BENJAMÍN PRADO. MAREA HUMANA (Visor, Madrid, 2007) por PAULA BARBA DEL POZO PARA QUE ENCUENTRES TU LUGAR EN LA MAREA Benjamín Prado es un novelista, poeta y ensayista español cuya obra ha sido traducida a más de trece idiomas y se ha difundido en su lengua madre, el español, por sendos países de América Latina y la totalidad del territorio español. El Prado poeta se incluye en la llamada generación del 99 y cuenta con una larga producción de títulos prometedores que comienza con Un caso sencillo (1989) y llega hasta Ya no es tarde (2014). Durante su trayectoria poética ha obtenido premios notables como el Premio Hiperión, el Ciudad de Melilla y el Generación del 27, entre otros, con el poemario que deseo tratar.
Marea humana cuenta con cuatro ediciones que abarcan desde el año de su publicación hasta 2017, por lo que podemos vislumbrar desde un primer momento cuán interés despertó (y sigue despertando) uno de los poemarios más curiosos de Benjamín Prado durante más de consecutivos diez años. Sobre su estructura me he encontrado con algunas discrepancias, ya que hay quien dice observar una división triple, mientras que otros se inclinan más hacia la idea de una continuación sin particiones del libro, es decir, entendiendo el poemario como una sola pieza en la que la parte de “El enamorado” ha sido resaltada por el autor creando un poema muy extenso que parece partir el libro a la mitad. Personalmente, me coloco del lado de los “no-partitivos”, ya que a medida que avanzaba en mi lectura por Marea humana he creído vislumbrar la intención del autor de crear un poema a gran escala para “romper” falsamente la estructura principal que seguía desde el comienzo del libro. No se puede negar que Marea humana desprende una actitud moral por cada línea trazada en el papel. Poemas como ‘El inmigrante’ o ‘El ecologista’ muestran un gran cariz político y ético que evidencian la postura de Prado: se posiciona del lado de lo justo, lo correcto, lo honesto. Sin embargo, Prado no puede evitar incluir en su poemario el recurso indispensable de toda poesía, el matiz que incluye cada poema indistintamente de la generación a la que pertenezca: el amor. Prado hace de su poema amoroso ‘El enamorado’ una parte reseñable de su poemario. Consigue hermanar el mensaje moralizante sin dejar de lado ese sentimiento universal que él aborda desde una visión desesperanzada, con un tono doliente. Además, en el libro se encuentran dos poemas, ‘La rencorosa’ y ‘La misteriosa’, que parecen hacer referencia a esa musa enigmática que derroca los sentimientos del autor. Su lenguaje doliente contrasta, por ejemplo, con la fuerza del resto de sus poemas políticos, creando un equilibrio que lo acerca a su tan admirada Generación del 27: lo sentimental y lo político. De ahí mi postura de no compartir la idea de la triple estructura del libro, ya que, a pesar de ser un poemario bastante heterogéneo temáticamente (teniendo en cuenta la multiplicidad de sentimientos que trata), se mantiene la línea argumental de todos los poemas; únicamente resalta la parte de ‘El enamorado’ sobre las demás porque el propio autor decide darle más importancia a ese sentimiento frente al resto. Formalmente, Marea humana introduce un tratamiento del poema innovador y llamativo, puesto que Benjamín Prado decide sustantivar los propios títulos para personificar en cierto sentido los sentimientos. Con esto, muestra su gran maestría en el dominio de recursos léxicos y consigue acercar al lector dichos sentimientos. También contribuye a esta labor el hecho de que sus poemas se desarrollen con la primera y segunda persona del singular, que le otorgan un carácter más cercano y favorece la implicación del lector con la idea que se pretende transmitir. Fundamental es el papel que Prado otorga a sus tan recurridas metáforas. Me gusta hablar de él como el poeta metafórico, ya que en este recurso es prácticamente inigualable. Además, el autor rinde homenaje a sus admirados poetas predecesores, dejando patentes sus afinidades literarias y personales. Insisto en elogiar el magnífico poema de ‘El enamorado’, cuya extensión no es un inconveniente para mantener el gusto del lector por él, ya que el romanticismo clásico empleado mantiene la sensibilidad del que lee a flor de piel, y aunque sus poemas morales son fascinantes, estrofas como la siguiente evidencian la gran capacidad expresiva amorosa del autor: Como yo sé que solo aquel que acepta el vértigo se merece las cimas, mi amor, sigue matándome, que para mí no hay muerte más hermosa que morirme mientras te espero. El que ya se ha adentrado en el mundo poético de Benjamín Prado, encontrará en este poemario un giro estructural del autor respecto a sus anteriores obras que le enriquecerá moral y sentimentalmente; si, por el contrario, comienza su descubrimiento de Benjamín Prado con esta distintiva obra no me queda por recordarle más que el hecho de que procure encauzar su lectura para encontrar lo que todos llegamos buscando a este poemario: nuestro lugar en la marea.
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ANDRÉS GARCÍA CERDÁN. DEFENSA DE LAS EXCEPCIONES (Visor, Madrid, 2018) por ANTONIO AGUILAR RODRÍGUEZ LA CONCIENCIA DE LA DESINTEGRACIÓN Somos una excepción, la anomalía, el deseo de romper lo ordenado, de sorprenderse lejos de lo previsible. Cicerón dedicó su oratoria, elevada al arte de literatura, a defender la ciudadanía del poeta Arquias, en última instancia un esfuerzo por defender su identidad y definición en el mundo, o ante el mundo. Si Platón expulsó a los poetas de la república ideal, Cicerón lo restituye a través de la palabra. Defensa de las excepciones de Andrés García Cerdán es su Pro Arquias, una defensa de su búsqueda de identidad y por extensión de los miembros de una generación que se identifica con él, una búsqueda de identidad, que es en sí la propia búsqueda, la propia identidad, el propio movimiento, el desequilibrio, la acción. Ante el desmoronamiento lento del mundo, lo que sucede casi imperceptiblemente, nuestra vida —como parece desprenderse de la lectura del libro— es una flecha, signo del tiempo y del combate, una relectura particular del mito de Sísifo, porque esta flecha apunta a una diana, pero no la alcanza, porque la flecha es el presente, es la excepción del aquí y ahora. La búsqueda de la identidad, de la excepcionalidad, implica un peligro: «Los que huelen en el aire un peligro y lo celebran» (pág. 14, ‘Los otros’). Se inicia en un peligro y nos lleva a otro, pero como deseo, el deseo de estar vivo. Es una manera de ser, una forma oblicua de vivir. EL ERROR, EL DESEQUILIBRIO, EL CUERPO, EL LENGUAJE Y LA INOCENCIA Qué es la excepción: el error, la excepción como identidad, un acto de voluntad, la oposición a lo que no es excepción. El error como identidad y como refugio, la duda es parte esencial, la posibilidad de todo, la multiplicidad de lo posible, porque solo en esa búsqueda, en esa actitud cabe la inocencia, lo que nos salva, «lo más propio y sagrado que soy» (p. 12). El cuerpo es un tema central en esta búsqueda de la identidad, la puerta y la percepción a y de los otros. Vinculado con el cuerpo aparece la lujuria, el amor, la belleza del momento único, la íntima contradicción, tal vez Eros y Thanatos, también la sed, el deseo de beber de las aguas indómitas, salvajes. Es como la imagen de un caleidoscopio que gira para ofrecer una y otra vez la posibilidad de una imagen física de la vida (‘Los otros’). El poema ‘La estructura profunda’ es, quizás, uno de los momentos más reveladores de esta teoría del cuerpo como identidad. Y qué es el lenguaje sino una extensión del cuerpo, la lengua de Andrés como un sexto sentido, la propia defensa del lenguaje que configura fugazmente lo que está en la estructura profunda, «en ellas creo y soy un ser entero de palabras»: LA ESTRUCTURA PROFUNDA [Noam Chomsky] Como el pescador hawaiano que hunde su mirada y sus manos de hombre en el océano para leer la estructura profunda del lenguaje, para saber la dirección y el sentido de las corrientes, el movimiento del agua, así el poeta, así yo cuando pienso en ti, cuando sumerjo en ti mis manos y mi lengua. ¿Necesita el mundo nuestra conciencia para existir? En esta duda el amor es conocimiento, la tensión entre saberse y desconocerse, una vez más el movimiento, el desequilibrio como identidad, son frecuentes las alusiones al desequilibrio, a la tensión también entre el hybris y la sophrosyne entre los que vuela la flecha, al movimiento, al desequilibrio, al giro («que gire en sí misma y no caiga nunca y no toque tierra», p. 34). Descender, retornar como Orfeo, después de tanto tiempo.
Esa orfandad de conocimiento, de una realidad estable, no es tanto intelectual como emocional, es el desequilibrio lo que convierte en este libro el desconocimiento en un estado emocional de orfandad y anhelo de AMOR, y este estado de orfandad no se repliega a la inactividad o la inacción sino al combate, a la resistencia, a la defensa. No encontrará el equilibrio, porque la identidad es el movimiento, parece un descenso nihilista, un movimiento nihilista, pero no lo creo, pienso más bien en El mito de Sísifo, en la interpretación de Albert Camus, subir la piedra, moverse, intentar el equilibrio sabiendo que es un esfuerzo estéril, pero que es lo único que tenemos y como tal hay que celebrarlo. Y ahí aparece también nuestra inocencia, que es una luz eléctrica, la luz de un presente momentáneo, como las flores, otra luz, que nos acerca a los momentos más puros de salvación, a los momentos luminosos, por los que merece la pena subir la piedra, lanzar la flecha, moverse, correr como Dafne en ‘New Dafne’, «corre sin parar, / no dejes / de correr, no mires atrás, / huye otra vez, sacrifícalo todo» (y pienso también en Orfeo), «nadie / te alcanza, ni siquiera / quien eres / o quien una vez fuiste, / y sigue rompiéndolo todo / porque tienes miedo». Una esencia dinámica, que tiene la necesidad de definirse en cada instante, que no puede definirse, aunque lo deseara, con lo estable, no le sirve. Pero hay una isla en este viaje, la luz que caracteriza el presente, las flores del presente, símbolo de lo fugaz, del equilibrio puntual en el desequilibrio de la excepción que somos, la flor como el amor, y el amor como inocencia: Así yo, si recuerdo a mi madre y su forma de acercarse a las flores, como si les rezara, como si ellas la oyeran. Me confieso —como ella-- el ser más delicado de este mundo y el más antiguo de los hombres, pues busco la palabra y en ella creo y soy un ser entero de palabras. Defiendo esta excepción y, día a día, sueño con ser algo más grande para alcanzarte a ti, para alcanzar las ramas más altas del manzano. No sabemos si Arquias consiguió o no la ciudadanía romana, si los argumentos de Cicerón tuvieron su efecto en la realidad, pero nos queda, como en el vuelo de la flecha, su palabra, su defensa y su excepción. ELENA MEDEL. CHATTERTON (Visor, Madrid, 2014) por CRISTINA MORANO MI NOMBRE ES NADIE Con mis poemas levanté un imperio. / Pero todo acabó, ¿quién soy ahora? Elena Medel, Chatterton, pp.39 El genio es el genio. Decidme que necesita madurar, que a veces resbala, que sus metáforas eran infantiles o demasiado pop o que no entendisteis a las niñas de Tara, escondiéndose bajo la cama de la muerte de la abuela. Decidlo. Pero no me digáis que Elena no era ya un genio o que ahora sí, ahora que la infelicidad o el desengaño han herido su mirada la han hecho genial, porque mentiréis. Hasta aquí somos, desde allí éramos, las cosas nos dan sus límites. Cosas que limitan: macetas, transportes públicos, mujeres solas que son cosas adoloridas, cajas de mudanzas, hogar familiar, lenguaje limpio, verbos que se rompen o que no concuerdan o que abren ese lenguaje limpio y lo convierten en alienígena. Dice Elena: «Yo he pensado en nosotras». Es ese “nosotras” lo que hace de este libro un artefacto venido de otra galaxia, véase: en mitad de la seriedad de haberse hecho adulto sin saberlo, un chiste («Márchate olor a lavavajillas, déjame con mi sueño!»). En mitad de la contemplación simple de unas hortensias, una alucinación leve («morado o violeta o más bien azul sucio»), la poeta desconoce el color de las flores que tiene delante, duda, le sobrecoge no poder nombrarlo, no encuentra palabra tan exacta que identifique la inminencia, la flor dañada pero aún viva, lo que va a perder pero aún en sus manos. Aún en su balcón, al borde de mudarse. Lo que se lleva no puede enumerarlo, entiende solo que «Tanto entregué que se marcha conmigo». Tanto. La poeta come entre otras mujeres, hay microondas y autónomos, hay pollo barato y bandejas. No hay alcohol, no dolor, no épica donde comen las mujeres sin hablar, sin quejarse, es una estación, es un restaurante de franquicia. Elena recoge esta normalidad, aparta un poco las migas caídas: «Hasta aquí / de cómo las mortales / quedaron por escrito», dice y luego saca unos papeles y un bolígrafo: «He corregido este poema / cuando nada de lo que hablaba / existía ya».
El libro termina con un capítulo que tiene por título, la frase más triste que puede decir un autor, afortunadamente desmentida por el mismo libro. Se llama: «Cuando me preguntan si escribo, respondo que ya no». Dentro están los mejores poemas que Elena Medel ha escrito: ‘Chatterton’, ‘Poema de despedida para mi hermana’, ‘Mensaje a los autoestopistas’, ‘Un cuervo en la ventana de Raymond Carver’ y ‘A Virginia’, madre de dos hijos, compañera de primaria de la autora. En este último la autora da cuenta de un encuentro, en un autobús de línea, con una amiga de la infancia, madre de dos hijos en el presente. La poeta no es reconocida por Virginia. No se saludan. La amiga cree que la cara que la mira desde el asiento de enfrente es el rostro de cualquiera. Es decir, la Medel nos advierte: el poeta es cualquiera. La máscara que porta quien dice nosotras/os es indistinguible del resto de nosotros. El libro que comenzó hablando de una poeta concreta y exitosa (Elena Medel, niña prodigio, superventas, it girl de las revistas culturales), es ahora un anónimo (autónomo, mujer que almuerza sola, joven fracasado que ha vuelto a la casa familiar). Es nadie. «En el fondo habláis de mí, / habláis de mí, de lo que poseíamos (…) Todo lo sabíamos, todo lo tendríamos, todo lo que se espera». Oh, sí. El genio. Nadie. |
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