LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
MANUEL VILAS. LOS BESOS (Planeta, Barcelona, 2021) por PEDRO GARCÍA CUETO Después de los éxitos de Ordesa y Alegría, Manuel Vilas vuelve a una narrativa entrañable de un ser que mira el tiempo y la vida con extrañeza, porque en la retina de este escritor late una forma de ver que lo hace singular y que da a la novela la textura necesaria para atraparnos. Los besos es nos cuenta la historia de Salvador, un hombre que, al inicio de la pandemia, decide irse a un pueblo. Es un profesor ya jubilado, cuya falta de comunicación con sus alumnos le llevó a un ensimismamiento que sigue presente en él. Esa falta de sociabilidad con otros seres le hace aislarse y contemplar la pandemia como si todo un mundo hubiese caído en desgracia. Pero es precisamente su afán de detenerse en detalles que otros no percibirían lo que dota a Salvador de particularidad. Su encuentro en el supermercado con una mujer, Montserrat, quince años menor que él, sirve de puente para expresar su pasión ante la idea del amor y su total devoción a ella, llegando a considerar el amor como el único eslabón que nos puede salvar de la locura. Con estos mimbres, Vilas avanza en una especie de diario donde encontramos una oda a la naturaleza, al paisaje del campo, a su pasión por comprar verduras o a esa tensión que supone robar en el supermercado. Los besos es un acto narrativo de reflexión, una especie de confesionario donde late el espíritu de un hombre impar. Hay muchos párrafos donde Vilas se detiene con maestría en lo cotidiano, como si el virus no fuera lo más importante, sino su reacción ante lo que le rodea. Otro aspecto es la lectura de la novela El Quijote de Cervantes, a través de la cual está interpretando el mundo. Al llamar a la chica Altisidora, está reafirmando su deseo de huir de la realidad, de construir un universo alternativo, un espacio totalmente cerrado a lo que ocurre en el exterior, para aislarse, a través del sexo, de una sociedad destruida. Cito algunas líneas de la novela, como ese canto al medio natural: Oh, viento, oh, carne, oh cuerpo humano, y el bosque al lado de mi casa, donde los virus no están, donde la luna y el sol se alternan sin escrúpulos políticos, donde la belleza persevera porque no sabe que es belleza... Se trata de un caballero sin fotos en la cartera, porque todo es hondura, los rostros se confunden y él mira el tiempo como si fuese contemplado por primera vez. En el capítulo 35 podemos ver cómo penetra el escritor en el ser que ama, cómo se convierte en el amanuense que la descifra, porque este nuevo libro de Vilas es, en el fondo, un viaje a nuestro propio cuerpo: Ha sido al notar su aliento, la carnosidad de la lengua, cuando he accedido a la parte invisible de Montserrat/Altisidora, al lugar en que ella habla consigo misma. Y veo lo que es. La veo por dentro.
Los comentarios sobre personajes políticos o sucesos de nuestra España, como el 23 F, van dotando a la novela de un tempo, van arraigando la historia a una época. Pero lo que importa no es todo eso, sino ese descenso a los infiernos de uno mismo y a los del ser amado, como si volviera Dante montado en su famosa Comedia. Porque comedia es en realidad la vida y Manuel Vilas lo sabe muy bien. Y no elude lo escatológico (hay un instante decisivo, que no revelo, que conduce al desengaño amoroso), porque Vilas contempla el cuerpo y lo disecciona como si realizase una radiografía del ser amado: aparecen piernas, labios, bocas, brazos, todo ese cosmos que va conformando el paisaje corporal. No elude tampoco, como he dicho, la naturaleza: los árboles, los pájaros... Porque sabe Vilas que todo se reduce a un encuentro entre dos seres en la inmensidad del planeta, que permanece pese a nosotros, tan perecederos. Sin duda, nos hallamos ante una novela intimista. Una pandemia ha detenido el tiempo y ahora todo es un afán de regresar a la niñez y encontrar en los besos la única luz de la existencia. Una gran novela.
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GAIA GINEVRA GIORGI. MANIOBRAS SECRETAS (La Bella Varsovia, Madrid, 2018) por ELENA TRINIDAD GÓMEZ La poesía muchas veces evoca la ternura, y Gaia Ginevra nos habla desde la introspección de una generación negada en la ecuación del mundo. Una generación que ve truncada sus sueños y que observa con ojos críticos los aciertos y errores de los que vinieron antes. ¿Puede acaso huir de esa oscuridad que ni veíamos venir? Maniobras secretas se trata de un poemario. Ginevra hace de la poesía un espacio habitable, reencontrándonos con lo puramente físico desde unos versos orgánicos sin caer en la idea impostada de la naturaleza que envuelve la poesía actual, estética que llevamos sufriendo desde hace más de cuarenta años en nuestro país. Maniobras secretas es una obra legítima, sincera con la generación a la que corresponde con versos así: y me pregunto / qué sabe mi generación / de la oscuridad.
Es en la conciencia de lo tangible donde enmarca Ginevra Giorgi su discurso; todos los sentidos se convierten en imprescindibles y el viaje se vuelve en una experiencia casi onírica. El yo se convierte en un espectador y crea lazos de unión entre la propia poeta y los elementos puramente terrenales que componen cada poema, la experiencia vital de lo mínimo que atesoramos todos si miramos más allá de nuestro ombligo. consisto en ruinas transepocales rara vez me sitúo casi siempre sospecho de la metamorfosis de la ceniza no tengo escapatoria Podemos leer y disfrutar una voz madura, que aunque hable desde el entusiasmo de la juventud no huye de la consecuencia de vivir: el sufrimiento, la cadencia, el límite, ese límite que se materializa en muerte. Acepta los límites de su existencia, de su cuerpo ante un mundo que parece ilimitado, pero no lo es, rápido y confuso que no da espacio a la ausencia, la duda, la fragilidad. Se trata de una poesía cíclica, que acude a los mismos temas pero desde experiencias distintas. Maniobras secretas explora el dolor del cuerpo que nombra y que sufre los espacios habitados. El dolor de aquello que fue, ese retorno que otorga la palabra cuando no queda más que memoria. Gaia Ginevra Giorgi se ha convertido en una de las voces poéticas más renovadoras e importantes en Italia. Su universo, elegante y emotivo, nos adentra en lo físico de la naturaleza, dejando de lado todo artificio. el silencio no tiene sinónimos sino muchos contrarios yo no hablo nunca yo nunca digo ayúdame, tengo miedo JUAN LUIS RAMOS. CON PÁJAROS QUE IGNORO. POESÍA REUNIDA (Ultramarinos, Barcelona, 2017) por BERTA GARCÍA FAET La editorial Ultramarinos, nacida en 2016, sigue consolidándose como uno de los grandes proyectos de recuperación y difusión de obras poéticas indispensables que tenemos a nuestro alcance: latinoamericanas, ibéricas y, desde este año, más allá. En estos momentos vale la pena volver la vista atrás y fijarnos en una de sus primeras apuestas, de 2017: Con pájaros que ignoro, la poesía reunida del valenciano Juan Luis Ramos (1957). Cuatro años después sigue siendo un libro fascinante, de feliz relectura. A la vez arroja luz sobre algunos de los hilos conductores que ha ido demostrando la propia editorial. Comencemos por decir que Ramos, que hizo parte del panorama lírico valenciano de los primeros años de la democracia, publicó sus tres poemarios hace cuarenta años, siendo veinteañero: Tiempo y práctica del círculo (1979), Climas impuros (1983) y Balada del indiferente (1983). No llegó a publicar lo siguiente en lo que trabajó: Un pasajero en la provincia (1983-1989). Después no hemos sabido mucho más de él. La razón de que Ultramarinos haya querido traer de vuelta estas obras, reconocidas en los ochenta pero no más tarde, se encuentra en ellas mismas. Estos textos, juveniles aunque de fuerte regusto añejo, airean su calidad desde el primer vistazo. Y no podemos sino preguntarnos por qué no ha estado Ramos en tantas antologías que pretendían radiografiar lo más valioso de la Transición y sus alrededores en las que hubiera debido estar. Sea cual sea la respuesta, Ultramarinos la zanja con contundencia y sin entrar en hipótesis: poniéndonos al alcance de la mano lo que después, en cuanto lo tocamos, se nos evidencia como imperdible. Ramos como un “olvidado” ahora inolvidable. La poesía de Ramos es un viaje a un universo como un círculo (temporificado, practicado) plisado sobre sí. Autónomo, como la mejor literatura, y no por eso menos esponjoso. Por su cualidad de mundo propio pero a la vez por sus ecos antiguos, románticamente remotos, podemos pensar en Borges. Como en él, en Ramos se palpa el placer de la invención, el gusto por el detalle y la reformulación fragmentaria de diversas tradiciones. Estos gestos van más allá de cualquier culturalismo. Por supuesto, es desde esas lentes que podríamos entrarle a su escritura; por ejemplo, comparte bastante con la de Guillermo Carnero en los setenta. Sin embargo, su compromiso con la modestia estilística destaca en comparación con otros autores de la época, en el sentido de que no hace alharacas sino que sus alhajas se nos aparecen casi imprevistamente y con un gran sentido del equilibrio, con la sabiduría de no querer apabullar. Además, hay en Ramos una sensualidad que no es sólo esteticista y decadentista (aunque también lo es). Es cierto que la alegría (melancólica) de fantasear y prorrogarse en los matices se alía con una sensorialidad desatada que nos lleva a Italo Calvino, Álvaro Cunqueiro y al primer Luis Alberto de Cuenca. Pero también más lejos: por otros laberintos, más neblinosos. Sus lenguas son muchas y esotéricas: esotéricamente pegadas a la materia. Se meten adentro de la búsqueda de belleza vía los cinco (o más) sentidos. Igualmente vía la recreación pictórica de atmósferas: con sugerencias, pistas de lo que viene o vestigios de lo que hubo. Close-ups de figuras o fondos cazados en el instante en que van a desaparecer o va a desaparecer el rayo de luz que pasaba por allí y, de pronto, los ha iluminado. Raras sinécdoques cautivantes. Veamos algunas de estas imágenes desmandadas más allá de lo estrictamente visual. En las páginas de Con pájaros que ignoro hay navegantes que surcan mares sin ancla, aventuras en océanos como (cito) «láminas sembradas de brillos». Hay viajeros en busca de sí, o de la amada, o de algún El Dorado o de un Tritón, una Gorgona. Hay un Amadís (muchos en realidad) que salen al afuera y la consistencia de esa realidad no les satisface, y se echan a los campos polvorosos de la otra realidad. Se entregan a ellos tal vez sin rumbo, tal vez acompañados apenas por el «dulce sol de la nada». Hay «sueños equívocos», motores de caprichosos desplazamientos. Hay «paseos en bicicleta al borde del abismo». Hay fracasos vitales y espirituales anunciados en los cielos, relatados con deleite perezoso y hasta anticlimático. Hay magos que no arreglan la vida. Hay alquimistas que no la extraen, que no la sintetizan en ningún preciado aceite. Hay paseantes que contactan con monstruos. Hay «niñas locas», hay «niñas rubias que escupen avellanas», hay «cielos musculosos». Hay amantes en busca de sus «ritmos privados» (que no pueden fijarse en el instante de la letra): añoranzas, mutuos desconocimientos, incompletitud. En Con pájaros que ignoro hay elegías y exhibición de lo ruinoso; lo ruinoso que, todavía, se coagula de preciosismos. Una percepción de lujo, modernista pero post-modernista (por desordenada), que se concreta en la suntuosidad de lo que atrapa para sí. La voluptuosa conspiración de los cinco (o más) sentidos atronando juntos nos llama a estar ojo avizor con respecto a lo tibio, lo crujiente, lo húmedo, lo resbaloso. Lo que se cuela, lo que gotea. El mármol, los ungüentos, las sombras, las manchas. Por eso hablo de raras sinécdoques cautivantes: lo que bulle por esas páginas son retazos de lo arquetípico de lo literario-occidental (al borde de lo oriental y orientalista en ocasiones) cuya combinación idiosincrática resulta tan pasmosa como seductora.
La poesía de Ramos se ocupa de la vida en tanto que juntura de «sangre y existencia» (materia) y en tanto que peripecia literaria (pseudo-tramas). Porque cuando es narrativa, presenta historias confusas y aún más confusas moralejas. Cuando no lo es, luce percepciones que nos invitan a observar tenues historias y a encajarlas con las historias que nos suenan porque son las nuestras, las heredadas, las espiadas. Ya sea que hable un yo lírico parco y celoso de su intimidad que cuenta (y no cuenta) sus «malas andanzas y tropiezos»; ya sea que un narrador turbio se complazca en posarnos a los lectores no en atalayas sino en añicos; ya sea que tome la voz poética la sacudida de lo matérico (que no de lo impersonal); la vida es aquí palabras a mitad, vivencia hecha mitos, mitos a mitad. De ahí que nos perdamos en salones, galerías, canales, parques; en fin, espacios públicos o semipúblicos donde sentir la soledad y la intensidad de lo que se mueve ligeramente y aumenta la niebla. Porque son espacios de tránsito, de umbral: de relato y de impresión; ambos resbaladizos. Nos pierde «el oscuro vientre de las plazuelas». La oscuridad de lo que pasa. Los títulos de los distintos poemarios del conjunto matizan esta visión. Está lo circular, aunque difuminado: la odisea no se acaba. Está el jalón del clima y lo mezclado o lo poluto. Está la conciencia del viaje y del margen (en sentido metafórico y literal: la provincia, el afuera del canon y el prestigio). Está esa subjetividad “indiferente” que, en su pesimismo (que es una forma de pasión) y su tenebroso o, de repente, jovial erotismo, se contradice a sí misma y ya no es indiferente. Lo es y no lo es: de nuevo, tránsito, umbral. Lo que cambia. Lo que no dura pero se rumia. Esta narratividad a medias mezclada con los regodeos de la sensorialidad a veces se choca con ciertos límites. Algunos de los hallazgos matéricos, en especial hápticos, que hay en ella a menudo ni siquiera pueden ajustarse a un cuento fijable. Difícil imaginar qué es, cómo hablan, huelen o palpitan, por ejemplo, «las terrazas cotidianas de la luz», «los días enredados» a una «piel» (quizás la de la mal amada) «como tejidos cremosos». Difícil imaginar «una tarde / brotada de castillos y calle», «el yeso de morir». Difícil y tentador ese «cuando la tarde es un delfín encendido», o esos «astros que caen al otro lado del verano». Difícil esa «avidez de animal sonámbulo» que es lo humano mismo, o «los cuerpos eucarísticos de las muchachas» ante los cuales no cabe sino la devoración. Difíciles e inolvidables las «ciervas lunares». Dice quien habla (que quién será) que hay pájaros, pero que los ignora: no sabe quiénes, cómo o por qué son, pero no les hace el vacío: los mira largo y tendido, no olvida, no facilita. Releer a Ramos es seguir ignorando sus esencias, y al tiempo es seguir colmándonos con lo irresistible de su poder de evocación. Releer a Ramos en Ultramarinos en poder prever retrospectivamente (y anti-biográficamente) qué seguiría haciendo Ultramarinos en su vertiente de poesía joven. Por la vía de la narratividad-sensorialidad a medias, Ramos va de la mano de Emma Villazón y Ruth Llana. Por la vía del sujeto indiferente-no indiferente-diferente (merodeando ciertas morgues de los cuerpos y el tiempo, casi a lo Gottfried Benn), Ramos se deja acompañar por Xaime Martínez. Releámoslo como lo releamos (las codas posibles son muchas), sigamos. MANUEL GUERRERO CABRERA. LA CIENCIA DE ESTAR CONTIGO (Diputación de Cádiz, Ayuntamiento de Bornos, Cádiz, 2018) por JOSÉ MANUEL VALLE PORRAS En uno de sus programas de divulgación y reflexión, el psiquiatra murciano, afincado en Boston, Fernando Espí Forcén, advertía el hecho de que en España encuentra muy buenos pódcasts sobre humanidades, algunos de los cuales escucha con gran disfrute, pero apenas sobre ciencia, siendo esta la razón por la que, para tales temas, prefiere escucharlos en inglés, de países como Estados Unidos o Corea del Sur, donde son mucho más frecuentes, aunque, por el contrario, los relativos a historia, por ejemplo, sean escasos y, cuando los hay, bastante pueriles, a menudo limitados a la categoría del anecdotario. Mientras que los oyentes anglosajones o asiáticos son claramente más receptivos a las novedades de la investigación en física, genética o medicina, los españoles parecemos preferir, como pauta más extendida, las cuestiones literarias, historiográficas o, incluso, políticas. Tal vez en este terreno nuestra capacidad de comprensión, reflexión y goce estético sea mayor que en otras latitudes, pero no se nos oculta que hay un mundo en crecimiento que nos cuesta trabajo seguir. Un día es la recurrente noticia de los bajos resultados de nuestro alumnado en matemáticas, otro que los chicos y chicas de educación primaria son receptivos a la inseguridad con los números de sus maestros. Quien esto escribe intenta, más a salto de mata que con constancia, leer y escuchar, seguir las novedades del otro lado, estar más o menos al día. No nos basta, y hace falta un esfuerzo de nación, de la nación española en su conjunto, incluidas sus indeterminadas naciones alternativas, remando coordinados en una misma dirección. Hace falta ese esfuerzo colectivo que, sin embargo, me temo, sólo acabará llegando paulatinamente y por necesidad. A semejante propósito de conectar las letras y las ciencias, en nosotros mismos, en nuestro entorno y en nuestra nación, viene a contribuir este libro de Manuel Guerrero Cabrera, que, ya desde su propio título –La ciencia de estar contigo– es, en este sentido, toda una declaración de intenciones. Ciencia y amor son, en efecto, los dos ejes de esta obra lírica, algo que también se descubre en la estructura interna del poemario, organizado en cuatro capítulos que van desde «Tú en la métrica de Minkowski» a «Horizonte de tus sucesos», y cuyos encabezamientos se acompañan siempre de un discreto párrafo, a modo de nota a pie de página, explicando el concepto científico en que se basa cada uno de estos epígrafes. Pero la presencia de la ciencia, en particular de la física, es continua a lo largo de toda la obra. Uno tras otro, en los poemas se alude tanto a grandes cuerpos celestes (Marte, Saturno, su satélite Titán), como a pequeñas partículas (fotones, electrones, positrones), pero también a maravillosos logros de la tecnología moderna (la sonda Huygens), multitud de conceptos (gradiente geotérmico, equinoccio, calentamiento global, constante, celdas de memoria) y, finalmente, algún científico (Olbers) y autores tanto de divulgación científica (Asimov) como de su lúdica prima, la ciencia ficción (Philip K. Dick, Arthur C. Clarke, Bradbury). En realidad, de la ciencia, la astronomía, las matemáticas y la naturaleza procede el lenguaje con el que está escrito este poemario, el sustrato poético. Los temas, en cambio, son los eternos en la lírica –el amor, la vida y la muerte– y las metáforas, como ya lo advirtiera Borges, no pueden ser sino las de siempre. Pero es esta nueva vuelta de tuerca, esta espléndida fusión entre la tradición literaria, el espíritu poético y el más actual conocimiento científico lo que constituye la original, llamativa, espléndida aportación de Manuel Guerrero. Y no ha de creer quien aún no haya leído sus versos que el concepto es lo único meritorio. Antes al contrario, el autor se crece en cada nuevo poemario y nos ofrece nuevos y cada vez más cautivadores hallazgos, en los que el ritmo, la medida, las imágenes y la inspiración se aúnan con una exquisita sensibilidad.
Quien ahora les invita a disfrutar y aprender con este libro no puede citar todos los poemas y fragmentos que le han cautivado, pero sí permitirse la licencia de mencionar algunos. Destacan, como es habitual, los dedicados al amor y sus múltiples y siempre inagotables casuísticas. Y así desde el primero de todos, en el que, tras conjugar la emoción amorosa con las concepciones científicas, sentencia Manuel: «Contigo es la medida básica para el tiempo». En otro, la identificación del amor con la vida, que explicita en una larga enumeración que se extiende desde los olivares a Internet, pasando por los anillos de Saturno y las ideologías políticas, le lleva a afirmar, categórico, que «Nada valdrá la pena cuando cierres los ojos». Y, a vueltas con el tiempo, explica, con magistral dominio de la síntesis y el ritmo, que «ya son ayeres lo vivido sin ti, / ya son nuncas sin ti / y contigo son siempre». Como en anteriores poemarios, también el amor de padre tiene una presencia importante. Aparece, por ejemplo, hermosamente trenzado con el de pareja, en «Imaginando nubes», donde el fenómeno atmosférico ampara tanto los juegos infantiles como el deseo del poeta. Asimismo, al final de este libro encontramos poemas de compromiso, en las que los que comparece una extranjera guerra civil, la desigualdad o incluso la empatía con el sufrimiento animal. Junto a estos temas, encontramos algunos motivos, como el mar o el tango, que constituyen ya una marca de la casa del autor. Por otra parte, los ecos de sus lecturas surgen aquí y allá. A menudo se aprecian en las citas con las que se abren multitud de poemas. Uno incluso encuentra, no tanto influencias, sino más bien consonancias con Benedetti, como ese «porque es alivio el tiempo / dedicado a amar», que nos recuerda que, según el uruguayo, «cada hombre se abraza a alguna mujer / como si así aferrara la eternidad»; como el magnífico cierre «Borran las malas huellas / las olas de tus ojos», que me parece incluso más bello que los versos «tus ojos son mi conjuro / contra la mala jornada»; o esos dos poemas de Manuel Guerrero, hacia el final de su libro, en los que lamenta el «tiempo y sus imposiciones», el monótono y repetitivo ritmo de los días, sin trascendencias, que dejan la misma desasosegante impresión que Benedetti cuando advierte que «nadie se asusta / nadie quiere / pensar que se ha nacido para esto». Que Guerrero haya alcanzado la misma belleza lírica que el escritor de la antigua Banda Oriental, y ello con un lenguaje bañado en ciencia y astronomía, podría ser una forma acertada de condensar sus virtudes. Sé que a mí nunca se me ha de creer, porque soy su amigo, pero no desistiré, una vez más, del intento. Este poemario es fruto de una inteligencia sensible, curtida en las multitudinarias lecturas y la constante práctica, y alimentada por la musa de sus sencillas pero viscerales vivencias. En un determinado momento, las asperezas de la vida le quebraron, como a todos, ciertas ramas. La tormenta se llevó entonces parte de su equipaje, pero dejó el camino despejado para nuevas aventuras. Y Manuel, aunque siempre sensible a los guarismos y los astros, emprendió un inesperado viaje como lector, oyente y espectador, un camino de curiosidad por las primicias del quehacer científico, obteniendo así savia fresca como escritor. A un poeta de esta forma renovado, ilustrado y sentimental, abierto al mundo y su sentido, es al que les invito a leer, en este libro afortunado. Déjense bendecir por él, doblemente, con el estímulo de la exploración y el bálsamo de la belleza. CARMEN LARRINAGA. MARRUECOS PARADISE (Polibea, Madrid, 2021) por VERÓNICA ARANDA El sur es una promesa de paraíso a cuya llamada emprendemos el viaje en el que perdernos con la (vana) ilusión de encontrarnos. Las islas griegas, el sur de Italia, España, el norte de África, Oriente Medio, entre otros, fueron destinos por los que se han dejado seducir escritores, pintores, artistas de todo tipo y condición, desde Lord Byron, Gérard de Nerval, Gauguin, hasta Henry Miller, Lawrence Durrell o Paul y Jane Bowles. Pero el sur no es un lugar concreto, como el viaje no siempre implica movimiento (Fernando Savater hacía confesar a Philleas Fogg que encontraba más sorpresas y matices a lo largo de una sola jornada en su club inglés que en los ochenta días de su célebre viaje), así intuimos el viaje —sin salir de casa— por y al tenebroso corazón de las tinieblas que, como nos mostrara Conrad, todos llevamos dentro. El sur —y el viaje— es una promesa ritual, cultural, religiosa, sensual y sexual. Es un «nolugar» entre cuyas callejas olvidarte de tu propio nombre y descubrir nuevas formas de amar, comer, rezar, cantar, nombrar el mundo y desaparecer. En Marruecos ha cifrado Carmen Larrinaga (Ondárroa, Vizcaya, 1966) su noción, su promesa y su sueño de sur y paraíso, en Marruecos Paradise (colección «El levitador», 94), con esclarecedoras palabras preliminares de Juan de Dios García. Con estructura musical (“Blues del Magreb”, “Single” y “Voz polifónica” son los títulos de las partes de que se compone Marruecos Paradise —título que por descriptivo y alusivo no le termina de hacer justicia a la capacidad de sugestión y sugerencia elusiva que desprenden sus poemas—) e itinerante, nos presenta Carmen Larrinaga su viaje a su particular país de las maravillas —que, como aprendimos de Carroll, no está más que al otro lado de nuestro propio espejo—, que podría haberse quedado en un catálogo exótico de postales pintorescas si no fuera por la historia personal, por la mirada, y por el trazado moral que las une y le otorgan prueba de cargo —y carga— existencial. Una carga existencial, que ya se atisba en las tierras lejanas de Oslo del poema con que se abre Marruecos Paradise, y en el que, a modo de poética, se anticipa la vida marcada por la escritura; la escritura con que intentar dar sentido al sincopado «exterminio amor extraño» (ritmo que domina buena parte del poemario, incluso con bruscas rupturas del enunciado o quiebras en la concordancia, alternando en otros poemas —quizá los más breves— con la fluidez silente con aliento a tanka japonés), y el protagonismo de esos muchachos árabes que «se mueren de amor en los locutorios públicos», que marcan la trama narrativa y son recurrente seña de identidad del libro. Hablamos de trama narrativa porque, a partir de este introito, Marruecos Paradise desarrolla un itinerario vital que el lector sigue a condición de participar en el pacto virtual y esencial de ser capaz de «oír» la banda sonora que la autora propone y que puntea los grandes espacios abiertos, las carreteras, los bulliciosos espacios públicos (las calles, los conciertos de rock), pero también los silenciosos espacios íntimos. Igualmente, hablamos de trama narrativa porque junto al eficaz efecto de la banda sonora y su necesario despliegue de cartografías, itinerarios, estaciones y trenes, equipajes, furgonetas, que otorga al libro trazas de road movie, Marruecos Paradise se hace atractivo y atrayente en su galería de personajes —también públicos y privados—, desde el joyero árabe Mohamed Alí Calí, la cantante Hindi Zahra, Hisanir, Max (por quien la autora declara haber estado dispuesta a decir a todo que sí), el cantante asesinado Cheb Hasni, el amigo Karl, un tal Harold, un amigo americano llamado Connor, la poeta tetuaní Fátima Zahra, ese Manfred Zondorvan de nombre que debería ser ficción, y su quiosco de música en Ámsterdam, cómo no Paul y Jane Bowles, Laila... y una breve y sensible evocación —que no pasa desapercibida— al padre en 1978, o incluso el interés administrativo por los papeles del señor El Idrissi, quienquiera que sea, pero que forma parte de un conjunto coral básico en un poemario que «también» se lee como una novela —poco nos importan que los personajes sean reales o ficticios, son dramatis personae de la trama que se narra («Son mis amigos / en una palabra. / Árabes / que caminan en la ciudad / en zapatos torcidos (...)»). Marruecos Paradise se hace gustoso en los intensos colores presentes en cada poema del libro; y se hace aromático en el ramillete de flores y frutos —amapolas, glicinas, gencianas, la toronja y la lima o incluso el valleinclaniano Kif—, no solo en su condición ornamental, pues, como ya nos enseñó el maravilloso Hoyos y Vinent —así la ovonia y el nardo indiano—, las plantas nos matan... y nos enloquecen.
Marruecos Paradise se hace alucinado e inquietante en los pequeños momentos y signos de vida que atrapa la mirada. En esas «piedras limpias que traen la lluvia», en esa «piel de endrina de infinita libélula», en «las cabelleras azules», ese «isótopo de luz que se abre en la piel», ese «momento alemán en Inezgane», esos «cisnes de alba gris», los «truenos en Douar cerca del río», «perros y botellas vacías», «un latido y otro y otro...», el interior de los días... que resume el simple y certero «algo así». Y sobre todo lo antedicho, Marruecos Paradise se hace esencial en el conocimiento de sí y en el reconocimiento («Yo me rasuro el pelo / asimétrico y perfecto / y empiezo a rodar / bajo el manto sagrado / de mi chador, / hay balas y bombas / creciendo azules moradas / contra el dogma / los vigías los caballos / tu nombre / tu color / mi sangre / más luz desde el mar, / más música / destrozando sonidos / sonando dentro / mi voz / mi ley.» O también: «conoces tu ritmo / tu travesía, / los siglos más hermosos de tu infancia...». Todo itinerario se desarrolla en doble sentido, hacia el pasado y hacia el futuro que solo encuentra significado en la conciencia del origen. La fiesta continúa, como no puede ser de otra manera, pero Carmen Larrinaga, quizá en referencia al verso de aquella canción de Joy Division, ‘Insight’ («When we were young»), siente la punzada del pasado, de lo vivido, cuando recuerda cuando «Éramos salvajes y fuertes / y la poesía no había terminado», en lo que tantos no podemos sentirnos más identificados. Conocedora del cielo protector que nos cobija, la autora apela a la divinidad —no en vano, la última referencia del libro es la brisa que arrastra la existencia de Alá, no sé si en alusión a la levedad de cualquier credo, de cualquier dios, de cualquier fe—, «que acarrea el sueño de descendientes europeos», como ellos, los nombrados al principio de esta nota, en pos del corazón —de su corazón—, que «es la primera puerta» a un viaje hacia sí misma y que, como los buenos viajeros, Carmen Larrinaga emprende y muestra en este Marruecos Paradise, sabiendo que nunca se es de ningún lugar, ya que, como la propia autora nos avisa, «Definitivamente / estamos perdidos para siempre / en todas partes», lo que no amilana a los argonautas de todos los tiempos —y Carmen Larrinaga entre ellos—, pues en su «yo quería más», Carmen revela el deseo insaciable, el impulso vital que impregnan este Marruecos Paradise y son condición necesaria para echarse andar... ERIC LUNA. EL ARTE DE MANTENERSE A FLOTE (Boria, Murcia, 2021) por ANABEL ÚBEDA BERNAL LOS NÚMEROS QUE SIGUEN TITILANDO EN EL SISTEMA Eric Luna, diplomado en Biblioteconomía y Documentación y docente en talleres de creación narrativa, conoce bien los entresijos del mercado laboral, lo que se comprueba en su incursión en distintos géneros literarios con los relatos de Negra, fría, dura y en tu boca: 5 relatos Pulp (2013), el poemario Introvisores (2016) o la obra de teatro Animales que evitan la lluvia (2017). El arte de mantenerse a flote es la reivindicación de ese momento de lucidez que todos anhelamos, cuando comprendemos lo destructivo que es vivir en automático, únicamente dedicados a lo laboral, convirtiéndonos en números. Por ello, los espacios contribuyen a resaltar este hecho por determinarse crueles, veloces y deshumanizados, con ese toque de futurismo, capaz de acabar con cualquier resquicio de esperanza en una pausa, en los instantes de felicidad que no dejan de ser el oxígeno que nos permite soportar la aplastante realidad y el frenético ritmo vital. Los relatos del libro se dividen en tres secciones, cuyo hilo conductor es la coincidencia de que sus personajes respondan a un perfil sociológico concreto: son hijos de un sistema productivo agotado que los hace desafortunados e infelices, que los condena a la precariedad y a posponer sus sueños. Y, sin embargo, todos ellos tratan de atender al presente con una actitud estoica para evitar ahogarse. El estilo lingüístico de Eric Luna es contemporáneo y muestra una “crudeza sostenida”, que funde el uso de registros coloquiales que atrapan al lector con lenguaje duro y directo, los tonos irónicos, el lenguaje poético en aquellos más amables o la reproducción del registro lingüístico dialectal chileno (‘Mecanografía’; ‘Tríptico chileno’), haciéndolos verosímiles y configurando un mundo sólido y realista en cada uno de ellos, junto a espacios y personajes convertidos en parte del mundo ficticio. El perspectivismo es esencial en esta construcción, dado que podremos observar cada historia desde un punto de vista, oscilando del narrador-personaje que nos muestra lo que va pasando y pensando (‘El trabajo no estaba tan mal’) a relatos que son mera reproducción del monólogo del personaje en una situación concreta (‘Nighthawks’) o a una variedad de narradores externos que van de la omnisciencia habitual (‘Freebird’) a aquel que con juicios sarcásticos nos presenta al personaje (‘Ganapanes’), sin olvidar al narrador-cronista que roza la despersonalización (‘Moloch 3000’). En la primera sección, “Días de Jagger y hierbabuena”, se insertan tres relatos enmarcados en el sector de la hostelería desde las perspectivas de distintos camareros: la del que, agotado en pleno turno de trabajo, hace cara a una situación desagradable; la del que, ya mayor, vuelve a su ciudad en busca de una oportunidad, habiendo recorrido mucho camino y, finalmente, el monólogo del que se desahoga en otro bar al acabar el turno. Son tres crudas realidades que se complementan y nos ofrecen una panorámica de algo que siempre vive alguien muy cercano a nosotros.
—¡CAMARERO! Ya me había dado por aludido, pero no me apetecía contestar la llamada como haría un perro. No me apetecía lamerle la cara, ni saltarle sobre las rodillas, ni ladrarle, ni mearle el bajo de los pantalones: no me apetecía hacer nada de lo que haría un perro. (‘El trabajo no estaba tan mal’, p. 11). La segunda sección, “Apocapitalismo”, se compone de cuatro relatos “distópicos” que nos muestran la vida ya totalmente dominada por la tecnología y el capitalismo feroz que nos convierte en marionetas y números. Los ciudadanos parecen haber sido clasificados en cada uno de ellos dentro de un sistema productivo y de consumo, por lo que cualquier desvío los desplaza de su centro. Así ocurre con el escritor examinado por un funcionario (‘Vacaciones creativas indefinidas’) para conservar su algoritmo; o cuando observamos la vida de un policía retirado al que se le veda el acceso al consumo de ocio (‘No me sirven en el electrobar’); y todos estos inframundos son llevados al máximo en los relatos ‘Moloch 3000’ y ‘El Síndrome Cara de Póquer’, donde la deshumanización alcanza cotas expresivas muy altas, produciendo un desasosiego similar al pánico. Me evadí un instante pensando en aquellas herramientas: en cómo serían, reducidas a personajes de ciencia ficción. Tijeras tendría un carácter irónico. Cortante, de humor afilado. (‘Vacaciones creativas indefinidas’, pág. 26) La última sección, “¿No vas a volar alto, pájaro libre?”, contiene cinco relatos, cuyos personajes son artistas, en este caso, escritores que se ven absorbidos por el sistema, ya sea por estar en el lado de la fama o por no encontrar su espacio; o, en el caso de ‘Free Bird’, jóvenes amantes de la música enclaustrados en un trabajo que les hace perder su libertad y algún músico presto a madurar como en ‘Un relato bebop’. En estos, el peso de la cultura, lo cotidiano, lo metaliterario, el espacio chileno y la búsqueda de un futuro mejor aumenta y nos deja una mejor sensación en el paladar, se atisba un resquicio de esperanza en cada situación cotidiana y hace posible un humor a veces más amable y otras más irónico como en Ganapanes. — La mejor manera de no hundirte es no andar pensando, todo el rato, que estás nadando por tu vida. Es más fácil decirlo que hacerlo, lo sé, pero hay que disfrutar cada brazada. Cada metro recorrido. Es lo que yo llamo el arte de mantenerse a flote. (‘Mecanografía’, pág. 115) El arte de mantenerse a flote, como nos muestran estos personajes, sin ser nuestros maestros, es la supervivencia diaria, el anhelo de ese instante de plenitud y claridad en el que sólo somos. JESÚS SÁNCHEZ LOBATO. SABER ESCRIBIR (Aguilar, Madrid, 2006) por ÓSCAR MERINO MARCHANTE PRESCRIPTIVISMO FRENTE A NORMATIVISMO Jesús Sánchez Lobato, catedrático de Lengua Española de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid, publica Saber escribir con el objetivo de conseguir un instrumento que explique, interprete y repase la evolución del español a lo largo de la historia; las técnicas o estrategias que permiten escribir correctamente, y la importancia de los medios de comunicación a la hora de unificar la lengua. La obra está dirigida a un público amplio al que le interese escribir con precisión, eficacia y lucidez. El autor distribuye acertadamente este capítulo I (“La lengua española”) en doce apartados: el primero y el segundo hablan sobre las diferencias que existen del español —tanto oral como escrito— dependiendo del factor geográfico; el tercero explica el (supuesto) carácter uniforme de la lengua y la importancia de la norma para escribir adecuadamente; el cuarto analiza el inseparable binomio lengua-sociedad; el quinto y el sexto demuestran la cantidad de préstamos léxicos y extranjerismos que posee el español y la importancia que tienen en nuestra cultura; el séptimo repasa algunos errores gramaticales muy comunes como el dequeísmo o el queísmo; el octavo relaciona los conceptos de lengua, cultura y sociedad; el noveno aclara, desde el punto de vista del autor, la polémica de si la lengua española es o no sexista; el décimo y undécimo resaltan la importancia de la codificación de la “norma culta” a la que relacionan con cierto prestigio social y cultural; y, por último, el duodécimo, que muestra la evolución del español hacia un léxico más general, principalmente por la relevancia que tienen los medios de comunicación en la sociedad actual. La obra pretende explicar una visión panorámica general de la lengua, combinando conceptos teóricos y pautas formales con incontables ejemplos que, desde mi punto de vista, en algunas ocasiones son bastante difusos. Asimismo, el autor expresa una serie de afirmaciones durante el capítulo que yo tildaría de excesivamente categóricas: «Hoy en día, desde la óptica lingüística, reconocemos que el registro culto estandarizado es más urbano que rural, que determinadas profesiones (...) emanadas de la Universidad configuran una determinada clase social con prestigio lingüístico y profesional», «nuestra sociedad ha perdido gran parte del léxico rural, por ejemplo, porque nadie lo utiliza al haberse agotado las formas de vivir del humano que lo mantenían en pie» o «La lengua, como es de dominio común, no es sexista». En la primera afirmación que he citado, el escritor no especifica a los lectores a qué se refiere con «óptica lingüística», dando por hecho no sólo lo que es el concepto teórico en sí, sino que tan sólo existe una sola óptica o perspectiva —que, por cierto, no precisa en ningún momento—. Además, comete el ingente error de relacionar Universidad con «clase social con prestigio lingüístico», aseveración con implicaciones claramente conflictivas, ya que la Universidad ni constituye una clase social diferente ni garantiza tener más o menos prestigio lingüístico que otra persona que haya decidido afrontar su futuro de otra manera. En la segunda aserción, el catedrático no da ningún dato lingüístico, científico, sociológico o demográfico que sostenga que “nadie” utiliza un léxico rural o que se ha agotado el modo de vivir rural de los humanos. En tercer lugar, el autor asevera que la lengua no es sexista. A mi juicio, resulta desafortunado incluir un tema de esta índole en una obra cuyo objetivo es ayudar a escribir mejor. Por otro lado, en cuanto al estilo, la falta de signos de puntuación en varios fragmentos y los interminables ejemplos han provocado una ardua, lenta y dificultosa tarea de lectura y relectura del capítulo para poder comprenderlo profundamente.
Dicho esto, el texto tiene algo muy positivo: su originalidad. La norma frente a la variación social; la codificación de las normas de uso frente al cambio lingüístico; el purismo e inmovilismo lingüístico frente a las variedades diastráticas, diafásicas y diatópicas. A fin de cuentas: el prescriptivismo frente al variacionismo. Que el lector pueda observar afirmaciones que puedan discutirse desde diferentes variantes de la lingüística me parece pertinente, adecuado y original. En definitiva, se trata de un capítulo interesante que tiene el firme propósito de enseñar al lector las técnicas más adecuadas para mejorar la expresión escrita. Sin embargo, en determinadas ocasiones, se adentra excesivamente en cuestiones socioculturales (prestigio social y cultural) y políticas (sexismo del lenguaje) con afirmaciones rotundas que dan sensación de inmodestia, y casi de pedantería. JUAN JOSÉ PASTOR COMÍN. Y LA MÚSICA SE HIZO VERBO... IMÁGENES POÉTICAS DE BEETHOVEN (Tirant, Valencia, 2021) por SILVIA NOGALES BARRIOS Juan José Pastor es profesor titular en el área de Música de la Universidad de Castilla-La Mancha y co-director del Centro de Investigación y Documentación Musical (CIDoM), Unidad Asociada al CSIC en la misma universidad. Buena parte de sus trabajos se centran sobre las relaciones entre música y literatura y constituyen ya un referente para cuantos quieran abordarlas desde las más diversas disciplinas metodológicas. Esta vez, y con motivo de la extensión oficial durante el 2021 del 250 aniversario del nacimiento de Beethoven dada la pandemia por el SARS-CoV-2, nos ofrece un libro radicalmente innovador tanto en la musicología como en los estudios filológicos: aúna su doble formación filológica y musical para armar una semblanza beethoveniana asentada sobre las lecturas literarias de su obra musical. Articulado en cuatro movimientos y un epílogo final, este libro nos ofrece a un Beethoven que ha sido, sobre todo, un extraordinario catalizador de historias personales. Para buena parte de los autores aquí contenidos fue el cauce que les permitió expresar sus conflictos, problemas, visiones, abandonos o aspiraciones. Por ello el lector encontrará junto a las obras comentadas y el contexto que las propició, una reflexión sobre las músicas que las convocaron, de modo que podamos de algún modo entender cómo se produce la epifanía del compositor y su obra en las composiciones poéticas elegidas. En el “Primer movimiento. Beethoven, un hombre literario: la construcción narrativa de un mito” Juan José Pastor se centra en primer lugar en cuál fue la relación que Beethoven mantuvo con la poesía de su tiempo y discute las imágenes deformadas que nos han llegado de su cultura literaria. Aborda, seguidamente, de un modo sintético, los pilares que construyeron el arquetipo mítico que, forjado en el siglo XIX, se extendería hasta bien entrado el siglo XX. Destaca en nuestro país las obras de Benito Pérez Galdós y Leopoldo Alas “Clarín” como exponentes narrativos a la altura de las de sus coetáneos más celebrados, como sin duda sucede con la Sonata a Kreutzer de Tolstoi. Antes de adentrarnos en un espacio exclusivamente poético, el “Segundo movimiento. Beethoven en la narrativa del siglo XX” propone un doble recorrido marcado por la cesura de la Segunda Guerra Mundial. De este modo desde Romain Rolland hasta Thomas Mann, realiza un sucinto camino por algunos textos narrativos de Gide, Proust, Cadilhac, Malraux o Palacio Valdés, buena parte de ellos influidos bajo el espacio semántico de la Sinfonía Pastoral. La escritura por la igualdad racial de James Weldon Johnson, la novela lírica de Virginia Woolf y la estructura experimental de Aldous Huxley nos conducirán hacia el espacio de la producción novelada de los últimos setenta años. Transitaremos así la obra de Alejo Carpentier, así como el uso de su imagen por parte del Estado para su control bajo las más diversas formas, tal y como desarrollarán en sus novelas Ralph Ellison, Günter Grass o Anthony Burgess. En Milan Kundera y Adrienne Kennedy hallaremos una visión personal que emerge de los distintos contextos políticos y musicales que ambos vivieron. En esta línea avanzaremos hacia el final del siglo XX, con las confesiones familiares de Yasmina Reza o el lugar de la hipoacusia y la neurosis en la novela de Vikram Seth. Su “Tercer movimiento. Beethoven en la poesía universal” aborda ya el que, según confiesa Pastor Comín, fue el propósito inicial de este trabajo: su presencia exclusiva en el contexto lírico, primero universal para después centrarse en aquellos construidos en nuestra propia lengua. Para ello se detiene inicialmente en aquellos que glosaron su figura en vida, desde Clemens Brentano a Franz Grillparzer, pasando por Frederike Susan. El centenario de su nacimiento daría origen en 1870 en Alemania a una colección conmemorativa de poemas apenas conocida reunida por Herrmann Josef Landau. El examen de este florilegio le permite trasladar con enorme exactitud la estima y el sentimiento que su obra concitó, manifestada en los más diversos perfiles de sus versos. Despide el siglo XIX desde dos poemas de Vyacheslav Ivanov, cuyo lugar en las primeras vanguardias del siglo XX fue sin duda excepcional, a tenor de las relaciones que como anfitrión mantuvo con los músicos y los artistas del momento. En la confección de este capítulo Juan José Pastor nos depara encuentros severos —Rilke— y felices y desenfadados, como el mantenido con Walt Whitman; algunos extraordinariamente intensos, desarmado por la personalidad de la poeta estadounidense Edna St. Vincent Millay; así como otros que exigen un notable esfuerzo intelectual, como el mantenido con T. S. Eliot; otros extraordinariamente estimulantes y creativos, a la vera del Claro de luna de Yannis Rtisos. También los hay colmados del frío centroeuropeo, con una mirada objetual sobre la memoria de Beethoven —Thorkild Bjørnvig, Julia Hartwig o W. G. Sebald. Dos mujeres, en su parte final, abrigan la figura de Beethoven desde dos lugares muy distantes: Jan Zwicky y Ruth Padel, ambas músicas de formación, y cuyos versos están íntimamente ligados tanto a algunas de sus obras concretas expresamente citadas como al curso de su propia biografía.
El último capítulo, “Cuarto movimiento. Beethoven en la poesía en lengua española” consiste en una presentación de la andadura del músico genial en nuestra cultura. Tras desenmarañar ciertas informaciones ruidosas sobre la ascendencia española del compositor y reseñar brevemente cuáles fueron los cauces por los que se dieron a conocer su música en España, atiende primeramente a las voces que proceden de Hispanoamérica. Presenta el espacio del Modernismo de Leopoldo Lugones, Rubén Darío, Amado Nervo y la vanguardia de Vicente Huidobro; la Adelaida de Macedonio Fernández; las Sinfonías heroicas compuestas por Santos Chocano, Valentín Giró, Ildefonso Pereda Valdés y Pablo Rohka; los textos singulares de Franz Tamayo, José María Eguren —bajo el influjo del Claro de luna—, y César Dávila; la poesía escrita desde la misma música por Eusebio Ruvalcaba; sus ecos en Gastón Baquero, Andrés Morales y Gastón Alejandro Martínez; la sátira y la distancia metarreferencial de Gerardo Deniz; la peculiar Historia de la música de Eduardo Chirinos; el Beethoven que sobrevivió a la dictadura chilena de Raúl Zurita y una última broma borgiana... sin Borges. Ya en España las páginas siguen las medidas e intervalos generacionales, desde Ortega hasta los años recientes, con el fin de captar cierto pulso social en su recepción. En la Generación del 27, una vez revisadas las contribuciones de Rogelio Buendía y Adriano del Valle, Juan José Pastor presenta la no demasiado conocida afección de Federico García Lorca por Beethoven; la actitud ambivalente de Cernuda; la intensidad emocional e Rafael Alberti; sus tímidas apariciones en la escritura de Salinas, Guillén y Prados, así como el reiterado regreso a sus partituras de Ernestina de Champorucin. De entre todos ellos será Gerardo Diego el poeta que sepa recoger los matices más cuidados de la música que él mismo interpretaba y analizaba en sus artículos y conferencias. En la poesía de posguerra veremos que Beethoven aparece presente en Blas de Otero, Luis Felipe Vivanco, Màrius Torres y Eugenio de Nora, antes de arribar a una de las figuras centrales de la poesía española, José Hierro, en quien Beethoven se manifiesta imperceptiblemente desde su primer libro, Alegría, en 1947 hasta su Cuaderno de Nueva York, de 1998, pasando por su ‘Sinfonieta a un hombre llamado Beethoven’, de Cuanto sé de mí, de 1957. A partir de él encontraremos sus ecos en Félix Grande, José Ángel Valente, Antonio Gamoneda, Alfonso Canales y, ya más próximos a nuestro tiempo, Clara Janés, en su experimental poema ‘En busca de Cordelia’, de 1975, y Antonio Carvajal. Sorprende su sagaz incursión en la poesía contemporánea de Jaime Siles, Emilio Barón y Miguel d’Ors, así como en la difícil obra de Carlos Álvarez y la poesía esquiva e inconformista de Javier Egea. Finalmente, en una acertadísimo intento por alcanzar los días más recientes, este ensayo se ha detenido en estos últimos veinte años sobre obras de una extraordinaria vitalidad: en los textos de Antonio Porpetta, Alberto Maqueda o Federico Abad, la extendida sensibilidad musical al conjunto de sus poemarios de Daniel Cotta, el libro programático y sistemático de Álvaro Fierro, dedicado a las Sonatas para piano, y la poesía de una jovencísima Berta García Faet. Una mirada final —que trascenderá nuestra lengua— por las entrañas de la ciberpoesía y la inteligencia artificial nos hará dudar de la identidad inimitable de los afectos y emociones que su obra puede suscitar y sembrará la duda sobre cuál es nuestro futuro lugar como creadores. Concluye así un excelente trabajo del que no hallaremos parangón igual en los actuales estudios musicológicos o filológicos. Su lectura requiere de las indispensables obras beethovenianas citadas para comprender así mejor las escuchas poéticas que nos propone. Constituye así un notable hito que no se arredra ante Beethoven: una lectura profunda, amena, documentada, arriesgada, innovadora y, fundamentalmente honesta, que contempla a la poesía como intérprete de la música y desbroza nuevos caminos para este apasionante mundo de las relaciones interdisciplinares. NURIA RUIZ DE VIÑASPRE. CAPTURACIONES (Olifante, Zaragoza, 2020) por MARÍA GARCÍA ZAMBRANO MIRAR LA EXISTENCIA, LEJOS DEL YO Mirar. En este verbo quizás radique la compleja sencillez que esconden estas piezas enigmáticas de la literatura japonesa que llamamos haiku. Mirar con la templanza y la humildad de quien no espera más que el asombro que la naturaleza esté a bien regalarle. Ese Mo no aware, traducido como sensibilidad o empatía, que hace referencia a la capacidad para sorprenderse ante la belleza imperfecta (otro concepto nipón) que nos rodea, pues para la cultura japonesa lo bello ha de reflejar las mutaciones de la vida, con los estragos del paso del tiempo, o la estación del año que se despliegue en los seres del mundo, ese haz de luz, sabiduría escondida en cada detalle. Mirar es la primera palabra de estas Capturaciones, y la acción desplegada por quien se dispone a despojarse del andamiaje literario para dejarse llevar por una tradición lejana que, sin embargo, ejerce en el ojo occidental una fascinación casi mística. Desnudarse del ornamento que nuestra literatura acarrea para darse, desnuda y temerosa, a una escritura del vacío. Un mirar hacia afuera para encontrar un adentro, quizás, con algo de sentido. Mira el ciprés. Investiga tu mente. Lava tu cuenco. Nuria Ruiz de Viñaspre, autora con quince libros de poesía, y una escritura en la que gusta de investigar nuevas formas, retorcer el lenguaje y trabajar con las palabras como quien alza un templo, o cincela las estrías de un pequeño caracol, nos ofrece en estas piezas una poética diferente, un paso más en su camino literario. Capturaciones es un libro singular en la obra de la autora. Está compuesto por 108 haikus no convencionales que corresponden a las 108 esferas de madera de esa especie de rosario que se utiliza en religiones como el budismo, el mālā, para recitar mantras. Un número simbólico, por tanto, para estas cuentas en forma de palabras, que se despliegan como oraciones escuchadas de la cultura oriental, pero, de alguna forma, adaptadas a nuestro pensamiento y sentir. En el prólogo que acompaña al libro, escrito por Josep M. Rodríguez, se trazan las líneas por las que se mueve el haiku de Viñaspre, seres de madre occidental y de padre lejanísimo que amalgaman dos tradiciones quizás antagónicas en su mirada, pero necesitadas la una de la otra. Así, Viñaspre no prescinde de la persona, identidad que los japoneses rechazan, y de la que la autora, por momentos, también quiere despojarse, aunque tímidamente deje entrever un yo y un tú que bailan en la contemplación impersonal propia del haiku. Algunos de estos pronombres se erigen como asidero de esa mirada que busca el junco japonés, esa rama que se dobla, pero jamás se quiebra, aunque inevitablemente lo haga desde la casa de occidente. Algún personaje se cuela en estas instantáneas, como ese funambulista que raya el horizonte, ese tú cuyo corazón se izó ante el gran tsunami, ese yo que busca en la nieve y se interroga por la flor, o esa pregunta explícita por el ser más propia de nuestra filosofía indagatoria que de la contemplación oriental más cercana al descubrimiento por contemplación que por búsqueda.
La naturaleza presente y sustancial al haiku, es protagonista en el libro, completada aquí con ese mirar objetos que forman parte de un bodegón donde la mirada se gira a la casa, a lo cotidiano, a la vida del adentro: el abrelatas, el reloj, el ciervo disecado, el tragaluz... Un ir y venir de esa vastedad de lo natural, a la concreción del mundo que nos rodea, y del que es tan difícil huir. La cinta solar. Detrás del mundo un árbol. Corteza roja. Viñaspre, fiel a una escritura con incursiones en la metapoética desplegada en obras anteriores, salpica algunas de estas piezas con reflexiones sobre el lenguaje. Así, este haiku bellísimo, El ciervo mide la longitud del verso dentro del bosque. En estos tres versos el ciervo, como animal que recorre la poesía de la autora, es ahora cómplice de esta síntesis. Vemos, por tanto, que la voz de quien mira el pulso de la vida, a la vez cuenta el latido de la propia escritura, un ejercicio al que la poeta nos tiene acostumbrados, un ir y venir del adentro al afuera del propio lenguaje, sus límites y sus imposibilidades. Oigo el silencio. Junco que no se dobla. ¿Qué decir? Nada. O este haiku: Un verso suelto lleva el músculo al borde. Forman vasijas. Capturaciones es un libro enigmático, de hondos destellos líricos y original en la obra de Nuria Ruiz de Viñaspre, autora y editora que, a lo largo de sus quince poemarios, ha sido capaz de desplegar una poética en la que traza un mapa de la existencia con toda su complejidad. Un libro para mirar el afuera, con su belleza y su crueldad, como forma de nutrir de belleza imperfecta, y necesaria, un adentro algo herido. |
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