LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
ADA SORIANO. NO DEJEMOS DE HABLAR. ENTREVISTAS A 19 POETAS (Polibea, Madrid, 2019) por YOLANDA IZARD NOTAS DE LECTURA Con placer y la atención calma que merece un libro de estas características, dedicado a dar a conocer la obra y la poética de un buen puñado de poetas, en concreto diecinueve, he abordado la lectura de estas entrevistas que trascienden el propio género conversacional para convertirse en un interesante reflejo de la variedad y riqueza de nuestra poesía actual y del modo como los poetas viven la creación literaria, su estar en el mundo de la mano de la poesía. Transcribo algunas de las notas que he tomado a lo largo de esta inmersión en sus páginas, pero adelanto que el libro ha tenido para mí un singular interés no solo porque he descubierto a algunos excelentes poetas sino también porque tanto la nota precedente como la propia entrevista y el poema final me parecen escritos y escogidos por una persona que sabe de poesía y ama la poesía y tiene un gusto poético refinado y profundo. Ada Soriano ha sabido llevar con mano firme, sensibilidad y agudeza a sus poetas a ese lugar donde la poesía dialoga con el mundo, habla.
--No dejemos de hablar. Entrevistas a 19 poetas destaca, en mi humilde opinión, por ser algo más que un libro de entrevistas al uso, y desde luego más interesante y, sobre todo, esclarecedor para el lector. Cada una de ellas viene precedida por un resumen biobibliográfico de cada poeta, con una brevedad ajustada a los fines de la publicación y consecuencia de las amplias lecturas poéticas de la entrevistadora y de un gusto poético finamente elaborado. En sus elecciones, Ada Soriano aúna conocimiento de la obra, emoción y sensibilidad poética y no huye de presentar lo complejo, lo irracional, lo intuitivo, en busca de ofrecer al lector originalidad, la expresión de la complejidad humana, variedad y calidad. —Es un libro muy cuidado. Con fuerza visual en la división de las distintas secciones de cada entrevista: una fotografía de gran tamaño del poeta; una bien escogida cita de pórtico; una aclaratoria y a veces luminosa nota biográfica y bibliográfica que no evita a prologuistas, citas ajenas, bien traídos referentes literarios; la propia entrevista, alma del libro, y un poema final (algunos deslumbrantes y en general brillantemente escogidos); todo ello en aras de dar una visión más completa y profunda del entrevistado. Estas entrevistas están también muy medidas en la búsqueda de clarificar la obra del autor, sus intereses literarios y, sobre todo, su universo poético, a través de preguntas de apariencia sencilla y muy directas que pretenden que el poeta se exprese, hable (no en vano el título es No dejemos de hablar) de lo humano y de lo divino, de su poética, de la trastienda de su alma y de sus libros (o de sus antologías o biografías). —La selección de los diecinueve poetas, como ocurre en cualquiera que se precie, obedece, como aclara la autora, a gustos personales, pero también a la cercanía. Sin embargo, ha primado la calidad poética, y esto es digno de aplauso. Y, desde mi punto de vista, también el deseo de acercar al lector a variados mundos poéticos de interés y a poetas con amplias trayectorias y reconocimientos a su espalda. —En algunas de las notas precedentes y en las propias entrevistas, a pesar de su obligada y también necesaria brevedad, se acumula toda la información de interés acerca del poeta y de su obra, pero destaco esas paráfrasis y citas bien buscadas, que denotan que la entrevistadora conoce y ha leído en profundidad a sus entrevistados. Algunas son dignas de aparecer en antologías de citas memorables, hacen reflexionar o recuerdan principios básicos de la escritura (o de la vida), y otras pertenecen a la visión de la propia entrevistadora: Intento acercarme a ella (la poesía) con el respeto que merece, escapando de lo banal y haciendo que tenga un valor de profundidad buscada y consciente. (Cleofé Campuzano, p. 17) En esa prolijidad de lo minucioso reside el enigma de nuestra vida. (Carlos Javier Cebrián, p. 31) Los poetas llevamos el alma fuera, como un exoesqueleto. (Alberto Chessa, p. 37) Un poeta hoy carece de relevancia cívica; no son noticia, sino cuando reciben algún galardón. (La entrevistadora a Antonio Enrique, p. 65) La novela y el relato los necesito para estar; para contar una historia desde un lugar en el mundo. La poesía la necesito para ser /… / requiere disciplina, perseverancia y pulso, mucho pulso, con las palabras. (José Luis Ferris, p. 75) Todo se mira trascendiéndolo. (Ilia Galán, p. 83) No uso formas piadosas o relamidas porque me fastidia el exceso de azúcar y en cambio gusto de lo escabroso, de cierto malestar producido por el malditismo /.../ Son oraciones que a veces recuerdan a las blasfemias. (Ilia Galán, p. 94) Muestra un estilo sentencioso y unas imágenes francamente insólitas, habitadas por una naturaleza desolada, paisajes crepusculares en los que la vida y la muerte andan entrelazadas. (La entrevistadora acerca de Manuel García Pérez, p. 99) ¿Qué opinas de la poesía actual? Me da igual lo de las capillitas y los grupos, no sé si es un período yermo o plagado de genios /… / Solo sé que me gustan y otros que no tanto (o nada). (Rafael González Serrano, p. 122) ¿No crees que una poesía como la tuya, intemporal y contemplativa, con honda raigambre en el paisaje, corre el riesgo de quedarse fuera del canon poético que tratan de imponernos? Me refiero a esa poesía enunciativa, con pretensiones de ser absolutamente moderna, incorporando las nuevas tecnologías y la actualidad más inmediata. (La entrevistadora a María Ángeles Manzano Romera, p. 138) La poesía de Marina Oroza es transgresora, inquietante y magnética. Utiliza un lenguaje sinuoso y elíptico, por lo que sus poemas oscilan entre la calma y el vértigo. (La entrevistadora, p. 145) Un proverbio africano que dice: “No te preocupes por los pasos que das sino por las huellas que dejas”. La poesía es una pintura de huellas. (María Antonia Ortega, p. 159) Igualmente destaco la paradoja de estos versos que, a mi parecer, constituyen una poética: No sucede nada distinto / pero acontece el prodigio. (La entrevistadora a Esther Peñas, p. 171) Para mí la misión del poeta es cantar y defender la riqueza universal que nos pertenece. /…/ Somos los destinatarios del universo, de sus maravillas y de sus mundos ocultos. (José María Piñeiro, p. 184) ¿Qué poesía te obliga a frotarte los ojos? La que huye del convencionalismo y del prosaísmo. /…/ Y no siempre han de ser versos redondos y memorables, sino un acento, una atmósfera extrañamente cautivadora. (José Manuel Ramón, p. 195) La poesía de mujeres está infrarrepresentada o infrapublicada. (Marisol Sánchez Gómez, p. 201) Como dice Annie Dillard, «nuestra vida es una tenue traza sobre la superficie del misterio». (María Engracia Sigüenza Pacheco, p. 218) Cuando escribir es un vicio, duele. (Rosario Troncoso, p. 228) Eso que afirmaba Novalis de que el universo está dentro de nosotros es una de las verdades con las que yo siempre he comulgado. Y tanto más en mi caso que, apartada del mundillo literario, escribo una poesía muy intimista. (Almudena Urbina, p. 236) José Luis, en una ocasión declaraste que el poeta es un guardián de la palabra, un centinela a la escucha, siempre atento a la prosodia del murmullo. (La entrevistadora a José Luis Zerón Huguet, p. 245). Me gusta escuchar a los poetas cuando hablan del hecho creador e interpretan sus poemas. Y también disfruto leyendo poéticas. (José Luis Zerón Huguet, p. 254) Podría seguir transcribiendo todo lo que tengo subrayado en el libro que me ha parecido de interés, pero para resumir solo quiero decir que Ada Soriano ha conseguido con sus escuetas preguntas huir del cliché y buscar la innovación de la respuesta, y denotan un amplio y sensible conocimiento de la obra de los poetas seleccionados. Creo que este libro muestra una parte importante de la poesía actual, pero huyendo de los nombres conocidos y tantas veces citados y en busca de esos otros cuya obra, tan importante y de tanto peso en ocasiones como aquellos, ha sido sin embargo menos nombrada a pesar de sus extraordinarios méritos, entre los cuales me permito destacar su capacidad innovadora, sus destellos verbales y cognitivos de gran profundidad, una visión personal del mundo y un estricto alejamiento de la facilidad. Todo ello más plausible ahora que nunca, pues son malos tiempos para la buena lírica, acosada por el fácil brillo de las redes sociales convertidas en espectáculo para un público que ha sustituido al lector.
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ANTONIO MARÍN ALBALATE. GERMÁN COPPINI: COLECCIONO MOSCAS (Milenio, Lérida, 2020) por JOSÉ LUIS LÓPEZ BRETONES GERMÁN COPPINI: LAS HUELLAS DE UNA VOZ Hacia el final de Carabás, tercer disco de estudio de Germán Coppini en solitario, hay una canción llamada ‘Chico de ayer’ que parece ser un perfecto autorretrato: «Yo soy el chico de ayer, un culo de mal asiento, el eterno quinceañero, una voz en el desierto». De acuerdo, es posible que con eso pudiera bastar, pero ¿quién era Germán Coppini? ¿Ese punki que aullaba en Musical Express porque le picaba un huevo y que llamaba a matar hippies en las Cíes, o aquel chico atónito y doliente que andaba como perdido en una fiesta de maniquíes? ¿O tal vez el cantante maduro, explorador de ritmos y letrista de temas perfumados de un raro lirismo que pasaban frecuentemente desapercibidos? Antonio Marín Albalate, poeta y avezado investigador musical, intenta bucear en todas esas capas y plantea su libro Germán Coppini. Colecciono moscas como un homenaje de admiración y amistad hacia un artista ciertamente complejo. Por el camino el biógrafo realiza una minuciosa labor de rastreo en torno al trabajo musical de Coppini, tanto en grupo como en solitario, y va dibujando también el contexto. Por ejemplo el de la llamada “Movida”, un término desgastado e impreciso pero al mismo tiempo de muy útil manejo, como suele suceder con los conceptos que sirven para ordenar hechos, generaciones o movimientos. Al pronunciar el significante “Movida” en seguida se visualiza como significado el neón, el glitter, las sustancias, la noche, las hombreras, los excesos, las canciones y una cierta alegría de vivir y de morir no en Las Vegas, sino en un oscuro callejón de Malasaña. Nadie está del todo contento con el término, incluidos algunos de los supervivientes, pero se nota que éstos refunfuñan con la boca pequeña. Peores son esos neoamiguetes semihipsters que han encontrado un filón en desprestigiarla, aunque yo creo que lo hacen porque siempre suelen mostrarse —ellos sabrán por qué— un tanto amargados. Bien. Marín Albalate repasa los precedentes en el Rollo y en el rock urbano de los 70 y dedica un capítulo entero a esto de la Movida, que tuvo su inicio oficioso en febrero del 80, cuando el concierto de homenaje a José Enrique Cano, “Canito”, en la Escuela de Caminos de la Politécnica de Madrid. Canito había muerto en accidente con 20 años y era miembro de Tos, el primer grupo formado por los hermanos Urquijo. Aquel concierto fue retransmitido en directo por la radio y por el musical Popgrama, que hacían Carlos Tena y Diego Manrique en la segunda cadena de TVE. Allí actuaron Nacha Pop, Bólidos, Mermelada, Alaska y Los Pegamoides, Mamá o Paraíso. Además de los citados, algunos otros grupos seminales fueron Ejecutivos Agresivos, Kaka de Luxe o Parálisis Permanente, cuyo líder, Eduardo Benavente, correría en 1983 la misma mala suerte en la carretera que Canito. En seguida se abrieron para estos oficiantes de la modernidad una serie de templos que han adquirido con el tiempo resonancias míticas, como el Rock-Ola, El Sol, La Vía Láctea o el “Penta”, locales que tenían su continuidad televisiva en el descontrolado plató de La Edad de Oro, el programa de Paloma Chamorro. Años de excesos, de libertad creativa, de noches al límite y de estragos que fueron abundantemente fotografiados, pintados, filmados y que tuvieron también su cosecha roja. Todo esto lo va revisando convenientemente Marín Albalate, que no se detiene sólo en lo que ocurrió en Madrid, sino que viaja hacia otro punto geográfico que tuvo también su propia y reconocida movida: Vigo, una ciudad por aquel entonces provinciana y oscura, atacada por la reconversión naval, en la que surgió sin embargo una importante industria textil mientras que por la noche, sobre todo en fin de semana, los escasos garitos que existían abrían sus puertas a una serie de bandas, la mayoría de duración efímera, si bien algunas consiguieron repercusión y solera: Os Resentidos, Aerolíneas Federales o, por supuesto, Siniestro Total. Antes se habían llamado Mari Cruz Soriano y Los que Afinan su Piano, pero ya convertidos en Siniestro Total (a resultas de un tortazo con un R-12 del que ellos sí salieron con vida) dieron su primer concierto en las navidades de 1981, en el cine del colegio salesiano, con su formación original de cuarteto: Germán Coppini (voz), Julián Hernández (batería), Miguel Costas (guitarra) y Alberto Torrado (bajo). El ferrolano Jesús Ordovás tuvo mucho que ver con el despegue del grupo pinchando en su Diario Pop de Radio 3 ‘Ayatollah’ —tema de su primer disco Cuándo se come aquí (1982)—, que siempre me ha parecido de lo mejor de esa época y que hoy, como tantas otras tonadillas de su extenso repertorio, sería absolutamente ineditable. Cómo hemos cambiado. Marín Albalate rebusca en las viejas fotografías, conversa con Cristina, la hermana de Germán —único miembro actualmente vivo de la familia— y nos acerca al niño, al adolescente que leía y dibujaba sin parar y que luego sorprendió con sus primeros pinitos musicales. De familia santanderina, recriado en Barcelona y luego en Vigo por un traslado laboral de su padre, Cristina recuerda cómo en la casa familiar se ponía todos los domingos en el tocadiscos música italiana de Carosone, Modugno o Marino Marini. Germán se impregnó de todo eso (cómo no recordar la versión de ‘Come prima’ que haría años después con Golpes Bajos, consiguiendo superar incluso el original de Tony Dallara), pero también bebió de los Ramones, de los Sex Pistols, The Stranglers o Víctor Jara. Del 81 hasta mediados del 83 duró la aventura de Germán como vocalista de Siniestro: la música era acelerada, frenética y paródicamente punk; las letras, descacharrantes, irreverentes e ingeniosas, y los conciertos solían convertirse en un ruidoso cafarnaún donde volaban las botellas y los escupitajos. Así lo evocaba Germán años después: «Los conciertos eran muy divertidos. La gente lo vivía con pasión y con un rollo visceral total. El público escupía a todo el que se subía al escenario, fueran Siniestro o Aviador Dro, la cuestión era escupir. ¿Por qué? Porque eso molaba en Londres, allí escupían...» (pág. 67). Precisamente un botellazo recibido en la pierna en 1983 durante una actuación en la Sala Zeleste de Barcelona lo mantuvo hospitalizado durante unas semanas y fue el detonante que le hizo repensar sus planes y abandonar finalmente Siniestro para unirse con un antiguo compañero de colegio llamado Teo Cardalda: ese sería el germen de Golpes Bajos, un «paso de madurez» en su música, según declaración propia, que no obstante dejó heridas abiertas en algunos de sus antiguos compañeros, quienes nunca acabaron de perdonarle su aparente huida. Así pues, en abril de 1983 ya estaba cerrada la formación de Golpes Bajos: junto a Coppini (voz) y Cardalda (teclados, guitarra y percusión) aparecían Pablo Novoa (guitarra y teclados) y Luis García (bajo). El nuevo cuarteto estaba listo. Poco hay que añadir ahora al éxito fulgurante de la formación, que en apenas tres discos y dos años de carrera consiguieron alzarse como grupo revelación, cosechando amplias ventas, premios, actuaciones, apariciones y admiraciones por doquiera y dejando para la posteridad un puñado de temas que son himnos de una época irrepetible. Las letras oscuras de Coppini y las texturas musicales del grupo, novedosas, audaces y muy elaboradas, eran algo casi insólito en aquellos años. Para quien esto escribe la voz de Germán en canciones como ‘No mires a los ojos de la gente’ o, sobre todo, en la popularísima ‘Malos tiempos para la lírica’ resume una época tanto o más que las melodías de Nacha Pop, Radio Futura o Paraíso. Como señala Marín Albalate, «Golpes Bajos fue, a pesar de su efímera trayectoria, un grupo de referencia para entender la música de los 80». A partir de la polémica disolución del cuarteto en 1985 Germán Coppini se embarcó en solitario en una serie de proyectos tal vez un tanto desnortados. Él mismo confesaba sus dificultades en una entrevista realizada en 2012 que Marín Albalate recoge en su libro: «Ser solista no es nada cómodo. Tengo a gala decir que soy el primero que venía de grupos noveles, después llegaron todos los demás, los Urrutias y Bunburys. Incluso las compañías por esa época no sabían muy bien qué hacer conmigo, cómo venderme o dónde dirigirme. Mi carrera está llena de altibajos en parte por eso». Lo cierto es que el resto de su producción musical aparece empedrado de una sucesión de discos un tanto desconcertantes que no captaron demasiada atención ni lograron grandes ventas. La sombra de su pasado en Siniestro y en Golpes Bajos tal vez pesara demasiado sobre aquellos trabajos. Coppini, siempre con una base evidente de pop, iba probando con diversos ritmos y matices, que lo mismo iban del rap al tecno o la electrónica, de la balada al ambient, del funk al swing o a los ritmos latinos sin dar la impresión de acomodarse bien a ninguno de ellos. El resultado eran o bien revisiones no demasiado jugosas de standards del rock nacional e internacional, o bien canciones que, salvo alguna excepción espigada de aquí y de allá (‘Alien divino’, ‘Manouche’, ‘Mundo en trance’, ‘Abre la ventana’, ‘Remolinos’ o ‘Barbazul’, versión de ‘Chain of fools’ de Aretha Franklin, por ejemplo), no lograban remontar el vuelo. La voz doliente de Germán y sus elaboradas letras no bastaban para levantar unas composiciones que carecían de la chispa y la magia de las de Golpes Bajos.
A principios de los 90, tras dos discos en solitario (El ladrón de Bagdad, 1987, y Flechas negras, 1989) que no lograron confirmarlo como autor solista al mismo nivel que como voz de grupo, se embarcó en proyectos un tanto erráticos: duetos con Paco Clavel, temas para series de dibujos animados, colaboraciones en fanzines, etc. En 1996 saca Carabás, tal vez su trabajo más interesante. En marzo del 98 Germán y Teo Cardalda se reúnen para una serie de actuaciones que comenzarían en el Teatro Cervantes de Málaga, donde presentaron Vivo, un disco en falso directo bajo el marbete de “Golpes Bajos”; pero al finalizar la gira y comprobar los modestos resultados comerciales del álbum decidieron abandonar el proyecto. Siguen unos pocos años de inactividad para Coppini y una serie de colaboraciones con otros artistas, así como actuaciones puntuales o conmemorativas. Forma con otros músicos de la Movida el efímero grupo Anónimos, que se autoeditan en 2004 un mini CD de título homónimo. En 2006 saca Las canciones del limbo, un sugestivo y oscuro disco lleno de rarezas, tal vez demasiado experimental como para ser escuchado con la atención que se merecía en nuestra impaciente época. En todo caso, es el disco suyo en solitario que personalmente prefiero. Ya metido de lleno en los sonidos electrónicos aparece en 2008 Primo tempo, disco inicial del nuevo proyecto de Germán junto con Álex Brujas llamado Lemuripop. Cuatro años después reinciden con Todas las pérdidas crean nudos (2012), un producto con mayor vocación comercial en cuyas letras empieza a aparecer un cierto compromiso ideológico que queda no obstante algo diluido entre los ritmos electrónicos y presuntamente bailables. En 2013, el último año de su existencia en la tierra, Germán ensaya un nuevo giro y publica América herida: catorce versiones de otros tantos temas de autores hispanoamericanos (Violeta Parra, Víctor Jara, Carlos Mejía Godoy, Daniel Viglietti, etc), ahora desde la perspectiva del rock y acompañado por el grupo Los Voluntarios. Coppini muestra a las claras en este trabajo un compromiso mayor al elegir un repertorio que contrasta irónicamente con aquella canción titulada ‘El sudaca nos ataca’ que entonaban en el 83 sus ex compañeros de Siniestro Total. Aquí las canciones parecen mayormente escogidas según la doctrina de aquel famoso libro de Eduardo Galeano llamado Las venas abiertas de Latinoamérica, de la cual Coppini era fiel creyente. En todo caso, un disco sumamente peculiar, por todos los conceptos, a la altura de 2013. Pero la Nochebuena de ese mismo año (otra oscura ironía) Germán Coppini nos abandonó a causa de una maldita enfermedad hepática. Tenía 52 años y un montón de proyectos por culminar. Desde entonces hasta ahora se han sucedido homenajes, conciertos conmemorativos, discos con canciones descartadas (Quimera, 2016), reinterpretaciones absolutamente personales de viejos éxitos de Golpes Bajos y algún libro que otro sobre el viaje musical de Coppini con sus antiguos compañeros, como el que escribió Xavier Valiño con el título de Escenas olvidadas. La historia oral de golpes bajos (2018). A ese conjunto de hitos que siguen articulando la memoria viva de Germán Coppini por encima de los dimes y diretes, de las incomprensiones de las grandes disqueras o del tornadizo favor del público se suma ahora este Colecciono moscas de Marín Albalate. Un libro imprescindible y exhaustivo, que recoge datos y materiales inéditos o desconocidos y que sirve para ahondar en el conocimiento de un músico autodidacta, de un exigente artesano, un inquieto aventurero al margen del camino usual, lleno de honestidad y que partió demasiado pronto. Semper audax. RACIEL QUIRINO. OUIJA (Liliputienses, Isla de San Borondón, 2020) por DIEGO L. GARCÍA UNA CARNICERÍA DENTRO DE UNA NUBE En el reciente libro de Raciel Quirino (México, 1982) podemos explorar el devenir de la lengua al otro lado de la vida. ¿En qué se parecen el proceso de invocar a los espíritus y la escritura de un poema? O más en profundo aún: ¿en qué se parece la voz de los muertos a la voz del poema? ¿HAY ALGUIEN MÁS EN ESTA HABITACIÓN? No hay anomalía en la imagen excepto por las esferas brillantes como motas de polvo que cruzan a cuadro. Excepto por las luces que nacen en ningún lugar de la casa. Excepto por las interferencias en el escáner térmico. La textura de preguntas y respuestas que produce la Ouija va generando el propio libro a través de dos secciones espejadas, “Arte Negra” y “Arte Blanca”. Una textura cuya racionalidad es el capricho de los muertos. El lenguaje en su libertad total, ¿qué podríamos reclamarles acaso? ¿QUÉ SIENTE EL ALMA CUANDO REGRESA A DIOS? Una carnicería dentro de una nube. Un conjuro interminable traduciendo fórmulas químicas para fabricar drogas. Un escenario que se puebla lentamente de conejillos de indias. La lógica de los vivos y su metafísica genera preguntas como estas, pero cuyas respuestas intervienen en otro plano. Así también, como un Ars Poetica, Ouija pone en cuestión el lugar de emergencia de la poesía: ¿qué tan vivo está el sujeto que se desplaza a creer en la lengua poética, a entrar en su ritmo, a estropear las percepciones tan cómodas de los sentidos vitales? Tal vez una parte del poeta se asoma, como Ulises, al Hades. Tal vez, como Orfeo, desciende en busca de pactos siempre fallidos con los dominios del Inframundo, pero fecundos en melodiosos cantos. Al mismo tiempo, otros sistemas espectrales como un software generador de texto aleatorio o un mash-up de Wikipedia ponen a correr en la misma línea al lenguaje. Se trata de poner en tensión el control sobre la comunicabilidad (característica dominante en la pedagogía del consumo y la normalización de las subjetividades de nuestro tiempo). Así, la poesía bordeando el no-control podría acceder a otras frecuencias. Elijah Bond patentó la ouija en los Estados Unidos en 1890. Los juegos de tablero para conectarse con el mundo de los muertos trascendían el movimiento espiritualista para popularizarse hacia los años de la Primera Guerra. Desde un comienzo, la poesía estuvo ligada a estas experiencias. También las vanguardias supieron ver en lo esotérico una postura desestabilizadora de lo canónico (1). El trabajo que Quirino realiza en la obra que abordamos en parte sintoniza con aquellas rupturas y en parte abre nuevos cauces: más allá del artificio que medie para dislocar lo decible en tanto poema, la potencia textual es superior a la satisfacción espiritual o metafísica. Ante preguntas cruciales como «¿Tienes algún mensaje para mí?», encontramos respuestas como la siguiente: ¿TIENES ALGÚN MENSAJE PARA MÍ? (…) Quiero que me retengas definitivamente con una canción country que hable de cómo escapamos, aunque ya nadie pueda escapar con una mujer y morir en un auto en llamas. El lector ingresará por las preguntas habituales a un lado de la línea, y saldrá por los agujeros más inesperados de lo real. Porque también este plano es parte de lo real. La insatisfacción del espiritista ante la ruptura del diálogo es la satisfacción de quien huye de lo predeterminado, de quien evoca en parte sus escenas a través del único contacto posible con lo otro: el propio lenguaje y sus vidas interiores. (1) Banga, Fabián. Brujos, espiritistas y vanguardistas. Arlt, Huidobro & Valle-Inclán. Buenos Aires: Leviatán, 2016, p. 19.
WOODY ALLEN. A PROPÓSITO DE NADA (Alianza, Madrid, 2020) por PEDRO GARCÍA CUETO TANTO TODO PARA NADA Cuando uno lee las memorias de Woody Allen con el sugerente título de A propósito de nada me da por pensar en el final del poema de Pepe Hierro ‘Tanto todo para nada’, porque el linchamiento público al que se ha sometido al genial cómico americano, que no es solo uno de los más ingeniosos del cine moderno como director, sino un actor atribulado que representa a un ser intelectual que ve la realidad desde otra mirada, es intolerable.
En estas memorias, Woody vuelve a dar muestra de su talento, con un estilo llano y fácil de leer, que nos envuelve en su niñez, con una madre autoritaria y un padre despreocupado, con aquella juventud donde ya escribía y donde empezó a despuntar en clubes nocturnos para disfrute de los espectadores. La mirada de Woody a la vida es la de un hombre que solo disfruta escribiendo, rodando películas, que detesta ensayar y ese afán de meticulosidad de algunos directores que repiten escenas interminablemente. Hay en Woody un director que sabe ver lo bueno (admirable el repaso de actores y actrices que admira el director y los adjetivos, todos loables, que les dedica) en los actores. Como hombre descreído de la enorme vanidad de otros, no le interesa asistir a la ceremonia de los Oscars, aunque pueda ganar una película suya; prefiere tocar el clarinete con sus amigos. Tampoco le gusta ver sus propias películas, porque ya son pasado. Es Woody también un hombre descreído de Dios, que se pregunta el sentido de la existencia y que disfruta con Soon-Yi, esa mujer frágil maltratada por la psicópata que es Mia Farrow en toda la biografía. Woody también hace cine y escribe guiones y sostiene que sin un buen guión no hay una buena película. El tejido de su cine está hecho de esos maravillosos diálogos, que lucen por sí solos. La creación es lo importante, porque Woody sabe que el creador se convierte en inmortal cuando escribe o filma y que la vida real solo es un simulacro de esa maravillosa ficción donde los personajes pueden vivir plenamente. ¿Acaso hacemos eso en la monótona realidad? Cómo no, el libro es un repaso a muchas películas, todas tocadas por el estado de gracia de un genio que, a veces, no ha sido tan brillante, pero que siempre ha tenido toques de ingenio y de genialidad, películas dramáticas como Interiores o Maridos y mujeres, comedias como Toma el dinero y corre, Sueños de un seductor, La última noche de Boris Grushenko, la maravillosa Annie Hall y muchas otras, como una de sus preferidas: Misterioso asesinato en Manhattan. Su predilección por Días de radio o por la mujer que mira la pantalla embobada porque quiere adentrarse en el mundo del cine (nada menos que Mia Farrow, su pesadilla viviente) nos hace ver que Woody siempre ha sido el soñador que cree en el cine como una forma de redención ante la vida, tan poco interesante, y la ficción, donde todo es posible y uno puede vivir eternamente. Además, el libro es un canto admirativo a Tennessee Williams y sus maravillosas obras, como Un tranvía llamado deseo, donde, sobre todo en la película, se culmina la obra de arte. Considera Woody a Vivien Leigh como una mujer más real en la ficción que muchas que ha conocido en la vida y a Brando como un poema viviente. También nos gusta saber su admiración por Arthur Miller, con el que pudo cenar en alguna ocasión. El libro va tejiendo películas y anécdotas, como en la que nos hace ver que Cary Grant admiraba a Allen y fue a un club a escuchar al maestro de la comedia. También nos interesa todo lo que nos cuenta sobre sus queridas Diane Keaton, Diane West o Louis Lasser, con las que guarda una gran amistad, y cómo ensalza a Emma Stone, ya que la considera una de las pocas con la que se ha pasado largas horas charlando durante el transcurso del rodaje de una película. También su admiración por Javier Bardem o Penélope Cruz. Pero llega entonces lo escabroso: ¿qué pasó realmente con Dylan?, ¿hubo abuso sexual por parte de Woody? La defensa a ultranza de su inocencia y la calificación de Mia Farrow como una desequilibrada que ya había abusado psicológicamente de otros hijos adoptivos pesa en el libro, es una losa que cuando la lees te das cuenta de la herida que ha producido en el genio. Ni los premios, ni las críticas, ni los aduladores han podido conmoverlo, pero este tema sí. El desprecio que han ido tejiendo los que levantan las voces, muchas veces sin pruebas, contra actores o cantantes por abusos, le afecta, palpita en las páginas del libro. El desprecio de Dylan hacia él, el de su hermano Ronan, la huida de Moses de ese circo y el apoyo a su padre, son temas que va hilando el libro y piensas: ¿por qué todo esto? ¿Por qué un genio de la comedia, un hombre que ha hecho soñar con su cine a tantas generaciones, puede ser un monstruo? Queda la sombra de la duda. Para Woody es como una caza de brujas, pero no tan grave, porque él sigue con su estabilidad emocional y con sus hábitos de ver partidos en televisión y haciendo cine. Tengo una sensación agridulce al terminar las memorias. Todo lo que cuenta con ingenio me divierte, pero todo lo que pasó me entristece. Si fue mentira, por la herida perenne que ha dejado en él; si fue verdad, por la mancha en un hombre de su talla. Me quedo con su cine, con sus palabras cerca del final del libro: «No tengo nada que ofrecer a los estudiantes de cine». Precisamente, él mismo se acusa de ser indisciplinado y perezoso, pero si sabes leer el fondo de sus palabras, ya sabes la clave de su verdad: Woody está por encima de ortodoxias, de pedanterías, sabe que la vida es poca cosa, pese a haberla vivido intensamente, y solo en la creación uno es alguien de verdad. Destinado, como todos, a la muerte, Woody necesita sentirse vivo en lo que hace, sin mirar atrás, salvo en estas páginas en forma de libro, porque su vida es escribir, filmar... «Tanto todo para nada...», comenzaba este texto, porque muchos lo derriban todo sin saber lo que ha costado crearlo. Al final, uno sabe que lo que quedará será su cine y lo demás lo moverán otros escándalos, otras verdades u otras mentiras. Gracias, Woody, por tu cine, que es lo que nos importa. CARMEN JODRA DAVÓ. LAS MORAS AGRACES (La Bella Varsovia, Madrid, 2020) por HÉCTOR TARANCÓN ROYO PENSAR EN LA VIRTUD ABURRE ¿Cuál es el sentido de una reedición? Aunque la palabra se ha devaluado en fajas y anuncios editoriales, conserva su sentido cuando se trata de recuperaciones de ediciones descatalogadas, inclusión de nuevo material u homenajes personales o colectivos. Como señalaba Martín López-Vega en 2014, la industria editorial sucumbe con demasiada frecuencia al esquema «chica joven gana premio + la tenemos hasta en la sopa + desaparece cuando se decide que ‘ya no da para más’ y se la sustituye por otra». Sucedió con Carmen Jodrá, Elena Medel, que como recuerda el artículo sufrió injustos y directos ataques, pero también hay casos más recientes si quitamos los premios de la ecuación: Luna Miguel, Cristina Morales o Elizabeth Duval. Hay entrevistas, cosas por aquí, por allá, ¿pero hay análisis que hagan justicia? Las moras agraces contiene muchos temas que todavía hoy se siguen debatiendo, como la lectura de género de los clásicos (que en estos últimos años tan de moda está), o la creación entre el peso de la tradición y la inestable confianza en lo contemporáneo y los nuevos creadores. La edad está muy presente, ganó el Premio Hiperión a los 18 años, y hay mucha frescura, humor y osadía en los poemas. Rompe con sutilidad y elegancia con los formatos y visiones tradicionales, y su combinación igualmente estratégica, reflexionada y rítmica de palabras de uso común, con otras más cultas, tuvo muy buena acogida. Todo estaba ahí, sin ser perfecto, para su temprana edad (y esta será la única mención, para así evitar el tono paternalista con que los adultos desechan y miran con indiferencia las producciones de los jóvenes), pero la sobreexposición cambió el rumbo de los acontecimientos. Leído con esa clave, y su posterior desaparición de los focos mediáticos, los poemas hablan de la teatralización de la vida y la literatura, de la exageración y la solemnidad de algunos acontecimientos, y de la necesidad de releer la a veces absurda herencia cultural de Occidente. Hay mucho equilibrio, que parte de una gran lucidez, a la hora de exponer temas que no caen en el lugar común, la provocación insulsa o la fácil y repetida ironía. Jodra, a través de las creencias profanas (mitológicas) y sacras (con el ciclo dedicado a Satán), y de los pensamientos y actitudes de otros autores, como Rimbaud, Góngora o Baudelaire, propone una extensa variedad formal de rimas, versos y composiciones que demuestra su dominio rítmico de la forma, pero también del contenido. ‘Amor y Psique’ critica con brillantez el gusto masculino por la muchacha débil y perdida, mientras que ‘Rimbaud’ niega la necesidad de ser un genio maldito temprano (Wislawa Szymborska, en su Correo literario, comentó: «los jóvenes, con demasiada frecuencia, se comparan con Rimbaud y ven que ya se les está haciendo tarde»). ‘El ciclo satánico’, del que ofrecemos un fragmento, expone con tintes espirituales y velados, además de repugnantes por la realidad en la que toman forma, el juego de la seducción y todo el peso de la disminución corporal y mental de la mujer (como se lee al principio: «cuando una tiene sangre de ramera»). Desde ‘!’, el poema esencial que reúne todos los temas principales, si es que hay uno (nos gusta pensar que sí), el tono se enturbia, el ímpetu y el humor le ceden el espacio al cansancio y a la decepción. El pasado entra en juego de una forma más directa («el drama es mil veces más viejo / que tú. Piensa en Grecia y en Roma, / y aún más atrás»), y las moras agraces certifican no solo la imposibilidad de una madurez, de una verdad a la que poder agarrarse, sino la increíble pérdida de tiempo y esfuerzo en la búsqueda. Sin embargo, este tono algo más pesimista, incluso nostálgico, no niega el futuro, ¡ni nos debería hacer caer en una lectura facilona del asunto! ¿Quién no ha estado triste después de un día lleno de buenas noticias? Lo que hace Jodra es, efectivamente, mostrar la vida tal cual es: altibajos, momentos tristes, grandes descubrimientos culturales, risa ante lo absurdo, amor, encanto, prejuicios, etc, porque, como dice apoyándose de nuevo en la Antigüedad: «y la tercera opción, la virtud de Aristóteles, / el razonable equilibrio, el justo medio, / se me quiebra en las manos cada vez que lo intento». O, para que se entienda mejor, y es este quizá el verdadero núcleo del poemario: Jodra reniega de la frivolidad de las cosas con una visión tan certera, poética, espiritual y triste como la que podemos encontrar en La gran belleza. Acompañados por esa visión natural y variada, llegamos a Hecatombe, los diez poemas inéditos que, a su manera, nos devuelven a la inocencia, la posibilidad del deseo y de un refugio, o lo que es lo mismo, al modo en que nacemos y morimos encerrados en nuestros anhelos.
ANTONIO MORENO. VISITA DE AÑO NUEVO (Newcastle, Murcia, 2020) por ANABEL ÚBEDA LA NECESARIA DESPEDIDA La rememoración es, por sí misma, un juego de autoficción. Del mismo modo que un narrador dispone libremente de los personajes y lo que les ocurre para causar un efecto en el lector, nuestra memoria juega con nosotros, modificando los recuerdos y las sensaciones para que la despedida del ser querido sea lo menos dolorosa posible, en algunos casos. Antonio Moreno (1964), prolífico escritor de prosa y poesía, posee más de una docena de publicaciones que avalan su carrera y su anterior novela El sueño de los vencejos nos confirma una tendencia a la reflexión desde su propia biografía.
La que ahora nos ocupa, Visita de año nuevo (2020), también editada por Newcastle Ediciones, podría compararse a una epístola de carácter elegíaco donde la madre se convierte en la interlocutora que habitará siempre en la memoria y en los lugares. Este trasunto, quizá muy manido en un principio, se aborda como una entrañable sacralización de los últimos años de la misma, marcados por su propio redescubrimiento y la necesidad de encontrar el bienestar, siendo este el nexo que unirá la muerte a la vida, al despertar. Se divide en una primera parte, la cual recoge el diálogo del yo-protagonista; y una segunda parte, titulada ‘Retratos entre dos mundos’, que recoge una reflexión ensayística del retrato físico en la Antigüedad como modo de hacer perdurable la fugacidad de la vida y la mirada. La ‘Visita de año nuevo’ es el día feliz en que la madre del protagonista pone su fe de vida y sirve como motor de cambio para afrontar cada período con ansias renovadas junto a sus hijos que, a su muerte, comienzan a entender este ritual. Desde el tono reflexivo y nostálgico del yo, se nos ofrece un canto a la verdadera vida y a las oportunidades de que lo cotidiano se erija centro de la felicidad, pues desde una profunda empatía él mismo aprende la lección materna y reescribe su dolor mediante un duelo repleto de lenguaje poético, prosa fluida y sin digresiones, que se escribe tras haber superado lo más duro. Son tantos los momentos narrados que muchos destacan por el equilibrio de desgarro y ternura que nos atrapa, como en el capítulo 32, en que los relieves y el envejecimiento de las manos de la madre nos llevan a imaginárnosla escuchando la radio sola en la cama y cómo la recuperación del objeto reconforta: «Y en algo así, en una inmensidad oceánica, cada noche te internabas por la oscuridad con tu aparatito entre las manos». Otros, en cambio, presentan momentos de ruptura, como en el capítulo 10, en que se nos adelanta la marcha del padre y este momento se va desarrollando en los siguientes, al tratarse con nostalgia un dolor que fue volviéndose liviano de forma temprana y cómo la luz juega incluso con las últimas fotos, al velarlas: «Fotografiamos el vacío. Como si nadie hubiese accionado el disparador de la cámara aquel día. O como si el destino hubiera decidido adelantarse para mostrar una inexistencia». Dentro de esos recuerdos se van dando reflexiones sobre la importancia del lenguaje en la expresión de los sentimientos, o nos remite a su obra anterior y cuáles han sido las razones para escribir esta larga carta, la influencia de ella como interlocutora. Y en algunos momentos nos devuelve a esa necesidad de despertar: «Por eso me parece bien extraño que quien no piensa, el que no se dice nada de nada, el que respira el silencio de la tumba, decida invocar el auxilio del lenguaje. Es como ir a bañarse en el desierto». La segunda parte, ‘Recuerdos entre dos mundos’, nos brinda un paseo por la importancia de la mirada que fija la vitalidad de los antepasados íbero-romanos, de los que solo nos han quedado los retratos de una juventud que los acompañó a la muerte como una foto fija que nos lleva a creer que no seremos eternos en el recuerdo de los otros, pues en su falta se pierde lo vivido, pero que en la palabra o la imagen siempre queda el leve susurro de lo que nos atenazaba. Visita de año nuevo es la despedida necesaria de aquel que ama por encima de todo y sabe que la mirada se transforma con el paso del tiempo, siendo la única capaz de transmitir la aceptación, el aprecio, la incertidumbre o la nostalgia, entre otros muchos sentimientos que nos hacen inmensamente vulnerables a la pérdida de la vida como la habíamos conocido, cuando no hemos apreciado del todo: el breve instante. OSCAR TUSQUETS. PASANDO A LIMPIO (Acantilado, Barcelona, 2019) por ELENA TRINIDAD GÓMEZ El concepto pasar a limpio, tan asimilado por la mayoría de mortales, es concebido como un modo de poner orden a nuestras ideas. Organizar y clasificar cuarenta años de reflexiones que habían divagado por su mente es la tarea que ha llevado a cabo Oscar Tusquets en Pasando a limpio.
Por un lado, tenemos la recopilación de ideas del veterano arquitecto, pintor y diseñador barcelonés; y por el otro, capítulos compuestos exclusivamente por citas de diversos artistas (como Oscar Wilde, Andy Warhol y su admirado Dalí) y suyas. Esto es lo que hace que sea una atrevida publicación por parte de la editorial. «El arte no es lo que ves, sino lo que haces ver a los demás». Con esta cita de Edgar Degas hace referencia, casi al principio del libro, a su concepción del arte. Nos enseña que no aprendemos a ver hasta que el artista no muestra aquello que ha sabido captar. El arte hace que valoremos aquello que tenemos a nuestro alrededor, que miremos con ojos otros ojos, unos más sensibles. Como Tusquets resume en una de sus citas: «Hasta que Edward Hopper no pasó a limpio su interés por los suburbios de las ciudades estadounidenses no los valoramos». Su lucidez es palpable en capítulos exclusivamente de temática pictórica como ‘Entender Las Meninas’. Con un estilo fluido nos habla de las peculiaridades de interpretación arquitectónica y de la incorporación del espectador en el cuadro por parte de Velázquez, donde se deja ver por qué es una de las mayores obras de arte de la historia. También aprovecha para rechazar la ambiciosa interpretación foucaultiana de la obra, que defiende la idea de que lo que se refleja en el espejo no es otra cosa que el retrato del pintor a los reyes, teoría que Tusquets cuestiona exponiendo que, en tal caso, se aparecería reflejada la espalda del pintor. Se trata de uno de los puntos fuertes del libro. Mientras tanto, en Innovación arquitectónica trata con acierto el falso mito de que la tecnología revolucionaria trae consigo innovación arquitectónica. Entre otras cosas, analiza la balanza que en su momento estuvo inclinada a favor del barroquismo, una etapa recargada y ostentosa que ahora tiende a la apariencia pobre, mínima. ¿Adónde nos llevará esa influencia de la Bauhaus en la arquitectura? Pone sobre la mesa diversas cuestiones, pero hay que decir que nos ofrece pocas respuestas. En el capítulo de Gran Benidorm destruye con un acertado análisis, apoyado por citas de reconocidos sociólogos y arquitectos, la idea del Benidorm de la especulación, enseñando las bondades ecológicas de los rascacielos y lo que ha beneficiado al litoral mediterráneo. Esos edificios que permiten la visibilidad del mar estés donde estés, paseos inmensos a pie de playa, y la posibilidad de ir andando a cualquier lugar, lo que evita el uso de transporte. Es una ciudad barata, muy barata, un lugar ideal para el trabajador medio con vacaciones pagadas. Tusquets es un burgués (como se autodenomina) encantado con el veraneo proletario, del guiri borracho en cualquiera de los cientos de garitos de la ciudad a las cuatro de la mañana. Un burgués fascinado por la innovación y eficiencia de la ciudad más sostenible del Mediterráneo. El análisis arquitectónico es uno de los puntos fuertes que sostiene el libro. Resulta revelador para el buen lector que hará del recorrido por una catedral una experiencia más consciente, percatándose que iluminación y adaptabilidad son pilares esenciales en la arquitectura. Tusquets critica el modo de iluminación artificial tan extendido en el mundo, donde la ausencia de luz natural hace que la experiencia casi sacra de visitar monumentos se convierta en algo un tanto superficial. En realidad, la iluminación se convierte en una tema recurrente a lo largo del libro, no deja de recordar la necesidad de espacios luminosos donde la luz artificial sea casi anecdótica. Hacia el final del libro utiliza un extenso capítulo sólo para nombrar todo aquello que le molesta. Como no podía ser de otro modo, como si se tratara, en ciertas ocasiones, del típico cuñado enfadado que viene a darte lecciones, da soluciones a gran parte de los problemas que plantea: los puentes venecianos, lo políticamente correcto, el transporte aéreo... Se trata de una obra que, aunque en muchos casos sea anecdótica, también resulta esclarecedora. Un libro lleno de intervenciones y referencias a la búsqueda de la elegancia y la eficiencia, donde también hay espacio para una concepción del arte innovadora, se echa en falta la intervención de voces femeninas. Por desgracia, las creadoras son totalmente olvidadas en este diario reflexivo. |
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