LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
NÉSTOR VILLAZÓN. LA CULPA COLECTIVA (La Isla de Siltolá, Sevilla, 2019) por JUAN LUIS CALBARRO TODO LO QUE NOS QUEDA POR DELANTE Desde el primer vistazo al índice se revela La culpa colectiva como un libro que indaga en torno al equilibrio vital y que, por más que la voz lírica acuda a procedimientos razonables, no acaba de encontrarlo y naufraga, a lo sumo, en el estoicismo y en el mal menor. Medir la realidad nunca deja de ser un proceso que queda en tentativa, y la estructura del poemario es significativa a ese respecto: cinco partes muy equilibradas pero no perfectamente iguales en número de poemas denotan afán por el orden pero también la resignación de quien se conforma con mantener a raya el caos.
Néstor Villazón (Gijón, 1982) es poeta y dramaturgo, y eso se hace ver en su ficción lírica, que, si no dialogada, siempre es dialógica: nunca falta un tú o un vosotros al que la voz poética pueda dirigirse en su exploración de la realidad y de sus sentimientos, requiriendo a veces de forma explícita al lector (Imaginad a la mujer de vuestra vida […]. // Ahora preguntadle qué quiere ella, p. 39). Es así también cuando se autointerpela (Ahora sabes del sentido del amor, p. 19), disociándose de la misma voz poética para dirigirse a sí mismo en segunda persona. Poema y vida son la misma carne. Así queda de manifiesto en el arranque del libro, ‘Nota de autor’, donde la frontera entre la voz poética y la voz del hombre queda difuminada ya desde la partida. Y la materia de la que están hechos tanto el poema como la vida es el amor, un amor indescifrable (Amigos, el amor os sobrepasa. // Quien hable algún día de amor / está mintiendo, p. 15) que viene y va, sumiendo a la voz lírica en el ahora más acuciante hasta el final del libro (Piensa que jamás hubo tiempo/ en el amor, sino el momento exacto, p. 60). Un amor y un desamor que, de forma cotidianamente dramática, se superponen en los gestos y en el devenir, sembrando de apariencia y de fugacidad la vida y resolviéndola en abismo (‘Los actos verdaderos’, p. 17) y en decepción (‘El fin de la enseñanza’, p. 19), con la vida entendida como «una deuda que nadie entiende». El sujeto se revuelve contra todos, acusándolos de compartir un concepto engañoso del amor. Es la «culpa colectiva» (p. 23) de quienes se aferran a la quimera del amor y su recuerdo. Toda la segunda parte del libro, inspirada en un verso de Juan Luis Panero (Fueron antes los nombres y las fechas), desarrolla un ejercicio de confesión y de desmitificación de la memoria sentimental a través de la anécdota y de la reflexión. En la tercera parte del libro, Villazón despliega enumeraciones y anáforas que insisten machaconamente en el sentimiento de inanidad de la vida, como queriendo convencernos de que lo es todo menos solemne o heroica. Su ‘Resumen de una vida’ (pp. 37-38) enlaza con el Ángel González más desengañado y cotidiano, y su ‘Contrato social’ (p. 39) vuelve a insistir en el amor como intercambio de servicios, como hechura social vestida de idealismo; en definitiva, como culpa colectiva. La despedida y el cierre del luto por un amor para dar paso al siguiente, con la lección aprendida (‘El fin de la enseñanza’, p. 19) y una actitud mucho más desengañada o resignada (‘Acta est fabula’, p. 56, ‘El final del cuento’, p. 58) centran la última parte del libro, que en ‘Despedida’ define aparentemente lo que antes había dado por indefinible: sabrás de amor / cuando escribas el poema / que huye de él (p. 60), con un remate pleno de certezas inasibles. El marco psicológico es mucho más importante que el imaginario en la poesía de Villazón, cuyo estilo, muy arraigado en el realismo (con referentes como el mencionado González, José María Fonollosa o Felipe Benítez Reyes), se sirve de un lenguaje llano y abunda en el uso de la antítesis y de figuras de pensamiento relacionadas, como la ironía o la paradoja, que maneja sin aspavientos. Dice en la p. 17: mientras tú vuelves con la luz / que solo da la noche. Dice también, en la p. 49: es cierto, ha sido un mal día, / pero piensa en todo lo que nos queda por delante, en una estupenda anfibología cuyo verdadera intención es imposible descifrar: ¿lo que nos queda por delante nos consuela o nos hace considerar la desdicha pasada como tan solo una minucia…? Se trata de una poesía muy rítmica, apoyada sin encorsetamiento en la métrica pero, sobre todo, en el juego de repeticiones, paralelismos, polisíndeton, anáforas: todo aquello que otorga a un poema una eficaz legibilidad y que está muy presente en la obra de este hombre del teatro.
1 Comentario
MANUEL FABIÁN TRIGOS BAENA. RAMBLA (Tigres de papel, Madrid, 2019) por VÍCTOR ALMEDA ESTRADA EL ASOMBRO OCURRE Dice Manuel Fabián en su primer poemario, Rambla, que las hojas secas / viajan al fondo del / lago inquieto. También nosotros viajamos, de su mano, al fondo de las imágenes que inician su ronda en la medianoche, al fondo de la secreta esencia del epigrama y de la oscura cantidad que mueve el laberinto de las hojas. Y todo ello provoca dos reacciones. Una, que preludia la espesura de la noche. Otra, saltando ya, es como atravesar una luz enviada por un insecto que vuela bajo la luna. Porque ahí, en el fondo del lago inquieto, hay algo que no se cansa de mirarnos. Y así queda el secreto sin revelarse.
Se interroga el autor sobre lo accidental y precario de los símbolos de nuestro destino, sobre la embriaguez oscura del alma y las burguesas premoniciones que parece que vienen hacia nosotros. Y aunque algunas respuestas se dejan presentir o indicar, en realidad no las hay, porque las respuestas no agotan nunca su contenido. ¿Qué principio regirá sobre las entrañas del tiempo que nos derrota en el intento de comprenderlo? De ahí podemos establecer que estos poemas van más allá de su finalidad. Me refiero para establecer más precisión que, por las páginas de este libro, el fuego alumbra de otro modo, porque ya se ha vuelto luz primera o regalo impenetrable de las imágenes que bailan sus propias danzas bajo el sueño. Danzas de una fiesta innombrable; danzas de la fatalidad de la belleza que de noche velan hasta el fin; danzas de las furias tempranas que nos han herido para siempre. Un mirlo llora hacia el norte lejano. Las hojas huyen del pantano de esta orilla tan desierta Y descubrimos, también, que el humo se vuelve y transforma en luz frecuente, que inunda el vacío —lugar condigno— de una cámara secreta. El humo es páramo resurrección que siempre se niega Se teje profundo como el olvido Y aún en la noche, allí donde la luna entreabre lo que nos sale al paso, se nos hace visible una niña dormida en medio de los hielos. Niña argentina de palabra ácida de voz inocente y rebelde Es, pues, un poemario que establece una frontera extraña donde los hombres no se separan y cuya primera visible consecuencia es que, a medida que avanzamos, aumenta su caudal. No obstante, como lector, agradezco a Fabián el rechazo de lo declamatorio que ha impuesto en su libro, pues sabe él que a las palabras (tan profanadoras de todo) como a las cosas, las entorpece el abuso. Nadie más debería callarnos Bástenos subrayar, por ahora, que este libro es como ese tremendo pez que rompe todas las redes del inconsciente; el eterno reverso enigmático que nos señala, una y otra vez, que el asombro ocurre. GUSTAVO FAVERÓN PATRIAU. VIVIR ABAJO (Candaya, Barcelona, 2019) por RAFAEL AGUSTÍN Vivir abajo, novela finalista del último Premio Bienal Mario Vargas Llosa, del escritor Gustavo Faverón Patriau, se ofrece como la lectura de un terrible descenso a los infiernos del horror de las desapariciones, torturas y asesinatos en las dictaduras latinoamericanas del siglo XX en Bolivia, Paraguay, Argentina y Chile, así como de la actuación de la administración norteamericana en estos países. La historia se remonta al auge del nazismo en la Alemania de finales de los años 30, nos traslada al espanto y al caos de la segunda guerra mundial en la antigua Yugoslavia y nos acompaña hasta el caos del enloquecido terrorismo de Sendero Luminoso en el Perú de finales del siglo pasado.
Pero esto es apenas una breve descripción de lo que depara esta lectura fascinante: estamos hablando de una novela inagotable, atravesada por múltiples historias y personajes: policías, poetas, asesinos, militares, nazis, libreros, críticos literarios, ornitólogos, cárceles, sótanos, zoológicos, cementerios, manicomios, manuscritos, cuadros, pájaros, jaulas, música, y cine, mucho cine. En la primera parte de la novela, “La piedra de la locura”, fragmentos de diarios y notas nos muestran la vida de George W. Bennet hasta la comisión de un extraño homicidio en la Lima de 1992, un sugestivo inicio que atrapa al lector y le sumerge en una lectura compulsiva. Seguimos luego las investigaciones cruzadas de George y el narrador que a lo largo de las dos siguientes partes, “La salud de Mrs. Richards” y “Puentes frágilmente construidos”, entrelazan a los personajes de ficción con personajes y hechos históricos, todo con una brillante fluidez narrativa, hasta llegar a la parte final, “Reapariciones”, en la que el narrador da respuesta a algunas de las muchas preguntas que se hace el lector, al menos a aquellas que pueden ser respondidas. Las múltiples capas de la novela hacen de su relectura un privilegio de reencuentros, redescubrimientos y ataduras de cabos, y podemos apreciar aun mejor el ambicioso despliegue de puntos de vista narrativos, flashbacks, diálogos y reflexiones sobre historia, literatura, cine y arte. Si comentamos algunas de la claves de la novela, no podemos dejar de interpretar como una declaración de intenciones la cita de Kafka con que se inicia el libro: «El efecto que tuviste en mí fue un efecto que no podías evitar tener», y que proviene de la Carta al padre, para así considerar que el tema central de la novela es la figura del padre: el coronel norteamericano George S. Bennet, arquitecto de cárceles e instructor de torturadores de las dictaduras latinoamericanas, y la relación con su hijo, George W. Bennet. Será esta relación entre padres e hijos un asunto fundamental de todo el libro. La trama de la novela acompaña al hijo en un intento de descubrir la historia de su padre luego de la revelación de un acontecimiento atroz. Así, George hijo busca su propia identidad, provocando en el lector una reflexión en torno a la posibilidad, o imposibilidad, que tienen los hijos de resarcir, o vengar, los actos cometidos por los padres. La novela reivindica las posibilidades que la literatura y el arte tienen como formas de conocimiento y representación de la realidad: en este caso el mal. Resulta reveladora la conversación hacia el final del libro en la que George Bennet hijo corrige a Raymunda Walsh una cita de Shakespeare que, según parece, ella ha evocado erradamente: «Esa no puede ser la cita, dijo Raymunda. ¿Por qué?, pregunté. Porqué si esa fuera la cita, dijo ella, no serviría para esta ocasión». La tensa relación entre historia y ficción, distintos modos de ordenar la realidad, se manifiesta a lo largo de todo el libro con tanta importancia como la relación entre padres e hijos. Mucho más se puede comentar sobre esta maravillosa novela, sobre la relación entre la poesía de Alejandra Pizarnik y Jaime Sáenz, sobre las influencias de El Quijote y Bolaño, sobre el cine de Herzog y Kirsanoff, sobre la aparición del nazismo en el Chile de principios de siglo XX, donde el político nacionalista Nicolás Palacios hablaba ya de una raza superior (mezcla de españoles visigodos y recios mapuches), sobre Robert Frost y Jorge Luis Borges, sobre la portada del libro (un grabado de una cárcel de Piranesi inspirado en el infierno de Dante), sobre las citas apócrifas de Shakespeare, sobre el cuadro La extracción de la piedra de la locura, de Hieronymus Bosch, sobre el asesinato del Che en La Higuera, sobre las expediciones del naturalista, paleontólogo y zoólogo alemán Karl Hermann Konrad Burnmeister por Sudamérica, sobre la historia canónica y la historia apócrifa. Todo esto y más hay en Vivir abajo, una novela total, compleja, asombrosa. SALVA SOLANO SALMERÓN. LA TIENDA DE FIGURAS DE PORCELANA (Malbec, Cartagena, 2019) por MARÍA RODRÍGUEZ GUTIÉRREZ La estudiada estructura de este libro de relatos conecta simpáticamente con la combinación del nombre y apellidos del autor: aliteración de la “s”, la métrica... (Dos más tres más tres, ocho. ¿Quizás se me ha pegado la manía del protagonista de 60 años de uno de los relatos? No, el TOC no se pega, es un trastorno mental intransferible, no es contagioso). In-trans-fe-ri-ble, con-ta-gio-so, cinco más cuatro, nueve. Qué le vamos a hacer.
El autor ha dividido la obra en dieciséis partes, que incluyen la “inauguración”, un “interludio cuadragenario” y el “epílogo”. En estas tres pausas, es el mismo Salva Solano el que se abre y nos ofrece una declaración de intenciones: contarnos, mediante los relatos, un poquito de sí mismo y un poquito de ficción, a la vez que recorre las etapas de la vida. Estas se puntualizan en edades concretas: cinco años, nueve, once, diecinueve, treinta; treinta y ocho años, cuarenta, cuarenta y uno, cuarenta y cinco, sesenta, ochenta y tres (en números mortales); y luego, en el último relato, se llega a la inmortalidad con el relato ‘Academia de íncubos’, en el que el protagonista es un ser del inframundo. Infancia, adolescencia, juventud, madurez, senectud, muerte. Repite. Los relatos van introducidos por uno o varios epígrafes que dan la oportunidad al lector de aplicarse a sí mismo lo que todavía no sabe que va a ocurrir, para luego contrastar su idea preconcebida con el mismo relato: «Los médicos me nutren de enfermedades numerosas para distraerme de las mías» (Silvina Ocampo, Anamnesis). Las características más destacables de la obra son dos. Por un lado, la capacidad de adaptación literaria de situaciones diversas, cosa que incluye el dominio de las variedades del habla, a nivel diatópico, diafásico y diastrático (es destacable la realista reproducción del habla coloquial y propia de un pastor manchego en el relato ‘El sabor de la sangre’): —¡Y vaya! —exclamó el pastor—. Hoy mismo m’han matao una. Y l’han dejao ahí tirá y s’han ido. He’chao andar por donde creía que podían haber venío, pa tener una conversación con ellos y explicarles que esos perros tien qu’ir con bozal y no puen dejarlos sueltos [...] —Solté la vara y le di en el costillar, y los dueños aún se m’encaraban. Este dominio es impecable y resulta ciertamente agudo; cosa que nos lleva a la siguiente característica: el uso del humor. Sin embargo, no es un humor facilón, sino estratégicamente entrelazado con, a veces, dramatismo y dolor; otras, con terror, y otras con náusea. A lo largo del libro, el autor nos invita a ponernos en pieles variopintas. Asistimos, por ejemplo, al terrible final de una madre y un hijo que viven apartados del mundo, o a peleas de recreo que, paradójicamente, esconden bondades. También, en el ámbito infantil, casi adolescente, observamos con expectación el casi-amor que un chaval de once años consigue dentro de un autobús. Más avanzada la lectura, encontramos la chocante imagen que Marga, una chica de diecinueve años, siempre recordará —muy a su pesar— con repulsión; o el terror en los ojos de un excursionista al encontrarse con un dócil animal convertido en monstruo. Conocemos a un niño de mamá que no vive la vida, sino que se deja arrastrar por ella y termina mimetizándose con aquello que más le molesta en el mundo; así como a un paciente con trastorno obsesivo compulsivo que trata de convencernos —y a sí mismo— de que todo lo que hace es debido a su honradez. Y, cómo no, la obra culmina con hechos y descripciones entre lascivos y cómicos, con un aprendiz de íncubo demasiado romántico. Estas son solo algunas de las imágenes presentes en la obra, pero es al lector a quien incumbe destacar las suyas propias: No le apetecía estudiar más por esa noche, la Lascivia Impúdica Aplicada no le entraba, era superior a él. [...] Entre los materiales del curso tienes a tu disposición nuestra lista de Spotihell “Las 100 mejores canciones para poseer a humanas”. Con una prosa correcta y con fluidez, La tienda de figuras de porcelana es, sin duda, una obra que ofrece variedad de relatos, para todos los gustos, que suscitan reacciones reales. Especialmente recomendada si al lector le gusta observar e identificar elementos de su generación, ya que no importa cuál sea esta, pues el contexto está muy bien conseguido en todos los relatos. Por último, voy a proponer una duda existencial que, por suerte, se responde con la lectura de este libro: ¿puede un hombre terminar su existencia bajo la forma de una napolitana de chocolate? NATALIA GINZBURG. Y ESO FUE LO QUE PASÓ (Acantilado, Barcelona, 2016) Traducción: Andrés Barba por HÉCTOR TARANCÓN ROYO A TIENTAS EN LA OSCURIDAD Cuando el sufrimiento amoroso atenaza, lo normal es leer un aburrido, sonoro y cursi lamento por lo que se puede perder. Medir la intensidad del sentimiento es imprescindible, y en ese proceso muchos escritores han demostrado ser sordos. Por exceso más que por defecto, la tradición se ha llenado de proclamas y comentarios típicos, poco originales y redundantes. Esa es la razón principal de ser de, por ejemplo, la mayoría de la poesía actual, a la vez que su fracaso. Quizá, entonces, ya no sean necesarias la nostalgia y la alienación, sino visiones que vayan más allá, o que pongan en tensión la visión ordinaria de la realidad. En ese campo tiene experiencia Natalia Ginzburg, quien tensa con gran maestría el ánimo y los objetivos de los protagonistas de Y eso fue lo que pasó. No hay victorias ni derrotas, sino una angustiosa culpa inmerecida por existir y comprobar que la búsqueda de la verdad es tan apasionante como inútil. Concretos y universales al mismo tiempo, vagan por un camino que, con mayores o menos aciertos, los acaba reconduciendo hacia ellos mismos. En ese punto, prácticamente omnipresente en todo el desarrollo, cuando el resurgimiento de las inseguridades va acompañado de las certezas, la ternura se abraza con la desesperación. También, enjuiciados por ellos mismos, someten a su visión todo lo que ocurre y se odian y aman a la vez. La protagonista, anónima e intimista, con un pulso vivo y fluido que recuerda a Carta de una desconocida de Stefan Zweig, espera en muchas partes. Se recuesta, con ese afán, en su habitación y mira los detalles. Incluso, se recuerda posteriormente esperando, y ese instante la devuelve al mundo real, que la va desgajando poco a poco. Esa espera, hoy inconcebible y triturada por la inmediatez con la que nos lanzamos a las cosas, es otro de los pilares en los que Ginzburg conecta y expone el alma humana. Con un lenguaje sencillo, apresurado, y extremadamente cercano, extrae causas y consecuencias y, cuanto más exagera, más vital y deslumbrante se vuelve. Al tocarse los extremos, el deseo se vuelve patético, y su consumación no lleva a otra cosa que a volver a perder. NOTA (Fragmento)
Escribí esta historia para sentirme un poco menos infeliz. Me equivoqué. No debemos buscar nunca un consuelo en la escritura. No debemos perseguir un objetivo. Si hay algo seguro es que es necesario escribir sin un objetivo […] Me gustaría añadir aquí que a veces nos vemos inclinados a escribir no sólo libros que nos gustan mucho, sino también otros que no nos gustan en absoluto. Son ésos los que acaban llevándonos por calles oscuras, los que nos hacen tocar acordes secretos, colmándonos de lágrimas y conmociones a veces innobles y vulgares, pero esas conmociones y esas lágrimas, que surgen de nosotros a pesar de que nuestra mente es hostil a ellas, son las que nos dan el impulso de la escritura […] Aunque para llegar a ese punto es necesario que la infelicidad no sea en nosotros una pregunta lacrimosa y llena de ansiedad, sino una conciencia absoluta, inexorable y mortal. |
LABIBLIOTeca
|