LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
MIGUEL CATALÁN. LA ALIANZA DEL TRONO Y EL ALTAR (Verbum, Madrid, 2019) por PEDRO GARCÍA CUETO Llega el último libro de Miguel Catalán, perteneciente a su Seudología, con el número X, este esfuerzo del filósofo valenciano de hacer una crítica y a la vez una investigación intensa sobre el poder y la mentira que encierra. Publicado de nuevo por Verbum, el libro es todo un estudio detallado sobre ese mundo de opresión que lleva el poder, manifestado desde la Iglesia y desde la Antigüedad. No hay espacio que no quede reflejado en este ensayo, son las aristas de un mundo donde se ha fabricado un Dios o varios dioses para tener al ser humano condicionado, para restringir su libertad, para dominarlo y que no piense por sí mismo. En este afán, toda religión es trampa, toda creencia es abuso, el ejemplo de Plutarco que nos habla del legislador que se adorna de todo lo fastuoso para hacer ver su inmenso poder. En este mundo de apariencias, el legislador sabe que todo es espejismo, vivimos hacia afuera y nunca hacia dentro, convirtiendo nuestra vida en un reflejo exterior, todo lo que nos seduce viene de esa apariencia de riqueza que hay en el mundo de la publicidad hoy día y en aquellos tiempos en esa demostración de lo fastuoso, de los oropeles que distinguen al rico del pobre. Pone múltiples ejemplos. A continuación cito el que tiene que ver con la teocracia egipcia: También el orden sagrado de la teocracia egipcia imponía la distancia hierática de la práctica del disimulo y el simulacro como formas de expresión orientadas hacia la masa campesina. (p. 75) Sin duda alguna, hay en todo ello un concepto clave, “la naturaleza divina”, que sustenta este poder omnímodo que supone el engaño al pueblo. Es a través de ese deseo de estar con los dioses o creer en un solo Dios todopoderoso como el pueblo se rinde al culto y a la adoración: La mejor forma de persuadir al pueblo para que obedezca al gobernante en todas sus decisiones, especialmente las más injustas, es la de hacerle creer que participa de la naturaleza divina. (p. 99) Se ha matado en nombre de Dios. Los antiguos veneraban a muchos dioses, los antiguos Césares se volvían extremadamente crueles haciendo mención de los dioses. La mitología está llena de violencia y barbarie. En el libro de Miguel Catalán podemos apreciar ese mundo de poder, de opresión que recorre todas las épocas y los estados, como dice también Catalán, en el poder de los jefes en la América precolombina. Estamos ante ese inmenso dominio de los que se creen superiores a los otros, alegando que son enviados por un Dios:
En la América precolombina, la conferencia privada del caudillo con el dios refuerza la jefatura única. (p. 110) También cita a Lutero, que condenó la rebelión campesina e instigó a los príncipes alemanes a la venganza contra ellos. Nadie se salva de esa locura del poder, nadie tiene excusa para abusar así del mismo, como también hizo Hitler presentándose a su pueblo como un redentor que venía a salvarles de los hebreos y de los que no pertenecían a la raza aria. Libro clarividente, de una importante investigación, refuerza ese afán de Miguel Catalán por escribir un largo tratado sobre la mentira y el poder. En este nuevo capítulo de su extenso conjunto de libros lo consigue con creces, libro necesario para conocer el mundo y para no dejarse llevar por las apariencias y la mentira que reside en el dominio de unos pocos, para no sentir que somos títeres de los gobernantes que cada día nos engañan con el lenguaje y las noticias falsas del pseudoperiodismo desinformativo.
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VICENTE CERVERA SALINAS. DE AURIGAS INMORTALES (Verbum, Madrid, 2018) por LAURA PEÑAFIEL Nunca el adjetivo contenido en el título de una obra supuso una profecía tan acertada de su destino. Inmortales son los aurigas que se pasean por el poemario de Cervera, inmortal parece que estará destinada a ser también aquella obra que su propio autor ve reeditarse 25 años después de que viera la luz por vez primera. Si el sentido último de una obra literaria es la permanencia en el tiempo, esta ya se ha proclamado vencedora de la primera de las batallas del devenir, reforzándose y volviéndose a erigir como vigente su mensaje tiempo después. Porque no nos encontramos aquí con la simple enumeración o exposición de referencias culturales. Cualquiera que conozca mínimamente la vasta formación de Vicente Cervera es consciente de que sería capaz de realizar un ejercicio semejante con una maestría indiscutible. La valía de su mensaje se extiende más allá. Los diversos emisores culturales, la ingente sucesión de referencias biográficas, los distintos movimientos artísticos identificados, quedan subsumidos en una voz poética de una intensidad y veracidad plenas, que nos recuerda que el poema no debe ser otra cosa que la expresión de una emoción singular y que, como reza Yeats en uno de los versos de la obra, el lector habrá de sentir que «sin su sangre, no podría conocer nunca el poema». Un auriga, concepto originado en la época romana, no era más que un conductor, un guía. La obra nos presenta así un total de 28 aurigas capaces de conducir a distintos poetas y filósofos de renombre internacional por los pasadizos y las tortuosas vías de sus emociones, hombres y mujeres que entablaron relaciones sentimentales de distinta naturaleza con los grandes escogidos del arte y la literatura y condicionaron con su carisma y su existencia la obra que hasta hoy ha pervivido. Si tenemos en cuenta esa otra denominación del término auriga, que designaba a los esclavos que sostenían la corona de laurel y repetían durante los triunfos romanos a los generales: “recuerda que eres solo un hombre”, estos aurigas conectarían igualmente con la dimensión más humana de los creadores, aquejados de las más bajas pasiones e incluso de las más míseras inclinaciones amatorias, emociones que no hacen otra cosa que transfigurar y convertir el mensaje contenido en un canto universal. El lector se enfrenta así a la posibilidad de realizar la lectura de las distintas voces poéticas limpias de condicionantes biográficos y de estatus literarios para llegar a empatizar con esa emoción íntima y en ocasiones desgarrada que logrará finalmente una conexión universal y humana en cuyo centro se proclama la verdadera grandeza de la obra. De esta forma, la primera de las tres partes en las que se estructura el poemario se denomina “Credos”. Porque el amor no puede alimentarse más que de fe, de creencia y porque en ocasiones el amor humano habrá de confrontarse con ese otro de naturaleza divina en algunas de las biografías que nos propone Cervera. En esta primera parte encontramos Los himnos a la noche de Novalis, que no serían lo que hasta nosotros ha llegado sin la temprana muerte de su amada, que redujo a la tragedia el mes de marzo y otorgó al concepto de la flor azul un nuevo y más profundo significado. Pero lo que en realidad brilla aquí magnánimo es el dolor de un hombre cuya pérdida del ser amado y la erosión de la enfermedad le han hecho «comprender la incorruptible facultad de la miseria». También en este momento del poemario nos sorprende un bellísimo poema salpicado de referencias bíblicas, donde se expone la relación sentimental que sacudiera a Hopkins; pero lo que leemos más allá de ese contexto es la súplica enternecida de perdón de un ser confundido que ansía confesión. Cesare Pavese da voz de cierre a la primera parte, haciendo evolucionar esos credos que estructuran los primeros poemas a la categoría antagónica de la experiencia, hasta concluir con esta sentencia dirigida a Tina: Me convirtieron a la duda. E ignoraba que hay razones que no admiten enseñanza, pues se viven o se olvidan con su solo aprendizaje. Como encerrando la pasión propia del enamoramiento, la inmaterialización a menudo de los amores referidos y las obras que alzándose inmortales no habrán de ser jamás «pasto de las llamas» se abre con este título la segunda parte, conformada esta vez por trece composiciones breves caracterizadas por la capacidad de condensación y de encerrar conceptos tan logrados como el que proclama ‘A Lou’, en el que bajo lo voz poética de Nietzsche se plantea una metáfora del verdadero y constante amor frente a aquel que resulta efímero y fugaz. La hojarasca es soberbia y engañosa porque en ella prende el fuego con violencia y con súbita bravura y con fruición. Mas pronto cede. Sólo a aquél resiste el tronco. Y en su sólida materia se habitúa persistente. Y las lenguas lo acarician contra el tiempo y su cuerpo les revela llama a llama la promesa y la amenaza de su amor. Otro ejercicio destacable de conceptismo ensalza la necesidad de dilatar el tiempo en el encuentro amoroso, hasta perfilar a golpe de cortas pinceladas toda una declaración de amor. Así, sentencia Joyce:
Un segundo no era todavía nada más que la emoción de un día —¡tan pequeña!—. Antes de conocerte no entendía el significado de los relojes de arena Tampoco Antonio Machado antes de conocer a su Leonor había contemplado el mundo en su absoluta plenitud. De esta forma, cuando la enfermedad y la muerte sumen en el dolor al poeta que no pudo al fin observar «el milagro de la primavera» que rogara en sus célebres versos, a su vez en el recuerdo del amor vivido logra la creación de la que solo es capaz el demiurgo, haciendo brotar «un nuevo día innominado». Y porque la expresión de la emoción supone siempre aliarse a los recuerdos, porque liberar aquello innominal que nos hizo amar hasta empaparnos supone al fin y al cabo desviar atrás nuestra mirada, este será precisamente el adverbio que da nombre a la última parte del poemario: “Atrás”. Epitafios y metáforas marinas la salpican para acabar cerrándose de forma simbólica y cohesionada, con esa voz vallejiana que enuncia el sentido último de la obra y nos propone trazar el camino inverso al devenir del tiempo, «navegar desde las olas hasta el río», ser siempre un cauce «sin dejar de ser atrás». Vicente Cervera ha logrado perfilar así los retratos de una serie de aurigas esenciales, que en su función orientativa, transformaron y condujeron la historia de la literatura y del pensamiento hasta hacer beber las obras que inspiraron del don de la inmortalidad. Una segunda oportunidad con esta nueva edición para ti, lector, no solo de deleitarte con las intrahistorias de los grandes escritores que una vez te apasionaron, sino también de convertirte en cauce, de incitarte a la osadía de desviar muy atrás tu mirada, para en ese ejercicio de memoria provocarte la emoción última del ser que se sabe humano, que se reconoce, que una vez también amó, también erró, y se supo conducido un tiempo por un auriga ya inmortal en su recuerdo. MIGUEL CATALÁN. MENTIRA Y PODER POLÍTICO (Verbum, Madrid, 2017) por ALEJANDRO HERMOSILLA Que vivimos en una democracia es una mentira repetida por todas partes y creída por una gran mayoría. Tanto como aquella otra que sugiere que los partidos (hi)progresistas llevan a cabo sus medidas políticas en base a una más justa idea del bien social que los partidos conservadores o que los políticos realizan constantes sacrificios por el bien de la población en su conjunto. Y por ello son tan necesarios pensadores que expliquen con rigurosidad y claridad la naturaleza del poder, como es el caso de Miguel Catalán, un filósofo que, discretamente y en silencio, está construyendo una obra que explora la naturaleza de las creencias falsas contemporáneas. Una meditada y muy elaborada Seudología —tendencia incontrolable a relatar hechos o historias que son producto de la fantasía y que llegan a ser creídas por quien las sufre— de la que apareció recientemente su séptima parte, dedicada a las falsedades del poder: Mentira y poder político. Un libro necesario para comprender el funcionamiento de la política y lograr pasar del estadio infantil o adolescente de la indignación al más adulto de la conciencia. La sabiduría. Ya que explica con orden y con rigurosidad, con la meticulosidad adecuada, por qué la política es el mundo de la mentira. Una batalla salvaje por el poder. Los mítines, una exaltación demagógica y los consensos, pactos entre elites para salvaguardar sus privilegios. Y lo hace con tanta exactitud, mezclando la historia y los datos objetivos con sus meditadas, centradas reflexiones que, ciertamente, deja en muy mal lugar a quien pueda creer ingenuamente en las bondades de la clase política o vuelva a votar con ilusión tras leer este tratado. Miguel Catalán lo deja claro. Un político, casi por definición, es un sátrapa. Lucha por sí mismo y los intereses de la clase a la que presenta. Es un maestro de marionetas. Alguien cuya fuerza radica en su capacidad de engañar y manipular. Deformar la realidad a la medida de sus intereses y ambición. Transformando víctimas en verdugos y verdugos en víctimas y problemas privados en sociales. De hecho, lo esencial para él es su círculo. La amalgama de pactos que debe hacer para sostener e incrementar su riqueza. Convertir en realidad el sueño de una vida sin trabajar. Succionando la sangre y sudor de los obreros gracias a su capacidad de retorcer el lenguaje y la fuerza amedrentadora de la que dispone gracias el poder. Algo que no ha variado con el paso de los siglos, como demuestra el fecundo análisis que realiza Miguel Catalán de diversas fases históricas, sino que más bien podría decirse que se ha ido perfeccionando y ocultando en la medida en la que a los gobernantes les han bastado la publicidad y los medios de comunicación para que los ciudadanos paguen sumisamente impuestos que, en muchos casos, no son sino una evolución de los famosos y obligatorios diezmos que debían ofrecer los siervos a los señores feudales durante la Edad Media. Un hecho que pone de manifiesto cómo la servidumbre voluntaria de la población vence a su deseo de libertad y justicia. Es realmente muy aleccionador y clarificador cómo Miguel Catalán muestra el verdadero rostro del Estado de derecho y cómo indaga en la violencia original que funda las naciones. Las armas, hechos cruentos, batallas que sostienen a esos Estados Monstruo cuyos representantes tienen siempre en la boca las palabras “paz”, “progreso” o “solidaridad” y no dudan en mentir para invadir territorios. Característica que el filósofo valenciano deja claro que no puede achacarse únicamente, con escasa capacidad de análisis y visión, a los Estados Unidos de Norteamérica, sino a prácticamente todo el aparato estatal de los países que hay y habrá sobre la tierra. Lo que hace aún más sorprendente el enorme engaño al que se encuentra sometida la población del que no desea despertar, ya bien sea por comodidad o bien por imposibilidad. O tal vez porque las elites y su lenguaje orwelliano la llevan manejando desde siglos y saben perfectamente dónde se encuentran los límites entre lo tolerable y lo intolerable para así evitar cualquier manifestación y proseguir creando ilusionismo social. Aunque a esta obra de arte de la falsedad también han contribuido diversos filósofos y analistas que no sólo han cuestionado el poder, sino que lo han justificado por razones más o menos peregrinas, cuyas teorías analiza con la agudeza acostumbrada este paciente orfebre del lenguaje.
En realidad, el libro de Manuel Catalán es una mezcla entre un artefacto divulgativo, un ensayo y un tratado de política. Un libro muy centrado que capta perfectamente el zeitgeist de nuestra época y, a pesar de su extensión, se lee y comprende con sencillez. Además, en lo que se refiere a su descripción histórica de la mentira política, su agudo diagnóstico del enmascaramiento cotidiano, roza la maestría. Tanto que no creo equivocarme al pensar que su Seudología será con el paso de las décadas una obra de referencia. Yo, al menos, me he quedado con ganas de leer los otros tomos que ha publicado hasta ahora y puedo imaginarla perfectamente en el futuro, ocupando un lugar preferente en la biblioteca de cualquier politólogo. Creo, de hecho, que en un mundo justo debería estar circulando por las manos de todas aquellas personas que piensan votar en las próximas elecciones sin haberse detenido a pensar por qué lo hacen y se encuentran dispuestos a defender la mentira oficial como si estuviera en juego su vida, sacrificando su libertad por su seguridad. Más que nada, porque la lectura de obras tan inspiradoras y enriquecedoras como ésta podría propiciar que los ciudadanos nos centráramos en lo esencial —modificar el sistema para asegurar la separación de poderes y el advenimiento de una democracia representativa— y no en lo accesorio: quién de los emperadores sostendrá el báculo en esta ocasión. Quién será capaz de mentir y convencer a más número de personas. SALVADOR GALÁN MOREU. LA PUNTUALIDAD DE HEINRICH BÖLL (Verbum, Madrid, 2016) por ELISA SERNA MARTÍNEZ POESÍA DE SUPERVIVENCIA EN LAS TRINCHERAS En las guerras más que en ninguna otra situación las fronteras se vuelven más visibles, y quizá por ello también más vulnerables. En La puntualidad de Heinrich Böll (Verbum, 2016) Salvador Galán Moreu revisa la historia de la Segunda Guerra Mundial y sus escombros, coloreando con sus versos las voces que se perfilan desde los márgenes. Le ha bastado con fijarse en la obra del premio nobel Alemán –con su desfile de personajes exiliados, excéntricos, al borde de la muerte– para confirmarnos que son las experiencias carnales las que traducen con mayor universalidad la historia de la humanidad. Las fronteras están para traspasarlas, claro está. Pero ¿qué ocurre en el espacio que se recorre para llegar del centro a las afueras, del bando propio al bando enemigo, de la moral de los afectos a la irracionalidad causada por el terror, y viceversa? En el poema “Los invadidos” (32) quedan reflejados los amantazgos de guerra, no como convenciones del amor cortés, sino como testimonios de la necesidad de afecto frente a la muerte acechante, “Seres no enamorados / pero invadidos por su propio amor” cuya excusa para acercarse el uno al otro no era otra que la propia supervivencia. En ese territorio de nadie y de cualquiera donde se negocia lo innegociable y se cuestionan la moral y la propia humanidad, se sientan a dialogar voces al límite, rescatadas a bordo de un poemario cuya estación de origen está en el pasado, pero que bien podría llegar con puntualidad al mundo actual. Se dice que la guerra es excusa suficiente para la evasión, para escaparse de la moral, de Dios, incluso de sí mismo. Al mismo tiempo, no es menos verdad que el propio deseo de subsistir –tan latente entre los soldados de guerra– pueda llevar al individuo a cometer los actos menos racionales y moralmente más desdeñables. En este contexto bélico en el que la amenaza de dolor y destrucción se equilibra con la búsqueda de placer y creatividad, la voz poética afirma: “La vida derramaba tanto como la muerte” (“Dresde” 31). Por ello también el adulterio es un acto justificable en tiempos de guerra: porque solo dos bandos conocemos y ella, tenga cincuenta o veinte años, sea rusa, polaca o alemana, está sola en el mío que es el del puro miedo? (“Amor” 29) A menudo el adulterio tiene también sus oportunistas: “Recuerde” dice el conserje al putero “su pecado es el negocio / mi mutis, garantía” (37). Así interviene la Madama de una casa de putas: “Mis predilectas fueron esas chicas que llaman / “frescas” o “difíciles de meter en cintura”” (25) que se lamenta de sus destinos irremediablemente convencionales, “Me desobedecieron al casarse” (25); y al fin pronostica, “Nunca hallé matrimonio que dejara / de revelar los flancos atacables / en la mujer.” (26). Al reflexionar sobre las mecánicas que mueven las acciones de los protagonistas de Böll recreados por Galán Moreu, una se da cuenta de que las virtudes no nos hacen más virtuosos, y de que los vicios, no más viciosos, pero que detrás de cada intento fallido, hay algo que nos hace más humanos. En estas mecánicas, los fluidos corporales son los que actúan de canalizadores entre bandos hostiles, o entre el vicio y la virtud: No fue por su belleza distraída, y menos gracias a su joven ánimo, era la ausencia de esa cualidad lastimosa –el escrúpulo– hacia cuanto salía de los cuerpos en quiebra: fluidos, grumos o gotas (“Leni” 24) En ese espacio viscoso e intermedio es donde la moral se diluye y el deber se reblandece. Quedan la memoria y la imaginación, que se mezclan con el momento presente y la carnalidad como recursos necesarios para recordarnos que, a pesar de –o gracias a– todo lo derramado, seguiremos vivos, siempre que seamos capaces de sentir afecto. Nos indica el autor en su “Declaración de Guerra” (11) “que fluyen como la sangre palabras.” pues son las palabras de los poetas las que desatascan las tuberías de la sociedad. Señala Galán Moreu que “Es el relato de una historia la que se escapa / a través de cualquier residuo humano” (“Leni” 24) insistiendo en la experiencia individual como fuente indiscutible de información histórica. También para Galán Moreu, “(e)l arte que no salva pero al menos resiste” (“Kunst” 22) denuncia, cuestiona, lleva a los museos la cotidianeidad que sutilmente se instala en lo más terrible de la historia –¿o acaso no nos acostumbramos a los hechos más atroces? Trasplantar las vivencias personales a una vitrina es transformarlas en belleza, y la belleza es eso que te mueve sin que apenas te des cuenta.
Puede que lo que admire Galán Moreu de Böll sea su puntualidad. Pero no la de esos trenes que, para orgullo y regocijo de los regímenes fascistas de la época, llegaban a la hora estipulada, estableciendo así un orden, una eficacia bajo la que cobijarse, pero también bajo la cual uno sería controlado y adoctrinado; sino más bien la puntualidad de la que ya renegara Shalman Rushdie en su introducción a la versión inglesa de Asedio preventivo (1979) al calificarla de “demasiado programática”. Es decir, que Böll calcula su trama para escoger cual es el momento en que es preciso que ocurra lo que tiene que ocurrir, como si de un campo minado se tratara. Explosivos que detonan justo en el momento, ni demasiado temprano ni demasiado tarde, en que uno admira y desentraña esas “mondas de zanahoria y de patata” (22) expuestas cuidadosamente en el suelo de un museo. Y con esa mirada fresca del discípulo, homenajea el poeta español al novelista alemán, colocando poema tras poema historias que viajan desde lo personal a lo político en un entramado humano en forma de vías férreas que no dejan ni un solo punto de la geografía humana incomunicado. |
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