LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
CARMEN LARRINAGA. MARRUECOS PARADISE (Polibea, Madrid, 2021) por VERÓNICA ARANDA El sur es una promesa de paraíso a cuya llamada emprendemos el viaje en el que perdernos con la (vana) ilusión de encontrarnos. Las islas griegas, el sur de Italia, España, el norte de África, Oriente Medio, entre otros, fueron destinos por los que se han dejado seducir escritores, pintores, artistas de todo tipo y condición, desde Lord Byron, Gérard de Nerval, Gauguin, hasta Henry Miller, Lawrence Durrell o Paul y Jane Bowles. Pero el sur no es un lugar concreto, como el viaje no siempre implica movimiento (Fernando Savater hacía confesar a Philleas Fogg que encontraba más sorpresas y matices a lo largo de una sola jornada en su club inglés que en los ochenta días de su célebre viaje), así intuimos el viaje —sin salir de casa— por y al tenebroso corazón de las tinieblas que, como nos mostrara Conrad, todos llevamos dentro. El sur —y el viaje— es una promesa ritual, cultural, religiosa, sensual y sexual. Es un «nolugar» entre cuyas callejas olvidarte de tu propio nombre y descubrir nuevas formas de amar, comer, rezar, cantar, nombrar el mundo y desaparecer. En Marruecos ha cifrado Carmen Larrinaga (Ondárroa, Vizcaya, 1966) su noción, su promesa y su sueño de sur y paraíso, en Marruecos Paradise (colección «El levitador», 94), con esclarecedoras palabras preliminares de Juan de Dios García. Con estructura musical (“Blues del Magreb”, “Single” y “Voz polifónica” son los títulos de las partes de que se compone Marruecos Paradise —título que por descriptivo y alusivo no le termina de hacer justicia a la capacidad de sugestión y sugerencia elusiva que desprenden sus poemas—) e itinerante, nos presenta Carmen Larrinaga su viaje a su particular país de las maravillas —que, como aprendimos de Carroll, no está más que al otro lado de nuestro propio espejo—, que podría haberse quedado en un catálogo exótico de postales pintorescas si no fuera por la historia personal, por la mirada, y por el trazado moral que las une y le otorgan prueba de cargo —y carga— existencial. Una carga existencial, que ya se atisba en las tierras lejanas de Oslo del poema con que se abre Marruecos Paradise, y en el que, a modo de poética, se anticipa la vida marcada por la escritura; la escritura con que intentar dar sentido al sincopado «exterminio amor extraño» (ritmo que domina buena parte del poemario, incluso con bruscas rupturas del enunciado o quiebras en la concordancia, alternando en otros poemas —quizá los más breves— con la fluidez silente con aliento a tanka japonés), y el protagonismo de esos muchachos árabes que «se mueren de amor en los locutorios públicos», que marcan la trama narrativa y son recurrente seña de identidad del libro. Hablamos de trama narrativa porque, a partir de este introito, Marruecos Paradise desarrolla un itinerario vital que el lector sigue a condición de participar en el pacto virtual y esencial de ser capaz de «oír» la banda sonora que la autora propone y que puntea los grandes espacios abiertos, las carreteras, los bulliciosos espacios públicos (las calles, los conciertos de rock), pero también los silenciosos espacios íntimos. Igualmente, hablamos de trama narrativa porque junto al eficaz efecto de la banda sonora y su necesario despliegue de cartografías, itinerarios, estaciones y trenes, equipajes, furgonetas, que otorga al libro trazas de road movie, Marruecos Paradise se hace atractivo y atrayente en su galería de personajes —también públicos y privados—, desde el joyero árabe Mohamed Alí Calí, la cantante Hindi Zahra, Hisanir, Max (por quien la autora declara haber estado dispuesta a decir a todo que sí), el cantante asesinado Cheb Hasni, el amigo Karl, un tal Harold, un amigo americano llamado Connor, la poeta tetuaní Fátima Zahra, ese Manfred Zondorvan de nombre que debería ser ficción, y su quiosco de música en Ámsterdam, cómo no Paul y Jane Bowles, Laila... y una breve y sensible evocación —que no pasa desapercibida— al padre en 1978, o incluso el interés administrativo por los papeles del señor El Idrissi, quienquiera que sea, pero que forma parte de un conjunto coral básico en un poemario que «también» se lee como una novela —poco nos importan que los personajes sean reales o ficticios, son dramatis personae de la trama que se narra («Son mis amigos / en una palabra. / Árabes / que caminan en la ciudad / en zapatos torcidos (...)»). Marruecos Paradise se hace gustoso en los intensos colores presentes en cada poema del libro; y se hace aromático en el ramillete de flores y frutos —amapolas, glicinas, gencianas, la toronja y la lima o incluso el valleinclaniano Kif—, no solo en su condición ornamental, pues, como ya nos enseñó el maravilloso Hoyos y Vinent —así la ovonia y el nardo indiano—, las plantas nos matan... y nos enloquecen.
Marruecos Paradise se hace alucinado e inquietante en los pequeños momentos y signos de vida que atrapa la mirada. En esas «piedras limpias que traen la lluvia», en esa «piel de endrina de infinita libélula», en «las cabelleras azules», ese «isótopo de luz que se abre en la piel», ese «momento alemán en Inezgane», esos «cisnes de alba gris», los «truenos en Douar cerca del río», «perros y botellas vacías», «un latido y otro y otro...», el interior de los días... que resume el simple y certero «algo así». Y sobre todo lo antedicho, Marruecos Paradise se hace esencial en el conocimiento de sí y en el reconocimiento («Yo me rasuro el pelo / asimétrico y perfecto / y empiezo a rodar / bajo el manto sagrado / de mi chador, / hay balas y bombas / creciendo azules moradas / contra el dogma / los vigías los caballos / tu nombre / tu color / mi sangre / más luz desde el mar, / más música / destrozando sonidos / sonando dentro / mi voz / mi ley.» O también: «conoces tu ritmo / tu travesía, / los siglos más hermosos de tu infancia...». Todo itinerario se desarrolla en doble sentido, hacia el pasado y hacia el futuro que solo encuentra significado en la conciencia del origen. La fiesta continúa, como no puede ser de otra manera, pero Carmen Larrinaga, quizá en referencia al verso de aquella canción de Joy Division, ‘Insight’ («When we were young»), siente la punzada del pasado, de lo vivido, cuando recuerda cuando «Éramos salvajes y fuertes / y la poesía no había terminado», en lo que tantos no podemos sentirnos más identificados. Conocedora del cielo protector que nos cobija, la autora apela a la divinidad —no en vano, la última referencia del libro es la brisa que arrastra la existencia de Alá, no sé si en alusión a la levedad de cualquier credo, de cualquier dios, de cualquier fe—, «que acarrea el sueño de descendientes europeos», como ellos, los nombrados al principio de esta nota, en pos del corazón —de su corazón—, que «es la primera puerta» a un viaje hacia sí misma y que, como los buenos viajeros, Carmen Larrinaga emprende y muestra en este Marruecos Paradise, sabiendo que nunca se es de ningún lugar, ya que, como la propia autora nos avisa, «Definitivamente / estamos perdidos para siempre / en todas partes», lo que no amilana a los argonautas de todos los tiempos —y Carmen Larrinaga entre ellos—, pues en su «yo quería más», Carmen revela el deseo insaciable, el impulso vital que impregnan este Marruecos Paradise y son condición necesaria para echarse andar...
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KETTY BLANCO ZALDÍVAR. Quién anda ahí (Polibea, Madrid, 2019) por SUSANA SZWARC Quién anda ahí, dice Ketty Blanco Zaldivar, la admirable poeta joven nacida en Cuba y varias veces premiada, reconocida. Quién anda ahí, es el título del libro y el poema que lo abre.
Sintagma, frase musical, oración. Quién anda ahí se hace escuchar ya sea como pregunta que nos convoca, nos intima. (¿Acaso no es esta una pregunta esencial? Y nos dice T.S.Eliot , el de la Tierra Baldía: ¿Quién es ese tercero que anda siempre a tu lado?.) A la vez un Quién anda ahí como exclamación, clamor que nos detiene. Y giramos. Los cuerpos en estado de alerta (Edgar Bagley hablaba de la necesariedad de ese estado, siempre, en los poetas, pero Ketty Blanco Zaldivar logra esa especial alerta del lector a quien transmite y guía hacia la escritura, para alcanzar lo que podríamos llamar “un pase”). Leo en una estrofa, en una porción de ese primer gran texto: Es su voz que sale de otra boca, que por algún resquicio de su cuello gotea mientras inútilmente se aferra al picaporte. La voz del poema me toca el cuello (llevo las manos ahí y ese lugar ya es página a ser habitada), se vuelve –esa voz y más-un pollo con el cuello torcido mientras los ratones “caminan por encima /y debajo” de ese lugar de transición. Eso es el cuello, un pasadizo que recorremos de la mano de la poeta. Un sitio vulnerable. Así: Ante esas ganas de matar, corto los bulbos en trozos muy delgados. Miro el filo del cuchillo. El agua corre. El libro todo, tanto como las frases sueltas, recortadas de su eje, construyen una poética. Porque ¿Qué es esa voz que sale de otra boca sino el lenguaje mismo diciéndose y la poesía atemporal, universal, explayándose en Quién anda ahí? Inevitables las ganas de matar y de morir ante lo que no alcanza a ser anotado en la hoja porque la tinta que gotea del lapicero/ es augurio de aniquilamiento, mientras delante nuestro, los lectores, está La cebra tendida como un animal muerto en mitad de la calle. Los significantes dan paso a diferentes tránsitos (diferentes cuellos). Las imágenes que produce la poesía de Ketty Blanco Zaldivar -imágenes que nos dan un saber de conceptos movibles, seriales- se construyen a través de sonidos, de ritmos de diferente duración. En el poema "El viajero" - y como lo ha señalado Juan José Martín Ramos citando otro verso clave: la palabra oscura es el trayecto- vuelve la autora a decirnos qué es escribir, a señalarnos que el viaje recorre el cuerpo del poeta, y lo hace nombrar. Nos reencontramos con "Palabras sueltas": En la duda, las sílabas sin cuerpo se amarran al piso como la maldición de un poeta. Serpentean seguras de la lengua que sostiene su nombre ante el fuego. Forman su caparazón, dentro calientan el espacio vacío de otra boca. Y se sueltan del agujero y se adhieren a las calles. Irritadas, se traslucen en alguien que sí quiere darles cuerpo. Dedicado a José Lezama Lima, ubicado casi en la mitad del libro, podrían ser estas Palabras el núcleo del libro, si no fuera que cada poema genera núcleos diversos. Los centros, las voces, las frases se multiplican; puede que no seamos, como lo dice la autora, Helena de Troya ni Casandra pero Al fin, estuve frente a la señorita que anotaba el pedido. Sus ojos me enfocaran con tanta furia/ que mis tripas sonaron del miedo./ Escupí las palabras como si las persiguieran:/cuatro huevos hervidos. Estos versos tomados del poema "Recurrencias", donde varios poetas –Baudelaire, Ginsberg, Bukowski, Vallejo- son nombrados, homenajeados en su ser de creatividad, y la autora coincide con ellos en una parte fundamental de la vida, a la vez lo más cotidiano, la comida, y hace con ellos de unos huevos -cada vez- otro manjar, así como con las palabras hacemos diferentes construcciones, nuevos entrelazados, nuevos textos. Creo que en este poema así como con el nombre de los poemas dedicados, la autora nos muestra algunas de sus preferencias. Y nosotros, lectores, podemos encontrarnos con ellas, redescubrir. También se nos ofrece "Un cuento, una botella". Y aquí, de entre las voces, escuchamos otra más: Estás secándote, dice el cactus y lee en las espinas alivio para su carne de lagarto. La poesía de Ketty Blanco Zaldivar es tejido de nuevos seres. Surgen criaturas únicas, curiosas, fantásticas como cualquier humano, es decir, reales: las moscas sobre las manos, los murciélagos amados que duermen debajo de la cama, el pescado con su hedor que desprotege, el pájaro que ya no convence, una hormiga en la garganta. Y en el camino el futuro cruza el pasado. El arte poético se vuelve profético, aunque puedan intercambiarse. No es preciso olvidar lo cotidiano, sí huir de la cordura. La poeta de "Quién anda ahí" no deja cabida en su escribir a la trampa: a que la identidad, eso fijo, congelado, usurpe la existencia del propio cuerpo. Además ni hombre ni mujer: sí creadora. Se niega a una identidad cercada, cerrada, a una dirección fija. Por eso su poesía es y disemina y nombra: LA MONEDA Y LA FE A salvo ante puertas que se cierran -segura estoy aún en el altar de tus falsos dioses-, tal vez no es lo que digo la música cobijo, aunque dependa de tus manos. Aunque no. Así como en el primer poema, mi cuello (los cuellos) es tocado, acariciado, apretado fuerte, más adelante, en LA MILAGROSA, por ejemplo, es el gusano el que se enrosca en su (mi-nuestras) garganta; si duele, llevamos las manos al cuello, nos aliviamos. Al llegar al último poema, es el cuerpo entero el que se desovilla hasta llegar a UN ÁRBOL, que no es todavía un bosque. Sabe la autora que el espacio, ese pasillo, es exiguo (cuello del útero, cuello de botella, cuello volcánico, cuello de tortuga) y las ramas pronto apuntarán sus dedos al cielo. Entonces el lector, como el escritor, siempre en tránsito, habrá encontrado por un instante, un refugio, un lugar de amparo. En la poesía de Ketty Blanco Zaldívar, donde la letra se encarna, el verbo es suelo, es muro. El nombre de Quién anda ahí, brilla. ADA SORIANO. NO DEJEMOS DE HABLAR. ENTREVISTAS A 19 POETAS (Polibea, Madrid, 2019) por YOLANDA IZARD NOTAS DE LECTURA Con placer y la atención calma que merece un libro de estas características, dedicado a dar a conocer la obra y la poética de un buen puñado de poetas, en concreto diecinueve, he abordado la lectura de estas entrevistas que trascienden el propio género conversacional para convertirse en un interesante reflejo de la variedad y riqueza de nuestra poesía actual y del modo como los poetas viven la creación literaria, su estar en el mundo de la mano de la poesía. Transcribo algunas de las notas que he tomado a lo largo de esta inmersión en sus páginas, pero adelanto que el libro ha tenido para mí un singular interés no solo porque he descubierto a algunos excelentes poetas sino también porque tanto la nota precedente como la propia entrevista y el poema final me parecen escritos y escogidos por una persona que sabe de poesía y ama la poesía y tiene un gusto poético refinado y profundo. Ada Soriano ha sabido llevar con mano firme, sensibilidad y agudeza a sus poetas a ese lugar donde la poesía dialoga con el mundo, habla.
--No dejemos de hablar. Entrevistas a 19 poetas destaca, en mi humilde opinión, por ser algo más que un libro de entrevistas al uso, y desde luego más interesante y, sobre todo, esclarecedor para el lector. Cada una de ellas viene precedida por un resumen biobibliográfico de cada poeta, con una brevedad ajustada a los fines de la publicación y consecuencia de las amplias lecturas poéticas de la entrevistadora y de un gusto poético finamente elaborado. En sus elecciones, Ada Soriano aúna conocimiento de la obra, emoción y sensibilidad poética y no huye de presentar lo complejo, lo irracional, lo intuitivo, en busca de ofrecer al lector originalidad, la expresión de la complejidad humana, variedad y calidad. —Es un libro muy cuidado. Con fuerza visual en la división de las distintas secciones de cada entrevista: una fotografía de gran tamaño del poeta; una bien escogida cita de pórtico; una aclaratoria y a veces luminosa nota biográfica y bibliográfica que no evita a prologuistas, citas ajenas, bien traídos referentes literarios; la propia entrevista, alma del libro, y un poema final (algunos deslumbrantes y en general brillantemente escogidos); todo ello en aras de dar una visión más completa y profunda del entrevistado. Estas entrevistas están también muy medidas en la búsqueda de clarificar la obra del autor, sus intereses literarios y, sobre todo, su universo poético, a través de preguntas de apariencia sencilla y muy directas que pretenden que el poeta se exprese, hable (no en vano el título es No dejemos de hablar) de lo humano y de lo divino, de su poética, de la trastienda de su alma y de sus libros (o de sus antologías o biografías). —La selección de los diecinueve poetas, como ocurre en cualquiera que se precie, obedece, como aclara la autora, a gustos personales, pero también a la cercanía. Sin embargo, ha primado la calidad poética, y esto es digno de aplauso. Y, desde mi punto de vista, también el deseo de acercar al lector a variados mundos poéticos de interés y a poetas con amplias trayectorias y reconocimientos a su espalda. —En algunas de las notas precedentes y en las propias entrevistas, a pesar de su obligada y también necesaria brevedad, se acumula toda la información de interés acerca del poeta y de su obra, pero destaco esas paráfrasis y citas bien buscadas, que denotan que la entrevistadora conoce y ha leído en profundidad a sus entrevistados. Algunas son dignas de aparecer en antologías de citas memorables, hacen reflexionar o recuerdan principios básicos de la escritura (o de la vida), y otras pertenecen a la visión de la propia entrevistadora: Intento acercarme a ella (la poesía) con el respeto que merece, escapando de lo banal y haciendo que tenga un valor de profundidad buscada y consciente. (Cleofé Campuzano, p. 17) En esa prolijidad de lo minucioso reside el enigma de nuestra vida. (Carlos Javier Cebrián, p. 31) Los poetas llevamos el alma fuera, como un exoesqueleto. (Alberto Chessa, p. 37) Un poeta hoy carece de relevancia cívica; no son noticia, sino cuando reciben algún galardón. (La entrevistadora a Antonio Enrique, p. 65) La novela y el relato los necesito para estar; para contar una historia desde un lugar en el mundo. La poesía la necesito para ser /… / requiere disciplina, perseverancia y pulso, mucho pulso, con las palabras. (José Luis Ferris, p. 75) Todo se mira trascendiéndolo. (Ilia Galán, p. 83) No uso formas piadosas o relamidas porque me fastidia el exceso de azúcar y en cambio gusto de lo escabroso, de cierto malestar producido por el malditismo /.../ Son oraciones que a veces recuerdan a las blasfemias. (Ilia Galán, p. 94) Muestra un estilo sentencioso y unas imágenes francamente insólitas, habitadas por una naturaleza desolada, paisajes crepusculares en los que la vida y la muerte andan entrelazadas. (La entrevistadora acerca de Manuel García Pérez, p. 99) ¿Qué opinas de la poesía actual? Me da igual lo de las capillitas y los grupos, no sé si es un período yermo o plagado de genios /… / Solo sé que me gustan y otros que no tanto (o nada). (Rafael González Serrano, p. 122) ¿No crees que una poesía como la tuya, intemporal y contemplativa, con honda raigambre en el paisaje, corre el riesgo de quedarse fuera del canon poético que tratan de imponernos? Me refiero a esa poesía enunciativa, con pretensiones de ser absolutamente moderna, incorporando las nuevas tecnologías y la actualidad más inmediata. (La entrevistadora a María Ángeles Manzano Romera, p. 138) La poesía de Marina Oroza es transgresora, inquietante y magnética. Utiliza un lenguaje sinuoso y elíptico, por lo que sus poemas oscilan entre la calma y el vértigo. (La entrevistadora, p. 145) Un proverbio africano que dice: “No te preocupes por los pasos que das sino por las huellas que dejas”. La poesía es una pintura de huellas. (María Antonia Ortega, p. 159) Igualmente destaco la paradoja de estos versos que, a mi parecer, constituyen una poética: No sucede nada distinto / pero acontece el prodigio. (La entrevistadora a Esther Peñas, p. 171) Para mí la misión del poeta es cantar y defender la riqueza universal que nos pertenece. /…/ Somos los destinatarios del universo, de sus maravillas y de sus mundos ocultos. (José María Piñeiro, p. 184) ¿Qué poesía te obliga a frotarte los ojos? La que huye del convencionalismo y del prosaísmo. /…/ Y no siempre han de ser versos redondos y memorables, sino un acento, una atmósfera extrañamente cautivadora. (José Manuel Ramón, p. 195) La poesía de mujeres está infrarrepresentada o infrapublicada. (Marisol Sánchez Gómez, p. 201) Como dice Annie Dillard, «nuestra vida es una tenue traza sobre la superficie del misterio». (María Engracia Sigüenza Pacheco, p. 218) Cuando escribir es un vicio, duele. (Rosario Troncoso, p. 228) Eso que afirmaba Novalis de que el universo está dentro de nosotros es una de las verdades con las que yo siempre he comulgado. Y tanto más en mi caso que, apartada del mundillo literario, escribo una poesía muy intimista. (Almudena Urbina, p. 236) José Luis, en una ocasión declaraste que el poeta es un guardián de la palabra, un centinela a la escucha, siempre atento a la prosodia del murmullo. (La entrevistadora a José Luis Zerón Huguet, p. 245). Me gusta escuchar a los poetas cuando hablan del hecho creador e interpretan sus poemas. Y también disfruto leyendo poéticas. (José Luis Zerón Huguet, p. 254) Podría seguir transcribiendo todo lo que tengo subrayado en el libro que me ha parecido de interés, pero para resumir solo quiero decir que Ada Soriano ha conseguido con sus escuetas preguntas huir del cliché y buscar la innovación de la respuesta, y denotan un amplio y sensible conocimiento de la obra de los poetas seleccionados. Creo que este libro muestra una parte importante de la poesía actual, pero huyendo de los nombres conocidos y tantas veces citados y en busca de esos otros cuya obra, tan importante y de tanto peso en ocasiones como aquellos, ha sido sin embargo menos nombrada a pesar de sus extraordinarios méritos, entre los cuales me permito destacar su capacidad innovadora, sus destellos verbales y cognitivos de gran profundidad, una visión personal del mundo y un estricto alejamiento de la facilidad. Todo ello más plausible ahora que nunca, pues son malos tiempos para la buena lírica, acosada por el fácil brillo de las redes sociales convertidas en espectáculo para un público que ha sustituido al lector. GEMA PALACIOS. LUMBRES (Polibea, Madrid, 2019, IV Premio Javier Lostalé de Poesía Joven) por HÉCTOR TARANCÓN ROYO EL LATIDO DE ENTONCES La poesía de Gema Palacios rastrea los temblores del cuerpo en búsqueda, paciente y firme, de los estragos de la pérdida. Sin embargo, como esta ya ha sucedido de una manera tan lenta, y drástica, en la medida en que ya no es posible retroceder, solo queda captar, casi fotografiar, los detalles y afectos desapercibidos en nuestro día a día. Ahí empieza Lumbres y, con el poemario, una indagación trascendental que profundiza en la necesaria relación de lo físico y la naturaleza. Porque, he aquí su razonamiento: hubo un tiempo en el que estaba todo ligado. En efecto, el desarrollo de las nuevas tecnologías, con su modo de comunicación virtual, ha cambiado la forma en la que nos relacionamos, pero ¿son peores? Las nuevas generaciones le conceden el mismo grado de realidad a una partida online que a un paseo. Lo que sí puede producir, en ese caso, es una desconexión con su entorno más inmediato. Así pues, el poemario despliega una serie de composiciones, muy cercanas a los epigramas, que se asemejan, como su título indica, a pequeños fogonazos alrededor de una hoguera. Instantes breves, pero muy cercanos entre sí, a medio camino entre lo lírico y lo conversacional, que buscan la implicación del lector. Su función evocativa no es, exclusivamente, lingüística, ya que también se erige como un recetario con consejos, y recomendaciones, para sobrevivir. En parte, esto sucede debido al carácter mínimo de los poemas, que demuestran, de nuevo, el poder camaleónico de la voz de Gema Palacios para nombrar, y diseccionar, desde diferentes puntos de vista. En esta medida, no son simples abstracciones, o reflexiones, como suele ocurrir a veces, sino realidades que esta autora, desde su posición literaria, nos llama a cumplir. El resultado, nunca mejor dicho, habla por sí solo: la recuperación de la esencia del discurso, sin ningún tipo de artificialidad o teatralidad. A esto ayuda que, aun encarnando solo lo necesario, el lenguaje teja una red de vínculos que se van acumulando. De este modo, palabras como cuerpo, luz, o piel se van resignificando conforme transcurre el poemario. La indagación en la herida, por tanto, abre la polisemia de las palabras creando asociaciones libres, etéreas. Es, en realidad, un viaje que el lector hace junto a la autora y su discurso infraleve, potente y diáfano. A su vez, el viaje hacia el interior de las emociones, sin el cariz cursi que tantas veces hemos leído, se complementa con otro en altura desde la madriguera al nido, según las tres partes en que está dividido. En ese sentido, es también una metáfora que nos invita a dejar el espacio seguro en el que nos hemos acomodado: como los pájaros, ha llegado el momento de volar y aventurarse en lo desconocido. Aunque no haya escapatoria, el intento y la catarsis meditada sólo posible mediante el contacto con lo natural, muestra que un crecimiento personal es permisible. No es el propio de un emprendedor, o de una psicología de autoayuda. Requiere sacrificio, sufrimiento, porque todavía alrededor de la lumbre, sea esta una fogata o una ventana, necesita de la luz que, como en un cuadro de Caravaggio, nunca se sabe de dónde viene. Ahí termina Lumbres: en el pánico confuso de andar a ciegas por la vida.
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