LA BIBLIOTECA DE ALONSO QUIJANO
Reseñas
GREGORIO MUELAS & HEBERTO DE SYSMO. LA SOLEDAD ENCENDIDA (Ultramarina, Madrid, 2021) por PEDRO GARCÍA CUETO EL HAIKU COMO RESPLANDOR Con una preciosa edición bilingüe en alemán y en castellano, Gregorio Muelas y Heberto de Sysmo, que no es otro que José Antonio Olmedo López Amor, ambos poetas y además dos de los directores de la revista Crátera de poesía, iluminan este libro de haikus con destellos que abren todo un universo de connotaciones. En el prólogo de Ricardo Virtanen vemos ya que el esfuerzo de los dos poetas es también abrir una ventana al lector a través de la complicidad del haiku, que es fulgor en la niebla de la vida: «En La soledad encendida se impone un modelo de haiku de una gran plasticidad, estampas que buscan irremediablemente la complicidad del lector, quien debe darle sentido al poema que, en sí, no detalla nada extraordinario». Y Ricardo Virtanen, gran especialista, da la clave del haiku, que consiste en el acto de mirar, donde el haijin mira y atisba un suceso donde otros no ven nada. Para todo ello hace falta esa soledad encendida del título, alejarnos del mundo y sus distracciones y enfrentarnos a la naturaleza, al milagro que crece cada día delante de nosotros sin que lo veamos. El haijin es un observador que contempla la belleza del mundo, como cuando dice: «la lluvia toca / pétalos a la delgada / luna creciente». En este haiku podemos apreciar la delicadeza con que el haijin crea a través de la mirada un universo. Y de qué forma el haiku ahonda en la soledad del mirlo cuando dice: «un mirlo canta / sobre un alambre de espino / abandonado». ¿Hay mayor belleza que el esplendor del mirlo en un espacio de soledad, precisamente en ese alambre, donde el mirlo no sabe que baila en la cuerda floja? O esa tarde cansina y calurosa donde el viento esparce su fuerza: «tarde plomiza / el viento agita flores / sobre las tumbas». Al haiku no hay que explicarlo, sino danzar con él, no hay que interpretarlo, sino escuchar su eco. Al igual que la naturaleza que brilla por sí solo, el haiku no contiene la metáfora complicada, sino ese baile con el lenguaje, donde danzan versos que al final son remanso. También el haiku es imagen que parece pintada, es un trazo impresionista sobre el papel que invita a la imaginación. Vemos a través del haiku un cuadro, pero también sabemos que más allá de las palabras vive el silencio, la soledad que dejan los versos, como si fueran remanso al acto agotador de crear. Entiendo el haiku no como una creación elaborada, sino como lo espontáneo, lo que parece fácil, pero esconde complejidad, porque nos hace pensar e imaginar la imagen de lo creado. Vemos un pueblo andaluz cuando dice: «viento del sur; / las aves sobrevuelan / el pueblo blanco».
La danza de las palabras crea la imagen y esas aves son haces de luz sobre la blancura de los tejados de un pueblo andaluz que mira el cielo. Y la antítesis que palpita en el juego de palabras, cuando dice: «la luna parte / en negro claro y oscuro / el cielo y el mar». Aquí la luna con su claridad vive en la noche, pero es fulgor que abre un puente entre ese cielo oscuro y un mar azul. Imágenes portentosas que se recrean como dos bailarines en la pista de baile. Las palabras danzan, enamoradas de su propia imagen. Sin duda alguna, este libro es hermoso. Los dos poetas, como dos creadores en el que no identificamos la autoría de cada poema, van tejiendo el tapiz de estos haikus que resplandecen en un universo que ya no mira a su alrededor. Dos haijines que convierten el acto de crear en un acto de amor, conscientes de la importancia del lenguaje, pero, por encima de todo, de saber mirar el mundo, en tiempos donde apenas miramos a nuestro entorno. Este acto de fe al universo de la creación es también un homenaje a la poesía, no como brevedad, sino como fulgor, porque no es cantidad y sí intensidad lo que estos haikus desvelan y de los que nos vamos enamorando en la lectura de este libro.
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AMBROSIO GALLEGO. ELEGÍA A TUS ATAJOS ENTRE NUESTROS RODEOS (In-Verso, Barcelona, 2019) por GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ Ambrosio Gallego (Peñalsordo, Badajoz, 1963) es un poeta con obra y consecuencia, desde su primer poemario, Casa con humo (1986), hasta su más reciente, Elegía de tus atajos entre nuestros rodeos, su trayectoria se ha visto recompensada con premios tan prestigiosos como el VII Premio de Poesía César Simón, promovido por la Universidad de Valencia, en 2010 por Con breves ojos (Denes). Gallego es, además, un delicado haijin, como deja constar en La mirada sin nosotros (Tigres de Papel, 2015).
Poemario finalista, con diferentes títulos, en los premios “Ciudad de Badajoz”, en 2012, y “Premio Leonor” de la Diputación de Soria, en 2017, Elegía de tus atajos entre nuestros rodeos, dedicado a la memoria de su hermana Nieves, se abre con tres citas especialmente significativas de Alejandra Pizarnik, Antonio Gamoneda y Miguel Hernández, que apelan al dolor por la pérdida, a lo irracional de ese hachazo que es la muerte, que nos deja a la intemperie de esa nada inacabable que es la ausencia. Ya no habrá más citas ni homenajes, a partir de aquí el poeta cabalgará pesaroso por sus páginas con la sola compañía del recuerdo estremecido, «esa amiga memoria metomentodo». Estructurado en tres partes, con los expresivos epígrafes: “Últimos días”, “Nada es simplemente ayer” y “Nieve de paso”, Elegía de tus atajos entre nuestros rodeos es un poemario exclamativo e íntimo, profundamente humano, donde la poética de Ambrosio Gallego se expande libre por los cuarenta y seis poemas que componen este libro, pues no hay corsé capaz de retener los versos tachonados, donde cada palabra se hunde en el blanco de la página para marcar los minutos y las horas de un tiempo en desbandada que necesita ser contado, «no como los relojes». Con la esperanza de que la muerte sea solo un atajo a la eternidad, Ambrosio Gallego fija su experiencia de los “Últimos días” mientras flota en el ambiente la tristeza, «un miedo último a cerrar los ojos», un tiempo donde lo poco llega a parecer tanto, y donde sin perder el sentido del humor su hermana da una lección de entereza, de entrega: «romped la cáscara de las poses, / avivad el fuego para una noche larga». Sobrevuela los versos la idea de resurrección, de eterno retorno: «¿Y si tal vez sea vida que sólo vuelve a la vida?», pero también la necesidad del descanso y la vecindad del silencio. En “Nada es simplemente ayer”, Ambrosio Gallego evoca episodios de su infancia, con el paisaje extremeño de fondo: Las Posadas, Piedrasanta, donde jugaban el poeta y su hermana, «los niños del verano». Las dulzuras y las tortas de la abuela, la historia del amigo ahogado, las carreras tras el caballo, las risas en el granero, aquel carnaval, recuerdos tamizados por el encanto de un espacio natural truncado por el “Largo viaje a Barcelona”. En el tercer segmento, “Nieve de paso”, el poeta resume el estado transitorio del dolor punzante, ciego, así dice en el poema homónimo: “Esta nieve que te nombra tan bien, / ha aprendido también como tú a vendar / la herida humilde de los inciertos pasos”. De nuevo se destaca la entereza de la hermana frente a lo inminente pues al final “Vida y muerte ya son lo mismo”. El poeta toma la pluma para conjurar a la muerte o al menos para que sea mínima, más justa, una muerte que se aprende a esperar para que la ceniza no olvide su postrer temblor. En conclusión, Ambrosio Gallego nos entrega un poemario del color de la nostalgia (Pantone 7440 C), verdadero, sencillo, que lejos de sentimentalismos consigue tocarnos muy hondo, pues el poeta sabe dos cosas fundamentales: que la vocación de la poesía es compartir y que solo amamos lo que podemos perder. BORIS ROZAS. ANNIE HALL YA NO VIVE AQUÍ (CELYA, Toledo, 2018) por GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ Desde el propio título, Annie Hall ya no vive aquí, el nuevo poemario de Boris Rozas nos traslada al ambiente cinematográfico estadounidense de los años setenta. Por una parte, remite a la protagonista de la primera de las obras maestras de Woody Allen, Annie Hall (1977), mítica comedia romántica donde el director de Manhattan narra el conflicto de una pareja de neuróticos; y, por otra, a una de las primeras películas de otro genio neoyorkino, Martin Scorsese, Alicia ya no vive aquí (Alice doesn’t live here anymore, 1974), que narra las vicisitudes de una mujer para mantener a su hijo después de la muerte de su marido en un viaje por Nuevo México y Arizona, de Socorro a Tucson. Las brillantes interpretaciones de Ellen Burstyn y Diane Keaton, que les valieron el oscar a la mejor actriz en 1974 y 1977, respectivamente, parecen ser la fuente de inspiración de la nueva obra del poeta hispano-argentino, por la que ha merecido el XVI Premio Internacional de Poesía León Felipe de Tábara 2018, galardón que se suma a la larga lista de reconocimientos que ha recibido recientemente, como el primer premio en el IV Certamen Umbral de la Poesía, organizado por la Asociación Cultural HABLA de Valladolid, por ‘Las mujeres que paseaban perros imaginarios’ (Pi, 2017). Boris Rozas ya había demostrado su fascinación por la ciudad de los rascacielos en un poemario anterior, Ragtime (CELYA, 2012), con el que obtuvo el primer premio de XVI Certamen de Poesía Villa de Ermua 2010 y que comparte con el que nos ocupa más de una característica. Ahora nos encontramos con un poeta en verdadero estado de gracia, que ya es poseedor de un estilo reconocible, firme, maduro. Vuelve a publicar CELYA en su colección “Generación del Vértice”, con un sugerente diseño de cubierta de Carolina Bensler, donde se muestra una imagen del Empire State Building y un sucinto comentario de contraportada de Diego Puigcercús. Boris Rozas organiza los poemas en cinco partes con epígrafes harto significativos, como el primero, “Lowcost”, donde el autor refiere en cinco actos el viaje de ida a una tierra prometida, país de sus sueños cinéfilos, pero también del desencanto, donde el reloj se aletarga en las salas de espera «donde un equipaje es como un hogar / en construcción permanente» y donde una maleta «sabe inevitablemente / a eterna despedida», pero que también semejan una bienvenida, una visión entre la urgencia y la complacencia que Boris Rozas expresa en versos blancos con intención crítica.
En “Permiso concedido”, el autor confronta su mirada con las imágenes de los libros de texto para trazar una lírica panorámica sobre los «nidos verticales» y las «viejas bahías» de Nueva York, así entre el bullicio de la ciudad y el silencio del poeta se mezclan el paisaje urbano y la evocación de José Hierro en el puente de Brooklyn («El viejo olmo que aún vigila los cadáveres del río»), en una especie de alucinación sobre un fondo otoñal, donde el poeta enfrenta su ars poetica con su corazón, que le devuelve la nostalgia y el rostro de la amada, cuyo físico recuerdo se imbrica con la arquitectura de la ciudad. Boris Rozas entona “Anchong” a ritmo de jazz en diez composiciones donde el lenguaje adapta el ritmo de las partituras de John Coltrane. Frente a un horizonte de áticos y grúas, el poeta reclama la «libertad para sentirme enjaulado entre las letras» y es que todo el libro constituye una suerte de metapoemario donde el autor reflexiona sobre su quehacer para creerse «marca comercial», mientras hilvana un discurso paralelo donde denuncia las injusticias del capitalismo porque «no siempre ganan los que más tienen». En “La primera vez que salté por una escalera de incendios”, se suceden los lugares como hitos en el tránsito melancólico del poeta: Washington Square, Greenwich Village, Christopher Street, Columbus Circle, Grand Central, el Bronx, donde la soledad y la pérdida se adueñan del amor y los recuerdos. Cierra el poemario la parte que da título al conjunto, donde Boris Rozas vuelve sobre sus pasos, como «uno de tantos». Aquí el lenguaje se aproxima a la imagen de inspiración surrealista, no hay más que ver estos versos: «el futuro / es un puñado de manzanas silvestres / adornando la entrada / a los garajes del parking». Del realismo al onirismo, así podríamos definir el nuevo trabajo de Boris Rozas, que destaca por su solvencia y gran variedad de recursos para resolver bien los versos. MILA VILLANUEVA. EL VIENTO SOBRE EL LAGO (Lastura, Ocaña, 2016) por GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ La escritora gallega afincada en Valencia Milagros Pérez Villanueva, conocida en el ámbito literario como Mila Villanueva, publica su nuevo poemario, El viento sobre el lago, un bello título, que es el resultado de las varias lecturas y meditaciones que la autora ha realizado sobre el libro del I Ching, antiguo oráculo chino cuyos primeros textos se remontan hacia el 1200 a. C. Presidenta de la asociación cultural Concilyarte, Mila Villanueva es una gran animadora de la vida literaria en la ciudad del Turia, donde ha organizado numerosas presentaciones, recitales y exposiciones. Además, es una verdadera experta en poesía oriental, dedicándose en especial al ejercicio del haiku. A la estrofa japonesa ha dedicado varios poemarios, como Na Distancia (Taller del Poeta, 2010), La luz de agosto (Concilyarte, 2011), en coautoría con Orlando Jorge Figueiredo, y A la luna de Valencia (Lastura, 2014), amén de participar en la antología de haiku contemporáneo en español Un viejo estanque (Comares, 2014), edición de Susana Benet y Frutos Soriano. Lo primero que podemos constatar es que Mila Villanueva ha dado a la imprenta un hermoso libro, no sólo por la intrínseca belleza de los versos que lo componen, sino también por la de las ilustraciones que los acompañan, realizadas por Enriqueta Hueso con su característico estilo abstracto. El poemario, que ha sido traducido al chino por Daniel Barat de Llanos, viene introducido por un prólogo de Antonio Méndez Rubio, que bajo el significativo título ‘Entre azar y milagro’ elogia esa rara virtud que la autora atesora en cada una de sus creaciones, esa lucidez y serenidad que imprime en cada poemario y que le permite reescribir textos milenarios, como fue el caso de Bajo la luna de Kislev (Lastura, 2015) y los Evangelios, y ahora se corrobora con esta personal versión de otro texto fundacional, el I Ching. La escritura de Mila Villanueva rema a contracorriente, pues en un tiempo tan vertiginoso y convulso como el actual decide apostar por el ejercicio sosegado de unos versos de una belleza grácil, serena, como «las golondrinas adornan los tejados». El libro se compone de sesenta y cinco poemas, por lo general breves, siguiendo la tradición china, precedidos por un poema inicial traído del propio I Ching, que marca la senda, donde Mila Villanueva plantea los temas con unos versos de situación, estacional, espacial o emocional, que culminan en versos sintéticos de una sencillez conmovedora. Parece que la autora persigue la esencia como el perfume a la rosa; por ello, para ser fiel a la tradición que le sirve de guía, adapta motivos característicos de la cultura oriental: dragones, pájaros, tigres, caballos, praderas, dando lugar a un sincretismo de austera belleza y hondo calado. Mila Villanueva no necesita más para transmitir una emoción en estado puro, los versos se posan con suavidad sobre el sustrato de la memoria en un delicado juego de contrastes donde «la paz, como un ejército / va cubriendo los campos de mijo». Una palabra china en caracteres occidentales precede al título de los poemas en castellano, “Xian. Unión” entre dos culturas aparentemente dispares que Mila Villanueva consigue aunar con elegancia y precisión. Son muchos los poemas que destilan una sabiduría oriental que, sin embargo, se aleja del tópico por la humildad y el respeto que la autora alcanza a imprimir en sus versos; unos versos, por otro lado, cargados de sensualidad y delicadeza. He aquí un bello ejemplo, ‘Inconcluso’, que pone el broche de oro a todo el conjunto:
Más allá del río se encienden las hogueras. Las inquietudes desaparecen. Reconozco el tiempo del preludio y en él reposo. Pronto llegará el día de volver a ver los crisantemos. En definitiva, nos hallamos ante un poemario de emoción contenida y sobrios destellos que pone el acento en los momentos sentidos, aquellos que dejan un poso reflexivo superando el instante en que fueron vividos. De ahí la vocación de permanencia que tiene este libro, tras los pasos marcados por la obra canónica que le sirve de referencia, a sabiendas, parafraseando el I Ching, de que la incertidumbre nos asalta día tras día. JORGE ORTIZ ROBLA. PRESBICIA (Baile del Sol, Tenerife, 2016) por GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ Presbicia es el significativo título con el que Jorge Ortiz Robla (Las Palmas de Gran Canaria, 1980) publica su nueva entrega poética, tras el éxito de su opera prima La simetría de los insectos (Lastura, 2014). No podía elegir mejor título su autor, pues la presbicia, también denominada vista cansada, se debe a una anomalía o defecto del ojo que imposibilita ver con claridad los objetos cercanos. En efecto, ese es el sentido de este poemario, donde se nos invita a reflexionar sobre las cosas cotidianas, aquellas que vemos día a día y que la mayoría de las veces, de estar tan cerca, apenas reparamos o nos detenemos en ellas. Es en estas cosas donde el poeta, como muy bien señala David Trashumante en el comentario que firma en la contraportada, es «el que ve, el que mira, el que enfoca desde lo múltiple» la vida, pero con la debida distancia para observar con actitud crítica y compromiso social. Es esta una de las señas de identidad del estilo del poeta canario afincado en Catarroja. Otra, tal vez la más definitoria, es el lenguaje que emplea, caracterizado por una envidiable sencillez tras la que se vislumbra un intenso trabajo de depuración. Las dos citas que encabezan el libro, de Fernando Pessoa y Pablo Neruda, señalan los puntos de vista que guiarán el contenido del poemario y la necesidad de cambiar el mundo que nos rodea. Como dos son los ejes, o partes, sobre los que se articula: “La tierra es circular”, que agrupa diez poemas breves, y “Presbicia”, bajo cuyo epígrafe se reúnen veintidós poemas. De lúcida podemos calificar la palabra de Jorge Ortiz, pues es su realidad y su desnudez, liberada de prejuicios, la que le permite decir con voz clara y precisa lo que nuestros ojos, los del lector activo, inquieto, necesitan. Sin más título que el cardinal que los ordena, los diez poemas que constituyen la primera parte indagan, o más bien reflexionan, sobre el otro lado, que se extiende sobre «la grieta sucia, casi opaca» porque «la tierra es circular / como los puntos de vista». En la segunda parte es donde lo lírico y lo social se imbrican para poner de relieve la intrínseca ceguera de una sociedad decadente. Así reza en el poema paradigma: La economía sufre presbicia. La religión sufre presbicia. La política sufre presbicia. La sociedad sufre presbicia. Hay que cambiar la lente, hay que volver a aprender hay que enseñar a enfocar. Pero Jorge Ortiz también echa mano de las nuevas tecnologías, que no son más que una ilusión de libertad, como el pájaro enjaulado que no aprende a volar.
El ojo es la metáfora, a través de él enfoca el “punto próximo” y “el punto remoto” para decir lo que no queremos escuchar, y lo hace con un lirismo conciliador, que pone el acento en la necesidad de desvelar lo aparentemente rutinario, como el fin, cuyo sonido nos acompaña desde el inicio, parafraseando un verso de Agustín Fernández Mayo, referente del autor; o la capacidad de amar, algo relativo y temporal, que es lo que nos hace precisamente humanos, sobre una anécdota de Stephen Hawking. Los versos de Jorge Ortiz ponen en solfa esa moral que permanece impasible ante el drama de aquellos que buscan una nueva vida desde el otro lado del océano, porque como dice en el poema ‘Borges’: Era la nieve la que moraba dentro de sus pupilas. Y es que, en definitiva, Jorge Ortiz nos habla de cerca para decirnos con voz lírica lo que nuestros ojos, cansados de promesas, no ven o prefieren no mirar. Ese es el mensaje del poeta: miren y lean y, sobre todo, actúen sobre la realidad. CARLOS ROBERTO GÓMEZ BERAS. ERRATA DE FE (Isla Negra, San Juan de Puerto Rico, 2015) por GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ Errata de fe es el sugerente título con el que Carlos Roberto Gómez Beras (1959) publica su nuevo poemario, editado por Isla Negra, editorial de larga tradición en el ámbito caribeño, que desde Puerto Rico lleva a cabo una impecable labor que trasciende su carácter insular para llegar a los diferentes lugares de habla hispana. En España la obra del poeta dominicano tiene un amplio eco gracias a la buena acogida por parte de la crítica de su anterior poemario, Mapa al corazón del hombre (Isla Negra, 2012). La colección “Filo de juego” aloja un poemario que se presenta con una hermosa imagen de cubierta, Lilith, arte de Laura Rodríguez Abreu, y que se inaugura con tres citas de Baudelaire, Hanna Arendt y Octavio Paz, que justifican e inspiran el título. No me equivoco si afirmo que Carlos Roberto es uno de los poetas que mejor tratan el tema del amor en sus versos, con un lenguaje elegante que asimila la tersura de la piel que ama, el poeta canta con verdadera pasión y fe. Gómez Beras divide su contenido en cuatro grandes apartados, con títulos muy significativos. Así, en el primero, “Heridas como labios”, reúne veintiún poemas, entre cosmopolitas (‘Praga’, ‘Troya’) y culturalistas (‘The remains of the day’, ‘Yeats’), donde se advierte lo autobiográfico en el sustrato de los versos para hilar experiencia y reflexión, ya en el poema inaugural afirma «Ven, acércate…» para concluir con un verso aforístico: «Y no puedo amar sino equivocándome». Si el amor es deseo, también es “refriega”, “olvido y esperanza”, y silencio, por eso Gómez Beras derrocha sobre las páginas un torrente de palabras para invocar la memoria con versos lapidarios: «dormir sin ti es dormir despierto». En el segundo apartado, “Ocho estudios incompletos”, el autor reúne ocho poemas breves (etude), donde en tres versos apunta destellos amorosos, claroscuros, con vocación existencialista, veamos un bello ejemplo: Ven, acércate como sólo tú sabes. Duerme a mi lado, mientras finges que estás despierta. Mañana el amor nos construirá otro paréntesis. El tercer apartado, “Las cosas que perdimos en el fuego”, es un ajuste de cuentas con el pasado, con sus seres queridos y consigo mismo, en forma de autoreproche o de despedida, como en ‘Elegía austral’. Destacan los poemas que dedica a su hija, como ‘Sol de Galileo’, ‘Marcela’ o ‘La respuesta’, donde el poeta se expresa con ternura: «tu sonrisa es el horizonte donde nace / el sol rojo de un alba sin ocasos». En general, todos los poemas gozan de un ritmo mesurado por un estribillo (‘Justo al medio del camino’, ‘En esta casa’) o por la música serena que destilan los versos.
En el cuarto y último apartado, “Fe de erratas”, Gómez Beras reflexiona sobre el ars poética. Así comienza advirtiendo ‘Al lector’: «Lector, no busques entre estas páginas / lo que ya llevas en tus adentros». Y continúa definiendo su arte: «Cuando Dios se despierta sudado / de un sueño donde él muere, / ese sueño es la poesía». La dicotomía entre escritor y autor, y su origen prometeico, son objeto de versificación. Para el autor la poesía es luz, que alumbra la memoria frente al pasado y el olvido. Pero la poesía también es fe porque «es insólita, intrépida e inexplicable». En ‘Biografía’ Gómez Beras consagra su vida a su oficio pues sólo la poesía puede salvar de la muerte. El libro se cierra con tres comentarios de contraportada, firmados por Margrit Klinger-Clavijo, Jüri Talvet e Hilario Barrero, que coinciden en definir su poesía como deslumbrante. Y es que Carlos Roberto Gómez Beras sabe que sólo se escribe y se ama lo que se puede perder. MANUEL GARCÍA PÉREZ. LAS EXPLORACIONES (Neopàtria, Alzira, 2016) por GREGORIO MUELAS El segundo poemario de Manuel García Pérez (Orihuela, 1976) viene a refrendar el estilo del autor de Luz de los escombros (Germanía, 2013), marcado por un lenguaje incisivo, que se expresa en verso libre para inquirir metafóricamente en las entrañas de una sociedad embrutecida por las circunstancias. Sorprende a priori el tema del poemario por lo inusual de su propuesta: una reflexión sobre la violencia humana. Sin embargo, el poeta explora con la intención de arrojar luz sobre los recovecos del alma cuando ésta ha perdido toda esperanza. Y es en esa indagación donde el poeta es capaz de hallar un resplandor que se aproxime a una especie de belleza. Sin duda, Las exploraciones marca una continuidad con su anterior trabajo poético, pues guarda no pocas concomitancias con aquel en cuanto a fondo y forma, pues aquí encontramos de nuevo imágenes deslumbrantes, cautivadoras y tan cortantes como el filo de una navaja, que recrean el inquietante mundo en que vivimos, donde la muerte siempre acecha en lo oscuro. El poemario se abre con un prólogo firmado por Luisa Pastor, que toma un verso de R. G. Collingwood para titular el texto y definir el conjunto: “La zarza encendida”. No es la poesía de Manuel García Pérez un asidero, sino un desasosiego continuo, que pone en solfa los excesos del hombre contemporáneo. Conviene mencionar los sugerentes dibujos que ilustran los títulos de las cuatro secciones en que se divide el conjunto, obra de Roberto Ferrández Gil, que repite colaboración con el escritor oriolano. Los títulos de las cuatro secciones son muy significativos. Así, el primero, “Sentir las figuras”, viene introducido por una cita de Ernesto Sábato que marca la intención de los poemas, remover al lector de su fosa. Para Manuel García Pérez «la escritura es un fósil que niega su memoria y su historia» o más bien un proceso de creación y destrucción perpetua, porque el poeta intuye que escribir y “asesinar” comparten en el fondo un extravagante estado de pureza. En la segunda parte, “Los asesinatos”, es una cita de Miguel Veyrat la que advierte al lector de unos versos “trastornados” en los que se relatan historias truculentas con una sobriedad asombrosa: «el agua no era roja».
En “Llévame a la iglesia” y “El acontecimiento” es de nuevo Sábato el autor de las citas que preludian unos versos donde predomina el paisaje rural (cabañas, pozos, cañada, olivos, gredal) y donde se hace recurrente la imagen de los perros como elemento cotidiano y amenazador. Manuel García Pérez explora los límites del alma humana, «lo oculto es la espina», cuando las manos tiemblan y «se oyen las campanas», emplea para ello un lenguaje críptico, de una crudeza aséptica, que se alimenta de imágenes que parecen extraídas de una pesadilla, porque lo que el poeta nos comunica es lo oscuro, cruel y despiadado que anida en el interior del ser humano. Sus versos se hacen eco del final, son pura consecuencia, las causas, las que determinan el poema, permanecen fuera, a la espera de una lectura reveladora que desnude la apariencia. «Escribir es crear desde la destrucción» afirma el poeta en el texto de contraportada y no podía definir mejor su proceso de escritura creativa, que equipara al exterminio por cuanto tiene de privación, de renuncia, de sacrificio, y que a la postre acaba configurando una manera de ser y una forma de estar en el mundo. INAXIO GOLDARACENA. ANESTESIA (Baile del Sol, Tenerife, 2016) por GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ Anestesia es el título del primer poemario publicado de Inaxio Goldaracena. A pesar de ser la primera obra que envía a imprenta, el autor navarro ya posee una interesante trayectoria poética, pues ha sido incluido en diversas antologías, como Cosmopoética (Cosmoanónimos, 2015), En legítima defensa (Bartleby, 2014) o Diva de mierda (Liliputienses, 2014), además de haber sido premiado por dos poemarios inéditos: el Premio Elvira Castañón, 2009, por Laberinto de sueños; y el Premio NajiNaaman, Beirut, 2010, por Piel sin fronteras. Actualmente modera la tertulia de poesía “La casa roja” en la librería Katakrak de su ciudad natal, Pamplona. Isabel Bono firma un breve y lírico prólogo que bajo el título ‘Los lobos no comen manzanas’ sitúa al autor en «el camino hacia el lobo» que «es el fruto de los poetas». El poemario se compone de treinta y un poemas repartidos en cinco apartados, con títulos muy significativos: “Exactamente antes”, “Sonámbulo”, “No duerme el animal”, “Intemperie” e “Instante”, donde nos confía sus inquietudes escribiendo a un tú que en verdad es el yo del poeta, que unas veces se disfraza con piel de cordero, tras el que acecha el lobo «malherido / por el puñal de la vida», y otras se obsesiona con el tiempo ucrónico, dedicando horas «a pensar en lo que nunca fue». La escritura de Inaxio Goldaracena ahorma su verso en la cruda realidad, haciéndose eco de problemas cotidianos, se trata, pues, de una poesía de corte social, con una aguda actitud de crítica, así sucede en ‘Trueque’, donde tanto paciente como psiquiatra tratan de transformar en sueños su realidad a través del diálogo y los barbitúricos, o en el poema que da título al conjunto, donde el frío y la soledad invitan a «pulsar off/ en el botón de pensar». Y es que no podía titular mejor el libro el poeta navarro, pues versifica desde un nivel superior de conciencia que pone el acento en la necedad de un sistema que aliena y adocena al individuo para que permanezca insensible e hipócrita, como en ‘Funeral’, donde manifiesta: «el dolor se ha repartido / como un pastel. / Cada uno / ha escogido su pedazo». También hay lugar para la reflexión, sobre la propia poesía en ‘Noche en blanco’, y sobre acontecimientos del pasado aún presentes en ‘Amnesia’, fechado en 1938, donde dos basureros «lustran la Historia […] para que nadie / resbale mañana». Inaxio Goldaracena escribe desde el insomnio, acompañado por los recuerdos, la “alta fidelidad” de la radio o el sabor amargo del café solo, mas no teme enfrentarse cada mañana ante el espejo del W.C. aunque quiera «tirar de la cadena / para empezar de nuevo». Multitud de temas, aparentemente banales, son tratados con verdadero ingenio por el poeta navarro, que arroja una mirada incisiva que desvela el revés de la trama, por ejemplo, el abuso de medicamentos en un mundo afectado de hipocondría, o la colonización de las playas por los edificios que ocultan el paisaje del mar. Pero si hay un tema crucial es el del inexorable paso del tiempo y, sobre todo, su pérdida, en escenarios nocturnos de fábricas y tugurios, he aquí un poema paradigmático:
DUELO Pasa el tiempo en su anochecer. Pasa el tiempo huérfano de luz. Pasan los minutos y los segundos, después pasa una sombra, más tarde el guante del insomnio. Pasan las horas y la noche vuelve a ganar al tiempo. Inaxio Goldaracena reflexiona sobre el instante, «un lunes de diciembre», por ejemplo, y su velocidad en las calles de la ciudad, donde se torna «un adorno existencial», una rapidez que, sin embargo, está regulada y ordenada y que a la postre genera un estado de parálisis y abotargamiento que deviene en inmovilismo. El paisaje urbano adquiere un peso superior en los versos, así la ciudad aparece transida por un clima de tristeza auspiciado por las nubes y la lluvia, donde la vida y los sueños se baten tras el cristal de la ventana o en habitaciones de alquiler, sobre el gris asfalto o en una “fotografía” de invierno, para finalmente acabar durmiendo a la intemperie al caer «el telón de los sueños». En definitiva, Inaxio Goldaracena versifica el contagioso estado de astenia que se propala sin freno, con el objetivo de despertar al lector activo e inquieto, y lo hace con poemas de tan bella factura como Nighthawks (Edward Hopper, 1942). ADA SORIANO. CRUZAR EL CIELO (Celesta, Madrid, 2016) por GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ La editorial madrileña Celesta publica este libro en el número 18 de su Colección Piel de sal, un conjunto de diecinueve poemas donde conviven en armonía el sentimiento y el pensamiento, la emoción y la reflexión. José Luis Zerón Huguet redacta el texto de la contracubierta, donde desvela algunas de las claves necesarias para desentrañar la poética de una autora con una interesante obra, que se remonta a 1987 con la plaqueta Anúteba, y que alcanza ahora su quinto poemario extenso. Ada Soriano ha sido, además, codirectora de la influyente revista de creación literaria Empireuma, con sede en su ciudad natal, que tantos y buenos poetas ha proporcionado a nuestra lírica actual, como el propio Zerón, Manuel García Pérez o José Manuel Ramón. Una cita de Chantal Maillard, que inspira el título del libro, da paso a poemas compuestos por lo general en verso libre, con algunos destellos en forma de endecasílabos y alejandrinos, donde la autora se expresa con elegancia y una aparente sencillez que, en verdad, es fruto de una consecuente depuración estilística, pues Ada Soriano sabe trasminar la epidermis de las cosas con la precisión de la palabra exacta, sin adornos superfluos que comprometan la veracidad del verso. En ‘Luna de invierno’ y ‘Rocío del mar’ la naturaleza y su sereno espectáculo —la contemplación de una luna nueva o del vaivén del mar y sus contornos—, se traduce en versos de gran sensualidad donde la noche arropa esa mirada atenta que sabe conjugar los elementos que la naturaleza le ofrece para dar un paso más allá, donde reside la profundidad de lo que representa. Sin embargo, en ‘El beso’ el cuerpo humano se convierte en protagonista, aquí la naturaleza se supedita al deseo, en una mágica conjunción que alcanza su cénit en ‘Venus cabalga sobre el arco de la luna’ y, sobre todo, en ‘Ceremonia interior’. Veamos un ejemplo de éste último: Mi cuerpo es una revolución de hormonas, / un caos, una batalla campal. / Mis miembros están condolidos, resignados a su óxido. / Mi cuerpo es un nido de esporas que se dilata y se comprime. El poema ‘Mariposas’ recrea en tres partes las fases de la metamorfosis de los gusanos de seda en una vieja caja de zapatos con respiraderos hechos por el hombre. Poema de transición que recrea con precisión de entomólogo esa transformación vital en una mariposa que exhibe su delicada feminidad / agitando sin temor sus bellas alas. Aquí aparece uno de los vocablos recurrentes de todo el poemario, el cielo, preferentemente nocturno, que la autora cruza con sus versos con la luna como cómplice. Tras un delicado homenaje a Anne Sexton en ‘Una tarde de primavera’, el poemario alcanza su punto de inflexión en el poema ‘Te amo’, el más extenso del libro, un canto de amor a la naturaleza, al mar al margen de documentos de banca y firmas ante el notario, al hombre, a pesar de sus imperfecciones, y, ante todo, a la Poesía, a los grandes poetas de América: Whitman, Dickinson, Poe, y a los poetas suicidas: Kleist, Maiakovski, Storni, Pozzi, Pavese, Plath, Celan, Pizarnik, Sexton, porque cruzasteis el cielo como estela de avión que parte de una nube / como estrellas que se fugan para volver a reencontrarse.
De nuevo el cielo se erige en escenario para la acción del poema. Así, en ‘La espada del Arcángel’ describe, como si de un lienzo se tratara, la batalla celestial entre San Miguel y Satanás. Y en ‘Agorafobia’ la autora es capaz de superar el miedo al vacío gracias al cielo azul y el sol que lo ilumina. Los poemas ‘Viaje’ y ‘Carpas en el río’ son impresiones al paso por el paisaje que el talgo y su velocidad y el fluir del agua, respectivamente, imprimen en la memoria. ‘Hacia la concreción’ es una acerba crítica contra la fama y la popularidad, realmente efímeras, que desvirtúan la esencia del hombre, que sólo se muestra verdadera al compartir venturas y miserias. ‘Una ciudad del sur’ recrea una sensitiva visita a Granada junto al hijo, la percepción del recorrido por sus barrios de arquitectura árabe y la Alhambra. En ‘Atardecer en una plaza’ Ada Soriano se entrega a una reflexión sobre el paso del tiempo (un ogro que peca de gula), desde un vago recuerdo de la infancia hasta el crepúsculo que alarga las sombras sobre la fuente de Neptuno, donde los sentidos se embriagan. En el poema que da título al libro, la autora retoma la emblemática figura de Sylvia Plath para trazar un sucinto recorrido poético por su tormentosa vida: Primero en Boston, Sylvia. / Después en Londres, Sivvy. En ‘El despertar de la memoria’ nos hace testigos de cómo un lienzo de Gabriel Miró desencadena un viaje de regreso a la infancia, a la vieja casa por donde la luz de la memoria ilumina cada estancia hasta reencontrarse con su abuela: la belleza de una mujer siempre enlutada, / el cabello recogido, la piel limpia / y el alma rendida a la anarquía. Es precisamente la vuelta al pasado la que da título al último poema, donde la autora recuerda desde el hospital en que está ingresado el padre a la espera de un pronóstico, frente a la pesadilla de la incertidumbre, y donde la frialdad de un cubo le recuerdo al del magnetófono donde suena ‘El Bardo’: la triste historia de un payaso y su chica de alto rango. Aquí el presente y el pasado (un tiempo ya gastado y compartido) se entrecruzan al son de la voz del padre grabada en una cinta mientras hombres y mujeres de ropa blanca le estudian minuciosamente. Como señala José Luis Zerón, Eros y Logos se fusionan en una poesía que siempre, aun en los momentos de dolor, aspira a una especie de belleza única, dado que se imbrica con la biografía de la autora, y donde conviven en perfecto equilibrio lo lírico y lo discursivo, una feliz combinación que a veces recuerda a José Hierro, donde siempre impera la ternura. JOSÉ MANUEL RAMÓN. LA SENDA HONDA (Devenir, Madrid, 2015) por GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ El poeta oriolano afincado en Fuengirola José Manuel Ramón publica su primer poemario en la prestigiosa editorial madrileña Devenir, que tantos y buenos nombres ha aportado a nuestra lírica contemporánea; un hecho que no es de extrañar, pues José Manuel Ramón incursionó en la poesía hace casi treinta años con la publicación de la plaquette Génesis del amanecer (1988). Antes había sido uno de los fundadores, en 1985, de la mítica revista de creación Empireuma, llegando a ser codirector de la misma hasta 1991. Por el camino fue incluido en varias antologías y colaborado en publicaciones de ámbito nacional e internacional. Tras este prometedor periplo se apartó voluntariamente de la poesía por espacio de veinte años y ahora vuelve a la primera plana con este poemario escrito, en su mayor parte, en aquella época, por tanto no debe sorprender, como decía, la apuesta de Devenir por un autor “novel” pero con una amplia experiencia. El poemario viene avalado por José Luis Zerón Huguet, que firma un extenso prólogo desde la amistad. No debemos olvidar que Zerón fue junto a Ramón uno de los fundadores de la revista literaria Empireuma, nadie mejor que él para dar cuenta de aquella etapa donde se gestó el poemario que nos ocupa. Así, Zerón celebra la vuelta de Ramón a la palestra poética con pie firme y rigor, esta vez para quedarse por tiempo indefinido. Las citas de Fernando de Herrera y José Bergamín advierten al lector del tono del libro, que aborda dos de los grandes temas que preocupan al hombre: el tiempo y la muerte. El poemario se estructura en tres partes, la primera, titulada “Declive”, es la más extensa, y en ella el autor expone su estilo, un discurso que se caracteriza por la ausencia de signos de puntuación, excepto el punto final de cada poema, y un lenguaje incisivo e intenso que le permite describir su angustia existencial. En el “Exordio” que inaugura el libro José Manuel Ramón adelanta la tesis del mismo: cada sombra anuncia / una claridad devastadora. En efecto, a lo largo de esta primera parte podemos observar un empleo sistemático de términos que remiten a la dicotomía entre luz y sombra: noche, crepúsculo, tinieblas, destello, fuego; además, el autor se sirve de determinados símbolos para reflexionar sobre el sentido de la vida, como el sueño y el insomnio, trémulos propileos sobre los que entibar ese declive al que ineluctablemente estamos abocados. En la segunda parte, titulada “Soledad consciente”, José Manuel Ramón toma como “ejemplo” una cita de Altolaguirre para ahondar en esa sensación inherente a la condición humana. Así, cada poema es un ejercicio de introspección, motivado unas veces por el agua, en forma de lluvia, y otras por vientos que erosionan los cuerpos, pero José Manuel va más allá; su discurso, transido de silencio, desemboca en el desasosiego, fruto de esa soledad congénita que el autor plasma con acierto en esta estrofa:
¿Quién podría sentirse más solo que uno mismo si no dejamos de formular crueles acertijos si el único fin posible que hallamos es la angustia del vacío el dolor estéril el llanto por lo que no ha de ser? Su poesía se inspira en la naturaleza para hallar en ella el significado profundo que alivie los recuerdos, como efímero asidero contra el dolor de la memoria. Sin duda, la poética de José Manuel Ramón es personal, intimista, pues va de dentro afuera en un continuo fluir hacia el vacío que, en definitiva, es la existencia. La tercera parte, “De regreso”, está constituida por un único y largo poema. Las citas de Mihail Eminescu y Wislawa Szymborska nos sitúan en el bosque por donde discurre la senda honda de una conciencia crítica que anhela la luz que se filtra en la espesura, por el camino queda la huella hundida en la tierra mojada bajo un sol de niebla. Con un modo de decir particular y un lenguaje culto y elegante, José Manuel Ramón viaja a las profundidades de su alma para enjalbegar las sombras que se cierran. He aquí una poesía con vocación de altura para cantar a la naturaleza brumosa / que somos. |
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