante: “Lo mejor que hay después de leer novelas es no leerlas”, afirma este. Es decir que, en uno u otro caso, sea por acción u omisión, está la voraz pasión lectora; y como toda buena paradoja, ese viejo arte que inventaron los primeros pensadores, la que Pedro Pujante formula con esta frase resulta muy reveladora: sea para afirmarla o para negarla, la literatura siempre está ahí, alimentando la pasión. ![]() Hay más ejemplos de poesía y filosofía: Los niños, pues, son como recuerdos que se pierden con la edad del tiempo viejo y la amnesia de la vida. ¿No seremos los adultos la memoria fragmentaria y dolida de un tiempo ya extinto? Sigo centrándome en estas perlas, estas frases afortunadas que afloran por toda la novela, porque el hilo del argumento prefiero dejarlo intacto para ustedes. Sigo con esta filosofía de Pedro Pujante, que también entra de lleno en el aburrimiento de la vida en provincias; lo pequeño, la vida humana y su modesto arañar con el pensamiento en el misterio de la existencia, se conectan con lo grande, los eventos cósmicos, cuando el narrador sentencia: El eterno retorno es una idea que seguramente está bien considerada en toda la galaxia. El Big Bang continuo, la explosión, la implosión, etc. Las galaxias a la deriva, agujeros negros, viajes ultrafotónicos. Todo vuelve a su punto de partida. Como intentar evadir este mundo que nos oprime. Sí, me siento oprimido en esta envoltura de orentense mal aprovechado y sin pasado. No quiero adelantar nada de su argumento, repito, sobre todo de su final. Pero les adelanto alguna de mis impresiones: creo el narrador de esta historia hace un compendio, casi sin pretenderlo, de aquello que nos constituye como especie, acuciado por la llegada de esos grandes “otros” que, en nuestro imaginario, desde la segunda guerra mundial, sobre todo, y a través del cine y la ciencia-ficción, representan los extraterrestres: esos que, si se confirmase su existencia, nos dirían que no estamos solos en este gran enigma que es el universo. Claro que también podríamos añadir: ¿no estamos solos, en el universo, como “vida inteligente”? ¿Qué vida inteligente puede encontrar nadie en nuestro planeta? Y ahí empieza la farsa, la gran comedia, esa broma, seria en el fondo, de la que da cuenta a su manera la novela de Pedro Pujante. Quizás lo que nos constituye, ante todo, sea nuestro carácter absurdo, y nuestra pequeñez. Pero también el amor, y el humor, quizás solo estos dos ingredientes nos hacen grandes. Así como la necesidad de inventarnos a nosotros mismos, y de inventar las historias que queremos que nos cuenten. Inventar, por ejemplo, la posibilidad de vida inteligente en otros planetas, si no inventar a secas la vida inteligente. Jugar a que existe en alguna parte. Una de las conclusiones posibles a las que llega Pedro Pujante a través de su narrador es que lo mejor de nosotros es nuestra necesidad de contar historias, y de que nos las cuenten. Porque estamos hechos de historias, además de carne. Dice el narrador de El absurdo fin de la realidad: Somos más que carne […] carne y literatura, aunque jamás he visto a un carnicero leer un libro. Esta imagen no me vale para el discurso pero me ha venido y no me la puedo sacar. Carnes y versos, palabras y vísceras, corazón, poesía, fantasía, cartílagos… Toda la novela queda vertebrada por esa esencia narrativa que nos constituye como especie, una especie de seres que narran, y se narran, y que solo pueden imaginar a una entidad creadora y superior a imagen y semejanza de sus creaciones. Cita Pedro Pujante a Augusto Monterroso, cuando el autor guatemalteco escribe: “Dios aún no ha creado el Mundo, y solo lo está imaginando”. Si considerásemos a lo escritores como una divinidad repartida en muchos, que a su vez son trasunto los unos de los otros, qué curioso ateísmo sería ese. ¿O hablaríamos de agnosticismo? Dioses inter pares, en todo caso, todos esos autores que han creado el mundo para el mundo; nuestro mundo mental, el mundo que nos contamos los unos a los otros. Hay escritores como Pedro Pujante que aún lo hacen, crear el mundo, para seguir contándonos nuestro desconcierto. Escribe Pedro Pujante en su novela: ““Los autores se funden y se pierden en su espacio anónimo”. Y también: “Quién fuera Dios para crear de la nada. Gran poeta cósmico, genio anónimo e incierto”.
La historia de los hombres es la historia de lo que todos esos hombres han sentido e imaginado alguna vez. Porque esa es toda la realidad que los hombres llevan consigo a cuestas, todo su legado. Perfecto, por ejemplo, para meterlo en una capsula que salve del tiempo, y dé testimonio a cualquier pueblo extraterrestre, extrasolar, de lo que para muchos supuso en nuestro planeta, en nuestra absurda civilización, la literatura. He intentado acercarles a la novela sin desvelar las sorpresas de su argumento, mediante una lectura personal y aventurándome por el rodeo de una interpretación. Pero admite muchas más, prueben ustedes. Acérquense a ella y disfrútenla, no va a decepcionarles.
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