LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
JOSÉ MANUEL VALLE PORRAS. Tras el oro del Rin. La imagen de Alemania de los viajeros españoles (1842-1920) (Cuadernos del Laberinto, Madrid, 2019) por MANUEL GUERRERO CABRERA Quiero señalar otro [periodo] más amable: el que llevó a este país [Alemania] a convertirse en escuela, luz y estímulo de aquellos españoles que se dolían de las derrotas materiales y morales de su patria. Alemania podía ser, en aquella época el modelo para que España tomase el camino del progreso. Con la claridad y la lucidez que le caracteriza, José Manuel Valle Porras (Cabra, 1980) expone en la Introducción de Tras el oro del Rin. La imagen de Alemania en los viajeros españoles (1842 - 1920) (Cuadernos del Laberinto, 2019), al que pertenece el párrafo inicial, la justificación del libro y la siempre interesante relación entre nuestro país y el germano, de «unos vínculos inevitablemente más débiles, debido sobre todo a motivos geográficos», como dice el autor. El segundo capítulo presenta los autores tratados: Ramón de la Sagra, Juan Valera, Mariano Vázquez Gómez, Emilia Pardo Bazán, José Ortega y Gasset, Julio Camba, Ricardo León y Félix Díaz Mateo. A cada cual le hace un repaso biobibliográfico expuesto de modo ameno y especifica los detalles de sus viajes, salpicados por alguna que otra anécdota, siempre en aras de alentar a quien se acerque a esta lectura; es esta una de las virtudes del estilo de Valle Porras. Por ejemplo, sobre su paisano Juan Valera: El deseo amoroso de Valera le llevó a protagonizar una curiosa anécdota cuando, ansioso de amar a la princesa Badrul-budur, se presentó un buen día en su casa, creyendo que vivía sola, y allí se encontró al padre, la madre y las hermanas. Al preguntarle la familia quién era y el motivo de su visita, se formó una curiosa escena, en la cual fue destacado ingrediente el desconocimiento que esta familia tenía del francés, de forma que Valera tuvo que explicarse en un precario alemán. La tercera parte se titula «Alemania vista por los españoles», capítulo en el que el análisis cobra protagonismo, que aporta en apartados temáticos, un estudio no solamente por autor, sino también por la amplitud del tiempo y situación de cada uno. No deja atrás ningún rasgo: los lugares visitados, la política, la economía, la clase media, el carácter alemán, la gastronomía, costumbres, cultura, ciencia, literatura, música y filosofía. Lo anterior es una enumeración de los apartados antes referidos, el mérito de Valle Porras está en articular cada tema, según lo aportado por cada autor, y en conectar con las épocas posteriores dichas aportaciones. Buen ejemplo es el dedicado a la clase media, que parte de Ortega y Gasset: «existe una clase social –la más numerosa– que sirve de trazo de unión, los kaufmänner. Todos hacen la misma vida; […] comen en el mismo sitio y por el mismo dinero». Ricardo León también lo observa entre los obreros. Pero esto entrará en crisis con la Primera Guerra Mundial, para ello Valle Porras toma a Félix Díez, que contrasta la moralidad de antes y después de dicha guerra.
La cuarta parte ofrece las conclusiones a las que llega el autor, a partir de tres cuestiones: la comparación del carácter alemán con el español, la idea que de Alemania tienen los ocho escritores tratados y lo que estos buscaban en aquel país. Mientras que de las dos primeras se halla la respuesta en la tercera parte del libro, aquí atiende sobre todo a lo que España buscaba en Alemania: «Si ser un introductor de la música o de la filosofía alemanas equivalía a ser un renovador de la música o la filosofía españolas, volver la vista al ejemplo alemán equivalía […] a modernizar España.
1 Comentario
MARÍA JOSÉ CORTÉS / JOSÉ MARÍA CARNERO. AHORA (Cuadernos del Laberinto, Madrid, 2016) por MANUEL GUERRERO CABRERA En estos tiempos inciertos en los que la poesía amorosa se vende con la etiqueta del falso sentimentalismo juvenil, da gusto encontrar un libro tan candoroso, maduro y sugerente en el amor como Ahora. Un poemario escrito a cuatro manos y entre dos corazones que firman María José Cortés y José María Carnero. La primera, nacida en Madrid en 1971, ha publicado Palabras derramadas (Vitrubio, 2008), Cicatrices de asfalto (Cuadernos del Laberinto, 2013) y El libro de los dones (Cuadernos del Laberinto, 2016), además de recibir el XVII Premio de Poesía Erótica Cálamo de Gijón en 2002 y ser finalista del Premio Adonais de Poesía en tres ocasiones; José María Carnero nace en Madrid en 1948 y es autor de Lluvia en el cristal (Vitruvio, 2002), Aroma de mandrágora (2007), Mientras la vida pasa (Vitruvio, 2008), Amaranta (Visión net, 2008), Adarve (s/f), Desamparo (Visión net, 2013) y Olor a nada (Vitruvio, 2016), a la que hay que añadir su obra pictórica. Lo más destacado de Ahora es que todo el libro, como conjunto, funciona como un único poema; es decir, los más de cincuenta textos pueden articularse como una obra unida, por la coherencia de las imágenes, propuestas e, incluso, estilo, al que cada uno es a sí mismo fiel, pero en el que no evitamos encontrar influencias mutuas, más allá de los motivos expuestos:
A esta idea de unidad contribuye el concepto de «Ahora», que llega a ser tan significativo que sobresale del concepto de tiempo y ha de escribirse con mayúscula, un «Ahora» que también se manifiesta de manera lírica con su persistente presencia al inicio del verso:
Una constante en todos los poemas es el empleo arriesgado de las imágenes (lluvia, noche, palabra…), en aras de la originalidad y de causar mayor interés en la lectura («la tarde un bosquejo de los dedos/ la noche el desafío de un tacón sobre las sábanas», escribe María José Cortés). Los ojos, la mirada o la pupila son elementos muy presentes en el poemario, motivos empleados por ambos poetas, que, a medida que nos adentramos en el libro, van ganando más fuerza. Anotemos que ambos hacen uso de ellos en su primer poema: «Ahora que me han visto tus ojos» (María José) y «A veces me miras con ojos de niña sorprendida» (José María). ¿Cómo no recordar a Gustavo Adolfo Bécquer en aquello de «que el alma que hablar puede con los ojos, / también puede besar con la mirada»? A través de este continuo asomo a las miradas de ambos llegamos a sus almas enamoradas, como en otro conocido poema del sevillano, hasta comprender que al final:
Ese «presagio de eternidad» se intuye y se descubre poco a poco en ambos. En verdad, la poesía, y con esto parafraseo a Raquel Lanseros, se reduce a hablar del paso del tiempo, de ahí que «ahora» sea el adverbio elegido por los amantes, un adverbio que confirma el avance del tiempo y que, a la vez, logra que no pase, el instante eterno. José María Carnero lo plasma de forma excelente así: “Tras la fugacidad del tiempo / la noche nos aguarda. […] / Ahora es… ese tiempo que no pasa…” Por último, creo necesario dejar una muestra de la íntima conexión que hay entre María José y José María en los textos, que se presenten por parejas, lo que nos llevó a afirmar que Ahora puede leerse como un único gran poema. Me centro en los poemas de las páginas 30 y 31, en los que hallamos diversos puntos en común que cada poeta trata de manera diferente, pero que se complementan mágicamente; de nuevo, la mirada (los ojos), las venas y las cuchillas:
Ahora es un poemario amoroso fuera de lo convencional y de la corriente juvenil-amorosa imperante. Frente al vacío de esta tendencia, por el contrario, en María José Cortés y José María Carnero encontramos versos llenos de imágenes, deseo y entrega, con los que vibrar y sentir el amor que se tienen dentro y fuera de esas páginas en el momento eterno de la vivencia de este sentimiento.
Ahora es siempre, amor… eternamente ahora… ahora… ahora. (Carnero) JESÚS HILARIO TUNDIDOR. EL ACONTECIMIENTO POÉTICO. LA CULPABILIDAD DE LAS IMÁGENES (Cuadernos del laberinto, Madrid, 2016) Por MANUEL GUERRERO CABRERA De principio, creo que el hombre no tiene más espejo ante sí mismo que la nada. […] Tal cual os hable, tal cual me siento y me veo ante el espejo de la personalidad, que es la propia conciencia. Con estas palabras comienza El acontecimiento poético. La culpabilidad de las imágenes de Jesús Hilario Tundidor, un documento de documentos en la que el poeta zamorano analiza, o confiesa, los motivos y el sentido de su obra. De ahí la imagen del espejo, de ahí la conciencia, que enfrenta lo pasional con lo intelectual; así, al apuntar cómo leer su poema Construcción de la rosa, afirma que se ha de hacer «como una sentimentalización de lo inteligente»: En primer lugar la elaboración de la forma orgánica, representada por la formación de la rosa desde los meristemas formadores de la flor hasta alcanzar la perfección última de la belleza; en plano paralelo de escritura se contempla un proceso creativo de finalidad concreta: la elaboración de la obra artística. Y en tercer sustrato de significación: el plano vital propio en su construcción de vida personal. Concluyendo, el poema en sí es el cumplimiento vocacional de la ora del hombre poeta como acto creativo en los ámbitos de la escritura, el Arte y el mismo vivir. Este volumen ofrece pistas de sus influencias, que no todas son literarias: Rolan Barthes, Nietzsche, Lacan, Derrida, Wolfang Iser, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Leonard Cohen… Esto enlaza con su concepto de poesía como pensamiento o pensamiento como poesía, el capítulo «primario»: El significante poético actualiza el significado del pensamiento y la actuación de aquél organiza en los espacios creacionales la representación de éste. Pero, ¿qué puede definirse como poético, como hecho lírico? El poeta nos lo revela con sencillez e inteligencia: «Vida misma que actúa en nosotros […] como llave, singularizando la experiencia humana y amplificando su contenido hasta mundos insospechados». El capítulo «Dos» está dividido en dos partes, una general sobre el poema y otra concreta sobre Mausoleo. Ambas se conjugan y nos brindan una visión de los poemas de este poemario desde el interior, una exposición, unas anotaciones que complementan la lectura de Mausoleo.
En contraste, el capítulo «Tres» que contiene una epístola, en un tono muy distinto al ensayístico del anterior. En esta carta, podemos acceder a convicciones, pensamientos u opiniones de Hilario Tundidor sobre su propia trayectoria; por ejemplo, nuestro poeta no cree que su poesía pueda encuadrarse en grupo o generación alguna, sus impresiones sobre Junto a mi silencio con el que consiguió el Premio Adonais en 1962, lo poco valioso de la poesía social (salvo la de Blas de Otero), la creación de Pasiono y Tetraedro, las mujeres que han marcado su vida, entre otros asuntos. La obra se completa con un repaso a su bibliografía, en la que selecciona varios trabajos de crítica, que, de consultarlos, nos ofrecerán otra visión de nuestro poeta; porque en La culpabilidad de las imágenes tenemos al Jesús Hilario Tundidor más apasionado y más intelectual, capaz de enfrentarse a su imagen en el espejo para hablar de su obra con conciencia crítica y abriendo sus versos a sus influencias y motivos vitales. En verdad, así habla él mismo de la creación poética: Nace de la necesidad de expresarse que condena y dignifica al hombre, y vive del origen remoto de la voluntad sobre estas emociones. JESÚS URCELOY. VISIBLES E INVISIBLES (Cuadernos del laberinto, Madrid, 2015) por MANUEL GUERRERO CABRERA A nadie se le escapa la pasión literaria de Jesús Urceloy (Madrid, 1964). Autor, entre otros títulos, de Libro de los salmos (1997), Berenice (2005), Diciembre (2008), Misa de Réquiem (2012), La biblioteca amada (2012), Matar en casa (2013), El pie sin huella (2014, novela escrita con otros siete autores) y Visibles e invisibles. Falsa antología de poetas verdaderos (2015). Es miembro fundador y colaborador de la decana revista cultural en internet Ariadna-rc.com, también es miembro de XATAFI (Asociación de amigos de la ciencia ficción en España) y de la Tertulia Holmesiana de Madrid. En 2004 ganó el I Premio de Haikus de la RENFE, en 2008 ganó el Premio de Microrrelatos del Ayuntamiento / Feria del Libro de Madrid y el III Premio Internacional de Poesía Margarita Hierro, de la Fundación José Hierro. Ha sido finalista del Premio Nacional de la Crítica (2001) y del Premio Nacional de Poesía (2006). Por ello, Visibles e invisibles. Falsa antología de poetas verdaderos es una manifestación expresa de admiración a una buena –en amplitud de su significado– nómina de autores actuales, pues Jesús Urceloy se vuelve camaleónico y les dedica un poema escrito bajo el signo del estilo de cada uno, además de imaginarlos en una situación, a modo de motivo central o inspirador del poema. Valga el ejemplo de Javier Lostalé que «contempla la claridad» y que, sin duda, hubiera firmado estos versos: los pasos de los árboles que afinan su copa al caminar contra corriente, y un despertar valiente cuando las rosas por amor se inclinan. O el gran poema que dedica a Isla Correyero, quien «se piensa un guion para un corto y le sale en endecasílabos»:
Llevo toda la tarde con la caja de clínex: una angustia insoportable me tiene destrozada. Menos mal que has llamado. Te juro que no sé lo que me pasa… Qué se creen esos tíos de mierda. Ven, estoy muy sola… En efecto, Urceloy no es solamente un buen lector de poesía actual, sino también un brillante intérprete de la misma, pues reflexiona, considera y hace suya el modo de la escritura de sus coetáneos, con el fin de rendirles merecida consideración, como hemos dicho anteriormente. Otro de los aspectos fundamentales de esta Falsa antología de autores verdaderos es la presencia de autores conocidos (los dos anteriormente citados, Luis Alberto de Cuenca, Félix Grande o Amalia Bautista, entre otros) junto a los que no lo son, «poetas excelentes y no se merecen un gramo más de olvido», en palabras de Urceloy. De ahí el título: Visibles e invisibles. Por traer otros dos poetas menos conocidos, en correlación con los ya expuestos, rezando desde el nacimiento del río Ebro Juan Hospital recibe el testimonio literario en estos tres versos formidables: Todo el dolor y todo cuanto amé y todo cuanto soy ya estaba escrito en las manos abiertas de mi padre. Y David Foronda, a propósito de la lectura de Pórtico de Frederik Pohl: La eternidad consiste en un segundo, sólo un segundo sin cerrar los ojos para volver –ya muerto– a su perdón. Félix Grande, Javier Lostalé, Ángel Guinda, Ana Rossetti, Enrique Gracia Trinidad, Luis Alberto de Cuenca, Marisol Huerta, Julio Martínez Mesanza, Rafael Pérez Castells, Fernando Beltrán, Hipólito García “Bolo”, José Luis Morante, Antonio Polo, Isla Correyero, José Cereijo, Juan Carlos Mestre, Luis Felipe Comendador, Carlos Tejero, Manuel Moya, Ángel Rodríguez Abad, Jesús Cuesta, Amalia Bautista, Pedro Díaz del Castillo, Jaime Alejandre, Julio Castelló, José Antonio Rodríguez Alva, Juan Hospital, Álvaro Muñoz Robledano, Eduardo García, David Torres, Francisco García Prados, Román Piña, Antonio Luis Ginés, Juan Manuel Navas, María José Cortés, María Eloy, Pablo García Casado, Iñaki Carrasco, Gonzalo Escarpa, Julio Reija, Sebastián Fiorilli, Aarón García Peña, David Foronda y Antonio Rómar. O, dicho de otra manera, Jesús Urceloy, en una honrada manifestación de amor a la poesía actual. MANUEL GUERRERO CABRERA. LAS SALINAS DEL ALIENTO (Cuadernos del laberinto, Madrid, 2015) por FRANCISCO MOYA ÁVILA Todo está en silencio. Nada se mueve en la habitación hasta que de repente un temblor resuena por encima del mundo atravesando la pantalla, las miradas vidriosas y la sonrisa impertérrita tejida a lo largo de tantos meses. Como si fuese cosa de magia, la vida surge abriéndose paso a través del camino que marcan tres inexplicables fases: primero vino el eco, luego el latido delator y por último una vida nueva que al fin nace. Así comienza Las salinas del aliento, como un huracán de tiempo concentrado en ese maravilloso instante en el que la paternidad coge de la mano su informe cuerpo y se desnuda ante unos ojos inexpertos y temerosos de estar a la altura de semejante reto. Y así va Manuel Guerrero Cabrera, ahora más que nunca poeta desde la cuna, hilando los versos que marcan los tempos de un sueño hecho niña y con nombre de tango: Malena. Cuando leemos poesía a menudo creemos que, al igual que el resto de géneros literarios, la ficción envuelve por completo las letras, y aquello que leemos no es más que la prolongación de una imagen, de una duermevela cotidiana, o de una imaginación desbordante que por azares del destino alguien posee la impagable capacidad de traducir los sentimientos en palabras. Sin embargo, en muchas ocasiones los versos se llenan por completo de experiencias que dan sentido a cada una de las estrofas, configurándose así una poética vital que sin duda despierta nuestros más escondidos recuerdos transformándose en un cuerpo, en una risa que juguetea por el pasillo, jardín de nuestra infancia, o en una mirada a quemarropa que cubre todas las naciones de la tierra. De esta forma, caminando por la ciudad de los abrazos y el fuego, la pena al ritmo del bandoneón colorea el son que envuelve este poemario de sueños, de miedos y de esperanza, donde la herida de la vida se abre y cierra lentamente, al mismo tiempo que una mirada de sol descubre su desangelado cielo. Ahora sí, los versos vuelan solos por la habitación, por las calles y las avenidas, y las historias que contamos surgen detrás de todas y cada una de las esquinas donde somos poetas de cada día. Jugamos a no saber quiénes somos, a que tú no estás, e incluso a guardarnos en un cajoncito de trigo, donde el vientre retumbe sobre el oído dormido, anhelante y callado. Finalmente poco a poco pasan las horas y las semanas, y luego los meses como olas de un mar cuya espuma te atrapa en una espera finita y lejana, bajo las notas musicales de las adelfas del tiempo negro y la voz blanca. Y aún diciendo tu nombre no estás. Aún no. De repente llegas, y todo cobra sentido. Todos vienen a verte y tú estás ahí tan inocentemente dormida, sin saber que ya nunca te perderemos de vista. Ya no duele el mundo, sino la vida de un padre que empieza a sentir su corazón latir en dos mitades, una en la sal de recuerdo, y otra en los brazos de una mariposa que lucha contra el viento. Todo es esperanza, y alegría y pavor al ritmo continuo de un baile, donde cada golpe de pecho aún dejando sin habla, refuerza el ánimo de dos valientes ante cualquier espina que se clave. Esta no es mi voz, ni tampoco la de tu padre, sino la de aquellas salinas del aliento que un día, tiempo atrás, nos regalaste. Con una temática sobre las luces y sombras de la paternidad, el recuerdo del tiempo atrás vivido, y la esperanza en el futuro de una vida que al fin nace, Manuel Guerrero Cabrera se inserta en una corriente literaria que canta a los pequeños del alma, infantes del mundo actual que tanto nos define y gobierna. Usando una métrica donde destaca por encima de todo la asonancia de sus rimas, el poeta cordobés nos deleita con este poemario donde el sentimiento traspasa las paredes invisibles del papel, colándose en las vidas de cada uno de sus lectores, para traer a la luz de lo vivido, todos y cada uno de los recuerdos que permanecen recogidos en lo más profundo de nuestro pensamiento. De esta forma, padres e hijos sienten como los años que han pasado regresan cargados con las vivencias que más los marcaron, convirtiéndose así Las salinas del aliento en una obra por y para la vida, ya sea de ayer o de hoy, ya sea de jóvenes o ancianos. Un libro donde los ecos de nuestra poesía también tienen su protagonismo, y donde la música negra y el tango argentino cubren por completo el caminar pausado por sus páginas. Como un adiós desnudo, el eco de tu nombre…
Un momento después queda la tierra ungida Por la lluvia callada que me deja tu aroma. Tu melena de novia trae un recuerdo inútil. La tristeza de siempre trenza remordimientos. JESÚS CÁRDENAS. DESPUÉS DE LA MÚSICA (Cuadernos del Laberinto, Madrid, 2014) por JOSÉ ANTONIO OLMEDO LÓPEZ-AMOR La palabra es la vida y la poesía el lenguaje de Jesús Cárdenas (Sevilla, 1973), un autor cuya carrera literaria es de una valía y autenticidad ya incuestionable. La luz entre los cipreses (Ediciones en huída, 2012) y Mudanzas de lo azul (Vitruvio, 2013), son algunos de sus anteriores trabajos poéticos, unas obras que dan buena cuenta tanto de su densidad como poeta como de su gran compromiso con la poesía; Cárdenas es un trabajador incansable, cualidad que lo obliga a expandir su talento y cultivar otros géneros, como el artículo periodístico o el ensayo. Con Después de la música el autor ofrece un desgarrado viaje interior y, como si de la consecución de un sueño se tratase, los poemas van desnudando las aspiraciones no confesadas, las preocupaciones, los gozos y los daños de un cantor que sin prejuicios y en carne viva, expone sus entrañas sin truco ni coraza; un ejercicio, cuando menos, valiente. Por ese motivo, el escritor Enrique Gracia Trinidad —a quien va dedicado el libro—, es el encargado de elaborar el prólogo, un texto en el que expone con rotundidad que las páginas de este libro, además de constituir una partitura tan icástica como un diario, tiene la cualidad de ser un espejo en el que el lector podrá encontrar sus propios fantasmas y heridas; una poesía que invita a la semblanza, al reconocimiento, y cuya fuerza evocadora se convierte en inesquivable si su lectura es abordada con la cómplice entrega de alguien que —sin reparos— pretenda arder en el fuego de las emociones. El poemario está estructurado —del mismo modo que su anterior libro, Mudanzas de lo azul—, en cinco bloques, y comienza con tres citas de personajes tan dispares como: un poeta, un politólogo y un músico; José Hierro, Samuel P. Huntington y Bruce Springsteen respectivamente. Tras las citas, uno puede vislumbrar que aquello que sucede Después de la música, no es otra cosa que el silencio, su germen y metáfora. Ese silencio es trasunto del olvido, la muerte o el tiempo, al igual que la música es símil de memoria, vida o tiempo detenido. En el primer bloque titulado 'El rescate en otras palabras', el poema titulado ‘Nadie nos dice’, revela el palpable dolor que nos espera tras los versos —y la misma obstinación en buscar la palabra precisa, en captar la sustancia poética—: He depurado el cielo con palabras / a base de desgarros, / de morder los sentidos. A partir de ahí, el silencio impregna los poemas de su angustia y misticismo: Muy próximos se rozan / los hilos del silencio. Es todo cuanto queda. Habrán de caer por su propio peso: / los silencios que impactan con alusiones vagas / como caen el vino, los años o las lágrimas. Los versos imploran un rescate en otras palabras, o más bien en otros lenguajes; el poeta, consciente de que la palabra no pronunciada y la que se pronuncia o la palabra escrita pueden verse afectadas por la mentira, por dobles lecturas, pueden verse vinculadas por pasadizos invisibles; consciente de que el silencio es impuro, de que convivimos con el dolor, sabiendo que la nieve en tu mano cálida es un imposible; transmite toda esa desazón pero también la consecuencia de su influencia y su contundente rechazo. El segundo bloque se titula 'Vías de escape', en él, la mirada y la nostalgia implantan la textura de los versos. La contemplación de una fotografía nos evoca pasajes del pasado, los recuerdos que vivían imbuidos en los ángulos muertos de la memoria aquí recobran todo su esplendor al abrir una caja de bombones llena de fotografías o durante en el cruce de miradas de dos viajeros. En cada imagen derramo el fondo azul / convirtiendo las sombras / en azules entregas de nostalgia… Esa vía de escape a la que alude el título del bloque, parece encontrarse en la memoria, en la rémora quemada de esos amores, de esos momentos de luz y éxtasis que recordamos hasta en los peores momentos y que son el bálsamo idóneo para cualquier herida. Así, el poeta estatuario compone los poemas ‘Existencia’ y ‘Noche en las arenas’, que destacan sobremanera en el conjunto del bloque, tanto por su hondura, como por la barroca belleza de su discurso: Si la sangre se adensa, torna en rojo cárdeno, / si ya la vida mata en sus formas más frágiles, / que has cambiado de orilla, / que tus senos alumbran otras playas del tiempo. El tercer bloque lleva por título 'Otro infierno puede ser posible', aquí todos los poemas desprenden el aroma unívoco de un fulgor que se repite irremediablemente y nos causa quemaduras en los ojos, el desencuentro de un amor. Jesús Cárdenas refleja nítidamente en estos poemas toda la nostalgia, todo el rencor, toda la piedad que siente aquel que ha visto a su historia de amor fracasar, una amalgama de sentimientos encontrados que componen nuestro humano y contradictorio perfil de emociones: Afuera volverá con otro cuerpo, / se detendrá a mirar la primavera: / el idioma querido de los pájaros, / surtidores alegres entre flores. El poema titulado ‘Rutina de amor’, termina y comienza con puntos suspensivos; así como el poema titulado ‘El planeta olvido’, comienza con letra minúscula y termina sin punto final, rasgos característicos que determinan que el hecho que inspiró el poema siempre estuvo ahí y probablemente siempre lo estará. Una historia de amor no puede borrarse recortando fotografías o quemando unos regalos, por ello la ironía del título del bloque, aludiendo a otro posible infierno venidero representado en una futura historia de amor. El cuarto bloque lleva por título ‘Demasiado espacio’ y comienza con un poema titulado ‘Humo interno’, preciosa metáfora, la del título, para representar ese inveterado dolor que no se extingue; la bituminosa niebla de la ausencia, la terebrante fumarola de la culpa: Pierdes los nervios y te vas quedando / solo, definitivamente solo. / El humo entonces va desapareciendo. // Ya sin fuerzas, el humo te absorbe. El hablante lírico, circunspecto en su dolor, canta a la soledad y la memoria, ilapso de un presente escarnecido que lleva tatuado la añorada impronta del pasado: En mi cuerpo / solo quedan esquirlas de miel, llagas / en escombros, heridas de metralla… Visiones impactantes de un tiempo en fuga, demeritan el presente en pos de una muerte paulatina, pero el poeta lucha contra sí mismo, se rebela e intenta desterrar a sus propios demonios esquivando esa jaculatoria que en su mente se repite: Castigo a mi memoria, por ello, / a dormir a cielo raso, / a vencer la climatología y el hambre. / Y sé bien que estoy girando sobre / mi propia condena. Ya en el quinto bloque, titulado 'Un cielo cegador', la tormenta emocional que propone Jesús Cárdenas es impetuosa y delirante; desposeído de la justicia y la alegría, conforma un diorama pasional de sentimientos que se yuxtaponen hasta la culminación de una hipotética muerte ungida de esperanza. La nostalgia: Esos días se fueron, nada te dicen hoy. / Bajo lo iluminado vibra una canción triste: / es la vibración del aire azul de un cielo huérfano… El miedo: …Pierdo el equilibrio ante la sombra. / Me acojo a la exigua luz. Mi vida. / Pero la sombra no se aparta / y la vela parece apagarse. La esperanza: …sembraremos esperanzas / entre dunas y piedras, / antes de que emerja la maleza / y se apodere del espacio. El hastío: Qué más da si ese hombre sueña despierto. / Él así es muy feliz. Y da asco. La mujer, el Sueño, el Tiempo, la desafortunada Fortuna; relatos de vidas ajenas que reflejan su dolor en nuestra vida, el azote en cántico angustioso y lírico de una errática vida que aspira a renacer en la inocencia. Así, el poema titulado ‘Despedida’, supone el último portazo previo al silencio: Es hora de partir sin equipaje. […] Me habréis oído decir / que cuando lo haga será definitivo. // Quizás oiréis cerrar la puerta, / los pasos en el umbral. Un broche perfecto para clausurar un poemario armonizado por el predominio de la rima blanca y el ceremonioso ritmo de un axis homeopolar muy trabajado.
Es justo elogiar la sugerente ilustración que esplende en la cubierta del poemario, una mujer desnuda casi levitando y de cuya extensa melena pelirroja emergen pájaros y sombras indefinidas. Como también —y como curiosidad—, merece la pena incitar a los lectores a leer el índice de primeros versos ubicado en las últimas páginas del libro como si fuese un poema más; comprobarán -si lo hacen-, que de la unión de esos dispares versos ordenados alfabéticamente, surge otro bello poema, con momentos brillantes, de belleza salvaje, concebido al estilo de un poema de escritura automática. En definitiva, Después de la música es un poemario vital, catártico, que hará sentir al lector pero también reflexionar, acerca del amor, de la muerte, el tiempo; acerca de la propia condición de estar vivo. Los poemas de Jesús Cárdenas dibujan con total precisión en este libro, el idiolecto emocional de una condenada y atribulada especie, la nuestra. Por ello invito a los lectores a descubrir esta brillante herida que supura; la cumbre de la humana decepción y efervescencia de un autor en la apostasía de sus credos. |
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