LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
MARTIN DAVIDSON. EL NAZI PERFECTO (Anagrama, Barcelona, 2012) por ANTONIO MEROÑO Martin Davidson hace un ejercicio de exorcismo personal a la hora de bucear en la peripecia de su abuelo materno, Bruno, un dentista alemán que perteneció desde primera hora al NSDP, a las SA y más tarde a la SD. Uno, que está escribiendo también sobre su abuelo materno, que luchó quizá a su pesar en la guerra civil, en el bando republicano, eso no a su pesar, agradece este testimonio sincero, valiente y alejado del tremendismo y el sensacionalismo barato.
Bruno, el abuelo del autor, nació en Berlín en 1907, por lo que su vida estaba predestinada desde el principio a sufrir los rigores, de una u otra manera, de los peores hechos de la Historia. Derechista y anhelante de un gran Imperio Alemán, se afilió al partido nazi a las primeras de cambio y eso, junto con sus estudios de dentista, le sirvió para escalar puestos, llegando a ser presidente de la asociación de dentistas de Berlín, así como un destacado miembro de las SA de Röhm, destacadas fuerzas de choque y represión desde los comienzos del movimiento ultraderechista alemán. Davidson (británico, su madre fue muy joven a Escocia huyendo de su tiránico padre y conoció al padre de Martin), es muy duro con su abuelo, que murió cuando él ya tenía bien cumplidos los treinta y realizaba documentales sobre la Alemania nazi para la BBC. Bruno murió unos días después de la caída de la URSS de un cáncer, poco después de que su nieto lo visitase por última vez. Davidson narra su vida tras la guerra, cuando supo aprovecharse de las ventajas de la democracia y el milagro económico alemán, progresando en su trabajo de dentista hasta su jubilación, pese a que se empeñó en vivir, con su nueva compañera tras el divorcio de su abuela, en un modesto piso de una barriada multicultural, con su colección de sellos y relojes, su coñac y sus cigarrillos. Pero la vida de Bruno, su mujer y sus tres hijas pequeñas no fue nada sencilla tras la derrota del Tercer Reich. Él fue a parar a prisión unos meses, y ellas a un campo de trabajo, donde en condiciones durísimas conservaron la vida de milagro. Una vez reunidos los tres en casa de la madre de Bruno, éste cambia su identidad ante el miedo a los procesos de desnazificación de los aliados y todos se refugian con esa identidad cambiada en un pequeño pueblo hasta el año 1951, cuando el avance de la guerra fría y el temor a los soviéticos lleva a los aliados a bajar de intensidad el castigo para los nazis prominentes. Al final de su apasionante obra nuestro autor quiere llegar a la conclusión de que su abuelo no fue exactamente un alto mando ni un criminal de guerra, sino tan sólo un obediente cargo pequeño, oportunista y seguramente mal tipo, con el que durante todo el libro es duro pero sin llegar, como decimos, a plantear un lacrimógeno ajuste de cuentas. Esta obra puede interesar a toda persona que no quiera olvidar que también en España tenemos un pasado muy disruptivo que, al contrario que Alemania, no hemos terminado de enterrar.
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ALBERTO CHESSA. UN ÁRBOL EN OTROS (La Estética del Fracaso, Cartagena, 2019)
MARIO VARGAS LLOSA. TIEMPOS RECIOS (Alfaguara, Madrid, 2019) por PEDRO GARCÍA CUETO Tiempos recios es un retrato del poder y de la impunidad de una época donde los Estados Unidos manejaban los hilos del mundo. Con la influencia en nuestra mente de Roa Bastos, de Miguel Ángel Asturias o de Alejo Carpentier, todos ellos grandes escritores que abordaron las figuras de grandes dictadores, Vargas Llosa compone un interesante ejercicio de hondura al retratar por qué Jacobo Árbenz fue derrocado de su presidencia en Guatemala, ya que los intereses de los americanos eran más poderosos que la democracia instaurada en el país.
Al leer la novela pensaba en Roa Bastos y Yo, el supremo, también en la mirada de Carpentier en El recurso del método, hay una sensación de ir tejiendo la madeja de esta historia donde los personajes son muy importantes: Árbenz, Castillo Armas y Johnny Abbes son seres que deambulan en las sombras de un mundo, el de la Nicaragua de luces y sombras, tierra de naturaleza abundante, misteriosa, donde la vida se teje y se desteje en cada momento. Novela bien construida, con abundante documentación, es un ejercicio del poder de la mentira para derrocar a un presidente. La historia cuenta cómo el consejo directivo de la multinacional americana United Fruit encarga a un mago de la publicidad para montar una fake new acerca del presidente Árbenz, al que acusan de orquestar su gobierno en Guatemala a semejanza de un protectorado soviético. En estos tiempos en que las fake news hacen que caigan grandes personajes, la novela cobra una dimensión de actualidad sangrante. Vivimos en un mundo donde apenas podemos reconocer la verdad de la mentira, envueltos en el exceso de información y de los espejismos de un mundo de redes que oculta muchas veces la verdad, donde cualquiera se puede asomar como un tótem a decir cualquier estupidez. Con estos mimbres se orquesta un golpe de estado preparado por la CIA, ya que interesa derrocar a un hombre legalmente elegido, en un espacio de sombras en las que la mentira cobra proporciones de verdad. Vargas Llosa crea personajes creíbles para ir desarrollando esta mentira, lo que explica muy bien el progresivo desengaño del lector ante la realidad, consciente de vivir en un mundo de falsedades que parecen verdades. La novela recobra al mejor Vargas Llosa, el de La fiesta del chivo, lejos de otros experimentos de poco calado, como sus última novelas. Se contraponen el idealismo y la candidez del matrimonio Árbenz con un mundo que los fagocita, porque no quiere a los buenos, donde triunfan los manipuladores y los arribistas. Estados Unidos, lejos de ser el imperio de la democracia y la legalidad, ha permitido muchas infracciones de la ley y ha impulsado a muchas dictaduras en América Latina para preservar sus intereses. Ahora, con un presidente como Trump, nada ha mejorado, la mentira sigue en pie y tiene peso. Se agradece una novela como la de Vargas Llosa sobre temas tan sangrantes para la democracia como este. Son tiempos recios, donde duele la verdad y triunfa la mentira. JOSÉ SILES. LA ESTRUCTURA DEL AIRE Y OTROS POEMAS INVERTEBRADOS (Verbum, Madrid, 2019) por ANTONIO MARÍN ALBALATE Aunque ya se sabe, no es malo hacer memoria de cuanto ha dejado escrito nuestro invitado. Recordemos en narrativa: Resaca estigia, La última noche de Erik Bicarbonato, El hermeneuta insepulto, El latigazo, La delirante travesía del soldador borracho, La utopía reptante, La Venus de Donegal, Kartápolis… Y en poesía: Protocolo del hastío, El sentido del navegante, La sal del tiempo, Los tripulantes del Líricus y este La estructura del aire y otros poemas invertebrados del que Francisco Herrera Rodríguez, autor del brillante prólogo, viene a decirnos acerca de él y su autor, al que nombra Persiles, que: Persiles vino al mundo en un puerto fenicio. El salitre del mediterráneo oreaba el año 1957 y aún se guardaban en las cómodas las cartillas de racionamiento por si acaso las costuras del hambre reventaban en otro hoguerón de revanchas insaciables. El niño con las rodillas desolladas daba patadas inmisericordes a las latas que arrastraba el levante, metiendo goles soñados e imposibles. Persiles bajaba a la calle con la peseta materna y la toalla en la mano para comprar el hielo, ese hielo duro y blanco que roto a trozos conservaba como podía los alimentos en neveras amarillentas y de bisagras oxidadas. En los días de amígdalas y fiebre sacaba la caja de cartón de los tebeos, siempre los mismos, pero en cada postración sin colegio parecía que contenían historias nunca leídas. Luego se pobló la casa con los ruidos y luces de un artefacto con carta de ajuste que solo entendía ese hombre sabio que siempre venía por las tardes a orientar las veletas de las azoteas, a lo justo para escuchar los tiros virginianos y ver las colisiones submarinas. Pero la calle tiraba del niño Persiles, solitario, buscador temprano de muelles, de barcos y de marineros de miradas tristes y anises peleones en el aliento. Luego de vuelta a casa el niño miraba las estrellas detrás de los visillos y escuchaba las voces de los vecinos que codificaban su destino entre los cacharros de las cocinas y las luces de los patios. Así nació el poeta Persiles, en una Kartápolis de piteras ardientes, luces doradas, iglesias ultramarinas, edificios oficiales de navegantes y barcos de toda índole, algunos con no muy buenas intenciones [...] Persiles añora la vida y añora el bálsamo de la muerte, amarrado al último noray, con alma de cardiópata, escucha de pronto que alguien que está en la platea, entre el público, escuchando sus versos, le pregunta: Persiles. ¿es usted un poeta posnovísimo? Y él con el sombrero ligeramente ladeado, la barba rala y cana, la pose tímida y romántica, con el alma de los poetas malditos y mitómanos, responde airado: ¡Qué sé yo, señora, pregúnteselo usted a Luis Antonio de Villena! Solo sé que mañana será otro día y tampoco de eso estoy muy seguro. Persiles, por Siles y por vosotros, digo yo que a este libro, mortal y tricolor en su portada, se entra por la orilla del aire, «suspirando despedidas», para hablar de la vida de la muerte y de que el aire «carece de sentido del humor / aunque provoque situaciones grotescas / y a veces dantescas», aunque no así Eolo, su hijo díscolo que «disfruta especialmente / levantándoles las faldas acampanadas a las hetairas atenienses»… Faldas acampanadas, pantalones de campana, año 73, Albert Hammond cantando aquello de nunca llueve al sur de California y Pepe Siles, el poeta, escribiéndolo 46 años después. Pepe el de la Resaca estigia, cuando los años dorados de El Arlequín en aquella Kartápolis ochentera, que recupera en un poema así llamado, ‘Resaca estigia’, para espetarnos: «He aquí / la apacible miseria del olvido / que provoca el desvarío reposado»… Pepe dedicándole a Encarni (su mujer) el poema porvenir «donde todo el pasado es… y fue / porvenir»; y dedicándome a mí, honor inmerecido, su allegro non molto de especies y especias impostadas «sin pastos para alimentar el adiós / sin memoria para saborear la canela / sin ruidos para cantarle al comino». Pepe hablándonos de «labios lentos, locos y liberales / menores, mayores, medio pensionistas», mientras piensa que mañana será otro día para comprar «kilo y cuarto de tinieblas sin grasa». Pepe acordándose del principio y fin de un sueño de verano, mientras suena Georgie Dann, y acordándose también de una puta portuaria, honoris causa en cosas de la vida, mientras suena ahora, quizá cantando «una ladilla tengo en el alma», nuestro albántico Aute. Pepe el de la divina tristeza de blues lunar y azul trotskista. En este poemario habitan personajes amargos como El Malaire, «estibador jubilado del puerto», y habita la filosofía de quien sabe que «un marinero de noche y sin bares en el horizonte / acaba sediento y desorientado como un náufrago» que habita la nada, «la nada, siempre la nada», para que el poeta alabe «el valor / inútil de los fracasados». Personajes de cine o de canción como Pericles “el perfumao” (‘Rey del pachuli’) que bien hubiera podido firmar otro rey, el del rocanrol más chuli y cheli, Ramón Ramoncín. Personajes entrañables como la proverbial Charito camino de su baño nocturno, «allá en sus bloques de San Pedro». Este libro también está atravesado por el aire de pérdidas como la de Enrique Cerdán Tato, «el domador de cobras, un veterano en el arte de hacerlas bailar»; Alfonso Lorente, llorado amigo, en el poema que da título a este libro, «continente / que acoge el polvo dorado y / que, zarandeándolo siglo tras siglo, lo transforma en polvareda»; Bartolomé Nieto “Tolo”, otro más que lamentar (¡demasiados ya!), quien (estoy seguro) habría disfrutado con el poema que le dedica, desde su altura de acólito del aire: «cuando la humanidad entera disfrute / tomando pastillas de alfalfa […] cuando los sectarios abandonen sus dogmas / adoptando la flexibilidad del junco / cuando haya una pertinaz sequía de guerras / pacificando un mundo cada vez más sediento de concordia / Entonces y sólo entonces / habrá llegado el momento final / y todos mirarán al cielo / y verán un firmamento azul jaspeado / que nadie jamás había divisado anteriormente / La gloria, esa gran ignorada /por una muchedumbre que no sabía mirar a lo alto». Atrave(r)sado, cómo no, por su in memoriam a los tripulantes del Líricus «un desvencijado navío hundido la noche más tempestuosa en Cabo de Hornos», «ron, ron, ron, la botella de ron». Y su recuerdo al irrepetible Javier Krahe, desde el poema no todo va a ser respirar: «de vez en cuando para hacerse una idea del gozo / y antes de expirar / hay que follar». Follar, sí, follar todo lo que se pueda antes de que llegue la suerodependencia y alguien nos «conmine a la sumisión / de la mansedumbre… de los que han llegado a su destino / la sumisión… de los derrotados tras mucha gresca». De este libro, mortal y tricolor, se sale sin hueso alguno, invertebrado y converso por el aire. De este libro se sale por la puerta del universo que lo habita (no hay otra), herido de belleza entre odas y adioses con la amarilla metralla de sus versos, misiles de largo alcance, de este poeta airoso llamado Pepe Siles el de la barba a babor. AMBROSIO GALLEGO. ELEGÍA A TUS ATAJOS ENTRE NUESTROS RODEOS (In-Verso, Barcelona, 2019) por GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ Ambrosio Gallego (Peñalsordo, Badajoz, 1963) es un poeta con obra y consecuencia, desde su primer poemario, Casa con humo (1986), hasta su más reciente, Elegía de tus atajos entre nuestros rodeos, su trayectoria se ha visto recompensada con premios tan prestigiosos como el VII Premio de Poesía César Simón, promovido por la Universidad de Valencia, en 2010 por Con breves ojos (Denes). Gallego es, además, un delicado haijin, como deja constar en La mirada sin nosotros (Tigres de Papel, 2015).
Poemario finalista, con diferentes títulos, en los premios “Ciudad de Badajoz”, en 2012, y “Premio Leonor” de la Diputación de Soria, en 2017, Elegía de tus atajos entre nuestros rodeos, dedicado a la memoria de su hermana Nieves, se abre con tres citas especialmente significativas de Alejandra Pizarnik, Antonio Gamoneda y Miguel Hernández, que apelan al dolor por la pérdida, a lo irracional de ese hachazo que es la muerte, que nos deja a la intemperie de esa nada inacabable que es la ausencia. Ya no habrá más citas ni homenajes, a partir de aquí el poeta cabalgará pesaroso por sus páginas con la sola compañía del recuerdo estremecido, «esa amiga memoria metomentodo». Estructurado en tres partes, con los expresivos epígrafes: “Últimos días”, “Nada es simplemente ayer” y “Nieve de paso”, Elegía de tus atajos entre nuestros rodeos es un poemario exclamativo e íntimo, profundamente humano, donde la poética de Ambrosio Gallego se expande libre por los cuarenta y seis poemas que componen este libro, pues no hay corsé capaz de retener los versos tachonados, donde cada palabra se hunde en el blanco de la página para marcar los minutos y las horas de un tiempo en desbandada que necesita ser contado, «no como los relojes». Con la esperanza de que la muerte sea solo un atajo a la eternidad, Ambrosio Gallego fija su experiencia de los “Últimos días” mientras flota en el ambiente la tristeza, «un miedo último a cerrar los ojos», un tiempo donde lo poco llega a parecer tanto, y donde sin perder el sentido del humor su hermana da una lección de entereza, de entrega: «romped la cáscara de las poses, / avivad el fuego para una noche larga». Sobrevuela los versos la idea de resurrección, de eterno retorno: «¿Y si tal vez sea vida que sólo vuelve a la vida?», pero también la necesidad del descanso y la vecindad del silencio. En “Nada es simplemente ayer”, Ambrosio Gallego evoca episodios de su infancia, con el paisaje extremeño de fondo: Las Posadas, Piedrasanta, donde jugaban el poeta y su hermana, «los niños del verano». Las dulzuras y las tortas de la abuela, la historia del amigo ahogado, las carreras tras el caballo, las risas en el granero, aquel carnaval, recuerdos tamizados por el encanto de un espacio natural truncado por el “Largo viaje a Barcelona”. En el tercer segmento, “Nieve de paso”, el poeta resume el estado transitorio del dolor punzante, ciego, así dice en el poema homónimo: “Esta nieve que te nombra tan bien, / ha aprendido también como tú a vendar / la herida humilde de los inciertos pasos”. De nuevo se destaca la entereza de la hermana frente a lo inminente pues al final “Vida y muerte ya son lo mismo”. El poeta toma la pluma para conjurar a la muerte o al menos para que sea mínima, más justa, una muerte que se aprende a esperar para que la ceniza no olvide su postrer temblor. En conclusión, Ambrosio Gallego nos entrega un poemario del color de la nostalgia (Pantone 7440 C), verdadero, sencillo, que lejos de sentimentalismos consigue tocarnos muy hondo, pues el poeta sabe dos cosas fundamentales: que la vocación de la poesía es compartir y que solo amamos lo que podemos perder. WISLAWA SZYMBORSKA. SALTARÉ SOBRE EL FUEGO (Nórdica, Madrid, 2015) por HÉCTOR TARANCÓN ROYO EN EL PARAÍSO PERDIDO DE LA PROBABILIDAD Aunque todavía están por estudiar las últimas conquistas de la rima libre, una cosa es segura: han echado a perder a toda una generación de poetas. La escritura, como las artes plásticas, basó su desarrollo durante todo el siglo XX en liberarse de las malévolas y rígidas reglas de la Academia. Como consecuencia, nunca en toda su historia ha sido tan libre para emerger y decirse desde muchos puntos de vista y estilos. Y lo que supuestamente debería considerarse una victoria no es más que una lenta agonía en la que lo políticamente correcto impone una escena bastante desalentadora. Dentro de una horizontalidad un tanto extraña, que por momentos parece ignorar completamente al espectador/lector, se dice que todo lo que se publica, o su inmensa mayoría, es bueno, de calidad, y profundo. Al menos, así ocurre en las presentaciones, en la conversación posterior y en el largo intercambio de elogios por la noche, por mucho que una copa de más pueda arruinar todo lo anterior. Afortunadamente, la propia Wislawa Szymborska nunca atendió demasiado a esas reglas, algo que se puede comprobar no solo en su poesía, llena de un humor tan afilado como encantador, sino en su Correo literario (Nórdica, 2018), que recoge los consejos que le daba a los lectores dentro de su consultorio en la revista Vida literaria. Su visión desenfadada, cargada de soledad, certeza y sinsentido (ante el propio hecho de existir), hacen de su obra un punto casi ineludible de la poesía, que mereció el Premio Nobel de Literatura en 1996. Así ocurre en el caso de la traducción de Abel Murcia y Gerardo Beltrán, la predominante en nuestra lengua, en Saltaré sobre el fuego. Menos literal que las primeras (al final se ofrece la versión de 1997 de Ana María Moix y Jerzy Wojciech Slawomirski en Lumen), mantiene el significado primordial para imprimir en la traducción la misma fluidez, ritmo y metáforas que, se supone, el original. Es esa musicalidad, hoy en día bastante desaparecida cuando se enarbola la rima libre, la que hace de esta selección de poemas una entrada más que consistente al mundo de la poeta polaca. Complementados por las ilustraciones de Kike de la Rubia, cada uno de los 34 poemas recorre el azar y la deriva de lo cotidiano en un movimiento que, más pronto que tarde, suele volver al origen. No son versos que se enroscan, sino puntos de partida en los que el mismo comienzo, o el inmovilismo al que se ha visto abocado la sociedad contemporánea, emerge con toda su naturalidad y desparpajo. La aparente sencillez de sus versos esconde también crítica política, y es ahí donde hace más daño: cuando la sonrisa se desdibuja con el impacto de la realidad.
ERNESTO GARCÍA LÓPEZ. LOS AFECTOS (Vasarek, Madrid, 2019) por CRISTÓBAL DOMÍNGUEZ DURÁN Cuando hablamos de lenguaje en poesía cuesta saber a qué atenernos. Ernesto García López (Madrid, 1973) lo tiene claro. En su libro Los afectos el autor nos muestra un camino por el que observar de otro modo, con otras lentes, el mediático caso de la mal llamada crisis de refugiados que mantuvo en vilo al Mediterráneo durante el verano de 2015. El poemario comienza con un poema que iguala al lector con el turista que aparece por una isla de Grecia de vacaciones y se ve sorprendido, expresando «el dolor justo al lado de la quietud», ante «altos objetos de carne», «lentos tendones que estiran su asma». Se produce aquí una tensión entre calma y desesperación por la existencia que, sin duda, será el movimiento ético que empuje la lectura del libro. ¿Frente a qué fenómeno estamos tras identificarnos con el turista? El desarrollo de esta pregunta es el desarrollo del libro, una apertura de la realidad hacia los cauces que abre la experimentación lingüística de García López. Un trabajo que trata de abrir nuevas vías para la interpretación de lo real. Como decía Pasolini, «la poesía debe retar todo aquello que pretenda alienar el lenguaje». Avanzamos en el libro, que es en realidad una amalgama de datos, crónicas, conclusiones, poemas y dibujos a conté, y encontramos señas de identidad ya del autor como el enjuiciamiento hacia la palabra poética, cuyo fin inevitable está en ser perseverante en «el contrabando más allá de lo real», la tachadura, que le aporta una herramienta para poder explorar los límites del idioma y hacer ver que el lenguaje no es un dictado establecido sino un elemento esencial con el que se trabaja, y, por último, un ritmo construido a partir del asombro, de la búsqueda de sentidos a través del espacio. La interpretación de unos hechos tiene que venir del movimiento, de una desestabilización del relato político y del mensaje del poder. Para no llegar al colapso, el mundo necesita de desplazamientos subjetivos hacia el entendimiento de la realidad. Sin embargo, el autor advierte que «el puerto no sabe de subjetividades». Como «nada es mayor que el ímpetu por alcanzar la condición de lo vivo», García López abre el espacio temporal en el que actúa y entra, conforme pasamos páginas, a escribir sobre naufragios de embarcaciones anteriores, de las que «el registro aguarda los papeles de su memoria» y otras épocas en las que la condición de ser humano estuvo en entredicho, sepultada por la expropiación de familia, ropa, pelo o nombre en campos de concentración. El libro se cierra con una serie de poemas que mantienen otro tono, intercalados por dibujos que buscan de nuevo, junto con los textos, tentar los bordes del significado en la resignación de deber convertirse en signos. El poeta trabaja aquí temas ya presentes en la primera parte del libro y otros: la inmortalidad de las ideas, la corrupción y, por tanto, la necesidad del individuo que subjetiva y lucha. Porque ocurre que «el tiempo pasa ǀ ellos no».
LI-YOUNG LEE. EL DESNUDO (Vaso Roto, Madrid, 2019) Traducción: Sara Cantú Pérez del Salazar por HÉCTOR TARANCÓN ROYO SONRISAS EN LA CARA MÁS ALLÁ DEL ABISMO En el plano amoroso, los valores tradicionales se han visto tan retorcidos que lo difícil, ahora, es tener una relación duradera. Lo que antes, por convención social, obligación o economía, era lo más usual, se ha vuelto un síntoma extraño, casi inclasificable. Se pueden citar las aplicaciones de citas, los grupos en las redes sociales, o el vasto contenido gratuito que pulula por internet, pero una única cosa es cierta: Occidente ha desarrollado con perseverancia la erotización extrema del cuerpo de la mujer. Asociada, o más bien entrampada, con otras corrientes, esta tradición, con miles de años a su espalda, tardará en desaparecer, por muchos cartuchos de dinamita que encienda el feminismo. Seguramente porque esa visión, nuestra visión, limita la trascendencia espiritual de las relaciones humanas, y adjudica a lo físico una serie de valores y características que, en la literatura, pueden llegar a resultar tan aburridas como superficiales. […] Ella dice, El mundo Es una historia que sigue comenzando. En ella, has vivido singularmente disfrazado: ceniza brillante, ceniza oscura, espejo, luna; un niño que se despierta en la noche para escuchar los truenos; un viajero que se detiene para preguntar el camino a casa. Y todavía falta el viaje nocturno de la mariposa por el mar. […] Una palabra tiene muchas vidas. Presa, la palabra es juego, impronunciable. Consecuentemente, la palabra es juez, pronunciando la sentencia. Aflicción, la palabra es una espina, castigando. Por eso El desnudo de Li-Young Lee resulta tan refrescante, enigmático y profundo. En ocasiones, por la distancia cultural, inevitable en muchos casos, resulta extraño, pero ese carácter, tan místico y meditado, le da una impronta que revaloriza, y cuestiona, el discurso amoroso. Como la obra de Roland Barthes desde la filosofía, Lee examina, en toda su amplitud, uno de los grandes temas de la humanidad desde multitud de perspectivas. Por eso, combina partes y poemas de gran extensión con otras menores. También varía el estilo, al deslizarse con bastante facilidad entre la memoria, la metáfora elevada y el tono coloquial. En ese sentido, no es tanto un énfasis y exaltación de un momento, como un viaje por los acontecimientos que le han llevado a ver y sentir así el mundo. Sobre todo, y como uno de los ejes centrales, es una conversación constante con, y contra, él mismo, su mujer y su familia. El poeta norteamericano, originario de Yakarta, lo sabe bien: al existir gracias a su entorno y a los demás, realiza una introspección profunda sobre sus lazos con la realidad. Al hacer reflexivos sus propios sentimientos, los poemas son, a la vez, una larga letanía que suplica y agradece todo lo que ha sucedido y está por suceder. Esa doble condición, también inmaterial y física, centra toda la fuerza poética de Lee y lo traslada, como en su vida personal, a un lugar donde pocas cosas son reconocibles, pero todo es aún posible. […] Repugnantes máquinas de placer, secuaces del mercado idiotizados, el deseo vendido, el conflicto vendido por codiciosos anunciantes, dejando que el amor se torne frío tras de ti, hambre, pestilencia y terremotos tras de ti, abominación, desolación y tribulación tras de ti. Violencia tras de ti. Una nación subyugada por el arma. Una ciudad humana bajo el estandarte del asesinato. […] Es demasiado tarde para la plutonomía y el precariado. La guerra continúa. Si el amor no sale victorioso, ¿quién quiere vivir en este mundo? ¿Estás escuchando? El desnudo, la primera y casi más extensa de las composiciones, es toda una puesta en escena de la tensión entre lo erótico, la visión subjetiva del poema y los momentos en los que lo irreconocible e impredecible, la voz de ella, entra en juego. Por momentos intenso, metafórico y onírico, supone toda una reflexión de cómo el lenguaje apresa a su víctima. En muchas ocasiones, no es tan importante el contenido, sino como éste se codifica en el estilo. Así, los instantes concretos se difuminan y, por ende, hacen que lo cotidiano se vuelva indirecto. La de Lee es una poesía que se desdobla hacia sí misma en el mismo ejercicio de estar en el mundo, y vuelca, como consecuencia, toda su fuerza en el proceso de reencontrarse. El suyo es un deseo tamizado, larga y pacientemente esculpido contra la impaciencia de la carne. Esto ayuda a ver la curiosidad, la levedad y la limpieza de los temas que va tratando, los nombre o haga alusión mediante el silencio. […] Mi madre tiene en su poder una parte de algo indecible, la otra parte de la cual guardo yo, su regalo para mí. Y mientras que lo que ella no diga y lo que yo nunca contaré permanezcan en nuestra parte secreta de la historia del mundo jamás contada, lo callado se casa con lo callado, cara a cara en el silencio entre nosotros, y nuestros corazones se unen para permanecer abiertos. Ambos tendremos que esperar hasta que estemos solos para llorar. Desde entonces, cierta melancolía va impregnando, a su manera viscosa y dramática, las siguientes partes hasta que el amor se vuelve guerra, exilio y violencia. Sigue siendo el motivo central, pero solo como rescoldo de un pasado: Lee ya no es más que uno, ni menos que dos, sino que se convierte en una voz más del sufrimiento anónimo, de todas aquellas personas a las que ha olvidado la Historia en su relato triunfante de los hechos. También del suyo propio, que externaliza aferrándose, al lenguaje y su capacidad para convertirse en alguien totalmente externo o, como él dice, en Nadie. Adquiere, pues, la memoria un protagonismo fundamental que recupera, en su distancia inevitable, a sus propios padres, y algunos momentos de su niñez, entre otros instantes. Estos chocan con la elevación y la constante distinción, de tintes filosóficos, de conceptos y corrientes de pensamiento. Tal es la deconstrucción del tiempo y la existencia, que llegar a ser el propio Lee, en su infancia, quien observa la amargura y rigidez de los ritos de los adultos, venerados aun así como personas sabias. Como consecuencia, la vida que antes se mezclaba con la incertidumbre y extrañeza del discurso amoroso, ahora lo hace con la muerte y la crudeza. En ese proceso, crea otra capa de significado: como tal, amar, además de dar la vida por los demás, es abrazar la descomposición y el fin de las cosas. El desnudo es un cántico heterogéneo y meditado, lleno de pliegues y versos por los que seguir, en los que destaca la incertidumbre, la soledad, el asombro, y la pasión, o lo que es lo mismo, la sobrecogedora certeza de la grandeza de la vida, y su constante huida de cualquier intento por categorizarla.
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