EL COLOQUIO DE LOS PERROS
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LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO

Reseñas

POETAS

20/12/2019

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PEJK MALINOVSKI. POETAS
(Chamán, Albacete, 2019)
Traducción de Daniel Sancosmed

por ANTONIO GÓMEZ RIBELLES

       La voz de Jim Jarmush suena grave. Detenido ante una vivienda habla de un o de una poeta, alguien que vivió allí, que escribió allí. Se oye en una grabación original la voz del poeta, lee algún fragmento. Pejk Malinovski ideó y produjo en 2012 un mapa en audio de un recorrido a pie por la poesía de Nueva York desde los 50 hasta hoy, en el East Village: Passing Stranger - The East Village Poetry Walk. El resultado es una aproximación no lineal a la poesía desde fuera, por medio de pequeñas paradas ante cada espacio-tiempo del poeta. Una opción en vídeo muestra en cámara fija la sucesión de escenarios ligados a cada poeta.
       Estamos ahora, 2012 también, en una pequeña comunidad llamada Poetry, en Texas. Pejk Malinovski la visita, se sienta en un banco y produce un podcast preguntando a sus habitantes qué es Poetry. Naturalmente la respuesta de los habitantes lleva a la dualidad, a la ambivalencia de la palabra poesía convertida en pueblo, qué es la poesía y qué es su comunidad. Pregunta por las dos cosas o cada uno la entiende con el sentido que le interesa. Material cotidiano, el resultado es un mosaico, todos dan respuestas, todos son parte del interrogante, todo es dar un sentido ambivalente o contradictorio. Quizás todo sea cotidiano, las voces, los ambientes, el pueblo y la poesía.
       Al comienzo de este podcast, el propio Pejk Malinovski reconoce su relación familiar con la poesía: «Soy Pejk Malinovski, soy poeta, mi abuelo fue poeta, mi madre es poeta, y yo púbico libros de poesía en mi lengua, el danés». Iván Malinowski es el abuelo de Pejk, luchador contra la ocupación nazi, exiliado a Suecia, declarado luchador anticapitalista, y cuando se consiguiera acabar con el capitalismo, declarado anarquista. Nina Malinovski es su hija y la madre de Pejk, también poeta.
         Se publica ahora en la colección Chamán ante el fuego de Chamán ediciones el poemario Digterne/Poetas. Relaciono los dos documentos anteriores porque quizás nos ayuden a entender el planteamiento del libro, que no es un poemario al uso. Podríamos verlo-leerlo-escucharlo como una manera de estar sentado ante una comunidad de poetas y verlos pasar y preguntarles qué es la poesía, qué es el poeta, qué eres. Y a la vez ir anotando a sus espaldas todo aquello que de extravagante nos enseñan, algunas bajezas, vanidades. El I remember de Joe Brainard, el origen del Je me souviens de Perec, es el modelo de partida en su aspecto formal y nos podría llevar a pensar en un formato que nos encamina a la autobiografía o a las memorias. Pero pronto nos enfrentamos al hecho obvio de que el conocimiento que Pejk Malinovski tiene de lo que escribe es por momentos muy real, pero que en otros se vuelve introspectivo, imaginario, pura invención, o es una pura reflexión sobre el hecho del poeta.
        Su conocimiento del mundo de los poetas es evidente, por sus relaciones familiares y por su entorno danés y neoyorkino. El yo poético no es uno sino múltiple, y a la vez unido; el poeta y la poeta, así, en tercera persona, con los que empiezan la mayoría de los fragmentos, hacen que el personaje bascule entre el observador agudo que cuenta lo que ve y ha vivido, con el asombro y la ironía, a veces cruel, de lo que ha conocido; el relator con el que el lector fácilmente se vincula por lo conocido por él, (yo también estaba allí, yo vi lo mismo, yo sé, yo también conozco el resplandor); y el propio autor en ejercicio autobiográfico.
 
Los poetas que prefieren textos en los que el yo, si lo hay, es fluido. Un yo que puede ocupar todas las posiciones, masculino, femenino, joven, viejo, persona, animal, brizna de hierba, placa tectónica (a turnos o al mismo tiempo). Un yo que duda, busca, aspira. Un yo furioso, tranquilo, expectante.
 
        ¿Es entonces un retrato del “poeta” en conjunto, como se puede intuir por la elección del método? No, por la manera de desarrollar el libro desde ese punto de partida. Si bien Pejk Malinovski compone y distribuye sus reflexiones como recuerdos, como si fueran audios o imágenes, pronto nos damos cuenta de que abandona necesariamente el recurso de la memoria personal para enlazar en sucesión de unas ideas a otras, de unas reflexiones a otras en un continuo con mucho de improvisación pero con excelente técnica para pasar a lo imaginado, a lo posible, y a lo conocido por otros medios, sean directos o indirectos. Un libro sin secciones que fluye en un relato encadenado de fragmentos que llevan de uno al otro, como fluye el pensamiento del autor.
       ¿Es un autorretrato a través de los otros, de las experiencias en un mundo de poetas? Todo lo que se fija en la memoria duele y ocupa, por lo que todo lo que hacemos aparecer en un poemario, todo lo leído también, tendrá que ser al menos un reflejo, un autorretrato en espejo convexo (Ashbery) o un multirreflejo de caseta de feria. Es el bosque conocido donde sin embargo a veces te pierdes.
       El libro está lleno, como no puede ser de otro modo, de referencias a poetas de todos los tiempos, incluida su familia. Así aparecen poetas de distintas épocas que conocemos como lectores a los que se liga por el tema desarrollado en un continuo. a veces sin nombrarlos, otras sí, el tópico de los poetas suicidas, la poesía flarf y su mundo google, las actitudes y poses de jóvenes o viejos poetas, a veces solo enunciados y otras no exentos de crítica mordaz, símbolos, metáforas... Su decisión es no hablar tanto de la poesía como del poeta. La ironía invade mucho de los fragmentos, y en otros se viste de seriedad y auténtica reflexión. Y en otros se vuelven párrafos que son proyectos de instalación, incluso contando sus producciones, como el ya citado arriba Poetry, y otros posibles, en un proceso que identifica la poesía con sus actividades artísticas y de documentalista. La palabra da unidad a toda la obra de Pejk Malinovski, es la palabra la que otorga una textura uniforme a su trabajo en radio, en video o poesía. Todo se compromete: Pejk Malinovski es multidisciplinar, documentalista y productor de radio independiente, videoartista, con obras que han sido exhibidas en museos, traductor (Gimferrer, Carson, Ashbery) y poeta, con otros dos libros publicados.
        Tal vez, y esto es una reflexión personal, el tono uniforme de su creación venga dado por el exilio, el saberte fuera y no llegar a dominar el mundo nuevo, y eso dé unas maneras de ver determinadas por una limitada capacidad de adaptación, un ser emigrante siempre, un acento extranjero.
 
El poeta emigrante se da cuenta tras muchos años en el nuevo país de que la ciudad de la que se enamoró ha desaparecido. Tiene que volver a enamorarse o volver a casa.
 
        Como si fuéramos partículas de prueba en la realidad (Fernández Mallo) lanzadas a ser interferencia y leer las que provocamos a veces con un poema, es Digterne/Poetas un libro excelente en la frescura y novedad que propone, en el desarrollo que te arrastra como si de un poema épico relatado por un aedo se tratara, sin decaer, y en el ingenio y originalidad de sus planteamientos. Muy oportuna la traducción de esta obra y este autor.
         Chamán se está convirtiendo en una editorial imprescindible, con una selección cuidada y sumamente interesante, con mucho trabajo en el cuidado de la edición. Por lo mucho que me interesa personalmente, es de agradecer a las editoriales, Chamán siempre lo ha hecho, la atención a los diseños de portada y la elección de las imágenes de las mismas, que en este caso es una excelente obra de María José López Cerro, una habitual de Chamán. La traducción es de Daniel Sancosmed y la edición, naturalmente bilingüe.
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TODAS LAS FAMILIAS INFELICES

13/6/2019

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​RAMÓN BASCUÑANA. TODAS LAS FAMILIAS INFELICES
(Chamán, Albacete, 2019)
por ANTONIO PARRA SANZ
​         SECRETOS FAMILIARES
     ​ Pivotan los relatos de Ramón Bascuñana sobre un eje que podríamos denominar así: los secretos familiares, o dicho de otro modo, aquellas sombras que siempre se esconden entre las costuras de cualquier familia, o de aquellas familias que él ha elegido para formar parte de esta veintena de piezas, ninguna de las cuales dejará indiferente al lector.
     A quienes únicamente conocieran al autor alicantino como poeta les aguarda una buena sorpresa. A los demás, a quienes ya sabíamos de su habilidad como narrador, nos queda el refrendo de su calidad, tal y como demuestran los numerosos galardones que previamente recibieron estos textos antes de que Chamán Ediciones decidiera agruparlos en este volumen.
    Hace gala Ramón, por tanto, de un elevado conocimiento del género, y eso se ve en la estructura de los relatos, porque utiliza unos mimbres atractivos para fijarnos a cada historia, después un clic, una especie de magdalena proustiana situada hacia la mitad de la historia, desvelando su verdadera naturaleza, y un golpe sorpresivo al final, deslizado, eso sí, con extrema suavidad, para que la conmoción nos zarandee lo justo, en su medida, y nos permita arrancar el siguiente relato con las esperanzas casi intactas.
      Pero si hemos de hablar de esperanzas, hay que reconocer también que a veces quedan difuminadas entre la tristeza o la infelicidad que parece bañar a unos personajes que, en la mayoría de los casos, empuñan una primera persona narrativa para contarnos sus vivencias, sus recuerdos, su dolor, alguna venganza, algún ajuste de cuentas con el tiempo. Sí es cierto que la tercera persona, más ajena y omnisciente, se da en algunos textos, e incluso una segunda aleccionadora, pero el predominio de la voz narrativa de los personajes, el poder del monólogo interior al que tan aficionado es el autor es lo que gana el corazón de los lectores.
     Un corazón que sigue conmoviéndose por la edad de algunos personajes, niños o jóvenes que lo son al relatar su secreto, o que lo fueron cuando tuvieron constancia del mismo. Dicho de otra manera, parece que estemos ante un libro más de hijos que de padres, aunque alguno protagónico encontremos, y que haya recaído en ellos la responsabilidad de mostrarle al lector aquello tan sartreano de que “el infierno son los otros”, y cuando se trata de familia, acaso lo único que no podemos elegir libremente en la vida, ese infierno puede ser vasto e interminable.
      En estos ejercicios de memoria, en estas vidas zarandeadas hay también, no podía ser de otra forma, lirismo, poesía, voluntad de escoger la palabra justa por muy violento o desagradable que pueda ser el recuerdo que se evoque. Podríamos decir que ahí se ve la sombra del poeta, pero es mucho más justo decir que es ahí donde se ve al escritor con mayúsculas, al que es capaz de resucitar una melodía, una película, la imagen de un hombre sentado en un zaguán, una pulsión oculta, un recuerdo doloroso, una conciencia atormentada, la sombra de una muerte o de una injusticia.
Desgranar aquí la temática de algunos de estos relatos sería como traicionar una confidencia, como violar un secreto guardado durante generaciones, por eso debe ser el lector quien acepte la invitación de Ramón Bascuñana, para ver hasta dónde llegan la tristeza o la soledad, o las alegrías perdidas, o las lecciones de vida, que también las hay, porque en muchos relatos alcanzará un alto nivel de empatía con sus protagonistas. Si acaso, me atrevo a recomendarles dos, ‘El día que me enamoré de Natalia Ivanoff’, y el que cierra el volumen, ‘Tercamente aprendiendo a no sentirnos solos’, con un más que evidente mensaje final basado en los versos de Jaime Gil de Biedma. Dos lujos como los diecisiete cuentos restantes.
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HISTORIA DE UNA TIENDA

5/4/2019

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​AMY LEVY. HISTORIA DE UNA TIENDA
(Chamán, Albacete, 2019)
por ANTONIO AGUILAR RODRÍGUEZ
​        Historia de una tienda desarrolla la vida de las hermanas Lorimer, Gertrude, Phyllis, Lucy y Fanny, a lo largo de dos años cruciales en su juventud. Una obra entretenida y coral, por momentos, que nos invita a especulación sobre su futuro y sobre si el argumento, llegados a las últimas páginas, nos sorprenderá o, por el contrario, no logrará hacerlo.
Quizá, como con muchos artistas de muerte prematura, con Amy Levy (Clapham, 1861- Londres, 1889) nos quedamos con la incertidumbre de qué podría haber llegado a ser de no haberse suicidado a los 27 años. De ella dijo Oscar Wilde que era una escritora deslumbrante e inteligente. La primera mujer estudiante de lenguas antiguas y modernas en el Newnham College de la Universidad de Cambridge. Escritora prematura, ya a los trece años publica algunos textos, poeta, lesbiana y judía en la Inglaterra de finales del XIX y catalogada en la órbita de las new women writer, que apunta hacia un espíritu transgresor. En este caso, como en otros, la proyección que hacemos de su figura es deformadoramente halagüeña, pero siempre nos quedará la duda de cuál fue su realidad.
      Historia de una tienda no es una novela transgresora, es una novela costumbrista con una serie de momentos acertados que la convierten en una novela moderna, no obstante. La propia Amy Levy, que parece inmiscuirse decidida y sutilmente en la ficción a través de la voz narrativa, con varios guiños a lo largo del texto, como en la página 83 cuando afirma «en la mañana de marzo de la que escribo» o hacia el final donde afirma «la última vez que pasé por delante de los apartamentos (donde vivieron durante ese lapsus de tiempo de dos años las hermanas Lorimer)», se identifica con Gertrude, pero Gertry no abandera un movimiento de identidad feminista, sino de supervivencia. Tras la situación sobrevenida por la muerte del padre, encontramos la primera decisión que le confiere a esta novela su modernidad, al no plegarse a las convenciones, a lo previsible frente al mundo de lo imprevisible, que es obviamente la determinación de montar un estudio de fotografía, con el sesgo, además, de modernidad que tenía. Dos mundos chocan con ese despliegue de personajes que convierte la obra, por momentos, en una obra coral, unos como aliados del convencionalismo, como esa tía Caroline, que reprende y que anhela continuamente ver casadas a sus sobrinas, y esos personajes, no ya tanto artistas sino diletantes con ínfulas de artisteo, que circulan por los salones de la época y que tienen como punto de unión el humilde estudio fotográfico que regentan las hermanas Lorimer: Frank Jermyn, Darrell, Lord Watergate o Marsh, catalizarán con cierto acomodo a los gustos victorianos los deseos de cada una de las habitantes del precario apartamento donde viven.
​        La configuración de este mundo de apariencias es otro de los rasgos de modernidad de la novela. En una novela tendente a la sencillez, limpia, con una estructura clara, donde todo apunto al blanco, también en el hilo narrativo y en los distintos aspectos de la trama, sin embargo, se nos ofrece una escala de grises interesante que la saca de los extremos maniqueos.
        Sería fácil especular con la posibilidad de que Historia de una tienda fuera un juego del traductor Gonzalo Gómez Montoro, ya que acomete la traducción con un lenguaje fluido y fresco, sospechosamente moderno, aunque el trabajo de Gonzalo es concienzudo, tal y como él expresa en distintos medios, un proyecto personal, no por encargo, en el que ha centrado su trabajo durante un casi un año. Además, jugando con esta posibilidad, hay que destacar lo oportuno del momento histórico, ya que la novela apareció próxima a las reivindicaciones del 8-M y en el año en el que se cumple 130 años de la muerte de la autora, fecha azarosa esta de 2019, pero que puede situar a la novela en un lugar oportuno que resalte la figura de Amy Levy, aunque con el peligro de que su figura, evidentemente interesante como destaca el propio traductor en un artículo para el diario Público (https://blogs.publico.es/dominiopublico/28034/amy-levy-feminista-desconocida/), eclipsara a su obra.
      Concluyendo, podríamos decir que Historia de una tienda es una novela rescatada de la arqueología para la literatura, el resultado del encuentro afortunado del traductor e impulsor de este proyecto, Gonzalo Gómez Montoro y de la editorial Chamán, una editorial independiente que da el cariño y el respeto a esta obra convirtiendo su publicación en un hecho singular. Esta novela, que más que avanzar argumentalmente nos muestra cómo la vida de los personajes, y no siempre con sutileza, se erosiona, se sitúa en una atmósfera costumbrista pero con cierta modernidad que la convierte en una novela divertida e interesante para el lector del siglo XXI, gracias a su agilidad y a su liviandad, en el mejor de los sentidos, porque no juega a ser otra cosa que lo que es, un hallazgo de buena literatura, que si no llega a la altura de escritoras posteriores como Willa Cather, por ejemplo, con la que comparte algunas similitudes transoceánicas, no nos deja en ningún momento la sensación de que hayamos perdido el tiempo con su lectura, al contrario, nos deja la felicidad de haber participado en su descubrimiento.
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ANIMAL FABULOSO

7/10/2018

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JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ. ANIMAL FABULOSO
(Chamán, Albacete, 2018)
por ALBERTO CHESSA


 FRAGMENTOS DE UN ANIMAL FABULOSAMENTE POCO ACELERADO

         Venía José Óscar López de una búsqueda asfixiante del yo, de un yo.
         Una búsqueda dantesca por un infierno dividido no «en círculos sino en rotondas», hasta acaso ser «al fin nadie».
         Vigilia del asesino, lo llamó.
        Ahora, para este Animal fabuloso, no abandona sino que expande un tipo de composición arborescente, muy suya, muy él, capaz de dejar sitio en sí misma para lo uno y lo contrario, el sí y el no, la afirmación categórica seguida del verso que viene a refutarla, la lidia incluso a veces en el mismo verso.
         Hay un eco whitmaniano en esa red abarcadora que lanza el poeta para atraparlo todo, todos.
       Animal fabuloso amplía, como digo, ese universo rítmico, imaginativo, en absoluto amilanado, con arrestos para plantarle cara a cualquier motivo o cualquier urdimbre, al que José Óscar López lleva años invitándonos a reformular con él, hasta el punto de que él mismo lo reformula sin parar, empezando por ese salto sin pértiga que da continuamente de la prosa al verso y del verso a la prosa.
          Fragmentos de un mundo acelerado, ha llamado a lo último de esto último.
        Si hay un polvo de estrellas que pone perdidas ambas galaxias (perdidas para bien), es esa capacidad suya para perturbar, desconcertar, irritar a veces al lector.
          También para hacerlo sonreír, pues no deja de haber un humor sardónico bien llevado y mejor traído.
          Y más cosas, claro: la casa, el cuerpo (¿no son lo mismo?), de nuevo la identidad.
         Y oriente, y la fantasía, y las leyendas, y los mitos («partidario de todas las mitologías», se confiesa), la heroicidad desencantada, el desencanto heroico, las distopías, la siesta, la música, la cacofonía, el ritmo de una respiración atonal, serial, dodecafónica (pase usted, señor Ashbery).
        Así las cosas, a mí desde luego no me extraña reencontrarme en estos 49 poemas de Animal fabuloso con esa simbología personalísima de José Óscar López, que parece parirse a sí misma en tanto que se persigue a sí misma, como el «germen de todo movimiento», como esas «bestias pavorosas» que asoman ya en el primer poema del conjunto (y el animalario no dejará de engordar).
         Vuelve a haber una revisitación del sujeto (el yo) romántico, como también vuelve a haber una voz mistérica, oscura, afecta a la revelación de un secreto no decible: José Óscar tiene algo de hierofante, de mistagogo, «con la sintaxis loca de los poseídos», esa sintaxis que le impone un tempo sincopado, una tensión verbal de jadeo constante, sin exhalación final.
        Los poemas más oceánicos se componen, piensa uno, de sentencias truncas, de pensamientos de vuelo largo, pero sesgados a la fuerza, sojuzgados en la medida en que todo al cabo se pone o está puesto en entredicho.
         No hay lugar (no ha lugar) para las grandes verdades que, precisamente por su rotundidad, devienen prementiras.
         Es decir: Animal fabuloso es un libro de estos tiempos, de esta vida de hoy que «descree de los milagros».
         De ahí también el sincretismo que maneja el poeta y la propia condición fragmentaria de esta poética que se desliza «entre los hielos no quebrados, los fragmentos».
         No sorprende que todo lo anterior desagüe en un juego de contrarios, de espejos, de contrariedades (en esto López es barroco «por voluntad y por destino», que decía Villamediana).
        Un juego este que se viene a quintaesenciar en esa cita traída de Lu Ji: «Llamando a la puerta del silencio para que responda el sonido».
         Estamos, pues, ante una poesía de indagación, de conocimiento, de reconocimiento, pero sin regodeo en sí misma, sin gustarse demasiado, sin miedo a parecer discípula, no maestra; lo que no obsta para que desgrane no poca sabiduría, sobre todo en esas estancias orientalizantes que tienen el inmenso buen gusto de ahorrarnos el pastiche del haiku.
        Estamos, pues, también, ante un libro plural, polifónico, libérrimo; escrito, claro está, desde la postvanguardia, y no es que haga méritos para ser así considerado: es que José Óscar López ha asimilado muy bien unos cuantos ismos, que articula con una naturalidad pasmosa, abracadabrante (apenas eso).
         De hecho, tengo para mí que la belleza que invoca el poeta está «muy enfadada» porque es la misma que otro sentó antes en sus rodillas y, tras hallarla amarga, la injurió.
         Animal fabuloso, sí.
         Lo es.
         Este libro lo es.
         Ambas cosas.
         Y hasta aquí por hoy.
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CON TODO ESTE RUIDO DE FONDO O EL IMPERIO DE LAS LUCIÉRNAGAS

7/3/2018

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VICENTE VELASCO. CON TODO ESTE RUIDO DE FONDO O EL IMPERIO DE LAS LUCIÉRNAGAS
(Chamán, Albacete, 2018)

por CARMEN PIQUERAS

Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Naves de guerra ardiendo más allá de Orión. He visto rayos-c resplandecer en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.
 
Ridley Scott
Blade Runner

        Leo el primer poema del libro que tengo entre las manos y, de inmediato, en mi cabeza surgen dos visiones que son, en realidad, la misma: el cuadro de Hopper, Nigthhawks, donde en la barra de un bar triste aparece sentado —y esta es la segunda imagen— un detective sin fe, un cazador jubilado, el blade runner Vicente “Deckard” Velasco, una suerte de antihéroe que, como mandan los cánones, envuelto en su gabardina, bebe whisky, fuma y, sobre todo, observa.
        Fuera llueve sobre una ciudad tan oscura, confusa y moralmente ambigua como un poema noir, una lluvia ácida que moja las páginas de este libro y cala al lector hasta los huesos. Observador y lluvia persistente, personajes en un paisaje que exuda contaminación, pérdida de identidad, de tiempo, de reconocimiento…
         Observa el poeta al relojero que descuartiza el tiempo, ese hacedor de tragedias. Y el tiempo se representa como un todo, no hay devenir; en la memoria del poeta coexiste el fulgor de la infancia con la vacuidad del presente y la imposibilidad del futuro, reflexiona sobre lo que supone para nosotros la memoria y la certeza de la muerte y construye el andamiaje del libro sobre tres pilares: la historia del ser humano, el arte, en este caso la Literatura, y el símbolo o la escatología (bajo sus dos acepciones); y por debajo, o por encima, o alrededor un ruido de fondo que imagino como el que emite una televisión sin señal de antena, actuando como opiáceo que adormece cualquier atisbo de rebelión, con la cooperación inestimable de la presencia del dios de neón: la inmensa pantalla publicitaria que sirve de guía espiritual a la humanidad desorientada que somos y nos conduce en el acceso al mundo de los verdaderos hombres que proclama una sombría colmena iluminada por inquietantes [luciérnagas] en eterno vuelo. (1)
        Hago aquí mía una reflexión de Fernando Savater sobre Blade Runner que me viene como anillo al dedo para hablarles de Con todo este ruido de fondo o el imperio de las luciérnagas; ambas, como tantas obras universales, presididas por el tema del tiempo y el olvido. “La Ciudad del futuro se muestra ya vieja, gastada, pasada (incluso pasada por agua). A los replicantes se les inventa la falsa memoria de un pasado que nunca existió (pero ¿ha existido alguna vez lo pasado?): esa memoria sirve para identificarles en la ilusión y denunciarles en la realidad. En la Ciudad siempre es de noche, hora de sombras y luces chillonas más allá del crepúsculo. El detective afronta su último caso, vuelve hacia la tarea pasada que abandonó y la reemprende por última vez. Los replicantes [“más humanos que los humanos” reza el subtítulo, en los que nos vemos tan reconocidos] vuelven a su origen en busca de su creador, obsesionados por el breve plazo de tiempo que éste les ha concedido. Quieren más tiempo, quieren todo el tiempo, quieren que el tiempo no pase por ellos. Al líder de los replicantes se le va acabando el plazo concedido antes de lograr concluir la misión que se ha encomendado a sí mismo (rescatarse del tiempo). Finalmente sólo el amor (y al final desvelaré cual es el que mueve a Vicente) se revela como capaz de un presente que no necesita pasado y se desentiende del futuro, fragilidad sin excusa y por ello mismo invulnerable. (2)
        Y dónde hallar refugio, hacia dónde dirigirá el poeta sus pasos para guarecerse de tal calamidad, esa retaguardia donde disponer de un lapso que le permita establecer la estrategia de su batalla por recuperar tiempo y sombras amadas sino hacia la significativa dirección del Callejón del Destierro donde un rótulo desvencijado que indica Librería lo invita a penetrar como quien, aunque sea en un sueño, regresa a sí mismo. Y en ese gueto de olor antiguo, humedad y tinta seca permanecerá hasta el amanecer cuando con el cuerpo dolorido y la mente totalmente despierta, deje de mirar y vea realmente; donde el poder salvífico, la virtud de un libro le ayude a admitir la posibilidad de que Aún hay héroes, (y para el autor ese héroe es, ojo, un niño) que saben aceptar su suerte aunque todo en la vida sólo dure lo que un instante de soledad con un libro.
         Y, sin embargo, más adelante, nuestro agotado investigador es tentado de nuevo por la advertencia del Ministerio (de cuál es indiferente, su sola mención ya hace que nos recorra un escalofrío):
 
No acumules libros
en las estanterías, no los pierdas bajo la almohada,
y no releas nunca más ni Fausto ni Macbeth.
Nunca más.
No recomiendes aquel título, no hables de aquel autor,
aléjate de todos aquellos que lo hagan. Nada de esto
te conviene.
 
         A cambio de ello, la felicidad. La felicidad del vacío.
         Sin embargo, como afirmaba Ray Bradbury, maestro de la distopía, con sus relatos no pretendía anticipar el futuro sino más bien evitarlo y, así, Vicente denuncia un presente que, como anteriormente afirmé, abarca el tiempo todo, con la clarividencia que, al contrario del chamán corriente, se adquiere al despertar. Ciertamente no es una visión alegre, nada prometedora en realidad, produce pavor, ganas de abandonar y, con todo, el poeta reza:
 
por perder la amnesia y poder vocalizar
los nombres de todas las cosas, el hambre,
los infanticidas, los genocidios, los guetos,
vejaciones, los miedos, los infaustos oráculos
que son la verdad de nuestra especie.
          Quiere nombrar para dar la voz a los olvidados, para despertar y despertarnos.
          El observador entra en acción cuando el dios le amenaza:
 
O la muerte te alcanzará con los pulmones
repletos de nieve y la boca rebosante de luz.
con los ojos totalmente abiertos como un libro.
 
        Amenaza que en lugar de amedrentar es la promesa de una redención, el lugar de la esperanza y la señal para la insurrección porque, aunque un dios loco habite entre nosotros, nos ofrezca la flor del loto y un cielo de vacuidad, qué empresa, qué desafío, qué lucha no emprenderá un poeta —y cada uno de nosotros, si aún nos queda algo de esa inmensa humanidad replicante— que dedica su libro, y aquí queda desvelada esa fragilidad sin excusa y por tanto invulnerable a la que me referí antes, a Dante, su amor, su fortaleza, la memoria de su sangre, su pequeño hijo.
 
 
 
————--
 
(1) Visiones del futuro. Guzmán Ullero, TheCult.es.
(2) Blade Runner, Cuadernos ínfimos, Tusquets, 1988.
 
 
 

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EXHUMACIÓN DE LA FÁBULA

19/1/2017

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JAVIER BELLO. EXHUMACIÓN DE LA FÁBULA
(Chamán, Albacete, 2016)

por NATALIA CARBAJOSA

          Recoge esta exhaustiva antología una selección de libros del poeta chileno Javier Bello (1972) que abarca su amplia producción desde 1997 hasta 2015. El excelente prólogo de Antonia Torres Agüero es fundamental para que, quien se adentre por primera vez en este corpus complejo y excesivo, muy apropiadamente titulado Exhumación de la fábula, pueda completar con éxito su personal mapa de lectura. En efecto, el autor, obsesionado por el relato colectivo de la civilización, en el que sin embargo inserta su propia biografía, siempre desde un hermetismo abismado y colmatado de imágenes surrealistas (no descubrimos nada si reconocemos la tradición surrealista de la poesía chilena), realiza una verdadera labor de desenterramiento o desescombro. A partir del exceso de la vida contemporánea, recupera así los fragmentos en apariencia inconexos de la palabra poética, aun cuando sucesivas capas de basura se le hayan quedado adheridas y nos la devuelvan casi irreconocible. Como un Orfeo postmoderno, Bello recorre de este modo el camino del “no ser” al “(quizá) ser” («Las cosas no deberían existir / pero están puestas donde las vemos para espantar el fulgor del vacío») cargado de la duda existencial que pone en tela de juicio hasta la posibilidad del lenguaje para comunicar; duda o no, la poesía aflora, desborda los límites del poema mismo y nos recuerda, en su decir no menos que en sus referentes, las coordenadas históricas y culturales de las que parte. Aunque no fueron escritas para ello, las palabras del filósofo José Luis Pardo convienen a la poesía de Bello:
 
          El escritor o pintor de la vida moderna es, en el retrato que Benjamin hace de Baudelaire, el que convierte en una profesión el rebuscar entre la basura hasta encontrar esos residuos de sensibilidad —y de entendimiento— que la sociedad ha ido desechando precisamente para funcionar mejor, para profundizar en el modo empobrecido de vivir en medio de la opulencia tecnológica. […] Al ponerlos a disposición de sus semejantes, el escritor no está contribuyendo al mejor funcionamiento social sino, al contrario, devolviendo a la vida esos pedruscos que obstaculizan el movimiento de la máquina. Pero esos hallazgos constituyen la única forma de riqueza […] que, como un anacrónico cuerno de la abundancia, puede compensar el empobrecimiento de la vida moderna y señalar un límite irrebasable a la lógica de la eficacia y la rentabilidad. Y es dudoso que podamos existir dignamente allí donde ese límite ha sido sobrepasado.

          Hay en el maremágnum de la poesía de Bello imágenes recurrentes, como el caballo nerudiano, y piruetas sintácticas inequívocamente vallejianas: «Esta tarde llovía como nunca. No era precisamente un invertebrado...». Sin embargo, destaca entre todas una imagen, presente tanto en versos como en títulos de libros, que de nuevo actualiza el mito de Orfeo. Es la imagen del durmiente o el semidurmiente, el habitante del estado de vigilia, el poblador del entresueño. Bello utiliza este concepto para acotar a la vez un tiempo y un espacio, lo mismo que hace con otras representaciones subsidiarias de la misma (las jaulas, la nocturnidad, una estación, un albergue, el espejismo, la sombra). Libro a libro, y sin apearse casi nunca del estilo enunciativo, a modo de acumulativa letanía que a veces pareciera compendio de oníricos salmos, penetra en ese espacio intermedio —ni vida ni muerte, ni dentro ni fuera—, saturado y claustrofóbico, desde donde interpelarse a sí mismo, a la divinidad y al mundo, con la conciencia de que hoy no es posible ubicarse en ningún otro plano para poder decir desde la poesía.
En ocasiones, el verso de Bello, rebuscando en las sombras, entre lo que está enterrado y/o cerca del no existir, se aproxima al límite de la indecibilidad del que hablara María Zambrano, en oblicua pero certera rememoración de San Juan de la Cruz:
 
No soy, no estoy, no voy, de silencio a silencio.
Soy yo, no voy, no estoy, me he visto, no me acuerdo.
Soy yo, no soy, no voy, mitad y balbuceo.
 
          En el mismo poema, particularmente esclarecedor dentro de su hermetismo, se nos brinda una definición impagable de aquello que, de hecho, hace del oficio de poeta una labor de restaurador o recuperador allí donde apenas queda ya memoria: «un poema es un cardo que en cada espina tiene escrito recuerda, recuerda, recuerda».
          La poesía comienza siendo para Bello una tarea ineludible, aun por encima de la propia volición («Yo nunca he querido responder a las preguntas del sueño»). Pronto, no obstante, se convierte en explícita voluntad: «Quiero palabras grandes como cenizas grandes […] Las dejaré beber junto a los animales que viven en mis manos». Al ponerse manos a la obra, identifica las trampas de su yo escindido («La personalidad construye su casa de papel, su cajita de naipes») a la vez que reconoce el magro equipamiento espiritual del que todo poeta contemporáneo dispone para lograr su propósito:
 
Amo todavía mis cantos, el polvo de mis venas,
mis instrucciones para arder en el vocablo del sábado,
pero no he comido con ellos, su fe me ha abandonado…

          Ese “amo todavía” introduce un matiz de urgencia en tan desasistida tarea: «Lo cierto es que los dioses no debieron dejarse ver, menos de noche…». Más que una anti-poesía, lo que Bello practica y reclama es una anti-trascendencia que constituye la única e inestable plataforma desde donde poetizar hoy. El poeta se convierte así en una especie de mendigo buñueliano que confunde ángeles, dioses y demonios; que se lleva a casa las imágenes a duras penas levantadas del desescombro («Detrás del pensamiento hay un palo quebrado»):
 
          El excesivo equipaje no deja caminar a la sombra. El vagabundo visita la provincia otoñal, el silabario de tiza de las cantinas donde aprenden a leer los fantasmas. La sombra, por supuesto, es esta voz.
 
          El resultado es el «poema sin luz sobre la luz del oro», la pregunta infinita sin respuestas («dónde está la oreja noche. dónde está la noche oír y no temer»), la muerte como débil promesa de regeneración («Dudas en primavera: / o educar a los bosques o cortarse la lengua»), la búsqueda escéptica y al mismo tiempo (des)esperanzada en las narrativas que nos han precedido: Lezama Lima, Kafka, Pollock, Caravaggio, un judaísmo remoto. Darle la vuelta al vacío para recuperar el “síndrome de Dios”, siempre desde la perspectiva de aquellos a quienes ya no les es dado creer siquiera en la trascendencia de la poesía.
          En el prólogo a la antología, Torres Agüero destaca la intensa personalidad literaria de Javier Bello con la poesía como eje central de su existencia, hasta el punto de que esta última se erige como y funda una personalísima cosmogonía que es a un tiempo, añadiría yo, negación de toda cosmogonía. Ello se advierte sin duda en la lectura de Exhumación de la fábula. Poesía no para redescubrir los planos olvidados que llevan de vuelta al paraíso, sino para leer, en los huesos pulverizados, lo que ya no es memoria, ni acaso (o sí) balbuceo. ¿Principio de algo? La respuesta la tienen las preguntas.
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ROCINANTE

3/1/2017

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ALFRED CORN. ROCINANTE
(Chamán, Albacete, 2016)
[Traducción: Guillermo Arreola]

por NATALIA CARBAJOSA

          Constituye esta antología la carta de presentación del poeta estadounidense Alfred Corn (1943) en España. He aquí, pues, una oportunidad para descubrir a un poeta que, al menos en la breve selección presentada, parece moverse con facilidad entre las eternas paradojas de la poesía, al menos tal y como las manejamos a partir de las tradiciones literarias de los siglos XIX, XX y lo que llevamos del presente siglo. La primera de ellas la encontramos en el poema largo que abre la serie, ‘Diario de Oregón’, del libro All Roads at Once (1976). Fiel a su interés por el verso y la rima, Corn subrayará expresamente en un poema posterior la preeminencia de la forma (form) sobre el contenido (meaning). Sin embargo, la precisión cuasi-científica con la que describe los elementos de la realidad física sobre la que se construye ‘Diario de Oregón’ y los poemas posteriores delata, muy elocuentemente, el esmero concedido al segundo término de la ecuación forma/contenido:
[…] Vacante de agua,
el pie del arrecife era un seco paisaje marino
de anémonas verdes y un banco de mejillones azul acero
crujiendo en el dolorido torrente del aire.

          El poema avanza cuidadosamente trabado alrededor de ese mundo natural, descrito con detalle, en el que se cuela como de manera casual el razonamiento y las vicisitudes humanas que le son indiferentes a dicho mundo. Así:
Recogiste una concha de mejillón vacía, pareada aún,
y me ofreciste la mitad, una vieja y deslucida cucharilla,
su diminuta concavidad perlada de grisáceos arco iris.
Algo en tu semblante o en la tenue luz
me dice que no siempre estaremos juntos.

          Sutileza en la densidad nominativa: de este modo se abordan la fugacidad del tiempo y las pérdidas de la vida. Y ahí comienza la segunda paradoja, ya que en los versos de Corn, a quien el propio Harold Bloom ha declarado heredero de la tradición romántica norteamericana, aflora el (también típicamente norteamericano) anti-romanticismo de William Carlos Williams. Esto es, el “no ideas but in things” que evita a toda costa separarse de la precisión de los significantes por perseguir una abstracción o trascendencia sin más, y que le hace proferir a Corn, en medio de un cementerio, que «los pensamientos eran cigarras», anclando de nuevo cualquier tentación metafísica al orden de la naturaleza.
          La tercera paradoja realiza el movimiento opuesto: seguimos en ‘Diario de Oregón’, segunda parte. Corn parafrasea y niega el adagio del gran Wordsworth, referente imprescindible del romanticismo occidental, sobre que la poesía son «emociones rememoradas desde la tranquilidad». Concretamente, escribe, refiriéndose a las olas (de nuevo el mundo natural se impone a la psique humana) antes que a las emociones: «Not recollected in tranquillity». Y he aquí que, en el poema ‘Eclipse en la habitación de un hotel’, del libro A Call in the Midst of the Crowd (1978), Corn aborda, precisamente con esa serena remembranza que niega en la composición anterior, la pérdida de la madre, demasiado temprana hasta para el acto de recordar. En esta ocasión, la ausencia de un pathos subrayado (ausencia elocuente en sí misma), la marca sobre todo ese sereno “casi” recordar que, por fuerza, ha de ser posterior a la emoción misma; emoción doblemente dolorosa de devolver al instante presente, dado que el poeta era demasiado pequeño, en el momento de la muerte de su madre, como para haberla sentido:
Un raro esplendor, como el de una vela,
se acopla a la tensión y al parpadeo de la memoria,
pequeña incandescencia, halo nocturno.
Surge como un regalo, un don de clarividencia
con el poder de trasladarnos, protegidos,
a casas perdidas, cuartos prohibidos
en donde está ella, inmóvil. Pero no puede ser
la memoria. Nada recuerdo. Ausencia.

          Aún continúa el capítulo de las paradojas, que para eso es el poeta un fingidor. Una vez más, en ‘Diario de Oregón’, poema que recomiendo leer muy despacio por la proliferación de señales o balizas que emite a cada paso, el autor afirma que «[T]he best themes / are the most moving ones». El traductor aquí ha optado por la segunda acepción de “moving”, opción perfectamente justificable: «Los mejores temas: los que conmueven». Sin embargo, al leerlo, a mí me ha saltado a la mente el sentido primero y literal del término: el movimiento antes que la emoción, a no ser que ambos se conciban como una sola cosa, que también puede ser. Pero son ya muchas y muy variadas las pistas que Corn aporta acerca de su relación con la presencia de las emociones en la poesía, antes deudora de un hábitat mayor que ellas que de la mente humana concebida como el centro de todas las cosas. Y relaciono mi deducción con la tercera parte de otro poema largo, ‘El adversario’, de nuevo del libro mencionado A Call in the Midst of the Crowd. En dicho poema, el “yo” que escribe se desdobla y hasta antagoniza consigo mismo en pos de la verdad poética, que no es otra que el movimiento mismo:
Si esto fuera reposo, no habría queja; pero
algo aguijonea, una gota de ácido
en la fórmula. Las frías colinas
nos esperan, la primavera llega con fuerza.
Nada ha quedado sino el deseo de decir la verdad,
suscitado por una autoridad en descrédito.
           Ese deseo de decir la verdad poética, siempre sujeto a la volubilidad humana («una autoridad en descrédito»), parece apropiado para este “verse” desde dentro y fuera a la vez; una especie de doble a la manera de Poe que, no sin cierta ambivalencia, contribuye al propósito supremo de toda poesía, a saber, aprender a poner la vida en las palabras:
Quise llevar vida a mis labios como
si fuera agua pura —y tu mano intercede.

          El segundo poema de All Roads at Once, ‘Porcelanas chinas en el Metropolitan’, recuerda inevitablemente, aunque en ningún momento se mencione, la ‘Oda a una urna griega’ de Keats. Si en la oda de Keats cada estrofa es un apóstrofe al artista anónimo, a los personajes de la urna o a las fuerzas de ese tiempo escindido entre el discurrir lineal y la eternidad fijada por el arte, las estrofas (de la segunda a la quinta) de Corn avanzan en pura concentración ecfrástica, y sólo indirectamente aludiendo al ejecutor:
[…] Retrocedí
hacia un jarrón color verde claro:
semejante a una pera o una lágrima perfecta.
Parecía alzarse contra su peso, sólido
ímpetu, reflejando el delicado movimiento
del torno con que el alfarero recubría un quieto zumbido
en el ascendido giro de la forma.
          Corn reserva las estrofas inicial y la final para reflexionar con más detenimiento sobre las percepciones de quien mira. En la primera, saca a relucir (al modo romántico, sí), la anamnesis platónica que ubica al hombre, ante la contemplación de la belleza, frente al continuum de la civilización a la que pertenece: «Y por vez primera las observé, […] Mi estado primigenio, mis intuiciones, —de qué Fuente— / redimidos…»; mientras que en la última dirige el apóstrofe a sí mismo y rescata el viejo asunto del tiempo como un agente doble (Kronos y Kairós) suscitado por dicha contemplación: «te has encontrado con el pasado y es / el presente». Es el cortocircuito temporal, producido por toda experiencia estética de altura, el que Corn transforma en el poema en un hilo conductor que igualmente viaja desde la tradición ecfrástica (Homero antes que Keats) hasta un “yo” poético contemporáneo, distinto de los otros en sus presupuestos y enfoque, a la vez que deudor de una misma agua.
         Estos cuatro poemas que abren el volumen suponen en sí mismos un compendio del complejo y rico universo poético de Corn, lo que no significa, ni mucho menos, que el resto de poemas de la antología carezca de interés. Merece la pena leer en voz alta, en inglés y en español, la breve pieza rimada que lleva por título ‘Noviembre se deshoja’, traducida por Manuel Ulacia, así como ‘La luz azul’, poema escrito directamente en español y a continuación traducido al inglés por el propio autor. Dentro de la variedad de temas que componen estos poemas, destaca asimismo un homenaje a Basho que, a modo de máxima, vuelve a poner de manifiesto la necesidad de nombrar desde la palabra precisa e insustituible: «los poemas traducen el mundo». El de Alfred Corn, sin duda, participa de ello, y de todas las maneras aludidas. Por si quedara alguna duda, la antología se cierra con otro homenaje, esta vez a Rubén Darío, en el que se nos da una particular versión, imbricada en la existencia, del oficio de nombrar: «la vida quiere ser / su nombre: / árbol, caballo, sueño, amanecer / y el hombre».

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    LA BIBLIOTE
    CA DE ALONSO QUIJANO

    El Coloquio de los Perros.
    Revista de Literatura.
    ISSN 1578-0856

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    NUESTRA ORILLA SALVAJE [Rosario Troncoso]
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    [Javier Moreno]

    OCHO CENTÍMETROS
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    OTRO CASO DE INSEGURIDAD [Patricia González López]
    PASANDO A LIMPIO
    [Elena Trinidad Gómez]

    PERPLEJIDADES Y CERTEZAS [José Luis Zerón Huguet]
    PERSONAJES DE INVIERNO [Juana Vázquez]
    POETAS
    [Pejk Malinovski]

    PREFERIRÍA SER AMADA
    [Emily Dickinson]

    QUERIDA HIJA IMPERFECTA [Ana Pérez Cañamares]
    RAMBLA
    [Manuel Fabián Trigos Baena]

    RETALES
    [Jose A. Miranda / Paulo Díaz]

    SALTARÉ SOBRE EL FUEGO 
    [Wislawa Szymborska]

    SECUELAS
    ​[Cristóbal Domínguez Durán]
    SELFIES DE UN HOMBRE INVISIBLE
    [Joaquín Piqueras]

    SERES DE UN DÍA
    ​ [Antonio Luis Ginés]
    SI LLEGAMOS A ESO
    ​[Dorothea Tanning]
    SIEMPRE ES DEMASIADO
    [Maricruz Garrido]

    SÍLABAS TRABADAS
    ​ [Enrique Cabezón]
    SOY COMO PUEDO [Joaquín Calderón]
    STARRING JUAN
    ​[J.S.T. Urruzola]
    SUMA BREVE [Miguel Catalán]
    TAN CERCA DE NINGÚN LUGAR
    [Alberto Cubero & José Luis de la Fuente]

    TIEMPOS RECIOS
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    TIPOS DE AGUA. EL CAMINO DE SANTIAGO
    [Anne Carson]

    TOCANDO LEJOS
    [Inma Villanueva Ayala]

    TODAS LAS FAMILIAS INFELICES [Ramón Bascuñana]
    TRAS EL ORO DEL RIN. LA IMAGEN DE ALEMANIA EN LOS VIAJEROS ESPAÑOLES (1842-1920)
    ​[José Manuel Valle Porras]
    TUS PASOS EN LA ESCALERA [Antonio Muñoz Molina]
    UN ANDAR SOLITARIO ENTRE LA GENTE
    ​[Antonio Muñoz Molina]
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