DAVID ROAS. DISTORSIONES (Páginas de espuma, Madrid, 2010) por PEDRO PUJANTE Cuando tratamos de definir qué es literatura fantástica, cuándo se produce el hecho sobrenatural o en qué momento la ruptura con la realidad ha tenido lugar solemos enfrentarnos a grandes dificultades. Para algunos teóricos lo fantástico se da cuando entran en conflicto la realidad con lo imposible. Pues bien, en los cuentos de Roas podemos enumerar muchos casos en los que esta circunstancia tiene presencia. Otros teóricos como P. G. Castex definen lo fantástico como una ruptura en la trama de la realidad cotidiana. Esta teoría (en Cortázar se pueden rastrear innumerables relatos que la ilustran) parece ser una constante en algunos de estos cuentos, de estas distorsiones literarias. No en vano David Roas (Barcelona, 1965) es, además de escritor de ficción, profesor de universidad y reputado crítico literario que se ha especializado en lo fantástico. ¿Qué es Distorsiones? Una antología de cuentos cortos, algunos microrrelatos de menos de una página. En su mayoría son fantásticos aunque hay piezas de difícil clasificación. Por poner un ejemplo. En el relato ‘Los caminos del Señor’ asistimos a la historia de una mujer que en un momento de su vida sintió una revelación, Dios le habla (o eso cree ella). La epifanía supondrá para la joven un cambio drástico que marcará su vida. No obstante, el grueso del volumen lo forman cuentos que justifican el título. Distorsiones de la realidad, de la mente de sus protagonistas (y del lector, no olvidemos lo que decía refiriéndose al hecho fantástico Todorov acerca de ese momento de duda compartido entre el lector y el personaje). Porque muchas de las claves que convierten algunas de estas piezas en relatos fantásticos deben hallarse en la propia psique de sus héroes. Ocurre esto en ‘Vinieron de dentro de’, cuando somos testigos de la historia de una obsesión. El narrador-protagonista escucha las risas que parecen provenir del vientre de su esposa embarazada. También es la mente del protagonista la que funciona como escenario de la trama fantástica en ‘Psicopatología de la vida cotidiana’. Y es que la locura, o la insinuación de la misma, hace que en muchas ocasiones el lector no tenga claro qué está ocurriendo realmente. Y en esa duda, en ese resquicio frágil en el que nuestras convicciones y lógica no encuentran asidero es justamente donde se sustenta la literatura fantástica de Roas. Porque lo asombroso en algunas de estas piezas es la ambigüedad que las nutre. A pesar de que el narrador ha optado por un estilo directo y claro, los argumentos penetran por recovecos imposibles de rastrear. Uno de los relatos más sobrecogedores de este libro es ‘La casa ciega’. Cuento con reminiscencias de Poe y su casa Usher, en la que el protagonista es atrapado por una obsesión. La casa que ve desde la ventana del tren de camino al trabajo se erige como un símbolo de lo misterioso y de lo inaccesible.
Este cuento podría servir para ejemplarizar parte de la ficción de Roas. Un objeto (o un mundo, o una casa) que se presente ante los ojos de los protagonistas como una ventana hacia el misterio, como el punto de fuga en el que confluyen las miradas sorprendidas del lector y del personaje. Y cuya respuesta se halla más allá de cualquier lógica o resolución. También el misterio tendrá lugar en la fascinante e irónica pieza ‘Das Kapital’. Aquí la fractura entre lo real y lo cotidiano acaece en un avión, entre los dos mundos (primera clase y clase turista) y las inexplicables diferencias que entre ambos ocurrirán. ¿Crítica social, humor fantástico? Posiblemente. Y es que uno de los elementos que tan bien sabe emplear el autor es la ironía. La utiliza Roas como desacelerador en el impacto que lo imposible puede tener en nuestra intolerancia frente a lo increíble. Sin embargo, paradójicamente, lo que consigue es en algunos casos intensificar la sensación de lo fantástico y crear el clima ideal para que el relato funcione. En ‘Das Kapital’ podemos ver un ejemplo, aunque también resuelve con maestría el maridaje entre ironía y fantasía en piezas como ‘El precio del poder’ o ‘Locus amoenus’. En ‘El precio del poder’ un hombre sufre las vicisitudes de su capacidad para desdoblarse y los problemas conyugales que el extraordinario hecho le acarrea. Más en la línea de Bernard Quiriny que de Borges. En ‘Locus amoenus’, microrrelato de pocas líneas, lo imposible tiene lugar de un modo impactante: llueven niños. Roas está emparentado con Poe y Cortázar, pero su fino humor y su estilo limpio y claro lo hacen primo hermano de Woody Allen, Calders o Monzó. Lo que impacta en estos cuentos no es solo su aproximación a lo insólito sino la capacidad del autor para edificar este mundo mágico dentro de las coordenadas geográficas de lo cotidiano: un avión, un barrio corriente, un hogar español. La realidad es en estas Distorsiones dinamitada desde dentro y la explosión es tan sutil que el lector no sabrá en muchas ocasiones cuándo o cómo ha tenido lugar. Hay otros relatos en los que lo terrible se insinúa de tal manera que no somos capaces de desprendernos de su aura hasta un tiempo después de haber sido leídos. ‘La vida natural’ o ‘Juegos de bebé’ son piezas duras con una lectura inquietante y que consiguen desencajar e impresionar. Estos relatos distorsionantes ganaron el premio Setenil 2011. El lector no se sentirá defraudado con el conjunto, con la lectura de unos cuentos que son capaces de sorprender, de hacer que la fisura que se abre entre lo lógico y lo irreal se agrande y nos haga sospechar de esto que tan alegremente llamamos realidad.
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ANDREA AGUIRRE. LA INFANCIA SUICIDA DE VERÓNICA QUÉ (Ártese quien pueda, Madrid, 2013) por DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR Día 9.490 Le rezo a mi padre muerto. Elijo ser en lugar de expresar y me condeno a un silencio analfabeto. La culpa es de la culpa y su mutismo inválido. Mi infancia fue carnaza de los dioses. Debemos resucitarla. Lanzarla a los charcos con las botas puestas. Siempre quise hacerlo y nunca supe cómo. La infancia suicida de Verónica Qué de Andrea Aguirre es un gran libro. Lo descubrí por casualidad, en una feria de poesía y editores independientes. Eché un vistazo, me pareció prometedor lo que leí de pie frente al puesto de la editorial, pregunté cuánto valía (¡5 euros! ¡100 páginas!), lo compré y ahora que lo he leído, maravillado, siento que debo hablar de él, hacer que alguien más lo lea, retrasar un poco su inevitable naufragio en el olvido editorial y literario. Es un gran libro, de esos que a mí me gustan, de los que es difícil sacar un solo poema, un solo verso, porque sientes que estás traicionando al Libro, a las sutiles relaciones establecidas con el poema anterior, con el verso posterior, etc. Un gran libro. La solapa del libro anuncia: «La infancia suicida de Verónica Qué es un diario donde el tiempo, como en la infancia, carece de un orden. Un diario en el que el lector será más que un testigo, no sabrá si está leyendo o viviendo, porque hasta en el cuerpo sentirá lo que la poeta dice». Efectivamente se plantea una estructura de diario, pero sin tiempo ni narración. Es más una sinfonía, estructurada en cinco movimientos, precedida por una obertura, y separado cada uno de los movimientos por una cita de Alejandra Pizarnik, que ofrece un contrapunto perfectamente integrado al tono y el ritmo del libro. Día 6415 Una vez quisiste escribir todas las cosas. No hay cárcel que detenga a las imágenes. Podríamos crecer en un desierto y vivir como un torrente de amapolas. En cambio, pensar el absoluto es una lógica difícil. Todas las variables sin control lo hacen imposible. Nunca acertarás los acertijos de lo inmenso. Por eso creerás que creer es la única certeza. Sigue las baldosas amarillas. Verás cómo te espera otra derrota. La música de esta sinfonía es uno de los grandes aciertos de este libro. Usando el verso libre, el versículo y los fragmentos en prosa, te va llevando de forma hipnótica, entre el silencio enorme que se produce entre versos contundentes, reveladores, (El agua / es el verdadero reloj (...) El misterio de la muerte es muy redondo, como un agujero de cañón. (...) Cada herida escuece y hoy no es un buen día. Quisiera doblarme en cinco partes y guardarme en un sobre muy pequeño.) y el arrullo extraño, inquietante y familiar, del monólogo en silencio, de la voz interior frente a la ventana, incesante, mentirosa, con forma de espiral y de condena (Anoto todas las noches lo que me intoxica. No digiero las palabras ni las noticias. /Las masas no son más que sumas multiplicadas. / Todo consta de un equilibrio específico. Una delicada secuencia de partículas que se idolatran. /Por eso he visto todas las cosas y ninguna.) Una de las citas de Pizarnik dice: nadie se deja ser paisaje, nadie se deja leer gratuitamente. Pero yo creo que eso es precisamente lo que ha intentado Andrea Aguirre, dejarse ser paisaje, dejarse leer. Pero no veremos un paisaje biográfico convencional, ni freudiano, ni biográfico. Así como las sinfonías suelen evocar paisajes, aquí recorremos un paisaje emocional. Pese al título, pese al tema de la infancia perdida, nada de melodrama hay en esta pieza (Un día me daré cuenta de que todo esto es absurdo. La tristeza es una novatada.) Es un paisaje complejo, que nos lleva por sutiles valles y nos mete luego en sucios callejones oscuros para salir otra vez a una limpia panorámica del mar interior y de la muerte. Hay un denso olor a caldo rancio en todas las despensas vacías. Siento los huesos raídos del implacable río que me ahorca. ¿Ves como no había nadie al otro lado? El pensamiento y la emoción tienen sus ritmos si saben tocarse con cuidado, y este libro lo consigue, retorciendo a veces el instrumento, y acariciando otras, siempre ofrece un giro inesperado, y que una vez que se ha realizado, una vez que ha dejado sonar esa nota, se convierte en imprescindible, en inevitable.
Día 9125 Mi casa está hecha de recuerdos y ladrillos. Una vez comí sobre un tejado llovido y todo sabía a nube muerta. Una vez vomité sobre una bota. No fue una gran anécdota para contar. Sería más correcto decir que los pies no pisan igual sin los zapatos. HAROLD BLOOM. CUENTOS Y CUENTISTAS (Páginas de Espuma, Madrid, 2014) por PEDRO PUJANTE En este volumen que reedita por tercera vez Páginas de Espuma, la editorial española que se dedica en exclusiva al universo del cuento, Harold Bloom, catedrático de la Universidad de Yale, reputado crítico literario y una de las más importantes voces del mundo cultural, hace lo que ha venido haciendo toda su vida. Un trabajo que alcanzó su punto más alto con El canon occidental. Y, como decía, lo que Bloom hace en este volumen de ensayos sobre el género breve y sus autores es exactamente lo mismo: establecer su personalísimo canon. Se podrá estar o no de acuerdo con las opiniones de este controvertido y perspicaz crítico, pero qué duda cabe de que sus ideas son interesantes y no dejan de sorprendernos. Y de alumbrar nuestras lecturas. En la nómina de este abigarrado volumen militan Chejov, Henry James, Conrad, Kipling, London, Andersen, Poe, Borges, Cortázar o Kafka. Por nombrar solo unos cuantos de los más ilustres. Pero hay más, algunos ignotos y otros cuya obra cuentística es meramente periférica, pero que no deja de resultar seductora y objeto de los comentarios del autor. Por ejemplo Faulkner, del que nos dice que desciende más de un Dickens enloquecido que de un Conrad salvaje. Quizá no le falte razón, al respecto. También nos dará cuenta del propio Conrad o de Calvino y de esa suerte de Ciudades invisibles que transitan entre lo onírico, el relato de viajes y la novela. Bloom establece su canon particular —y universal— a través de esa familiaridad radical que está marcada por una ansiedad de la influencia. Crea una genealogía literaria, un entramado con vasos comunicantes que todo lo abarcan. Por ejemplo, a Hawthorne (como ya hiciera Borges) lo emparenta con Kafka, por ese aura extraña que sus parábolas ejercen sobre nosotros. A Nabokov con Gógol.
De Andersen hace una interpretación de su Sirenita en clave de terror. Al releer el cuento, comprendemos que Bloom ha sabido entrever en él el genoma cifrado de las angustias y fantasmas que aquejaron al escritor danés. Por cierto, a Andersen lo hace heredero (como a Lewis Carrol y a muchos más) de Shakespeare. Así que enseguida pensamos en Ariel, Titania o el fantasma de Hamlet, esos espíritus de cuentos de hadas isabelinos. También hace descender a Melville del bardo. Y es que el canon de Bloom se erige en torno a él, en torno a Cervantes, Dante, Milton. Dice de La lotería, el más famoso cuento de Shirley Jackson, que es aterrador. Lo ha publicado Atalanta en su espléndida Antología universal del relato fantástico y ciertamente es un cuento enigmático que no deja impasible a quien en él se sumerge. A Chejov lo sitúa en la rama familiar de Maupassant. Del escritor francés nos dice que su mejor cuento podría ser El horla. Y que en esta historia está la locura, no solo sus razones. La locura es quizá el tema que subraya los grandes cuentos de Maupassant. No me olvido de Bola de sebo. Sirve este catálogo de cuentistas para dos cosas. Para adentrarnos tanto en escritores desconocidos como en otros más famosos, amplificar nuestras lecturas y profundizar en ellas. Y sobre todo, para adentrarnos, de la mano del ojo clínico (y cínico) de Bloom, a estas literaturas con una mirada distinta y muy aguda. Aprendemos con este constructor de cánones a reinterpretar nuestras decisiones literarias y ha reelaborar un nuevo juicio al respecto. KOBO ABE. IDÉNTICO AL SER HUMANO (Candaya, Barcelona, 2010) por PEDRO PUJANTE Leer a Kobo Abe (1924-1993) produce la extraña sensación de que en la literatura, mundo subterráneo que todo lo comunica, no hay aduanas ni extranjerías. Y esa sensación es debida a que algunos grandes autores como el tokiota son capaces de catalizar las perturbaciones, desasosiegos e incertidumbres que acosan a todo ser humano desde lo nimio y particular. Como Borges, que encontró el universo en el hueco de una escalera; como Cervantes, que inventó el antihéroe moderno mediante un hidalgo de un pueblo sin nombre. Idéntico al ser humano fue publicada en 1967; es una novela corta, de lectura fácil, pero de difícil asimilación. Digamos que de una densidad disimulada por una aparente frivolidad. La historia es estrafalaria, imprevisible y con grandes dosis de ironía. Un presentador radiofónico, que tiene un programa titulado Hola, marciano sufre un varapalo cuando un cohete espacial despega destino a Marte. Como su espacio de radio se basa en un supuesto fantástico, a base de conversaciones con un inexistente marciano, la noticia de la llegada del hombre a Marte amenaza con desbaratar todo su ‘mundo ficticio’. Estando el abatido narrador en su casa recibe la visita de un hombre que dice provenir de Marte. A partir de esta peculiar premisa, la novela consistirá en un tour de force entre los dos interlocutores. El uno, tratando de demostrar que en realidad es un extraterrestre. El otro, empeñado en refutar a su adversario. Los derroteros de la conversación y la trama se irán enrareciendo en un diálogo de lo más disparatado y zigzagueante. Ambos, testarudos y afianzados en su parcela de razón, enfocarán su discurso para tratar de desmontar el de su oponente. Pero, lejos de presentarnos Abe un combate dialéctico lógico, coherente y previsible, el lector se verá sumido en un caos absurdo, repleto de recovecos y sorpresas, giros verbales vertiginosos y desquiciantes situaciones surrealistas. En algún momento la escena nos recuerda a esa novela de Tomeo, Amado monstruo, en la que dos hombres conversaban en una extraña entrevista de trabajo, y en el transcurso, sus fantasmas y obsesiones afloraban. De forma análoga en Idéntico al ser humano los laberintos psicológicos de los dos protagonistas irán, como cebollas mentales, deshojando un sinfín de pliegues, verdades, excentricidades, propuestas inusuales y muchas mentiras. El lector no sabrá hasta qué punto lo que dice el supuesto alienígena está revestido de veracidad o no. De hecho uno de los asuntos capitales en la novela es la verdad, la realidad y las apariencias.
En esta novela, a diferencia de otras obras de Abe, la ironía afecta a toda la narración y consigue distanciarnos engañosamente de los problemas que en ella se abordan. El visitante que afirma provenir de Marte variará su discurso cuando se vea en un callejón sin salida, pero no por ello dejará de parecer menos elocuente. De hecho, su capacidad para la dialéctica nos hará dudar de si estamos ante un lunático o ante un verdadero marciano. Y si es un marciano, ¿cuáles son sus intenciones? Pienso, tras la lectura, en una película de Kevin Spacey, no su mejor película pero sí muy afín al espíritu de esta novela: K-Pax. En ella Spacey interpretaba a un hombre que pretendía ser de otro mundo, de otra galaxia. No sabemos al término de la cinta si hemos sido testigos de un drama sobre el delirio de un chiflado o si hemos visionado una verdadera película de ciencia ficción. Aquí ocurre algo parecido. Pero con un desenlace más delirante e inesperado que el amante de finales tortuosos aplaudirá, sin duda. Como apunté al principio, esta nouvelle se lee fácil pero no por ello es una obra ligera. Kobo Abe plantea grandes interrogantes que son de orden universal: la identidad, la realidad, la asfixia del mundo en el que vivimos, las apariencias, la locura, el éxito o el descrédito. Y en ese equilibrio perfecto que se establece entre narración divertida, prosa de factura precisa y píldoras para reflexionar encuentra la armonía esta pequeña joya de la literatura japonesa. |
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