ISABEL BLANCO OLLERO. BRIGID O EL FUEGO DE LA TRANSFORMACIÓN (Torremozas, Madrid, 2019) por MARÍA DEL PILAR GORRICHO Isabel Blanco Ollero es una poeta y gestora cultural de amplia y dilatada trayectoria que en su octavo poemarío que lleva por título « Brigid o el fuego de la trasformación» hace un recorrido de sanación y catarsis por las diferentes áreas de su vida y de todo aquello que la rodea. El libro debe su titulo a Brigid la diosa celta de la inspiración, y conjuga en sí diversos poderes, provenientes de la inspiración, del arte, y de la adivinación. Fue asociada a las llamas perpetuas sagradas. Esa llama que mantiene vivo en el pecho todo lo que acontece en la realidad inefable del ser y su entorno. El fuego expansivo como ente espiritual en la metáfora de dotar de calor el lenguaje de lo inabarcable. El fuego que inmortaliza. El libro (dedicado a su hija Beatriz), tiene una ilustración de cubierta realizada por Jesús Herrero, cuenta con una excelente pintura de la pintora belga afincada en Francia Andrée Schwabe. Lo único de verdad necesario en nuestro día a día es atestiguar todo aquello que sucede en la vida —incluidos los pensamientos y las acciones del «yo»— mientras uno permanece activamente consciente de su verdadera naturaleza. Así, en los cuatro capítulos en los que Isabel Blanco Ollero ha dividido el poemario y que ha titulado «Paisajes de la furia y del dolor», «El amor nos defiende», «Con la impaciencia de un águila salvaje» y «Algunos días», reconoce en la consideración de la dimensión social y como núcleo de la naturaleza humana el uso del don poético con el cual ha sido dotada para alzar la voz. Continuando el manifiesto de Celaya, «Se dicen los poemas que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados, piden ser, piden ritmo, piden ley para aquello que sienten excesivo». Cada uno de estos cuatro capítulos mantienen una entidad propia con un denominador común: la polifonía y el uso de imágenes, así como de anáforas y metáforas brillantes ya presentes en sus anteriores libros. Cabe destacar, al transitar por la lectura de las páginas que nos ocupan, el excepcional diálogo permanente entre el «yo poético» y «yo lírico». Como en el «respirar», la escritura permite el paso del aire hacia dentro y hacia fuera de «su casa», lo que va definiendo un límite, una frontera, una tensión donde puede vivir el poema. La estética va configurando o se va identificando con una ética, y no solo del lenguaje, sino de la propia relación con el mundo. En palabras del filósofo Gaston Bachelard, «la imaginación no es, como sugiere la etimología, la facultad de formar imágenes de la realidad; es la facultad de formar imágenes que sobrepasan la realidad, que cantan la realidad». Una realidad a la cual no es ajena la poesía de Isabel Blanco, que horada en el yo, como queda reflejado en el poema del primer capítulo que da título al libro, del cual extraigo estos versos sobrecogedores y de una sensibilidad admirable: (Y no quieres huir de ti / como no quieres huir del fuego / porque sabes que tiene conciencia y te mantiene / y es lo único que te salva / en las noches heladas / del desierto de tus vacilaciones) Decía Cesar Vallejo que un poema es una entidad vital mucho más organizada que un ser orgánico en la naturaleza. «Si a un poema se le mutila un verso, una palabra, una letra, un signo ortográfico, muere». Y hago referencia a este hecho para adentrarme en la lograda sintaxis de Isabel Blanco, donde cada palabra se aposenta y fertiliza con la mesura requerida por un léxico brillante. La posibilidad de conocer, que es propia de la poesía, es común a todos los seres humanos (lo que solemos llamar vagamente «inspiración» o «intuición»). Pero se trata de un órgano de conocimiento objetivo, capaz de percibir realidades que están más allá de las meras creaciones psíquicas, tales como opiniones, creencias, fantasías o puntos de vista. En este carácter equitativo del órgano de investigación poética están la verdadera fuerza y el verdadero valor de la poesía.
«El poeta limpia de errores los libros sagrados y escribe inocencia ahí donde se leía pecado, libertad donde estaba escrito autoridad, instante donde se había grabado eternidad», dice Octavio Paz. ¿Qué es todo esto sino un modo de amar? Ese amor expansivo y ardiente del fuego que recorre el segundo capítulo del libro donde la poeta, la esposa, deja constancia, en versos tan hermosos y certeros como el del poema «Y si fuera otoño», que todo en ella es amor, dado y recibido en la nostalgia de la tierra. En el cuerpo de la persona amada palpita el reverso del lenguaje: la realidad real, el aquí y el ahora. (Y la luz se inicia en su regreso / bronce y otoño / Fragor del silencio en la sombra / que sabe de la lluvia / y de senderos fugaces / Murmuran nuestros pasos / a merced de la aventura / y en medio del olvido, fluye tu plegaria / Como si fuera otoño / me buscas y me encuentras / Y esos labios tuyos que inundan con mi nombre) Como coordinadora cultural de la galería de arte T-dieciséis de Pamplona, Isabel Blanco no olvida a los galeristas, a los cuales dedica un poema en el capítulo tercero del libro que nos cerciora de la vinculación afectiva de la poeta con el cosmos que la rodea, en una interacción activa tanto en lo personal como en lo colectivo en la que cobran especial papel su maternidad, el recuerdo para las mujeres maltratadas, para los amigos, pues no hay sociedad sin poetas. Sublimar el lenguaje con el uso adecuado de símbolos, metáforas, y una lingüística estudiada es lo que encontramos en este caminar por el libro de Isabel Blanco, quien, con la soltura que le otorga la veteranía y su alto grado de sensibilidad poética, así como no podía ser de otro modo del amplio estudio, y la lectura logra emocionarnos a la par que convencernos de que aunar semántica y afectividad en el trabajo poético ofrece el resultado de una obra artística atemporal. Para el capítulo cuarto y último Isabel Blanco se reserva la melancolía del reencuentro con todas las mujeres que la habitan; la catarsis que surge tras la superación; lo sublime del deseo, de la noche, y la magia del asombro. Se reconoce en la herida de la vida y, desnuda de condicionamientos, se alza en la franqueza que humaniza, como afirma en estos versos cargados de emotividad: (Con la sutileza de la palabra libre / afirmo que a duras penas / amanecen algunos de mis días. La tibieza de la luz / adivina las primeras sombras / de algo que se parece al ritual de un nacimiento, como un paraíso cerrado que intenta la supervivencia) «La poesía no pertenece a aquellos quienes la escriben, sino a aquellos que la necesitan». Esa es la respuesta que dio el cartero Mario Ruoppolo a Pablo Neruda. Y siguiendo esta premisa puedo decirles que este libro ha dejado de pertenecer a Isabel Blanco y nos lo ofrece como una dádiva generosa de versos limpios, serenos, elaborados con y desde el corazón y como ser toda ella poesía. Encuentren en sus páginas la palabra justa donde reconocerse. Ese misterio indescifrable de la cadencia donde se elabora la conciencia del fuego.
0 Comentarios
ENRIQUE CABEZÓN. SÍLABAS TRABADAS (La cabaña del loco, Logroño, 2018) por MARÍA DEL PILAR GORRICHO «¿No estaba el atman dentro de él? Y aquella fuente primordial, ¿no fluía acaso en su propio corazón? ¡Habrá que encontrarla, descubrir ese manantial en el propio Yo y poseerlo! Todo lo demás no era sino búsqueda vana, extravío, confusión. […] Poco a poco fue floreciendo y madurando en Siddharta la idea, la noción de lo que realmente era la sabiduría, el objeto final de su larga búsqueda». Siddartha. Herman Hesse. Sílabas trabadas, el nuevo libro de Enrique Cabezón (Logroño, 1976), es una hoja de ruta por la cual transita la perspectiva de viajar en perfecta sincronía con ese acontecer diario donde la memoria se impregna de momentos únicos e insondables. «Los turistas no saben dónde han estado, los viajeros no saben hacia dónde están yendo». Con esta frase de Paul Theroux podemos atestiguar que todo lo que rodea al escritor en este viaje, tanto interior como exterior, cala hondo en el alma y da lugar a una bella cronología sanadora por el efecto catártico del encuentro entre lo deseado y la realidad. Con un lenguaje ceñido en la intemperie del círculo que conforma lo que somos, con los planteamientos que llegan a través del exterior, este escritor de amplia trayectoria crea una amalgama de vivencias y cuestiones que aborda con gran pericia. Porque consigue con su prosa un ritmo certero; basculando entre la narrativa y el ensayo, es fácil adentrarse en esa «movilidad discursiva» de encabalgamientos históricos con hondas reflexiones sobre el mundo del arte, de la poesía y su decadente brillo en una ciudad de provincias; de la política, de la música, del amor como obra maestra; de la guerra y su semejanza en el vértice de las ciudades; y de todo aquello que para el observador es importante, pues no en vano estamos ante un artista multidisplinar que hace de la curiosidad y el aprendizaje baluarte, tal y como señala en este párrafo: Me da miedo la gente que no se hace preguntas, que no duda nunca, sin esa posibilidad de duda no existe la autocrítica ni la mejora. Enrique Cabezón muestra una mirada retrospectiva y crítica del mundo poético intercalando anécdotas de su labor como editor, revelándonos cómo es por dentro ese discurrir de la escritura donde es importante señalar que, además de evocaciones y referencias a hechos ubicados en el pasado histórico o personal, la narración se centra, sobre todo, en el tiempo presente, y en la conquista de los recuerdos más próximos a la experiencia del viajero. Hoy la lírica se transforma y abandona sus tradicionales ítems: de la pluma o el boli Bic al teclado del Mac, del tacto del papel al intangible formato blogger, de lo improbable de ver publicado un poema en periódicos a colgar estrofas en los perfiles de la red. De ahí los cambios de registro y las oscilaciones entre narración y argumentación a causa de un giro autorreflexivo que otorga a la autofiguración, entendida como autorretrato probable, una orientación textual y estética más que subjetiva o personalista. Cobran vital importancia a lo largo de este libro, que trascurre desde el año 2014 a la actualidad, los tuits, tanto de carácter personal como los de poetas y amigos escritores, cuyo punto de vista es primordial para este autor de clara e innata curiosidad. Asimismo, las citas filosóficas y de grandes literatos, junto a artículos de opinión sobre la actualidad y noticias, conforman este libro de lectura amena, sin pretensiones de convencer al lector, donde la verdad desnuda del que escribe desde el «yo» más sincero y profundo repasa en un exhaustivo análisis esas otras caras de la moneda. Cuando la narración se interroga sobre la verdad y la certeza proyectándola sobre el pasado del sujeto mismo, en su capacidad de percepción de los demás fermenta el maridaje perfecto, que, si bien no ha de servir para cambiar el mundo, sí es útil para hacernos conscientes de que el mejor viaje es hacia dentro. Lo dijera o no Albert Einstein lo cierto es que la cita no tiene desperdicio: «Cualquier tonto inteligente puede hacer las cosas más grandes, más complejas y más violentas, pero se requiere un toque de genialidad para moverse en la dirección opuesta». Creo que la clave está en la palabra «moverse»; lo sencillo, lo cómodo, lo colaboracionista es el cinismo que nos inmoviliza y la permanente inacción ambiental. Para un artista, el contrapeso de la exultante creatividad es la frustración que suele acarrearle el resultado concreto de ésta. Anna Adell ilustra la idea de que quizá el arte exista como modo de exorcizar culpas e hipocresías sociales, y que responde a la antigua y tradicional vocación humana de encontrar un chivo expiatorio que pague por los pecados de todos. En este sentido apunta Enrique Cabezón a lo largo de todo el libro esa especie de vacuidad, manifestando ser todos y ninguno. Y, a pesar de que no le guste hablar de él, cuando habla de los demás en cierto modo ya se está mostrando. El lector agradecerá, como yo, esta apertura a corazón despejado donde la identificación es la nota dominante. Escribir constituye para Enrique Cabezón un ensayo interminable. El libro acabado, y no digamos ya publicado, es como un estreno prematuro que adolece de los defectos propios de una obra inmadura, siempre necesitada de más ensayos. El escritor nunca da por concluido un texto. Simplemente lo interrumpe y olvida para embarcarse en otro. El olvido lo libera de una asfixiante dependencia. No obstante, puede que el texto abandonado le persiga aun cuando esté trabajando en otro nuevo. La palabra, hablada o escrita, normalmente desencadena una interpretación en quien la percibe o la lee, en un proceso muchas veces inconsciente y automático. La posibilidad de concebir el impacto de los rasgos del léxico sobre la combinatoria sintáctica depende tanto de una concepción acerca de la relación entre lenguaje y pensamiento como de una concepción acerca de la clase de relación entre lenguaje y realidad, y de la innovación permanente de la que nos hace partícipes Enrique Cabezón al optar por nuevas formas gramaticales: La sintaxis es la disciplina gramatical que estudia cómo coordinar, combinar y unir las palabras para formar oraciones y sintagmas. Pienso ahora en el escritor como un camarero que dedica las horas a crear nuevos cócteles, se puede limitar a repetir las mismas combinaciones de alcoholes con jugos, frutas, mieles, cremas, leche, bebidas carbónicas, refrescos y especias e incluso desarrollar una verdadera maestría en ello. O puede buscar combinaciones innovadoras. «La misión del poeta no es salvar al hombre sino salvar al mundo: nombrarlo», nos dice Octavio Paz, y esta posibilidad que tiene el poeta de etiquetar, bautizar la realidad, es por el carácter lapidario de sus expresiones. Así, al poeta no le sucede lo que al hombre común, quien continuamente se queda a mitad de camino al nombrar la realidad; a veces lo deja quieto para asumir el mundo con la radicalidad del que todo lo puede.
En los momentos más desgarradores de la existencia está precisamente la poesía, la que anima, consuela y devuelve a la existencia esa extraña sensación de levedad; pero también en esos momentos de felicidad extrema se hace presente para precisar el estado pasajero de ésta y la necesidad de salir nuevamente a su encuentro. MIRANDO LA TAZA: en la penumbra arreglando el mundo, y reconfortando el aterido cuerpo con café caliente, confundimos, ilusos y patéticos poetas provincianos, el chispazo accidental con el mismísimo Fénix. Con el tiempo, negrura herviente y cuerpo erosionado fueron uno en el fracaso, uno a pequeños sorbos, a torpes envites. Sombra apenas, borrosa seguridad de lo que soñamos ser en múltiples alas vomitadas. Cuánto fracaso han visto estas paredes, cuánto tiempo de espera mirando la taza, llenándonos la boca de tinta, emborronándonos. Prosigue el libro en la misma línea de aunar pretérito con presente, con las grandes hazañas del hombre, que al cabo nos son otras que la vida abriéndose paso. Y en lo que da en llamar con gran acierto «El Evangelio según Helena» y «El Evangelio según Adriana» nos acerca al momento en el que sus hijas ven la luz por vez primera (la buena nueva) en unas páginas conmovedoras. Me emociona poderosamente el hecho de poder conocer más de cerca a este autor tan querido y conocido por su labor enaltecedora de la cultura (a menudo tan denostada), y sobre todo le agradezco, y a buen seguro que todos los lectores de estas Sílabas trabadas, esta apertura cabal, sincera y enriquecedora con la que nos obsequia y que les recomiendo encarecidamente. |
LA BIBLIOTE
|